26/12/2024

¿Vuelta a los 90 o comienzo de la segunda década del neodesarrollo?

 
La última presidencia de Cristina Fernández inició el proceso de ajuste heterodoxo y crisis transicional pasando por el inicio de la ‘sintonía fina’ a fines de 2011 (restricciones a la compra/venta de dólares), la devaluación del verano de 2014 y el camino del reendeudamiento externo (arreglo con el Club de Paris y el pago a REPSOL con títulos públicos por la expropiación de YPF, etc.). El macrismo vino a completar ese proceso, radicalizando el proyecto hegemónico.
 
El ajuste de la nueva derecha y un nuevo comienzo para las luchas populares.
 
Ha comenzado un nuevo ciclo político en la Argentina. En el ocaso de la era kirchnerista llega al gobierno nacional la alianza política ‘Cambiemos’ de derecha empresarial hegemonizada por el PRO del presidente Mauricio Macri (y secundado por la histórica Unión Cívica Radial y otras fuerzas menores). Esta fuerza política no ha venido a desarmar el proyecto neodesarrollista -apuntalado por el kirchnerismo- sino a radicalizarlo, transformando sus límites en barreras superables dialécticamente pero sin alterar sus fundamentos estructurales. El ajuste macroeconómico iniciado el 10/12 es el primer paso en un programa integral que buscará intensificar la extranjerización y el extractivismo, con miras a proyectar un proceso de acumulación de capital liderado por la exportaciones, la inversión transnacional y el endeudamiento externo.
 
Del neodesarrollo a su radicalización por derecha.
 
El proyecto de neodesarrollo construido a lo largo de la década larga del kirchnerismo nació sobre la herencia neoliberal pero la perfeccionó. En hacer eso, consolidó las facetas extractivistas, financiarizadas y extranjerizantes.
El kirchnerismo no logró superar los límites del capitalismo dependendiente argentino, los que re-aparecieron a poco de andar. Luego de la era feliz del ‘capitalismo en serio’ (2002-2008), la economía política del capital comienza a dejar de lado la faceta distribucionista que fuera acto reflejo frente a la crisis neoliberal y la conflictividad social pos-2001. La última presidencia de Cristina Fernández inició el proceso de ajuste heterodoxo y crisis transicional pasando por el inicio de la ‘sintonía fina’ a fines de 2011 (restricciones a la compra/venta de dólares), la devaluación del verano de 2014 y el camino del reendeudamiento externo (arreglo con el Club de Paris y el pago a REPSOL con títulos públicos por la expropiación de YPF, etc.). El macrismo vino a completar ese proceso, radicalizando el proyecto hegemónico.
Frente a los límites del neodesarrollismo, el kirchnerismo forzó al máximo una estrategia keynesiana para los tiempos difíciles, exigiendo a pueblo trabajador ‘racionalidad y moderación’ en sus demandas. En lugar de atacar los fundamentos de la crisis, operó sobre los efectos de la misma intentando desplazar en el tiempo los límites del proyecto para llegar ganador a las elecciones presidenciales de 2015. Esa estrategia enfrentó costos crecientes, con inflación y estancamiento económico y salarial, déficit fiscal y externo cada vez mayores. Por su parte, la contradicción entre un discurso que asociaba el desarrollo al consumo individualizado y crecientemente mercantilizado, y la realidad del deterioro en los niveles salariales, del estancamiento en el empleo y de la precarización extendida y persistente de las condiciones de vida alienó a una porción significativa de la base social del kirchnerismo que comenzó a descreer de la estrategia oficial. A esto se sumaron candidatos equívocos (Daniel Scioli, Anibal Fernández, entre otrxs) que sólo proponían ‘profundizar el modelo’ en crisis, construyendo así los fundamentos de la debacle electoral (no hay otra manera de nombrar el drenaje de votos que sufrió el kirchnerismo desde el 54% en 2011 a menos de 37% en octubre de 2015).
 
Cambiemos y la política económica para el ajuste.
 
El triunfo de Cambiemos pone en práctica la radicalización de la estrategia neodesarrollista, comenzando por la aceleración del ajuste macroeconómico. Esa política, llamada eufemística y cínicamente ‘sinceramiento de las variables’, pretende reordenar los parámetros de la política macroeconómica en función de crear condiciones ‘más justas para el capital’.
La eliminación de la mayor parte de la regulaciones para la compra y venta de divisas (‘cepo cambiario’) junto con la devaluación del peso y la eliminación/reducción de los impuestos a las exportaciones de commodities reasignará una enorme masa de recursos desde los sectores populares hacia el conjunto del capital y en especial hacia las grandes corporaciones transnacionales que controlan todas las ramas de la economía y el comercio exterior.
El anticipo de esas medidas en la campaña electoral (por parte del macrismo pero también del sciolismo/kirchnerismo) ya habían comenzado a construir ese desplazamiento por la vía de una aceleración inflacionaria anticipada. A partir de la realidad de las nuevas medidas económicas, la inflación no hará sino aumentar aun más.
A partir de allí, el programa económico del nuevo gobierno buscará conformar un nuevo ‘clima de negocios’ favorable al gran capital y resolver las barreras que el kichnerismo acumuló (a lo largo de su estrategia de ajuste heterodoxo sin cambio estructural). Las respuestas serán -por defecto- en favor de capital más concentrado y sus costos serán pagados por lxs mismos de siempre (el pueblo trabajador):
(a)    Elevar las tarifas de energía y transporte con menos subsidios (la declaración de la ‘emergencia energética es el primer paso) a fin de promover la inversión por parte de las empresas privadas/privatizadas;
(b)    Concluir las negociaciones con los fondos ‘buitres’ (seguramente, pagando lo reclamado, parte en efectivo y parte con más deuda) para facilitar un renovado acceso al financiamiento internacional (mayor endeudamiento externo); esto permitiría desplazar  en el tiempo la ‘restricción externa’ aportando recursos para sostener la política de dólar caro (‘competitivo’ como le dicen) pero bajo control (en ‘flotación sucia’, con la intervención del Banco Central) y abrir al menos en los próximos años un nuevo sendero de crecimiento;
(c)    Apuntalar este proceso profundizando las inversiones en infraestructura ‘económica’ (caminos, ferrocarriles, generación y distribución de energía, etc.) previstas ya en el proyecto de la IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana) con financiamiento de los organismos internacionales de crédito como el BID (algo que ya venía ocurriendo en el ciclo kirchnerista);
(d)    Llevar hasta el final la apertura e internacionalización de la economía, buscando cerrar el acuerdo de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea (que hace tiempo es discutido bajo siete llaves) y profundizando los vínculos con la alianza del Pacífico (y más allá, con China e India como ejes);
(e)    Avanzar en una reducción progresiva del gasto público (sobre todo a través de una política de aumento del gasto por debajo de la inflación y reducción de subsidios a los servicios públicos) a los fines de cerrar la brecha fiscal (déficit) y comenzar a limitar la emisión monetaria;
(f)    Contener las negociaciones salariales dentro de un sendero por debajo de la inflación real; esto lograría simultáneamente (y junto con una política monetaria y fiscal más restrictivas) bajar la inflación (como ocurrió a partir de mediados de 2014) y apalancar la inversión privada en una nueva ecuación distributiva más favorable al capital.
Ese programa sintetiza la economía política del capital en los tiempos de la crisis. Con un sesgo de clase evidente, propondrá -si el pueblo organizado no logra evitarlo- concluir la etapa de crisis transicional y recuperar el crecimiento por un tiempo, que es lo único que el capitalismo puede ofrecer aun si a costo creciente para el pueblo y la naturaleza.
 
¿Nuevo gobierno, nueva hegemonía?
 
El macrismo avanza con pies de plomo, sabiendo que su gobierno nació con legitimidad formal pero poca legitimidad política. Habiendo ganado por escaso margen en la segunda vuelta electoral, carece de peso institucional significativo en gobernaciones, diputados y senadores, intendentes y concejales. Por ello, arrancó con mano de hierro, llevando al límite (y más allá) todos los poderes formales de una Constitución hiper-presidencialista y delegativa.
Construye un gobierno que parece el ‘comité de gestión de la burguesía’ (la democracia de los CEO o CEOcracia como dice el compañero Miguel Mazzeo), pero difícilmente pueda consolidar una nueva hegemonía sobre la base de un Estado a la Miliband, simplemente colocando en las posiciones estratégicas a ex-empresarios o representantes directos de las clases dominantes, como ha hecho por la mayor parte en una primera instancia.
El macrismo sabe que la posibilidad de consolidarse dependerá de la construcción hegemónica que pueda conformar incluyendo en la alianza gobernante (aunque no necesariamente ‘en el gobierno’) a sectores sociales y políticos que sean expresión de fuerzas sociales reales (partidos del sistema, sindicatos, organizaciones sociales, ONGs).
El Estado es más bien -a la Poulantzas- condensación de las relaciones sociales de fuerza, y el macrismo buscará construir puentes pero también marcar límites (buscando anular disidencias radicales), que le permitan avanzar en su programa intentando construir un nuevo bloque en el poder bajo su liderazgo. Nada certifica que lo logre. La convocatoria al ‘pacto social’ para Enero es un primer paso en ese sentido. La represión selectiva y control de la protesta social (como acaba de ocurrir con el caso de la lucha de lxs trabajadores de la productora de pollos Cresta Roja) es un paso en el mismo sentido.
 
Organizarse para enfrentar el ajuste y construir la alternativa.
 
Como siempre, el pueblo es el principal perjudicado inmediatamente por el ajuste económico. Esto ocurre en el marco de la herencia del kirchnerismo que consiguió fracturar y segmentar al movimiento popular nacido de la resistencia al proyecto neoliberal. La batalla por venir es aquella por la posibilidad de construir un frente político contrahemónico que supere la radicalización macrista del neodesarrollismo pero también al programa kirchnerista de ‘reformas sin sacar los pies del plato’.
En un comienzo la tarea será consolidar fuerzas sociales que pongan límites a la ofensiva del capital. Comienzan a vislumbrarse intentos de rearticulación y coordinación para preparar una nueva resistencia. El multitudinario Foro de los Pueblos del 12/12 y la movilización masiva del 22/12 son sus primeras expresiones. En el camino de la lucha en las calles y la unidad de acción, habrá que avanzar en el fortalecimiento de un frente político amplio que ataque el programa macrista (y su alternancia reformista) pero que plantee alternativas. Esas alternativas tendrán que entrecruzar las diversas luchas contra el proyecto de neodesarrollo, construyendo una economía política de lxs trabajadorxs que se plantee como opción para el conjunto del pueblo. Sin ánimo de (ni espacio para) agotar ese debate, esas opciones deberán incluir caminos para salir del extractivismo y construir otra política macroeconómica y laboral, una nueva estrategia de integración y desarrollo socio-productivo, y nuevos paradigmas para la gestión de lo común (servicios públicos, riquezas naturales, educación y salud, seguridad social).
 

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