22/11/2024
Por Contartese Daniel , ,
La Plata, Letra Libre y Montevideo, Nordan-Comunidad, 2003. 244 págs. Prólogo de John Holloway, epílogo de Luis Mattini.
Lo primero que se puede decir es que nos encontramos frente a un libro polémico, un libro que nos hace pensar, recapacitar, confrontar ideas y retomar una y otra vez lo leído. Asimismo, no es éste un texto más entre los muchos que se escribieron tratando de explicar lo que sucedió en diciembre de 2001 en nuestro país, dado que la mayoría de ellos se encargan de analizar el "espectáculo", los grandes acontecimientos[1].
Mientras que, en general, estos escritos fijan su atención en las actividades públicas desarrolladas a través de ciertas instituciones, como los partidos políticos y los sindicatos, apelando a lo visible y lo cuantificable, el autor bucea en la conformación de los nuevos movimientos sociales, lo que sucedía en la vida cotidiana de los sectores populares, su cosmovisión y todo aquello que forma parte de la cultura de estos sectores, intentando, en definitiva, percibir la singularidad de los sucesos.
Esto se debe a que Zibechi pone mucho más énfasis en los orígenes de los nuevos movimientos sociales que surgieron en nuestro país que a lo acontecido específicamente el 19 y 20 de diciembre de 2001. En ellos busca la "genealogía de la revuelta", acción que se produjo sin la participación institucional de los viejos movimientos sociales, es decir, sin partidos ni sindicatos que en esos días brillaron por su ausencia.
El libro busca reconstruir la genealogía de los nuevos movimientos sociales, no basándose sólo en categorías teóricas sino en las condiciones reales de la lucha de clases. Como dice el autor "los marxistas hemos enfocado tanto la dominación que no encontramos las palabras para hablar de la resistencia" (pág. 195). Es decir, no mirando el mundo desde arriba, a partir del movimiento del capital, sino desde los movimientos que luchan contra él. Pero, ¿cuándo comienzan a gestarse los acontecimientos de diciembre de 2001? Si bien Zibechi no define una fecha exacta se remonta a 1975, cuando encabezados por las coordinadoras interfabriles los trabajadores con su lucha logran expulsar del gobierno a los ministros López Rega y Rodrigo incluso enfrentándose a los dirigentes de la Confederación General de los Trabajadores (CGT). El segundo hito de esta genealogía es el surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo.
Al libro lo atraviesa un eje fundamental que podemos resumir en una frase contenida en el mismo: "El mundo nuevo deja de ser el lugar al que se llega después de una larga travesía. Es la travesía misma" (pág. 49). La propuesta es que no se puede seguir con la vieja concepción de la izquierda a partir de la cual hay que esperar a que la revolución suceda para que las cosas cambien. No se debe esperar al "gran día" para que una organización funcione realmente de manera democrática ni para que la horizontalidad y la voluntad de consenso sea una realidad, tampoco las formas de organización del trabajo pueden ser las del capital si pretendemos cambiar la sociedad.
Por ello, analiza especialmente cuatro grupos: las Madres de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., los grupos juveniles de los noventa y, entre los piqueteros, el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano. En ellos nuestro autor observa una serie de características que los diferencian de los partidos de izquierda y de los sindicatos, entre las cuales las más importantes son: su conformación como grupo-comunidad, la autonomía del Estado y los partidos políticos, el crecimiento interior, la apropiación del espacio público, la autoafirmación, la creación de una nueva identidad, la horizontalidad y la voluntad de consenso.
El análisis que realiza de estos movimientos conlleva un problema complejo que es el de la taylorización de la sociedad. La adopción de los principios tayloristas de organización del trabajo se encuentran difuminados a través de toda la sociedad. La división del trabajo, entre quienes tienen el saber y quienes realizan las tareas, existe no sólo en las fábricas, sino más allá de ellas y, lamentablemente, es también la manera en que se organizan los partidos políticos (incluso los de izquierda), los sindicatos y las familias. Los sectores populares no advirtieron que la tecnología no es neutral sino que tampoco lo es la forma de organización. Adaptando los principios tayloristas convertían a las organizaciones populares en un calco de las organizaciones capitalistas y, de esa manera, se alejaban del pueblo.
Debido a esto es tan importante para el autor la pregunta sobre "cómo producir" ya que "si el proletariado es capaz de gestionar el trabajo en el taller, podrá hacerlo a escala de la sociedad. No hay un antes y un después, no es que si gestiona la sociedad luego podrá empezar a gestionar el taller. La emancipación es o no es, pero no se la puede parcelar" (pág. 151).
Las dimensiones que utiliza para analizar los movimientos sociales hacen hincapié en la idea de que las personas no son medios sino fines: la importancia de establecer relaciones entre iguales; la búsqueda del desarrollo de todos basado en el crecimiento cualitativo y no cuantitativo; la autonomía que no quiere decir independencia absoluta de sectores, estados o instituciones como mero puritanismo, ya que se puede ser autónomo articulando con otros movimientos u organizaciones, construyendo en éstos espacios de coordinación un proyecto político compartido.
Un concepto importante que utiliza Zibechi es el de infrapolítica[2]. Contraponiéndose con la visión clásica de la "tesis de la ideología dominante", para el autor "en su vida cotidiana, los dominados resisten la dominación creando espacios sociales lejos del control de los poderosos, en los que practican un discurso oculto que emerge en la superficie cuando se producen grandes rebeliones", por lo tanto, esto demuestra que "los sectores dominados son sólo parcialmente dominados" o, dicho de otra manera, "en la dominación coexisten la subordinación con la rebelión" (pág. 29). Este discurso oculto que circula dentro de espacios alejados de los dominadores, es co-construido por los actores y sostiene otra sociabilidad, resiste (quizás no de un modo tradicional, ni explícitamente político), es una negación a la subordinación y a la dominación, por lo tanto, es también rebelión (en coexistencia con la dominación-subordinación). El concepto de infrapolítica y el tema de la construcción de un discurso oculto como base de otra sociabilidad es su punto central para explicar la genealogía de la revuelta con relación a los procesos subyacentes, sus pilares, sus potencialidades y posibilidades. Sin ser ingenuo y creer que esto basta, básicamente rescata un sector con contravalores estables, aunque no sean visibilizados socialmente y, por lo tanto, abre un camino para poder pensar qué pasa en tiempos de reflujo, haciéndonos reflexionar en que la rebelión no se produce sólo en los grandes acontecimientos, en que hay una continuidad dada por la lucha contra la opresión, pero no hay etapas, no hay un crecimiento cuantitativo y progresivo.
Zibechi refuta la teoría que hay una ideología dominante que es adoptada en su totalidad por las clases dominadas, ya que "no hay cohesión más allá de la coerción económica" (pág. 47). Contradictoriamente, las clases dominadas crean sus propios espacios sociales, alejados de los poderosos, fuera del control de los opresores, crean su propia cultura. Por ello es tan importante analizar la "clase obrera real", qué es lo que sucede realmente en las fábricas, más allá de las expresiones políticas de la clase obrera.
Quizás lo que analice Zibechi sean los momentos más elevados de los movimientos sociales como señal, como demostración de posibilidad, tal vez sabiendo que ésa no es toda la realidad y que esos picos son inevitablemente pasajeros. Esto constituye uno de los puntos débiles que tiene el libro: el no analizar cómo el capital, unas veces a través del Estado, otras a través del sistema de partidos o de otras múltiples vías cierra las grietas que estos movimientos provocan, es decir, que el análisis se abstrae de lo que sucede con ellos el día después. De esta manera, se sobredimensiona la importancia de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que en el momento de su creación presentaba rasgos antiburocráticos, sin analizar más a fondo su devenir posterior.
Por supuesto, el libro de Raúl Zibechi no es recomendable para quienes se crean la encarnación de la quintaesencia de la revolución, ni para quienes piensen que ya lo han leído todo y pretendan consultar un oráculo. En él se habla y se indaga sobre otro tipo de cambios, los que son indispensables para pensar cualquier futuro diferente donde dejemos de hacer el capitalismo.
[1] Ver, por ejemplo, AA.VV. en Herramienta, núm. 19, Buenos Aires, otoño de 2002; E. Cafassi, "Olla a presión. Cacerolazos, piquetes y asambleas sobre el fuego de la sociedad", A. Bonnet, "Que se vayan todos. Crisis, insurrección y caída de la convertibilidad", en Cuadernos del Sur, núm. 33, Buenos Aires, mayo de 2002.
[2] Este concepto lo rescata de James Scott, "Los dominados y el arte de la resistencia", ERA, México, 2000.