30/12/2024
Por Schachter Silvio
Publicado en Dossier, Guerra y genocidio en Palestina: colonialismo y resistencias en tensión
“No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es”. Eduardo Galeano
Pocos actos tan atroces como los que el ejército israelí está cometiendo en Gaza han tenido tan vasto registro fílmico en tiempo real. Miles de videos, le ponen imagen y voz a quienes sufren la política genocida del gobierno de Netanyahu. A pesar de las prohibiciones para periodistas, corresponsales y camarógrafos de distintos medios, la verdad de estos crímenes atraviesa las barreras y llega a todos los rincones del mundo, indignación y dolor que cada vez más ampliamente se transforma en una oleada de repudio y reclamo. Hablar de Palestina a través del cine, sitúa y explica muchas cosas del contexto previo al 7 de octubre.
El pueblo palestino ha tenido por décadas, a quienes detrás de una cámara, o más recientemente detrás de un smartphone, en documentales o ficciones, son agentes testigos que permiten revivir lo que ha dejado de ser presente, para transformarse en historia y memoria.
El 12 de julio de 1562 una hoguera iluminó las oscuras calles de Maní, Yucatán. Aquel fuego era alimentado con objetos sagrados y sobre todo con los 40 códices en los que se explicaba toda la vida e historia de los mayas. Tras la quema de sus ídolos e identidad indígenas se suicidaron. La historia del colonialismo en América, África y Asia está transida por innumerables actos de barbarie destinados a borrar la memoria, los recuerdos, la identidad de los pueblos originarios. La tierra sin gente no existe y sólo a través de la matanza y el desplazamiento se vuelve deshabitada, para imponer, ayer con la cruz y la espada, hoy en Palestina con aviones y tanques, un patrón civilizatorio neocolonial, que se basa en mitos de superioridad racista, relatos bíblicos, y embustes como el de la tierra prometida, ¿prometida por quién?
La primera película palestina datada es de 1935, un documental sobre la visita del rey de Arabia Saudita. Era parte del archivo más grande de contenido fílmico palestino manejado por la Fundación de Cine Palestino de la OLP. En 1982, durante la invasión israelí al Líbano, cuando sus aliados los fascistas de la Falange cristiana libanesa produjeron la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, la OLP fue expulsada de Beirut, el archivo desapareció. Recientemente, varias películas del archivo fueron ubicadas en el Archivo de las Fuerzas de Defensa de Israel en el barrio de Tel HaShomer, en Ramat Gan, Distrito de Tel Aviv, por la académica y curadora Rona Sela, que ha pedido el lanzamiento de estas producciones cinematográficas y la desclasificación de otras películas palestinas que permanecen cerradas en el mencionado archivo. Si bien la Nakba (la Catástrofe) significó el desplazamiento de un millón de palestinos y congeló la incipiente producción cinematografía por dos décadas, luego con financiación de organizaciones palestinas e internacionales entre 1968 y 1982 se realizaron casi 60 films en su mayoría documentales, que registraron las múltiples contingencias del exilio y la resistencia. Es ese el mayor material que fue secuestrado, como parte de la política de destrucción de la memoria y negación de la historia de un pueblo y su tierra. Como nos recordó Guy Debord “los usurpadores hacen todo lo posible para hacernos olvidar que recién acaban de llegar” La colonización de la imagen para ocultar la historia es parte de una práctica que es llevada al límite en estos tiempos de la posverdad.
El cine se transforma en un vector de memoria, es parte del proceso de la construcción de la memoria colectiva incluso llegan a darnos otra mirada sobre los recuerdos y vivencias directas que tenemos sobre los distintos acontecimientos. Los filmes pueden convertirse en hacedores de historia, lograr ellos mismos intervenir en los procesos, participar e interactuar. Prácticamente desde su creación pueden encontrarse numerosos films que refieren, de una u otra manera, a la memoria. Un número mayor de películas, producidas en distintas épocas y lugares, lo hace sobre la memoria como construcción social, ya sea proponiendo representaciones de ciertos acontecimientos de la historia, ya sea reflexionando sobre las formas en que se construyen estas memorias a partir de las historias particulares de los sujetos que las viven o las vivieron. Y es que el cine y la memoria comparten una serie de características: Sin duda la más evidente es que en ambos las imágenes y los sonidos funcionan como soporte de sentidos, de sensaciones, de sentimientos. En segundo lugar, tanto la memoria como el cine, están anclados en el tiempo: en ambos, el tiempo presente, de la experiencia vivida, del registro o del visionado del film, es transformado en recuerdo, individual, o en memoria colectiva, por el paso del tiempo. La relación entre cine e historia puede pensarse desde distintas perspectivas: el uso del cine como fuente de la historia y los filmes como formas de relato histórico; el cine como agente de la historia.
Algunas de estas características las comparte con otras artes. La serie de Los desastres de la guerra, los 82 grabados de Goya hechos entre 1810 y 1815, donde el zaragozano con una fuerza expresiva logra a través del dolor, el sufrimiento y el horror, construir una mirada casi fundacional sobre la guerra, mostrando con inusual crudeza, los hechos desde la perspectiva de la víctimas. Hallamos allí tal vez el antecedente del paradigmático cuadro de Picasso, el Guernica. el genio nacido en Málaga declaró a propósito del bombardeo nazi a la ciudad vasca “El arte es una mentira que nos permite decir la verdad”.
Muchas de las películas del cine de y sobre Palestina tienen esta impronta, a la que suman las múltiples formas que se han desarrollado a lo largo de décadas resistencia al sionismo colonialista. Así es como dijo Jean-Luc Godard, “todo film se transforma en un documental”, entendido como un documento de la memoria y los contextos y subtextos que muestra. Como señalo Roberto Rossellini, “el cine debería ser un medio como otro cualquiera, quizás más valioso que otros, de escribir la historia”. En este sentido los directores del cine, en especial los realizadores de un cine político y social, deben ser considerados no sólo como artistas, sino también como historiadores que contribuyen con sus obras a reivindicar la memoria colectiva. Bertolucci dice: “Todos mis films son históricos, es decir son políticos”.
En los años 20, la vanguardia soviética apuesta por la capacidad movilizadora del cine. Proclamaba que las películas deben estar al servicio de la causa revolucionaria y han de contribuir a la educación política de las masas. Pero es en la década de los 60 y 70 la época privilegiada para el cine político, en los países con más tradición cinematográfica como en el considerado Tercer Mundo que registra tanto la lucha anticolonial como la pobreza secular.
En los albores del siglo XX Sergei Eisenstein mostró como nadie el antecedente de la Revolución Rusa, la fallida insurrección de 1905. En su magistral obra El acorazado Potemkin, considerada una de las mejores películas de la historia, nunca olvidaremos la famosa escena de La matanza de la escalinata del puerto de Odessa por parte de la fuerza zarista. Así es como varias generaciones aprendimos acerca de la historia de la lucha anticolonial a través de la cámara de Gillo Pontecorvo, en La batalla de Argelia. El multipremiado Costa Gavras, quien declaró “Toda película es política y susceptible de ser considerada políticamente, incluso desde la mirada de los espectadores” entre cuyos más recordados films figuran Z, Estado de Sitio o Desaparecido, hizo, precursoramente, una película sobre la tragedia palestina, Hannah K. (1983) en ella Hanna Kaufman una judía nacida en Estados Unidos se instala orgullosamente en Israel y termina allí la carrera de Derecho. El fiscal general le asigna como su primer caso, la defensa de un inmigrante considerado ilegal. Se celebra el juicio y sin ninguna prueba Salim es deportado ante la perpleja desazón de su abogada. La película fue reducida al silencio y al olvido a causa de una acusación de antisemitismo que le colgó la extrema derecha sionista.
La lista de directores del considerado específicamente cine político es muy amplia y variada, solo menciono algunos referentes, los soviéticos contemporáneos de Eisenstein, V. I. Pudovkin y el documentalista Dziga Vertov, los italianos Roberto Rossellini, Bernardo Bertolucci, L.Visconti, , el húngaro M. Jancsó , Oliver Stone, F. Ford Coppola y Spike Lee, y por supuesto Charles Chaplin, los franceses J.L.Godard , A. Resnais, Chris Maker, el inglés Ken Loach y sus compatriotas John Schlesinger y Jim Sheridan, el iraní Kiarostami. Hector Banbenco y antes el Cinema Novo de Glauber Rocha y Pereira dos Santos, los argentinos Fernando Birri, O.Gettino y Pino Solanas, y Raimundo Gleyser.
Cada director tiene su forma de filmar, el cine de Palestina, más aún el que logró filmarse en el interior del territorio, en parte por las condicionantes y limitaciones, que imponía la situación, no se caracterizó por mostrar multitudes en acción, fue construyendo su trama a partir de contar historias personales, familiares, casi íntimas, y es desde ese lugar que radiografía la realidad de vivir bajo acoso y agresión permanente, cercados y acorralados, un mundo asfixiante que atraviesa todo lo que se entiende por vivir, los afectos, el amor, el trabajo, el estudio, la salud física y mental, el miedo y el dolor ante la humillación y la muerte. La resistencia ante lo insoportable, la perseverancia en defender su identidad y su historia, y sus derechos permanentemente vulnerados. Cuenta con personajes creíbles, con rostros que transmiten emociones, mucho más allá de los datos y registros del aterrador número de víctimas, es un cine que nos involucra con personas de carne y hueso.
En la obra Las Troyanas, Eurípides no se detiene en las secuencias de la guerra, en la derrota de sus héroes, es el monólogo de Andrómaca, la mujer de Héctor, donde el dolor alcanza toda su dimensión. Ella expresa su ira y su desgarrador lamento ante el sacrificio que los griegos le imponen, al ver la muerte de su hijo arrojado desde lo alto de la muralla. Este momento de la pieza teatral es considerado uno de los más dramáticos de la literatura antigua. El cine palestino está más próximo a esta personalización del dolor, en cada madre que ha visto morir a su hijo,un niño que no puede alimentarse como corresponde, ni disfrutar de la inocencia y los juegos propios de la infancia, porque cada día esta impactado por el miedo, pero también refleja los gestos grandes y los más sencillos de rebeldía, como forma de superar la resignación ante una condición que se vuelve insoportable.
Quien dirige películas del llamado cine político tiene la posibilidad de generar una identificación con el espectador al mostrar y exponer las imágenes de lo que el poder quiso y quiere silenciar. El personaje del film de Cristopher Nolan, Memento (acuérdate en latín ) se repite, “necesito poder recordar, para saber qué pasó y quién soy”. Pero recordar no es suficiente porque la memoria no siempre es fiable, Funes el personaje de Borges puede recordar infinitos hechos pero no es capaz de pensar. El poder de un film consiste en que da al espectador la sensación de que está siendo testigo ocular de los acontecimientos, pero ése es también el peligro que conlleva este arte, pues dicha sensación es ilusoria. Todo cine político constituye un acto de interpretación, como todo film histórico es una interpretación de la historia.
“La sangre que sabe esperar/también sabe ser piedra./Duele estar en el mundo. Lo sé”. Bejan Matur. Poeta turca
Estudiar el cine de Palestina tiene una doble lectura, la obra terminada, la que se puede ver y juzgar con relatos que en conjunto operan como una ópera dramática de creación colectiva , un panorama coral sobre la violencia y la falta de libertad, la guerra, el genocidio, el colonialismo, la discriminación la tortura, la brutalidad represiva y otra, más oculta, que devela con singular crudeza la vida en un territorio ocupado y cercado por una fuerza colonial, me refiero a las condiciones en que se produjeron muchas de estas las películas. Gabriel García Márquez escribió el relato periodístico La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile. Gabo considero más importante contar sobre las contingencias que atravesó Littín para filmar su documental que el film mismo. El libro fue publicado en 1986. En febrero de 1987, el Ministerio del Interior reconoció haber quemado 15.000 copias de la primera edición por orden de Pinochet.
Rescatada de las ruinas de Beirut del bombardeo al Líbano el documental Ellos no existen, (They Do Not Exist) filmada en 1974, la primera película de Mustafá Abu Alí es especialmente interesante por su contenido y ejemplificadora por el periplo que atravesó una vez terminada. Fue rodada en condiciones extraordinarias, cubre las condiciones en los campos de refugiados del Líbano, los efectos de los bombardeos israelíes, es una obra estilísticamente única que demuestra la intersección entre lo político y lo estético. Ahora reconocida como una piedra angular en el desarrollo del cine palestino, la película no se estrenó en Palestina hasta 2003, cuando un grupo de artistas palestinos pasaron de contrabando al director a un cine improvisado en su ciudad natal de Jerusalén (en la que Israel le prohíbe su entrada) Abu Ali, que vio su película por primera vez en 20 años en este evento clandestino, señaló: “Solíamos decir ‘Arte por la lucha’, ahora es ‘Lucha por el arte'”.
A partir de los años 90 el cine palestino empezó a tener figuración internacional la película dramática Crónica de una desaparición (1996) de Elia Suleiman, un director de origen palestino nacido en Nazaret Israel, se convirtió en la primera película palestina en tener un estreno nacional en los Estados Unidos. Una película emergente para su género, ganó un “Premio al Nuevo Director” en el Festival Internacional de Cine de Seattle y un “Premio Luigi De Laurentiis” en el Festival de Cine de Venecia. De joven Suleiman tuvo que emigrar a Londres perseguido por el estado Israelí, allí conoció a John Berger que le abrió puertas para su vocación de cineasta. Suleiman completa una trilogía con El tiempo que queda (The Time That Remains) e Intervención divina (Divine Intervention) Son films que tienen el mismo tipo de narración personal y semi autobiográfica, con un trasfondo a la vez poético y político. Sus películas tratan de modo poco convencional las consecuencias de la ocupación israelí en Gaza y Cisjordania.
Con esta falta de distribución y casi ningún financiamiento formal disponible, producir una película en los territorios palestinos es un desafío tremendo. Contra todo pronóstico, los cineastas de la región completaron largometrajes y cortometrajes. Los directores locales fueron tenaces en contar sus historias y se han ingeniado para hacer frente a las difíciles condiciones que les impone la ocupación .
La paradoja es que mucho del cine que se produce sobre Palestina no puede ser visto en su territorio, El teatro “Al Kasaba” de Ramallah es la única sala de cine formal para una población de casi 2,5 millones de habitantes en Cisjordania. Debido a las restricciones de viaje, es prácticamente inaccesible para el millón y medio de palestinos que residen en Gaza. circunstancias de la región. Según estudios de The Christian Science Monitor el ochenta por ciento de los niños palestinos nunca fue al cine.
Ver para creer, contra el olvido y la tragedia presente
Este es un recorrido incompleto sobre algunas de las obras más notables realizadas en este siglo, que abordan diversidad de temas, que en conjunto son un creativo mapeo que muestra lo que es vivir, sobrevivir y resistir en Palestina y en la diáspora que se inició con la Nakba. Un cine que es inevitablemente transnacional y que opera de ese modo como una reivindicación de la propia existencia palestina.
Paraíso ahora (Paradise Now) 2006 es quizás la película más conocida y polémica de ese periodo, ganó el Globo de Oro y fue candidata al Oscar. Propone una cruda visión de la vida cotidiana de personas en circunstancias desesperadas. Explora las legítimas razones de la resistencia a la ocupación sin justificar en ningún momento la pérdida de vidas humanas. La historia sigue el transcurso de un día en la vida de dos jóvenes palestinos amigos desde la infancia, uno de los cuales decide convertirse en terrorista suicida. Su director Hany Abu-Asad reconoció que el tema fue muy difícil y llevó mucho tiempo pensar cómo presentarlo. Pero más difícil que la realización del guión, fue su rodaje realizado íntegramente en Nablus, íntegramente en Cisjordania durante la ocupación militar, en ocasión de la segunda Intifada. El equipo de filmación no sólo debió enfrentarse a diario a la dificultad de pasar por controles fijos y móviles, sino también a tiroteos y lanzamientos de misiles y morteros por parte de soldados israelíes y la respuesta de los militantes palestinos. “Rodamos en Nablus con un equipo de 80 personas y cámaras de 35 mm mientras los israelíes asediaban la ciudad”, declaró el director “En condiciones casi imposibles, pero lo conseguimos porque casi estábamos dispuestos a dar la vida para sacar la película adelante”. En una ocasión, el ejército israelí se posicionó detrás de la casa en la que el equipo preparaba una escena. De pronto, se vieron atrapados en un fuego cruzado. “Nos pasamos dos horas tirados en el suelo, sin poder movernos”, recuerda Hany Abu-Asad, “Pero cuando acabó el tiroteo, seguimos como si nada” Pero la dureza del rodaje hizo que seis técnicos alemanes decidieran irse. Hany Abu-Asad coescribió el guión con Bero Beyer y desarrolló el proyecto con el apoyo del Laboratorio de Guionistas de Sundance. Del mismo director es la película Omar una historia de amor, atravesada por las complejidades de la resistencia.
Palestina Blues, 2007 . En el documental del escultor palestino estadounidense Nida Sinnokrot. un grupo de campesinos que luchan contra las autoridades por la pretensión de éstas de apropiarse de su tierra, fuentes de agua y cosechas, con el argumento que obstaculizan la construcción de un muro de seguridad, Todo se inicia con la persecución de unos tanques a un grupo de civiles que se manifiesta pacíficamente por el asesinato de una pacifista – Rachel Corrie – aplastada por un bulldozer Caterpillar, cuando la joven intentaba impedir que la máquina, por orden del gobierno de ocupación, demoliera por enésima vez una vivienda de una familia nativa. Seres humanos inermes enfrentándose inútilmente contra monstruosas máquinas de acero, dejando además a su paso una estela de gas lacrimógeno y a ratos también descargas de proyectiles de todo tipo, contra personas que simplemente gritan o permanecen de pie. La macabra selectividad de una dictadura, que causa terror entre los disidentes, no desaparece acá sino que se amplifica a una especie de terror global, donde los niños, mujeres y ancianos pueden ser objetivo militar.
El primer largometraje de Annemarie Jacir, La sal de este mar, que se estrenó en 2008 y fue presentado en el Festival de Cine de Cannes, cuenta la historia de una mujer estadounidense que viaja a Israel para visitar la tierra donde vivía su abuelo antes de que los palestinos fueran expulsados en 1948. La película se rodó con un equipo formado principalmente por novatos reunidos por el director, entre ellos un ex conductor de ambulancia, un joyero y un DJ de radio. Otra complicación que enfrentan Jacir y sus colegas es la limitación de movimiento y acceso a los territorios palestinos. Desde la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza en 1967, las autoridades israelíes han impuesto diversos grados de restricciones al movimiento de personas dentro y fuera de los territorios, según Amnistía Internacional, en 2007, año en el que Jacir rodó la mayor parte de su película, registro informó de 84 puestos de control y 465 bloqueos sólo en Cisjordania. Para poder rodar legalmente, la directora y su equipo tuvieron que solicitar permiso para salir de Ramallah. “Todos los miembros del equipo fueron rechazados. Así que simplemente pasar los puntos de control y la logística para mantener unido al equipo de filmación fue un obstáculo” comentó Jacir.
La sal de este mar fue presentada por Palestina a los Premios Óscar de 2008. Fue premiada en varios festivales internacionales de cine, como el Festival Internacional de Cine de San Sebastián donde se le otorgó un premio Cine en Movimiento, el Cinefan (Festival of Asian and Arab Cinema) donde ganó el premio de la FIPRESCI, el Festival Internacional de Cine de Dubái donde su directora se llevó el premio Muhr Arab al Mejor Guión, y el Festival de Cine de Cartago donde recibió el premio Randa Chahal.
Cinco cámaras rotas (5 Broken Cameras), 2011 es uno de los mejores y más complejos documentales, filmado íntegramente en y alrededor de una aldea palestina en la zona ocupada. Al igual que otras realizaciones cinematográficas, figura como una metáfora de la capacidad de resistencia y de responsabilidad social, registrados a partir de hechos cotidianos por el director y protagonista Emad Burnat, El es un campesino y pequeño propietario que pasa sus días y noches registrando la vida sobre él en su Bil’in natal, el municipio donde su familia ha vivido durante generaciones. Emad compró su primera cámara cuando nació su cuarto hijo, Gibreel, en 2005. Inicialmente la usó para películas caseras y luego, por invitación de ellos, para hacer fotografías similares para sus vecinos. Emad hizo esta película durante cinco años, y el título se refiere a las cinco cámaras que fueron destrozadas por el ejército israelí durante ese tiempo. Los soldados lanzaban bombas de gas, rompían las cámaras, arrestaban a familiares y amigos. Al darse cuenta de que su cámara es una herramienta de empoderamiento, Burnat se da cuenta de que también es un medio para unir a su comunidad.”Filmo para curar”, dice. “Sé que pueden llamar a mi puerta en cualquier momento, pero sigo filmando. Me ayuda a enfrentarme a la vida. Y a sobrevivir”.
Entre las últimas realizaciones se destaca A 200 metros (2020), ópera prima del realizador Ameen Nayfeh, premiada en Venecia y en numerosos festivales . La película aborda las dificultades que enfrentan los ciudadanos palestinos en su precaria vida diaria, en particular los de la zona de Cisjordania. El muro israelí separa al protagonista Mustafa, un trabajador palestino, de su familia que vive al otro lado del muro en la ciudad palestina de Tulkarm, y relata los esfuerzos del padre que intenta visitar a su hijo al otro lado del muro el día de su cumpleaños.
Un catálogo parcial de otras películas lo integran:
Vals con Bashir(2008) Ari Folman
El limonero (2008) Eran Riklis
Crayones de Askalan (2011) Laila Hotait.
Sueños detrás del muro (2015) Elena Herreros
Gaza mon Amour (2020) de Arab Nasser
Farha(2022) de Darin J Sallam
Una casa en Jerusalem(2024) de Mauyad Alayan
¿Será posible volver a realizar cine de ficción en Gaza después del genocidio en curso? ¿Cómo se logrará armar un relato capaz de compilar las miles de imágenes, fragmentos desgarradores, de la masacre registrada en vivo?
En 1920, después de la Primera Guerra Mundial, el país estuvo bajo el mandato de Gran Bretaña y pasó a llamarse oficialmente Palestina. La Declaración Balfour decretó que era la patria de los judíos y fue reconocido como Estado de Israel en 1948. Un millón de palestinos fueron desplazados a la Franja de Gaza en la costa oeste, en Cisjordania y en otros países. Palestina dejó de existir como entidad política. Posteriormente, esto se llamaría “La Catástrofe”, la Nakba.
Un anticipo de la barbarie sin límites que arrasa con la vida en Gaza, lo cual demuestra que no es el atentado de Hamas la causa principal que acciona esta política neocolonialista de Israel, es el documental “Nacido en Gaza”, filmada en 2014 por Hernán Zin, director nacido en Argentina, que relata las consecuencias de la ofensiva israelí en Gaza en julio y agosto, de ese año, en ese momento fueron 500 los niños asesinados.