Durante toda su trayectoria, su actuación siempre se mantuvo discreta, ocupando el espacio esperado de un académico brasileño. En su caso, de un intelectual marxista. Hoy, su papel está próximo a lo que podríamos llamar activismo, haciendo de la filosofía un deporte de combate, para parafrasear a Pierre Bourdieu, que, en los últimos años, da un salto desde el trabajo exclusivamente académico al compromiso “de tiempo completo”. Es decir, fuera de la esfera partidaria, institucional. ¿De qué manera, en su caso, es posible explicar ese pasaje desde el intelectual “ajustado” hasta el desajuste; un pasaje que deriva en la exposición pública y la ruptura con colegas y miembros de su generación?
No sé si es tal como usted describe. De cualquier modo, no fue premeditado, esas cosas no se programan. Independientemente de que me encuadre o no en el perfil que usted está sugiriendo, no deja de ser curioso ese inesperado contrapunto entre el intelectual discreto y el activismo filosófico como deporte radical. Un adorniano incondicional tendería a estar de acuerdo con usted, a costa de mí. Diría que yo habría hecho mejor si me hubiera mantenido retirado,
1 como se dice en buen portugués; lo cual, traducido a la lengua de Adorno, sonaría más o menos así: “¿Quiere dar pruebas de solidaridad? Entonces, por una simple cuestión de pudor ante el desastre, se recomienda la más inviolable discreción; no se comprometa, ya que, en una sociedad totalmente administrada, no hay ya nada inofensivo; hasta el propio uso público de la razón corre el riesgo de convertirse en colaboración, en participación en la injusticia; en reafirmación de la sociedad en su confortable horror terminal”. Ahora, entre nosotros, usted tiene que estar de acuerdo con que una figura de intelectual tal en Brasil, por ser una total imposibilidad, sería un escándalo explosivo. Aunque se haya encarado con la mayor naturalidad el disparate inverso: con la misma implacable conciencia de la negatividad recomendada por Adorno, se sigue dando apoyo (“reforma” de esto o aquello, etcétera) a todo lo que no produce demasiado revuelo, ya que lo peor siempre está acechando. Volviendo sobre el salto participante que usted concretamente me atribuye, yo salto más allá del discreto recinto cerrado, aunque sumamente exigente, del marxismo cultural: en un mundo tal, sin alternativas, no hay algo más patéticamente ridículo –ni más prematuro– que una tal conversión al compromiso integral. En suma, habría hecho mejor si hubiera manteniendo una discreta distancia. En cuanto activista, corro el riesgo de volverme un atareado emprendedor más de iniciativas en general. Tiendo a estar de acuerdo, no sin antes recordar que Adorno no olvidaba agregar que los campeones del distanciamiento máximo en lo general suelen considerarse a sí mismo bizcochos hechos con una mejor harina y utilizar su intratable crítica de la sociedad como un ingrediente más en una trayectoria elegante y discreta.
No son circunloquios, sino una traducción plausible del prisma a través del cual usted me ve; para mí, es en todo caso sorprendente, ya que me considero un intelectual brasileño incluso muy normal. Esto mismo, a fin de estar disponible para cualquier tarea y estar casi siempre implicado. Para ser históricamente más exacto, el intelectual en Brasil está siempre implicado en alguna construcción nacional, imaginaria o real, si bien siempre bajo constante amenaza de interrupción y reversión colonial. La novedad tremenda es que por primera vez los de mi tribu, progresistas o seudomarxistas, invirtieron el signo de ese compromiso constructivo atávico, pasando a cabalgar con el deslumbramiento de todo arribista sobre la ola mundial de las desintegraciones que conocemos. Aún no cambia el alegato; por lo demás, no cambia nunca; siempre tenemos que hacer frente a alguna actualización faltante, un postrero nicho de hiberismo a occidentalizar. En esa hora, aquel que se baja del tren es tachado de… frankfurtiano, apocalíptico o lo que sea, lo que no deja de tener su gracia, en vista de la evocación de hace poco.
Dicho esto, puedo incluso admitir que haya cambiado de registro. Sería más correcto hablar en alternancia, lo que me devolvería a la fosa común de mis cófrades, ahora escépticos a más no poder, para que más adelante sean poseídos por alguna manía constructiva –hoy, el sarampión del día es declararse republicano cada dos por tres–. Antes de que usted me pida que no continúe saliéndome de la pista, retomo el camino. Pensándolo bien, en una imagen para su perfil, tal vez fuera oportuno evocar al “radical de ocasión” retratado hace tiempo por António Cândido.
2 Un tipo bien de clase media, a mil leguas del revolucionario militante, como se decía antiguamente. Un personaje, en general, conformado y exprimido entre los dueños del mundo y los desposeídos; por eso mismo, oscilante y que, con todo, acosado por alguna circunstancia escandalosa, por el descalabro o la injusticia atroces, interrumpe sus paseos por la isla –no la del Caribe, sino la otra, con la cual también sueñan los comprometidos, hasta los más agudos participantes: la isla imaginada por Drummond, escaldado por las barbaridades de la línea justa de su tiempo– y se vuelve en contra de todo el orden social, que entonces se le aparece, sin apelación ni defensa posibles, como una construcción desesperadamente errada. Así, un risible dandi como João do Rio,
3 en reacción a la noticia de la masacre del Domingo Sangriento,
4 estopín de la Revolución Rusa de 1905. Como corresponde a la naturaleza de esos ímpetus radicales el hecho de que no se unan entre sí, nuestro personaje se sosiega nuevamente en los márgenes del orden. Como Nabuco
5 después de la Abolición. Otro rasgo característico de este tipo de intelectual es, a veces, funcionar como precursor de una transformación social de la cual no tiene la menor idea y que tal vez sea incapaz de reconocer si, por acaso, se topa un día con tal maremoto. Él nunca sabe si tiene o no a la Historia a su favor, ni tampoco se cuida de eso; de ahí la multiplicidad de sus circunstanciales fidelidades. Por último, el radical de ocasión se explica por el colosal conservadurismo de la sociedad brasileña, una muralla de dominación prácticamente sin brechas, salvo, justamente, esas traiciones de clase ocasionales.
Los tiempos cambiaron, pero no tanto; para variar la brutalidad de ese orden no igualitario sin remisión, se presenta con el ropaje familiar de la modernidad galopante. Aquí entramos nosotros, quiere decir, si ese modelo atiende a su golpe de vista. La ocasión que hace al radical de ahora es que el escándalo del nuevo espíritu del capitalismo local corresponde a la letra de la fina marxología de por aquí. Abreviando, está claro que ni la onda mental legitimadora de la acumulación es una exclusividad local, ni la glamorización de la economía de mercado es de exclusiva responsabilidad de las idiosincrasias de una cierta tradición marxista que llegó al poder alegando una intimidad privilegiada e ilustrada con la dinámica de la globalización. No me parece que se trate de volver una vez más a esa aberración, a un original marxismo occidental de clase dominante, algo así como el ornamento crítico de una sociedad post catástrofe. Cuando mencioné el hecho, en una entrevista aparecida en esta publicación, en septiembre de 2002, aún faltaba que se completara el cuadro: la reunificación del Partido Intelectual, cuando a la mezcla tucana
6 de
inteligentzia paulista y altas privatizaciones vino a sumarse finalmente la otra mitad de la naranja, los orgánicos del lulismo, una sociedad y tanto. Nuevamente, sin brechas. Necesitamos otra teoría crítica para lidiar con ese aterrador monstruo de siete cabezas. A falta de esto, los Joões do Rio van explotando como pueden, se vuelven militantes imaginarios.
Concluyo recordando que un radical, incluso el de ocasión, no se hace de la noche a la mañana; a pesar de que esa liberación ocasional sea un estallido que puede muy bien ser, además, discreto, demanda toda una educación sentimental al revés. Me explico pensando en mi antigua profesión de filósofo de la Universidad de San Pablo, ya un poco discordante por el simple hecho de interesarme en el sistema de alienaciones productivas que se derivaron de la aclimatación brasileña de la cultura filosófica europea. Había en aquello mucha impertinencia en más de un sentido. Cuando caí en la cuenta, estaba roto el pacto de las formaciones nacionales, había sido desacatado un cierto decoro en la descripción de aquellas alienaciones que lindaban con la parodia, no había sido percibida algo así como la etiqueta de la construcción nacional –el mandamiento de aportar su granito de arena y, sobre todo, no escarnecer las “capacidades” de la patria–. Tomando impulso, la colisión era cuestión de tiempo. La ocasión vino con el Febeapá
7 de la nueva izquierda ajustada.
¿Qué es un intelectual destructivo?
Voy a hacerme el desentendido. Goethe, Hegel y Thomas Mann dirían que es el diablo en persona; a fin de cuentas, el intelectual propiamente dicho, dispensando así el calificativo, por redundante. Pero son idos ya esos tiempos en que la negación demoníaca removía los escombros del camino, en que el proceso real acarreaba la norma de su propia superación. En vista del colapso de la civilización liberal-capitalista, iluminado por el apocalipsis nazi, alguien observó que seguir hablando a esa altura como negación superadora ya era una indecencia. Esos mismos observadores tampoco se dejaron ofuscar por el consenso keynesiano de la posguerra. Por las razones opuestas, los neoliberales en el ostracismo también lo hicieron treinta años después; salvo que vencieron. Era precisa mucha ceguera para no ver, en la afluencia de las economías centrales, un pacto diabólico; esta vez, entre el capital y la bomba. El pleno empleo se fue para siempre; sin embargo, los impulsores del pacto continúan por ahí, contrato en mano. ¿Alguna sorpresa ante la llegada del terrorismo? Es un amigo de la casa, de ahí que haya venido para quedarse. El eje más débil de la cadena imperialista hoy es el hombre bomba en el que se encarnó el programa suicida del capitalismo. De momento, esto es materia de especulación: ¿y si él fuera el último intelectual? Paño rápido. Bar de chopp bien brasileño: si alguien le dice que la crítica es solo constructiva: escena sangrienta en un bar de la avenida São João.
7 Iniciales del Festival de Besteira que Assola o País (Festival de Bestialidad que Asola al País): título del primero de una serie de tres libros del autor brasileño Sérgio Porto. Publicado en 1966, el volumen reúne una serie de artículos aparecidos previamente en el semanario Última Hora bajo el heterónimo de Stanislaw Ponte Preta. En los artículos se describen, desde un punto de vista humorístico, diversos acontecimientos ocurridos después del golpe de 1964.