(versione italiano)
Roma, Carocci, 2008, 382 págs.
La publicación de este libro ha suscitado fortísimas polémicas al interior de la izquierda italiana, a tal punto que causaron una crisis al interior de la redacción de Liberazione, el periódico del Partito della Rifondazione Comunista. Obviamente no se puede considerar que las causas de estas polémicas estén en libro en sí, ni en su autor, porque Losurdo es un estudioso de gran rigor y disciplina científica y el libro, en efecto, es sin duda interesante y merecedor de atención. Lo que divide a la izquierda italiana es el argumento del libro, es decir la figura del gran dictador ruso. Detrás de la polémica sobre Stalin y el estalinismo existe una cuestión fundamental y ético-política: la cuestión de la democracia. En efecto, la figura de Stalin es sólo una excusa para afrontar la cuestión ética del marxismo: ¿qué tiene que ver un personaje como Stalin con un movimiento político emancipador como el comunismo?
Losurdo afronta la cuestión correctamente, ubicando a Stalin en el seno de su época y su realidad histórica, la Rusia de la primera mitad del siglo XX, sin esconder ninguno de los crímenes del estalinismo, aunque no los enfatiza porque en el fondo el objeto del libro no es Stalin, sino la leyenda negativa que se ha formado sobre su obra. En el origen de esta leyenda negativa hay dos personajes que conocían muy bien al dictador soviético: Kruschev y Trotsky. Se trata de dos personajes inscriptos en la historia del movimiento comunista, mientras que Losurdo menciona un largo elenco de simpatizantes de Stalin ubicados, en cambio, en las filas de los políticos e intelectuales del sistema capitalista o burgués. Y esto dice mucho sobre el personaje Stalin, que en el fondo no hace más que repetir y reproponer sistemas y métodos de la política capitalista, burguesa e imperialista.
Losurdo afronta también esta cuestión del el paralelismo entre el sistema totalitario estalinista y hitleriano, tesis justificatoria de todos los revisionismos actuales. En realidad, Losurdo sostiene que Stalin fue superior a su antagonista Hitler, a pesar de las infamias que Kruschev lanzó sobre su predecesor: la victoria militar en la Segunda Guerra Mundial lo demostraría. Losurdo registra una gran cantidad de testimonios, incluso nazis, demostrativos de la gran pericia con la cual Stalin enfrentó y venció la tremenda guerra con la Alemania nazi. Pero aquí la cuestión fundamental es que: Stalin, no obstante su pericia militar y la buena organización del Ejército Rojo (aunque obtenida con un costo humano tremendo) corrió el riesgo de perder la guerra y sin el sacrificio enorme del pueblo ruso nunca habría derrotado a la Alemania nazi. Y pese a la victoria, no se puede decir que la URSS se transformara en un país atractivo para las grandes masas de explotados del mundo o fuera un sostén a sus luchas de emancipación, sino que exportó con la fuerza militar el modelo socioeconómico del comunismo al estilo estalinista. En el fondo, la URSS de Stalin tuvo el gran mérito de ganar la guerra y de afirmarse como potencia militar, porque el ejército fue la institución que mejor funcionó al interior del Estado comunista. Un Estado que hubo de ser salvado por de todo aquello que siempre se había predicado necesario extinguir (cfr. p. 100). ¡Es la máxima contradicción de la URSS estalinista!
Los contrastes que producidos en el desarrollo histórico de Rusia a lo largo de todo el siglo XX fueron enormes y sangrientos: la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre y la posterior guerra civil y la guerra contra las potencias de la Entente, luego la NEP y la oposición que encontró, el combate en la cumbre del grupo dirigente bolchevique para heredar a Lenin, la Segunda Guerra Mundial y la ulterior Guerra Fría. Stalin está en el centro de esta serie de contrastes que han condicionado el desarrollo social, económico, político y cultural de ese país, a los que agrega también su sistema de terror y aniquilamiento físico de millones de rusos, sobre todo entre los comunistas. Sin embargo, parece evidente que, mas que cualquier otro, el fallecimiento de Lenin pudo haber sido el acontecimiento que ha condicionado el desarrollo de la URSS. La muerte se produjo en el medio de la Nueva Política Económica (NEP), que Roy Medvedev ha definido como una de las más grandes revoluciones de la humanidad. Esta muerte empequeñeció a las diversas personalidades, incluso las más innovadoras y previsoras, que componían la cúpula del Partido bolchevique. Su sucesor Stalin preparó sus “platos picantes”, pero ninguno de los líderes del Partido bolchevique estaba a la altura de Lenin.
Tras la muerte de Lenin, la historia de Rusia no se diferencia de la de los Estados burgueses, prevalecen las tendencias más imperialistas como la de Stalin, y se presta más atención a la Nación es más relevante que al proletariado. Stalin era más un experto en el problema de las nacionalidades que un conocedor de las condiciones del proletariado ruso, y la consecuencia fue que la dictadura del proletariado se transforma en una dictadura del partido/Estado sobre el proletariado. La eliminación física del adversario sustituye la dialéctica interna del partido; la obediencia a la línea política se obtiene mediante el terror; el carisma es sustituido por el culto a la personalidad; el mejoramiento de las condiciones de vida –que sin duda existió– es subordinado a la industrialización forzada; la NEP es liquidada como un gravísimo error. Se trata de una subversión general de la línea política de Lenin e incluso de los mismos principios políticos de Marx y Engels. Como sostenía el viejo Lukács, Stalin había invertido la relación entre táctica y estrategia, sacrificando esta última siempre a sus jugadas tácticas. Así, se alió con Hitler para prepararse mejor para la guerra con Alemania, después que la conferencia de Mónaco le mostró el aislamiento internacional de la URSS (ver pag. 180), pero la alianza con Hitler significó abandonar a suerte a los comunistas de Europa Occidental y a los judíos polacos.
Que la leyenda negativa sobre Stalin sea justificada o no, es una cuestión secundaria. Losurdo presenta justas perplejidades: el personaje no se reduce a su leyenda. Stalin fue un gran hombre político, pero no fue un comunista. En el fondo su único y gran mérito es la victoria contra Hitler, y aumentó muchísimo el respeto hacia él. Pero esa victoria maduró también gracias al enorme sacrificio del pueblo ruso, sometido a una prueba que pocas comunidades sociales habrían estado en condiciones de sobrellevar. Y fue justamente porque los nazis pusieron en cuestión la supervivencia misma de los rusos que éstos lograron vencer: lo que estaba en juego no era la libertad, sino la vida. Stalin tuvo fue hábil coordinando esta lucha por la supervivencia en nombre del comunismo, del que fue el principal sepulturero.
En definitiva, el juicio sobre el personaje nunca será positivo, dado el enorme número de víctimas que su política causó. Losurdo lo pone al mismo nivel de otros personajes negativos de la historia del siglo XX y también de personajes considerados más allá de toda sospecha como Churchill o Roosevelt, pero esto no cambia la sustancia de la cuestión: todos ellos eran imperialistas, no emancipadores del género humano; no lucharon por la liberación, sino por el sometimiento de la humanidad. Las diferencias entre ellos son sólo cuestiones de matices. Este es un juicio moral y no histórico. Para el juicio histórico Losurdo nos suministra una enorme cantidad de documentos y testimonios, pero si confrontamos las concepciones del mundo del que parten, entonces el juicio sobre Stalin es doblemente negativo: él se inspiraba en el comunismo, una ideología emancipadora y libertaria. Churchill y Roosevelt concretaban sólo los intereses de sus Estados. Y detrás del enigma nunca esclarecido de Stalin se han escondido otros muchos dictadores que se dicen “comunistas”, como Pol Pot o Kim Il Sung. La cuestión es que los comunistas, por una errada concepción filosófica, en la cual la moral está subordinada a la política, han aceptado el mal para obtener un futuro e improbable bien. Pero de personajes como Stalin no era previsible que llegara el bien.