El investigador argentino y miembro de la redacción de la revista
Theomai, Andrés Dimitriu, responde a un cuestionario de Diagonal sobre la compra del 51% de YPF por parte del Gobierno argentino.
Diagonal: ¿Qué lleva al Gobierno de Cristina Fernández a nacionalizar YPF? ¿Es populismo?
Andrés Dimitriu: Más que nada creo que resulta de
la necesidad de obtener divisas para sostener el modelo, que a su vez es muy dependiente de energía subsidiada (especialmente mineras, agronegocios...y las mismas petroleras, que también requieren de energía para extraer). Pero especialmente, para pagar la "deuda" externa, una deuda que no tomamos "los argentinos" sino un sistema que se auto-ayuda por medio de préstamos (BID, Banco Mundial, FMI) que piden -y respaldan con patrimonio público- los gobiernos, caen en manos privadas y luego debemos pagar todos.
A.D.: En los papeles sí, porque afirma que quiere lograr el "autoabastecimiento". ¿Cómo? En el inciso ’C’ del Artículo 3 del proyecto lo aclara: con "la integración del capital público y privado, nacional e internacional, en alianzas estratégicas dirigidas a la exploración y explotación de hidrocarburos convencionales y no convencionales". Se deshace de Repsol pero hace alianzas con una red corporativa tanto o más temible. Es decir que, igual que con la política minera o de los agronegocios, dice una cosa y hace exactamente lo contrario a los intereses nacionales.
D.: En España la prensa
y los sindicatos patrióticos hablan del importante esfuerzo inversor de Repsol. ¿Son ciertas las alegaciones del Gobierno argentino sobre el desinterés de Repsol por incrementar las exploraciones y la producción?
A.D.: Ambos pueblos estamos sometidos a caprichos y contradicciones del capital. Recordemos el shock del pueblo argentino cuando se privatizó nuestra empresa petrolera, que era pública. Lo que indican las estadísticas es que Repsol usó generosamente las ganancias obtenidas pero no reinvirtió como prometía. Eso permitió al Gobierno afirmar que no cumplieron con los contratos. Sospecho que, antes de salir con esta medida "popular", el Gobierno de Cristina Fernández negoció con otras petroleras adversarias de Repsol. Eso, si no me equivoco, se llama capitalismo. Es decir: las empresas -cuando no pueden hacer alianzas- compiten entre sí, generalmente con el apoyo oportunista de gobiernos. Preguntemos a los Menem, Monti, Papademos, Rajoy, Thatcher, Reagan y todos los que usaron o usan el ajuste estructural como medio para disciplinar a los pueblos y evitar la vigilancia o control social sobre los actos de Gobierno y los medios de producción.
Pero hay otras formas "suaves" de control. En América Latina, como en otras partes, se está dando un fenómeno complementario: son gobiernos "progresistas" los que -con altísimo costo ambiental y social-
siguen la misma política neoliberal de transformarnos en proveedores de granos, forraje (soja), agrocombustibles, hidrocarburos, metales y minerales estratégicos -fácil imaginar para quién- , entre otros, o
acaparamiento de tierras. Acompaña el
IIRSA, una compleja red que acelera el saqueo neocolonial y se origina en las demandas de libre navegación del Amazonas de cuando se extraía caucho un siglo atrás, y un sistema subordinado de ciencia y técnica.
De las formas de distracción urbana ni hablemos. ¿Cómo logran el "milagro" distributivo, basado en lo que los economistas insisten en llamar crecimiento? La receta sigue siendo mundialmente promovida por ese 1% que se autotitula "líder" de la humanidad, aquí y allá: iluminar las vitrinas y delegar las consecuencias, especialmente ambientales, si no es a "otros" continentes, al futuro. Un futuro que ya está encima nuestro. Hablar de "nosotros" excluye la mirada simplemente localista. Los arrebatos entre capitalistas (REPSOL, como dato adicional, está compuesto por varios capitales y eso puede, en un abrir y cerrar de ojos, como ya vimos antes de la medida de Cristina Fernández, pasar de manos muchas veces) no pueden ser una fuente de conflictos entre pueblos hermanos. Muy por el contrario, necesitamos unirnos en un frente común.
A.D.: Todas las actividades extractivas, sean de hidrocarburos "convencionales" o shale gas, la minería, los agronegocios y los monocultivos, están cuestionadas por organizaciones sociales y comunidades. Sin excepción. Es que pertenecen a un modelo e idea de "progreso" cuyas consecuencias ya no son posibles de ser negadas. Es otra característica central del capitalismo, ocultar consecuencias, y no me refiero sólo a "y bueno, vivamos bien en Toronto, qué me importa lo que pasa en las Guyanas, de donde vienen estos metales", sino a la escala mundial de todo lo demás: contaminación, migraciones, destierros, hambre, enfermedades, maquilas, desocupación deliberada (siempre lo fue y lo es), asfixia financiera, etc.
Solo el uso de aguas fósiles, sin mencionar sismos, uso de químicos tóxicos, para extraer hidrocarburos ""no convencionales" es una seria amenaza para todos. Hablar de "conflictos locales" es idiota.
El mapa de la soja de Sudamérica es de incumbencia mundial, las consecuencias ambientales de los hidrocarburos, sea Nigeria, Venezuela o el Golfo de México también. Ved, aunque por momentos cae en la mirada conductista (el comportamiento de las empresas, como si no fuera resultado de políticas de Estado), la película "Gasland" de Josh Fox. En este sentido, con algunas diferencias, me adhiero a
los debates sobre decrecimiento.
Publicado en Diagonal web , martes 17 de abril de 2012. Número 172