18/04/2024

Robar la tierra (II): “Robo sistemático de las propiedades comunales”

Por Angus Ian

“La expropiación de las tierras de la mayoría de la población constituye la base del modo de producción capitalista” (Karl Marx)

“Las tierras del distrito han caído en manos de unos pocos hombres, incuso de uno o dos o tres, con lo que los demás están obligados a servir como aparceros en tierras de otro o a vivir en la miseria e ir mendigando pan de puerta en puerta” (William Harrison, 1577).[1]

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En 1549, decenas de miles de campesinos ingleses lucharon ‒y miles murieron‒ para detener y revertir la expansión de la agricultura capitalista que estaba destruyendo su modo de vida. La acción más sonada, llamada la Rebelión de Kett, ha sido calificada de “el mayor proyecto utópico práctico en la Inglaterra de los Tudor y el levantamiento anticapitalista más importante de la historia de Inglaterra”.[2]

El 6 de julio, campesinos de Wymondham, una ciudad-mercado de Norfolk, salieron en tropel a tumbar vallas y cercados que segregaban las tierras que antes eran comunales para deslindar explotaciones agrícolas y pastos privados. Cuando llegaron a Norwich, la segunda ciudad más grande de Inglaterra, se les unieron agricultores, jornaleros y artesanos de otras muchas ciudades y aldeas. El 12 de julio, nada menos que 16.000 rebeldes establecieron un campamento en Mousehold Heath, cerca de la ciudad. Formaron un consejo de gobierno con representantes de cada comunidad, requisaron alimentos y otros suministros de los hacendados de la zona y elaboraron una lista de reivindicaciones dirigida al rey.

Durante las siguientes seis semanas, invadieron y capturaron Norwich, rechazaron repetidamente el indulto real alegando que no habían hecho nada malo y derrotaron una fuerza de 1.500 hombres, enviada desde Londres para acabar con la revuelta. Resistieron hasta finales de agosto, cuando fueron atacados por unos 4.000 soldados profesionales, en su mayoría mercenarios alemanes e italianos, al mando del duque de Warwick, para “capturar la compañía de rebeldes que para ellos no eran hombres, sino bestias salvajes imbuidas de toda crueldad”.[3] Más de 3.500 rebeldes fueron masacrados y sus líderes torturados y decapitados.

La revuelta de Norwich es la mejor documentada y la que más tiempo duró, pero lo que los contemporáneos llamaron las “Rebeliones de las comunidades” incluyó campamentos, peticiones y asambleas masivas en 25 condados por lo menos, mostrando “signos inconfundibles de coordinación y planificación a lo largo y ancho de las lowlands de Inglaterra”.[4] La mejor declaración que se conserva de sus objetivos son los 29 artículos adoptados en Mousehold Heath. No se enumeraron en un orden particular, pero como escribe el historiador Andy Wood, “les subyace una lógica aplastante”.

Las reivindicaciones formuladas en el campamento de Mousehold articularon el deseo de limitar el poder de la nobleza, excluirla de la vida de la aldea, impulsar un cambio económico rápido, impedir la sobreexplotación de los recursos comunales y redefinir los valores del clero. […] Los señores debían tener vedado el acceso a las tierras comunes y prohibida la compraventa de terrenos. Se pidió a la Corona que asumiera algunos de los poderes ejercidos por los señores y actuara de árbitro neutral entre señor y plebeyo. Las rentas de alquiler debían fijarse en su nivel de 1485. En la expresión más ilustrativa de las quejas de Norfolk, los rebeldes exigieron que los siervos que seguían prestando servicios humillantes en las haciendas del ducado de Lancaster y las antiguas posesiones del duque de Norfolk fueran liberados: “Rogamos que todos los siervos queden en libertad, pues dios hizo a todos libres con el vertido de su preciosa sangre”.[5]

La amplitud y la potencia de las rebeliones de 1549 reflejan, como ninguna otra cosa, el efecto devastador del capitalismo en las vidas de la gente que trabajaba el campo en los albores de la edad moderna en Inglaterra. Los cambios radicales que en la historia se conocen por el nombre inocuo de enclosure [cercado] culminaron en dos largas oleadas: durante el ascenso del capitalismo agrario en los siglos XVI y XVII y durante la consolidación del capitalismo agrario en los siglos XVIII y XIX. En este artículo hablaré de los orígenes en el siglo XVI de lo que Marx llamó “el robo sistemático de la propiedad comunal”.[6]

 

Las ovejas devoran personas

En la parte 1 vimos que la resistencia organizada y la escasez de población permitieron a los campesinos ingleses conseguir rentas señoriales más bajas y un mayor margen de libertad en el siglo XV. Pero no ganaron todas las batallas: en vez de rebajar las rentas y mejorar las condiciones para atraer a aparceros, algunos señores desalojaron a la fuerza a los aparceros menores y arrendaron explotaciones más extensas, a cambio de rentas más altas, a agricultores acomodados o pastores de ovejas que vendían sus productos. El cuidado de las ovejas requería mucha menos mano de obra que el cultivo de grano, y la floreciente industria textil flamenca ansiaba comprar lana de Inglaterra. A resultas de ello, disminuyeron las poblaciones locales, y muchas aldeas desaparecieron totalmente. Tal como escribió Thomas More en 1516, las ovejas “se vuelven tan ávidas y feroces que devoran a los propios seres humanos. Devastan y despueblan los campos, las casas y las ciudades”.[7]

Durante más de un siglo, el cercamiento y la despoblación ‒las dos palabras se utilizaban casi siempre juntas‒ constituyeron importantes motivos de preocupación social y política para los gobernantes ingleses. Ya en 1483, el ministro principal de Eduardo V, John Russell, criticó los “cercados y ajardinamientos… [para] desalojar a aparceros y abandonar parcelas”.[8] En la misma década, el clérigo e historiador John Rous condenó el cercamiento y la despoblación e identificó 62 aldeas y caseríos dentro de un radio de 12 millas alrededor de su casa en Warwickshire que habían sido “destruidas o reducidas”, porque “amantes o inductores de avaricia” habían “desalojado ignominiosa y violentamente a los y las habitantes”. Reclamó “justicia so pena de duros castigos” contra los señores responsables.[9] Treinta años después, Thomas More, consejero de Enrique VIII, condenó esa misma práctica aportando más detalles.

“Los aparceros han sido expulsados; algunos han sido despojados de sus pertenencias mediante engaños o por la fuerza bruta, o, cansados del constante acoso, han decidido venderlas. De una manera u otra, esta gente desdichada ‒hombres, mujeres, maridos, esposas, huérfanos, viudas, progenitores con niños pequeños y familias enteras (pobres, pero numerosas, pues la labranza requiere muchas manos)‒ se ve forzada a marchar. Abandonan los únicos hogares que les son familiares y no encuentran ningún lugar a dónde ir. Puesto que hay necesidades urgentes y no pueden esperar a encontrar un comprador honesto, malvenden todos sus enseres domésticos, que en cualquier caso no valen mucho. Terminado ese poco dinero (y se gasta pronto yendo de un lugar a otro), al final no tienen más remedio que robar, acabando en la horca ‒merecidamente, sin duda‒o migrar y mendigar. Incluso cuando migran los encarcelan por ser vagabundos sin oficio. Les gustaría trabajar, pero no encuentran a nadie que los contrate. No falta mano de obra en la agricultura, que es lo que saben hacer, cuando no quedan tierras para cultivar. Un pastor o vaquero puede controlar un rebaño suficientemente grande para ocupar una extensión en que harían falta muchas manos para cultivar plantas”.[10]

Muchos relatos de la destrucción de la agricultura basada en los bienes comunes asumen que aquel cercado no significó nada más que la consolidación de franjas de campo abierto en explotaciones compactas, colocando vallas o levantando muros para deslindar la propiedad que pasaba a ser privada. En realidad, tal como señaló el gran historiador social R.H. Tawney en su estudio clásico, The Agrarian Problem in the Sixteenth Century, en la Inglaterra medieval y moderna incipiente, la palabra cercado se refería a “muchos tipos de práctica diferentes y aparenta cierta simplicidad engañosa”.[11] Se hablaba de cercado cuando agricultores compraban o vendían franjas de tierras de cultivo para crear explotaciones más compactas, o cuando un señor incorporaba unilateralmente tierras comunales a su hacienda o cuando se expulsaba violentamente a los habitantes de toda una aldea de las tierras que sus familias venían cultivando desde hacía siglos.

Incluso en la Edad Media, los agricultores aparceros habían intercambiado o juntado franjas de tierra por motivos locales o personales. Esto se llamaba cercado, pero la reordenación espacial de la propiedad como tal no afectaba a los derechos comunes ni alteraba la economía local.[12] En el siglo XVI, quienes se oponían a los cercados se cuidaron de criticar esas prácticas. Por ejemplo, los comisarios nombrados para investigar los cercados ilegales recibían en 1549 estas instrucciones:

“Deberán comprobar qué ciudades, aldeas y caseríos se han desintegrado y convertido mediante cercados en pastos, dentro de la comarca asignada… Pero primero deberán aclararles qué entienden por la palabra cercado. No se aplica cuando un hombre deslinda y valla su propio terreno, cuando nadie tiene bienes comunes, pues tales cercados son beneficiosos para la comunidad; permite un fuerte incremento del bosque; sí se aplica cuando un hombre se apodera y cerca los bienes comunes de cualquier otro, o ha demolido edificaciones para el ganado y convertido tierras de labranza en pastos. Este es el significado de esta palabra, así que les rogamos que lo recuerden”.[13]

R.H. Tawney escribió al respecto: “Lo que perjudicaba a los aparceros menores y provocaba las revueltas populares contra el cercamiento no era el mero hecho de cercar un terreno, sino el cercado acompañado del desalojo y la conversión en pastos, o de la monopolización de derechos comunes… Es en torno a la apropiación de bienes comunes y el desalojo de aparceros que se libra la guerra agraria ‒la expresión no es demasiado moderna ni demasiado fuerte‒ en el siglo XVI”.[14]

Monarcas de la casa Tudor

Enrique VII

1485-1509

Enrique VIII

1509-1547

Eduardo VI

1547-1553

María I

1553-1558

Isabel I

1558-1603

 

Una cruzada derrotada

Los monarcas de la casa Tudor que reinaron en Inglaterra de 1485 a 1603 fueron incapaces de detener la destrucción de los bienes comunes y la expansión del capitalismo agrario, aunque no dejaron de intentarlo. En 1489 se promulgó una ley general contra la demolición de ciudades, apenas cuatro años después de que Enrique VII accediera al trono. Declarando que “en algunas ciudades había doscientas personas ocupadas que vivían de su trabajo legal, [pero] ahora dos o tres ganaderos medran allí y los demás han caído en la ociosidad”[15], la ley prohibió la conversión de tierras de cultivo de 20 acres [8 hectáreas] o más en pastos, y ordenó a los señores a mantener las casas y edificios existentes en todas esas explotaciones.

Se promulgaron otras leyes contrarias a los cercados en 1515, 1516, 1517, 1519, 1526, 1534, 1536, 1548, 1552, 1555, 1563, 1589, 1593 y 1597. En el mismo periodo se nombraron repetidamente comisiones para investigar y castigar los incumplimientos de esas leyes. El hecho de que se promulgaran tantas leyes en contra de los cercados demuestra que el reino de los Tudor quería impedir la despoblación de los territorios cercados, pero que fue incapaz de conseguirlo. Los señores simplemente desobedecieron las leyes. La primera comisión de investigación, nombrada en 1517 por el consejero jefe de Enrique VIII, Thomas Wolsey, identificó 1.361 cercados ilegales establecidos después de que se promulgara la ley de 1489.[16] No cabe duda de que otros más pasaron inadvertidos por los investigadores y que incluso más se omitieron porque los señores lograron convencerles de que eran formalmente legales.[17]

El gobierno central tenía muchos motivos para oponerse al cercado despoblador. Influyó una ideología feudal paternalista: se suponía que aquellos cuya riqueza y posición social dependían del trabajo de la gente pobre, a cambio debían protegerla. En términos más prácticos, Inglaterra carecía de ejército permanente, de manera que las guerras de la realeza las libraban campesinos-soldados reunidos y dirigidos por la nobleza, pero los aparceros desahuciados no estarían disponibles para el combate. En el plano más básico, la disminución del número de personas trabajando las tierras comportaba la merma de la recaudación de impuestos y diezmos. Además, como comentaremos en sucesivos artículos, los cercados provocaban disturbios sociales, que los Tudor querían evitar.

Por importantes que fueran estas cuestiones, para un número creciente de señores pesaba más su deseo de mantener sus ingresos en una época de inflación sin precedentes, alimentada por la devaluación de la moneda y la afluencia de la plata saqueada del nuevo mundo. “Durante la revolución de precios del periodo 1500-1640, en la que los precios agrarios crecieron más del 600 %, la única manera que tenían los señores de conservar sus ingresos pasaba por introducir nuevas formas de propiedad y renta y por invertir en la producción para el mercado”.[18] Los propietarios menores y los aparceros acomodados hicieron lo mismo, en muchos casos con mayor rapidez que los grandes terratenientes. Los cambios introducidos trasladaron los ingresos de los pequeños agricultores y los jornaleros a agricultores capitalistas, profundizando la división en clases en el mundo rural.

A lo largo del siglo XVI, el número de aparceros disminuyó al tiempo que ganaron en importancia las grandes parcelas arrendadas, para las que se precisaba capital acumulado. Este mismo siglo XVI también asistió al ascenso del aparcero capitalista, que estaba dispuesto a invertir en tierras y ganado. La creciente divergencia entre precios agrarios y salarios dio pie a una inflación de ganancias para los agricultores capitalistas, dispuestos y capaces de responder a las tendencias del mercado y que contrataban mano de obra agrícola.[19]

Como hemos visto, el gobierno Tudor declaró repetidamente ilegales los cercados que expulsaban a los aparceros del mundo rural. Las leyes fracasaron porque el control de su aplicación recaía en los jueces de paz, que solían ser señores locales que, aunque ellos mismos no practicaran el cercamiento, no iban a traicionar a vecinos y amigos que sí los practicaban. Las comisiones de investigación ocasionales eran más efectivas ‒y por tanto odiadas por los señores‒, pero sus órdenes de retirar los cercados y recuperar a los antiguos aparceros raramente se ejecutaban, y las multas podían contabilizarse como gasto de funcionamiento del negocio.

 

De monjes a inversores

Los Tudor no solo fueron incapaces de frenar el avance de la agricultura capitalista, sino que incluso lo impulsaron, aunque sin querer. Como escribió Marx, “el proceso de expropiación forzosa de la gente recibió un nuevo y terrible impulso en el siglo XVI gracias a la Reforma y el consiguiente expolio colosal de los bienes de la iglesia”.[20] Entre 1536 y 1541, tratando de reformar la práctica religiosa e incrementar los ingresos de la casa real, Enrique VIII y su primer ministro, Thomas Cromwell, disolvieron cerca de 900 monasterios e instituciones asociadas, expulsaron a sus ocupantes y confiscaron sus tierras y sus ingresos.

No fue una cuestión menor: juntas, las propiedades de los monasterios abarcaban entre un cuarto y un tercio de todas las tierras de cultivo de Inglaterra y Gales. Si las hubieran conservado, las rentas y los diezmos que percibían habrían triplicado los ingresos anuales del rey. Sin embargo, en 1543 Enrique, rey de un pequeño país que aspiraba a convertirse en emperador europeo, emprendió una guerra innecesaria y muy costosa contra Escocia y Francia y la financió mediante la venta de las propiedades que acababa de adquirir. Cuando Enrique murió en 1547, tan solo un tercio de las tierras confiscadas a los monasterios seguían en manos de la casa real; casi todo lo que quedaba se vendió más adelante, en ese mismo siglo, para financiar las guerras de Isabel contra España.[21]

La venta de tantas tierras en poco tiempo transformó el mercado inmobiliario y reconfiguró las clases sociales. Como escribe Christopher Hill, “en el siglo y cuarto a partir de 1530, en Inglaterra se vendieron y compraron más tierras que nunca antes”.

Había tierras relativamente baratas que podía comprar quien tuviera capital para invertir y aspiraciones sociales que satisfacer… En 1600 los hacendados, antiguos y nuevos, poseían una proporción de las tierras de Inglaterra mucho mayor que en 1530, en detrimento de la corona, la nobleza y el campesinado. Quienes adquirían tierras se convertían en hacendados, si es que ya no lo eran… Los hacendados arrendaban terrenos ‒del rey, de los obispos, decanos y capítulos, de las universidades de Oxford y Cambridge‒, a menudo para subarrendarlos con beneficio. Era una forma de inversión… Los propietarios menores ganaban lo que perdían los grandes terratenientes, ganaban como aparceros lo que otros perdían como señores.[22]

Ya en 1515 hubo quejas de que quienes adquirían tierras eran hombres que no pertenecían a las clases terratenientes tradicionales: “comerciantes aventureros, sastres, orfebres, carniceros, curtidores y otros profesionales que en ocasiones poseían de 10 a 16 explotaciones al mismo tiempo”.[23] Cuando había disponibles tierras de un monasterio, la posesión o el arrendamiento de numerosas explotaciones, fenómeno llamado engrossing [absorción], resultó incluso más atractivo para hombres de negocios urbanos con capital para invertir. Sin duda, algunos solo pretendían ostentar el prestigio de tener una finca en el campo, pero otros, habituados a sacar beneficios de sus inversiones, presionaron para imponer arrendamientos más breves y rentas más altas, y para extraer una ganancia privada de tierras comunes.

Una balada popular de la época expresa el cambio de manera concisa:

“Hemos cerrado todos los conventos,
Pero todavía hay extorsionistas.
Hemos tomado sus tierras por sus abusos,
Pero les hemos dado un peor uso”.[24]

 

¿Exageración histérica?

A comienzos del siglo XX, el economista conservador E.F. Gay ‒quien más tarde sería el presidente de la Harvard Business School‒ escribió que los relatos del siglo XVI sobre el cercamiento eran del todo exagerados. Bajo la influencia de “histéricos contemporáneos” y “la imaginación excitada del siglo XVI”, un pequeño número de cercados despobladores fueron “magnificados para convertirlos en un mal social pernicioso, una calamidad nacional causante de carestía y angustia, reclamando un remedio legislativo drástico”. La oposición popular no reflejaba una adversidad extendida, sino “la ignorancia y un conservadurismo vergonzante del campesino inglés”, que combinaba “cualidades sólidas y admirables con una buena dosis de suspicacia, astucia y engaño”.[25]

Gay alegó que los informes elaborados por dos importantes comisiones de investigación mostraban que la proporción de tierras cercadas en las comarcas investigadas era de apenas el 1,72 % en 1517 y del 2,46 % en 1607. Estas cifras tan bajas “cuestionan la exageración de la amplitud efectiva del fenómeno, poniendo en guardia contra una aceptación acrítica de los cálculos contemporáneos tanto de la magnitud como del mal causado durante el primer siglo y medio de la Revolución Agraria”.[26]

Desde entonces, la argumentación de Gay ha sido aceptada y repetida por historiadores de derechas, deseosos de ridiculizar todo lo que se parezca a un análisis materialista, de lucha de clases, del capitalismo. El más prominente fue el profesor de Cambridge Geoffrey Elton, cuyo libro England Under the Tudors, que fue un éxito de ventas, despachó a los críticos del cercado tachándolos de “economistas moralistas y aficionados” para quienes los terratenientes eran chivos expiatorios propicios. Pese a las quejas de tales “falsos profetas”, quienes practicaron el cercamiento fueron buenos hombres de negocios que “lograron compartir las ventajas que ofrecía la inflación a los emprendedores y afortunados”. Y eso que “la extensión total de los cercados fue pasmosamente pequeña”.[27]

La afirmación de que el cercamiento fue un problema imaginario es improbable, por decirlo suavemente. La respuesta que dio R.H. Tawney en 1912 a Gay se aplica con la misma contundencia a Elton y sus colegas conservadores:

“Suponer que los coetáneos estaban equivocados con respecto a la naturaleza general del fenómeno equivale a acusarles de una imbecilidad que es realmente increíble. Los gobiernos no la emprenden contra clases poderosas por mera ligereza, ni gran número de personas se rebelan porque han confundido un campo arado con un pastizal de ovejas”.[28]

Los informes que analizó Gay eran importantes, pero ni mucho menos completos. No abarcaban todo el país (únicamente seis condados en 1607), y sus datos procedían de jurados locales que podían ser intimidados fácilmente por sus señores. Pese a los esfuerzos de los miembros de las comisiones, es prácticamente cierto que sus informes subestimaban el número y la extensión de los cercamientos ilegales. Y tal como señaló Tawney, calibrar un cercado como porcentaje de todas las tierras no dice apenas nada de su impacto económico y social; la cuestión que interesa es saber qué proporción de tierras cultivadas fueron cercadas.

En 1979, John Martin volvió a analizar las cifras de Gay relativas a las zonas más intensamente cultivadas de Inglaterra, los diez condados de las Midlands donde tuvieron lugar el 80 % de todos los cercamientos. Concluyó que en esos condados, en 1607 se había cercado más de una quinta parte de las tierras de cultivo, y que en dos condados el cercamiento superaba el 40 %. Contrariamente a la afirmación de Elton, no se trata de cifras “pasmosamente pequeñas”, sino que sustentan la conclusión de Martin de que “el fenómeno de los cercados tuvo que afectar de modo fundamental a la organización agraria del campesinado de las Midlands en aquel periodo”.[29]

Es importante tener presente que el cercamiento, estrictamente definido por la legislación de los Tudor y las comisiones de investigación, no era más que una parte de la restructuración que estaba transformando la vida rural. W.G. Hoskins subraya esto en The Age of Plunder:

“La importancia de la absorción de explotaciones agrícolas por los señores adinerados fue posiblemente un problema social más grave que la controversia mucho más ruidosa en torno a los cercados, aunque solo sea porque estaba más generalizada. El problema de los cercados se circunscribió en gran medida a las Midlands… pero la absorción de explotaciones agrícolas fue constante y en todo el país”.[30]

George Yerby desarrolla la cuestión.

“El cercamiento fue una manifestación de un proceso más amplio y menos formal que obraba exactamente en la misma dirección. La base fundamental del cambio, y del nuevo equilibrio económico, fue la consolidación de explotaciones individuales más grandes, y esto podía producirse con o sin el cercamiento material de los terrenos. Esto sirve asimismo para subrayar la fuerza de la comercialización como tendencia rectora de los cambios de uso y ocupación de la tierra durante este periodo, dado que la obtención de un excedente comercializable sustancial incentivaba la consolidación, y no siempre requería el gasto considerable que suponía la colocación de vallas”.[31]

El aumento del número de explotaciones grandes implicaba la disminución del número de explotaciones menores y el incremento del número de personas que no tenían otra opción que trabajar para otras. Las transformaciones concomitantes de la acumulación primitiva ‒tierras robadas convertidas en capital y productores sin tierra convertidos en trabajadores asalariados‒ avanzaban imparables.

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(Publicado originalmente ebn climateandcapitalism.com y traducido por Viento Sur)

La primera parte de este trabajo puede consultarse aquí. En la tercera parte de Robar la tierra se comentará la oposición al ascenso de la agricultura capitalista.

 

[1] William Harrison, The Description of England: The Classic Contemporary Account of Tudor Social Life, ed. Georges Edelen (Folger Shakespeare Library, 1994), 217.

[2] Jim Holstun, “Utopia Pre-Empted: Ketts Rebellion, Commoning, and the Hysterical Sublime”, Historical Materialism 16, n.º 3 (2008), 5.

[3] Citado en Martin Empson, Kill All the Gentlemen: Class Struggle and Change in the English Countryside (Bookmarks Publications, 2018), 162.

[4] Diarmaid MacCulloch y Anthony Fletcher, Tudor Rebellions, 6ª ed. (Routledge, 2016), 70.

[5] Andy Wood, Riot, Rebellion and Popular Politics in Early Modern England (Palgrave, 2002), 66-67.

[6] Karl Marx, Capital, Vol. 1 (Penguin Books, 1976), 886.

[7] Thomas More, Utopia, trad. de Robert M. Adams, ed. George M. Logan, 3ª ed. (Cambridge University Press, 2016), 19.

[8] A.R. Myers, ed., English Historical Documents, 1327-1485, vol. 4 (Routledge, 1996), 1031. Por ajardinamiento se entiende la conversión de tierras de cultivo en bosques y parques, donde los señores podían cazar.

[9] Ibid., 1029.

[10] More, Utopia, 19-20.

[11] R. H. Tawney, The Agrarian Problem in the Sixteenth Century (Lector House, 2021 [1912]), 7.

[12] Tawney, Agrarian Problem, 110.

[13] R.H. Tawney y E.E. Power, eds., Tudor Economic Documents, vol. 1 (Longmans, Green, 1924), 39, 41. Ortografía modernizada.

[14] Tawney, Agrarian Problem, 124, 175.

[15] Citado en M.W. Beresford, “The Lost Villages of Medieval England”, The Geographical Journal 117, n.º 2 (junio de 1951), 132. Ortografía modernizada.

[16] Spencer Dimmock, “Expropriation and the Political Origins of Agrarian Capitalism in England”, en Case Studies in the Origins of Capitalism, ed. Xavier Lafrance y Charles Post (Palgrave MacMillan, 2019), 52.

[17] El estatuto de Merton, promulgado en 1235, permitía a los señores tomar posesión y cercar tierras comunes, siempre que quedaran terrenos suficientes para satisfacer los derechos de los aparceros. En el siglo XVI, esta ley, que llevaba tiempo en desuso, sirvió de resquicio legal para los señores, que definían el término suficiente lo más estrechamente posible.

[18] Martin, Feudalism to Capitalism,131.

[19] Martin, Feudalism to Capitalism,133.

[20] Marx, Capital, vol. 1, 883.

[21] Perry Anderson, Lineages of the Absolutist State (Verso, 1979), 124-125.

[22] Christopher Hill, Reformation to Industrial Revolution: A Social and Economic History of Britain, 1530-1780 (Weidenfeld & Nicolson, 1967), 47-48.

[23] Joan Thirsk, “Enclosing and Engrossing, 1500-1640”, en Agricultural Change: Policy and Practice 1500-1750, ed. Joan Thirsk (Cambridge University Press, 1990), 69.

[24] Citado en Thomas Edward Scruton, Commons and Common Fields (Batoche Books, 2003 [1887]), 73.

[25] Edwin F. Gay, “Inclosures in England in the Sixteenth Century”, The Quarterly Journal of Economics 17, n.º 4 (agosto de 1903), 576-597; “The Inclosure Movement in England”, Publications of the American Economic Association 6, n.º 2 (mayo de 1905), 146-159.

[26] Edwin F. Gay, “The Midland Revolt and the Inquisitions of Depopulation of 1607”, Transactions of the Royal Historical Society 18 (1904), 234, 237.

[27] G. R. Elton, England under the Tudors (Methuen, 1962), 78-80.

[28] Tawney, Agrarian Problem, 166.

[29] John E. Martin, Feudalism to Capitalism: Peasant and Landlord in English Agrarian Development (Macmillan Press, 1986), 132-138.

[30] W.G. Hoskins, The Age of Plunder: The England of Henry VIII 1500-1547, Kindle ed. (Sapere Books, 2020 [1976]), loc. 1256.

[31] George Yerby, The Economic Causes of the English Civil War (Routledge, 2020), 48.

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