“La esfera personal es algo directamente político para las mujeres
porque se niega a dejarlas en paz”
Bárbara Sichtermann
Cuatro femicidios en la ciudad de La Plata: Bárbara Santos (30), Susana Bártole (60), Micaela Galle Santos (11) y Patricia Pereyra (30). Tres generaciones y un mismo destino: asesinadas a manos de un único sospechoso a la fecha, Osvaldo Martínez (27), quien habría sido novio de Bárbara Santos. El poder de muerte del femicida fue infalible, certero y sin treguas. Los cuerpos sin vida fueron hallados horas después que en todo el mundo realizáramos manifestaciones para exigir alto a las variadas y extendidas formas de violencias contra y sobre las mujeres.
¿Cómo lograr adoptar un punto de vista analítico, imaginativo, situado y encarnado sobre semejantes hechos? Una alternativa: seguir sospechando para encontrar inteligibilidad a esos actos de cierta (in)humanidad que nos producen dolor, conmoción, miedo.
La cultura patriarcal está enraizada en la urdimbre de todas las relaciones sociales, se difumina a diestra y siniestra. Penetra, perfora, se funde y confunde. Su dominio tiene efectos sistémicos. La potencia de muerte desplegada contra las cuatro mujeres constituye un mensaje para todas las mujeres y niñas como colectivo, para otros asesinos y para la sociedad en su conjunto. Atemorizan, derraman terror y buscan controlarnos.
El femicidio es el asesinato de mujeres en razón de su condición genérica, por el mero hecho de ser mujeres. Los femicidas son varones que consideran a las mujeres objetos prescindibles, desechables, maltratables, violables, matables. Constituyen el rostro más siniestro de un machismo que apesta. Sus leyes y juramentos tienen el poder de vida y/o de muerte sobre la otra, sobre las otras.
Interesa dimensionar la magnitud de lo que acontece:
vivimos en un país asesino de mujeres. Argentina está habitada por varones cuyo goce, frustración y poderío se infringe especialmente contra la corporalidad de las mujeres. Varones que usurpan el cuerpo y la vida de las mujeres como territorios colonizables. Las estadísticas aportadas por el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano”, de La Casa del Encuentro, un agrupamiento feminista, dan cuenta que en Argentina, matan a una mujer cada 30 horas por violencia de género (consultar en
www.lacasadelencuentro.com.ar).
Mientras tanto, el Estado y los gobiernos no cuentan con estadísticas que adviertan sobre la densa manifestación de estas formas cotidianas de terror. Abogamos por inscribir los femicidios en un continuum de dominación. No son hechos aislados. Tipificarlos bajo la categoría de femicidios es una necesidad y una urgencia, mal que le pese a amplios sectores de la justicia penal. Hora que asuman que sus parámetros resultan ineficaces para evitar estas masacres. Hora que entiendan que sus sentencias constituyen –también- mensajes sociales de alto contenido pedagógico (¿Qué le dicen a la sociedad aquellos jueces que beneficiaron al femicida Barreda con la libertad condicional? ¿Qué lectura de esa libertad hizo Osvaldo Martínez?)
La existencia de leyes y normativas condenatorias a la vez que necesarias muestran por ahora hoy su ineficacia para deslegitimar conductas. Vale decirlo, aspiramos que los femicidios no queden impunes, que no se perdonen ni olviden; aunque nuestro activismo utópico se enlaza con la pretensión de comunidades capaces de producir y crear cambios radicales para las relaciones de poder existentes entre los géneros. Una comunidad capaz de escapar a las violentogénicas estructuras patriarcales, heterosexistas, adultistas, racistas.
El amor no es un arma letal, el machismo sí
Las discriminaciones son producto de la intolerancia a la diferencia o mejor, “lo que se rechaza es el modo del goce del otro[a]” sostiene Ana María Fernández (2009: 17) en Las Lógicas sexuales: amor, política y violencias. Una especie de resentimiento varonil circula e inunda la atmósfera patriarcal, cuyo cuartel de invierno parece ser ese sentimiento llamado amor. Asistimos –una vez más- a discursos que echan mano a versiones sobre crimen pasional, los celos, el amor que de pronto se convierte en una especie de arma letal. Relatar en clave de anécdota implica despolitizar. Y esa despolitización se funde y engarza con el paquete de potencias que componen la fuerza patriarcal, sedimentada en el imaginario colectivo.
Llamo la atención sobre una operación beneficiosa para el continuum de la violencia contra las mujeres como es la privatización de lo doméstico; lo doméstico no es privado sino privatizado. Dicha privatización no impide que nos espantemos ante delitos de este tipo, no obstante no logra expresiones claras de rechazo, condena junto con aspiraciones públicas de justicia. Al fin de cuentas son cuerpos individuales, vidas particulares sin estatuto para una existencia colectiva y universal. Si las tres mujeres adultas y la niña hubieran sido asesinadas acaso por la represión policial, aventuro estaríamos ante extensas, diversas y saludables manifestaciones clamando por justicia. Esgrime Rita Segato que “nuestro imaginario se encuentra formateado por la inicua noción de que lo público y lo privado se constituyen jerárquicamente, y solamente lo primero es de interés general, lo segundo se constituye como una parcialidad, una particularidad, un verdadero resto” (**). Lo privado como un residuo.
Los informes producidos por activistas feministas hablan de una Argentina plagada de varones femicidas. Resulta una provocación seguir produciendo y desplegando retóricas críticas agudas que pongan a disposición más herramientas teóricas capaces de mostrar que, en pleno siglo XXI, para las mujeres no existen tiempos de paz.
Agradezco a Rita Segato su lectura atenta a la primera versión de este escrito.
(**) Segato Rita (2010): En Femi-geno-cidio como crimen en el fuero internacional de los Derechos Humanos: el derecho a nombrar el sufrimiento en el derecho – (El texto completo puede consultarse en
www.larevuelta.com.ar).
Neuquén, 30 de noviembre de 2011
Publicado en Colectiva Feminista La Revuelta: www.larevuelta.com.ar