El 1° de febrero de 2012, Robert Fisk terminaba su artículo en el periódico The Independent con estas palabras: “Pero hay una cuestión que no está planteada. Supongan que el régimen [de Bachar el-Assad] sobrevive. ¿Sobre qué ejercería Siria su poder?”. Dicho de otro modo: la revuelta ha llegado a un punto sin retorno. El “fichaje” de todo tipo realizado por las fuerzas policiales y militares a decenas de miles de manifestantes y de opositores –todas las semanas, todos los días– en las diferentes ciudades y aldeas del país, provocaría al día siguiente más muertos y más presos torturados, en el caso de que se detenga el combate. Y de que se mantenga el régimen de la camarilla de Assad. El terrible precio humano de este combate popular se corresponde con la naturaleza odiosa e implacable del régimen, con el que ninguna negociación es posible y aceptable para los combatientes antidictatoriales.
El 4 de febrero de 2012, Khaled al-Arabi, miembro de la Organización Árabe de Derechos Humanos, declaraba: “El ejército sirio bombardea con cohetes y morteros. Está provocando un baño de sangre de un horror jamás visto hasta hoy en la ciudad de Homs…”. Radio France Internationale,(FRI) ese mismo día, afirmaba:
En Homs, son cerca de trescientas las personas que habrían sido asesinadas solo en la jornada de ayer, viernes 3 de febrero de 2012, afirma el Consejo Nacional Sirio (CNS). A pesar de que es difícil saber con precisión lo que ocurre en ese país cerrado a la prensa y sometido a un estricto control, las imágenes difundidas por las emisoras de televisión árabes y los testimonios recogidos indican una violencia creciente y ciega. Los testimonios describen un bombardeo implacable, una ciudad transformada en zona de guerra. Nadie, ningún barrio, se ha librado de “una verdadera lluvia de bombas”. Y es un verdadero baño de sangre lo que se describe. El bombardeo de la ciudad se desencadenó ayer, viernes 3 de febrero, alrededor de las 17.00 horas (local) y continuó hasta el amanecer. Los testigos declaran que los primeros bombardeos se han concentrado sobre todo en el barrio de al-Khalidiya, donde muchas casas se desplomaron sobre sus ocupantes y donde se registraría el mayor número de víctimas. A lo largo de toda la noche, los números no han dejado de acrecentarse. Según los opositores del Consejo Nacional Sirio, “es una de las masacres más horribles desde el comienzo (el pasado marzo) del levantamiento en Siria”. La oposición estima que se trata de represalias después de las nuevas deserciones producidas en el seno de las fuerzas armadas.
Dos elementos se destacan en las diversas fuentes que pueden recogerse. En primer lugar, la revuelta contra el régimen dictatorial se amplió desde noviembre de 2011. Alcanza las zonas urbanas más importantes. Esto es, tomó forma y se fortaleció un movimiento desde la periferia hacia el centro durante estos últimos once meses. A nivel social, las capas que participan en la movilización contra la dictadura –en este sentido debe entenderse el término “revolución”– también crecieron. Solo la existencia de semejante “frente social” permite comprender la persistencia y el fortalecimiento de una organización que garantiza: los días sucesivos de movilización, las consignas que dan sentido a cada “viernes” de lucha contra el poder del clan Assad, la amplitud de los funerales, a menudo colocados bajo la protección de soldados que han desertado, la atención –brindada por cierto en condiciones dramáticas– a los centenares de heridos que no pueden ser curados en los hospitales, pues la llamadas fuerzas de seguridad vienen a secuestrarlos para torturarlos y matarlos, el establecimiento de redes de comunicación y de transporte en un contexto de guerra. Esta es la base social en la que se apoyan las actividades de los Comités Locales de Coordinación. La población en rebelión recibe ayuda de la diáspora siria, que dispone de recursos materiales. Pero el hecho de no depender de una fuerza “extranjera” ha reforzado el sentimiento de que es preciso contar con las propias fuerzas; esto moviliza –a pesar de los suplicios y los dolores sufridos– las múltiples ayudas mutuas y las formas de autoorganización.
Luego las masacres, las torturas de niños, las violaciones de mujeres, el número de familias agraviadas, martirizadas, condujeron, inevitablemente, a la aparición de formas de autodefensa. Las deserciones se multiplican: las de aquellos que, provenientes del ejército del régimen, se niegan a ser el brazo asesino de Assad; las de los jóvenes que rechazan hacer la conscripción. Estos soldados de la rebelión –conocidos como de miembros del Ejército Sirio Libre– disponen de un armamento ligero. En este sentido, no hay una verdadera militarización del combate antidictatorial, aunque se hayan producido enfrentamientos directos, relativamente limitados, que podrían ampliarse a consecuencia de la masacre cometida en Homs. Estas deserciones revelan fisuras en el régimen. Más exactamente: frente a la extensión y la duración de la revuelta, un régimen así no puede evitar los procesos de autonomización relativa de sus diversos centros de poder; y aún más por cuanto tiene ya más de cuarenta años. Episodios de luchas análogas en la historia demuestran que, en tanto la movilización persiste y se refuerza, y ya no puede retroceder, los procesos para la adopción de decisiones se hacen más difíciles. Traducen las dudas de los sectores que no pertenecen al círculo restringido de las pocas “familias” que monopolizan el poder, y todos los privilegios corruptores que derivan de ello. Se instala entonces una dinámica errática en la propia gestión de las operaciones represivas y políticas. Y las incertidumbres sobre su futuro económico inquietan a las capas de negociantes, de comerciantes, de importadores y exportadores, así como a los medios ligados al turismo. Las sanciones aumentan la dependencia respecto de Irán; lo que diversas fracciones de la media burguesía no consideran una solución atractiva.
Ciertamente, la Guardia Republicana y la IV División de Maher el-Assad (el hermano de Bachar) son instrumentos de terror en manos del régimen. Pero un signo, según diversos informes, no engaña. ¿Por qué el poder debe comprometer tantos recursos para vigilar y amenazar, con sus esbirros, a los medios cristianos y alauitas que constituían (y siguen constituyendo) su base “oficializada”? Tomar como rehenes a las minorías confesionales es parte de la política del régimen. No deja de agitar la amenaza de un amplio ajuste de cuentas –en el que los “sunitas” serían los “futuros dueños”– en caso de caída del régimen. Y el clan Assad hará todo lo posible –y ya lo ha hecho– para que se produzcan enfrentamientos confesionales, comunitarios. Para las diversas fuerzas comprometidas en este titánico combate antidictatorial, es importante, pues, transmitir un mensaje: a pesar de los sufrimientos y las humillaciones sufridos, los actos de venganza indiscriminados están excluidos de todas las opciones de las fuerzas que luchan por el derrocamiento del tirano. Es una de las dimensiones de una orientación apuntada a ampliar el frente social y político, a neutralizar ciertos sectores y debilitar la base, debilitada, del régimen.
El cinismo de la llamada “comunidad internacional” no tiene límites. Los medios no dejan de discurrir sobre los proyectos de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. ¡Son bloqueados por Rusia (de hecho, el poder del kgbista Putin) y China (del “Partido Comunista” de China a la que se han presentan peticiones de ayuda a las economías occidentales)! Muchos son los gobernantes que derraman lágrimas de cocodrilo sobre el “pobre pueblo sirio” y denuncian al “cruel déspota” Bachar al-Assad después de haberlo recibido con gran pompa o haber valorado su papel en la región, al menos, como un mal menor.
El lugar de la Siria de Assad en el “arreglo regional” plantea un problema distinto que la Libia de Gadafi. Una gran parte de la puesta en escena diplomática oculta lo difícil que resulta, para los diversos “actores” regionales e internacionales –en el actual contexto de crisis socioeconómica y disturbios mundializados; un contexto propio de un sistema de hegemonía política con fallas visibles–, definir las “vías de un cambio” que no conduzca a una pérdida de control y a procesos centrífugos en una región tan estratégica.
Los Estados Unidos parecen decididos. Parecen. De hecho, la falta de solución en las resoluciones escritas y reescritas para ser presentadas en el Consejo de Seguridad no les molesta demasiado. Ganar tiempo y dar conferencias de prensa “humanitarias” se aviene perfectamente con la administración Obama. La caída de Mubarak y la actual situación en Egipto han modificado el rompecabezas construido por los Estados Unidos e Israel, al menos desde 1979. Las relaciones entre el Líbano de Hezbolá e Israel no son de una placidez a toda prueba, lo que hace de la Siria de Assad una frontera más “segura” que la de un nuevo régimen sirio del que es difícil decir quién lo “dirigirá” o tendrá posibilidad de dirigirlo. Las tensiones con Irán son un factor más para mantener, por el momento, a un gángster conocido –Assad–; o, mejor aún, piezas importantes de su maquinaria política y de seguridad. Lo que requiere tiempo para la maniobra. Pues esta misma debe realizarse conjuntamente con diversos gobiernos recién llegados a esta arena regional. Qatar puede ciertamente financiar a los Hermanos Musulmanes en Túnez y en Egipto; añadir hoy a la lista los de Siria es una tarea políticamente delicada, incluso con apoyos externos. El despido, el 4 de febrero, del embajador de Siria en Túnez refleja –así como la ocupación en El Cairo de la embajada Siria, a pesar de haber sido reubicada en “lugar seguro”, pero no protegida (!)– que la “revolución árabe” es un intérprete suplementario en los guiones que están escribiéndose en este 2012.
Y tanto más cuanto que Turquía querría también una parte de la torta, y es capaz de obtenerla. El poder ruso quiere estar seguro de conservar sus posiciones (instalaciones portuarias, etcétera), pero no puede jugar una carta ofensiva. Así pues, no puede ya que bloquear una decisión del Consejo de Seguridad… que los Occidentales no tienen tanto apuro en adoptar –aunque no es más que un simple pedazo de papel– más allá de las sanciones económicas.
El complejo juego de injerencias, que ha constituido una gran parte de la historia de esta región– hoy se efectúa, pues, en un marco en que el diseño del anterior rompecabezas está siendo parcialmente borrado, en tanto los contornos del nuevo diseño no están aún definidos. De ahí la importancia de dar apoyo político a la lucha de ese pueblo en rebelión, que cuenta con sus propias fuerzas y con la solidaridad; también de oponerse a todas las intervenciones militares extranjeras.
Artículo originalmente publicado en francés en el sitio “Alencontre”. Reproducido con autorización del autor y traducido al castellano para Herramienta por Aldo Casas.