23/11/2024
Por Basso Pietro
Tengo que plantear tres premisas. La primera, obvia; la segunda, un poco menos obvia, y la tercera, insólita.
La primera. Lo que se está librando en Ucrania no es una guerra entre Rusia y Ucrania. Se trata de una guerra entre la OTAN/Occidente y Rusia (con China detrás) y es la secuela del infausto Euromaidán de 2014, fruto de la lucha global que comenzó en 1991 para apoderarse de la ilimitada riqueza natural y de fuerza de trabajo de Ucrania. Una contienda en la que “nuestra” escuálida Italia estuvo y está a la cabeza, apropiándose de la vida de 200.000 mujeres de todas las edades, así como de tierras fértiles en las que fueron asentadas más de 300 empresas, sembrando la corrupción y las semillas de la guerra.
Segunda premisa. La guerra en curso en Ucrania no puede ser entendida de forma aislada. Forma parte de una cadena de acontecimientos traumáticos de todo tipo que, en conjunto, conforman el gigantesco caos en el que el capitalismo global nos está sumiendo desde principios del siglo XXI. Dentro de ese caos, lo que está en juego en esta guerra no es sólo Ucrania o el Donbass. Se trata de un nuevo orden mundial en el que Estados Unidos, Occidente y el dólar ya no ocupan el puesto de mando. Putin y Xi Jinping lo están planteando de manera cada vez más explícita. Incluso los círculos de poder estadounidenses y europeos saben perfectamente que se trata de eso y no de la libertad y autodeterminación de Ucrania, que no podría importarles menos. Así pues, la posición que se adopte sobre la guerra actual es inseparable de la posición sobre el enfrentamiento en torno al nuevo orden mundial.
La tercera premisa. Cuando se habla de la guerra en Ucrania, el 99,9% de las veces los temas del discurso son: Ucrania, Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea, Italia, Polonia, Turquía, China, etc. En resumen: los estados, los capitalismos nacionales y sus intereses. O bien, simplificando: Zelensky, Putin, Biden, etc., como gestores de estos intereses. Sin embargo, en esos discursos falta algo absolutamente esencial: faltan los trabajadores y trabajadoras, el pueblo trabajador de Ucrania, Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea, Italia, etcétera, es decir, los proletarios, los asalariados, los que viven de su propio trabajo y no de la explotación del trabajo ajeno. Faltan, porque se da por supuesto, o se quiere, que vayan a remolque de sus respectivos gobiernos, de sus respectivos estados-nación, imperialistas o no. Extras, peones que los poderosos pueden mover a su antojo, carne para el matadero. Yo, en cambio, como todos los marxistas e internacionalistas, los considero sujetos de la historia. Y planteo la pregunta que falta: ¿qué interés tienen los trabajadores en la continuación y extensión de esta guerra, sea cual sea el eventual armisticio provisional? ¿Qué interés tienen en alinearse detrás de sus respectivos gobiernos y estados y de los capitalistas en la lucha a muerte por la defensa de lo viejo o por la construcción de un nuevo orden mundial?
Comienzo con los trabajadores y trabajadoras de Ucrania. Y respondo sin dudarlo: ninguno. Esta guerra los ha sumido en los círculos más bajos del infierno. La URSS y el Comecon no eran ciertamente el paraíso socialista del que algunos camaradas demasiado nostálgicos todavía cuentan fábulas. Sin embargo, como Ucrania era una de las zonas más industrializadas de la URSS, en 1991 sus trabajadores aún disfrutaban de unas modestas, aunque reales, garantías de estabilidad laboral y de bienestar. Con la llegada de la independencia, Ucrania se encontró de repente compitiendo en el mercado mundial, sin barreras de protección, con economías con índices de productividad laboral mucho más altos. Y su estructura económica y su vida social fueron aplastadas. Porque el mercado mundial es un mecanismo dictatorial sobre el que establecen sus leyes los capitales más poderosos. Así que las multinacionales y bancos occidentales, el FMI, las bolsas, los fondos de inversión (no sólo occidentales: en los últimos años el primer inversor extranjero en Ucrania ha sido China), dieron un gran festín con el empobrecimiento de los trabajadores ucranianos. Las ruines políticas adoptadas por los gobernantes ucranianos, tanto los más o menos prorrusos (Kucma, Yanukovic) como los prooccidentales (Juscenko, Timoshenko, Poroshenko), también contribuyeron al desastre. Su única ambición pasaba por acaparar una parte de la riqueza nacional residual privatizada o beneficiar a sus amigos oligarcas que llegaron a controlar el 100% del capital nacional. Resultado: ¡Entre 1991 y 2017, la evolución económica de Ucrania fue la quinta peor del mundo, de entre 200 países! Y la guerra en curso le ha dado a Zelensky, su digno heredero, y a su partido la oportunidad de prohibir toda forma de oposición política y de presentar al Parlamento, que está a punto de aprobarla, una ley laboral que suprime los convenios colectivos para el 70% de los trabajadores
En veinticinco años, más de 7 millones de personas (más del 15% de la población) emigraron de Ucrania a Rusia, Europa Occidental, Estados Unidos, Kazajistán, etc. He estudiado la emigración ucraniana a Italia, que en un 80% estaba compuesta por mujeres. Pocas veces he tocado tanto dolor como en la experiencia de los “cuidadores” ucranianos que prestan servicio en Italia, obligados a una convivencia de 24 horas al día, en una suerte de experiencia de institución total. Las mujeres ucranianas (como las moldavas, rumanas o búlgaras) a menudo se ven afectadas por el llamado síndrome de Italia: una forma severa de depresión, que se vuelve devastadora cuando, al regresar a sus casas por un tiempo o para siempre, se ven rechazadas por sus hijos o hijas como si fueran extrañas. Por un lado, los huérfanos blancos en casa, niños/niñas que crecieron sin sus madres, también expuestos a formas de depresión que incluso generan cientos de suicidios; por otro, madres desgastadas aquí porque tuvieron que suplir la falta de cuidado y amor por los ancianos y los dependientes que abunda en este país. He allí un aspecto luminoso de la misión civilizadora de Italia en Ucrania y otros países de Europa del Este. Hoy en día hay mucho clamor sobre la entrada de Ucrania en la UE (dentro de 10 o 20 años), pero la UE e Italia ya han penetrado en Ucrania durante treinta años sin pedir ningún permiso, desgarrando la existencia de cientos de miles de familias de clase trabajadora. Y es nauseabundo que “nuestros” gobernantes y “nuestros” medios de comunicación se hagan pasar por amigos y defensores del pueblo ucraniano.
La invasión rusa, los bombardeos y todo lo demás completaron la devastación, provocando la huida de otros millones, la muerte y las heridas de decenas de miles, al menos, de ucranianos de a pie, de proletarios. Y ciertamente no estamos hablando de los hijos de los oligarcas o de los padres de los títeres de la OTAN como Zelensky, refugiados en Israel en villas blindadas de gran lujo. Algunos dicen: pero el ejército ruso está desnazificando el Donbass, ¿no es eso bueno? Comprendo el alivio de muchos, especialmente en el Donbass, al presenciar la rendición de los nazis o nazistoides del batallón Azov y de criminales similares. Sin embargo, les pido que no idealicen la realidad de las llamadas Repúblicas Populares del Donbass. Escuche lo que dijeron los militantes del Frente de Trabajadores de Donbass y de la Organización de Trabajadores Comunistas de la República Popular de Lugansk en una fecha tan reciente como el 19 de febrero:
“La República Popular de Donetsk (DNR) y la República Popular de Lugansk (LNR) hace tiempo que perdieron el espíritu original de la democracia popular. Los impulsos ingenuos y sinceros tendientes a establecer el poder real del pueblo se encuentran en buena parte sepultados. Gracias a los esfuerzos de la burguesía local y de la rusa, se han establecido los habituales regímenes capitalistas reaccionarios, con una democracia reducida, un alto grado de explotación de los trabajadores y una estratificación social. Las autoridades encubren cínicamente sus abominaciones, desde la falta de pago de los salarios hasta la prohibición de todas las protestas y huelgas, pasando por la exclusión de los trabajadores, mineros y tractoristas de la vida política y de las elecciones mediante leyes marciales. Así, la clase obrera del Donbass, al igual que la clase obrera de Rusia y de Ucrania, lleva a cabo una lucha común contra la dictadura de la burguesía”.
Palabras duras y claras que vienen del territorio de los hechos (y quiero decir que las firmantes son organizaciones con mi orientación político-ideológica). En los últimos días se produjo un llamamiento de protesta dirigido al presidente de la República Popular de Donetsk en el que se denuncia que tantos habitantes de Donbass hayan sido enviados al frente de Mariupol sin la formación necesaria. El 40% de su batallón ha muerto... ¿Liberados o carne de cañón? Estoy con ellos, como estoy con las mujeres ucranianas que asaltaron la oficina de reclutamiento militar en Khust a finales de abril para impedir el reclutamiento forzoso de jóvenes. Al fin y al cabo, desde el primer momento nosotros, como redacción del blog Il Pungolo rosso, nos pronunciamos contra las sanciones contra Rusia, el envío de armas al gobierno de Zelensky, la activación del sistema italiano de aviones no tripulados a favor del ejército ucraniano y la OTAN, así como de la demencial campaña rusófoba dirigida a los escritores, músicos y artistas rusos como tales. En contra, radicalmente en contra de la guerra y, sobre todo, en contra de “nuestro” gobierno y de la OTAN, que la fomentan en todos los sentidos.
La clase obrera rusa tampoco tiene nada que ganar con la guerra actual, ni con la sucesión de guerras de las que ésta es el principio. No quiero escudarme en la autoridad superior de Lenin (recientemente atacado por Putin) sobre el tema del chovinismo gran ruso, que él consideraba un peligroso veneno a combatir. Sólo pregunto: ¿qué jóvenes rusos, por ser jóvenes, mueren hoy en Ucrania? ¿Los hijos de los directivos de Gazprom, Gazprombank, Sherbank o Tupolev? ¿O son en cambio jóvenes hijos de proletarios, de campesinos, de las capas populares, casi siempre de las zonas más pobres de Rusia donde la profesión de soldado es la única que ofrece algún tipo de perspectiva? ¿Cómo es posible que la pequeña y pobre Buriatia (menos de un millón de habitantes), tierra del excavador Vitaly Chingisovich, miembro de la 30ª brigada, fallecido a los 24 años el 1 de junio, tenga 91 muertos “reconocidos”, mientras que la ciudad de Moscú, donde abundan las clases medias y adineradas y vive el 9% de los habitantes de toda Rusia (12 millones de habitantes), sólo tenga 3 muertos reconocidos? ¿Y quién pagará los costes de la inevitable crisis económica provocada por las sanciones occidentales y la guerra? ¿Quién pagará el necesario aumento del gasto militar a largo plazo? ¿Quiénes se verán afectados por la represión de aquellos que se han resistido y se resisten a la guerra y al alistamiento en el Ejército y la Guardia Nacional? ¿Qué ocurrirá -aparte del despido- con aquellos que, como los 115 miembros del Cuerpo de la Guardia Nacional de Nalchik, en el Cáucaso Norte, se niegan a ir a la guerra fuera de las fronteras de Rusia? ¿Qué pasa con los grupos de mujeres (¿tal vez de los patios-pozos de San Petersburgo?) que se atrevieron a manifestarse contra la guerra y que hoy exigen noticias de sus seres queridos desaparecidos?
En cuanto a los trabajadores italianos y europeos, basta con pensar en lo que ocurrió en Italia. El gobierno de Mario Draghi alineó inmediatamente a Italia en la guerra, lanzándola a la vanguardia de las provocaciones contra el Kremlin. Para apoyar esto, Draghi y compañía proclamaron inmediatamente una economía de guerra, con una duplicación del gasto militar y más recortes en el gasto social. La perturbación del comercio internacional que están provocando las sanciones decretadas por los países occidentales acarrea una mayor inflación, una subida de las tasas y una recesión económica en poco tiempo, con efectos brutales sobre los salarios, el engrosamiento de la deuda privada y estatal y el desempleo. Inmediatamente, Carlo Bonomi (presidente de la Confederación General de la Industria Italiana) aprovechó para informar que la patronal no puede conceder aumentos salariales, mientras exige más apoyo del Estado y más flexibilización para los trabajadores. Y sólo estamos en el primer acto de la temida secuencia de conflictos de la OTAN contra Rusia/China y sus aliados (atención a las maniobras ya avanzadas para nuevas guerras en los Balcanes). No es casualidad que el gobierno alemán haya asignado 100.000 millones de euros de la noche a la mañana. El rearme europeo está en marcha, ¡y ay de quien lo subestime!
En cuanto a las consecuencias que la guerra en Ucrania tiene y tendrá sobre los trabajadores del resto del mundo, claro, es vulgarmente instrumental atribuir al bloqueo del puerto de Odesa la crisis alimentaria mundial, que tiene múltiples y diversas causas de largo plazo, todas derivadas del funcionamiento del capitalismo global y de su agresión contra la naturaleza. Pero el hecho es que los acontecimientos bélicos en Ucrania agravan esta crisis que ya asola a los países del África negra y árabe, al igual que agravan la catástrofe medioambiental, en tanto la guerra intercapitalista en general es el factor principal de la contaminación de la tierra y el aire, así como de las mentes y los corazones. Y siendo además esta guerra un buen pretexto para volver al carbón e impulsar el uso ultracontaminante del gas licuado importado de América...
Me detendré aquí. Los trabajadores y trabajadoras de todo el mundo, empezando por los ucranianos y los rusos, no tienen ningún interés en ser reclutados ni en esta guerra ni en las otras guerras capitalistas que vendrán. Al igual que no tienen interés en alistarse en la competencia económica por el dominio del mercado mundial. Ya sea el viejo y detestable orden dominado por Estados Unidos y Occidente, o el nuevo orden, hipotéticamente más “pluralista” y “equilibrado”, aunque siempre hipercapitalista, previsto por Putin y Xi Jinping.
Estamos en el umbral de una era de agitación que actualiza la magnífica predicción de Rosa Luxemburgo, quizás demasiado anticipada: “socialismo (es decir, revolución social anticapitalista) o barbarie”. Y nos invita a retomar una vieja bandera, siempre fresca y vital: ¡guerra a la guerra! El principal enemigo está aquí, en “nuestra” casa, ¡es “nuestro” gobierno! Proletarios y proletarias de todos los países, no nos dividamos por los nacionalismos pestíferos, ¡unámonos contra las guerras del capital!
Digo esto sabiendo muy bien que las señales en esta dirección son muy débiles hoy en día. Que lo que prevalece, hasta ahora, es la alineación nacionalista de los trabajadores en torno sus los gobiernos. Pero la terrible experiencia de la guerra, de las guerras y las crisis venideras, con el precio que impondrán a los explotados y oprimidos, abrirá los ojos de muchos. Harán que hasta los ciegos vean cuál es el único camino para liberarse de las monstruosidades que el capitalismo nos está ofreciendo.