Los medios masivos de comunicación son empresas con tentáculos incalculables, una sumatoria de dispositivos capaces de condicionar muy fuertemente la conciencia de amplísimos sectores de la sociedad. Las empresas comunicacionales pueden hasta determinar la política de los Estados. Actúan como una gran industria que controla la circulación de información. Pueden llegar a modificar una decisión judicial, el accionar de las fuerzas de seguridad y el rumbo (o la caída) del gobierno de turno. A nivel mundial, la prensa puede hasta fomentar la guerra.
Para los empresarios, la noticia es una mercancía, un elemento empaquetado que tiene que ser consumible por espectadores que intervienen sólo incidentalmente. Lo que dice (y sobre todo lo que no se dice) es muy importante para los dueños de las empresas periodísticas. La mayoría de las veces, la mayor parte del tiempo, las noticias se presentan inconexas, una detrás de la otra, sin conexiones ni análisis. La espectacularidad de los hechos es el criterio, no su relevancia. Los problemas del pueblo trabajador no están en la agenda. No siempre el gatillo fácil o la desnutrición son noticia. Casi nunca lo es el maltrato cotidiano de las fuerzas del orden o la dificultad para comer, alimentarse, vestirse, en definitiva, vivir. Los pobres aparecen cuando matan o delinquen, o cuando se destacan deportivamente. O si se mueven en masa y se convierten en un problema para el tránsito. “Caos”, dicen, en lugar de “reclamo por trabajo”. La sección política cubre lo que sucede a nivel institucional, mientras que las protestas de los movimientos sociales o los hechos de la vida cotidiana de los que más sufren suelen quedar para la sección de información general. En donde más aparecen las y los pobres es en la sección policial o en el tristemente célebre rubro 59 (que mantienen medios oficialistas y opositores). Los pobres nunca salen en la sección “sociales” o en los avisos fúnebres. Los señores y señoras “con nombre y apellido” son de la clase media para arriba. Un dicho habitual que puede escucharse de boca de jefes de medios –tanto en los de derecha como en los que se pretenden progresistas– es “no me traigas notas de pobres o de mapuches”. A este cronista le ha tocado que le digan “notas Indymedia, no”.1
A nivel mundial, y particularmente en nuestro país, los medios masivos se convirtieron en oligopolios comunicacionales que crecen al ritmo de la expansión tecnológica. Y los contenidos emitidos en cadena mundial y permanente tienden a invisibilizar por qué en un planeta con tanto desarrollo millones mueren de hambre, cómo con tanta tecnología predomina el saqueo contaminante de los bienes naturales. En el medio del medio, siempre hubo, hay y habrá amantes del oficio que creemos en la honestidad intelectual y en el compromiso con la clase trabajadora, el pueblo, los desposeídos, los ciudadanos comunes o como se quiera llamar a las grandes mayorías que no pueden disfrutar del banquete de la vida o directamente mueren en el intento porque algunos cientos acaparan y saquean sin límites.
En la Argentina, los mecanismos de los medios del sistema quedaron al descubierto para cientos de miles de personas durante y luego de la revuelta de diciembre de 2001.2 Las cámaras de los grandes canales que habían filmado las movilizaciones, de pronto se apagaron cuando la orden fue que todo debía volver al orden. Ya por ese entonces, en el fervor de los escraches y asambleas barriales, cientos repudiaron al grupo más concentrado, como al grupo Clarín y a Radio Diez. Se multiplicaron los medios alternativos, comunitarios y populares, más gente tomó en sus manos el derecho a informarse, propagándose el descreimiento de los mensajes machacados desde los centros de poder mediático. Una grieta de cuestionamiento a lo que dicen los grandes medios se abrió y fue agrandándose al calor de las nuevas tecnologías, que permiten en breves instantes tener múltiples puntos de vista sobre un evento. Por esos días, en las redacciones, con el liderazgo de muchos de los ex delegados de Clarín, surgió el grupo Metaprensa, que sintetizó la búsqueda que comenzaban a hacer muchos periodistas, descreídos del rol de los medios que se erigían como un poder constituido más de un sistema decadente.
El sacudón del 19 y 20 dejó algunos ejes políticos enraizados en la sociedad: la claridad de que el neoliberalismo y la dictadura habían sido la perdición, el cuestionamiento al imperialismo y a los poderes corporativos, entre ellos a los medios. Sin embargo, todavía hoy la realidad de lo que sucede adentro de la fábrica de noticias no ha sido lo suficientemente develada por quienes trabajamos en las entrañas del monstruo massmediático. El miedo a quedarse afuera es grande. Pero es necesario que irrumpa en el debate público la situación de los trabajadores de prensa.
La situación sindical que atravesamos explica en gran medida el silencio que predomina en el gremio de cara al conjunto de la sociedad. Se vio claramente con la discusión sobre los medios que se dio en el país. Los monopolios, el gobierno, los medios privados, públicos y comunitarios estuvieron en el candelero, pero nadie habló de lo que sucede adentro de las redacciones. Aunque hubo centenares de foros a lo largo y ancho del país que discutieron sobre la ley de medios y sobre la necesidad de desmonopolizar y democratizar la comunicación, los grandes ausentes de este debate fuimos las trabajadoras y trabajadores de prensa. Periodistas, reporteros gráficos, correctores, diagramadores: no pudimos intervenir organizadamente en la discusión. Salvo honrosas excepciones, los sindicatos periodísticos están hechos añicos y carecemos de fuerza para plantear los reclamos colectivos más elementales.
Detengámonos en un caso que merece ser denunciado: en la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) está refugiada una camarilla que desprecia a los trabajadores que estamos en las redacciones de los medios pequeños, medianos y grandes, a los colaboradores y tercerizados, a todos los que tratamos de hacer de este oficio nuestra forma de ganarnos la vida. Nos consideran enemigos.3
En el discurso, suelen posicionarse en contra de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), pero en la práctica concreta son lo más funcional que existe a las patronales que componen dicho agrupamiento empresarial. En noviembre de 2000 se produjo la ruptura definitiva de los dirigentes de la UTPBA con los trabajadores. Fue cuando abandonaron la heroica lucha de los trabajadores de Clarín. Finalmente, la patronal liquidó brutalmente a la comisión interna, despidiendo 117 trabajadores y no permitiendo más la organización gremial.4
Muchas luchas se gestaron en los 10 últimos años. Peleas solitarias que tuvimos que dar contra un empresariado rapaz, que por el sólo hecho de permitirnos estar en sus empresas quiere exprimirnos sin límites. Una y otra vez la misma historia: en El Gráfico, Infosic, Perfil, La Nación, Popular, Crónica, Terra, Ámbito, entre tantos otros casos, donde los trabajadores peleamos contra despidos y atropellos, por nuestros salarios y nuestra dignidad y fuimos traicionados por el sindicato. Sobrellevamos los conflictos desde las asambleas, con los delegados honestos a la cabeza, tratando de romper el aislamiento haciendo prensa artesanalmente para que alguien nos escuche. Qué paradójico, los trabajadores de la comunicación, incomunicados.
Lugo de una década, algo acumulamos. Ante el vaciamiento protagonizado por el empresario español Antonio Matta, los 170 trabajadores y trabajadoras del diario Crítica5 que habían quedado en la calle pudieron hacerse escuchar con bastante contundencia. Es cierto que las situaciones eran distintas: los primeros enfrentaron a una patronal poderosísima que estaba “reestructurando” su planta, mientras que los últimos lucharon contra un huidizo vaciador profesional que logró lo que se proponía, que era fugarse y desintegrar el medio. Sin embargo, la sensación en Crítica fue otra: la mayoría logró reinsertarse laboralmente gracias a la mediación a la que accedió el Ministerio de Trabajo, luego de un largo e histórico movimiento de lucha contra la prepotencia de un patrón impune. El abandono de quien los había reclutado, Jorge Lanata, que entregó el diario a alguien que tenía la manifiesta intención de liquidarlo, significó para muchos una decepción. Quedó al descubierto la estafa que implica pensar al periodista como un ente individual que se codea con los poderosos: si anda entre empresarios, se termina actuando como ellos. En los meses que el diario estuvo tomado, se hicieron actos y marchas de todo tipo que contaron con la adhesión de un amplísimo arco político, social y gremial, generándose acciones creativas y una gran solidaridad en muchísimas redacciones.6
La excepción que llamaba la atención de quienes se acercaban a apoyar la lucha fue la UTPBA, un sindicato que en los papeles está ligado a la CTA, pero ninguna de las dos centrales, ni la de Pablo Michelli ni la de Hugo Yasky, asumen como propia.
Durante los ’90 las empresas mediáticas se convirtieron en pulpos que abarcaban televisión, radio, gráfica y finalmente Internet. El poderío de los medios parecía crecer hasta el infinito, pero la vida de quienes trabajan para hacerlos funcionar se fue precarizando. Esa ha sido la tendencia hasta ahora. Una decadencia imparable para la mayoría, la pérdida de derechos históricos. El sindicato decidió alejarse de las empresas grandes, de los lugares donde la concentración de trabajadores lleva a que los debates no sean tan fáciles de manejar.
En todos estos años, se produjeron importantes luchas salariales y contra despidos que mostraron hasta el hartazgo la debilidad estructural del sindicato, que no moviliza, carece de fuerza para presionar, promueve la desafiliación, y que, en definitiva, es un sindicato abandónico, que es más bien una cámara de pequeños y no tan pequeños empresarios y gerentes, más algún que otro periodista de renombre.
Los burócratas de la UTPBA organizaron sus propios medios a los que llaman alternativos y que suelen ser fantasmagóricos, porque no tienen otra función que acumular afiliados para que los voten. Tergiversaron la noción de “comunicador social” para boicotear a los trabajadores de prensa en las luchas que llevamos contra los capitalistas de los medios. Lo más escandaloso de la conducción de la UTPBA es que no denuncia ni hace nada para que en Clarín o en Infobae se permita la organización gremial.
O sea que ante los cambios de la “revolución digital”, la burocracia sindical –aunque con un esquizofrénico discurso pretendidamente de izquierda– eligió el camino de la resignación. La multifuncionalidad, el trabajo a distancia y cuestiones que podrían ser beneficiosas para los trabajadores, terminan convirtiéndose en mayor explotación por el uso codicioso que le dan los patrones a las innovaciones. Esta situación está haciendo estragos en el oficio periodístico. Salvo una pequeña cantidad de periodistas de elite, usualmente lobbystas de los poderes dominantes, la mayoría de los trabajadores de prensa ganamos salarios que apenas cubren la canasta básica.
Los periodistas que trabajamos en medios comerciales tenemos que potenciar el contacto y el intercambio con la prensa militante. Hay muchos casos donde la alianza entre periodistas honestos y medios alternativos logró que se difundan injusticias antes silenciadas. No avanzaremos mientras los medios masivos de comunicación estén en pocas manos. Hasta ahora, la nueva ley de Servicios Audiovisuales, que planteaba abrir un tercio del espectro radiofónico para las experiencias comunitarias, es apenas una expectativa, y ya hay muchos que se quejan porque sólo contendrá a las expresiones oficialistas.
Las radios, canales de tele, sitios de Internet y publicaciones impresas con contenidos alternativos a los que maneja la prensa hegemónica son necesarios para visibilizar la vida y la muerte de los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad. Los medios militantes son imprescindibles. Desde la organización gremial de los periodistas, tenemos que discutir el rol de los medios y cómo abrimos espacio para una agenda alternativa. Así como los metalúrgicos discuten el rol de la siderurgia en el desarrollo nacional, o las maestras el rol de la educación en nuestro país, los trabajadores de prensa necesitamos debatir sobre qué periodismo hacemos (y qué sociedad queremos). No podemos expresarnos libremente en un sistema que convierte a la noticia en mercancía. Hay que crear alternativas. La información es un derecho, no un negocio. Pero como trabajadores, queremos informar, y hacerlo profesionalmente. Para eso necesitamos un salario. Eso no significa que avalemos la mercantilización de la noticia.
A la par de la consolidación de los grandes multimedios se fue replicando en la conciencia de muchos trabajadores de prensa una conciencia empresarial, la visión de un vertiginoso ascenso social si es que la pegamos con la gran primicia. Como en nuestro oficio se nos da muchas veces hablar con gente más o menos “poderosa”, muchos quieren subir a lo más alto de la escala social cueste lo que cueste, transformando la información en dinero. Este espíritu individualista, sin compromiso alguno con los olvidados de nuestra sociedad, invade a muchos colegas periodistas. La obsesión por hacerse conocido, más allá de lo que se esté diciendo, carcome a no pocos. Y todos los empresarios generan mecanismos para ganarse la adhesión incondicional de sus más fieles empleados, buscando que se olviden de la solidaridad con los demás compañeros y dejen de pensar más allá de lo que piense la patronal.
Pero no todos podemos estar entre los elegidos. Aunque no queramos, quienes decidimos dedicarnos al periodismo y nos gusta el oficio pero consideramos que lo esencial es la solidaridad colectiva, terminamos tarde o temprano embarcados en conflictos gremiales, sin la correspondiente cobertura sindical. Es que al estar el sindicato de prensa desintegrado (hace décadas que no convoca a paritarias ni a congresos de delegados), los dueños de los medios se sienten con la libertad de explotarnos malamente. Prolifera la tercerización bajo la figura de los colaboradores, mientras año a año vemos nuestro poder adquisitivo reducirse, ya que nuestros salarios no aumentan tanto como los precios. Y de tanto en tanto, algún batacazo, como el cierre de Crítica el año pasado o los despidos en BAE el mes pasado. Una y otra vez, la realidad social a la que no le prestamos atención se cuela a la fuerza adentro de las redacciones. Ahí aprendemos de manera acelerada cómo funcionan los medios cuando los trabajadores pelean por sus derechos.
Los trabajadores de prensa debemos mejorar nuestro oficio y sobre todo abrirlo a los hijos de la clase trabajadora. Los vínculos sociales necesarios para ingresar en una redacción o la gran cantidad de escuelas privadas de periodismo, así como el hecho que en los primeros años muchos debemos aceptar prácticamente trabajar de manera gratuita, dificultan el acceso de los sectores populares a una profesión como el periodismo. Por eso muchas veces debemos insistir entre los compañeros con algo tan esencial como que los periodistas somos laburantes, ni más ni menos que cualquier otro obrero a sueldo, los que tenemos la suerte de tener trabajo. Como trabajadores, debemos ligar nuestro oficio al destino de la clase trabajadora. Bregar para que haya medios de comunicación que expresen la voz de los explotados, desde las fábricas, los barrios, las comunidades, las escuelas y universidades. Y que cada vez más hijos del pueblo lleguen al oficio periodístico y puedan desempeñarlo profesionalmente.
El desafío es pensar un periodismo de nuevo tipo, donde cualquier receptor tenga la posibilidad de ser emisor, contando con los canales comunicativos apropiados. Somos empleados que empresas periodísticas, pero siempre intentando construir solidariamente, promoviendo el compañerismo: tratando de tener dignidad y de informar honestamente. Lo mejor que tenemos es el derecho a decir que no: que determinada nota no la firmamos o que cierta foto no la sacamos. Pero eso no nos impide soñar con una sociedad distinta, donde, para empezar, tengamos plenos derechos sindicales y democráticos, que se cumplan las leyes que ya existen. Sin libertad sindical y condiciones dignas de trabajo, no existe la liberta de prensa y de expresión.
El año pasado un frente antiburocrático encabezado por Osvaldo Bayer7 puso en evidencia que quienes conducen la UTPBA son fraudulentos y tienen nula vocación de debate. El gran escritor y periodista planteó que la comunicación es un derecho social y se puso al frente de la lucha de los trabajadores de prensa. El último 14 de mayo más de cien trabajadoras y trabajadores de prensa nos juntamos en el Hotel Bauen en una Asamblea Abierta para discutir nuestra situación. El 7 de junio, Día del Periodista, marchamos a la Esquina Ana Ale, en Finochietto y Tacuarí. Sin democracia sindical, no hay libertad de expresión. De a poco, pero con firmeza, vamos perdiendo el miedo y nos echamos a andar. Desde las redacciones, en las calles, en la web, en donde quiera que haga falta, vamos a hacernos escuchar para frenar la prepotencia patronal de los empresarios periodísticos. Esa prepotencia que usan para comunicar sólo lo que les conviene es la que utilizan para explotar a sus empleados. Desde esta perspectiva es que nos planteamos aportar nuestro grano de arena para construir un periodismo en libertad, que se hace realidad en la lucha de nuestro pueblo trabajador para romper con las cadenas que nos oprimen.