Poco después de escrito este artículo, el 18 de febrero de 2.000 la Bolsa de New York perdió otros dos puntos, de manera que en siete semanas sufrió una baja de once puntos. ¿Esta baja anuncia un cambio en las previsiones de los inversores preparatorio de una fuerte venta de títulos? ¿Semejante cambio puede precipitar un crack a causa simplemente del comportamiento temeroso de inversores habituados durante mucho tiempo a embolsar plusvalores bursátiles en un mercado financiero sin riesgos, como sugiere André Orléan
[2]?. Lo seguro en todo caso es que esto hace a Wall Street extremadamente sensible a cualquier choque político o económico de importancia. Los dirigentes estadounidenses, y en primer lugar el presidente de la Reserva Federal (FED), no ocultan su inquietud. La razón es que la supuesta “nueva economía” tiene bases muy poco sanas, parasitarias.
Cuando la crisis económica sacudió a los países del sudeste asiático en otoño de 1997, alcanzando a Corea, Japón y la plaza financiera de Hong Kong, la mayor parte de los analistas -entre ellos los de
Carré Rouge- consideraron que la economía norteamericana no escaparía a sus consecuencias. A fines de octubre de 1997, el crack del mercado de acciones de Hong Kong sacudió duramente a Wall Street, mostrando hasta qué punto el contagio bursátil podría alcanzar la principal plaza financiera del mundo. En diciembre de 1996, varios meses antes de que comenzara la crisis asiática, el presidente del Banco Central Americano (FED), Alan Greenspan, se había mostrado inquieto por “la irracional exuberancia” subyacente al alza en los valores de las acciones en Wall Street. Después de que Greenspan hiciera tal declaración, Wall Street salió al fin indemne de la crisis asiática. A fin de 1999 había ganado más del 70% con respecto a fines de 1996. Justamente, es preciso explicar esta capitalización bursátil sin precedente en la historia. Resulta tanto de políticas deliberadas, en especial la masiva creación de medios monetarios mediante el crédito bancario, como del lugar completamente original que ocupan los Estados Unidos en el sistema imperialista mundial.
[3]
En septiembre de 1998, la plaza norteamericana nuevamente experimentó una importante sacudida (una baja del 17% en tres semanas) provocada por la crisis financiera rusa y las pérdidas de algunos grandes bancos y, posteriormente, de un fondo especulativo muy importante, LCTM. Cuando éste anunció, a fines de septiembre de 1998, que estaba en vísperas de convocatoria de acreedores a consecuencia de malas operaciones sobre el valor anticipado del rubro, la posibilidad de un crack del mercado de acciones se presentó para la FED como una inminente amenaza. Alan Greenspan olvidó rápidamente sus anteriores palabras críticas. La FED se desplegó en defensa de Wall Street y del sistema financiero norteamericano y mundial, cuyo pivote es el mercado de títulos newyorkino. Lo hizo organizando el inmediato salvataje de LCTM, pero también rebajando las tasas de interés, de manera tal que permitiese -a las instituciones financieras, a las empresas y a los particulares- tomar préstamos a un costo muy bajo, para consumir o para invertir, pero también para comprar acciones en la bolsa. El mensaje de apoyo fue escuchado, los “agentes económicos” actuaron tal como se esperaba y el movimiento de alza en los valores bursátiles recomenzó. Inmediatamente, en declaraciones hechas en 1999, Alan Greenspan adoptó las ideas de moda (podríamos decir incluso los cuentos de hadas) conque los norteamericanos pudientes y tras ellos los rentistas del mundo entero se hamacan. Explicó que el alza de los valores era simplemente la manifestación del ingreso de los Estados Unidos en la era de la “nueva economía”.
Durante los últimos tres meses, Greenspan cambió otra vez de discurso y multiplicó nuevamente las advertencias, en particular hacia los bancos. Manifiestamente, la FED teme que los mismos ya no puedan controlar los cimbronazos de la inevitable caída de valores en Wall Street (lo que la prensa llama una “corrección”) en la cadena de créditos y deudas cuyo funcionamiento fue posibilitado por el crédito fácil. La FED aparenta olvidar que la baja de las tasas de interés de septiembre de 1998 alentó fuertemente a que los bancos se lanzaran cada vez más por la senda emprendida años antes. Las contradicciones de la política de la FED remiten a los fundamentos parasitarios de la “nueva economía”, economía de mercado financiero y del aumento mágico de la “riqueza patrimonial” mediante la vía bursátil.
El refugio del capital-dinero de todos los poseedores del mundo.
En 1997, la retracción de los capitales americanos y europeos del sudeste asiático (fondos de colocación financieros especulativos, y sobre todo préstamos bancarios a corto plazo y a muy corto plazo) fue uno de los factores que precipitaron el hundimiento económico de la región. Los fondos de colocación financiera especulativa se fueron retirando poco a poco durante los meses que precedieron el comienzo de la crisis, a fin julio. Los bancos huyeron después de que la crisis comenzara. Negándose a refinanciar los préstamos anteriores a los bancos de la región, los bancos internacionales y en particular los norteamericanos quisieron limitar sus pérdidas en las últimas operaciones, luego de una larga fase de jugosas ganancias financieras. El FMI y el gobierno norteamericano los ayudaron a protegerse, más claramente incluso que durante la crisis mexicana de 1995. Los préstamos acordados por el FMI a Tailandia, Indonesia, Malasia y Corea, así como el concedido preventivamente a Brasil, tuvieron dos funciones. La primera fue imponer a los países en cuestión planes de austeridad, la liberalización aún más fuerte de sus sistemas financieros y la privatización o “desnacionalización” del capital de las empresas nacionales. Los planes de austeridad son conocidos, pero se agregaron las medidas para facilitar la penetración extranjera: en el acuerdo con el FMI, Corea debió aceptar que se le impusiera la apertura de su capital industrial y bancario a las empresas e inversores financieros extranjeros.
La segunda función fue permitir la “repatriación” de los capitales occidentales y alentar la huida de la región de parte del “ahorro” local. No es una casualidad que los créditos “consentidos” por el FMI, por un monto de más de 100 mil millones de dólares, correspondan más o menos a las estimaciones del monto de los capitales que se retiraron de la región refluyendo hacia las grandes plazas financieras occidentales. Las negociaciones entre los bancos internacionales y los países en crisis fueron hechas de una forma completamente favorable para los primeros. El monto acumulado de los préstamos bancarios internacionales que los países asiáticos usufructuaron entre 1990 y el primer trimestre de 1997, es inferior a la suma total que reembolsaron a los bancos internacionales a lo largo del segundo trimestre de 1997 y 1998. Lo que significa que los bancos de los países desarrollados que habían prestado a los residentes de esta región lograron, en poco tiempo, recuperar recursos mayores que las sumas prestadas, y estos capitales centralizados por los bancos sirvieron, en gran parte, para alimentar a las bolsas norteamericana y europea.
Pero el
affaire LTCM mostró también la vulnerabilidad de las finanzas desreglamentadas. Los países golpeados por la crisis en Asia como en América latina fueron víctimas también del comportamiento de los
hedge funds, los fondos especulativos “puros”. Sin embargo, la extraordinaria benevolencia de los gobiernos respecto a la mundialización financiera, sus engranajes y sus grandes beneficiarios, conduce a situaciones donde las operaciones especulativas de estos fondos ponen en peligro los sistemas financieros de estos países, incluyendo a Estados Unidos. Estos fondos escapan al control de los bancos centrales y, a diferencia de los fondos de pensión en particular, no están sujetos a ninguna legislación “preventiva”. Frecuentemente están domiciliados en los “paraísos fiscales” que constituyen una de las expresiones más claras tanto del grado en que la economía capitalista gangrena la sociedad actual, como de la complacencia de los gobiernos con los poseedores.
[4] Gracias a los mecanismos de los mercados a término y las operaciones sobre los llamados “productos derivados”, toman compromisos muy elevados, incluso sin poseer capital propio que represente ni la décima y a veces ni siquiera la centésima parte del monto de los contratos que negocian. Su actividad es la pura especulación, un juego de casino asistido por las operaciones de computadoras.
Así en septiembre de 1998, LTCM, uno de los más grandes
hedge funds norteamericano, se encontró en una virtual cesación de pagos, después de haber tomado posiciones muy especulativas sobre el rubro. Se descubrió entonces la amplitud de las deudas de este fondo: 200 mil millones de dólares, es decir, un monto superior al de la deuda del conjunto de los países asiáticos en crisis
[5]. Fue necesaria la intervención de la FED para superar la reticencia de los bancos acreedores a extender los plazos de reembolso y renovar los créditos a LTCM. El hecho de que el ejecutivo de LTCM fuese un ex-vicepresidente del Banco Central norteamericano hizo que un editorialista del
Financial Times hablara de “capitalismo de amigos”... En el caso de este periodista se trata de pura hipocresía, pero el ejemplo es ilustrativo de que todas las medidas son buenas cuando se trata de defender los mercados financieros y su capacidad para asegurar la liquidez al capital-dinero. Es una de las dimensiones de la defensa del dinero y de su rol “mítico”, cuyos alcances mostró claramente Marx. Volveremos sobre esto más adelante.
Controlada la amenaza de quiebra de LTCM, los mercados financieros, la bolsa y los mercados de obligaciones de los Estados Unidos -y en un grado mucho menor de los principales países europeos- recuperaron como por encanto la “salud”. Los capitales financieros replegados desde Asia y desde América latina, encontraron oportunidades de colocación. Estas fueron tanto más atractivas cuanto que el movimiento alcista del mercado, sostenido simultáneamente por la continua llegada de capitales y por los créditos bancarios baratos, permitieron acumular plusvalías bursátiles sin que esto aparentemente implicara ningún riesgo. Desde fines de 1998, las acciones ganaron aproximadamente un 50 % en Wall Street y lo mismo o incluso más en otras bolsas donde los operadores se orientan por el curso de la bolsa norteamericana.
Gastos militares y refuerzo del poder de las finanzas.
Antes de volver sobre las causas más recientes de la caída de valores, es importante contextualizar el continuo ascenso de los valores bursátiles en Wall Street en el marco de los previos cambios en las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo, producidos en el curso de los años ’80 y ’90. A partir de 1980, la política de la administración Reagan buscó sistemáticamente imponer medidas de destrucción de los derechos sociales, de la reducción del costo de la fuerza de trabajo (despidos, desarrollo de la flexibilidad y la precariedad, etc.), atribuyéndose a los aumentos salariales la responsabilidad por la suba de los precios. Con el crecimiento vertiginoso de la deuda pública, alimentada a su vez por los niveles muy elevados de las tasas de interés en los países del Tercer Mundo y también en Estados Unidos en el curso de la presidencia Reagan, el capital financiero norteamericano logró una fuente de ingresos colosales alimentada por los impuestos.
Luego, en el curso de los años ’90, los fondos de pensión y los fondos mutuos, que hoy dominan los mercados financieros, se instalaron directamente en la dirección de grandes grupos multinacionales. En nombre del “gobierno-empresa”, introdujeron nuevos métodos de gestión que aumentaron el débito de los circuitos que van desde la producción de plusvalía por los asalariados al vuelco de dividendos a los propietarios de capitales.
En el curso de los años ’80, el endeudamiento federal consecutivo al gigantesco crecimiento de los gastos militares de la administración Reagan, así como la circulación de los títulos de la deuda pública, dieron bases para la transferencia de riqueza a los mercados financieros y, simultáneamente, a una gigantesca creación de créditos por el sistema bancario norteamericano. Si bien los continuos recortes presupuestarios de los últimos años disminuyeron significativamente el déficit, el peso de las deudas contraídas precedentemente sigue siendo muy elevado. En 1998, solamente el endeudamiento federal (excluyendo los Estados de la Unión y las colectividades locales) alcanzó 3.720 mil millones de dólares, el 43,6% del PBI. Luego del lanzamiento de la “guerra de las estrellas”, el servicio de esta deuda representó siempre más del 3% del PBI e incluso alcanzó casi el 5% entre 1990 y 1992. Las sumas pagadas a los poseedores de títulos de la deuda pública fueron utilizadas para financiar la compra de activos financieros (acciones, obligaciones) en Wall Street. A su vez, esta valorización bursátil aumentó de manera totalmente artificial el valor nominal de los activos financieros en manos de las diferentes instituciones financieras, bancarias y no bancarias (los fondos de pensión, los fondos de colocación colectivos y las riquísimas compañías aseguradoras).
No puede haber ningún análisis serio de la economía norteamericana y de sus perfomances “milagrosas” si no se parte de las relaciones de los Estados Unidos con el resto del mundo. Debido a su poderío político y militar
[6], pueden construir su prosperidad sobre la base de la captación de recursos de los otros, e incluso hacer caer sobre otros países capitalistas desarrollados, Japón y los países de la Unión Europea, algunas de las consecuencias de los mecanismos de endeudamiento y la creación de crédito en gran escala, reforzando aún más su capital financiero. De hecho, el comportamiento de los Estados Unidos no sería concebible para ningún otro país. El país registra déficits comerciales considerables y crecientes como el resto del mundo, más de 250 mil millones de dólares en 1999. El endeudamiento externo alcanzó 1.537 mil millones de dólares, o sea el 17% del PBI en 1999. Con los actuales ritmos de crecimiento del PBI y los déficit comerciales, el endeudamiento externo alcanzaría el 70% del PBI en diez años. Ahora bien, estos déficits comerciales y endeudamientos solamente son posibles porque los acreedores los aceptan (o están obligados a aceptarlos). De hecho, el 40% de los títulos de la deuda externa están en manos de no residentes americanos, principalmente instituciones asiáticas. La adquisición de obligaciones del Estado americano siempre fue debida al hecho de que los rendimientos que ellos ofrecen son más elevados que los que existen en los empréstitos estatales en Alemania y en Japón. En el último período, también se benefició poderosamente de su dimensión de valor refugio.
Repetidas inyecciones de crédito y formación acelerada de capital ficticio.
Los bancos americanos fueron puestos en condiciones de poder alimentar este proceso a través del crédito y simultáneamente aprovecharlo ellos mismos, como prestamistas y como inversores financieros. Si los fondos de pensión y los fondos mutuos son la máscara de proa del capital financiero contemporáneo, en particular por el control directo ejercido sobre la producción de plusvalía, el sistema bancario sigue siendo un componente esencial. El sistema bancario (en cuya base está el Banco Central) se mantiene en el corazón de los mecanismos de la creación y, en gran parte, de la multiplicación del capital-dinero de préstamo bajo sus múltiples formas. Los bancos americanos salieron muy debilitados de las repetidas convulsiones financieras de fines de los años ‘80 y comienzo de los ’90 (la quiebra de las sociedades que emitían los junk bonds, la quiebra de las cajas de ahorro privadas y sobre todo el crack inmobiliario de 1990). Pero la FED les permitió recuperarse muy rápidamente gracias a una política mediante la cual pudieron tomar créditos a tasas de interés muy bajas y prestar a tasas muy elevadas.
Es preciso subrayar lo ridículo de las afirmaciones sobre la supuesta importancia del control de la masa monetaria, argumento martillado por los monetaristas en nombre de las posturas de la teoría neoclásica para justificar altas tasas de interés. De hecho, en el curso de los últimos años, la FED no buscó de ninguna manera frenar la creación de crédito por el sistema bancario. Por el contrario, generalmente tomó la iniciativa de estos procesos con sus intervenciones de salvataje del sistema cuando éste amenazaba hundirse. Esto ocurrió muchas veces, pero una etapa decisiva fue la “señal” enviada al capital financiero en 1987, durante la caída de valores en Wall Street, superior a la de 1929, que sólo fue contenida suministrando liquidez a las instituciones financieras. Lo que hizo decir a los observadores que la reserva federal apagaba “el incendio con petróleo”, comentario más válido incluso para la política seguida durante el otoño de 1998.
El sistema financiero debe, pues, a las repetidas intervenciones del banco central y del tesoro, la posibilidad de haber superado las consecuencias de las crisis y los choques que jalonaron los años ’80 y ’90 sin daños mayores y de continuar su proceso de concentración.
[7] Desde que los bancos fueron protegidos del crack inmobiliario de comienzos de la década, se pusieron a prestar sumas elevadas, una fracción creciente de las cuales fue colocada en acciones, y aceptaron títulos como contrapartida de préstamos. La tasa de ahorro de los hogares americanos pasó a ser negativa; la relación de los gastos con el ingreso corriente disponible, del cual ya cerca de un 20% proviene de los ingresos financieros, alcanzó cerca del 103%. El alza de Wall Street también ha sido alimentada a través de los préstamos y las operaciones al descubierto. Este mecanismo no sólo se auto-sostuvo, sino que se aceleró considerablemente en los últimos años. A partir de 1995, el crecimiento de la masa monetaria norteamericana se produjo con tasas de crecimiento anual del orden del 10%, ritmo desconocido desde comienzos de los años ’70.
Esta interconexión entre Wall Street y el sistema bancario es potencialmente explosiva. La apertura de nuevos créditos, es decir, de medios de pago (moneda escritural) para permitir a sus clientes adquirir activos financieros, explicaría, según los datos publicados por Paribas en su revista Coyuntura, más del 60% de la creación monetaria registrada en los Estados Unidos entre 1998 y 1999. Se constata incluso una correlación estrecha entre las tasas de crecimiento de los créditos bancarios y los índices Dow Jones. Se está en presencia de fenómenos de burbuja especulativa del tipo de las analizadas por Galbraith, Kindleberger o Minsky en 1929, pero nos encontramos también con mecanismos acumulativos mucho más redituables aún que integran, en un solo y único movimiento, a los bancos y Wall Street, el nivel y la estructura de la demanda y los adelantos de ingreso de los propietarios y los gestores de títulos. Según las declaraciones hechas por Alan Greenspan en su presentación más reciente ante el congreso:
el aceleramiento de la productividad tiene, ahora, tendencia a traducirse en crecimientos aún más fuertes del lado de la demanda global que de la oferta. Esto se relaciona principalmente con el hecho de que el aumento de la productividad tiene como contrapartida la anticipación de un aumento de los ingresos de largo término de las empresas (
y, por lo tanto, de desembolsos de dividendos y plusvalías bursátiles. C.S.).
[8]
Crédito, capital-dinero y defensa de la “existencia mítica del dinero”[9].
¿Sería posible la producción capitalista con su actual volumen sin un sistema de crédito? Marx responde a esta pregunta que considera “absurda”: “evidentemente no”
[10]. Porque el crédito está en la encrucijada de múltiples procesos donde se entrecruzan, sin identificarse, las funciones monetarias, así como de financiamiento de la acumulación
[11]. Estas cuestiones están ampliamente tratadas por Marx, que las sintetiza perfectamente en el Libro III de
El Capital. Es preciso recordar que en una sociedad en la que el productor está despojado de sus medios de producción y donde las relaciones económicas de explotación toman la forma de relaciones jurídicas entre individuos “libres”
[12], tener la moneda (el dinero) “permite poseer la
potencia social bajo la forma de un objeto en el bolsillo” (como subrayara Marx). De ahí que, durante las crisis, se presente esta situación aparentemente absurda:
Una desvalorización del crédito-dinero (para no hablar de una desmonetización, puramente imaginaria, por lo demás, del mismo) haría estremecerse todas las relaciones existentes. Se sacrifica, por tanto, el valor de las mercancías para asegurar la existencia fantástica y sustantiva de este valor en dinero.
[13]
En este marco, el crédito del banquero, consentido bajo la forma de descuentos, letras, adelantos, etc., introduce una dimensión cualitativamente diferente. Por una parte, representa para él “capital productivo de intereses”, que en su óptica no es más que un mecanismo que le permite pretender extracciones o punciones sobre el valor de la plusvalía que viene de manera inmediata como ganancia compartida, pero que empuja a los capitalistas a tratar de aumentar aún más la tasa de explotación de los obreros. Pero es también, por otra parte, un agente de multiplicación del capital ficticio:
Al desarrollarse el capital a interés y el sistema de crédito, parece duplicarse y a veces triplicarse todo el capital por el diverso modo a como el mismo capital o simplemente el mismo título de deuda aparece en distintas manos bajo diversas formas. La mayor parte de este ‘capital-dinero’ es puramente ficticio
[14].
Finalmente, es gracias al sistema de crédito que se desarrollan las sociedades por acciones y la “Transformación (...) de los propietarios de capital en simples capitalistas de dinero”
[15]. Con el desarrollo del capitalismo, el capital-dinero se acumula bajo la forma de préstamos de Estado, acciones, etc., que no son más que títulos (activos financieros) que darán derecho (si todo marcha bien) a un ingreso. Pero la expresión de “ficticio” al calificar a este tipo de capital no debe llevar a equívocos. Este capital constituye una acumulación de derechos sobre la plusvalía producida o a producir y, en este sentido, la preservación del valor de estos derechos de propiedad es evidentemente esencial. En consecuencia, las observaciones de Marx sobre el dinero antes citadas son extensivas a los títulos representativos del capital dinero de préstamo (los activos financieros): es absolutamente crucial conservar su existencia mítica y autónoma. Podría decirse que la historia del capitalismo puede ser leída como una tentativa permanente por emanciparse de las imposiciones monetarias (fin del oro como equivalente general de todas las mercancías) y financieras de la acumulación. Se trata de un esfuerzo ilusorio, puesto que de esta manera no pueden ser superadas de manera duradera las contradicciones del modo de producción. Pero el intento apunta a permitir al capital como clase preservar “su” derecho de propiedad fundamental, el que posee sobre la creación y la apropiación de la plusvalía.
Puede recordarse aquí el rol jugado por el dólar como moneda de crédito y medio de financiamiento en el curso de las dos décadas de posguerra (Gold exchange standard). Es verdad que el capital financiero fue (provisoriamente) contenido en el curso de este período, pero recuperó un vigor desconocido desde fines de los años ’70. A partir de los ’80, en el marco de la “globalización financiera” y con el concurso activo de las políticas neoliberales, el capital financiero puso en marcha mecanismos que refuerzan su poderío económico y social. La acción conjunta del sistema bancario -que sigue siendo el pivote del sistema de crédito- y de los fondos de inversión -que ejercen una posición de control de la acumulación y de la producción de plusvalía por la manipulación de los derechos de propiedad sobre el capital que centralizan-, ha permitido al capital financiero norteamericano, y de manera subordinada, al de los países europeos, desarrollar una prosperidad posiblemente desconocida en la historia del capitalismo.
Wall Street, el crack, la crisis.
El fortalecimiento del capital financiero desde hace treinta años fue alentado por el lento ritmo de la acumulación del capital. Las finanzas se alimentaron con capitales que se replegaron de la producción. Así pues, su fuerza constituye, al mismo tiempo, una causa importante del débil crecimiento económico de las dos últimas décadas. Los Estados Unidos suelen ser presentados como una excepción y se insiste mucho en que habrían entrado en una “nueva economía”. Wall Street se ha convertido en pivote de las "elevadas" tasas de crecimiento del PBI (3,7 o 3,8 en vez de 2,5 o 2,8%) tan admiradas por los dirigentes socialdemócratas de Europa. Alan Greenspan no lo oculta. En su intervención del 17 de febrero, él atribuye un punto de crecimiento (1% del PBI) al efecto sobre el consumo de las plusvalías bursátiles, los intereses y dividendos. Paralelamente a esto, una parte no despreciable del crecimiento de la economía americana descansa en el consumo de los hogares que se basa a su vez, en una proporción creciente, en un endeudamiento que generalmente se otorga tomando en garantía los activos financieros (acciones, obligaciones) que estos hogares poseen. En suma, las performances tan alabadas de la economía norteamericana reposan sobre niveles muy elevados de endeudamiento, externo e interno (ver lo dicho más arriba), público y privado. El endeudamiento privado (empresa y hogares) casi se triplicó entre 1994 y 1999, pasando de 4.160 mil millones a 11.000 mil millones de dólares en 1999 (repartido más o menos por mitades entre hogares y empresas), es decir, 68% del PBI.
Parte del PBI e inversiones en capital fijo correspondiente al sector financiero norteamericano.
Años
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Parte del PBI (%)
|
Parte del capital fijo (%)
|
Promedio de los años 1970
|
1,1
|
9,8
|
Promedio de los años 1980
|
1,6
|
13,7
|
Promedio de los años 1990
|
1,7
|
16,9
|
Año 1998
|
2,4
|
21,4
|
La situación comienza a hacerse peligrosa, al punto que el informe anual del BIR fechado en junio de 1999, notaba con inquietud que la insolvencia de los particulares había alcanzado una amplitud sin precedentes. En lo referente a las empresas, más de la mitad de las deudas nuevas (400 mil millones de dólares) que contrajeron en 1998 fueron consagradas a comprar sus acciones. De hecho, la fuga hacia delante mediante la creación de créditos, en particular para contener las consecuencias del crack de 1987, ha conducido a la situación actual, en la que el endeudamiento de los hogares y las empresas alcanza proporciones colosales, y un nivel mucho más alto que en 1987. Ahora bien, para continuar reembolsando a los bancos y pagando los intereses mensuales, será preciso en algún momento vender los activos precipitando así el hundimiento de sus precios.
Por su lado, el dinamismo de la inversión de las empresas depende en gran medida de lo que las contabilidades nacionales denominan las empresas del sector financiero. Están compuestas por los bancos y fondos de pensión y colocación, pero también por casas de asesoramiento, gabinetes de expertos y sociedades o consultores financieros, etc. Este sector no solamente aumentó considerablemente su tamaño, como las estadísticas nacionales lo contabilizan (columna 2 del cuadro), sino que también aumentó en forma notable su participación en las inversiones en equipamiento (principalmente informático) (columna 3 del cuadro). Las empresas del sector financiero han representado en 1998 más del 21% de la inversión total de las empresas americanas. Tal es el contenido de la acumulación de capital fijo de Estados Unidos. Y D. Henwood tiene razón al subrayar, en el artículo del que sacamos esta información, el extraordinario parasitismo que refleja la economía norteamericana y que está muy lejos de ser la supuesta new age.
Que los niveles alcanzados por la bolsa norteamericana y tras ella las bolsas europeas, son extraordinariamente altos incluso en comparación con otros períodos de burbuja especulativa, es algo indiscutible. Los índices son muchos. Por ejemplo, la relación cursos bursátiles sobre dividendos (el
Price-Earning Ratio o PER), que se supone refleja una tasa de rendimiento (puesto que relaciona los beneficios distribuidos con el valor de la acción) es extremadamente bajo, del orden del 2% para una media de período largo (más de cuatro décadas) de 4,8%. Por supuesto, los dividendos han aumentado desde hace una decena de años, pero los valores de las acciones aumentaron en proporciones muy superiores. Se ha entrado en un período inédito, donde las tasas de interés a medio y largo plazo de los bonos del tesoro americano, considerado valores particularmente “seguros”, son mucho más altos (aproximadamente un 6%) que los dividendos ofrecidos por la posesión de acciones que implican mayor riesgo y que, por lo tanto, deberían dar rendimientos más elevados. La sobrevaluación de los valores en el DAQ, el mercado de valores de alta tecnología, es aún más fuerte. En abril de 1999, la revista
Paribas informaba que en AOL, Yahool, Amazon.com, eBay, la capitalización bursátil alcanzaba 125 mil millones de dólares para ingresos (¡no beneficios!) que apenas alcanzaban a
3,5 mil millones de dólares[16].
Están reunidos todos los elementos para una inversión en la tendencia, que puede abrir la vía a una caída significativa de los valores bursátiles de Wall Street, lo que podría a su vez precipitar el crack ante cualquier choque político o económico importante. Su punto de partida podría ser el NASDAQ, mercado de valores de alta tecnología cuyos valores alcanzan sumas astronómicas, o bien la venta de activos por los no residentes. La consiguiente baja en los valores de los activos financieros podría entonces ser agravada por la necesidad en que se encontraría la Reserva Federal de aumentar sus tasas para enfrentar una crisis de confianza con respecto al dólar
[17]. Desde hace algunos meses, es claro que el dólar sólo mantiene sus niveles de paridad (en particular respecto al yen) gracias a las tasas de interés muy elevadas
[18], pero incluso esto ya no sería suficiente si la administración norteamericana, apoyada por el FMI, no ejerciera fuertes presiones para que el Banco Central japonés cree aún más moneda, para permitir que sus residentes compren activos americanos
[19].
El hundimiento de los valores en Wall Street provocaría una brutal caída en la cartera de activos retenida por los fondos de pensión. Millones de jubilados americanos serían entonces alcanzados directamente. Del crack bursátil se pasaría a una cuestión directamente social. Un crack sacudiría igualmente a los circuitos de endeudamiento que constituyen los verdaderos resortes del fuerte consumo de los hogares y del dinamismo de las empresas. Este es el temor que llevó a Greenspan a dar signos de aliento a los “mercados” tras el hundimiento de las economías asiáticas en 1997, y a ayudar, hasta ahora, a la superación de los momentos de crisis para el capitalismo norteamericano, agravando la factura para una gran parte del planeta y los asalariados norteamericanos.
Porque sin duda éste es un rasgo distintivo de las dos últimas décadas. El capital financiero, a través de sus organizaciones y sus representantes, participa en la explotación de la fuerza de trabajo directamente a través del “gobierno de empresa”, e indirectamente por los ingresos de intereses de la deuda pública, que son alimentados por impuestos que pesan esencialmente sobre los asalariados y los trabajadores de ingresos bajos. Pero la dominación del capital financiero se inscribe en una nueva situación histórica abierta a comienzo de los años ’70. Si puede utilizarse el término de crisis para caracterizar estas (casi) tres décadas, a mi juicio cabe hacerlo en el sentido más amplio que le diera Marx. Una crisis cuya expresión es la dificultad de valorización de los capitales y un ritmo cada vez menor de la acumulación, pero cuyos fundamentos reales se encuentran en los límites históricos que el mismo capital mismo pone a su propio desarrollo y, aún más, al de la humanidad. Se habría entrado, realmente, en una era en la que “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso de producción social socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza:
la tierra y el trabajador”
[20].
[1] Artículo publicado originalmente en
Carré Rouge Nº 13, febrero de 2000. La traducción al castellano es de Aldo Andrés Romero.
[2] André Orléan,
El poder de la finanza, Ediciones Odile Jacob, París, 1999.
[3] Ver mi artículo y el de François Chesnais en el Nº 9 de
Carré Rouge, octubre de 1998. Ver también nuestras contribuciones al libro colectivo coordinado por Gerard Duménil y Dominique Lévy,
Le triangle infernal:
crise, mondialisation, financiarisation,
Actuel Marx Confrontations, París PUF, 1999; y por fin los publicados (junto con Bernard Friot) en el dossier sobre mundialización coordinado por R. Sobel y M. Kail, en
Temps Modernes, enero-marzo 2000.
[4] Ver el número de la revista
L’économie politique Nº 4, cuarto trimestre de 1999, sobre los paraísos fiscales.
[5] Entre las instituciones que la quiebra de LTCM tocó, estaba incluso el Banco Central Italiano (el Banco de Italia), que para llenar sus arcas había prestado grandes sumas a LTCM a tasas de interés muy altas, por medio de sociedades pantalla (es decir, sociedades ficticias) domiciliadas en paraísos fiscales (ver
L’économie politique, op.cit., pag. 26.
[6] Ver, en el dossier sobre la mundialización coordinado por R. Sobel y M. Kail, en
Temps Modernes, op. cit., mi artículo "La mundialización y su brazo armado".
[7] Aunque algunos
Golden boys hayan sido “sorprendidos con la mano en la lata” y arruinados, y algunas instituciones financieras han sido liquidadas, lo que traduce un bien conocido proceso de centralización de capital.
[8] El 17 de febrero del 2000, según artículo del
Herald Tribune.
[9] La versión francesa de
El Capital utilizada por Serfaty habla de "la existencia mítica y autónoma de este valor que se encarna en el dinero", allí donde la traducción al castellano de W. Roces dice "existencia fantástica y sustantiva de este valor en dinero",
[10] El Capital, Tomo II, Libro Segundo, Sección primera. F.C.E., México, 1973.
[11] Sobre este punto, es importante el análisis hecho por S. Brunhoff, ver en particular
La monnaie chez Marx, así como
La politique monétaire.
[12] “Libre” significa simultáneamente que el asalariado -a diferencia de las sociedades esclavistas, de servidumbre, etc.- es libre para vender su fuerza de trabajo, y que no tiene ninguna otra mercancía para vender que no sea su fuerza de trabajo.
[13] El Capital, Tomo III, Libro Tercero, Sección Quinta, Capítulo 32, “Capital-dinero y capital efectivo. Conclusión”, F.C.E., México, 1973, pag. 484.
[14] El Capital, Tomo III, Libro Tercero, Sección Quinta, Capítulo 29, “Las partes integrantes del capital bancario”, pag. 443.
[15] El Capital, Tomo III, Libro Tercero, Sección Quinta, Capítulo 27, "El papel del crédito en la producción capitalista", pag. 415.
[16] P. Blanqué, “
US Credit. Bubbie.com, Conjoncture”, abril de 1999.
[17] Un alza en las tasas de interés se traduce por una baja de los valores de las obligaciones ya cotizadas en el mercado a tasas inferiores y, por lo tanto, menos atractivas.
[18] Los intereses servidos sobre los bonos del Tesoro americano son del orden del 6%, con prácticamente 2% en Japón.
[19] Para adquirir activos americanos, los no residentes deben procurarse dólares, y esta demanda mantiene el valor de la divida norteamericana.
[20] El Capital, Tomo I, Libro Primero, Sección Cuarta, Capítulo 13, "Maquinaria y Gran Industria", pag. 424.