21/11/2024
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19/09/2022
“La naturaleza salvaje es baldía y carece de valor; una abominación a los ojos de los capitalistas, pues se trata de un espacio con recursos aún no sometidos a la ley del valor. El capital detesta el vacío de la naturaleza salvaje. La clase capitalista, como quizá recordemos, se construyó sobre el odio hacia ella. “
(Andreas Malm, El murciélago y el Capital)
Presentación
Vivimos tiempos de distopías. La cultura tiende a reflejar las incertidumbres o gustos de la época que nos ha tocado vivir. Una época convulsa y llena de incertidumbres de cara al futuro. Por eso mismo, el futuro, se convierte en una fuente inagotable de libros o películas. Como aquella novela llevada al cine titulada “La carretera” con Vigo Mortensen y su hijo, enfrentados a un planeta oscuro y grupos de humanos vagando por una tierra sin sol. El género distópico también ha encontrado su yacimiento en las tecnologías. Robots, cyborgs, imágenes en la nube; donde el ser humano es abducido hasta tal punto que no sabemos lo que es real y lo que no. Por supuesto que hay otra industria, la de Silicon Valley, que compite con esta distopía para presentarnos la Inteligencia Artificial como el mayor logro de la civilización. Que nos está pidiendo que no hagamos nada, que esperemos sentados la genialidad del tecnocapitalismo para vivir en el mejor de los sueños. Sin embargo, pienso, que hay sitio para mantener la apuesta por la utopía del socialismo, porque mientras haya seres humanos de carne y hueso; organizaciones sociales, sindicales o políticas; mientras la lucha siga formando parte en miles de acciones de mujeres y hombres; habrá motivos sobrados para seguir enfrentando la realidad capitalista y el imaginario reaccionario poscapitalista. Las luchas seguirán siendo “el combustible” para mantener vivo un futuro proyecto socialista democrático, igualitario, ecológico y feminista.
Primera parte: Una crisis global y de desigualdad
El 11 de marzo de 2020, el Director General de la OMS (Organización Mundial para la Salud), ofrece una rueda de prensa declarando la primera pandemia mundial por un coronavirus: SARS COV 2. El 24 de febrero de 2022, el ejército ruso estacionado en la frontera con Ucrania, invade de norte a sur bombardeando Kiev, Odessa y otras ciudades. Más de cinco millones de ucranianos huyen de la guerra, sumándose así a la interminable lista de refugiados sirios, libios, subsaharianos, mexicanos o centroamericanos que salen de sus países en busca de un futuro (con pan y paz) que el primer mundo y sus gobiernos les niegan. En el verano de 2022, en Europa, se sufren altas temperaturas nunca vistas en anteriores registros. Estados Unidos está técnicamente en un momento de recesión económica y la inflación es la más alta desde los años 70. El volumen de dólares inyectados de la nada a las economías desde la FEO y el BCE, en el período que va de 2007 a 2022 es de 27 billones de dólares. Hay graves problemas de suministros de energía y alimentos tanto por el parón de la pandemia como por la guerra en Ucrania. El agosto de 2022, China realiza maniobras militares en aguas de Taiwán como respuesta al viaje de Nancy Pelosi y varios congresistas norteamericanos. La sucesión de estas situaciones, a veces interconectadas, nos plantea si no estamos ante una crisis global o sistémica donde confluyen varias crisis: la ecológica, la económica, la sanitaria, la migratoria, la alimenticia y la geopolítica.
1. Cómo se viene desarrollando esta crisis
Es difícil saber dónde comenzó la disrupción sistémica o la ruptura de equilibrios. Si fue a partir de la gran recesión 2007/8, la pandemia de la Covid 19, la guerra de Ucrania, etc. El hecho es que nos encontramos con una situación nueva que no sabemos si es coyuntural o epocal. Una crisis que algunas personas han definido como poliédrica en la medida que es múltiple (y no solo de uno o dos factores), que se relacionan entre ellos y repercuten aumentando cuantitativa y cualitativamente el carácter de esta crisis. La pandemia -por ejemplo- afecta la economía, ésta a la crisis alimentaria y de suministros energéticos que, a su vez, se agravan con la guerra de Ucrania que impacta sobre la geopolítica mundial abriendo un nuevo frente en la disputa entre los Estados Unidos y China. En medio de esto, sentimos las consecuencias de un cambio climático que provoca altas temperaturas, incendios, episodios de gota fría e inundaciones, etc.
Desconocemos cómo serán los ritmos y los cambios; desconocemos las consecuencias inmediatas y futuras. No queremos especular. Solo pretendemos abrir una reflexión. Dar nuestra opinión en la medida que pensamos que se trata de una crisis provocada por las relaciones capitalistas de producción y dentro de la relaciones de Estados capitalistas. A la vez, no nos sentimos poseedores de ninguna verdad. No tenemos soluciones, sólo tenemos ánimo de mantener las luchas y la esperanza. Por eso ponemos a debate nuestras propuestas.
2. Características particulares de esta crisis económica
La crisis económica que estamos viviendo no es igual a la que se vivió hace quince años, conocida como la gran recesión o la crisis de los años 70 conocida como la crisis del petróleo. A lo largo de su historia, el capitalismo ha sufrido crisis económicas recurrentes que se han ido superando con lo que Schumpeter llamó “la destrucción creativa”. La crisis de sobreproducción es un momento al que se llega por la propia lógica de acumulación de capital. Las ganancias de las empresas se han reducido y no hay sitio para todos los capitales. Muchos de ellos serán destruidos (tecnologías o infraestructuras), y con ellos, millones de trabajadores y trabajadoras irán al paro.
No fue el caso que vimos con la crisis en el 2020 provocada por el confinamiento de la pandemia donde la economía no llegó al final de un ciclo, sino que sufrió un parón que hizo caer la producción. Según Rolando Astarita (2021) mientras que en el 2009 el producto global cayó un 0,5% y en los países adelantados un 3.4%, en el 2020, el producto global cayó un 3,1% y el de los países adelantados un 4,5%. La pérdida de horas trabajadas durante la pandemia se asemejó a la destrucción de 255 millones de empleos.
Pese a que no fue una crisis de sobreproducción, es una crisis capitalista. En primer lugar, porque la causa (un patógeno que entró al ser humano por medio seguramente de otro animal salvaje que se comercializó en un mercado de Wuhan) es una actividad humana dentro de la lógica del capital de invadir, atrapar y colonizar la naturaleza para obtener beneficio. Y, en segundo lugar, porque el impacto de la enfermedad detuvo esa actividad económica: la producción mundial quedó atrapada y paralizada. Hubo una disfunción en la cadena de valor y en la distribución de mercancías (no había microchips suficientes, ni contenedores para transporte marítimo, etc.). A su vez, la intervención de los bancos centrales inundó de dinero unas economías con el objetivo de impulsar el PIB. La guerra en Ucrania agravó aún más los problemas con las materias primas y suministros. El resultado es una situación que puede parecerse a una estanflación.
Lo que no ha cambiado con relación a otras crisis económicas es el aumento de la desigualdad social. En medio de una pandemia que ha matado a 7 millones de personas (oficialmente), la industria farmacéutica ha obtenido beneficios records: tomando en cuenta a las 18 empresas con más capital bursátil, éstas han subido sus beneficios desde 89.000 millones de euros en 2019, a 136.000 en 2020, y a 150.000 en 2021. La tasa de rentabilidad oscila entre un 15% de Roche y un 2,1% de Takeda, sobre una media de 6,82%. A la cabeza de capitalización están Pfizer, Biontech, Moderna, AstraZeneca; es decir, aquellas que mantienen la patente de las vacunas anti-covid. Lo mismo ha ocurrido con la invasión de Ucrania que ha disparado los beneficios de las industrias de armas y energéticas. El ejemplo lo tenemos en las empresas de armas en el mundo: Lockheed Martin, Raytheon Technologies, General Dynamics o Northrop Grumman... Las cinco más importantes acumulan en Wall Street subidas por valor de 24.000 millones de euros desde el inicio de la guerra. Y lo mismo se puede decir de las empresas energéticas. Los problemas de suministro están siendo aprovechados para acumular ganancias obscenas. En España, las seis empresas del IBEX 35 (Repsol, Endesa, Enagás, lberdrola, Naturgas, etc) ganaron 10.117 millones de euros, multiplicando por cuatro los resultados del año anterior. La paradoja es que hay 4,5 millones de pobres energéticos en España; o que cientos de millones de personas africanas o latinoamericanas no han podido acceder a las vacunas; o que gracias al comercio de armas se mantienen vivas 57 guerras en todo el mundo.
Un “invitado” a la crisis global: el cambio climático
El cambio climático también forma parte de esta crisis global. Las altas temperaturas que hemos sufrido este verano en Europa son una de las expresiones más relevantes del calentamiento global, debido al aumento de emisiones de C02 y otros gases contaminantes. Los episodios recurrentes de fenómenos atmosféricos extremos, la desertización y deforestación, la escasez de agua combinada con lluvias torrenciales provocadas -muchas veces- por la subida de la temperatura de los mares, la desaparición de numerosas especies de animales o de los glaciares, etc, etc. El consenso científico (dejando al margen el negacionismo) es que nos encontramos en el umbral de un escenario sin retorno. Las voces de alarma saltaron cuando en el año 2015 se superaron las 400 ppm (el 0.04% de la atmósfera es Co2). El debate entre muchos científicos es que traspasando determinados umbrales de contaminación atmosférica (el C02 se perpetúa durante cientos o miles de años), las posibilidades de entrar en escenarios catastróficos aumenta cualitativamente. Uno de ellos podría ser que la temperatura en el planeta subirá entre 1,5 y 2 grados en el siglo XXI. Ello está generando enconadas controversias entre diferentes corrientes políticas y ecologistas (Löwy; Fuentes; Turiel, 2019). Una de ellas (colapsistas) plantea que ya hemos entrado en una situación completamente irreversible debido a que en los últimos sesenta años no se actuó adecuadamente. Otras corrientes - como el ecosocialista M. Löwy- plantean otras hipótesis y escenarios menos catastróficos a corto plazo, aunque no dejan de señalar la importancia de que, si no se toman medidas urgentes, la humanidad y muchas especies animales, estamos abocados a una posible extinción.
En nuestra opinión se trata de un debate que afecta más al pronóstico que a la política concreta. No tenemos suficientes elementos para decir que a partir de treinta, cincuenta o cien años se producirá un colapso. No queremos especular. En el marxismo hemos conocido otro tipo de debates entre “catastrofistas” y no catastrofístas. Tanto en economía (el debate del colapso que planteaba H. Grossmann), como en política (los comunistas rusos hicieron un pronóstico de semanas para el capitalismo europeo tras la revolución de octubre) hemos presenciado debates parecidos. Por esa razón, compartimos la actitud política de Löwy y otras personas como él, que plantean que, independientemente del pronóstico, lo más importante es lo que tenemos que hacer hoy. Sabemos que hemos cruzado determinados umbrales y sabemos que los responsables están al frente de las grandes empresas y gobiernos; pues bien, de lo que se trata es de impedir que la situación se siga agravando. La actitud no puede ser la resignación o la contemplación a la espera de unas tecnologías que solucionen la crisis ecológica. Es importante la movilización para arrancar conquistas o derechos como históricamente hicieron otros movimientos sociales.
Además, no todos los países, grupos económicos, clases sociales, mujeres y hombres, lo sufrimos de la misma forma, ni todas y todos tenemos la misma capacidad de contaminar. Los ecosocialistas Daniel Tanuro y Gabriel Alberto Rosas han planteado quiénes son los auténticos responsables de la crisis:
Sus resultados muestran que el 10% más rico de la población mundial generó el 52% de las emisiones de carbono acumuladas, en contraparte, el 50% más pobre tan so/o el 7% de las emisiones. Haciendo un ejercicio aún más minucioso el mismo grupo de investigadores encontró que el 1% de la población más rica generó el 15% de las emisiones acumuladas, entre tanto el 5% de mayores ingresos de la población mundial fue responsable del 37% de /as emisiones... Un gráfico realizado por el proyecto Our World in Data encontraron que el 16% de la población de mayores ingresos genera el 38% de /as emisiones de dióxido de carbono, mientras el segmento de ingresos medios a/tos correspondiente al 35% de la población genera el 48% de emisiones; el 31 % de personas con ingresos medios bajos producen el 13,5% de C02 y finalmente, el 9% de habitantes del mundo con ingresos bajos provoca el 0,5%.. (Rosas Sánchez, Tanuro, 2021)
La guerra en Ucrania
Ucrania también forma parte de esta crisis global. La invasión y la ocupación de tropas de Putin son un acto de agresión que aplasta la libertad y la soberanía del pueblo ucraniano. Un acto similar al de Hitler cuando invadió Austria, los sudetes y Polonia abriendo las puertas a la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué hay detrás de esta invasión? Probablemente más cosas de las que se vislumbran a primera vista: expansión de territorios, refundación de un gran imperio ruso, temor a que la sociedad urbana rusa se contagie de las libertades y derechos que se mantienen en occidente, necesidad de Rusia de buscar salidas al mar (península de Crimea); abastecimiento de cereales y materias primas, el control de las centrales nucleares en territorio ucraniano, construir un muro de seguridad frente a la OTAN, etc.
La excepcionalidad de esta guerra es que, además de acabar con la vida de miles y miles de civiles y soldados (ucranianos y rusos), ha puesto en riesgo la seguridad mundial. La implicación de los países de la UE, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, en el envío de armas (una medida que debe ser apoyada como un acto de justicia), ha derivado en una escalada de amenazas de Putin, que dice estar dispuesto a utilizar su arsenal atómico si llegara el caso. La réplica vino después, por parte de la OTAN, en la cumbre celebrada en Madrid. Llegados a este punto, el conflicto puede dar un salto cualitativo con consecuencias catastróficas. Un ejemplo especialmente grave, lo estamos viviendo estos días en la central nuclear de Zaporiyia. Las tropas rusas han ocupado y han entrado en la central. La situación es una grave amenaza para la población ucraniana, rusa e, incluso, europea.
A todo esto debemos agregarle dos nuevos factores. En primer lugar, el conflicto por la hegemonía que mantienen Estados Unidos y China (que se agravó con la llegada de Donald Trump a la presidencia), y en segundo lugar, la creciente inestabilidad política mundial, que se ha venido agravando desde la gran recesión, con el ascenso de las ideologías y movimientos neofascistas o neo estalinistas (mal llamados populistas), que van cubriendo el mapa mundial de naciones gobernadas o amenazadas por dictadores y autócratas (Putín, Bolsonaro, Erdogán, el régimen talibán, el yihadismo, el PC chino, Orbán, Morawiecki, Lukashensko, Daniel Ortega, la familia Castro y, por supuesto, el más tóxico de todos: Donald Trump). En este contexto hacemos una pregunta que no es retórica ¿Hay que tomarse en serio la amenaza de una primera guerra nuclear? Nosotros pensamos que sí. Hemos vuelto al período de la guerra fría pero en un marco aún más inestable e incierto.
Segunda parte: Socialismo, decrecimiento justo, desarme nuclear e igualdad social y de género
Dado el carácter global de la crisis es bastante difícil plantear una única propuesta. Tampoco es nuestra intención proponer “un programa” ya que, no sólo excede el ámbito de este artículo, sino que, además, no lo consideramos útil. En nuestra opinión, las alternativas ante esta crisis global deben hacerse alrededor de propuestas concretas y reflexiones teóricas generales. Debemos tener la capacidad de combinar el impulso de movimientos necesarios con debates estratégicos a más largo plazo, en medio de una crisis también de los viejos dogmas de la izquierda. Por ejemplo, son necesarias propuestas de decrecimiento económico justo ante la crisis ecológica o propuestas para un desarme nuclear global; pero, al mismo tiempo, son necesarias las reflexiones alrededor de estrategias que unifiquen la lucha contra el capitalismo con la lucha contra el patriarcado; las alternativas en un mundo libre de combustibles fósiles pero también libre de opresión política y explotación económica.
Creo que la actitud consiste en no levantar barreras entre nosotras y nosotros, asumiendo que ninguno tuvo “la llave” en el siglo XX; pero que también hubo responsabilidades que no se pueden eludir como, por ejemplo, aquellos que sostuvieron, justificaron y colaboraron con dictaduras burocráticas y totalitarias. Aquellos que, por ejemplo, en 1968 apoyaron la entrada de los tanques soviéticos en Praga y hoy apoyan la invasión rusa en Ucrania. También aquellos que en nombre del “mundo libre” justificaron las políticas neoliberales o, peor aún, las intervenciones en lrak o Afganistán. No hay razones para no reconocer que nos enfrentamos a escenarios nuevos (sin amnesias) donde nuestra idea de Socialismo, es decir, una sociedad más justa basada en los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad debe transformarse radicalmente en una nueva propuesta que tenga en cuenta que explotación, patriarcado y ecologismo son todos componentes esenciales de una propuesta socialista para el siglo XXI.
Los “éxitos del capitalismo”
La percepción hoy es que resulta más probable que sucumba nuestra especie a que triunfe otra alternativa (más justa) al capitalismo.
Andreas Malm escritor y activista ecologista propuso una metáfora ilustrativa cuando dijo que un virus llamado capital se transformó en capitalismo saltando de su reservorio en las Islas Británicas hace 250 años, alcanzando todo lo relacionado con la vida humana y no humana (Malm, 2020)
El éxito de ese “virus” se debió a su capacidad de producir millones de mercancías donde había escasez, de revolucionar la tecnología donde había atraso y de coincidir con la ciencia donde había ignorancia. La expansión del capitalismo fue tan rápida como perjudicial para poblaciones y ecosistemas. El carácter aniquilador de ese “virus” se demostró estableciendo unas relaciones sociales de explotación, una concentración de la riqueza y una apropiación de todos los recursos de la naturaleza. En términos de espacio, fue incorporando cada vez más poblaciones y territorios; mientras que en términos temporales, aumentó e intensificó la producción y los hábitos de consumo con la apuesta por una revolución tecnológica permanente. El éxito del capitalismo no solo se debe a su producción material de mercancías tangibles como un móvil o un ordenador, o intangibles como la industria del ocio; también se debe al efecto hipnotizador (fetichista) que ese modelo incorpora en la conciencia y los hábitos culturales de la población (que pueda disfrutar de ellos): un consumo masivo dentro de una producción masiva.
Esa es, en nuestra opinión, una de las claves por las que el capitalismo se ha desarrollado económicamente y ha hegemonizado culturalmente todas las sociedades anteriores. Junto a eso, no podemos minusvalorar que, cuando lo ha necesitado, el capitalismo, ha transformado su “estrategia persuasiva” en otra represiva, no dudando en actuar con mano militar. El resultado, desde nuestro punto de vista, es que el capitalismo ha ido construyendo además de un modo de producción, una civilización cultural y material más sólida que todas las formaciones precapitalistas; con las nuevas tecnologías aumentan los grados de sofisticación. Un ejemplo es la utilización que se quiere hacer de la IA (inteligencia artificial) para abducir, vaciar y deshumanizar la mente de las personas. El capital es insaciable y bulímico. El capital aspira a mercantilizar absolutamente todo, incluidas nuestras mentes.
Estrategias anticapitalistas o socialistas
Todo lo anterior hace que sean tan importantes no solo las luchas concretas, sino avanzar en alternativas al capitalismo (aunque en esos avances no pueda participar la mayoría de la sociedad). Como decíamos anteriormente, se necesita una nueva estrategia socialista que tome en cuenta todos los escenarios. Tenemos numerosos ejemplos. Durante la pandemia los debates se circunscriben a ámbitos demasiado específicos. Las trabajadoras y trabajadores de la sanidad no hemos sabido contextualizar la crisis de los sistemas de salud en el marco global del capitalismo. La pandemia pocas veces aparece como una consecuencia del sistema, sino más bien como un “accidente” externo. Se ha dejado al negacionismo un protagonismo que nunca debería haber tenido, en lugar de señalar su responsabilidad criminal en el caso del Partido Comunista chino (los primeros dos meses), o de siniestros personajes como Trump y Bolsonaro.
Hay silencios vergonzosos y sonrojantes en la izquierda o en el sindicalismo ante la masacre que sufren las mujeres afganas, o el maltrato y asesinato de migrantes en las fronteras de EEUU y la UE; ya no digamos en la posición de un sector de la izquierda en la guerra de Ucrania. Hay colaboración de la “socialdemocracia” con el liberalismo más depredador en sus planes de volver a combustibles fósiles (carbón o gasoductos) o en las transferencias de fondos públicos al capital privado. Y así podríamos continuar.
La esencia del capital es un debate que lo recorre todo. No basta con reconocer su existencia y conocer su funcionamiento o crisis. Entre la izquierda y los diferentes movimientos socialistas, siempre hubo debates. Es imposible reproducirlos aquí. En nuestra opinión, cualquier alternativa a todos los problemas que hemos ido señalando pasa por una estrategia anti capitalista o socialista. Creo que el capitalismo es la causa y, aunque parezca una obviedad, debe ser la diana de nuestra lucha. Esta estrategia es complementaria con todas las luchas sindicales, de las mujeres, del ecologismo, contra el uso de armas nucleares, etc. No hay ninguna contraposición entre aspirar a una vida mejor dentro del mismo capitalismo y conocer dónde está el verdadero problema.
El movimiento obrero conquistó la jornada laboral de diez horas y después de ocho; las mujeres el derecho al voto o al aborto; en el tema medio ambiental se consiguen pequeños logros aunque no sean suficientes, etc. Pero todo ello no nos puede llevar a albergar la más mínima ilusión en el capitalismo. Una cosa es reconocer que podemos cambiar y mejorar nuestras vidas con nuestra lucha (o que el capitalismo ha demostrado una gran capacidad de adaptación a todo tipo de circunstancias), y otra muy distinta es pensar que abandonará la maximización de beneficios por la igualdad social, de género o el respeto al medio. Si así lo hiciera eso ya no sería capitalismo, sino socialismo (o un híbrido mejor de lo que hay).
En lo que respecta al cambio climático (o el feminismo), hay debates importantes que, por supuesto, no nos deben hacer perder el horizonte, que no es otro que mantener la lucha hoy e intentar presionar a los gobiernos para que adopten medidas lo más progresivas a favor de las energías no contaminantes y de la protección de todas las especies o ecosistemas (porque como me decía un viejo amigo sindicalista, no solo de socialismo y revoluciones vive y come la gente).
Algunos debates señalan la posibilidad de un capitalismo verde. Nosotros tenemos muy serias dudas de que eso sea factible. Para que ese escenario fuera posible al menos serán necesarias varias condiciones: a) que la prioridad del capital no sea la rentabilidad de sus inversiones a corto y medio plazo, sino una expectativa de futuro (esa situación es la que se vivió entre 1773 y 1860 en Gran Bretaña entre la energía hidráulica y la máquina de vapor de James Watt y Matthew Boulton. El resultado fue el triunfo del vapor dadas las ventajas que ofrecía a la burguesía en cuanto a la localización del negocio y productividad del trabajo); b) que los Estados se comprometan con la transición energética mediante inversiones públicas muy grandes y la reconversión de millones de puestos de trabajo que hoy están emplazados en la producción fósil; c) que el mundo en general pase por una época de estabilización (no de guerras) para que las contingencias del momento no sean una prioridad (ver lo que está ocurriendo ahora con el gas ruso y la vuelta al carbón, las centrales nucleares o las macro infraestructuras de gasoductos por toda Europa). d) Una voluntad política de gobiernos y estados de un mundo donde no todos reconocen la existencia de un cambio climático por la acción del ser humano. ¿Es posible? o ¿Es la cuadratura del círculo? En cualquier caso no cambia la posición que debería mantenerse a favor de un decrecimiento económico justo donde la prioridad no sea el Producto Interior Bruto, sino las necesidades sociales y ambientales.
En un sentido parecido, también en el movimiento de las mujeres se viven debates intensos. Dentro y fuera de los sindicatos también. Algunas experiencias recientes apuntan al surgimiento de un nuevo sindicalismo en los Estados Unidos. También en España hemos tenido experiencias nuevas de lo que algunos llamamos un nuevo sindicalismo social donde la clase no es el único sujeto, ya que también hay otros actores interesados en la transformación social.
En estos últimos meses ha surgido una nueva amenaza y por lo tanto una nueva emergencia ¡No es cualquier cosa! Es una amenaza de guerra nuclear y, por lo tanto, debemos incorporar esta problemática. Se trata de un asunto que, como la lucha contra el cambio climático, forma parte de lo existencial porque afecta a la supervivencia del ser humano. La configuración de un nuevo orden, el ascenso de los regímenes autoritarios y la disputa por los recursos del planeta o las áreas de influencia (desde la extracción de materias primas y combustibles, pasando por las rutas comerciales o la localización de ojivas nucleares) está llevando a dos grandes potencias, Estados Unidos y China, a un conflicto que ha dado un salto de una guerra comercial a las amenazas de intervención militar en Taiwán. Por lo tanto, no es la frontera europea el único punto caliente de confrontación entre Rusia y OTAN. Hay otros tantos en la medida que el epicentro se ha ido desplazando en los últimos cincuenta años, desde el Atlántico hasta el Pacífico (como en otra época de la civilización se desplazó del Mediterráneo al Atlántico). Hoy, como en los años ochenta y noventa del siglo pasado, se hace necesario volver a construir un movimiento por el desarme completo de todo el arsenal nuclear, al menos obligar a las naciones a no usarlo y a no atacar centrales nucleares como puede ocurrir en estos momentos en Zaporiyia. La necesidad de un desarme total y de todos los contendientes se ha convertido nuevamente en un llamamiento a la movilización ciudadana.
Hay nueve países que disponen de unas veinte mil cabezas nucleares (Rusia, EEUU, Francia, China y Reino Unido, Israel, Pakistán, India y Corea del Norte), cinco de ellos (Rusia, EEUU, Francia, China y Reino Unido) tienen una capacidad industrial para su fabricación. Es un peligro latente que desapareció tras la caída del Muro de Berlín, pero que ha aparecido ahora tras la guerra de Ucrania o el conflicto con Taiwán. Sabemos que detrás de estas poderosas industrias hay lobbies y grupos económicos que se están frotando las manos cuando la UE y los países de la OTAN han decidido incrementar sus gastos (Alemania más de 100.000 millones de euros anuales). El primer responsable de esta escalada ha sido Putin, pero detener la intención suicida es cosa de todas y todos. Nadie puede ganar esa guerra. Como dijo un humanista como Albert Einstein: “no sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.
Terminaremos parafraseando a otro de los grandes pensadores socialistas del siglo XX, Walter Benjamin que escribió: “Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Tal vez las cosas se presenten de otra manera. Puede ocurrir que /as revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en tren tira del freno de emergencia” (Benjamin, 2008: 70)
Bibliografía
Astarita, Rolando, “Coronavirus y crisis capitalista”, 2021, En: https://rolandoastarita.blog/2021/11/05/coronavirus-y-crisis-capitalista/
Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Trad. de Bolívar Echeverría. México D. F.: Itaca, 2008.
Löwy, Michael; Fuentes Miguel; Turiel, Antonio, “Ecosocialismo versus Marxismo colapsista”, 2019. En: https://www.sinpermiso.info/textos/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-i-y-ii.
Malm, Andreas, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, Trad. de Miguel Ros González. Madrid: Errata Naturae, 2020.
Rosas Sánchez, Gabriel; Tanuro Daniel, “Antropoceno y capitaloceno”, 2021. En: https://vientosur.info/antropoceno-y-o-capitaloceno.
* Enviado por el autor para su publicación en Herramienta.