29/03/2024

Los avatares de una nueva interpretación sobre el subdesarrollo y la dependencia.  Notas críticas a la propuesta de Claudio Katz

Por Revista Herramienta

Introducción

Nadie debiera oponerse a priori a una renovación del marxismo y, en particular, de la teoría marxista de la dependencia (TMD). Una postura en tal sentido es propia del dogmatismo y de las creencias religiosas. Pero convocar a la idea de renovación de una teoría para tergiversar o destruir sus cimientos y sus ejes es una actitud a lo menos imprudente, y con mayor razón si quien lleva a cabo esta tarea da a entender que se encuentra en el seno de dicha propuesta teórica.

En estas breves notas me propongo poner de manifiesto que más allá del interés que presentan muchos aspectos de los escritos de Claudio Katz, en los últimos dos años (2016-2018) que no son pocos, predomina en algunos de ellos no obstante un afán de destrucción de los cimientos centrales de la teoría marxista de la dependencia (TMD), en particular, referidos a la categoría de superexplotación, devaluando además la de intercambio desigual y proponiendo establecer una singular adscripción a la propuesta de Juan Íñigo Carrera sobre la renta para explicar el subdesarrollo de la región.

En lo que sigue me detendré en algunos puntos conflictivos en la propuesta de Katz.

 

1. Los límites de un supuesto de Marx en la concreción del capitalismo

El punto inicial de los desacuerdos arranca en su idea de conformar una teoría marxista de la “dependencia sin superexplotación” (2017: 6), esto es, una teoría en donde no se incorpore la violación del valor de la fuerza de trabajo o el pago de salario por debajo de dicho valor. En un escrito reciente (Osorio: 2018) he formulado una respuesta amplia sobre esta propuesta. Por ello aquí me limitaré a destacar sólo algunos aspectos.

Los argumentos de Katz para fundamentar su propuesta anterior son diversos. Entre ellos destaca: que Marx “no dejó ninguna duda sobre la remuneración de la fuerza de trabajo por su valor” (2017: 7). Que si la “violación (del valor de la fuerza de trabajo) es vista como una norma: ¿qué sentido tiene la teoría del valor como fundamento ordenador de la lógica del capitalismo? Una transgresión  ‒prosigue Katz‒ debería ser observada a lo sumo como una excepción. No es sensato suponer que el edificio teórico de El capital opera en los hechos al revés”. (2017: 8)

Lo primero es indicar que para el “análisis general del capital”, Marx efectivamente señala que “aquí partimos del supuesto de que las mercancías, incluyendo entre ellas la fuerza de trabajo, se compran y venden siempre por todo su valor” (Marx, 1973a: 251). Este “supuesto” es clave para rebatir a las diversas escuelas que se referían a la tierra, el comercio o la industria, como las fuentes generadoras de la riqueza en el capitalismo. Marx necesita poner de manifiesto que el plusvalor en esta organización societal proviene sólo de la diferencia entre el valor producido en una jornada laboral por la fuerza de trabajo y el valor de dicha fuerza de trabajo. Allí reposa la base de la explotación en el capitalismo y el piso desde el cual se libra la lucha de clases en este modo de producción. Probado lo anterior en los primeros capítulos del libro primero de El capital, el “supuesto” comienza a manifestar matices, porque a mayor concreción se va haciendo patente que el hambre de trabajo excedente por el capital  conduce a violentarlo. Así ocurre cuando situado en el análisis de la plusvalía relativa Marx indica que el capital puede prolongar el tiempo de trabajo excedente reduciendo el pago que corresponde al tiempo de trabajo necesario, lo que implicaría “hacer descender el salario del obrero por debajo del valor de la fuerza de trabajo” (Marx, 1973a: 251).  Y agrega líneas más adelante:

 

Por el momento, este método (hacer descender el salario del obrero por debajo del valor de la fuerza de trabajo, J.O.) que desempeña un papel muy importante en el movimiento real de los salarios, queda excluido de nuestras consideraciones, por una razón: porque aquí partimos del supuesto de que las mercancías, incluyendo entre ellas la fuerza de trabajo, se compran y venden siempre por todo su valor” (Ibidem).  (Subrayados de J.O.) 

 

En el “movimiento real de los salarios”, señala Marx, el pago de salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo es “muy importante”. Pero acatando el supuesto, “por el momento” no se considerará. En pocas palabras, todo el sentido del párrafo es para hacer notar que en condiciones más concretas y reales, el supuesto no se puede sostener. Idea que reitera más adelante:

 

“Al estudiar la producción de plusvalía, partimos siempre del supuesto de que el salario representa, por  lo menos, el valor de la fuerza de trabajo. Sin embargo, en la práctica la reducción forzada del salario por debajo de este valor tiene una importancia demasiado grande para que no nos detengamos un momento a examinarla”, para concluir que “gracias a esto, el fondo necesario de consumo del obrero se convierte de hecho, dentro de ciertos límites, en un fondo de acumulación de capital”. (Marx, 1973a: 505) (Subrayados de J.O.)  

 

En el contexto de formulaciones como las anteriores: ¿se podría señalar que es el propio Marx el que está destruyendo su “edificio teórico”, como lo da a entender Katz? Evidentemente,  no. Más bien se puede indicar que hay lecturas que no han entendido el sentido del “supuesto” inicialmente formulado. Y estos lectores, en vez de asumir los problemas que derivan de señalamientos como los que se han destacado, los rehúyen y se cobijan señalando que existe un “supuesto”, y que sólo ese supuesto es “palabra de Marx”. 

En contra de lo señalado por Katz, no es una excepción en su formulación teórica el que Marx indique el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor entre los mecanismos fundamentales para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia. El problema, a contrapelo del señalamiento de Katz, se reitera una y otra vez. Cuando Marx analiza  los límites de la jornada laboral, en palabras de un obrero dirigiéndose a un capitalista, señala:

 

“Alargando desmedidamente la jornada de trabajo, puedes arrancarme en un solo día una cantidad de energía superior a la que yo alcanzo a reponer en tres. Por este camino, lo que tú ganas en trabajo lo pierdo yo en sustancia energética. Una cosa es usar mi fuerza de trabajo, y otra muy distinta es desfalcarla”. (Marx, 1973a: 179-180)

 

Y sólo “hasta cierto punto cabe compensar el desgaste mayor de fuerza de trabajo que necesariamente supone toda prolongación de la jornada aumentando al mismo tiempo la remuneración”, porque “rebasado ese punto, el desgaste crece en progresión geométrica, destruyendo al mismo tiempo todas las condiciones normales de reproducción y funcionamiento de la fuerza de trabajo”. (Marx, 1973a: 441) Con la intensificación del trabajo sucede lo mismo.  

 

2. Confusiones entre pobreza absoluta y superexplotación

Para Katz, como para su referente teórico en la materia, el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, superexplotación es sinónimo de pobreza absoluta. (Cueva, 1994: 99 y 228) Cueva, nos recuerda Katz, señaló “la incompatibilidad del capitalismo con la generalizada remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor”;  que “la sub-remuneración de los asalariados transgredía los principios de la acumulación”; que esto implica “la reproducción de la fuerza de trabajo mediante precios acordes al valor de esa mercancía”;  que “la violación  de (estos) criterios amenazarían la propia supervivencia de los trabajadores”, los que si no reciben “los bienes requeridos para subsistir tenderían a padecer un deterioro que socavaría el nutriente humano del sistema”. (Katz, 2017: 2)  

A partir de ese error, confundir superexplotación con pobreza absoluta, Katz formula que  “la burguesía debe remunerar al grueso del proletariado por el valor de su fuerza de trabajo”, ya que “sólo de esa forma asegura la continuidad de su sistema”, en tanto “una sub-remuneración continuada de los asalariados impediría ese funcionamiento”. (Katz, 2018: 2)

La misma idea se repite cuando señala: “al postular la preeminencia de salarios inferiores a lo requerido para la reproducción de los trabajadores, Osorio repite los viejos errores que emergieron en los debates sobre la pauperización absoluta”. Y añade: “En esas polémicas se demostró que un proletariado desprovisto de los bienes necesarios para su subsistencia tendería a padecer un deterioro terminal”. (Katz, 2018: 2)  Más bien “el sistema (…) no obstruye la reproducción normal (sic) de los operarios”, porque “el capitalismo se recrea con formas brutales (pero) sin devastar su principal cimiento”. (Katz, 2017: 2) 

En otras palabras, para Katz sostener que opera la superexplotación es sinónimo de señalar que el capital destruye físicamente a la población trabajadora, y un capitalismo sin trabajadores es impensable, lo que denota que como Cueva, Katz entiende superexplotación como pobreza absoluta.

Pero superexplotación es violación del valor de la fuerza de trabajo, valor que se ve tensionado por un doble movimiento: el desarrollo de algunos nuevos bienes, que inicialmente emergen como bienes suntuarios, tales como refrigeradores, lavadoras, televisores, celulares, y que en un segundo momento, al elevarse la productividad en las ramas que los producen, permite que sus precios se reduzcan y ello favorece que se constituyan en bienes salarios y su consumo se masifique. En otras palabras, la masa de valores de uso (bienes y servicios) que interviene en el valor de la fuerza de trabajo en el siglo XXI es mayor a la masa de valores de uso que definía el valor de la fuerza de trabajo en el siglo XIX. Si un trabajador en el siglo XXI no puede acceder al conjunto de valores de uso (bienes y servicios) que definen el valor de su fuerza de trabajo, está siendo superexplotado, lo cual no significa que tenga que consumir lo mismo o menos que un trabajador del siglo XIX o antes, para que podamos afirmar lo anterior.

Claro que los trabajadores pueden consumir refrigeradores, televisores y celulares en el siglo XXI. Pero en condiciones de superexplotación, esto se logra, por lo general, dejando de cubrir otras necesidades básicas, como consultas médicas, dentistas, pagos de educación, alimentación adecuada, vestimenta, o alojamiento apropiado para ellos y su familia.

Tampoco superexplotación significa que los trabajadores deban morir a los 40 o 50 años, como deja ver Katz en su crítica (el agotamiento prematuro de las capacidades laborales no se condice con “el aumento del promedio de vida de los trabajadores”; Katz, 2017: 2). La apropiación de años futuros de vida y de venta anormal de fuerza de trabajo que propicia la superexplotación se refleja en que dicha venta se hará en peores condiciones. Para el capital, un trabajador superexplotado desde joven, es a los  45 o 50 años de vida un trabajador al que se le puede dar un empleo, pero con salarios inferiores, ya que es fuerza de trabajo agotada prematuramente. Y se puede vivir una cantidad de años cercanos a los nuevos promedios de esperanza de vida, pero con enfermedades y padecimientos, resultado de una vida depredada y/o deficientemente recuperada en términos alimenticios, de descanso o de atenciones de salud.  Su vida, a pesar de extenderse, estará marcada por esos males.

 

3. Los estratos y la heterogeneidad de la economía mundial

Las “sencillas” soluciones que propone Katz para evitar los problemas que atribuye a la superexplotación pasan por negar el término, al fin que “la dependencia no se basa en la violación sino en el cumplimiento de la ley del valor” (Katz, 2017: 8). O bien seguir hablando de superexplotación, pero en donde se “sustituye la idea del pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo por remuneración baja de ese recurso”. (Katz, 2017: 15) Y con ello llegamos a uno de los ejes de su propuesta de renovación de la teoría de la dependencia.

A partir de preguntarse: “¿cómo se podría reformular la intuición (sic) de Marini sin los problemas conceptuales de la superexplotación? ¿Existe algún enunciado que compatibilice las objeciones de Cueva, antes señaladas, con las características de la fuerza laboral en las economías dependientes?”;[1]  Katz se responde: “La solución más sencilla es postular que en esas regiones predomina un valor bajo de la fuerza de trabajo” (Katz, 2017: 3).

Aquí nuestro autor y sus “sencillas soluciones” lo instalan en el horizonte de la economía vulgar dibujado por Marx, quien indica: “ (...) yo entiendo por economía política clásica toda la economía que (…) investiga la concatenación interna del régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes (…)” (Marx:1973a: 45),  es decir, en cómo los procesos se presentan en lo inmediato y, en el caso del salario, en donde unos aparecen altos, otros medios y terceros bajos.   

Desde esa “solución”, ahora también toda la economía mundial puede ser organizada en tres estratos, según el nivel interno de desenvolvimiento, con lo que tendríamos economías avanzadas, economías medias, y economías retrasadas, y otros tres niveles  según “el lugar que ocupa cada país en la estratificación global”, distinguiendo centro, semiperiferia y periferia. (Katz, 2017: 3)  “Este registro de valores cambiantes y estratificados de(l valor de) la fuerza de trabajo (alto en el centro, bajo en la periferia y medio en la semiperiferia) exige utilizar conceptos marxistas clásicos, distanciados del principio de la superexplotación”. (Katz, 2017: 4) (Subrayado de J.O.) 

La primera pregunta es: ¿por qué la exigencia final que se señala no se aplica para la estratificación propuesta?  Es necesario que el marxismo pueda explicar la diversidad entre  economías presentes en el sistema mundial, pero la solución no puede caminar por la ecléctica y simple solución de señalar estratos, en una lógica en que predominan “cosas”  y no relaciones.[2] ¿En verdad Katz considera que hablar de economías avanzadas, economías retrasadas, con el clásico comodín de “economías medias”, está haciendo un aporte a los problemas de renovación de la teoría marxista de la dependencia? ¿En qué se diferencia de manera sustantiva esta nomenclatura de las que formulan organismos internacionales que hablan, por ejemplo, de economías desarrolladas, economías emergentes y economías en desarrollo? Además, los mismos términos empleados, como economías “atrasadas”, remiten a la idea de economías que si hacen lo que corresponde pueden llegar a ser “avanzadas”, por lo que no existe una diferencia cualitativa entre ellas, sólo distancias cuantitativas que se pueden superar. De allí a la formulación de propuestas neodesarrollistas no hay distancia alguna. En este cuadro, el retomar las nociones cepalinas de centro y periferia parece progresista, con el añadido wallersteniano de semiperiferia, un clásico relleno de lo que no es esto ni aquello, o de algo de esto y algo de aquello.

El problema de las teorías de la estratificación es que ordenan, pero sin poder dar cuenta de las relaciones entre los agrupamientos que señalan. Así, el estrato de ingresos alto no mantiene relaciones sustantivas que determinen su condición y defina a su vez la situación de otros estratos, en este caso, el estrato de ingresos bajo. Cada uno se explica a sí mismo y por sí mismo, en función de las capacidades diferenciadas, talentos y esfuerzo o no, de los individuos (o en este caso economías) que se ubican en cada estrato. En lo sustancial no hay relaciones que expliquen a unos y otros agrupamientos, como sí lo realiza la teoría de clases. Para esta teoría, el que se reproduzcan agrupamientos humanos que viven de salario necesariamente debe pasar por la presencia de otros que concentran los medios de producción, compran fuerza de trabajo y se apoderan del plusvalor generado. De esta forma, es la relación la que explica la existencia de los agrupamientos sociales llamados  clases sociales. Una explicación de la diversidad de economías en el sistema mundial debe estar sujeta a las relaciones entre ellas y cómo dichas relaciones generan diversidad.  

Pero la solución antes señalada es tan simple y tan ecléctica como reemplazar la noción de superexplotación por economías con bajo valor de la fuerza de trabajo, que se suman a economías con valor medio y otras con valor alto de la fuerza de trabajo. Y con esto nuestro autor suponer haber salvado la teoría del valor y el “edificio teórico de Marx”.

Junto con sustituir la superexplotación por la idea de bajo valor de la fuerza de trabajo, Katz señala que el otro pilar de su renovación de la teoría de la dependencia pasa por “priorizar las transferencias internacionales de plusvalía en la explicación de la dependencias” (Katz, 2017: 10). Apoyándose en Dussel nos da a entender que es el intercambio desigual el fundamento de la dependencia, como sostiene justamente Dussel, y no la superexplotación, como lo señala Marini (Katz, 2017: 6). Para un cierto sector en el campo del marxismo latinoamericano, con señalar intercambio desigual, o en este caso transferencias de valor, les parece que ya han resuelto el problema para explicar la dependencia, o el “atraso”,  para proseguir con la terminología empleada por Katz. Pero el problema recién comienza en su manifestación: el establecimiento de precios de producción y de mercado entre economías con mayor composición orgánica que se ubican por encima del valor producido, en perjuicio de economías con más baja composición orgánica, en donde dichos precios se ubican por abajo del valor. Los problemas a explicar recién comienzan porque  un proceso que podría ser temporal, por el potencial desplazamiento de capitales perjudicados a las posiciones y niveles de productividad de los beneficiado y por agilizar el desplazamiento de fuerza de trabajo, elementos considerados para “la nivelación constante de las constantes desigualdades” (Marx, 1973b: 198), no opera y, por el contrario, tiende a convertirse en un proceso regular que persiste en el tiempo.

Samir Amin ha señalado que si a nivel de El capital, el análisis es tridimensional, esto es, Marx considera la libre movilidad de capitales, de mercancías y de fuerza de trabajo, en el sistema mundial, esto es, en niveles de mayor concreción, el análisis es sólo bidimensional, porque allí sólo opera la libre movilidad de capital y mercancías, pero no de la fuerza de trabajo. Y ello modifica la ley del valor, que a este nivel Amín redefine como la ley del valor mundializada. (Amin, 1997: 6; 2011: 93) En cualquier caso el intercambio desigual y las transferencias de valor son síntomas de problemas de mayor envergadura, que refieren a la división internacional del trabajo, la imperante y las que han imperado en periodos previos,  los procesos económico-políticos que generan grados diferenciados de fuerza entre economías, y a las particularidades de cómo se reproduce el capital en diferentes regiones y economías relacionadas en el sistema mundial. Señalar que el problema reside en que operan transferencias de valor, como lo reitera Katz, es quedarse en la superficie del mismo.

Desde las economías dependientes, por ejemplo, se hace necesario explicar cómo se reproduce el capitalismo con baja productividad y por qué dicho capitalismo no se siente compulsionado a desatar el aguijón productivista sustentado en mayores conocimientos y tecnologías,[3] lo que llevaría a elevar la composición orgánica, como la competencia y la pérdida de valores lo indicarían; lo que podría generar economías “autocentradas”, en la propuesta de Amin (Amin, 2011: 99), y no economías “extrovertidas” (Ibidem). Es en esta dirección que alcanzan sentido la tesis de una reproducción capitalista sustentada en la apropiación de parte del fondo de consumo de los productores para convertirlo en fondo de acumulación, bajo los diversos mecanismos de cómo opera la superexplotación.

Los debates sobre causas y consecuencias a los que alude Dussel, y retoma Katz, sólo llevan a falsos problemas. Sin intercambio desigual no hay dependencia, sin superexplotación no hay capitalismo dependiente, sin capitalismo dependiente no hay intercambio desigual. Y así se genera una espiral en donde las causas se convierten en consecuencias y las consecuencias se convierten en causas. Ambos procesos se retroalimentan y se impulsan. La reproducción en el capitalismo dependiente se sustenta en la superexplotación. Un capitalismo de esta naturaleza no puede competir en los mercados mundiales sin permitir intercambios desiguales. Y dichas transferencias alimentan la baja productividad, una producción volcada a los mercados exteriores, violar el valor de la fuerza de trabajo y el despliegue de un capitalismo que desarrolla el subdesarrollo. En estas condiciones las brechas en el mercado mundial entre unas y otras formas de capitalismo no pueden sino acrecentarse, como se acrecientan al interior de cada cual las contradicciones y brechas inherentes a todo capitalismo, agudizadas en todo caso en el capitalismo dependiente. 

 

4. Ya no intercambio desigual: ahora renta y transferencias de valor

Pero ante la falta de explicaciones propias frente al problema, la salida de Katz en su proyecto de renovación de la TMD es adscribirse a otra propuesta que niega el intercambio desigual y el imperialismo y que hace de la renta y su expropiación el eje del atraso y el subdesarrollo; y que formula  que la producción de materias primas y alimentos propicia que sean las economías de la región las que sustraen valor de las economías desarrolladas (una teoría del intercambio desigual, pero al revés). (Iñigo Carrera: 2007)  Desde ese punto de partida, que parece ofrecer un piso para romper con el subdesarrollo y la dependencia, lo terminaría, por el contrario, por reforzar. Tras destacar que “el lucro embolsado por los terratenientes constituía una transferencia de plusvalía gestada en los países importadores de (…) alimentos”, resultado de una renta diferencial asentada en “fertilidades excepcionales”, Katz agrega que esta tesis fue “posteriormente perfeccionada para explicar los enormes ingresos receptados por Argentina desde fines del siglo XIX”. (Katz, 2018c: 10s)  Y en ese perfeccionamiento se sostiene, de acuerdo a Katz,  que “la plusvalía apropiada por la clase dominante argentina fue reapropiada por sus competidores británicos” y más tarde por los capitales estadounidenses. Pero que ese monto se redujo, porque “la captación local (de la renta) se diluyó por su recaptura a manos de empresas extranjeras”, instaladas en “frigoríficos, bancos y ferrocarriles ingleses que controlaban y financiaban la comercialización externa del trigo y la carne” (Katz, 2018c: 11).  En medio de la confusión de si dicha renta se redujo o se diluyó, nuestro autor sostiene que queda “un saldo favorable” (entonces no se diluyó del todo), el cual  “queda contrarrestado por el déficit comercial de una industria más concentrada, extranjerizada y subsidiada”, por lo que “la captación inicial de divisas por parte del agro (reducida, J.O.) se esfuma luego (¿se pierde? ¿vuelve a diluirse? J.O.) en la industria y las finanzas” (11). No deja de ser una enorme ingenuidad, sin desconocer las buenas intenciones que lo animan, el señalamiento de Katz  de que  “desde una óptica dependentista este enfoque (el de la renta de Íñigo Carrera, J.O.) podría ser interpretado como una variante del ciclo estudiado por Marini” (2018: 11).  Sólo que esta propuesta tendría que asumir el intercambio desigual y la teoría del imperialismo, y que ajustar su noción de superexplotación (en tanto salarios por debajo de su valor) a la renovación conceptual propuesta por Katz, de “salarios bajos”. Casi nada.

Con la misma ligereza anterior, creo que Katz podría formular en próximas entregas la idea contraria: que la propuesta de Marini, renovada claro está, se constituya en una variante del despliegue de la teoría de la renta para América Latina de Íñigo Carrera. Al fin que según nuestro autor coinciden en tanto.   

Nuestra crítica a las formulaciones de Katz en este tema no pueden ser interpretadas como un rechazo a la relevancia del tema de la renta para comprender la dinámica del capitalismo dependiente, asunto que ya señalamos en un texto anterior (Osorio: 2017). La crítica se dirige a la sobredimensión que tanto Iñigo Carrera, y ahora Katz, le otorgan a la renta como elemento explicativo de la debilidad de la acumulación en el primero, y al subdesarrollo y el retraso el segundo. El peso de la renta no se remite sólo a Argentina. Previamente Katz ha destacado que “el usufructo de la naturaleza para las nuevas empresas es registrada por el nuevo concepto de extractivismo”, en donde “en el mapa del petróleo, los metales, el agua y las praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas”, ya que “la renta es ambicionada por las clases dominantes del centro (pero también de) la periferia” (9-10), con lo que asume que el proceso arriba reseñado es generalizado en la región. Pero no se puede trasladar la supuesta condición excepcional argentina hacia el resto de las economías latinoamericanas, todas o casi todas exportadoras de materias primas y alimentos. Aquí lo que prevalece en el largo plazo es la tendencia al decrecimiento relativo de los precios de los bienes que exporta la región, a pesar de momentos en que estos se eleven en coyunturas, como ocurrió con casi todos los bienes de exportación en la primera década del siglo XXI. A falta de mejores datos, como sería el cálculo del peso de la renta internacional, podemos recurrir –para aproximarnos al problema-, como “indicio”, a los estudios referidos al deterioro en los términos de intercambio, en donde con estadísticas desde fines del siglo XIX hasta entrado el siglo XXI se muestra que los precios de la mayoría de los productos de exportación de Latinoamérica, sean materias primas o alimentos,  han perdido peso relativo frente a los precios que la región adquiere de las economías desarrolladas (Ocampo y Parra, 2003: 11), en donde la carne de res y la de cordero constituyen dos de los cuatro productos básicos (junto a madera y tabaco) cuyos precios aumentaron relativamente frente los precios de los productos manufacturados en el siglo XX (Ocampo y Parra, 2003: 13).

Aun asumiendo la hipótesis de que Argentina obtiene cuantiosa renta diferencial, se requiere una explicación consistente, más allá de describir la transferencias de utilidades, remesas de ganancias, o intereses como lo hace Katz, porque lo primero que habría que explicar es, que si así ocurriera, cómo es que clases dominantes con ese poder, ubicadas en una condición excepcional frente a sus congéneres de la región, se sometieron y se someten  a los dictados del capital transnacional y no han puesto en marcha procesos que permitieran revertir esa situación y mantienen a esa formación social en la condición de economía  subdesarrollada y dependiente. La presencia de voraces capitales locales y extranjeros apropiándose de las riquezas naturales de la región no basta para dar por sentado que el proceso camina en una dirección que haya puesto fin al intercambio desigual en perjuicio de las economías dependientes.

A la luz de estos señalamientos, sólo cabe preguntarse si la propuesta de Katz busca efectivamente constituirse en una actualización de la teoría marxista de la dependencia. Todo parece indicar, por el contrario, que se trata de un esfuerzo de formulación que poco o nada tiene que ver con la TMD. No aparecen en ninguno de los escritos difundidos  por Katz, además, los conceptos y categorías que puedan dar cuenta de cómo las transferencias de valor (que predominan en la actualización) y los bajos salarios (nueva determinación de la superexplotación) se articulan para generar subdesarrollo y, más serio aún, la modalidad de capitalismo que sería el capitalismo dependiente.      

 

5. Devaluación de la teoría del capitalismo dependiente

Parte sustantiva de las discrepancias que hemos destacado tienen que ver también con el estatuto de la teoría marxista de la dependencia y del capitalismo dependiente. En una entrevista reciente, Katz (2018b) señala que a diferencia de Cueva ‒quien “rechazó la existencia de leyes propias del capitalismo “dependiente”‒ y de Marini y Dos Santos ‒quienes sostenían lo contrario; Marini incluso sostuvo que “la tarea fundamental de la teoría marxista de la dependencia consiste en determinar la legalidad específica por la que se rige la economía dependiente” (Marini , 1973: 99)‒,  él acuerda con “reformulaciones” que consideran a la teoría marxista de la dependencia como “paradigma” o “programa de investigación”, pero en su amplio “acuerdo con criterios flexibles”, también concuerda con aquellos que la consideran “perspectiva”, “enfoque”, “punto de vista”,  y podríamos agregar “intuición”.[4]

¿Qué denotan estos términos? Que basta entender las transferencias de valor para tener la respuesta sobre “la dependencia”, ya que siguiendo en lo fundamental el señalamiento de Cueva (1994:78) antes expuesto, para Katz no existe una entidad  llamada “capitalismo dependiente”, y si existiese no presenta leyes específicas ni procesos sui generis. Por tanto, los señalamientos sobre superexplotación, ruptura del ciclo del capital, a los que agregaríamos “desarrollo del subdesarrollo”, particularidades del ciclo del capital, sobredimensionamiento de la plusvalía extraordinaria, Estados subsoberanos, predominio de patrones de reproducción del capital volcados al exterior, no constituyen elementos que den cuenta de una forma particular de capitalismo, el dependiente (Osorio: 2016). Al fin que como señaló Cueva, con los conceptos y categorías presentes en El capital es suficiente para explicar el atraso, el subdesarrollo y la dependencia.

 

Conclusiones

Es difícil sostener que este cúmulo de propuestas y formulaciones, que poco o nada tienen que ver con la teoría marxista de la dependencia, se realizan desde las coordenadas que definen a dicha teoría. Hablar de centros y periferias no hace a Wallerstein un autor inscripto en la teoría marxista de la dependencia, y en su caso ni siquiera en el marxismo, como tampoco ocurre con Prebisch y en general con la escuela del estructuralismo cepalino. Entre lo que Katz considera que debe ser eliminado o reformulado en la TMD, que ya hemos comentado, y lo que habría que incorporar  ‒entre ello no el tema renta de la tierra, sino la interpretación de Íñigo Carrera sobre la misma, que reclama una devaluación del intercambio desigual, lo que ya termina asumiendo, pero sin decirnos qué ocurre con el rechazo de esa propuesta sobre el imperialismo‒, creo se nos pone frente a una nueva formulación sobre el subdesarrollo y la dependencia. Sólo cabe darle la bienvenida y qué mejor recepción que asumirla seriamente, con una lectura crítica sobre lo que propone.  

 

Jaime Osorio pertenece al Departamento de Relaciones Sociales de la UAM-Xochimilco

Ha enviado este artículo para ser publicado en este número de Herramienta.

  

Bibliografía

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Amin, Samir, La ley del valor mundializada. Por un Marx sin fronteras. España: El Viejo Topo, 2011.

Cueva, Agustín, El desarrollo del capitalismo en América Latina. México: Siglo XXI Editores, 1977.

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Ocampo, J. A. y Parra, M. A., “Los términos de intercambio de los productos básicos en el siglo XX”. En: Revista de la CEPAL 79, (2003), pp. 7-35.

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1 Previamente Katz ha señalado que “los desaciertos teóricos de la superexplotación, no invalidan la presencia práctica de algún símil de esa categoría”. Ya hemos visto que Cueva encontró ese símil, y Katz lo sigue, en el pauperismo absoluto. Pero, añade Katz, la “divergencia (de Cueva) con el concepto y (su) coincidencia con la teoría marxista de la dependencia (¿?) abrieron un sendero de importantes reflexiones” (¿?) (Katz, 2017: 3); ¿como la tergiversación de la superexplotación? 

2 Este problema lo hemos desarrollado en el capítulo II del libro Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento (2016).

3 Sobre este proceso véase de Diógenes Moura Breda,  Ensayo sobre la ceguera: la industria 4.0 en América Latina. En: (22/11/2018). 

4 Así se refiere a la formulación de Marini sobre la superexplotación (2017:3). 

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