26/12/2024

Trabajo y producción: ¿categorías históricas o fundamentos universales de una filosofía de la historia?

Por , , Piva Adrián

 
 
Introducción
 
Entre los tantos debates que se han suscitado en el campo de la teoría marxista hay dos que parecen poner en cuestión sus propios fundamentos. El primero, más reciente, es el debate en torno al carácter histórico (capitalista) o transhistórico (aplicable a todas la épocas y sociedades) de la categoría “trabajo”.[1] En este debate, sin embargo, muchas veces aparecen mezclados problemas que, si bien se encuentran entrelazados, deben distinguirse: a) la cuestión del carácter histórico de la dualidad trabajo concreto/trabajo abstracto y, por lo tanto, del alcance temporal y espacial de su aplicación; b) el problema del lugar del trabajo en diferentes sociedades y épocas históricas; c) el problema del trabajo como objeto, es decir, en qué medida la designación de un conjunto de actividades como trabajo es extensible a sociedades diferentes de la capitalista. El segundo debate es el referido a la validez de la denominada “determinación de lo económico en última instancia”. Es decir: a) ¿es un principio metodológico válido, aun para la sociedad capitalista, aquel según el cual las contradicciones situadas en el nivel de las relaciones sociales de producción –las que entablan los hombres para producir y reproducir sus condiciones materiales de existencia (producción y distribución de los valores de uso mediante los que satisfacen sus necesidades)– son determinantes de la estructura y dinámica de la sociedad en su conjunto?; y b) incluso siendo cierto para la sociedad capitalista, ¿es un principio válido para cualquier sociedad y época histórica? Si bien se trata de dos debates diferentes, se encuentran entrelazados por la centralidad explicativa de la producción material en la teoría marxista.[2] Aquí intentaremos unas breves reflexiones sobre la relación entre ambos problemas.
 
La generalización de la producción mercantil
 
Marx comienza El capital con una afirmación muy conocida: “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un enorme cúmulo de mercancías, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza” (Marx, 1998: 43). Es decir, en todas las épocas históricas los hombres y las mujeres han debido producir valores de uso (riqueza material) con el fin de satisfacer sus necesidades, pero sólo en las sociedades capitalistas la gran mayoría de los valores de uso son, al mismo tiempo, portadores de valor y, por lo tanto, mercancías. Sin duda, el intercambio mercantil ha existido desde mucho antes que el capitalismo surgiera y se desarrollara, pero siempre había ocupado un lugar secundario, subordinado. La mayor parte de la producción no se orientaba al intercambio sino al consumo de los propios productores, al pago en especie de los distintos tipos de tributos, etc. Es una particularidad del capitalismo que la producción sea generalizadamente producción de mercancías, de valores de uso para el intercambio. ¿Cuál es la explicación de este hecho? La relación social capitalista tiene su origen en la separación del productor directo respecto de los medios de producción. La desposesión de los productores de los medios de producción los obliga, como único recurso de satisfacer sus necesidades, a vender su fuerza de trabajo. Esto significa que una cualidad suya, su capacidad de trabajar, se transforma en mercancía, en una cosa respecto de la cual se comportan como propietarios y que (si los trabajadores quieren sobrevivir) deben vender. Frente a ellos, los medios de producción de los que fueron separados aparecen como capital, propiedad de los capitalistas, quienes pueden –si esperan obtener una ganancia– comprar la fuerza de trabajo a los trabajadores. En la medida en que la propia capacidad de trabajar de los obreros se convierte en mercancía y que, por lo tanto, tiene un valor representado por una cantidad de dinero (el salario), todos los demás valores de uso se convierten también en mercancías. Ello se debe a que la transformación del trabajador en trabajador asalariado es, al mismo tiempo, la creación de un mercado y, por consiguiente, la generalización de la producción como producción de mercancías. Si debía existir mercado para que el capitalismo surgiera es el surgimiento del capitalismo el que lo extiende hasta ocupar toda la sociedad.
Este proceso que acabamos de describir tiene dos consecuencias importantes para los problemas que nos proponemos abordar. En primer lugar, con la extensión de las relaciones mercantiles el trabajo se convierte en el principal articulador de la sociedad. En segundo lugar, la obtención de plusvalor (que el capitalista ve como su ganancia) se transforma en el principal fin de la producción dominada por los capitalistas. Veamos cada una de estas consecuencias por separado.
 
El trabajo como articulador de las sociedades capitalistas
 
La sociedad capitalista es, en primer lugar, una sociedad de producción de mercancías. Pero, considerada desde esta perspectiva, lo que la caracteriza es que los productos del trabajo se enfrentan como productos de trabajos privados independientes. El trabajo se desarrolla como actividad privada en cada una de las unidades productivas aisladas (las empresas capitalistas) y sólo en el intercambio de sus productos se pone de manifiesto que ese trabajo gastado de manera privada es una parte del trabajo socialmente necesario. Es decir, las conexiones sociales entre unidades privadas aisladas se establecen en el intercambio.[3] Una vez vendidas las mercancías, los trabajos de los distintos grupos de obreros de las diferentes empresas capitalistas de cada una de las ramas de producción son una parte del trabajo social total. Considerados como partes del trabajo de toda la sociedad esos trabajos no se diferencian. Son simple gasto de músculos, nervios, cerebro, trabajo humano indiferenciado sin importar qué valor de uso produce y, por lo tanto, sin importar la forma en que se gasta: trabajo abstracto. Cuando intercambiamos, entonces, comparamos e igualamos nuestros trabajos (lo hacemos aunque no lo sabemos) y es sólo por ese acto de igualación en el intercambio que nuestros trabajos se convierten en trabajo de la sociedad.
De modo que gastamos cotidianamente nuestro trabajo de manera privada, aislados unos grupos de trabajadores de los otros. Mientras hacemos eso desarrollamos tareas determinadas: somos albañiles, taxistas, médicos, metalúrgicos. Realizamos trabajos concretos que arrojan como resultado cosas (bienes y servicios) que satisfacen necesidades: valores de uso. Pero sólo nos conectamos socialmente unos con otros a través de la igualación de nuestros trabajos en el mercado. Allí las mercancías solo cuentan como cosas de valor, como condensaciones de cantidades de trabajo abstracto y sólo en virtud de ello nuestros trabajos privados son parte del trabajo social. La sociedad, por lo tanto, sólo se articula por medio de la comparación de los trabajos en el mercado.
Pero los capitalistas no compran nuestra fuerza de trabajo para producir cosas que satisfagan necesidades; producir valores de uso es solamente un medio para producir valor. De ese modo, nuestra capacidad de producir cosas útiles se encuentra subordinada a la producción de valor, en realidad, de plusvalor.
 
El plusvalor como fin de la producción y la transformación de la sociedad en medio de valorización del capital
 
1) Los capitalistas compran fuerza de trabajo para obtener ganancia y la ganancia no es otra cosa que el plusvalor producido por los trabajadores. La fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía, tiene valor y valor de uso. Su valor está regulado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una canasta de bienes que el trabajador y su familia necesitan consumir para reproducirse. Pero el valor de uso de la fuerza de trabajo es el trabajo. Por lo tanto, el capitalista compra la capacidad de trabajar del trabajador y la consume todo el tiempo que puede. Cada hora de trabajo el obrero crea valor nuevo y más allá del punto en que crea un valor que repone el de su salario crea plusvalor, ganancia para el capitalista.
De esto se sigue una relación antagónica entre capital y trabajo asalariado. Los dos factores que determinan la magnitud del plusvalor son el salario y la jornada laboral. Cuanto menor el salario (dada una jornada laboral), menor el tiempo que los obreros destinan a la creación de un valor igual a su salario, y por lo tanto, mayor el tiempo que destinan a la creación de plusvalor, y viceversa. El salario tiene un mínimo, determinado por lo necesario para que el trabajador y su familia no enfermen y mueran,[4] y un máximo en ya que debe existir plusvalor, si no, el capitalista no compraría fuerza de trabajo. Dentro de ese mínimo y ese máximo la determinación del salario es resultado de la lucha. Respecto de la jornada laboral ocurre algo parecido. Cuanto más larga la jornada laboral (dado un salario), mayor el plusvalor, y viceversa. La jornada de trabajo también tiene un máximo, aquel punto en que el obrero si sigue trabajando empieza a destruir prematuramente su cuerpo y, con él, su capacidad de trabajar[5], y un mínimo porque debe existir plusvalor. Dentro de ese mínimo y ese máximo también decide la lucha. Se establece así una contradicción entre capital y trabajo asalariado que explica la dinámica conflictiva y, junto con lo que exponemos en lo que sigue, la tendencia a crisis recurrentes de las sociedades capitalistas.
2) Por otra parte, la búsqueda del plusvalor se desarrolla bajo la presión de la competencia. Los trabajadores compiten en el mercado por vender su fuerza de trabajo so pena de caer en la indigencia, en el extremo de morir de hambre. Pero los capitalistas son impulsados a producir y realizar (por medio de la venta de las mercancías producidas) la mayor cantidad de plusvalor so pena de morir como capitales: de quebrar o ser absorbidos por capitales de mayor tamaño. De esta manera, la búsqueda de plusvalor como fin de la producción se convierte en un motor que impulsa la expansión continua del capital. Esta expansión, sin embargo, encuentra límites: la exacerbación de la competencia por el plusvalor conduce a la exacerbación de los antagonismos sociales y al crecimiento desproporcionado de la producción, y entonces, a las crisis.
Esta expansión, sin embargo, tiene como resultado que las relaciones capitalistas invaden y subordinan crecientemente todas las relaciones sociales, transformando al poder político, a la educación y la cultura, al tiempo libre, etc., cada vez más, en medios para la valorización del capital. Nuestros motivos individuales se entrelazan sin cesar con la necesidad de mantener o mejorar nuestros empleos, de conservar o incrementar nuestros niveles de consumo. De tal modo que nuestro tiempo de vida, incluso el tiempo libre, se transforman crecientemente en tiempo para la producción y realización del plusvalor.
Este rol de “lo económico” en la vida social es claramente una particularidad del capitalismo. Y conduce a que las contradicciones situadas en el nivel de la producción, la contradicción entre trabajo asalariado y capital, sea cada vez más determinante de la dinámica y la estructura de la sociedad en su conjunto.
 
Universalidad y particularidad históricas de la categoría trabajo y de la determinación de la producción material en la vida social
 
De lo expuesto en las secciones precedentes surge que, en la sociedad capitalista: a) con la producción de mercancías se desarrolla junto la dualidad trabajo concreto/trabajo abstracto; b) el trabajo, como trabajo humano igual, como trabajo abstracto, ocupa crecientemente el lugar de articulador de la sociedad; c) el conjunto de la sociedad se transforma cada vez más en medio de valorización del capital; d) las contradicciones situadas en el nivel de la producción material, contradicción entre capital y trabajo asalariado, son cada vez más determinantes de la estructura y dinámica de la sociedad.
Pero, ¿cuánto hay de general y cuánto de particular en estas determinaciones de las sociedades capitalistas? Más específicamente: ¿es la producción material determinante de la dinámica y de la estructura de todas las sociedades a lo largo de la historia? Por lo tanto ¿es el trabajo, más precisamente las diversas formas sociales en que se desarrolla, el fundamento sobre el que se construyen las diversas sociedades? Y de ser afirmativas las respuestas, ¿qué sentido y alcance tendrían esas afirmaciones?
Decíamos al principio que sólo en la sociedad capitalista se generaliza la producción de mercancías. Por consiguiente, sólo en el capitalismo las relaciones sociales entre las personas se establecen centralmente a través de la igualación de los trabajos privados en el mercado. En las sociedades precapitalistas el mercado, cuando existe, tiene un lugar subordinado. Esto significa que las relaciones tienden a ser relaciones de dominación personal (en el sentido limitado de que no son relaciones mediadas por el intercambio de cosas, como en el mercado). Ello tiene importantes consecuencias.
En primer lugar, las interrelaciones entre las personas en las sociedades precapitalistas tendían a ser menos densas. Por ejemplo, las interrelaciones entre quienes vivimos en un territorio tan amplio como el argentino son mucho más fuertes que en cualquier sociedad precapitalista. Si se producen problemas en la rama que produce insumos energéticos esto afectará el conjunto de los precios, salarios, niveles de empleo, etc., en todo el territorio. Pero también ocurre esto a nivel mundial, en la medida que el comercio mundial se desarrolla. En 1997 la sobreproducción de semiconductores en el sudeste asiático se transformó en una crisis que afectó con más o menos fuerza a todas las latitudes. La evidencia en 2008 de un exceso de la expansión del crédito hipotecario y, por lo tanto, de la producción de viviendas en EEUU generó una crisis que se expandió a Europa y afectó el crecimiento mundial. En las sociedades precapitalistas las relaciones tendían a ser más locales, con menos interrelaciones entre regiones y, cuando existían, eran mucho más débiles. Podemos decir, hasta cierto punto, que en sentido estricto, como hoy la representamos, la sociedad no existía. La vida de las personas resultaba centralmente afectada por las relaciones que entablaban en sus comunidades locales.
Pero, en segundo lugar, el predominio de relaciones personales, no mediadas por el intercambio de cosas, implicaba que factores como el prestigio, el honor, la religión, ocupaban realmente un lugar central en la estructuración de las diferencias sociales y en el mantenimiento de las relaciones de dominación, en contraposición al rol que tiene el trabajo en las sociedades capitalistas.
Aún más, en líneas generales, la apropiación del excedente de producción de las clases explotadas (la parte del producto que excedía sus necesidades de consumo) no era el fin último sino el medio para sostener la dominación. Sostener el dominio, según la sociedad de que se tratara, implicaba ser capaz de alimentar y vestir un séquito militar, mantener una estructura de funcionarios a su servicio, otorgar concesiones materiales a subordinados, redistribuir el producto entre la masa de la población, etc. Como fuera, la relación entre producción material y dominación era inversa a la existente en las sociedades capitalistas. En las sociedades actuales la dominación es un medio para la producción y realización del excedente (plus valor), en las sociedades precapitalistas la apropiación del excedente era un medio para sostener la dominación.
¿Significa esto que la noción de trabajo humano igual no cumple ninguna función en esas sociedades? ¿O que debemos desechar la explicación de la evolución y estructura de esas sociedades mediante el estudio de las contradicciones propias del nivel de la producción material? Dicho de otro modo ¿la teoría marxista sólo es válida para estudiar el capitalismo? Creemos que estas conclusiones deben matizarse.
En primer término, todas las sociedades en todas las épocas históricas debieron resolver el problema de cómo asignar al menos una parte significativa del tiempo de vida de sus miembros a la producción de los valores de uso sin los cuales no era posible la reproducción de esas sociedades. Ello no significa de ningún modo que igualaran sus trabajos como lo hacemos en las sociedades capitalistas a través del intercambio. La asignación de esos tiempos podía realizarse a través de criterios muy diversos (religiosos, tradicionales, etc.). Pero cuando estudiamos esas sociedades la discusión sobre como asignaban parte del tiempo de las personas a las tareas de producción material requiere la utilización de una categoría general de trabajo, sin importar como lo gastaban y en consideración sólo a su duración temporal. Eso no es arbitrario, es porque una categoría de ese tipo jugaba un papel en la vida social lo supieran o no esas personas. Pero eso no debe confundirse con que el trabajo articulara la sociedad como lo hace a través del intercambio en las sociedades capitalistas.
En segundo término, la noción misma de excedente requiere de la categoría de “trabajo en general”. El estudio de la producción en sociedades precapitalistas no puede prescindir ni del papel del trabajo en la producción de los valores de uso necesarios para la vida de quienes producían ni en la producción de los valores de uso que se apropiaba la clase dominante, el excedente de producción. Aquí efectivamente el trabajo se manifiesta como condición general de existencia de dominados y dominadores, en cualquier época. Ello no significa que el trabajo sea una esencia humana (que trabajar menos o no trabajar signifique ser menos humano o no ser humano) ni que el trabajo cumpliera en todas las épocas un papel en la identificación de las personas, en las maneras en que se veían a sí mismas y veían a las demás, etc.
En tercer término, si la producción de excedente en las sociedades precapitalistas era un medio para sostener la dominación y no un fin en sí mismo, al mismo tiempo, la disponibilidad de excedente era su condición de posibilidad. La mayor o menor disponibilidad de excedente económico era central para los dominadores, constituía la posibilidad y el límite de esa dominación y, por ello, las relaciones entre explotadores y explotados son determinantes en todas las sociedades donde la explotación existe. En este sentido limitado es que las contradicciones de la producción material y las formas sociales en que el trabajo se desarrolla son en última instancia determinantes de la estructura y dinámica de las sociedades precapitalistas. Pero nuevamente, ello no significa que las diferencias sociales, la identidad de las personas y los fines últimos de sus acciones se encontraran entrelazados con la producción en general, y con la producción de excedente en particular, como lo están con la producción y realización del plusvalor en las sociedades capitalistas.
Es necesario distinguir, por lo tanto, dos niveles de análisis. Por un lado, en las sociedades capitalistas las personas igualamos realmente nuestros trabajos a través del intercambio, el trabajo abstracto existe entonces como una abstracción real, como valor condensado en la mercancía. En la medida, a su vez, en que la producción de valor es central en la articulación de nuestras relaciones, hay un predominio efectivo de los motivos “económicos” de nuestras acciones. Pero, por otro lado, una categoría general de trabajo, como categoría de estudio, como categoría mental, es necesaria para analizar todas las sociedades y, debido a la importancia de la producción de excedente para el sostenimiento de las sociedades precapitalistas, es una categoría fundamental para su estudio. De ello se sigue la importancia de las contradicciones de la producción material a la hora de entender las posibilidades y límites de toda dominación. Sin embargo, el lugar ocupado por la producción y el trabajo es totalmente diferente al que ocupan en el capitalismo y, aún más, sólo una vez que el capitalismo ha surgido y se ha desarrollado es posible pensar en el trabajo y la producción “en general” como categorías analíticas, justamente por jugar un papel que no han tenido nunca antes. Su rol en el estudio de esas sociedades no debe significar la atribución de cualidades que sólo corresponden a nuestras sociedades actuales.
 
Bibliografía
 
Blanke, B. / Jürgens, U. / Kastendiek, H., “On the Current Marxist Discussion on the Analysis of Form and Function of the Bourgeois State”. En: Holloway, John / Picciotto, Sol  (eds.), State and Capital: A Marxist Debate. Londres: Edward Arnold, 1978.
Holloway, John, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo. Buenos Aires: Herramienta, 2011.
Marx, Karl, El capital. Tomo I. México: Siglo XXI, 1998.
Postone, Moishe, Tiempo, trabajo y dominación social. Madrid-Barcelona: Marcial Pons, 2006.
 


Artículo enviado especialmente para su publicación en Herramienta.
 
[1]. En los últimos años pueden citarse como trabajos de referencia los de Postone (2006) y Holloway (2011).
[2]. El rechazo a la determinación última de la producción material y la acusación de “economicismo” han sido las principales críticas dirigidas al marxismo desde el inicio de la difusión de la obra de Marx. Los debates más recientes en torno al uso transhistórico de la categoría trabajo han puesto en cuestión la existencia de un principio de determinación universal dentro del propio marxismo.
[3]. Como veíamos arriba, la misma fuerza de trabajo es una cosa propiedad privada del obrero y su carácter socialmente útil sólo se valida cuando el capitalista la compra. Cuando los demás valores de uso no se venden y, por lo tanto, no se validan como socialmente necesarios, en la medida que son perecederos se echan a perder. Cuando el obrero no logra vender su fuerza de trabajo, cuando se la considera socialmente inútil, es el propio obrero el que es amenazado con perecer (Blanke, Jurgens y Kastendiek, 1978).
[4]. Esta es una regla general; sin embargo, durante las crisis y por cortos lapsos de tiempo puede ocurrir que una parte considerable de la clase obrera, incluso la mayor parte, reciba salarios de hambre o que permanentemente grupos minoritarios de los trabajadores reciban salarios inferiores al mínimo de subsistencia.
[5]. Ocurre con el máximo de la jornada laboral algo parecido a lo que ocurre con el mínimo del salario (ver nota 4).

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