Marx en su (Tercer) Mundo. Hacia un socialismo no colonizado, Buenos Aires, Biblos, 1998, 270 páginas.
Un libro que indage en el pensamiento filosófico de Marx y procure recuperarlo como herramienta revolucionaria, siempre es útil. Cuando ese texto, además, no apela a las complacencias fáciles y se lanza, valientemente, a un balance descarnado de las vicisitudes que ha soportado la tradición ideológico-política encarnada en el autor del Manifiesto Comunista, el provecho es aún mayor. Finalmente, si todo este proyecto es realizado con un alto nivel de erudición y calidad, pero sin recurrir a una retórica hueca y academicista, sino desplegando un discurso encendido y militante, nos encontramos con un escrito verdaderamente valioso. Este es el caso de la obra de Néstor Kohan, joven docente e investigador en Filosofía de la UBA, que tenemos el agrado de comentar.
El objetivo de este libro puede comprenderse mejor a la luz de su caracterización de la realidad en la que estamos inmersos. Esta es descripta por el autor en forma brutal, como si se quisiera desbaratar todo optimismo vano: vivimos, nos dice, una etapa de derrota social, política e ideológica del movimiento popular y revolucionario. Según Kohan, lo que hoy estamos padeciendo no es una victoria burguesa más, pues lo que el capitalismo pretende aniquilar son los valores y la memoria misma de la lucha socialista, en una ofensiva que quiere coronarse con la total expropiación de la teoría revolucionaria. El desprecio por el trabajo teórico, la subestimación de la necesidad de una batalla cultural de resistencia y la cristalización dogmática, que inficionaron al movimiento socialista, colaboraron en este coyuntural triunfo burgués. Frente a este panorama, Kohan propone redoblar el combate pero superando estas y otras viejas limitaciones. Su camino es el de emprender, desde las nuevas condiciones imperantes en el Tercer Mundo, un replanteamiento global del pensamiento marxista que pulverice los obstáculos representados por viejos esquemas, visiones colonizadas y creencias coaguladas. Para abordar esta tarea, el autor nos propone un revisionismo, despojado del contenido que este término asumió la mayor parte de las veces en la tradición marxista; es que hoy se trataría de revisar “no para adaptarnos al régimen del capital y de sus portavoces sino para volvernos más radicales que nunca”.
El texto aparece estructurado en una serie de ensayos que están concatenados pero que, a la vez, pueden ser leídos con cierta autonomía. Nos resulta imposible detenernos en cada uno de ellos; señalemos, al menos, los dos hilos conductores que los recorren: por un lado, realizar una revisión crítica del pensamiento inaugurado por Marx y de la hermenéutica marxista “oficial” que hicieron los que se ubicaron como sus sucesores; y por el otro, proponer una recuperación del marxismo entendiéndolo (tal como lo hiciera Gramsci) como una filosofía de la praxis.
Por una parte, Kohan se propone demostrar como durante casi un siglo se han ido superponiendo sucesivos intentos por “sistematizar” el pensamiento marxista, construyendo una única, aunque multiforme, “interpretación oficial” del mismo. Según ésta, el marxismo quedó definido como una filosofía metafísica de la materia y como un dogma universal y necesario. Uno de los mayores aciertos de este libro es su reconstrucción, a través de una genealogía histórica, de las formas como se intentó convertir al marxismo en un cuerpo de doctrina cerrada y reglamentada. Kohan, en su recorrido de la “penosa marcha” del DIAMAT y del HISMAT --tal como los soviéticos denominaban al materialismo dialéctico y al materialismo histórico, respectivamente-- va situando los jalones de esa codificación. Y lo hace sin ningún prejuicio, poniendo en evidencia como en el Engels del Anti-Dühring, en las visiones de ciertos referentes de la IIª Internacional (Plejánov o Kautsky), en el Lenin de Materialismo y empiriocriticismo (de 1908), es posible encontrar antecedentes o elementos de los que luego se sirvió Stalin para consagrar su canonización. Pero Kohan también alerta que existió una autocrítica filosófica en Lenin (un viraje siempre ignorado por la vulgata), el que emprendiera en sus apuntes de 1914-16 (publicados en su Cuadernos filosóficos) de redescubrimiento de Hegel, en donde supera el objetivismo naturalista de Plejánov y rompe con la visión del realismo ingenuo que prioriza la “realidad del mundo exterior” al margen de la voluntad y de la praxis humanas, así como de la cultura y de la historia.
Realizada esta empresa de esterilización del pensamiento de Marx, el autor encuentra que, finalmente, la positividad aplastó a la negatividad, la legitimación a la crítica, el sistema al método, la lógica a la historia y la cita a la reflexión. Los manuales divulgadores del DIAMAT aparecieron como el emblema de este empeño fosilizador. Es muy interesante el esfuerzo realizado por Kohan en examinar los intentos que se hicieron en ese sentido por parte de numerosos soviéticos, Politzer, Garaudy y otros. En ese contexto, el autor destaca la atípica producción de H.Lefebvre. Kohan introduce una caracterización polémica, al plantear la continuidad que habría expresado la obra filosófica de Trotsky (a pesar de su concepción no lineal de la historia basada en la ley del desarrollo desigual y combinado) y la mayor parte de sus seguidores (como Novack en el ámbito de la filosofía) con respecto a esta concepción “oficial” del DIAMAT. Nos parece que es un mérito del autor introducir el problema, pero creemos que no alcanza a demostrar acabadamente esta hipótesis, especialmente cuando plantea una división entre los trotskistas que habrían “roto definitivamente con la ortodoxia” (E.Mandel) y los que no (Nahuel Moreno). El autor comete el desacierto de evaluar a este último a partir de un supuesto libro que en verdad éste nunca concibió, y no a partir de su principal obra en estas temáticas, Lógica marxista y ciencias modernas; por otra parte, sería útil recordar que Moreno fue, junto a Milcíades Peña, uno de los primeros propagandizadores de Lefebvre en la Argentina. Nuestras dudas se acrecientan cuando el autor coloca a M.Harnecker como ejemplo de un claro intento de divulgación alternativa al DIAMAT.
Por otra parte, el autor nos describe los efectos letales que la aplicación de esta “pedagógica” filosofía universal de la historia, en versión “marxista”, tuvo en el Tercer Mundo (y, específicamente, en América Latina). En primer lugar, porque habría derivado en un desprecio teórico hacia los problemas de estas regiones. En segundo lugar, por su carácter prescriptivo-normativo, basado en el “modelo clásico” europeo, que adquirió un rasgo metafísico (pretendidamente válido para todo tiempo y lugar) y fatalista (ya que partía de concebir una historia organizada como una serie invariante de fases que, a modo de escalera, se sucederían necesariamente unas a otras). Kohan rescata el esfuerzo de algunos latinoamericanos que se resistieron a aplicar este modelo e intentaron crear una original perspectiva teórica socialista. En ese recorrido de nombres que nos propone el autor, uno de los que justificadamente emerge como predominante es el de Mariátegui.
Es desde su impugnación al marxismo momificado como “materialismo dialéctico” que Kohan propone avanzar hacia la reconstrucción de un marxismo entendido como filosofía de la praxis, activista, humanista y libertaria. Para ello se lanza a un rescate de la centralidad que debería reocupar la categoría de praxis, es decir, la actividad práctica humana de transformación del mundo objetual. Esto lo conduce a la definición del marxismo como “humanismo absoluto”, tal como lo entendiera Gramsci. Pero también como “historicismo absoluto”. Aquí la inmanencia no se remite a un “hombre en general”, concebido como esencia ahistórica, sino que se articula con relación a la praxis inexorablemente histórica de la humanidad. Con este enfoque, Kohan ataca a las modas intelectuales útimamente imperantes, como el estructuralismo, el posestructuralismo y el posmodernismo, para las cuales, según su lógica de determinismos económicos, ideológicos o discursivos, el sujeto humano es un mero soporte, portador o mensajero de estructuras, superestructuras, discursos o poder. Para él, el marxismo debe postularse como una filosofía de combate que, reconociendo la necesidad de los enfrentamientos parciales, no renuncie a los proyectos globales. Es que el autor duda de la creencia hoy tan extendida de que sólo exista margen para las luchas fragmentarias y circunscriptas a los micromundos de cada movimiento social, sin poder articular los múltiples sujetos en una totalidad rica pero integradora. Para Kohan, esta recuperación filosófica del marxismo que propone sólo es concebible ejerciendo una crítica de sus presupuestos epistemológicos, lógicos, sociológicos, históricos, antropológicos y económicos. Esto permitiría rediscutir los problemas y categorías clásicas: trabajo, fetichismo, historia, progreso, libertad, poder, modernidad, a los cuales el autor dedica varios ensayos de la obra.
Para finalizar, si es elogiable la forma como el autor extrae las conclusiones del momento de desconcierto y desasosiego que existe en el movimiento y en la teoría marxista, nos resulta objetable, en cambio, que la caída del Muro de Berlín sea señalada como una “derrota”, y que sea vista como profundización de otra, la del exterminio de la generación revolucionaria de los años ‘70. Creemos, en cambio, que si hoy es posible ponerse de acuerdo en la necesidad de demoler los dogmas erigidos por el stalinismo, es, precisamente, porque ese muro (símbolo de opresión política, explotación burocrática y barbarie teórica) ha sido demolido por sus propias víctimas, sentando la posibilidad para la reconstitución de una conciencia verdaderamente socialista. Por ello, no podemos dejar resquicio alguno que despierte nostalgia por aquella pared. Viendo en su caída sólo una “derrota”, estaríamos embelleciendo involuntariamente su existencia. Lo que debemos lamentar, más bien, es la tardanza con la que se produjo ese derrumbe.
Esta acotación crítica, no obstante, no nos lleva a empañar la enorme valoración que hacemos de este texto. Es mucho lo que podemos elogiar de él: sus inteligentes hipótesis, su completa documentación, el estilo depurado (aunque desacartonado) con el que ha sido escrito. Sin embargo, elegimos cerrar este comentario destacando el lugar que el autor de este libro se propone ocupar: el del cuestionamiento radical del régimen capitalista. Es por ello que no duda en definir a su obra como escrita a contracorriente de las tendencias ideológicas dominantes y del poder, sin interés por subirse al carro sangriento de los vencedores y de sus industrias culturales. Que hoy un intelectual se situe de esta manera en el paisaje lúgubre que nos obsequia este bárbaro capitalismo globalizado, no es un mérito menor.