21/11/2024
Por Wacquant Loïc
Mi próximo libro Bourdieu in the City (Bourdieu en la ciudad) (Wacquant 2023) no está concebido como una combinación ecléctica de las concepciones estructuralistas y fenomenológicas sobre la ciudad utilizando la importante crítica de Bourdieu (1980a) a la antinomia mortal del objetivismo y el subjetivismo. Tampoco intenta crear un espacio para el autor de Distinction (1979) (La distinción, 2012) en el panteón de los teóricos, ante el cual se supone que deben arrodillarse quienes estudian a la ciudad. Solo pretendo que ese libro no sea un complemento, sino un desafío al canon urbano y un trampolín para una posible reconstrucción de la teoría e investigación urbana en torno a lo que he bautizado como la trialéctica bourdieusana del espacio simbólico, del espacio social y el espacio físico. En este capítulo ofrezco una caracterización compacta de la trialéctica y luego extraer sus implicancias para la teoría y el estudio comparativo de la ciudad.
La trialéctica de Bourdieu
Por espacio simbólico, el Bourdieu de Language and Symbolic Power (Langage et pouvoir symbolique (1982/1990) se refiere a la topografía de las categorías cognitivas, a través de las cuales separamos la multiplicidad empírica y clasificamos a las personas, los lugares, los objetos y las actividades. Estas redes mentales (captadas, en su forma más simple, por las dualidades interdependientes como masculino/femenino, alto/bajo, derecha/izquierda, activo/pasivo, público/privado, etcétera) moldean nuestras formas de pensar, sentir y actuar: sedimentadas en el interior del cuerpo, son constitutivas del hábitus y, por lo tanto, portan a nuestra historia, individual y colectiva. Están dotadas con autoridad y potencia en la medida en que son patrocinadas por las agencias simbólicas supremas como el Estado, la religión, la ciencia, la política y el derecho, y/o sustentadas por la "actitud natural" de la vida cotidiana apreciada por Alfred Schutz, como resultado de la socialización compartida, las ceremonias sociales y los ritos de institución.[1] Las categorías cognitivas que sirven fundamentalmente para cartografiar el mundo, no son los conceptos universales trascendentales, como afirmaban Immanuel Kant y los neokantianos clásicos, sino las formas históricas resultantes de las luchas por la clasificación inscriptas en los cuerpos y las instituciones (Bourdieu 1979: 543-585, 1980b, 1997: ch. 4).
Por espacio social, el Bourdieu de Distinction (1979) (La distinción) se refiere a la distribución multidimensional de los agentes en posiciones objetivas, definidas por la asignación de los recursos eficientes o capital, económicos, culturales, sociales y simbólicos, para la especie genérica (que pueden especificarse más en función del campo o subcampo; por ejemplo, del capital burocrático versus el capital intelectual en el ámbito académico). Para los propósitos de la parsimonia teórica, estas múltiples dimensiones se pueden resumir en los dos ejes del volumen total del capital (en sus diversas formas pertinentes) y la composición del capital, (especialmente el peso relativo del capital económico y el capital cultural), con un tercer eje que registre los cambios a lo largo del tiempo en el volumen y en la composición del capital. De acuerdo a mi interpretación, el espacio social es la “categoría madre” genérica, de la cual emerge el concepto más específico del campo como un espacio social específicado, caracterizado por la diferenciación, la autonomización, una organización bipolar, y la monopolización, de una autoridad específica (Wacquant y Akçaoğlu 2017: 262-64 y 2019).
Los clivajes del espacio social materializan la jerarquía y la fuerza de los "principios de visión y división" sociales que compiten, tales como la clase, la etnicidad, el género, la nacionalidad, la ciudadanía, etcétera, que sirven como una base para las estrategias de creación de grupos y de creación de reclamos.
En cuanto al espacio físico, abordado por Bourdieu en The Ball of Bachelors (Le des célibataires, [1962] 2002) y Uprooting (Le Déracinement, con Sayad en 1964) y luego en The Weight of the World (La Misére du monde, 1993) y The Social Structures of the Economy (Les Structures sociales de l’économie, 2000), el mismo designa la extensión material tridimensional delimitada en la que se sitúan geográficamente los agentes y las instituciones y sus acciones "tienen lugar", en el sentido literal de suceder y ocupar un lugar y un volumen determinado. Una concreción empírica es el entorno construido de una ciudad, con sus infraestructuras, edificios, pasillos, espacios públicos, etc., que actúa como el dificultoso contenedor y pivote de las especies de capital distribuidas desigualmente (espacio social) entre las diferentes categorías sociales destacadas de personas (espacio simbólico). El espacio físico entra, pues, en una forma crítica en la fórmula de la acción, no sólo por las limitaciones materiales que impone y las facilidades que permite, sino también como el espacio de concreción de las categorías mentales (como cuando la imagen de la ciudad en la mente de la dominante se convierte en realidad topográfica y arquitectónica) y divisiones sociales (como cuando las particiones del espacio social se convierten en barrios separados).[2]
Cada uno de estos espacios está "compuesto" por su historia específica, concretada por los acuerdos de las estructuras cognitivas, las distribuciones de capital, y la evolución del paisaje de la ciudad, así como con la historia de sus relaciones con los otros dos. Porque cada espacio es a la vez un producto, un riesgo y un arma en las luchas históricas por la apropiación de los bienes materiales y simbólicos. Un producto: tomar sistemas de clasificación como las taxonomías étnicas utilizadas por el Estado en los Estados Unidos; son el resultado de las batallas por el reconocimiento y la institucionalización de ciertas categorías y el borrado de otras, como lo muestra Cristina Mora (2014) en su magistral estudio sobre la invención de los hispanos en la década de 70 y después. Un riesgo: estas mismas clasificaciones son objeto de estrategias conservadoras o subversivas, como sucede cuando los miembros de determinadas poblaciones (por ejemplo, estadounidenses de ascendencia mixta o franceses negros) luchan por el reconocimiento por parte del Estado y por la visibilidad en la cultura nacional (DaCosta 2007, Ndiaye 2008). Un arma: la movilización basada en la categorización étnica existente en el ámbito político permite a las diferentes poblaciones reclamar recursos públicos y privados, como el acceso protegido, preferencial, o correctivo, a la educación, al empleo y al voto, como con los programas de discriminación positiva en la Unión Soviética, en la India y en Estados Unidos (Martin 2001, Weisskopf 2004).
En una forma similar, la estructura física de una ciudad es el producto estratificado de las disputas en el pasado sobre el lugar, incluidas las batallas entre los defensores del valor de mercado versus los defensores del valor de uso (Logan y Molotch 2007) libradas en el espacio social: pensemos en los barrios segregados como el producto sedimentado de la discriminación histórica en materia de viviendas y en la proyección de las luchas de clase del pasado sobre la topografía de las viviendas. Es riesgo en la continua disputa por la distribución de las personas y los bienes en las zonas como lo ilustran las batallas sobre la gentrificación, el uso del suelo o los proyectos infraestructurales. Y el trazado geográfico es un arma que se puede desenvainar para facilitar o dificultar las estrategias de una clausura, negativamente, como con el uso de obstáculos naturales y artificiales para acorralar a poblaciones y actividades indeseables, y positivamente, como cuando la proximidad física y las redes de instituciones geográficamente densas facilitan la movilización colectiva y la creación de grupos en el espacio social.[3]
Al nivel topológico, entonces, la vida social, de acuerdo a Bourdieu, puede diseccionarse trazando la proyección mutua y la transposición dinámica de un espacio en los otros dos:
“La estructura del espacio social se manifiesta así, en los más diversos contextos, en la forma de oposiciones espaciales, del espacio habitado (o apropiado) que funciona como una especie de simbolización espontánea del espacio social. No hay espacio, en una sociedad jerárquica, que no esté jerarquizado y que no exprese las jerarquías y distancias sociales de forma más o menos distorsionada o eufemizada, especialmente por el efecto de naturalización asociado a la inscripción duradera de las realidades sociales sobre y en el mundo físico. Las diferencias producidas por las lógicas sociales pueden entonces ser vistas como que surgen de la naturaleza de las cosas (pensemos en el concepto de “la frontera natural” y el del “área natural” tan estimada por la Primera Escuela de Chicago.” (Bourdieu, 1993a: 160).
La estructura de la distribución espacial de los capitales en cualquier momento registra el equilibrio de las luchas sociales por lo que Bourdieu (1993a: 164) llama "las ganancias del espacio", incluyendo los beneficios derivados de la ubicación, el rango en una estructura jerárquica de lugares y la ocupación. Estas luchas geográficas en el espacio y sobre el espacio se libran en una forma individual (como en el caso de la movilidad residencial) y colectiva (a través de competencias políticas por la vivienda, los servicios municipales o la política medioambiental, por ejemplo).
Los tres espacios están necesariamente implicados en la acción social y, como las placas tectónicas, se rozan constantemente entre sí. Pensar en términos de espacios, en plural, nos invita a pensar relacionalmente o, mejor dicho, topológicamente,[4] trazando las conexiones sedimentadas entre los diferentes elementos constitutivos de una estructura mental, social y geográfica. En lugar de postular una homología perfecta entre estas tres estructuras, como hacen Émile Durkheim y Marcel Mauss ([1903] 2017) en su clásico ensayo de 1903 sobre "Formas Primitivas de Clasificación", Bourdieu nos da el mandato de investigar las diversas réplicas, distorsiones, brechas y desarticulaciones que surgen entre ellas como resultado de las luchas adentro de cada uno de estos tres espacios y a través de ellos, con el objetivo de preservar o transformar el estado histórico de sus correspondencias, que van desde el isomorfismo perfecto hasta la disyunción completa.
Así, Bourdieu (1993a: 160) señala que "el espacio social se retraduce en el espacio físico, pero siempre de forma más o menos revuelta" (brouillée). También insiste en que el mapeo del espacio simbólico sobre el espacio social, que hace posible la identidad compartida y enciende la formación de grupos, nunca es perfecto debido a la elasticidad semántica de la realidad social: "El mundo social puede ser enunciado y construido de diferentes maneras según diferentes principios de visión y división - por ejemplo, las divisiones económicas y las divisiones étnicas" (Bourdieu [1982] 1991: 19), y la potencia relativa de estos principios está en juego dentro de la propia realidad. In nuce, el sociólogo francés nos invita a mantener unidas en nuestro análisis las categorías cognitivas de los agentes, la posición que ocupan en un orden de estratificación multidimensional y su lugar en el paisaje urbano y sus peregrinaciones por él.
Habitus y campo en el crisol urbano
Las manifestaciones concretas de la trialéctica de Bourdieu adoptan una variedad de formas históricas situadas en un continuum que va desde la homología perfecta, en un extremo, hasta la completa disyunción, en el otro, con la mayoría de los casos empíricos que se sitúan en algún punto intermedio, en virtud de la autonomía relativa y, por tanto, de la inercia de cada uno de los tres espacios. Los dos extremos de la homología perfecta y la desarticulación completa son construcciones lógicas que no pueden manifestarse plenamente en la realidad histórica. Las homologías trialécticas suelen ser imperfectas hasta cierto punto, dada la "elasticidad semántica" del espacio social, la relativa rigidez del espacio físico y el hecho de que el espacio simbólico esté organizado por categorías prácticas[5].
Del mismo modo, la desarticulación completa es una imposibilidad -excepto tal vez en una situación de revuelta ocio-simbólica total, como una guerra civil, e incluso entonces, ya que todo universo social está mínimamente anclado en el espacio físico y engendra categorías simbólicas que expresan en cierta medida su conformación. La relativa autonomía del espacio simbólico surge con la aparición, consolidación y carácter autorreferencial de los campos de la producción cultural (religión, arte, ciencia, derecho, periodismo, política, etcétera) en los que las formas simbólicas son elaboradas por especialistas según criterios internos (Bourdieu 1994b). Pensemos, por ejemplo, en la forma en que el derecho se desvincula de la vida cotidiana y es monopolizado por los juristas que elaboran códigos legales según normas específicamente jurídicas (Bourdieu 1986b). La autonomía relativa del espacio social proviene de las leyes de acumulación, diferenciación y transmisión de capitales que permiten los instrumentos de reproducción y conversión social existentes (Bourdieu 1989a: 386-396, 1994c). La inercia del espacio físico es inherente a las limitaciones materiales que plantea y a las facilidades que concede para la localización, la posición y el movimiento, así como al gasto en capital, trabajo y tiempo necesario para transformarlo.
Podemos hacer algo más y mejor que simplemente añadir a Bourdieu al canon de los estudios urbanos e introducir tal o cual concepto suyo en un proyecto de investigación. Podemos desplegar la trialéctica del espacio simbólico, social y físico como un marco para rearticular los problemas centrales de los estudios urbanos. Por consiguiente, permítanme ensayar aquí un resumen provisional de una teoría urbana “neoburdieusana” que nos invite a repensar la ciudad como crisol de formaciones distintivas de capital y habitus. Por el lado de las instituciones, o de la historia objetivada, la metrópolis es un medio distintivo en tanto que fomenta:
En resumen, la ciudad es un universo que fomenta, no sólo la explotación marxiana, la especialización durkheimiana, la racionalización weberiana y las divisiones del (des)honor duboisianas, sino también la reflexividad bourdieusana al exponer a sus residentes a un amplio conjunto de prácticas y criterios de valoración social que relativiza los suyos, tanto objetivamente como subjetivamente.[6] A largo plazo, debido a la agitación cultural y social que fomenta, la urbanización es un disolvente de la Doxa, con mayúsculas, y el fermento para la aparición de distintas doxai (el plural de doxa) específicas de los microcosmos que confluyen en la ciudad. De ello se desprende que "urbanizar" a Bourdieu introduciendo la ciudad en su modelo teórico como correlato de la diferenciación social refuerza su relato de la estructura (los campos) pero desestabiliza su relato de la acción (los habitus), y nos invita así a precisar mejor las condiciones en las que los habitus y el mundo llegan a coincidir (o no) entre sí.
Principios neoburdieusanos para el estudio comparativo de la ciudad
¿De qué manera la adopción del marco neoburdieusano, cuyos principios se han esbozado más arriba, cambia las formas de estudiar la desigualdad urbana en general, y de articular los diseños de la investigación comparativa en particular? Permítanme señalar cinco rasgos distintivos, fijados a un nivel de abstracción lo suficientemente alto como para permitirles viajar a través de periodos de tiempo, naciones y regiones del mundo. En primer lugar, la ciencia social de la ciudad debe ser epistémicamente reflexiva, lo que significa que debe romper con el sentido común (ordinario, académico y político), empezando con la visión de los "problemas sociales" de lo urbano promovida por quienes dirigen las ciudades y adoptada irreflexivamente por demasiados académicos; debe forjar en una forma autoconsciente sus conceptos analíticos y asegurarse de que éstos sean semánticamente claros, lógicamente coherentes y empíricamente heurísticos (en lugar de los que estén de moda); y articular su propia problemática en lugar de tomar prestada una problemática prefabricada de la realidad urbana.[7] Comienza por cuestionar las preguntas, interrogar las categorías y escudriñar las fuentes de los datos y las bases de datos pre-armadas (por ejemplo, impugna la identificación de lo urbano con los límites administrativos de la ciudad, lo que es una acción elemental pero que se hace muy raramente porque es inconveniente).
Pero lo reflexivo no significa lo escolástico: para Bourdieu, la teoría social no es el tema de una contemplación solipsista y de una disertación digresiva con otras "teorías académicas", sino un instrumento para producir nuevos objetos empíricos.[8] La ciencia social "consiste en romper los objetos prefabricados, y reconstruir las cosas mal construidas" (Bourdieu 2015: 510). Por ejemplo: antes de preguntar cómo se pueden adaptar los conceptos urbanos clave del desalojo, la segregación, los suburbios, la violencia y el aburguesamiento para fomentar la investigación de las ciudades del Sur global (Garrido, Ren y Weinstein 2021), para empezar, hay preguntarse si son sólidos y válidos para las ciudades del Norte global. Tomemos la segregación: confunde un estado y un proceso, la diferenciación espacial con el cierre espacial, el resultado y la acción, y suele omitir al segregador de la ecuación.
En segundo lugar, Bourdieu nos insta a incluir en la sociología de la ciudad los variados puntos de vista, las categorías de la percepción y las representaciones que dirigen a los agentes en sus estrategias individuales y colectivas a través de un doble movimiento, a saber, separar y repatriar. Esto se debe a que el mundo urbano no consiste sólo en la distribución material de recursos y fuerzas en el espacio geográfico, sino también en las clasificaciones simbólicas que guían a los seres urbanos en su ronda diaria, así como los impulsan durante las fases críticas de la acción concertada. Bourdieu (1980a) se refiere a esa dimensión simbólica como "la objetividad de segundo orden". La sociología urbana debe proceder, pues, a través de una doble ruptura: en una primera fase, demarcar barriendo las percepciones ordinarias y las representaciones prevalentes para construir un mapa objetivo de las posiciones que ocupan los agentes; en una segunda fase, repatriar estas representaciones, no como el engendro de subjetividades que flotan libremente, sino como puntos de vista tomados desde puntos definidos ocupados en el espacio de las posiciones construidas (Bourdieu 1989b). Este doble movimiento nos permite superar la oposición entre los modos objetivistas y subjetivistas del análisis urbano (digamos, la economía política del lugar frente a la fenomenología de la vida cotidiana) al tratar estas dos dimensiones de la vida social como dos momentos del mismo análisis social.
A continuación, dar un lugar privilegiado al poder simbólico, tal y como lo ejercen los especialistas en producción cultural, que elaboran y difunden construcciones mentales terminantes, y lo experimentan los habitantes urbanos cuando navegan por el paisaje de la ciudad y se impregnan de las representaciones que la organizan. Empezar por el poder simbólico, concepto característico de Bourdieu, significa también empezar por el estudio del Estado como la principal agencia material y simbólica que establece los parámetros más amplios del espacio físico, social y simbólico de la ciudad al
(I) Establecer la infraestructura, dar forma y regular el entorno construido, trazar sus divisiones concretas y crear las condiciones materiales para la eficacia y la fluidez del capital en todas sus formas;
(II) Distribuir las dotaciones en capitales y facilitar o dificultar su acumulación y transmisión: mediante el apoyo a la renta, la fiscalidad, las leyes de sucesión y las políticas relativas al trabajo, las empresas y la vivienda (por parte del capital económico), mediante la escolarización, la certificación y la asignación de servicios culturales (por parte del capital cultural);
(III) Imprimir categorías de percepción de la realidad urbana (como las expectativas de anonimato, seguridad y civismo, las etiquetas étnicas y los mapas mentales de los barrios) al tiempo que fomenta o dificulta la concentración y el funcionamiento de agencias simbólicas rivales en la ciudad, la política, la religión, la ciencia, el derecho y el periodismo.
Así pues, el Estado debe concebirse como una máquina clasificadora y estratificadora que da forma a la desigualdad y la marginalidad urbana río arriba, y no como una mera ambulancia social que reacciona ante ellas río abajo. Entre los organismos del Estado, hay que prestar especial atención a la policía, los tribunales (penal, de la familia y de la vivienda) y la cárcel, que son instituciones urbanas fundamentales que supervisan y canalizan las estrategias de vida de las poblaciones desposeídas e inferiores.
Aquí debo subrayar que el concepto de campo burocrático implica que, lejos de ser una entidad omnisciente, omnipotente y unificada, el propio Estado es una apuesta y un espacio de luchas, internas y externas. Las luchas internas del campo burocrático incluyen las luchas verticales entre la alta y la baja nobleza del Estado (los responsables políticos frente a los burócratas de la calle), y las luchas horizontales entre la mano izquierda y la mano derecha (la protección social y el socorro del bienestar frente a la disciplina fiscal y las sanciones penales).
Las luchas externas operan a dos niveles: en la región superior del espacio social incitan a pelear a los funcionarios estatales con otros protagonistas del campo del poder : los políticos, las corporaciones, los juristas, los científicos, las autoridades religiosas, etcétera.; en la región inferior, se enredan con los administradores y ejecutores de las burocracias públicas con la gama de profesionales especializadas concernientes al espacio urbano (dueños de propiedades y de negocios, emprendedores, arquitectos, asociaciones de viviendas, etcétera), así como con activistas sociales y residentes, que hacen reclamos en el nombre de categorías carentes de capital económico y cultural (aunque estos últimos suelen ser actores marginales, como las poblaciones que ellos afirman representar). La marginalidad posicional de las "organizaciones basadas en la comunidad" en el campo urbano del poder -en el que existen y perduran a merced del Estado local y de las llamadas filantropías- queda demasiado a menudo enmascarada por el populismo metodológico de los académicos que las estudian "desde abajo" y desde el interior de la metrópolis estadounidense.
En cuarto lugar, un abordaje neoburdieusano de la metrópolis estipula que el analista debe pensar geométricamente y abarcar todo el espacio social y no aislar tal o cual región del mismo. Esto conlleva el mandato de conectar analíticamente la producción sociopolítica de los barrios de los relegados y de los enclaves de privilegio; y, cuando éstos están distanciados espacial y fenomenológicamente, como suelen estarlo en las metrópolis occidentales, rastrear cómo se (re)produce esta desconexión -por los mecanismos del mercado, el diseño ecológico, los obstáculos físicos, las decisiones políticas, la vigilancia policial, etcétera, y con qué efectos. Se pueden distinguir provisionalmente tres patrones: la doble hendidura, el damero y la intercalación.
En quinto lugar, la visión neoburdieusana de la ciudad es agonista: sitúa las luchas en y sobre el espacio en su epicentro analítico. El espacio simbólico, el espacio social y el espacio físico son construcciones históricas, nacidas de las batallas libradas por agentes situados en esos mismos espacios, dotados con diferentes volúmenes y composición de capital, que buscan preservar o transformar la forma y las articulaciones de estos tres espacios. Son especialmente pertinentes las luchas simbólicas sobre la visión y la división de la ciudad, que conforman la manera en que los actores clave, los funcionarios del Estado, las élites empresariales, los agentes jurídicos, las asociaciones de activistas y los ciudadanos de a pie experimentan, moldean y navegan por las luchas urbanas en las que los propios científicos sociales están atrapados “nolens volens”.
Por último, con el concepto de habitus, Bourdieu nos permite descender en la escala analítica para estudiar las prácticas, representaciones y emociones pautadas de las personas a ras de suelo. El habitus, definido como las inclinaciones adquiridas, duraderas y transportables para actuar, pensar y sentir en formas definidas (incluidas las divisiones simbólicas depositadas en el interior del cuerpo), nos invita a historizar las capacidades y estrategias de los agentes, cómo perciben la topología y la geografía social, y cómo arman líneas de acción que se engranan para reproducir o transformar la geometría de las categorías mentales, las localizaciones sociales y los lugares de la ciudad. Permite reintroducir lo cotidiano en la sociología urbana sin renunciar al análisis estructural (Leitner, Sheppard, and Peck 2019: 12), en efecto, se trata de unir la economía política que subyace a la trialéctica con la pragmática social que se despliega a ras de suelo. Porque la disposición no es la acción; más bien, es el acoplamiento de la disposición y la posición (es decir, la ubicación en una asignación en las capitales) lo que constituye el principio de las estrategias simbólicas, sociales y espaciales de los individuos, los hogares y los grupos.
El lector habrá notado que estas recomendaciones se refieren a la conducta de la investigación social en general, independientemente de su objeto. En efecto, con la trialéctica, Bourdieu nos invita a integrar los estudios urbanos comparados en una ciencia topológica más amplia de las relaciones dinámicas entre el espacio simbólico, social y físico, dondequiera que tengan lugar - en zonas urbanas, suburbanas y rurales - y en toda la gama de escalas, local (una esquina de la calle, un barrio), de la ciudad y regional (una metrópolis) nacional y mundial (una red de ciudades).
*Articulo enviado por Loïc Wacquant para ser publicado en Herramienta web. Traducción: Francisco T. Sobrino
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[1] Un ejemplo concreto de una estructura simbólica es la taxonomía étnico-racial (blanco, negro, hispano, asiático, estadounidense nativo, etcétera), con la que los estadounidenses aprenden a categorizarse entre sí y el Estado los categoriza. Reside a la vez en la objetividad de las clasificaciones oficiales (como las utilizadas por el Censo, las escuelas, los hospitales, etc.) y en la subjetividad de las tipologías cotidianas. Otra es el mapa implícito de los barrios y sus propiedades percibidas que las personas llevan en la cabeza cuando se desplazan por la ciudad y a través de ella.
[2] Esta doble proyección de las categorías mentales y sociales sobre la geografía es particularmente visible en las ciudades coloniales. Una demostración paradigmática de la obstinada remanencia del espacio físico apropiado es el rico estudio histórico de Zeynep Celik (1997) sobre la arquitectura de Argel es a la vez un reflejo y un elemento constitutivo de la confrontación colonial a lo largo de trece décadas
[3] La trialéctica negativa del espacio simbólico, social y físico funciona en la erección del gueto como un instrumento del ostracismo étnico (Drake y Cayton 1945/1993); la dialéctica positiva en la creación de enclaves de la clase alta y de comunidades cerradas (Holmqvist 2017, Low 2004). Wacquant (2010a) esboza un modelo de reclusión urbana que une estas dos dinámicas.
[4] La topología es el estudio matemático de las propiedades formales de las configuraciones geométricas Bourdieu (1989b: 16) nota que “la sociología, en su momento objetivista, es una topología social, un análisis situs como llamaban a esta nueva rama de las matemáticas en la época de Leibniz, un análisis de las posiciones relativas y de las relaciones objetivas entre estas posiciones”
[5] Esto se discute teóricamente en “La lógica de la práctica” (Bourdieu 1980a: 135-165) y demostrado empíricamente en “El Demonio de la Analogy” (Bourdieu 1980a: 333-439).
[6] La formación de enclaves o agrupamientos arraigados en ia afinidad étnico-nacional y étnico-religiosa busca minimizar esa exposición y proteger la integridad mental y simbólica del grupo. Esto lo demuestran Drake y Cayton en Black Metropolis (1945/1993) para los negros, Humbert Nelli en Italians in Chicago 1880-1930 (1973) para los inmigrantes blancos en dicha ciudad, y Souvenirs de Familles Immigrées de Lepoutre y Cannoodt (2005) en el caso de los inmigrantes en las urbanizaciones de la periferia urbana francesa.
[7] Wacquant (2022a: 151-153) ofrece un argumento compacto sobre cómo elaborar conceptos sólidos de ciencias sociales en este sentido. Para un caso ilustrativo, véase cómo Bourdieu (2000) reconstruye la cuestión política común de la propiedad de la vivienda en la problemática científica de la producción estatal tanto de la oferta como de la demanda de viviendas unifamiliares y de las ramificaciones políticas de la consiguiente consolidación morfológica e inseguridad económica de la pequeña burguesía que es el principal objetivo y engendro de esta política.
[8] Para Bourdieu (2015: 207, 206) la teoría se comprende mejor como “un sistema de esquemas de la construcción científica de la realidad" y los conceptos como "una taquigrafía para una serie de operaciones prácticas".