21/12/2024
Vladimir Putin, al declarar una movilización “parcial” en Rusia, ha logrado al menos una cosa: la sociedad rusa finalmente se dio cuenta de que estaba en estado de guerra. De hecho, en cuestión de minutos, el presidente no solo destruyó el contrato social que había estado funcionando en el país durante más de dos décadas de su gobierno, sino que también anuló el trabajo de su propia propaganda durante los siete meses anteriores al conflicto con Ucrania.
Hasta que se anunció la movilización, la mayor parte de la sociedad rusa no pensaba en la guerra; muchos ni siquiera sabían de su existencia. Por supuesto, los propagandistas despotricaban en televisión literalmente todos los días, y en Internet hubo feroces batallas entre partidarios y opositores de la operación militar en Ucrania. Pero la sociedad apolítica de Rusia no mostró mucho interés: la mayoría de la gente no ve programas de televisión ni lee sitios web de política, ni de oposición ni progubernamentales.
El 21 de septiembre la situación cambió radical e irreversiblemente. Ha llegado la conciencia y la resistencia. Por supuesto, es posible indignarse de que los rusos hayan reaccionado ante la tragedia de Ucrania solo cuando les afectó directamente. Pero después de todo, la sociedad estadounidense tardó varios años en reaccionar ante la guerra de Vietnam.
De una forma u otra, la guerra en realidad se ha convertido no solo en un factor de la conciencia pública, sino también en un hecho definitorio de la vida pública y privada. Y la primera respuesta a lo sucedido ha sido una evasión masiva de la movilización militar decretada. En los días posteriores al discurso de Putin, más jóvenes abandonaron el país que los que el ejército planeaba movilizar (si uno cree en la cifra oficial, claramente baja).
El número de personas que cruzaron la frontera se acercó a las 600.000. Ahora hay más del triple de refuseniks que soldados en Ucrania. Y eso solo contando a los que han terminado en los estados vecinos. Multitudes masivas de personas se reunieron en las fronteras de Kazajstán, Mongolia y Georgia. Salieron en autos, en bicicletas y scooters, incluso a pie. Al otro lado de la frontera, en Kazajstán, muchos voluntarios recibieron a los recién llegados y los ayudaron. Al mismo tiempo, miles de jóvenes que permanecieron en Rusia eludieron presentarse a las estaciones de reclutamiento. Algunos se escondieron en el bosque; en algunos lugares incendiaron las oficinas de alistamiento militar y edificios administrativos.
Aunque en las redes sociales se escribe sobre un plan secreto para reclutar un millón o incluso 1,2 millones de hombres, no hay manera de conseguirlo en los próximos meses. Se espera que, en lugar de los 300.000 reclutas anunciados oficialmente, el gobierno pueda convocar entre 140.000 y 150.000. Pero incluso esto es poco probable, dado el estado actual de la infraestructura, la organización estatal y la industria. Habiendo recibido ya más de 100.000 nuevos reclutas, los militares y los oficiales no pueden proporcionarles adecuadamente todo lo necesario, ni organizarlos en unidades listas para el combate, ni equiparlos con armas modernas, ni siquiera transportarlos al lugar de las operaciones de combate. Hay un intento de distribuir aproximadamente 50.000 efectivos entre las unidades activas. Cuánto se fortalecerá el frente con tal reposición es una gran pregunta. El efecto puede revertirse, especialmente si los recién llegados llevan información sobre el estado de ánimo en la retaguardia a los soldados en el frente.
Los movilizados tendrán que mantenerse en algún lugar de la retaguardia, esparcidos en campos de entrenamiento y cuarteles por todo el vasto país. Se quedarán sin hacer nada o pasarán por un entrenamiento sin sentido y mal organizado, porque no hay suficiente equipo, instructores competentes o comandantes. Los oficiales reclutados son incompetentes e incluso más pesimistas que los soldados.
Aunque las autoridades regionales están tratando desesperadamente de mantener el orden, no parece que lo estén haciendo demasiado bien. Ya está claro que se están produciendo fallos a lo largo de toda la cadena de mando. Abandonadas a sus propios recursos, las unidades mal provistas y desmotivadas (más precisamente, las multitudes de personas) se convierten en una fuente de dolor de cabeza tanto para las autoridades militares como para las civiles. Mantener el control y la disciplina requiere un esfuerzo enorme. En todo el país hay informes de borracheras, peleas y desobediencia. A menudo, simplemente no hay ningún lugar donde ubicar físicamente a los reclutas. Las autoridades utilizan estadios, residencias de ancianos y bases deportivas. A veces simplemente concentran a la gente en campo abierto.
Aproximadamente 16 mil reclutas ya estaban en el frente a principios de octubre sin el entrenamiento adecuado y, a menudo, sin las armas necesarias. Muchas personas compraron uniformes por su cuenta. Se integraron recién llegados a las unidades de combate, pero esto no las fortaleció. En cambio, las pérdidas aumentaron considerablemente y los funerales comenzaron a celebrarse en masa en las ciudades rusas. Las redes sociales informaron de muchos casos de rendición, fuga, deserción, negativa a obedecer órdenes e incluso deserción al enemigo. Esto último no es sorprendente: como castigo por las actividades de oposición y las protestas contra la guerra, los ciudadanos desleales fueron enviados al frente.
En las regiones nacionales autónomas, la resistencia toma formas más activas. Han tenido lugar acciones de protesta en Daguestán, Yakutia, Tyva y gradualmente se han extendido a más y más regiones. Es significativo que fuera Daguestán, de donde partieron muchos soldados reclutados para la operación especial, el epicentro de la protesta. Pero el hecho es que la popularidad del servicio militar en esta región no se explica por la lealtad sino por la pobreza de la población. Y ahora la protesta social y nacional se ha fusionado (1).
A menudo se escribe que la movilización se convierte en un genocidio de las poblaciones minoritarias. Por supuesto, esto es una exageración. De hecho, los funcionarios no están interesados en el destino de los yakutos, buriatos, tuvanos o ávaros. Según información que circula en Internet, las autoridades, por temor al descontento en las grandes ciudades, están dirigiendo sus principales esfuerzos hacia la movilización en las zonas rurales y en los pequeños asentamientos urbanos. Pero es precisamente allí donde se concentra una parte importante de las minorías nacionales, que tienen que soportar las penurias de la movilización en una escala desproporcionada con su número.
Los disturbios en Daguestán han mostrado las consecuencias de tales acciones. Es cierto que el número de manifestantes en Makhachkala no fue particularmente grande (en números absolutos, las protestas en Moscú y San Petersburgo atrajeron masas mucho mayores). Pero es importante que las mujeres de Daguestán, que constituían la mayoría de la multitud (que, por cierto, incluía a rusos), resultaron ser extremadamente decididas e incluso agresivas. La policía local, por otro lado, no estaba muy entusiasmada con enfrentarse a sus conciudadanos. Poco después de las protestas en Daguestán, las autoridades regionales de Moscú y San Petersburgo, preocupadas de que pudieran ocurrir sucesos similares en las capitales, detuvieron allí las campañas de movilización.
La movilización finalmente enterró el “contrato social de Putin”, que asumía la pasividad política del pueblo a cambio de la disposición de las autoridades a dejarnos vivir nuestra vida en paz. Pero ahora surge otra pregunta: ¿cómo sobrevivirá una sociedad en la que los lazos sociales han sido socavados durante décadas, donde no hay cultura ni experiencia de solidaridad? ¿Cómo actuará la gente, repentinamente atraida a la política y la actividad cívica?
Daguestán nos muestra uno de los escenarios posibles. Es probable que haya otros. En cualquier caso, la sociedad ya no será la misma que antes del 21 de septiembre. Los círculos gobernantes, con sus decisiones irresponsables, sin embargo, han logrado un punto de inflexión. El país finalmente ha despertado.
Si las autoridades podrán hacer frente a la situación, lo demostrará el futuro cercano. Hasta ahora, las autoridades rusas han demostrado una asombrosa habilidad para salir de los agujeros más profundos que ellos mismos han cavado. Es cierto que cada vez que han salído de la próxima crisis provocada por sus propias decisiones, estaban convencidos de su invulnerabilidad e inmediatamente comenzaban a cavar un nuevo hoyo. Tarde o temprano pueden cavar hasta alcanzar una profundidad fatal.
El hecho de que —estratégicamente— la guerra está perdida, ya es perfectamente claro para los militares; desde el Estado Mayor hasta una parte importante de los funcionarios, y ahora una buena parte de los ciudadanos. Otra parte de la población experimenta una especie de vaivén emocional, oscilando entre el entusiasmo patriótico y episodios de depresión. La voladura del puente de Crimea el 8 de octubre fue la culminación de las malas noticias que han golpeado al gobierno ruso y al público. El Kremlin no podía dejar esto sin respuesta. Durante varios días se llevaron a cabo bombardeos masivos de instalaciones de infraestructura en territorio ucraniano. Por supuesto, eso animó al sector patriótico de la población, pero no por mucho tiempo. El efecto del bombardeo fue mínimo desde el punto de vista militar. En dos días, se dispararon alrededor de cien cohetes, aproximadamente la mitad de ellos fueron derribados. Mientras tanto, el número de estructuras que deben desactivarse para paralizar realmente la capacidad de Ucrania para hacer la guerra es de decenas de miles. Unos días más tarde, hablando en una cumbre en Astana, Putin reconoció que la continuación de tales bombardeos no era conveniente: si no se hubieran detenido, Rusia habría agotado todo su stock de misiles de alta tecnología en una o dos semanas.
La mayoría de las instalaciones de infraestructura que se convirtieron en objetivos de los bombardeos se construyeron en la época soviética. Y en la URSS, tales estructuras se construyeron teniendo en cuenta de antemano la posibilidad de que fueran bombardeadas, tal vez incluso con bombas nucleares. Su diseño incluía múltiples márgenes de seguridad. La tasa de supervivencia de tales estructuras es simplemente fantástica, lo que también se refleja en la situación del Puente Antonovsky sobre el Dnieper, que las fuerzas ucranianas solo pudieron dañar, pero no destruir, a pesar de que le dispararon unos doscientos misiles. En 2 o 3 días, todas las centrales eléctricas dañadas reanudaron su funcionamiento y se repararon los daños. Y las noticias de las líneas del frente nuevamente fueron decepcionantes.
En tal situación, cada vez más personas (no solo opositores y activistas contra la guerra, sino también funcionarios vinculados al Kremlin) comienzan a pensar no en el curso de la guerra, sino en lo que sucederá después de la guerra. La historia rusa nos recuerda que cada gran derrota militar fue el comienzo de reformas o revoluciones serias. Está claro que la guerra de Ucrania, apodada la “operación militar especial”, no será una excepción.
Putin, por supuesto, no puede detener la guerra ni admitir la derrota; ambos escenarios podrían significar el colapso de su régimen. Eso ayuda a explicar por qué los diplomáticos y políticos rusos cercanos al Kremlin comenzaron a pedir negociaciones. Ni el ministro de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, ni la presidenta del Consejo de la Federación, Valentina Matveenko, establecieron condiciones claras para un posible acuerdo, pero es evidente que la retirada de las tropas rusas de los territorios ocupados es inaceptable para el régimen de Putin y que dejar estas regiones bajo ocupación es inaceptable para la parte ucraniana. Al no encontrar la forma de negociar con Kyiv en términos aceptables para Putin, los diplomáticos del Kremlin esperan negociar con Occidente puenteando a los ucranianos. Pero no importa cuán cínicos sean los políticos estadounidenses y de Europa occidental, uno no debe esperar que tales iniciativas tengan éxito. Putin se ha vuelto demasiado tóxico. La condición para las negociaciones por parte de Ucrania es su destitución del poder. Gran parte de la élite rusa estaría bastante contenta con esa solución, pero no parece muy probable dado el hecho de que el propio Putin nunca la aceptará.
Aún no está claro cómo se resolverá el "problema de Putin", pero hay señales de que la lucha por la sucesión ya está en marcha en el Kremlin y sus alrededores. Como reveló una investigación (iniciada por la fiscalía el 14 de octubre a iniciativa del Estado Mayor), los corresponsales de guerra y otras personas leales a Putin y que apoyaban su guerra tendían a culpar a los generales del ejército por las derrotas y pedían una discusión abierta y el genocidio sistémico del pueblo ucraniano como solución al problema. Los militares nunca estuvieron contentos con estas críticas y propuestas, pero hasta hace poco permanecieron en silencio. Ahora la situación está cambiando y están comenzando a contraatacar.
Lo más probable es que los círculos gobernantes de Occidente y Rusia puedan encontrar un compromiso para garantizar la preservación del antiguo sistema, pero sin Putin (los nombres de los posibles candidatos a la presidencia ya están siendo discutidos abiertamente por los politólogos y funcionarios rusos) . Pero es poco probable que los círculos gobernantes puedan mantener la situación bajo control, evitando cambios más profundos. Paradójicamente, los patriotas desilusionados y los opositores (tanto liberales como de izquierda) son casi unánimes en afirmar que el sistema está completamente podrido. La propaganda del Kremlin continúa asustando a la gente con el hecho de que en caso de derrota en la guerra se produciría un cambio de régimen. Rusia está amenazada con la desintegración y el caos. Pero incluso si estas historias suenan convincentes para la conciencia de las masas, la más alta burocracia es muy consciente de que la verdadera amenaza no es esa. Una economía construida sobre la extracción y el transporte de materias primas al extranjero presupone la preservación de un único espacio político y económico. Nadie va a cortar la tubería en pedazos.
El verdadero problema al que tendrán que enfrentarse los líderes de la Rusia posterior a Putin es que, independientemente de sus propias simpatías y sentimientos, tendrán que emprender reformas que podrían socavar su propio poder. Por un lado, para apaciguar a Occidente, se necesitarán al menos algunas medidas de democratización política, aunque sea cosmética. Por otro lado, las clases trabajadoras exigirán cambio social, mayor igualdad, la reversión de la impopular reforma de las pensiones y la redistribución de recursos.
La crisis de la guerra y las condiciones preexistentes dejan claro que el modelo de capitalismo oligárquico que se ha desarrollado en Rusia durante los últimos 30 años está llegando a su fin. Como dijo un amigo mío, nosotros, los rusos, tenemos una vieja tradición: cada vez que perdemos una guerra, comenzamos una revolución.
Nota:
1] En Le Monde, del 23-24 de octubre (página 23), el sociólogo Lev Goudkov, director del centro Levada, el último instituto independiente de encuestas en Rusia, afirma, entre otras cosas: “Pero, en mi opinión, más que de él [el apoyo a la “operación especial”] sería más exacto hablar de una ausencia de resistencia –o de una ausencia de oposición- que de un apoyo o una bendición […] Sin embargo, notamos que la “operación especial suscita sentimientos contrastados. Ciertamente hay orgullo, satisfacción, pero también, al mismo nivel y muchas veces en las mismas personas, emociones negativas: conmoción, confusión, depresión, desesperación, vergüenza... Esto denota una importante insatisfacción, incluso mala conciencia, y también una muy clara conciencia de que la guerra relámpago de Vladimir Putin ha fracasado. […] Hasta el final, el Ministerio de Defensa ocultó la situación contentándose con notas de prensa tranquilizadoras. Cuando se anunció la movilización, apareció la realidad. El fracaso se ha hecho evidente, y ya estamos viendo un nuevo aumento de los sentimientos negativos: miedo, confusión… El porcentaje de personas que dicen sentirse orgullosas de la “operación especial” ha descendido del 51% al 20%. Y eso es solo el comienzo. Los mitos de los que muchos rusos se enorgullecen (el Estado fuerte, el ejército poderoso) se están desmoronando. Si continuamos el paralelismo con el período soviético, entonces había otros motivos de orgullo, desde la producción cultural hasta la conquista del espacio. Hoy no. Es probable que esto aumente el resentimiento y la violencia en la sociedad. También son los cimientos del poder de Putin los que se ven afectados. La popularidad del presidente se ha construido no solo sobre la promesa de estabilidad, sino también sobre la idea de fortaleza, de guerras victoriosas, comenzando por Chechenia, y asegurando la protección del pueblo contra amenazas externas. Su legitimidad y credibilidad se ven afectadas”. (Editor de la revista A l'encontre)
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