22/12/2024
Por Katz Claudio
Resumen
Nuestra reformulación de la teoría de la dependencia ha sido malinterpretada por dos críticos. Desconocen que las transferencias de valor son más esclarecedoras del origen del subdesarrollo que la superexplotación. Ignoran también que esa dinámica explica la expansión contemporánea de China y el distanciamiento de Corea del Sur de Brasil o Argentina. No registran cómo el valor diferencial de la fuerza de trabajo permite comprender la localización de las inversiones transnacionales.
Además, postulan caracterizaciones contradictorias de la superexplotación, al afirmar que es peculiar de la periferia, que se ha extendido al centro y que se remonta al siglo XIX. Más problemática aún, es la rudimentaria identificación del concepto con el padecimiento laboral.
El dependentismo se empobrece desconociendo la problemática de la renta, omitiendo a los antecesores de su teoría e impugnando las convergencias con otros pensadores. La despolitización impide evaluar el sentido del debate.
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El debate suscitado por un capítulo de nuestro libro sobre la dependencia (Katz, 2018a) se desenvuelve por tres carriles. El primero busca dirimir si los principales determinantes del subdesarrollo son las transferencias de valor o la superexplotación. El segundo pretende clarificar el contenido, alcance y actualidad de este último concepto. El tercero intenta esclarecer las implicancias metodológicas y políticas de la teoría marxista de la dependencia.
Como ya es habitual en la izquierda, los cuestionamientos más duros provienen del propio palo. Los autores afines a la concepción reivindicada en el texto consideran que mi enfoque “no tiene nada que ver” con esa teoría. Consideran que “destruye sus cimientos” y conduce a la “claudicación” (Osorio, 2018a, 2018b, 2018c). Además, estiman que mi interpretación desemboca en un “laberinto de confusiones y graves retrocesos” (Sotelo, 2018).
La dudosa universalidad de un modelo
En el libro retratamos cómo las transferencias de valor originaron y recrearon el retraso de la periferia. Esos drenajes se consumaron por senderos productivos (inversión extranjera), financieros (deuda externa) y comerciales (deterioro de los términos de intercambio). Obstruyeron, en la periferia, la repetición de los sostenidos procesos de acumulación que protagonizaron las metrópolis (Katz, 2008a: 289-337).
Esta visión es impugnada por prestar atención a los síntomas ignorando las causas de ese proceso. Priorizaríamos lo secundario omitiendo el papel central de la superexplotación (Osorio, 2018a).
La preeminencia de la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor fue especialmente subrayada por Marini en los años 60. Estimaba que la burguesía brasileña compensaba su desfavorable inserción en el mercado mundial mediante la redoblada sujeción de los asalariados. Esa sofocación acentuaba a su vez el círculo vicioso del subdesarrollo.
Los críticos ratifican la total primacía de esa tesis. Consideran que nuestro replanteo nos ubica en un terreno próximo al neo-desarrollismo (Osorio 2018a). Pero partimos de una mirada semejante a la adoptada por los principales teóricos del marxismo clásico y de posguerra. Todos indagaron las distintas modalidades que asumió la hemorragia de recursos de la periferia en los siglos XIX y XX. ¿O acaso Lenin, Trostky, Luxemburg, Sweezy, Amin y Mandel permanecieron en la superficie de los problemas? En su gran mayoría desconocían el concepto de superexplotación o le asignaban poca relevancia en la determinación del capitalismo dependiente.
Se afirma que la desconsideración de esa categoría nos conduce a indagar los sucesos meramente temporales, en desmedro de los determinantes estructurales del subdesarrollo (Osorio, 2018a). ¿Pero por qué razón las transferencias de valor serían adversidades más transitorias que la superexplotación? Nuestro objetor no explica la lógica de esa diferencia y desconoce que históricamente se ha verificado lo contrario.
En los términos de Marini, la superexplotación constituye un fenómeno peculiar de las economías periféricas, que alcanzaron un significativo desenvolvimiento fabril. Ese fenómeno involucra a un proletariado contemporáneo que cobra salarios inferiores a los requeridos para su propia reproducción. Pero esa clase obrera no era preeminente en América Latina, Asia o África durante el siglo XIX y gran parte del XX. ¿Cómo se explicaría el subdesarrollo en esa multitud de países, en ausencia de la superexplotación? La transferencia de valor al exterior aporta una respuesta sencilla y contundente a ese interrogante.
Se podría contraargumentar que los recursos drenados siempre surgieron del trabajo expropiado a las clases oprimidas. Pero en el pasado, esa confiscación se nutría del sobretrabajo precapitalista, campesino y artesanal, que precedió a la consolidación fabril. Además, la industrialización brasileña posterior sólo se extendió a la periferia superior y no introdujo un modelo predominante en el grueso de las economías subdesarrolladas.
Para dilucidar el origen del subdesarrollo, las transferencias de valor aportan instrumentos más consistentes que la superexplotación. ¿Esa ventaja analítica se extiende a la actualidad?
Respuesta a los grandes interrogantes
Lo ocurrido en América Latina en las últimas cuatro décadas no esclarece el debate en curso. Todos coincidimos en destacar el agravamiento de la dependencia en incontables planos. La primarización, el extractivismo, la regresión industrial de Sudamérica (o su remodelación en Centroamérica) han acentuado la sumisión económica y el consiguiente subdesarrollo de la región. Las transferencias de valor que desencadenaron esa regresión se asientan en la degradación padecida por los trabajadores. La forma en que se han combinado ambos procesos no clarifica demasiado nuestras divergencias.
Por el contrario, lo sucedido en Asia aporta un interesante test para evaluar el contrapunto. La impresionante conversión de esa región en el taller del mundo ha introducido un gigantesco cambio en la economía mundial que pone a prueba la consistencia de los enfoques discordantes.
Mientras que China se ha transformado en una potencia central, la nueva distancia que separa a Corea del Sur de sus viejos pares de Brasil o Argentina es contundente. ¿Cómo han incidido la superexplotación y las transferencias de valor en esas enormes mutaciones?
El primer concepto podría esclarecer una dinámica inicial. Los grandes capitalistas internacionales se desplazaron masivamente a los países asiáticos, para lucrar con las elevadas tasas de ganancia que generó el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Pero ese señalamiento sólo echaría luz sobre el debut del proceso. ¿Cómo se explica la dinámica posterior? ¿China se convirtió en la segunda economía del planeta profundizando, manteniendo o abandonando la superexplotación?
La simple aplicación del modelo inicial de Marini choca con lo ocurrido en ese país. En lugar de perpetuar el subdesarrollo, China ha saltado varios escalones en la división global del trabajo. Quiénes prefieren cerrar los ojos ante esa transformación, simplemente observan al nuevo gigante como un miembro más del “Sur Global”. Pero esta imagen choca con la abrumadora supremacía comercial y financiera de Beijing. No es un par de la periferia. Es un gran acreedor e inversor externo de las economías africanas, latinoamericanas y asiáticas.
En China tampoco se ha corroborado otro desemboque clásico de la superexplotación. En lugar de la conocida retracción del mercado interno por la primacía asignada a la exportación, se ha verificado una enorme expansión del poder adquisitivo. La gigantesca masa de nuevos consumidores ilustra aumentos en el valor de la fuerza de trabajo y no remuneraciones por debajo ese nivel. ¿Cuál sería la explicación de estas transformaciones con un modelo analítico centrado en la superexplotación? ¿Esa modalidad prevaleció al principio y luego se extinguió? ¿Operó un misterioso modelo de superexplotación sin deterioro de la demanda, ni restricción del poder de compra?
Esos interrogantes quedan resueltos si se recurre a la hipótesis rival. La nueva potencia acumuló internamente los excedentes que, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, drenaba al exterior. La revolución socialista –y el consiguiente desarrollo no capitalista– permitieron sepultar primero el pasado semicolonial. Posteriormente, el país se amoldó a la globalización –con un régimen capitalista diferenciado del neoliberalismo– que evitó las hemorragias al exterior del valor generado internamente.
El evidente determinante de esa expansión ha sido la reinversión local de los excedentes. Se verificó un proceso opuesto al padecido por las economías dependientes que recrean el subdesarrollo. Ese movimiento inverso explica la continuada expansión a tasas de crecimiento del 11% anual, que colocaron al país en el tope del ranking mundial.
Frecuentemente se elude esa conclusión expulsando a China del debate. Pero si el modelo de la superexplotación no sirve para evaluar el principal cambio de la época, ¿cuál es su utilidad?
También se pueden soslayar los problemas apelando al expeditivo recurso de la “excepción”. Este auxilio es invocado para explicar la expansión de Corea del Sur. Se atribuye su crecimiento a una inédita regulación de la economía, implementada por un estado igualmente singular (Osorio, 2018a).
¿Pero entonces tampoco allí prevaleció la superexplotación? ¿Los ministros interventores de una sanguinaria dictadura militar atemperaron esa confiscación de los trabajadores? ¿Cómo se consumó semejante excepción? ¿Y por qué se desviaron del sendero clásico del dependentismo utilizando los excedentes para la acumulación local?
El cúmulo de preguntas sin respuestas, impide arribar a algún resultado medianamente consistente.
Por el contrario, el énfasis en la dirección de las transferencias de valor provee pistas más sólidas. Como Corea se transformó en un importante eslabón de la industria contemporánea, las clases dominantes captaron una parte significativa del excedente.
Una variedad de condiciones económicas y geopolíticas determinaron la creciente reinversión de esos fondos, en lugar de su filtraje al exterior. De esa forma, se consolidó la inserción del país en un segmento intermedio de la división global del trabajo.
En resumen, la reducida transferencia de valor explica el nuevo lugar de China en los estratos superiores de la economía mundial. Y la dimensión acotada de esos mismos flujos determinó el distanciamiento de Corea del Sur de Brasil o Argentina. La dinámica de las transferencias aporta las respuestas que la tesis de la superexplotación no logra encontrar.
Desarrollismo y explotación
¿Nuestra insistencia en la centralidad de las transferencias se contrapone con la atención prioritaria en la explotación? Los críticos estiman que sí y por eso nos ubican el universo neodesarrollista.
Pero al igual que todos los marxistas, postulamos que los fondos drenados al exterior se basan en una apropiación del esfuerzo laboral de los trabajadores. Esos recursos expatriados no surgen mágicamente del aire, ni son gratuitamente provistos por la naturaleza. Se nutren del sudor de millones de oprimidos. Nuestra gran divergencia con el desarrollismo radica en esa puntualización. Ellos resaltan las pérdidas sufridas por los países periféricos (observando tan sólo las desgracias nacionales) y nosotros cuestionamos su omisión de los tormentos sociales subyacentes.
Osorio olvida esta distinción básica al clasificar mi enfoque en el casillero de la heterodoxia y al situar el suyo en el universo del marxismo. Ignora que cualquier debate en torno a la superexplotación es intrínsecamente ajeno al neodesarrollismo, puesto que esa corriente simplemente desconoce el proceso elemental de la plusvalía. Jamás podría registrar la controvertida dinámica de pagos de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, si ignora la norma previa de remuneraciones acordes a esa magnitud.
Nuestro fiscal podría confirmar la distancia conceptual que nos separa del mundo desarrollista, neodesarrollista, socialdesarrollista y posdesarrollista, hojeando un libro reciente sobre esas vertientes (Katz, 2015: 139-236). Pero en lugar de indagar esa lejanía, corrobora sus sospechas observando parentescos idiomáticos. Estima que utilizo las mismas denominaciones (economías atrasadas y avanzadas) y clasificaciones (países desarrollados, intermedios, retrasados) que la rechazada corriente. Considera que omito el fundamento de clase rector de esos ordenamientos (Osorio, 2018a).
Pero él mismo viola esos principios de pureza lingüística, con reiteradas menciones al capitalismo dependiente, la periferia y el subdesarrollo. Ninguno de esos términos es patrimonio del marxismo. Forman parte del vocabulario desplegado por distintas vertientes del pensamiento para describir la jerarquía imperante en la economía mundial. Ese retrato es el punto de partida de los conceptos en disputa. La interpretación marxista se distingue por su específica elaboración de esas nociones y no por el uso de términos peculiares.
Los pensadores de esa tradición nunca buscaron remodelar el diccionario. Recurrieron a las denominaciones habituales de cada época, para esclarecer los problemas en debate. El mismo criterio debería regir en la actualidad, para entender procesos sujetos a novedosas denominaciones (emergentes) y metáforas (norte-sur).
Mi indisciplina terminológica es también objetada en la caracterización de los valores internacionales altos, medios y bajos de la fuerza de trabajo. Esos conceptos pecarían de sintonía con los utilizados por organismos como la CEPAL o la ONU. Pero justamente esas categorías aluden a una noción rigurosamente marxista (valor de la fuerza de trabajo), contrapuesta a la diversidad de ingresos que describen esas instituciones.
Se cuestiona igualmente que mi esquema desconecta los salarios del proceso subyacente de acumulación y restringe el análisis a la esfera de la circulación (Sotelo, 2018). Pero nuestro planteo justamente remarca los determinantes productivos de la diversidad salarial contemporánea.
Señalamos la preeminencia de distintos valores de la fuerza de trabajo en las economías centrales, intermedias y periféricas, para conectar los promedios salariales con el lugar que ocupa cada país en la jerarquía económica mundial. Con ese modelo intentamos facilitar la comprensión del arbitraje salarial que realizan las empresas transnacionales para definir la localización de sus inversiones (Katz, 2018a: 263-289).
Mi cuestionador estima que ese razonamiento diluye las diferencias cualitativas que separan al capitalismo central del dependiente (Osorio, 2018a). Pero es evidente que nuestro enfoque resalta exactamente lo contrario. Ilustra la concordancia de las brechas nacionales de salarios con la inserción internacional de cada país.
Lejos de atribuir la estratificación global a las divergencias de los salarios, conectamos esas remuneraciones a los procesos históricos que configuran la jerarquía mundial. Quiénes interpretan que el debate en curso no guarda ninguna relación con la globalización o el neoliberalismo (Sotelo, 2018) deberían analizar con mayor atención el sentido de nuestras clasificaciones.
Ese esquema destaca que las transferencias de valor –determinantes de las brechas globales– no siguen rumbos arbitrarios. Están sujetas a corrientes de inversión guiadas por la búsqueda de ganancias surgidas de la explotación. Como esos beneficios dependen de los salarios y la productividad imperantes en actividades del mismo tipo, las inversiones se desplazan por el mundo tomando en cuenta los valores nacionales de la fuerza de trabajo.
La explotación ofrece, por lo tanto, un criterio comparativo para analizar ese proceso. Es un principio general que clarifica la dinámica actual del capitalismo. La superexplotación no provee, en cambio, un parámetro equivalente. Por su restrictivo alcance, involucra situaciones fragmentarias por país, sector o conglomerado, que no incluyen a la mayoría de los trabajadores. En esa diferencia se fundamenta nuestra preferencia analítica por una noción de explotación, inscripta en el formato clásico del marxismo.
La exclusividad inicial de la periferia
El segundo tema en debate es la peculiaridad de la superexplotación. Nuestra mirada postula que esa forma de opresión se ha generalizado y afecta a las franjas más vulnerables de los asalariados de todas las economías. El pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo no distingue a las regiones avanzadas de las subdesarrolladas. En todos los países existen sectores explotados formales e informales y segmentos más vulnerables sometidos a la superexplotación. Esa fractura es muy visible en la división que separa a los asalariados estables y precarizados de todas las economías (Katz, 2018a: 263-288).
Nuestra formulación es nítida: la superexplotación persiste en la actualidad, se ha extendido a todo el planeta, involucra a una porción menor de la clase trabajadora y no constituye el elemento diferenciador del centro y la periferia.
La caracterización de Osorio es por el contrario muy vacilante. Intenta amalgamar tres diagnósticos incompatibles. Primero afirma que la superexplotación continúa operando como la gran divisoria de las economías desarrolladas y periféricas. Luego señala que con la globalización esa desventura se ha extendido a la metrópolis y finalmente estima que la misma adversidad se remonta a la época de Marx.
Los tres señalamientos son obviamente contradictorios. Si la superexplotación persiste como especificidad de la periferia, no puede generalizarse al centro. Si en las últimas décadas se introdujo en los países desarrollados, no se remonta a los años de Marx. Y si ya estaba presente en el XIX carece de especificidad contemporánea.
El crítico reafirma ante todo la primera tesis, que remarca la presencia de la superexplotación en los países subdesarrollados. Añade que esa preeminencia no es sinónimo de pauperización absoluta e interpreta que nuestro enfoque contiene esa errónea identificación (Osorio, 2018a).
Pero no especifica dónde establecemos una semejanza que explícitamente objetamos. Justamente porque a nuestro entender la vigencia de la superexplotación en el grueso de la población laboral (del centro o la periferia) implicaría su empobrecimiento absoluto, restringimos su alcance a una minoría de los desposeídos.
Osorio coincide en cuestionar esa asociación, pero contradictoriamente acepta la vigencia de ingresos por debajo del valor de la fuerza de trabajo, para el grueso de los asalariados de la periferia. No registra que esa situación amenazaría la subsistencia de los asalariados. Es lo que ocurría con los esclavos y no sucede con el proletariado.
Es cierto que los capitalistas individuales buscan exprimir al máximo a los trabajadores. Pero la misma dinámica de la acumulación obstruye esa succión por encima de un límite e impone techos a la masificación de la superexplotación. Por esa razón, los salarios nunca se divorcian por completo del incremento de la productividad. Además, el propio estado burgués protege la fuerza de trabajo de su potencial aniquilamiento. El capitalismo no podría convalidar la destrucción de su fuente de lucro. Las tendencias destructivas de la fuerza laboral afrontan contrapesos que garantizan su preservación.
El crítico resalta la especificidad de la superexplotación en la periferia ilustrando cómo el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor impide la adquisición de los bienes requeridos para el desenvolvimiento normal de los asalariados (Osorio, 2018a). Estima que la masa de consumos aumenta en menor medida que las necesidades de los trabajadores. Se incrementa por ejemplo la compra de heladeras o celulares, a costa de la salud y la educación. Por eso los afectados sobreviven en condiciones muy penosas (Osorio, 2018b).
Pero esta acertada descripción –compartida por muchos marxistas– constituye un simple retrato de la explotación. El capitalismo, gobernado por la competencia y el beneficio, amplifica la irracionalidad del consumo. En lugar de privilegiar la adquisición de bienes esenciales, incentiva los gastos superfluos.
El desbalance en la canasta de compras no es un resultado singular de la superexplotación. Es una típica adversidad del sistema. Presentaría esa especificidad si añadiera un agobio terminal a los sufrimientos corrientes, que imposibilitara la reproducción del trabajador. La superexplotación como norma en la periferia sólo regiría en las circunstancias de pauperización total que Osorio ha descartado.
Los enredos de la extensión
En la segunda interpretación de la superexplotación, nuestro objetor considera que el fenómeno se ha extendido en las últimas décadas al centro (Osorio, 2008c). Retoma la misma sugerencia que expuso Marini en su madurez. Pero el sentido de esa ampliación es justamente el detonante de la controversia en curso. Si se acepta el nuevo dato, la superexplotación ya no constituye un mecanismo exclusivo de las economías industrializadas de la periferia. Si por el contrario se rechaza ese ensanchamiento, queda inexplicada la creciente precarización laboral en los países desarrollados.
Osorio se autoexime de afrontar ese dilema. Declara que “existen discrepancias sobre el alcance que presenta la ampliación de la superexplotación” (Osorio, 2018c). Pero no especifica quiénes son los protagonistas de esas divergencias y cuál es su contenido. Con frases entrecortadas y misteriosos interrogantes elude el problema.
Podría evitar esa evasión reconociendo que la superexplotación se ha generalizado con impactos muy diferentes en cada región. Pero como esa constatación chocaría con su primer planteo de exclusividad periférica, desplaza el problema hacia diferencias en el terreno del consumo. Señala que la flaqueza de los trabajadores como clientes del mercado interno convierte a la superexplotación en un “mecanismo fundamental” del capitalismo dependiente. Esa estrechez –a su vez resultante de la sobrepoblación y del modelo exportador– determinaría la existencia de un poder de compra muy inferior a las metrópolis (Osorio 2018c, 2017).
Esa diferencia es ciertamente significativa y se verifica en la vigencia de normas de consumo muy divergentes. Pero las brechas en el poder adquisitivo, que Osorio atribuye localizaciones o magnitudes distintivas de la superexplotación, obedecen, en realidad, a los valores divergentes de la fuerza de trabajo en el centro y la periferia.
Es evidente que todo el debate sobre la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor tiene relevancia si contribuye a esclarecer los procesos laborales contemporáneos. En este terreno, el cambio más significativo es la generalizada segmentación entre trabajadores formales e informales. La brecha que despuntaba en los años de Marini se ha convertido en el rasgo dominante del siglo XXI. Se verifica en la bipolarización de empleos que acompaña a la revolución digital y en la creciente utilización política de la fractura laboral para introducir discriminaciones étnicas, raciales y religiosas.
Esta segmentación aceita un modelo de acumulación flexible que requiere la simultánea reproducción de asalariados calificados y degradados. El primer grupo garantiza la continuidad de los procesos complejos de producción y el segundo la fabricación en masa.
¿Cuál de las dos caracterizaciones en disputa facilita la interpretación de este nuevo escenario? Nuestra mirada de la superexplotación como un fenómeno generalizado y al mismo tiempo acotado permite el registro y análisis del problema. Destaca que esa reestructuración del proceso de trabajo se asienta en la vigencia de dos modalidades de explotados (formales e informales) y una de superexplotados en todo el mundo. Señala además que, con proporciones muy distintas al centro, una misma dualización laboral se verifica en la periferia (Katz, 2018b).
Osorio no aporta ninguna reflexión sobre el tema. Se limita a reafirmar la continuada vigencia del viejo formato de la superexplotación, junto a su expansión a otras latitudes. La gran segmentación del proceso laboral en el capitalismo del siglo XXI no tiene cabida en su esquema analítico.
¿Una categoría desde Marx?
En la tercera interpretación de la superexplotación, el crítico no circunscribe esa modalidad a la periferia, ni la extiende al centro. Ahora la retrotrae al siglo XIX. Destaca que Marx concibió el pago de la fuerza de trabajo por su valor como un supuesto provisional para debatir con otras escuelas el origen de la ganancia. Cumplida esa misión, habría postulado que el capitalismo tiende en forma recurrente a sub-remunerar a los asalariados (Osorio, 2018a).
Es evidente que esa interpretación socava la centralidad de la plusvalía en todo el razonamiento de El capital. Ese excedente no obedece a la simple indefensión de los asalariados. Emerge de un intercambio de mercancías por su valor. Como la fuerza de trabajo genera más valor que el requerido para su reproducción, el capitalista obtiene una diferencia que convierte en ganancia. En ese principio se sostiene el funcionamiento del sistema.
Ese fundamento ha sido enunciado por incontables generaciones de marxistas, para demostrar el pilar objetivo de la explotación. Bajo el látigo de la competencia, tanto los capitalistas benévolos como sus pares sanguinarios, quedan sujetos a las mismas reglas.
Los piadosos no pueden otorgar remuneraciones excesivas y los negreros no logran pagar sumas insignificantes. La norma de la explotación rige la conducta de los patrones, limitando los desvíos hacia arriba y hacia abajo del valor de la fuerza de trabajo.
Marx remarcó reiteradamente esa tesis básica y expuso distintas excepciones, para corroborar la generalidad de esa regla. La superexplotación constituye justamente una anomalía de ese tipo. Ha existido siempre, pero nunca como cimiento del capitalismo.
El trabajador debe cobrar habitualmente por el valor de su fuerza de trabajo. Si pudiera sustraerse a ese parámetro erradicaría su condición del asalariado. Y si cobrara por debajo de ese nivel, no podría garantizar la continuidad de su actividad laboral.
Tradicionalmente se ha impugnado la plusvalía afirmando que los asalariados perciben ingresos equivalentes al trabajo que realizan. El error simétrico radica en suponer que las remuneraciones no guardan relación con el mantenimiento de la fuerza laboral. En ese equívoco conceptual se basa la presentación de Marx como un teórico de la superexplotación.
Nuestro objetor reconoce que su razonamiento violenta los principios de la ley del valor (intercambio de equivalentes), que inspira todo el edificio teórico de El capital. Afirma que la presencia de ese supuesto en la primera parte del texto queda anulada por transgresiones posteriores (Osorio 2018c).
Pero semejante divorcio convertiría al libro de Marx en un inconsistente armado de conceptos autodesmentidos. Lo que se ha discutido intensamente es la diferencia analítica entre las nociones expuestas en términos de valor (Tomo I) y precio (Tomo III). Esa distinción metodológica involucra sólo ciertas categorías y no supone la violación de lo expuesto inicialmente.
Si donde se dice pago de la fuerza de trabajo por su valor hay que leer lo opuesto, ¿por qué no extender esa misma negación a otras nociones? La plusvalía, por ejemplo, ¿es un concepto abstracto o rige en la realidad cotidiana? ¿El capitalismo expropia el trabajo ajeno o vulnera ese principio?
La obra de Marx está asentada en la coherencia y no en la autorrefutación. La plusvalía se plasma en la ganancia sin negar su condición previa y lo mismo ocurre con el dinero transformado en capital. Esa lógica se extiende al salario, que expresa el valor de la fuerza de trabajo y no su negación. En cada país y circunstancia se modifica esa cuantía sin ningún divorcio de su fundamento.
Nuestro crítico expone varias citas de Marx para destacar la preeminencia de las sub-remuneraciones a los asalariados (Osorio, 2018c). Se podría responder con toda la biblioteca de referencias opuestas que domina El capital. Pero el viejo recurso de invocar la autoridad del maestro no esclarece nada. En última instancia, el propio Marx podría estar equivocado o desactualizado. Lo importante es la coherencia y la consistencia empírica de un razonamiento.
La presentación del pensador alemán como un teórico de la superexplotación es tan forzada que su propio vocero relativiza ese retrato. Afirma que en El capital hay una tensión permanente entre el cumplimiento y la transgresión de la remuneración de la fuerza de trabajo por su valor (Osorio, 2018c). Pero en ese caso no regiría ninguna norma, sino violaciones sucesivas que imposibilitarían el funcionamiento del sistema.
Al extender la superexplotación al origen del capitalismo, Osorio anula su primera interpretación de esa categoría como sustento del capitalismo dependiente. Pero no registra que, si esa modalidad debutó en el centro, habría que interpretar su llegada a la periferia como una especie de super-superexplotación. Y siguiendo esa misma lógica, el episodio más reciente de extensión al centro implicaría un tercer aditamento del concepto inicial.
En esos enredos desembocan los razonamientos forzados. Para evitar esa madeja conviene recurrir a un diagnóstico sencillo: el capitalismo enlaza a todos los países con formas preeminentes de explotación y modalidades sólo accesorias de superexplotación.
Otro concepto, otro debate
El segundo objetor ha denunciado desde el inicio del debate mi grave capitulación ante los opresores. Considera que el replanteo de la superexplotación diluye las formas más brutales del capitalismo y embellece su funcionamiento (Sotelo, 2017).
Hemos señalado que la simple equiparación de la superexplotación con el salvajismo fabril, distorsiona una controversia centrada en el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. En lugar de evaluar esa remuneración se dilucidan formas contemporáneas de despotismo laboral (Katz, 2018b).
En su nuevo escrito, el crítico rechaza en forma categórica la caracterización de la superexplotación centrada en el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Señala que ese concepto incluye un elemento de expropiación de ese valor, sin explicar qué modificación introduce con ese agregado o cuál es el cambio de interpretación que propone (Sotelo, 2018).
En el texto parecería enfatizar el creciente agobio imperante en la actividad productiva, pero con enigmáticas reformulaciones. Por ese camino oscurece el sentido de la polémica. En ese intercambio de ideas se intenta discernir cuál es la actualidad, alcance o localización de la sub–remuneración de los asalariados. Nuestro replanteo generaliza esa extensión y al mismo tiempo acota su dimensión dentro de cada país, remarcando las diferencias que mantiene con los sectores asalariados formales e informales. En esa redefinición se basa nuestra continuada distinción entre explotados y superexplotados.
Sotelo no aporta ningún argumento contra esta mirada. Su énfasis en la expropiación –en lugar de la sub-remuneración–sólo agregar una cuota adicional de confusión.
En su respuesta inicial también fue muy vago frente al conflictivo dilema de la extensión de la superexplotación al centro. Afirmó que esa modalidad era “constituyente” en la periferia y “operativa” en el centro (Sotelo 2017). Nosotros señalamos que esa caracterización sólo describía trayectorias (surgió en el primer segmento e irrumpió en el segundo) sin definir tendencias o peculiaridades de las remuneraciones percibidas por los trabajadores (Katz 2018 b).
En su nuevo artículo reitera los mismos conceptos, pero profundizando la conexión de los dos términos que introdujo con la intensidad de la explotación (Sotelo, 2018). Los tormentos laborales “constitutivos” –que el capitalismo ensayó en la periferia– se habrían extendido en forma “operativa” a las economías centrales. Con esa fórmula retrata la ampliación de la precarización laboral a todos los rincones de la tierra. Esa descripción es acertada, pero no aporta ninguna luz al debate de la superexplotación.
En su ofuscado escrito termina polemizando con un fantasma. Señala exactamente lo que postulamos desde el inicio: la superexplotación se generaliza al centro y persiste en la periferia. En la mejor tradición talmúdica, los chispazos verbales impiden entender lo que se discute.
¿Irrelevancia de la renta?
El tercer plano del debate transita por clarificar la utilidad de la teoría marxista de la dependencia en la actualidad. Osorio aborda ese interrogante con otra descarga de municiones. Considera que nuestro enfoque necesita el auxilio de otras concepciones para mantenerse en pie. Compensaríamos la ausencia de explicaciones propias, con el auxilio de interpretaciones hostiles al legado de Marini.
Esa mimetización no sólo incluiría la adopción del enfoque de Iñigo Carrera sobre la adversa trayectoria de la renta agraria. También contendría la ingenua expectativa de incorporarlo a la teoría marxista de la dependencia (Osorio, 2018a).
Lo más asombroso de ese reproche es la sorprendente incapacidad de lectura del crítico. Nuestros textos no sólo excluyen la reivindicación del autor mencionado, sino que explicitan contundentes objeciones a sus razonamientos. Osorio me atribuye opiniones que sólo describo para subrayar de inmediato sus defectos.
Destaco que si Argentina capta una renta agraria (generada en el exterior) y facilita su posterior salida del país (a través de mecanismos financieros), el resultado final será el agravamiento de la dependencia. Este argumento apunta a subrayar una contradicción interna de Iñigo Carrera. Lejos de buscar su silenciosa cooptación señalo el contrasentido de su planteo. Osorio no ha registrado este elemental recurso polémico.
Tampoco nota que la principal divergencia con el autor mencionado se ubica en el terreno político. En los capítulos que antecedieron al debate sobre la renta cuestioné la desconsideración de ese pensador hacia el antiimperialismo y destaqué los problemas del internacionalismo abstracto (Katz, 2018a: 196-216.).
En lugar de observar este cúmulo de objeciones, Osorio dispara a diestra y siniestra. Esa ceguera le impide percibir sus propios puntos de afinidad con el defenestrado autor. Ambos comparten la misma valoración de la superexplotación como concepto rector. Esta similitud ilustra hasta qué punto esa categoría no encarna una divisoria de aguas, en la interpretación del escenario contemporáneo.
Tampoco la valoración de la renta define ese tipo de posicionamientos. Pero es importante reconocer la gravitación contemporánea de esa categoría, para superar una desatención del pasado. Ese señalamiento no implica “sobredimensionar el papel de la renta en el subdesarrollo” (Osorio, 2018a). Al contrario, lo peligroso es despreciar la estratégica incidencia de ese excedente, suponiendo que la depreciación relativa de los bienes primarios acota significativamente su incidencia (Osorio, 2018b).
Durante la última década, el superciclo de las materias primas indicó que el comportamiento de esas cotizaciones es mucho más complejo. Está sujeto a una dinámica fluctuante, determinada por razones que exploramos en nuestro libro (Katz, 2018a: 348-350). Por otra parte, la renta no es una peculiaridad de Argentina que sólo interesa a los intelectuales del Cono Sur (Osorio, 2018a). Su malgasto es determinante del subdesarrollo y del extractivismo exportador que afecta a toda la región.
Cómo evaluar una concepción
El riguroso custodio del acervo dependentista también objeta nuestra mirada de esa concepción, como un enfoque o paradigma. Resalta con indignación, que esa teoría esclarece las leyes del capitalismo dependiente. Por eso rechaza nuestro señalamiento de los cuestionamientos que expuso Cueva, a la búsqueda de una legalidad específica de esas formaciones (Osorio, 2018b).
Pero en ningún lado justifica el status metodológico que reivindica. Dirimir si la superexplotación o el ciclo dependiente constituyen leyes equivalentes al valor, la acumulación o la plusvalía, exigiría transitar por intrincadas reflexiones. ¿Los rasgos peculiares de las economías subdesarrolladas detentan el mismo estatuto legal que las reglas generales del sistema capitalista?
La respuesta involucra controversias epistemológicas de gran porte. Pero esas consideraciones seguramente excluirían a otras categorías introducidas por el crítico, como “los estados sub-soberanos” o “los patrones de reproducción volcados al exterior” (Osorio, 2018b). Esos procesos carecen de la universalidad requerida para integrar el paquete de leyes del capitalismo. Cueva justamente alertaba contra ese tipo de sobredimensionamientos, emparentados con la búsqueda de forzadas singularidades latinoamericanas.
Pero el enfado de Osorio no obedece a resquemores filosóficos, sino a nuestro rescate de una figura que mantuvo fuertes divergencias con Marini. La fanática fidelidad a su maestro le impide evaluar esas diferencias con alguna serenidad retrospectiva. El economista brasileño confrontó seriamente con el sociólogo ecuatoriano en torno a la Unidad Popular chilena. Defendió acertadamente los planteos del MIR frente a la estrategia del Partido Comunista que apoyaba su adversario.
Posteriormente ambos pensadores convergieron en una polémica común con los intelectuales pos-marxistas, encandilados por la socialdemocracia. Ese empalme acompañó la reconsideración (también compartida) de varios problemas de la dependencia. A partir de esa convergencia los dos autores aproximaron sus opiniones sobre el antiimperialismo y el socialismo.
Ese encuentro político en la madurez de ambos pensadores es mucho más relevante que el registro de las desinteligencias epistemológicas previas. Resulta indispensable comprender esa primacía para mantener la brújula del análisis. Si se ensaya por ejemplo un juicio de la relación entre Lenin y Trotsky, corresponde priorizar sus posturas frente a la Revolución Rusa. Las discordancias metodológicas anteriores, en torno a la lógica del desarrollo desigual y la dinámica del desarrollo desigual y combinado, son obviamente secundarias.
El apego excluyente de Osorio a Marini se inspira en la cerrada defensa de una sola tradición valedera del dependentismo. Con esa óptica pretende excluir nuestro enfoque de ese privilegiado círculo (Osorio, 2018a). Pero el viejo procedimiento de aceptar o proscribir integrantes de una vertiente del marxismo ya pasó de moda. Es mucho más sensato reconocer la existencia de distintas corrientes en el interior de una misma escuela de pensamiento.
El enriquecimiento del dependentismo exige superar la presentación de Marini, como el fundador de un enfoque excluyente y divorciado de los otros marxistas que estudiaron el subdesarrollo (Sotelo, 2018). Con ese tipo de corte se quiebran las continuidades y se desconocen las convergencias. Al final de tantas cirugías, la ponderada concepción queda inutilizada como instrumento de comprensión del capitalismo contemporáneo.
La despolitización marea
En nuestra respuesta inicial señalamos por qué razón el concepto de superexplotación era políticamente relevante en los años 60-70. Marini criticaba la estrategia de alianzas con las clases dominantes locales (que propiciaban los sectores conservadores de la izquierda) y desplegaba incansables críticas contra las burguesías nacionales. Por eso señalaba cómo esos sectores compensaban sus desventajas internacionales con mayor despojo de los asalariados. Apuntaba todos sus dardos a cuestionar cualquier convergencia en un frente común contra la derecha y el imperialismo.
Ese estrecho nexo entre superexplotación y política revolucionaria quedó posteriormente diluido. Por un lado, la ampliación del concepto a las metrópolis disolvió su exclusiva identificación con las burguesías latinoamericanas. Por otra parte, el carácter regresivo de ese segmento quedó transparentado. En la actualidad, la noción de superexplotación no mantiene ninguna conexión con algún problema significativo de la estrategia anticapitalista (Katz, 2018b).
Estas caracterizaciones sobre el contexto del debate no han motivado ningún comentario de los críticos. No aceptan, ni rechazan, una evaluación que restringe la significación política de la superexplotación a circunstancias ya extinguidas. Se enfatiza por lo tanto la defensa del concepto sin ninguna preocupación por su relevancia política práctica. Esta actitud retrata una afinidad puramente académica hacia esa noción.
Sólo las implicancias neodesarrollistas de mi planteo son aludidas como un efecto preocupante. Pero tampoco aquí se ofrece alguna pista de las consecuencias políticas de adscripción. ¿Frente a qué problema de la última década se verificó esa conexión? ¿En la evaluación del ciclo progresista? ¿En las posturas ante los gobiernos de Lula o Kirchner?
Los críticos tampoco aclaran cuáles serían los efectos del objetado prodesarrollismo en algún debate de la izquierda contemporánea. ¿Incide por ejemplo en la actitud frente al chavismo, la revolución cubana o el ALBA? Ninguno de esos interrogantes suscita respuestas.
En el mismo terreno, el segundo fiscal es más categórico. Sugiere que mi enfoque contiene una sucesión de flaquezas estrechamente conectadas a la indefinición del sujeto proletario en los procesos de emancipación (Sotelo, 2018). Pero tampoco conecta esas acusaciones con algún acontecimiento político. Supone que las discusiones sobre la clase obrera transitan por el mismo andarivel que la evaluación de la plusvalía o la tasa de ganancia. Flota en una nube de abstracciones que sorprendería a los maestros del dependentismo.
En un libro anterior hemos analizado en forma concreta el rol jugado por distintos sectores populares en las rebeliones de Ecuador, Argentina, Venezuela y Bolivia (Katz, 2008:19-38). Nuestro polemista podría por ejemplo exponer cómo se reflejan mis desaprensiones hacia el proletariado, en la caracterización de esos acontecimientos. También podría realizar ese mismo ejercicio con otros escritos. De esa forma lograría corroborar cómo se manifiesta mi inconducta política en algún ámbito terrenal. Pero esa aproximación a la realidad desborda su horizonte.
Por esa actitud, ni siquiera ha registrado nuestra convergencia de posturas frente a la decisiva batalla actual de Venezuela (Sotelo, 2019; Katz, 2019). Ese empalme debería inducirlo a percibir el artificial sobredimensionamiento del debate.
Esa despolitización de la discusión sobre la dependencia disuelve el potencial revulsivo de esa concepción. La fortaleza, prestigio e influencia de esa teoría emergió junto al compromiso militante que asumieron sus partidarios. Esa conducta los indujo a relacionar los interrogantes teóricos con los dilemas políticos de su época. En lugar de continuar esa trayectoria, mis críticos se embarcan en una sucesión de controversias sin norte. De esa forma transforman la teoría de la dependencia en una religión y su defensa en un acto de fe.
El propio debate actual profundizará ese perfil, si persiste como un copioso intercambio de críticas, contracríticas, ultracríticas y supercríticas. El primer fiscal ha implementado una obsesiva difusión de tres versiones de una misma respuesta en tiempo récord. Esa actitud es más afín al narcisismo de las pequeñas diferencias que a una reelaboración seria de la concepción en juego. Para evitar nuestra conversión en sacerdotes conviene abrir un paréntesis en la discusión, a fin de elevar su nivel y madurar su sentido.
Bibliografía
-Katz, Claudio, “Aciertos y problemas del concepto de superexplotación”. En: La teoría de la dependencia, 50 años después. Buenos Aires: Batalla de Ideas Ediciones, 2018 [2018a].
–, “Controversias sobre la superexplotación” (2018) [2018b]. Disponible en: www.lahaine.org/katz
–, Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo. Buenos Aires: Batalla de Ideas Ediciones, 2012.
–, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2008.
–, “Venezuela define el futuro de toda la región” (2019). Disponible en:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=252252
-Osorio, Jaime “Los avatares de una nueva interpretación sobre el subdesarrollo y la dependencia. Notas críticas a la propuesta de Claudio Katz”. En: Herramienta Web 24 (diciembre de 2018). Disponible en: https://herramienta.com.ar/?id=2942 [2018a].
–, “¿Renovación de la Teoría marxista de la dependencia o esbozo de una nueva teoría?” (2018). Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244281 [2018b].
–, “Acerca de la superexplotación y el capitalismo dependiente. Respuesta a Claudio Katz” (2018). Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244034 [2018c].
–, “Teoría marxista de la dependencia sin superexplotación. Una propuesta de desarme teórico para avanzar” (2017). Disponible en: marxismoyrevolucion.org/?p=713.
-Sotelo Valencia, Adrián “¿Una teoría de la dependencia sin superexplotación? Mejor una teoría de la dependencia con superexplotación revisitada y actualizada” (2017). Disponible en: https://www.lahaine.org/mundo.php/critica-a-la-critica-de.
–, “Los caminos de su disolución. .... Insistiendo en una Teoría de la Dependencia sin superexplotación” (2018). Disponible en: https://www.lahaine.org/mundo.php.
–, “El presidente bufo Guaidós, las Fake News y el fracaso de Washington” (2019). Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=253150.
Claudio Katz es Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es www.lahaine.org/katz.