23/12/2024
Por Martínez Manuel
Venezuela está hoy en el centro de la producción de noticias por parte de los medios. Se dice de todo, se imagina mucho, se exagera sin escrúpulos. En fin, si antes se había dicho que la continuidad del populismo nos llevaba a ser como Venezuela, hoy tienen que probarlo apelando a cualquier recurso. Los mandamases de la Casa Blanca venden tal o cual idea de lo que supuestamente sucede en ese hermano país, los medios de gran llegada se encargan de la interpretación y transmisión hasta que finalmente potencian en el imaginario social que se está viviendo una catástrofe. Y, desde luego, la construcción de una “opinión pública” mediante el bombardeo mediático pone contra la pared hasta a ciertas voces progresistas. Las de Clarín y La Nación, con su inmensa red de canales, radios y diarios, nunca dudaron en calificar al gobierno de Nicolás Maduro como una dictadura, pero hay otras voces o plumas progres que pisaron la cáscara de banana y dicen más o menos lo mismo o como mínimo dudan si es o no una dictadura. Lo de los medios concentrados o de sus “intelectuales orgánicos” del poder está claro, lo damos por descontado, pero los titubeos democratoides de portales que fungen de izquierda dan para discutir mucho.
Entonces vayamos directamente al grano. En el escenario actual de Venezuela, la contradicción no es dictadura vs. democracia. Ninguna duda. La contradicción real es independencia, soberanía y autodeterminación nacional vs. recolonización. Tales son los dos polos que tensan el escenario político, económico y social, no sólo ahora sino desde hace años. La revolución bolivariana, cuyo inicio coincide con el de este siglo XXI, ha sido hasta ahora el proceso popular más dinámico e innovador de Nuestra América. Enfrentó decididamente al neoliberalismo y a la dominación imperial. Recuperó la riqueza fundamental de Venezuela, es decir arrancó de manos de la oligarquía el control del petróleo. Diseñó y llevó a la práctica una democracia participativa y protagónica, que incluye 25 procesos electorales de carácter universal en 20 años, de los cuales las fuerzas bolivarianas perdieron sólo en dos. Desarrolló múltiples misiones, entre ellas la de vivienda, que llegó a entregar 2.5 millones de casas o departamentos al finalizar el año pasado. Es un territorio libre de analfabetismo, según lo declaró la Unesco hace ya varios años. Amplió de manera cualitativa la educación superior con la creación de nuevas universidades e institutos de enseñanza. Impulsó la integración regional con la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unasur, la CELAC y el rechazo a las pretensiones imperiales con la derrota del ALCA. En fin, mencionamos sólo algunos aspectos de un singular proceso revolucionario que revitalizó en la contemporaneidad la conciencia de la Patria Grande y generó gran entusiasmo en las nuevas generaciones.
Todos los pasos dados por la revolución bolivariana se produjeron en un contexto continental marcado por un extraordinario y multiforme protagonismo popular orientado hacia el cambio social, así como por el surgimiento de diferentes gobiernos que contribuían a ese torrente. Sin embargo, enfrentaron también a fuerzas restauradoras o recolonizadoras que nunca aceptaron la soberanía y la autodeterminación del pueblo de Venezuela. Ya en abril de 2002, por citar un acontecimiento fundamental, hubo un golpe de Estado fallido que logró sacar al comandante Hugo Chávez por unas horas. La pujante movilización lo restituyó en el gobierno y a partir de entonces se inició un período de radicalización, de profundización de la revolución. Una de las mayores expresiones de esto fue la transformación de la Fuerza Armada, reorganizándola en franca ruptura con las concepciones del Pentágono y de la Escuela de las Américas, convirtiéndola en una institución militar basada en los ideales bolivarianos. Otro aspecto, para nada secundario, fue el impulso de los Consejos Comunales, es decir de organismos de poder popular local que a su vez se agrupan en Comunas. De esta manera, apoyándose en la Constitución Bolivariana, se ponía en marcha una nueva institucionalidad, desde abajo, paralela a la ya existente, impulsando la democracia participativa y protagónica de los/las sujetos/as de la revolución.
Después de Chávez
El inesperado fallecimiento de Hugo Chávez, en 2013, significó un golpe muy duro, no sólo para la revolución bolivariana sino para todos los pueblos de Nuestra América. Las viejas oligarquías venezolanas alineadas con Washington, representadas políticamente por nuevas derechas, consideraron que había llegado el momento para sacarse de encima al chavismo. Desde entonces hasta hoy hicieron cualquier cosa para borrarlo del mapa. Nicolás Maduro, quien había sido propuesto por el propio Chávez, ganó las elecciones con el 50,61% de los votos al frente del Gran Polo Patriótico, derrotando por estrecho margen al candidato de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, quien alcanzó el 49,12%. Cabe destacar que en esas elecciones hubo una participación del 79,69% del padrón electoral, pero lo importante es subrayar que jugaron todos, sin excepción. Es más, la derecha agrupada en la MUD que no había participado en anteriores procesos electorales de diferentes categorías por decisión propia, intervino con todas sus fuerzas en las de 2013 y perdió. Desde luego no reconocieron los resultados y reiniciaron sus acciones callejeras violentas: tal es la estirpe de los “demócratas”. Desde entonces hubo diferentes momentos de confrontación con el gobierno de Maduro. En 2014 impulsaron las famosas guarimbas, cobrando más de un centenar de víctimas, apelando a acciones terroristas, incendio de edificios públicos, etc., pero fueron finalmente reducidos. Capriles dijo que mientras no bajara la gente de los cerros de Caracas la cosa estaría difícil para ellos, y así fue. En 2017 volvieron a la carga, utilizando grupos de choque y paramilitares colombianos; tampoco pudieron. Los Capriles o los Leopoldo López, o las Corina Machado, no se hicieron cargo de ninguna de las acciones violentas que provocaron. En este contexto, agravado además por la caída de los precios del petróleo, lo cual afectó mucho a la economía venezolana, la derecha, los grupos económicos con presencia en el mercado y la banca internacional alentaron una guerra económica sin precedentes, provocando el desabastecimiento de alimentos y medicinas, así como el mercado negro, el contrabando y una hiperinflación galopante. Dicho de otra manera, no les importa nada, nunca les importó la vida de nuestra gente, lo único que buscaban era jaquear al gobierno, además en un contexto continental que ya no era el mismo que el de la primera década del siglo XXI.
En este nuevo contexto, que se inició a fines de 2015 con el triunfo de Macri en nuestro país, la MUD ganó las elecciones para la Asamblea Nacional (AN, Poder Legislativo) con el 56,21% de los votos, mientras que el Gran Polo Patriótico logró el 40,92%. En la actualidad, sólo reconocen a estas elecciones como válidas, aunque fueron organizadas por el mismo Consejo Nacional Electoral que denominan “aparato chavista” o “instrumento de la dictadura”. Posteriormente, el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) declaró en desacato a la AN por su insistencia en juramentar a tres diputados que llegaron a sus cargos por medio de elecciones fraudulentas denunciadas en el estado Amazonas. Con estos tres diputados la derecha beligerante tendría mayoría absoluta en la AN, logrando poderes para limitar la gestión presidencial. La AN desconoció al TSJ, es decir conformó su mayoría absoluta con fraude; pero además nombró un TSJ paralelo, que actúa en el exilio (Miami) erigiéndose en Poder Judicial “legítimo”.
Rota cualquier tipo de relación entre la AN y el Poder Ejecutivo, el gobierno bolivariano convocó en 2017 a nuevas elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Aunque la participación no fue la misma y la oposición –como era de esperarse– las desconoció, el Gran Polo Patriótico las ganó ampliamente. Luego ganó las elecciones para gobernadores y autoridades municipales, también por amplia mayoría. Finalmente, en mayo de 2018, se realizaron nuevas elecciones presidenciales. Maduro volvió a postular obteniendo el 67,84% de los votos. La oposición, centralizada hasta entonces en la ya mencionada Mesa de Unidad Democrática (MUD), debatió si participaba o no y finalmente se dividió. Participó un sector, con la candidatura de Henri Falcón, de Concertación por el Cambio, logrando el 20,93%; además participó también Javier Bertucci, de Esperanza por el Cambio, quien alcanzó el 10,82%. Estas elecciones dieron lugar a que Nicolás Maduro asumiera el pasado 10 de enero por un nuevo mandato hasta 2025. Su asunción fue calificada como “usurpación” no sólo por la AN sino por Estados Unidos y sus gobiernos satélites.
Los garfios sobre Venezuela
Es en este contexto que la derecha restauradora, alineada con el imperio, salió a confrontar fuerzas con el chavismo el pasado 23 de enero, fecha emblemática para el pueblo venezolano, porque recuerda la gesta de 1958 cuando fue derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La convocatoria, más que desde adentro de Venezuela, fue hecha desde Estados Unidos por su vicepresidente Mike Pence. Ese día se autoproclamó “presidente encargado” el titular de la AN, Juan Guaidó, en una plaza de Caracas. Días después presentó su “Plan País” en un auditorio de la Universidad Central de Venezuela con tres ejes sin plazo definido: “Fin de la usurpación”, “gobierno de transición” y “elecciones libres”. Extraña “dictadura” la de Maduro, ¿verdad? ¿Un gobierno paralelo haciendo lo que quiere?
Los informes que tenemos de primera mano nos dicen, claramente, que en Venezuela no hay una rebelión popular contra el gobierno bolivariano. El 23 de enero se vio, por un lado al sufrido pueblo mostrando su dignidad alrededor del Palacio de Miraflores, y por el otro a los/las seguidores del golpe de Estado en marcha apoyando a Guaidó. Más allá de otras demostraciones callejeras que se producirán cuando esta nota ya esté circulando, el clima interno real contrasta –y mucho– con el clima externo, por así decirlo. Los gobiernos neoliberales de la región, tocando la maraquita de Trump y acompañados por la Unión Europea, desconocen a Maduro y reconocen a Guaidó como “el único legítimo”. Está en curso la apropiación de remesas de dinero hechas por el gobierno bolivariano para comprar alimentos y medicamentos, aunque al mismo tiempo los apropiadores –con una enorme cobertura mediática internacional– hablan de “emergencia humanitaria” y reclaman que la “ayuda” ingrese a Venezuela desde la frontera con Colombia. También está en marcha el robo de los activos de Citgo, la empresa petrolera venezolana con sede en Estados Unidos, y que cuenta con varias refinerías y 6.000 estaciones de servicio en ese país. El plan está cada vez más claro: se trata de aprovechar el actual escenario regional para sacarse de encima al chavismo y avanzar en el saqueo de Venezuela. Cabe recordar que este hermano país de Nuestra América cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo, importantes reservas de gas natural y una riqueza enorme en oro. Se dice que Maduro “tiene sus horas contadas”, se habla de una posible “guerra civil”, Guaidó dice que una intervención militar de Estados Unidos podría presionar, al mismo tiempo que rechaza cualquier diálogo como el que proponen México y Uruguay. La payasesca “embajadora” de Guaidó en Argentina, Elisa Trotta, no por casualidad funcionaria de Cambiemos y asesora de María Eugenia Vidal, dice que el asunto del “doble comando” se resolverá “en una o dos semanas”.
Es preciso no caer en ninguna trampa, mucho menos ahora. La única dictadura es la del capital y de sus medios. Si la revolución bolivariana logra salir de esta conjura internacional, superando este momento difícil por el aislamiento de vive, seguramente podremos respirar un poco más allá y aquí, en nuestra Patria Grande. Sin duda, una salida digamos positiva a esta crisis planteará la necesidad de revisar –con firmeza y con la serenidad posible– no sólo los límites sino los errores cometidos a lo largo de estos 20 años de revolución. Hoy, sin embargo, concretamente, el escenario es sumamente complejo. La amenaza de una intervención militar auspiciada por Estados Unidos es una realidad, aunque todavía requiere de un consenso que hoy no se ha logrado, ni en la ONU ni en la OEA. Aquí y ahora es tiempo de solidaridad latinoamericanista para frenar el golpe, la recolonización y el despojo.
Buenos Aires, 08.02.2019
Manuel Martínez es miembro del Consejo de Redacción de Herramienta