Tiempo después de aquella mesa redonda se convocó a los seguidores para que reflexionasen en torno de la polémica presentada. Así, se reunieron alrededor de cincuenta personas de todo tipo de talante: juventudes anarquistas, parejas que ambicionaban probar otras recetas por fuera de la heterosexualidad, feministas, nudistas, místicos, partidarios de la liberación sexual de menores, pacifistas, varones heterosexuales concientizados. En fin, esa galáctica psicodélica e izquierdista consistía en un abrigadero de mortales que deseaban experimentar vivencias más intensas y, a la vez, radicalizar sus cotidianidades y discursos. Como suele suceder con las convocatorias espontáneas, luego de un tiempo, varios integrantes decidieron replegarse y armar un grupo de afinidades. Los iniciadores del GPS fueron Perlongher, Eduardo Todesca, Norma y Pablo Lamas, Osvaldo Baigorria y otros pocos más. Nadie duda de que el cerebro organizativo del enlace inicial entre homosexuales y feministas fuera nuestro irreverente militante del deseo. El entendió la profunda ruptura que planteaba el feminismo de entonces. Lleno de convicciones, atento a los sucesos dentro y fuera de su entorno, tomó contacto no sólo con las organizaciones feministas que comenzaban su lucha en un Buenos Aires agitado por las rebeliones políticas sino también con gente dispersa, venida de otros universos culturales pero que disentían con el modelo patriarcal imperante. Nuestra armata Brancaleone bregaba, de acuerdo con el testimonio de Baigorria, “por el libre ejercicio de la sexualidad como un intento de franquear los límites de una revolución venidera. Preocupaciones sobraban aparte de lo presupuestado, había un franco interés por demoler los famosos edictos policiales que permitían el abuso impune de la autoridad. Las razzias policiales utilizaban como fundamento para su accionar violento los edictos y la Ley de Averiguación de Antecedentes”.
En cuanto a sus reuniones, con el tono de tertulia necesaria para el funcionamiento de un salón literario, a semejanza de los conocidos en el mundo parisino del siglo XVIII, las y los integrantes del GPS se juntaban para avanzar un paso más en torno de las lecturas grupales. Sin más, desaprobaban la organización genital compulsiva y reivindicaban la emancipación del deseo. Baigorria lo definió como una usina ideológica del liberacionismo sexual. Sus talantes cruzaban textos del universo clásico del marxismo, del feminismo y del psicoanálisis con la intención de profundizar cambios radicales alrededor de las sexualidades y combatir cuanta sumisión posible hubiese bajo un régimen de explotación sexual y de clase. Frente a sus reclamos resultaba factible deducir cuáles eran las lecturas recorridas. Devoraban El malestar de la cultura, de S. Freud; Contribución a la crítica de la economía política, de C. Marx; El origen de la familia, de F. Engels; Psicología de masas del fascismo, de W. Reich; Eros y Civilización, de H. Marcuse; Política Sexual, de K. Millet; La dialéctica del sexo, de S. Firestone; El Segundo Sexo, de S. de Beauvoir; El informe de Masters and Johnson y Diario de un educastrador, de Jules Celma.
Con arranques marcadamente declaracionistas, el GPS también elaboraba documentos de consenso sin un destinatario concreto, es decir, nadie recogía la botella a la deriva en el mar, pero tampoco representaban palabras arrojadas al viento; sin embargo, no hubo malhumores ni altercados significativos que ingresaran a la Gran Historia. Este pequeñísimo grupo de feministas del que hablamos percibió sin demasiadas vueltas que sus únicos interlocutores legítimos por fuera de las mujeres eran los integrantes del FLH. En efecto, no se equivocaron y tampoco ellos al desentrañar las premisas de sus compañeras de ruta.
En realidad, sus años de vida fueron pocos. Duró lo que duró la democracia: hasta la caída del gobierno constitucional peronista en manos del totalitarismo uniformado. Hicieron todo lo que pudieron: participaron con una intensidad rayana al fanatismo en fructíferas discusiones semanales hacia el interior del grupo, así como también en el armado de coloquios e intervenciones públicas con montajes de acciones callejeras.
De esta suerte, se entreveraron feministas y homosexuales para erosionar los cimientos de la opresión en común, bajo un esmerado anhelo por combatir cuanta sumisión posible hubiese bajo un régimen de explotación sexual y de clase, confluyendo en gestas y diálogos que, por cierto, no fueron de sordos.
La moral sexual en la Argentina
De tanto reunirse y activar, el GPS confeccionó un documento que asaltó el universo ideológico de aquel entonces: “La moral sexual en la Argentina”, escrito en septiembre de 1973, bajo una autoría anónima y colectiva, aunque se percibía un desenfrenado espíritu estético de Perlongher. A fin de ese año, en la revista 2001, Año 6 y Nº 65, apareció una nota titulada “Investigación: La moral sexual en la Argentina”, firmada por O. B., es decir, por Osvaldo Baigorria. La misma hacía referencia al documento en cuestión que al final nunca fue publicado hasta el presente y reproducía textualmente varios de sus párrafos y secuencias mechados con información elaborada por el propio escritor.
2001 fue una publicación que se amoldó a los nuevos tiempos que le tocó atravesar e interpretar los problemas sociales de modos disímiles. Adoptó un punto de vista singular alrededor de un bricolage de tópicos que complejizaba el discurso revolucionario de entonces: ovnis, contrapoder, revolución sexual, lenguaje extraterrestre, alucinógenos y anfetaminas, feministas oprimidas, sexo liberado, píldora masculina anticonceptiva, astronáutica y cosmos, el Hombre Nuevo; juventudes anarquistas, así proseguía la lista de tendencias polémicas alrededor de la comunidad y su venidero porvenir junto con los avistamientos extraterrestres. Colaboraban legendarios impulsores de movimientos contraculturales, antisistémicos, de modalismos espaciales y de palpitantes estiletes literarios: Miguel Grinberg, Osvaldo Baigorria, Tomás Eloy Martínez, Tamara Kamenszain, el afamado historietista Héctor Oesterheld, el cuentista del policial negro Eduardo Goligorsky y el director del Diario de Poesía, Daniel Samoilovich, entre otros tantos.
Esta investigación La moral sexual circuló impresa en mimeógrafo entre los sectores universitarios y políticos radicalizados porteños, en un deambular que iba de mano en mano. Después, con el glamour propio de la pluma de Baigorria, fue publicado como artículo periodístico en la revista 2001 y sostenía lo siguiente: “Hemos podido ver a través de una dramaticidad una directa relación entre la explotación económica de una clase por otra y la manera en que se vive la sexualidad del protagonista en energía al servicio de la máquina, la impotencia de gozar sus propios deseos, el mecanismo con el que hacía el amor, todo conectándose entre sí y revelando los nexos de la condición de clase con la miseria conyugal y sexual”. Por lo expresado, no resultaba tan sencillo de advertir la relación entre la moral sexual de una sociedad y sus conflictos socioeconómicos. De inmediato, se preguntaban ¿qué es la moral sexual? Y respondían: “...suponemos que todas las reglas y leyes sobre la convivencia sexual que se difunden y aceptan socialmente. Tiene una finalidad explícita: dominar, reprimir y manipular los impulsos sexuales para amoldar a los individuos al principio del trabajo alienado y compulsivo y extender esa adaptación a la política”.
Dos volantes repartidos a principios de los años setenta.
Evidentemente, sus planteos impugnaban el no ampliar la reprobación a la totalidad del proceso cultural por parte del movimiento de liberación nacional y social, totalidad que permanece inmune por más que se intente derribar políticamente al sistema. De igual modo, cuestionaba la ligazón entre la estructura socioeconómica y la psicología colectiva sobre la base del conflicto entre impulsos sexuales y superestructura ideológica. Para sus prosistas, las propuestas de transformación radical contemplaban solamente las condiciones económicas y políticas impuestas por las clases dominantes, dejando intacta la moral de clase, en especial, la moral sexual, que sostiene como único modelo la heterosexualidad compulsiva. Esa misma moral tradicional tiende a coexistir con el recambio e, inclusive, a “mestizarse” con las pautas morales por fuera del régimen. Y allí lanzaban ejemplos tales como: “...los métodos anticonceptivos al lado de la prohibición del aborto ilustra la mencionada coexistencia y el aborto que penado por la ley es tolerado por vastos sectores como método clandestino también. En cuanto a la píldora viene a sentar las bases bioquímicas de la reivindicación sexual femenina que ansía desprenderse de la condena de la maternidad. Sin embargo, relega a la píldora a una inofensiva neutralidad científica, de modo que su inserción en la pareja no cuestione la relación de dependencia de la mujer respecto al varón”. Y este artículo periodístico ultimaba un final de vanguardia: “La principal dificultad es todavía la falta de ligazón con la lucha política, es decir, la politización de la cuestión sexual”.
De alguna manera, quizás a sabiendas, la apuesta del GPS con su documento de investigación consistió en desarticular el clásico esquema marxista basado en las categorías dominación/revolución, a través del cual el poder sólo emana de las estructuras económicas. Como cierre, sin estirar demasiado la cuerda, probablemente se descubra en este grupo un foco insurreccional teórico sin el sostén de la estructura filosófica de lo que más adelante proveerá el post-estructuralismo francés. El Antiedipo, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, se publicó en 1972 y Vigilar y castigar, de Michel Foucault, tres años después.
El arrojo intelectual de este grupo comprometido en politizar la sexualidad y conformar coaliciones entre disidencias minoritarias sirve como un antecedente próximo de lo que hoy se conoce como teoría queer. No para decir que lo queer comienza entonces o para hacer anacrónicas lecturas de hechos anteriores, sino para entender que lo que en este presente llamamos queer abreva desde tiempos previos en todos los excluidos no sólo sexuales sino del pensamiento heteronormativo.