La actual crisis del sistema capitalista está abriendo panoramas imprevisibles hasta hace algunos años, porque parece una crisis definitiva del sistema dominante o, por lo menos, una crisis que empujará a una reestructuración del mismo sistema. El movimiento global de los Indignados nació, imprevisiblemente, a consecuencia de esta crisis y se desarrolló en situaciones extremadamente distintas y en lugares diferentes del globo. Indignados no son sólo los jóvenes españoles que han ocupado las plazas de las principales ciudades españolas o los jóvenes israelíes que acamparon en el centro de Tel Aviv o el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York, sino que también son los jóvenes egipcios, tunecinos y libios que se han levantado contra sus regímenes dictatoriales. Podremos, entonces, considerar Indignados también a los jóvenes sirios que luchan contra un sistema dictatorial brutal y sanguinario, así como a los rusos que protestan contra un régimen que es democrático sólo en apariencia y que en realidad es autoritario y se está transformando en una verdadera dictadura, e incluso a los húngaros democráticos que se enfrentan a un gobierno fascista, racista, nacionalista y etnocéntrico. Ser Indignado significa hoy estar contra el capitalismo globalizado, por motivos muy diversos, pero substancialmente porque no se puede proyectar ningún futuro. Ser Indignado significa negociar los derechos mínimos vitales que se han vuelto totalmente incompatibles con la reproducción del capital, del sistema político y económico dominante. En este punto de nuestra lucha política, los Indignados han expresado al tiempo un rechazo completo de la sociedad de consumo y una profunda atención respecto de la cuestión ambientalista, con lo que han puesto en discusión dos de los principios de la reproducción del sistema dominante. Quisieran poder integrarse al sistema económico dominante pero, en tanto excluidos del mismo, ponen en discusión sus rasgos más esenciales, aunque aún no tienen un proyecto económico alternativo.
Su protesta parte de una toma de posición individual, inspirada por un comportamiento conveniente (καθεκοντος, que sería lo que el sujeto individual llega a concebir de sí mismo) para alcanzar sus objetivos de protesta. Es un comportamiento inspirado en el decoro (decorum, que es una máscara pero que también significa “dignidad”), que se une a un comportamiento análogo de otros sujetos que también se encuentran en estado de rebelión, hasta el punto de transformarse en un comportamiento colectivo. Todo estos sujetos, en estado de rebelión, tienden a la búsqueda de lo que es justo hacer (officium) en las condiciones y situaciones en las que se encuentran, lo que es un deber social; por lo tanto también lo que es apropiado (decorum) para los fines de la lucha, un comportamiento subjetivo comunitario. Nos encontramos ante la elaboración de un nuevo modo de comportamiento individual y colectivo, un comportamiento individual que se exhibe en público y se transforma en modelo de comportamiento difundido, como sucedió en el caso de las protestas juveniles de 1968.
De hecho, un primer e inmediato dato común a todos los Indignados del mundo es el hecho de que la absoluta mayoría está conformada por jóvenes. ¿Estamos a las puertas de un nuevo ´68? Es difícil decirlo, pero es un dato cierto que el sistema no ofrece futuro para los jóvenes. Ser joven significa estar en condiciones de tener vigor y dignidad. Parece un destino signado desde el término mismo en la lengua originaria de Occidente, de hecho en sánscrito “fuerza” es la misma palabra que “joven”: bala. Y, como recuerda Marx en sus Glosas a Wagner, tener dignidad significa ser dignus, es decir, tener valor. En sánscrito “validez” también es bala. Entonces, ser joven es tener valor, porque se tiene vigor. De estos jóvenes se puede esperar una vigorosa protesta de indignación, porque la indignación cambia su estilo de vida y crea una nueva forma de agregación social en las plazas que ocupan. En latín, estar indignado es indignatio comutatus, es decir, ser cambiado por la indignación. En sánscrito abhyasuya es “indignación” pero también “rabia” y asuya es tanto “intolerancia” como “indignación”. El indignado es aquél que no puede tolerar una situación que para él se ha vuelto invivible. En todo esto hay anubhava, que es “determinación”, “resolución” y “firmeza”, pero también “dignidad”. La indignación frente a lo que ya no puede ser soportado es una tradición de Occidente. Lo que nos plantea una condición nueva donde el estado de rebelión transforma a los sujetos que participan de él, emancipándolos de un presente opresivo. Hemos entrado en la época de la manyu, de la “pasión”. ¿El futuro estará signado por estas pasiones desencadenadas? Es difícil decirlo, pero ciertamente el presente se encuentra fuertemente signado por esta presencia pasional, por estas plazas ocupadas con entusiasmo antisistémico.
Manuel Castells, el famoso sociólogo catalán que sin embargo escribe habitualmente en inglés, ha participado personalmente del movimiento del 15-M, los
Indignados españoles, en su ciudad natal de Barcelona, y nos habla del entusiasmo como la emoción más relevante para la movilización social, junto al miedo
[1]. El entusiasmo pone en marcha otra emoción positiva: la esperanza, que siempre es proyección al futuro ya que, como nos enseña Ernst Bloch, la esperanza es más fuerte que la muerte. Los
Indignados están luchando justamente para tener una futura vida digna. Es necesario abandonar emociones negativas como el ansia y la rabia, porque pueden paralizar la acción en un caso, o empujar a la violencia en el otro. El sistema dominante precisamente quiere que se desencadene la violencia de los
Indignados para reprimirlos con su inconmensurable violencia. Los frecuentes casos de represión violenta por parte del sistema tienden a arrastrar la acción política de los
Indignados al campo de la violencia, para desencadenar sobre ellos la violencia de sus aparatos represivos y la violencia de sus medios de comunicación. Ya hoy, aunque el movimiento de los
Indignados jamás se ha manchado con acciones de violencia, pese a haberlas sufrido, algunos medios de comunicación los pintan como parias o marginados dedicados si no a la violencia por lo menos a la droga, al alcohol y a una genérica depravación, provocando la indignación de una opinión pública que con la observación directa puede darse cuenta de que se trata solamente del juego indigno del poder de la comunicación de masas. De hecho, la aprobación hacia los
Indignados es amplia, incluso en sectores no compuestos por jóvenes, precisamente por su evidente y claro rechazo de la violencia.
Otra observación mínima tiene que ver con que los Indignados son la clara demostración de que el sistema ha fallado porque, en su espasmódica búsqueda de la tasas de ganancia, no ha tenido en cuenta a la fuerza de trabajo. El fordismo había desarrollado un sistema en el cual la fuerza de trabajo o, mejor dicho, el trabajador, estaba siempre integrado en el sistema, en cada aspecto de su vida, íntima y social, psicológica y racional, individual y colectiva: había fundado un in-dividuum, un ser único en el que todos sus aspectos podían ser controlados por el sistema dominante. Hoy una ínfima minoría de la sociedad civil ha concentrado en sus manos una riqueza tal que la absoluta mayor parte no puede desarrollar un proyecto de vida posible. Aquél in-dividuum fue dividido por el sistema económico que lo produjo. Su fuerza de trabajo, el trabajo vivo, fue separado de la reproducción de la misma fuerza de trabajo: es decir que consume sin producir y que produce sin consumir. Los jóvenes europeos están en condiciones de consumir una riqueza producida por sus progenitores, pero no tienen perspectivas de producir una riqueza propia, por lo que aquella riqueza está condenada a agotarse en el futuro inmediato. Los trabajadores de la periferia del sistema, de países en vías de desarrollo, producen riqueza pero sus consumos son contenidos y limitados. El funcionamiento del sistema, sin el límite planteado por una alternativa al sistema mismo, como el tan temido sistema del socialismo real, está poniendo en crisis la reproducción misma del sistema dominante. La distribución de la riqueza restituiría a la sociedad civil humana, es decir, a toda la humanidad, la posibilidad de proyectar la propia vida.
Junto a estos temas, válidos genéricamente para todos los movimientos de
Indignados del mundo, se plantean los temas específicos de la revolución árabe en curso, que son un movimiento político subversivo contra los regímenes políticos de aquella parte del mundo sostenidos si no impuestos por el sistema capitalista dominante. En el fondo, sin embargo, se está desarrollando una crítica islámica al capitalismo, que es también una crítica por la liberación de la esencia humana de la explotación capitalista. De hecho, el movimiento de los
Indignados árabes expresa ideas típicas de los movimientos políticos radicales occidentales, como por ejemplo la igualdad femenina, el derecho al trabajo o a la libertad de expresión. Son derechos que se vuelven laicos en una sociedad fuertemente inspirada por principios religiosos islámicos, a los que se agregan reclamos de naturaleza más estrictamente política: la restauración de la democracia, es decir, “el fin del régimen militar y policial, la instauración de una nueva política económica y social favorable a las clases populares, lo que implica la ruptura con las exigencias del liberalismo globalizado y una política internacional independiente”
[2]. Esta ruptura con el sistema del liberalismo globalizado ubica a los
Indignados árabes en continuidad con la protesta de los
Indignados del resto del planeta, como demostración de que la primavera árabe se ubica dentro de este movimiento antisistema, de que en aquellos países también hay subversión del orden político existente. El contraste se vuelve evidente en Egipto, donde los Hermanos Musulmanes han declarado su apoyo a la propiedad privada, ya que esta “es sagrada para el Islam y la reforma agraria está inspirada por el demonio comunista”
[3]. Esto hace comprender la radicalidad del reinicio de la lucha de liberación de los
Indignados egipcios o tunecinos también contra los Hermanos Musulmanes, que están reproponiendo las mismas relaciones de producción que eran el fundamento de los regímenes dictatoriales de Ben Alí en Túnez y de Mubarak en Egipto.
Enrique Dussel, el filósofo de la liberación, ha escrito una Carta a los Indignados en la que les plantea una propuesta política. Su propuesta proviene de la experiencia de la lucha social de América latina, una realidad social en la que la protesta aún se concentra sobre objetivos concretos. En América latina los movimientos de indignación son mucho más antiguos, porque han sido movimientos indígenas que reivindicaban el reconocimiento de su dignidad humana, desde el momento inicial de conquista del continente, cuando se comenzó a construir el sistema dominante a nivel mundial, el sistema capitalista. Los Indignados de hoy tienen un predecesor en las luchas indígenas que han llevado a la presidencia de la República de Bolivia a Evo Morales o también en los movimientos de lucha social que han llevado a la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela a Hugo Chávez. Precisamente a la experiencia de éste último hace referencia Dussel cuando habla de “leadership carismática” y es consciente de que es un punto crítico de su Carta a los Indignados. Es un punto crítico porque la cultura política del siglo XIX ha vivido trágicamente los momentos en que un líder dominaba la escena política. Me refiero substancialmente a la primera mitad del siglo XIX, cuando Führer o Duce o Caudillo eran términos del léxico cotidiano de la política. La figura de Ceaucescu, el Conducator comunista rumano parecería ridícula si no hubiese sido en realidad una tragedia para su pueblo. También Berlusconi ha asumido rasgos de líder, pero por suerte ha quedado relegado al campo del ridículo.
No hay dudas de que el líder, carismático o nó, es un momento de la relación entre los ciudadanos y el poder, pero puede ser también un momento de usurpación de la potentia política, dicho de otra manera, del poder natural de los ciudadanos, por parte de la potestas, el poder institucional, de un sólo hombre, del Jefe. El líder carismático únicamente indica una meta, un fin a alcanzar para que aumente el progreso de la nación. Muchas veces, en cambio, el Jefe señala al enemigo de la causa nacional o, en una versión reductiva, de su causa personal intercambiada por la causa nacional, llegando a movilizar a las masas con procesos mediáticos histéricos o eufóricos siempre dirigidos a impedir un análisis racional de la situación política, social y económica.
El líder al que se refiere Dussel es una figura análoga a la que describe Gramsci como “cesarismo progresivo”, es decir, un líder que es capaz de convertirse en protagonista de un cambio revolucionario radical, desde lo alto, de la sociedad civil. Es algo más que el “individuo cósmico-histórico” hegeliano porque es portador de valores y de proyectos políticamente posibles ya que corresponden a reclamos y exigencias de la sociedad civil o de amplias capas de ella. No es una figura o un rol político acorde a los tiempos actuales dictados por el sistema dominante, ya que éste prefiere técnicos, expertos en economía y finanzas, que pueden ser también figuras mediáticas que agradan por su aparente presentabilidad, junto a una superficial reflexión política. Dussel se refiere sobre todo a los programas políticos. Chávez y Morales están imponiendo en efecto desde arriba un cambio radical de sus sociedades civiles. Chávez, en particular, se hizo protagonista de cambios radicales desde el punto de vista constitucional, es decir, de la estructura fundamental del Estado de derecho, que sería oportuno considerar también en las constituciones de países llamados progresistas, tales como el Poder delegado a los representantes políticos, lo que implica una representación limitada por el control cívico. El Poder cívico es la otra novedad conexa con el Poder delegado, en cuanto los ciudadanos pueden revocar el mandato del representante juntando un número determinado de firmas y confirmando en elección convocadas a tal fin la voluntad de revocar el poder precedentemente concedido. Castells, que en tanto exponente de la intelectualidad europea y norteamericana (además de enseñar en la Universitat Oberta de Catalunya lo hace en la Southern University of California) no tiene mucha simpatía por la obra constitucional renovadora de Chávez, ha ignorado por completo que todo lo acaecido en Islandia, con la caída del gobierno por la explícita desconfianza popular y la redacción de una Constitución a partir de una comisión popular era una experiencia política que ya había sido anticipada en América latina
[4].
Además, el poder de liderazgo para Dussel proviene siempre de la obediencia a la voluntad popular, el líder puede comandar si obedece los reclamos y las exigencias populares. Esta concepción del poder obediencial proviene del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es decir, del movimiento zapatista en Chiapas. El líder, entonces, no ejercita arbitraria ni autoritariamente el poder sino siempre bajo el control del mandato popular y a condición de obedecer las exigencias de la sociedad civil. Dussel precisa funciones y límites del poder del liderazgo: “El liderazgo democrático se justifica en estos casos como
complementario al proceso democratizador del pueblo. Dicho liderazgo aparece simultáneamente con la emergencia del pueblo como actor colectivo. El que ejerce el dicho liderazgo debe tener plena conciencia de los límites de un poder simbólico que es siempre delegado e investido por el pueblo, que es la
única sede soberana del mismo”
[5]. Naturalmente éste es el caso de Chávez aunque con formas que pueden parecer folclóricas, especialmente cuando están presentadas por los medios de comunicación masiva que están en el fondo ligados a empresas enfrentadas con Chávez y por lo tanto tienen interés en ridiculizar su figura.
Actualmente el movimiento de los
Indignados no tiene ningún líder, incluso porque nace de una desesperación difundida y vivida comunitariamente, cuyo análisis es inmediato y frente a la que no parece que hombre alguno pueda tener en sus manos la solución a una situación tan desesperada. Castells sostiene que el movimiento de los
Indignados es un movimiento compuesto por individuos que están actuando en grupo pero no juntos porque “los movimientos sociales, de seguro hoy y probablemente en todo el curso de la historia, están compuestos por individuos particulares”. “Las raíces [de este movimiento] deben buscarse en la fundamental injusticia presente en toda sociedad, en continua contraposición a una aspiración humana a la justicia”
[6]. Los
Indignados son el producto de la sociedad plasmada en el sistema capitalista dominante, son individuos particulares sin ningún lazo con otros como ellos. “No hubo una decisión formal, pero en la práctica todos están de acuerdo, desde el inicio del movimiento. No hubo jefes locales ni nacionales. Ni siquiera portavoces autorizados”
[7]. Falta una unidad de fondo, más allá de aquella dada por la indignación, que en el fondo es una sublevación pero aún no una subversión programada de la situación que se vive. Los
Indignados quisieran, además, insertarse e incluso ser explotados en el sistema dominante pero en cambio quedan afuera, no pueden trabajar ni tienen medios para estudiar. En estas condiciones aún si hubiera un liderazgo no sería reconocido como tal sino cambiado por el liderazgo adecuado para cada manifestación de protesta particular. Dussel sugiere que si se encontrara un liderazgo este debería someterse al Poder delegado, al Poder cívico y al Poder obediencial.
La experiencia actual de transformación política que pone a América latina a la vanguardia de la lucha por la emancipación popular, ¿cuán válida es para la lucha de los Indignados? Completamente válida, incluso si algunas condiciones limitan la aplicabilidad de aquella experiencia política al movimiento de Indignados. La primera limitación está dada precisamente por la falta de conciencia común del movimiento, más allá de la indignación ética que los lleva a la protesta. Incluso un conocimiento superficial de los objetivos de lucha de las poblaciones latinoamericanas basta para hacer consciente que esa lucha fue conducida para alcanzar el objetivo de dar la posibilidad a todos los latinoamericanos de desarrollar un proyecto de vida, es decir, justamente ese proyecto que comienza a ser negado en el centro del sistema dominante a los ciudadanos de los Estados más avanzados y así llamados progresistas. La precedente experiencia de lucha de los latinoamericanos es válida a nivel universal precisamente porque fue una lucha por la vida, por una vida digna de ser vivida, como la que tenían los ciudadanos de los países avanzados, vida que, además, una minoría de seres humanos comienza a hacer imposible para la mayoría de la humanidad, no solo para los ciudadanos de los países menos avanzados sino para todos los seres humanos. Justamente de la defensa del derecho a una vida digna de ser vivida es que parte el fundamento de la reflexión de Dussel. Ya lo era en la Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, de la que fueron publicados dos gruesos volúmenes y se encuentra en proceso de redacción el tercero y definitivo, luego retomado más sintéticamente en las 20 Tesis de política y en la Carta a los Indignados.
La reflexión política de Dussel nace también de la experiencia de los pueblos latinoamericanos o, mejor, de los
pueblos [en castellano en el original - NdT], de las pequeñas comunidades que se transforman en grandes comunidades nacionales y estatales para afrontar adecuadamente los enormes problemas de la vida cotidiana, uniéndose en movimientos de lucha común dentro de un Estado, como en los casos del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil y Paraguay o del EZLN del Chiapas mexicano. El mismo problema se presenta a los
Indignados: ellos tienen en común los problemas con los que viven, porque hoy los
Indignados viven un problema común, la vida futura. Los
Indignados son una comunidad que está haciendo historia, que se está liberando -como en la Primavera árabe- o que anhela la liberación -como en los países europeos o en los Estados Unidos-. A medida que el consenso en torno a su lucha va creciendo, porque crece el número de los que tienen problemas, crece el número de pobres mientras se vuelve más exiguo el número de ricos aunque su riqueza aumenta. Se está determinando una situación muy precisa que Dussel describe muy precisamente: “En un nuevo Estado (…) la
participación debe arrancar en la base de todas las instituciones (estatales) a partir de comunidades”
[8]. El Estado surge de la interacción entre comunidades, así como históricamente surgió de la interacción entre clases sociales. Puede surgir como institución represiva o equilibradora entre clases sociales o comunidades, puede ponerse al servicio de diversas comunidades, pero no puede ponerse al servicio de diversas clases sociales porque siendo un Estado clasista será un Estado represivo para las clases sociales que no representa. Todo Estado democrático debe estar al servicio de diversas comunidades. Los
Indignados, entonces, están luchando por el desarrollo de una forma de Estado al servicio de la humanidad y de su lucha, aunque en formas distintas, y representativa de toda la humanidad. Es una forma de lucha que está mostrando la pertenencia de todos los hombres al género humano, lo que se verifica por la reapropiación de la propia vida cotidiana en sentido político, social y económico, es decir, humano.
La comunidad de los
Indignados, esta suerte de vanguardia en lucha por el resto del género humano, es sujeto de una
potentia, el poder político en sí mismo, esto es “la
potentia o el poder político en sí, cuya sede exclusiva y última es
siempre la comunidad política”
[9], rechaza la
potestas de las instituciones hoy existentes y se propone volverse
potestas “momento de las instituciones creadas para poder llevar a cabo la vida política”
[10], es decir que quiere ejercitar el poder político que la gobierna y la administra. Este es un momento extraordinario de la historia, uno de esos momentos en los que cada individuo quiere autogobernarse, uno de esos momentos en los que las masas, los pueblos, la gente, para utilizar una de las palabras más usadas en la reciente filosofía política -yo diría, más simplemente, los seres humanos-, quiere volver a ser dueño de su propio poder, de su propio futuro. Estamos viviendo un estado de rebelión. Dussel entiende al estado de rebelión como la superación del estado de excepción del que hablaban Schmitt y Agamben: “Lo que Schmitt no imaginó, y Giorgio Agamben lo sugiere sin extenderse como sería conveniente, es que, por su parte, el proprio “estadio de excepción” puede dejarse sin efecto, pero en este caso por el pueblo mismo, como única sede y última instancia del poder político”
[11]. En substancia son siempre los pueblos los que imponen un estado de rebelión frente a un estado de excepción. Los
Indignados pueden, entonces, superar el estado de excepción para imponer un estado de rebelión partiendo de la posición superior de la propia vida sin futuro, sin dignidad. El estado de rebelión se instaura cuando las instituciones del Estado dejan de funcionar: la representación no representa más a los ciudadanos que reasumen el poder soberano en las propias manos. En el fondo no se trata de una rebelión contra sino a favor del Estado entendido como comunidad política de los ciudadanos. La legitimidad es restituida a los mismos soberanos del Estado, es decir, a los ciudadanos.
Lo que el movimiento de los
Indignados ha puesto en crisis es la institución de la representación política democrática ya que la crisis existencial que viven los
Indignados pone en discusión la legitimidad del sistema, que debería garantizar a todos los ciudadanos el derecho a una vida digna de ser vivida mientras que en realidad ofrece cada vez menos trabajo, educación y sanidad, elementos constituyentes de una vida tal. Los representantes de los ciudadanos ya no son reconocidos como tales por los ciudadanos. Si en todos lados estuvieran en vigencia las leyes de Venezuela, los representantes de los ciudadanos de casi todos los países del Primer Mundo habrían perdido su poder representativo. En este punto coinciden Dussel y Castells. Castells sostiene que el eslogan fundante del movimiento es “cada uno se representa a sí mismo y a nadie más”
[12]. La autorepresentatividad es también para Castells el fundamento de un poder ejercitable en primera persona y singularmente, pero esto lleva a la autodeterminación y al derrumbe del valor de la representación política, de la lucha política inspirada en principios que vienen de afuera, “desde lo alto” para decirlo
a lo Gramsci. Por esta razón se puede explicar la salvaje represión al movimiento de
Indignados de la Plaza Cataluña de Barcelona, porque su protesta no encajaba con la protesta étnica de reivindicación de la
catalanitat contra el Estado central español. El gobierno provincial catalán y la policía catalana no le reconocieron ningún valor civil a la protesta y con la salvaje represión mostraron el verdadero rostro de la reivindicación de la independencia de Cataluña: un nuevo movimiento nacionalista, no menos inquietante que otros tantos movimientos nacionalistas de triste memoria.
Como todo estado de rebelión, el actual, en el sentido de que es algo en curso y no tan sólo algo contemporáneo, porque todos estamos involucrados, no puede ser eterno. La potentia deberá, en un cierto momento aún imprevisible, devenir potestas. La revolución permanente no es posible, es necesaria la representación, pero para no volver a caer en una política corrupta, que se aleja de los problemas verdaderos de los seres humanos, es necesario imponer un poder delegado obediencial. Los representantes de los ciudadanos deben obedecer a las exigencias de aquellos, ya que sólo obedeciendo podrán encontrar soluciones a esas exigencias. Se trata de una representación restringida, siempre sometida al control de la participación continua y constante de los ciudadanos. Se trata de una restitución del poder o de una apropiación del poder por parte de los ciudadanos frente a la clase política. Para Dussel se trata de una reapropiación de lo que ya era propio de los ciudadanos, porque el poder político pertenece a los ciudadanos o, si se quiere decirlo al modo del iusnaturalismo, al pueblo.
Castells es muy claro en cuanto a la cuestión de la relación entre poder y ciudadanos: “Son las relaciones de poder las que dan forma a la sociedad [
potentia, en el léxico de Dussel], ya que quien tiene el poder construye las instituciones [
potestas, en el léxico de Dussel] sociales en base a sus propios valores e intereses. El poder es ejercitado a través de los instrumentos de coerción (…) y/o a través de la construcción de significados en el imaginario colectivo, a través de mecanismos de manipulación simbólica”
[13]. Ahora a esta situación de crisis de las instituciones se debe responder con un proceso de reconstrucción de instituciones para ponerlas al servicio de los ciudadanos, además de que deben ser gobernadas por ciudadanos y no por políticos de profesión o por técnicos. Hasta ahora el movimiento de los
Indignados ha puesto en acto nuevas formas de democracia participativa y no violenta. Se trata de una democracia lenta para tomar decisiones, tanto por la su dinámica participativa como por el rechazo a una lógica productivista
[14], pero es también una práctica política que permite la autorreflexión, que es el fundamento de toda forma de consenso convencido que pueda ofrecer las condiciones de un consenso arraigado y de una consecuente acción política de oposición radical. Enfrentada a esta auspiciable obra de educación y de reconstrucción política está la dramaticidad de la situación económica.
Naturalmente, una situación de reconstrucción impone la transparencia de las instituciones, de los representantes, de las leyes y, sobre todo, la existencia del Estado de derecho (la potestas), que es la primera, no suficiente pero necesaria, garantía del trabajo de correcta construcción de un nuevo sistema político. Este es uno de los puntos más delicados de la historia del movimiento revolucionario de los trabajadores. Tradicionalmente los trabajadores quisieron derribar al Estado de derecho, confundiéndolo con el Estado burgués, permitiendo la edificación de Estados comunistas fundados en la arbitrariedad y en la negación de los derechos humanos, ya que no existían sistemas de control de los obreros dentro de los Partidos Comunistas. Pocos intelectuales en el movimiento revolucionario o en el mismo marxismo han tomado posición a favor del mantenimiento y reforzamiento del Estado de derecho. El último Lukács sostiene que el socialismo habría debido mantener el Estado civil burgués, no en tanto burgués sino en tanto civil. Dussel vuelve sobre esta cuestión y toma posición a favor de una transformación radical del sistema vigente pero siempre manteniendo o incluso reforzando el Estado de derecho, ya que constituye el mejor instrumento para la realización de los derechos de todos, empezando por los excluidos. Piénsese en la forma en que los débiles, políticamente hablando, son excluidos de los derechos humanos; me refiero a los discapacitados, incapaces físicamente de mostrar públicamente su indignación y siempre olvidados en los programas políticos de los partidos, con lo que resultan cada vez más excluidos en tanto no son apoyados económica ni prácticamente por los servicios del Estado. La justificación es que la crisis está secando las arcas del Estado, pero no se puede medir la oferta de servicios esenciales, como los destinados a los discapacitados, en base a la disponibilidad económica del Estado. Esos servicios deben proceder de cualquier otra función del Estado, seguramente en primer lugar de la actividad política ya que el Estado está al servicio de los ciudadanos en cuanto a la total realización de su personalidad. Éste es el caso concreto en el que una minoría resulta usurpada en su derecho a una vida digna por no tener una representación relevante, desde el punto de vista político, que defienda sus derechos dentro del Estado de derecho.
Dussel se detiene largamente en el contraste entre participación y representación: “La
participación del ciudadano es un derecho inalienable instituyente (antes que constituyente), y tiene la
dignidad del mismo actor político como momento constitutivo sustantivo de la comunidad política. Es por ello que la
representación, como puede observarse, viene siempre
después, y será un momento factiblemente necesario, determinado por la razón instrumental, que se sitúa sólo en la
potestas”[15]. En la política burguesa la representación (la
potestas) ha aplastado a la participación (la
potentia), sin excluir la opción de abolir la democracia para gobernar, como ha sucedido en la época del fascismo y como está sucediendo hoy en Hungría. La democracia, sin embargo, ha permanecido siempre limitada porque limitada es la participación política de los ciudadanos. A ellos se les pide participar en política únicamente en el momento de las elecciones para confirmar o desmentir con su voto libre y secreto las acciones de los gobiernos a cargo. En realidad, sin embargo, se encuentran excluidos de las decisiones los ciudadanos los momentos más fundamentales de su vida, no existe participación efectiva en las decisiones políticas sino exclusión de las decisiones, incluso las más fundamentales. Tomemos el ejemplo de la introducción del euro: pocos ciudadanos europeos fueron consultados, a través de un referéndum, acerca de si querían cambiar o no la moneda, que es uno de los medios más importantes en una sociedad civil avanzada para efectivizar el intercambio orgánico con la naturaleza, para decirlo en términos de Marx o, para decirlo con el Dussel marxista, un medio de reproducción de la propia vida. Ahora que esta moneda está en crisis los europeos son convocados a defenderla o refundarla, pero en el fondo de quien deben defenderla es de las acciones fallidas de los representantes y de los técnicos que tenían la tarea de gobernar el euro. Nos encontramos ante un claro caso de ausencia de democracia económica, ya que el sistema político es hoy orgánico a la explotación y a la supervivencia del modelo capitalista, no a la supervivencia de los ciudadanos y de la sociedad civil. No es posible una política distinta con la actual clase política en el poder porque ésta impone formas de democracia limitada y, por lo tanto, formas políticas substancialmente no democráticas.
La democracia burguesa es una democracia limitada porque no permite a los ciudadanos ejercitar el derecho de elección sobre los fundamentos de la vida cotidiana. La clase política, una vez electa, es capaz de poner en curso mecanismos de autoreproducción y de salvaguarda de sus propios intereses, mecanismos que sólo viven un momento de crisis, el de las elecciones. Los fundamentos de la democracia burguesa, siempre muy latentes, han sido completamente invertidos y está en vigencia un genérico estado de autoreferencialidad de la clase dirigente que casi se ha transformado en todas partes en clase dominante. Por otro lado, la tendencia presente en el capitalismo actual es el reclamo constante de cada vez mayores libertades de elección y de acción en el terreno económico. El empresario debe librarse de los trabajadores que no son ideológicamente afines a él, desea utilizarlos a su antojo sin cargas sociales, quiere libertad completa de movimientos en su segunda naturaleza, es decir, en la sociedad. Es un claro retorno a formas de política y de economía anteriores a la crisis del fordismo de 1929. Marx ya había advertido que ese libre movimiento en lo material es imposible y así es que nacen los movimientos de resistencia y los ciudadanos que se indignan. La primera respuesta es siempre la más fácil, en tanto la más brutal, y así la civilizadísima Cataluña, gobernada por uno de los gobiernos más etnocéntricos que se puedan imaginar, ha desencadenado una brutal represión contra los Indignados de Barcelona, camino seguido por los criminales gobiernos de Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen. También el gobierno estadounidense, nunca menos que nadie en el uso de la violencia, no pudo contenerse y actuó violentamente, para luego conceder espacios de protesta siempre y cuando no impidan el libre movimiento del capital, con lo que los Indignados norteamericanos tuvieron su espacio de protesta, pero lejos de Wall Street, donde el capital se reproduce libremente.
El ciudadano común, tal vez, no percibe la hipertrofia de las fuerzas dominantes en el planeta. La enormidad de las dimensiones del sistema dominante, por un lado, y la pequeñez del individuo singular, por el otro, son complementarias al ejercicio arbitrario del poder. Siempre lo han sido. Piénsese, por ejemplo, en el primer sistema eficiente de dominio totalitario, esto es, la Iglesia cristiana medieval, recuérdese la distancia que iba del vértice de la iglesia en Roma hasta el valor irrelevante del fiel cristiano, del siervo de la gleba, de la mujer, del niño o de la anciana que podían vivir en la periferia de Roma o en los límites de la cristiandad, considerados siempre como una nulidad en relación con el centro del poder. Aquél vértice se arrogaba el poder sobre la vida futura, sobre la vida después de la muerte, incluso cuando no tenía o no alcanzaba a pensar en los medios para garantizar la vida en esta vida, es decir, para garantizar la vida antes de la muerte. Así se pudieron conducir campañas de exterminio de masas contra las mujeres, histéricas o no, contra las viejas y jóvenes llamadas “brujas” o llevar adelante el primer Holocausto general de la historia en América, contra los indios precolombinos, una población pacífica que vivía según su propio sistema económico, en absoluta ignorancia de la existencia de Europa, del cristianismo o del Papa. Precisamente este ejercicio totalmente arbitrario de la potestas contra los excluidos, contra los indios americanos, corresponde a la falla moral del cristianismo y al inicio de la Modernidad. Hoy estamos reviviendo un momento similar de pasaje epocal: por una parte existe una elite que vive de sus propios privilegios, por otra parte se encuentra la absoluta mayoría de la humanidad que sobrevive en su propia exclusión. El porcentaje actual de división de la humanidad es: un 99% representado por el proletariado o, para decirlo con Ricardo Antunes, de gente-que-vive-del-trabajo, y un 1% de ricos que gobiernan y dominan al resto. Estamos frente a un grotesco y peligroso caso de evolución de la humanidad, peligroso para el planeta Tierra, para la vida y para la humanidad toda. El problema es, en efecto, el capitalismo y la realidad efectual que ha creado, que hoy lleva a los seres humanos a no tener un futuro vital. Y como la distancia al centro del poder, al Imperio, es tan grande, la mayoría de los excluidos cree que la exclusión es una condición natural, una ley de la naturaleza. Una pequeña minoría de esta mayoría de excluidos se ha indignado, ha sentido surgir dentro de sí un sentimiento de pertenencia a algo y, al tiempo, de que algo le ha sido arrebatado: sienten que les han sustraído una vida posible.
Los Indignados han conservado el respeto de sí mismos, respeto que la mayoría de los seres humanos está perdiendo. El problema que los Indignados deben afrontar en esta segunda fase de su movimiento es el de evitar el aislamiento de la sociedad civil, el de permanecer ligados a una posición política que Hegel definiría como de “mera negatividad”, el de saber decir no y protestar pero no poder plantear propuestas. Si los Indignados se limitaran a encerrarse en una plaza, a tocar la guitarra y estar juntos sin encontrar un proyecto alternativo al sistema dominante, se confirmaría la sospecha que acompaña a la izquierda desde su nacimiento en la modernidad: que es más fácil llevar una lucha política sin un jefe (ana-archia) que proponer y realizar un cambio radical en la sociedad. Una decena de años atrás la izquierda argentina fue sacudida por la publicación de un libro: Cambiar el mundo sin tomar el poder, del escocés John Holloway. Era el libro justo para el momento político de los cacerolazos, de las protestas callejeras de pequeños burgueses argentinos que querían la devolución de sus depósitos bancarios. Es cierto que estos depósitos, para la absoluta mayoría de los argentinos, representaban la vida futura, una vejez tranquila después de una existencia de trabajo, un futuro para sus hijos o nietos, pero al lado de esta protesta fuerte, pero políticamente estéril, estaban las fábricas recuperadas por sus trabajadores, establecimientos abandonados por patrones que huían con capitales que les habían sido concedidos por el Estado para hacer funcionare esas fábricas. Y las fábricas funcionaban mejor que bajo la conducción capitalista y aumentaban la producción. Los obreros construían un futuro posible. Holloway era el líder intelectual de los pequeños burgueses argentinos pero no de los obreros que sabían dirigir una fábrica pero no sabían proponer un cambio radical del sistema dominante. Holloway era un anarquista, los obreros eran trabajadores. Dussel abre una polémica con Holloway sosteniendo que es necesario tomar el poder para cambiarlo, lo que ya era un punto de diferencia entre el anarquismo y el marxismo en tiempos de la Primera Internacional, cuestión que Holloway pretendía ignorar como si no hubiese sucedido. Se trata de una táctica y no de una estrategia, puede ser útil para una jornada de vacaciones laborales, para disfrutar del sol o para encontrarse con un amigo, pero no para cambiar el mundo. El mundo se cambia tomando el poder, de lo contrario será el poder el que cambiará el mundo.
El problema es ocupar los lugares del poder, sea el poder político, mediante elecciones y participación, o el económico, como las fábricas y los bancos. Es necesaria una nueva distribución de los medios de producción de la riqueza, de lo contrario los jóvenes que no tienen trabajo ni pueden estudiar, los jóvenes sin futuro, serán obligados a una drástica reducción de sus potencialidades de vida. Castells sostiene que “Internet es la linfa vital de la economía global interconectada”
[16], pero hay que preguntarse cuál es el momento originario de la producción de la riqueza porque Internet puede acelerar la circulación del capital y, entonces, también aumentar su cantidad existente, pero no generar nuevo capital. Hoy circula una cantidad enorme de capital, pero su existencia es ficticia porque está constituido por capital financiero, mientras que el problema de los excluidos del sistema, de los
Indignados, es la posesión de los medios materiales de reproducción de la vida. El capitalismo actual ha vuelto a poner en cuestión la vida misma, como si hubiera retornado a sus condiciones originarias.
Por esta razón Dussel sugiere una relectura del pensamiento de Marx, relectura que es uno de los puntos fuerte de la reflexión de Dussel en los últimos 20 años, es decir, desde la caída del comunismo. El fin del comunismo representó para Dussel la caída de las barreras que dividían al marxismo del cristianismo y, por lo tanto, la reproposición de un pensamiento alternativo al sistema dominante y la redefinición de valores comunes, tales como la defensa de la vida en curso, es decir de la vida existente. Dussel ha captado la toma de posición ética de Marx a favor de las víctimas del sistema y, por esta razón, se está ubicando junto a los
Indignados. El pensamiento político de Marx se fundaba en dos momentos, la autoconciencia del propio ser y, al mismo tiempo, la apertura a todos los que, encontrándose en situaciones análogas, puedan colaborar con el movimiento de protesta o con el estado de rebelión o de excepción. Los
Indignados pueden afirmar que ellos viven un estado de rebelión como respuesta a un estado de excepción, se han encontrado en la situación de imponer un retorno a un uso del Estado como comunidad participativa, en contra de lo que ha sido hasta ahora el Estado, una comunidad representativa. La cuestión es si hoy, en la situación actual, la participación puede ser compatible con la representación. En efecto, la democracia participativa es el sistema de legitimación con el cual el pueblo controla a las instituciones representativas. Para Dussel “la democracia representativa es necesaria y conveniente, porque responde a un principio de realismo político. No es posible gobernar en una asamblea permanente de millones de ciudadanos. Pero de ahí a la aceptación y a la no institucionalización de la democracia participativa, hay mucha distancia” y hoy la democracia representativa está en una profunda crisis ya que “la representación se está corrompiendo en todos los países en este momento; si los gobiernos vegetan en la impunidad, es porque el pueblo no tiene instituciones participativas de fiscalización”
[17].
Los Indignados son la vanguardia de un movimiento de protesta radical y del establecimiento de un estado de rebelión que lleva al sistema dominante a un replanteo de sus valores fundantes y, esperablemente, a su caída. Naturalmente, no se puede apuntar de manera directa al abatimiento del sistema dominante pero sí se puede -e incluso se debe- luchar antes que nada por la propia dignidad, por la propia vida, por el propio presente y por el propio futuro. Cada uno debe involucrarse por sí mismo, porque no hay otra alternativa y no hay otro mundo más allá del que pueda nacer de la propia lucha. No es tan escandaloso que Dussel reivindique la experiencia revolucionaria leninista y maoísta de la guerra partidaria, entendiéndola como la guerra de aquellos que toman partido, que participan, que son parte de la sociedad civil y que a partir de su posición en la sociedad civil defienden sus razones y, sobre todo, reivindican su derecho a la vida.
Si consideramos a la política puesta en acto por los
Indignados veremos inmediatamente un hecho extraordinario: el retorno a los lugares originarios de la política, las plazas. Las plazas ocupadas, las asambleas constantes, las discusiones sobre todos los detalles de la cuestión analizada, con pleno respeto a las posiciones opuestas y sin presencia de organizaciones políticas tales como los partidos, subordinados a la lógica de la prevalencia de una tesis sobre otra, son rasgos típicos de la auténtica política, no sólo de su versión democrática sino de la política a secas. La política nace de la confrontación dialéctica entre seres humanos que, aún diferentes, consideran oportuno discutir sus tesis en público. Ocupar espacios, volverse
res extensa, para decirlo con el léxico de Descartes, no es sólo una referencia a una tradición política pasada sino que es la denuncia de que a los
Indignados sólo les ha quedado el propio cuerpo (
res extensa) y no alcanzan a gestionarlo, a satisfacer las necesidades animales de los hombres, tales como comer, abrigarse, encontrar lugares donde habitar. Precisamente el habitar el espacio público urbano es una forma de protesta ancestral y originaria más que original. Castells añade: “Los espacios ocupados (…) crean comunidad y ésta se funda sobre el estar juntos, que a veces es un mecanismo psicológico primario para superar el miedo. Y superar el miedo es el umbral fundamental que los individuos deben superar para poder involucrarse en un movimiento social”
[18]. Pero, más allá del espacio urbano, Castells invita a ocupar el espacio en redes porque esto crea autonomía. Se crea una nueva forma de espacio político.
Los Indignados han hecho todo esto mostrando que las instituciones políticas no son capaces de resolver las necesidades de la sociedad civil. El Estado democrático parlamentario, tal como lo conocemos, demuestra claramente su incapacidad para resolver los problemas de grandísimos sectores de la sociedad civil. Por este motivo los Indignados representan hoy la punta más avanzada del desarrollo político de la sociedad civil. Y tienen la posibilidad de transformarse en algo más si sus asambleas pueden transferirse de las plazas a las fábricas, si la clase obrera copia su ejemplo y comienza a discutir no sólo la gestión de la fábrica sino la organización del trabajo y las estrategias de desarrollo económico. Piénsese en el importante intento, hoy en curso, de vaciamiento y traslado de los grandes emprendimientos productivos y en la forma en que la clase obrera podría afrontarlos con asambleas en las que se discuta la deslocalización o el adelgazamiento del proceso productivo. Naturalmente, para sostener estas formas asamblearias de autogestión económica sería necesaria la intervención de instituciones políticas que garanticen el control obrero de esas fábricas abandonadas por el capital luego de haber recibido fondos estatales para estimular la producción. Esto fue precisamente lo que ocurrió en Argentina en 2001 y 2002, cuando el gobierno peronista apoyó la expropiación obrera de las fábricas que los patrones habían dejado abandonadas a su suerte. El apoyo gubernamental no duró mucho, porque los partidos obreros no tuvieron la fuerza para ocupar democráticamente las instituciones a causa de su reducidísima fuerza electoral. Primero la nueva construcción de significado y luego la potestas, las instituciones, pero bajo el control de los soberanos del Estado, los ciudadanos.
Las instituciones políticas están hoy ocupadas por una elite que las utiliza como instrumentos de explotación de las comunidades nacionales. Los líderes son puestos y fagocitados por los medios de comunicación masiva y sus programas son digeridos como slogans publicitarios (en ese sentido no es casual que Chávez se presentara en un programa de TV como si se tratara de una estrella de la comunicación televisiva), porque hoy los medios en vez de ser “
expresión de la opinión pública” se han transformado en “
formadores o
coformadores de la opinión pública”
[19]. Apenas concluida su experiencia política los líderes desaparecen, como los slogans publicitarios y se olvidan sus programas, que tiene fecha de vencimiento como productos alimenticios. Pero se siente la necesidad de líderes porque se siente la necesidad de política y así como los líderes están destinados a desaparecer la clase dirigente permanece, cada vez más alejada de los ciudadanos, corrupta por el ejercicio de su propio poder. No se puede, en embargo, dejar el poder de elección de los líderes en manos de los medios de comunicación.
La clase dominante se limita a distinguir
potentia de
potestas y pone a la segunda contra la primera. Para volver aún más eficiente esta contraposición, en un momento de agudísima crisis como el actual, son llamados a ocupar las instituciones, la
potestas, los técnicos, personajes de los que se requiere como dote política indispensable una grisura humana, porque no deben movilizar a las masas ni mucho menos hacer surgir en ellas sentimientos eufóricos o de participación política. El carácter anónimo o anodino de las instituciones puede golpear aún más eficazmente sobre la vida cotidiana, hasta en la corporeidad de los ciudadanos, cada vez más excluidos del ejercicio de la
potentia, hasta el punto de no reconocerse como sujetos de
potentia sino como objetos del ejercicio violento de la
potestas. El poder se aleja cada vez más de la vida real, de la vida cotidiana de los seres humanos, transformándose en una red interconectada que intercambia informaciones y controla todos los ámbitos de la actividad humana. Castells sostiene que quienes detentan el poder son ahora una nueva clase de técnicos: “Los
programadores capaces de programar las redes más importantes de las que depende la vida de las personas (…). Y los
gestores que se ocupan de la conexión entre las distintas redes”
[20]. A los ciudadanos les resta únicamente la indignación, un sentimiento de pérdida de valor. La clase dominante no alcanza a gobernar la vida cotidiana, sea porque la clase dominante está corrompida, es decir, alejada de la comunidad, porque usa su propio poder, la
potestas, contra la comunidad o porque es sierva de la otra clase dominante, de la económica, la verdadera clase dominante globalizada que, a su vez, es dominada por sectores ligados al capitalismo financiero, a la mera apariencia del capital, para decirlo con palabras de Hegel.
Este es un punto crucial de la cuestión del estado de indignación o de rebelión que estamos viviendo porque aquí se presenta una cuestión ética y política al mismo tiempo que, según Dussel, aclara las relaciones entre ética y política. Sostiene Dussel: “Hay entonces que comprender primero que la “ética” de ninguna manera se corrompe “metiéndose” en política, porque si se corrompiera al “meterse” en cada campo práctico (…) no serviría para nada. Su función, exactamente, es ser subsumida en cada campo práctico para instaurar dentro de ellos un régimen
normativo que los haga posibles y no contradictorios. También la economía sin ética se hace imposible. Sobre la
imposibilidad del capitalismo, por estar fundado en la injusticia (…) del no pago (…) del plusvalor, Marx desarrolló su
crítica al capitalismo. […] Los efectos del no cumplimento de los principios normativos (…) son la destrucción de los individuos y la sociedad que terminan por corromperse”
[21]. Para Dussel, por lo tanto, el no respeto de los principios normativos de un sistema práctico, como por ejemplo el capitalismo, fundado sobre los principios de la revolución política burguesa, esto es “Libertad, igualdad, fraternidad”, acaba por corromper al sistema mismo, a la sociedad que lo expresa y a los individuos que la componen. Se deben, entonces, realizar
in toto los valores que han sido negados o bien fundar un nuevo sistema de valores y, entonces, un nuevo sistema económico y social. Castells indica una forma de lucha que supera la “mera negatividad” y que se transforma en una acción práctica incisiva: “El contrapoder, el intento deliberado de transformar las relaciones de poder, toma cuerpo en la reprogramación de las redes alrededor de los intereses y valores alternativos y/o en la interrupción del intercambio dominante en el pasaje entre redes de resistencia y cambio social”
[22]. Castells no dice cuáles son estos valores alternativos pero, en tanto alternativos, no son los existentes. Por momentos parece acercarse hacia posiciones más radicales, aunque no se explaye sobre los fundamentos éticos de estas posiciones.
Las castas financieras se fundan en la abstracción del capital, es decir, en el capital que de capital constante se vuelve una simple representación numérica de la propia existencia, una cifra sobre una cuenta que, en cuanto cifra, puede viajar a la velocidad de la luz por el globo para transformarse en acciones, rehacerse como capital, volverse fondos de inversiones y así sucesivamente. Esta es la nueva forma de existencia del capital, que cada vez se parece más a un vampiro que aletea en la noche de la crisis en busca de una víctima a la que chuparle la sangre, tal como lo imaginó Marx. Este capital, este vampiro, necesita de un capital constante a través del que retomar su existencia concreta, sin el cual corre el riesgo de desvanecerse en la nada de la que vino. Así tiene la necesidad de transformarse en préstamos a largo plazo para casas en los Estados Unidos o en España, pero luego debe retornar como billetes para ser reinvertido en fábricas o, para decirlo mejor, en trabajo vivo. Si no alcanza a volver rápidamente a su existencia en forma de trabajo vivo corre el peligro de disminuir en cantidad o incluso de desaparecer, tal como se puede ver cotidianamente en estos días. A la mañana los medios nos dicen hasta qué punto se ha desvanecido la consistencia accionaria de nuestros bancos, de nuestros vampiros, que vuelven al mercado para encontrar nuevos capitales mientras pagan millones de euros al año, y en algunos casos al mes, a sus directivos, otros vampiros que se alimentan de la sangre de los bancos que dirigen.
Esta imagen truculenta es la representación del capital que está alcanzando una de sus formas más acabadas de funcionamiento, precisamente el capital financiero. Marx ya había anticipado esta fase del capital. ¿Será una fase final? Hay muchas señales de que podría serlo, no porque haya un enemigo que pueda abatir al capital, como pensaba hacer el comunismo, sino porque el capitalismo se funda en un metabolismo destructor, es un monstruo que se devora a sí mismo, porque está inficionado de un espíritu animal de continua y constante explotación del trabajo vivo. Pero también es cierto que estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el trabajo vivo se ofrece al capital pero este no tiene suficiente fuerza como para emplearlo en masa. Lo está empleando muy lentamente y ésta es su crisis. Millones de seres humanos mueren de inanición en los márgenes del mundo capitalista y otros millones viven penosamente en su interior. A ambos se les ha negado el momento de reproducción de su vida, aquél que el fordismo garantizaba bajo la forma de consumismo. Para consumir son necesarios medios de adquisición, pero la ultraproductividad del sistema lleva a la contratación de trabajadores temporarios donde podrían emplearse trabajadores fijos, al aumento de los monopolios y a su defensa, como en el caso del sistema bancario, que no concede créditos a los productores de base
[23]. El proyecto de vida capitalista no puede extenderse a todos, lo que está claro hace tiempo, pero ni siquiera los excluidos pueden quedarse esperando cuando ven que se les niega una vida digna de ser vivida. Así una pequeña patrulla de estos excluidos, los jóvenes, ocuparon las plazas limitándose, hasta el momento, a decir: estamos
Indignados. ¿Qué harán luego?
Artículo escrito para Herramienta. Tradujo del italiano Pedro Perucca.
[1] Véase M. Castells,
Reti di indignazione e speranza. Movimenti sociali nell’era di Internet, trad. it. B. Parrella y G. Barile, Università Bocconi, Milán, 2012, p. 27.
[2] Samir Amin, “La primavera árabe del 2011” en
Herramienta nº 47, julio de 2011, Buenos Aires, p. 128.
[4] Véase M. Castells,
op. cit., pp. 11-23. ¡Castells habla de las protestas con ollas de los islandeses sin siquiera mencionar que éstas tuvieron el extraordinario precedente de los
cacerolazos argentinos o que los islandeses ejercieron ante su gobierno un poder cívico que ya está previsto en la Constitución venezolana!
[5] E. Dussel, “Democracia participativa, disolución del estado y liderazgo político” en E. Dussel,
Carta a los indignados, México,
La Jornada, 2011, p. 66.
[6] M. Castells,
op. cit., p. 25.
[7] M. Castells,
op. cit., p. 25.
[8] E. Dussel, “Meditaciones desde coyunturas políticas”, en
op. cit., p. 103.
[9] E. Dussel, “Democracia participativa, disolución del estado y liderazgo político”, en
op. cit., p. 33.
[11] E. Dussel, “Meditaciones desde conyunturas políticas” en
op. cit., p. 91.
[12] M. Castells,
op. cit., p. 101.
[13] M. Castells,
op. cit., p. 18.
[14] M. Castells,
op. cit., p. 116-117.
[15] E. Dussel, “Democracia partecipativa, disolución de lo estrado y liderazgo político”, en
op. cit., p. 38
[16] M. Castells,
op. cit., p. 43.
[17] E. Dussel, “Meditaciones desde coyunturas políticas” en
op. cit., p. 99.
[18] M. Castells,
op. cit., p. 23.
[19] E.Dussel, “Meditaciones desde coyunturas políticas”, en
op. cit., p. 128.
[20] M. Castells,
op. cit., p. XXII.
[21] E. Dussel, “Meditaciones desde coyunturas políticas”, en
op. cit., p. 148.
[22] M. Castells,
op.cit. p. XXII.
[23] Véase Nicolas Gonzaléz Varela, “Stato Nascente: Reflexiones sobre el Movimiento 15-M”, en
Herramienta Nº 47, julio de 2011, p. 166.