En el Suplemento Ñ de Clarín del 17/12/2011 el filósofo Slavoj Žižek, reconocido marxista, opina sobre de Ocupemos Wall Street.
Sostiene que los manifestantes pusieron de relieve dos puntos clave: que el sistema capitalista tiene consecuencias destructivas y que la globalización económica reduce la legitimidad de las democracias occidentales. “Pensemos –dice – en los millones que se perdieron debido a la especulación financiera desenfrenada”, “las grandes transacciones económicas que dependen de los agentes internacionales no pueden ser controladas por los mecanismos democráticos, que por definición se listan a los estados-naciones”, “ a las formas institucionales democráticas les es cada vez más difícil representar los intereses vitales de las personas”. En suma, la especulación financiera desenfrenada hace que se pierdan millones y la falta de control impide que las instituciones democráticas pierdan legitimidad porque no pueden representar los intereses vitales de las personas.
El quid de las protestas de Wall Streeet y otras similares es cómo ampliar la democracia más allá de su forma política multipartidista impotente ante la destrucción.
El problema reside en que “jamás se cuestiona el marco institucional democrático del Estado de derecho”. “Hoy hay un exceso de crítica a los horrores del capitalismo” (“empresas que contaminan despiadadamente”, “banqueros corruptos que siguen cobrando jugosas bonificaciones anuales mientras se usa dinero público para salvar los bancos”, “niños que trabajan demasiadas horas en condiciones de explotación” [subr. míos]), pero no se cuestiona “el marco demócrata-liberal de lucha contra esos excesos”.
Las críticas tienen como objetivo democratizar el capitalismo, pero no el cuestionamiento del Estado de derecho. Este no cuestionamiento impide el “cambio radical”. Así sucede con los indignados españoles que rechazan a toda la clase política por corrupta y estar dominada por la sed del poder. “Sin embargo los indignados dirigen sus demandas de cambio a…¿quién? No al pueblo mismo: los indignados (aun) no declaran que nadie lo hará por ellos, que […] ellos mismos tienen que ser el cambio que quieren ver. Sus reclamos se dirigen a aquellos que tienen el control: exactamente los mismos contra quienes protestan”. Es decir, los indignados deberían dirigir sus demandas a sí mismos.
¿Cuál es la razón por lo que esto sucede? El problema reside, en el “Occidente liberal”, en que “nos autocensuramos”, que no nos hacemos las preguntas que deberíamos hacernos. No lo hacemos “porque carecemos del lenguaje necesario para articular nuestra falta de libertad”.
A esta conclusión se arriba con ayuda de Marx. Éste “no habría estado de acuerdo con la forma en que las instituciones occidentales suelen determinar el grado de libertad cuando quieren juzgar a un país”, es decir, si hay elecciones libres, si hay jueces independientes, si la prensa está exenta de presiones, si se respetan los derechos humanos. Para Marx “la clave de la verdadera libertad […] radica en la red «apolítica» de relaciones personales, del mercado a la familia. Es ilusorio creer que podemos cambiar las cosas de manera eficaz «ampliando» la democracia. Los cambios radicales deben hacerse fuera del ámbito de los derechos legales.”
Pero, para ello, los manifestantes deberían poseer el lenguaje necesario del que carecen.
Parece que Žižek lo posee. Veamos.
Apela a un “viejo chiste”. Un obrero de la desaparecida RDA consigue un trabajo en Siberia. Sabiendo que sus cartas serán censuradas acuerda con sus amigos que las que escriba con tinta azul dirán la verdad y serán falsas las que estén en tinta roja. Al mes escribe con tinta azul: Acá todo está muy bien, abunda la comida, hay departamentos amplios y calefaccionados, los cines dan películas occidentales, etc. Lo único que no se consigue es tinta roja.
Dice Žižek “¿No es esta nuestra situación? Tenemos todas las libertades; lo único que falta es la tinta roja” [Subr. mío]. La ausencia significa que los términos que tenemos para designar los conflictos son falsos, carecemos del lenguaje necesario para articular nuestra falta de libertad.
Y remata su disertación: “Demos tinta roja a los manifestantes”.
Tinta roja, Marx, cambio radical. El filósofo no nos ha dicho mucho más que “los cambios radicales deben hacerse afuera del ámbito de los derechos legales”. La pista que nos da para ubicar ese lugar exterior a los redundantes “derechos legales”, salvo que se trate de los derechos naturales (la libertad, por supuesto, que parece que Marx ubicaba en el mercado y la familia y no en la abolición de la explotación), es que los manifestantes deberían apelar, dirigir sus demandas al…pueblo.
Es bastante probable que Žižek no haya necesitado reclamar al Estado un par de chapas y una garrafa de gas para guarecerse del frío, ni al empleador aumento de sueldo. Quizá porque posea la tinta roja que ofrece, desde el púlpito, como una gracia a los manifestantes. Tinta roja con la que puede expresar los excesos de la especulación financiera y las dificultades de las instituciones democráticas para representar las necesidades vitales de las personas. Razones por las cuales las pérdidas son millonarias y la legitimidad de las instituciones se debilita. Tan radical como Jeremías.
La verdad es que, si se trata de opinar, a esta tinta roja filosófica, prefiero la poética del tango Tinta roja de Cátulo Castillo.
Edgardo Logiudice
Diciembre 2011