Lo que está planteado como incógnita que recorre todo el espectro político nacional es la definición de la segunda vuelta, o balotaje, para el cargo de presidente de la república. El FIT ha declarado su opción del voto en blanco o nulo.
Quiero explicar por qué, en las circunstancias dadas, el voto en blanco carece de significación política y por qué desde la izquierda anticapitalista es preferible un voto contra el candidato Mauricio Macri. Esto es, un voto defensivo, por el candidato del kirchnerismo tardío, Daniel Scioli.
Más allá de la elección, pienso que el debate sobre cómo votar involucra una discusión sobre la cultura política de la izquierda. Pues si la opinión socialista carece de capacidad para influir decisivamente en el resultado (aunque el voto de izquierda no es desdeñable dada la paridad que se prevé para la elección), todavía está por verse cuál es su actitud estratégica y cómo la comunica. No solo me interesa contribuir a nuestras conversaciones internas en la izquierda. Estoy convencido de que hay una inquietud pública extensa sobre qué hacer, inquietud ante la cual la izquierda debe presentar una posición y necesita explicar sus razones.
Parecidos de familia
Existen motivos valederos en la opción por el voto en blanco. Los dos aspirantes a la presidencia pueden ser situados correctamente en ese espacio ideológico que va del centro-derecha a la derecha. Por eso, numerosos rasgos los hermanan.
Nacieron políticamente durante los neoliberales años noventa, son millonarios, tienen una conciencia de clase burguesa que los lleva a circular por los mismos espacios. Son culturalmente conservadores y quizás en algunos temas incluso reaccionarios.
Ambos auguran programas económicos de ajuste, más brutal en el caso de Macri, más gradual en el caso de Scioli. No es decisivo que se abstengan de utilizar la palabra ajuste, porque no es un tema de intenciones sino de exigencias de las dificultades económicas, financieras y fiscales que habrán de heredar del tramo final del kirchnerismo.
La estructura productiva permanecerá similar a la prevaleciente durante la larga “década ganada”, o se agudizará la preeminencia del sector primario. Ni siquiera en medio de la borrachera de promesas electorales de las que luego pueden desdecirse los candidatos destacan programas creíbles de reducción de la pobreza e indigencia, de aumentos significativos del salario, de desprecarización laboral.
Scioli y Macri eluden cualquier reforma significativa del regresivo sistema impositivo. En todo caso, tal vez como demagogia pre-electoral, prometen continuar con parches, por ejemplo, elevando el piso del impuesto al salario. Son casi indistinguibles en materia de política “de seguridad”. Ambos son represivos y carecen de un proyecto social que reduzca sensiblemente los índices de criminalidad asociados a la desigualdad. Basta observar los gabinetes anunciados, en los dos casos compuestos por declarados partidarios de la “mano dura”, esto es, dicho lisa y llanamente, deseosos de lanzar una violencia asesina contra la juventud empobrecida.
Cualquiera sea el resultado de los comicios, los aspectos progresistas detectables en las políticas kirchneristas ligadas al Estado de derecho sufrirán un retroceso notorio. El juzgamiento de los represores de la última dictadura militar se tornará más lento y ambiguo (con Scioli) o directamente cesará (con Macri). El apoyo estatal a la diversidad sexual y el reconocimiento de identidades alternativas perderán presencia y tal vez se interrumpan. En materia asistencial, los programas tipo Consenso de Washington II (la asignación universal por hijo, por ejemplo), verificarán un desgaste que acentuará la que ya viene produciéndose en los últimos años.
Este punteo un tanto desordenado e indudablemente parcial de las proximidades políticas esperables de los equipos gubernamentales en puja electoral requiere incorporar algunas distinciones pues, si son proyectos parecidos, no son lo mismo. Y no me refiero a matices menores que siempre podrán detectarse. Anticipo que esas distinciones de ningún modo conducen a hacer del gobierno Scioli algo parecido a una opción, no digamos ya de izquierda, sino reformista en términos capitalistas, tal como podríamos caracterizar grosso modo, a las gestiones kirchneristas.
Para quienes conozcan la historia del peronismo, el viraje hacia Scioli no es una sorpresa. La flexibilidad peronista para adecuarse a los requerimientos de legitimación del poder político y mediación en las exigencias del sistema económico son conocidas. El peronismo no va contra la corriente. Ese es el famoso “pragmatismo” peronista, que posee el olfato de operar algunas mediaciones estatales para crear consenso entre los sectores subalternos. Los menciono así porque hace décadas que el movimiento obrero ha sido desplazado del “movimiento” peronista hacia lugares marginales y subordinados.
En cambio, el macrismo está decidido a barrer con las medidas redistribuidoras que el kirchnerismo diseñó en su ensayo, finalmente precario, de construir un “país normal”. La perspectiva macrista involucra una transferencia masiva de recursos de la clase obrera (tanto la ocupada como la desocupada) y los estratos más bajos de la clase media, hacia la clase media alta y la burguesía. Lo hace con un tono ideológico muy evidente, a tal punto que no puede ser ocultado incluso por la despolitización de su discurso. La macrista “revolución de la alegría” se dirige a la consolidación de un partido de derecha en el escenario político nacional. Su política es clasista (por supuesto, capitalista), con conciencia de clase, orientada a someter a la clase obrera y a las capas populares al dominio inmoderado del capital nacional concentrado y el transnacional.
A su modo en buena medida imaginario, mas con decisiones políticas reales, el kirchnerismo fue un descendiente ambiguo del movimiento social del 2001-2002. Demostrando una vez más el referido olfato político pragmático del peronismo, de allí adoptó un “progresismo” que amortiguó la represión a la protesta social (aunque tuvo sus asesinados, como Carlos Fuentealba y Mariano Ferreyra), mantuvo y expandió los programas sociales en clave de Consenso de Washington II, además otras facetas inclusivas que sostuvieron el apoyo encontrado en sectores progresistas. Y en una población que votó dos gobiernos kirchneristas luego de la votación excepcional de 2003.
Cuando declinaron los recursos para el “proyecto” kirchnerista, se produjo un correlativo declive electoral. Entonces se evidenció lo que antes se veía pero no se sabía: la persistencia de altos niveles de desempleo, de pobreza, de precarización laboral, de violencia social extendida en los barrios carenciados, del gatillo fácil como respuesta a la criminalidad social, entre otros factores que no se ven en las usinas propagandísticas gubernamentales. Las torpezas políticas del kirchnerismo añadieron leña a un fuego ya encendido. Ese fue también el contexto de surgimiento del macrismo como fuerza nacional.
Es totalmente cierto que el sciolismo no le facilita las cosas a quien quiera votarlo, a disgusto, contra Macri. He dado algunas razones de una comprensible resistencia, diría ya no para una postura de izquierda socialista (cosa indiscutible), siquiera de un reformismo progre y desteñido. El gabinete de gobierno anticipado por Scioli es pavoroso, un Tren Fantasma.
Con todo, el balotaje no se agota en una clasificación ideológica. Exige decidir ante una cuestión de delimitación: el sentido histórico y el proyecto político del macrismo es mucho más dañino que el del sciolismo. La izquierda anticapitalista no debe equivocarse al respecto. No se trata de apoyar a Scioli, sino de contener al macrismo como proyecto de clase, sabiendo que con Scioli también se impone un proyecto burgués, pero donde débiles contenciones populistas (pues el kirchnerismo ha desactivado cualquier política popular, lo que se revela en que la derecha social le ganó la calle) interfieren una aplicación ilimitada de los sueños ultraliberales.
Si gana el macrismo no solo se acompañará un realineamiento general hacia la derecha de los países cercanos, pues la Argentina se acercará a Colombia y México, sino que tal resultado incidirá en las situaciones locales incluso del Brasil, donde hace tiempo el PT ha derechizado sus políticas sociales. Y en la Argentina, por fin la derecha se habrá afirmado como una opción autónoma, con una cooperación solo parcial del peronismo más tradicional. Ya no tendrán que conformarse con políticas enturbiadas por los compromisos peronistas.
Con Scioli, la Argentina continuará en su mediocre camino de la “década ganada” ya agotada. Incluso si quisiera ser un nuevo Menem y lanzarse a un gobierno neoliberal, la heterogénea composición de su fuerza social le planteará límites. El país persistirá dependiendo de las divisas ingresadas por la soja, sus índices económicos y sociales ya desalentadores descenderán posiblemente aún más que durante el desventurado “keynesianismo” de Axel Kicillof, o en todo caso persistirán en el sube-y-baja de estos años, en la noria del sueño nac&pop. Seguramente habrá una “primavera” post-electoral, pero un par de años más tarde todas las ovejas volverán al redil. Es que con un capitalismo local inserto en el orden global, el proyecto mercadointernista alcanza pronto sus límites. Scioli significa en ese marco el ajuste a las necesidades de relanzamiento de la ganancia capitalista, una vez asoladas las recetas kirchneristas, solo que conservando algunas líneas de regulación estatal. Los defensores peronistas de Scioli gustan subrayar el carácter neoliberal y pro mercado de Macri: ¿y acaso no se aproxima mucho la estrella ascendente, por ahora sciolista, de Juan Manuel Urtubey?
Dificultades del voto en blanco
Entiendo que el voto en blanco desea salvaguardar la independencia de criterio socialista. La consigna es no votar a candidatos patronales, y sin duda ambos los son. Una vez devastado el argumento pro kirchnerista de cierta izquierda “comunista” (Sabatella, Heller) y “socialista” (O. González, Rivas) de que con el gobierno K se elevaba el piso de la discusión política, una vez que se ha desembocado desde el kirchnerismo en este sciolismo, el piso ha descendido abruptamente.
La izquierda debe explicar que ninguno de los candidatos del balotaje augura un porvenir deseable, que ambos representan a los patrones (esto es, que son gestores del capitalismo), que no suponen ninguna respuesta coherente a las necesidades populares, que para eso es necesario construir una política diferente, donde la clase obrera y otras capas populares sean protagonistas de un país distinto. Y que un socialismo diferente al del siglo veinte es posible. Un socialismo desde abajo y democrático, alejado de la repetición de lo mismo que suponen los dos candidatos del balotaje.
La izquierda no debe confundirse con las expresiones equívocas, vacías y claudicantes que ocultan las enormes deficiencias del candidato oficialista y su proximidad programática con el macrismo. Si gana Scioli, el escenario será algo diferente al entusiasmo derechista que se impondría con Macri, pero exigirá una vigorosa lucha social para enfrentar su proyecto de centro-derecha con algunas vetas populistas.
He allí nuestra diferencia con las defensas de Scioli que lo oponen a Macri como si constituyera una opción real. Scioli es el heredero del kirchnerismo, es el legado auténtico de una “década ganada” que en su crespúsculo, abrió las puertas a la derecha juramentada del macrismo.
Dicho esto, el voto en blanco no es políticamente activo. Este diagnóstico surge del análisis concreto de la situación concreta. En primer lugar, porque eclipsa la intervención política de la izquierda en un debate nacional donde el voto en blanco carece de proyecciones de una voluntad nacional-popular de izquierda. De nada sirve preservarse en una presunta pureza ideológica –“no elegimos entre candidatos patronales”– sin poseer una voz audible en la palestra política. En segundo lugar, porque sostener una posición neta, aunque autónoma, puede incidir en la construcción en el largo plazo de una opción de mayorías, más allá del círculo eterno del 3%.
Entiendo perfectamente que, desde la izquierda, es más sencillo abstenerse de elegir el mal menor. Lo comprendo porque eso confirma la identidad diferencial. Evade contaminarse con el lodo genéricamente derechista que transmiten ambos candidatos. Además, abstenerse elude promover las ideologías estatalistas, capitalistas, nacionalistas, conservadoras, que Scioli y el Partido Justicialista confirman a cada paso. Pero en la izquierda no se siguen los caminos fáciles, y podemos explicar que si ambos candidatos son enemigos del pueblo en cuanto a sus proyectos políticos, con el macrismo se alzará con el Estado nacional, bonaerense y porteño, un gobierno democrático derechista como jamás se ha visto en la historia argentina. Mientras que con Scioli se reproducirá el peronismo post-kirchnerista con sus tradicionales ambigüedades, torcidas hacia una derecha cultural confusa, híbrida, con algunos compromisos populistas en declinación.
Siempre desde la izquierda, se podrá insistir sobre que una victoria sciolista legitimaría la ilusión en un capitalismo “nacional y popular”, una subordinación a las dirigencias políticas profesionales y corporativas, y que de todos modos habrá ajuste. Claro que todo eso ocurrirá.
Jamás he dicho que esta opción para la izquierda sea fácil. Por el contrario, sé bien que la postura que defiendo es la más difícil. Mucho más sencillo sería preservarse higiénicamente incontaminados en una tercera opción sin compromisos, en la torre de marfil inoperante de una abstención o voto en blanco. Sé que el voto contra Macri entraña el peligro de mimetizarse con el discurso semi-populista, diluyendo el mensaje de izquierda, derivando en ese furgón de cola de las “izquierdas” K. De hecho, ocurre con algunos llamados a votar por Scioli desde una izquierda “popular” o “chavista”.
En ese contexto, sin embargo, la izquierda, especialmente el FIT como su principal referencia política, tiene el deber de proveer una orientación a la vez estratégica y táctica para sus votantes, para la clase obrera y la población en general, y no refugiarse en su identidad al margen de una definición en el balotaje. Creo que no lo es el solamente decir que son candidatos patronales y que necesitamos construir una política propia. Ambas afirmaciones son obvias. Porque esa postura, en el marco político-cultural en el que nos encontramos, habla más a los propios que a las mayorías.
Cualquiera sea el resultado de la elección del 22 de noviembre, el escenario político argentino se desplazará más hacia la derecha de lo que lo viene haciendo desde hace tiempo (insisto: la candidatura sciolista es un producto de eso). Esperemos que la izquierda posea la capacidad social (en los sindicatos, en los movimientos sociales y culturales) y política (en el desarrollo del FIT no solo como una instancia electoral sino como una brújula estratégica, como organización política) para intervenir en los tiempos difíciles por venir. Superar los gestos sedimentados de un purismo impotente para hablar con voz propia, independiente y políticamente activa, es una buena manera de protagonizar la nueva etapa que sin duda está por comenzar.
Sin ilusiones sobre el centro-derecha sciolista (por el contrario, con una crítica intransigente sobre sus tendencias regresivas), la posición de la izquierda debe ser explícita: contra Macri. A partir de allí podremos explicar que debemos dejar de elegir “el mal menor”, para conformar una fuerza política socialista. Y que el destino del proyecto kirchnerista, es decir, el de reformar el capitalismo con recetas “políticas”, resultó en un fracaso porque el capitalismo es una maquinaria automática, y por eso antes que maquillarla hay que destruirla.
Afirmado eso, explicaremos por enésima vez, no es eso lo que está ahora en cuestión. En el proceso político actual ambos candidatos del balotaje representan los dilemas de la sociedad capitalista en su realidad argentina, pero no lo hacen con los mismos compromisos ni con las mismas ambigüedades. El macrismo es un jacobinismo de derecha con conciencia de clase y, sin que sea el fascismo, debe ser derrotado.
Sin olvidar que la política de la izquierda propone dejar de elegir entre opciones de los representantes del orden capitalista, es necesario explicar que proponemos otra política (no optar por el mejor “líder” sino protagonizar la vida política en un alcance popular), donde sea la activación de la clase trabajadora y el pueblo la que genere alternativas reales, desde abajo y organizándose, a estas idas y vueltas entre un populismo frustrado y un neoliberalismo de ricos. Esa alternativa tiene el nombre de socialismo.