Trad. de João Alexandre Peschanski.
Boitempo: San Pablo, 2001, 224 págs.
En las últimas décadas se observan grandes transformaciones en la economía mundial y un intenso proceso de reestructuración productiva del capital por medio de la integración de los mercados financieros. Estos cambios se basan en el ideal político neoliberal de libre comercio y menor presencia del Estado como poder regulador de las relaciones entre capital y trabajo. Todo esto implicó el retroceso de conquistas sociales y un período caracterizado por grandes pérdidas para la clase trabajadora, en contraposición al aumento del poder de la clase burguesa. En este contexto, no es anticuado hablar de clases en el capitalismo: es lo que revela David Harvey, profesor de antropología en la City University of New York (CUNY), en ésta esta obra lanzada en abril de 2010 en los Estados Unidos y ahora (2011) en Brasil.
Llega en buena hora, en el momento en que otra severa crisis del sistema conduce a manifestaciones anticapitalistas en diversas partes del mundo (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Grecia, España, China, Chile y Brasil), cuestionando un modo de vida que concentra riquezas, lleva al desempleo masivo y a la falta de políticas sociales. Harvey pone al alcance de estudiosos y también del gran público una obra audaz, fruto del análisis crítico y riguroso del modo en que el capital se mueve en busca de ganancia, tratando de superar todas las barreras que aparecen en su camino, sometiendo toda la sociabilidad humana a la lógica de la acumulación. Es una obra esclarecedora, destinada a quienes no se contentan con las explicaciones fetichizadas, la naturalización del capitalismo, la neutralidad del desarrollo tecnológico o incluso de la libertad del individuo: la libertad es para quienes pueden pagarla, el capitalismo es una construcción histórica y el dinamismo tecnológico está íntimamente relacionado con la necesidad de economizar y controlar el trabajo vivo.
Para Harvey el sistema del capital está orientado a la expansión y acumulación. Por ello, necesariamente, las empresas capitalistas están siempre en busca de nuevos mercados, redefiniendo los espacios y formas de relación con la naturaleza, en dirección al objetivo primordial del mejor y más eficiente control del capital sobre la producción de valor. El resultado es lo que llama “compresión del tiempo-espacio”, es decir, un mundo donde el capital se mueve cada vez más rápido y se compactan las distancias (pág. 131). Harvey, como ya venia demostrándolo en trabajos anteriores como La condición posmoderna, hace un contundente análisis del flujo del capital que, en un proceso de creciente mundialización, busca superar las barreras a esa misma acumulación.
El autor subraya que uno de los obstáculos a la acumulación del capital en la década de 1960 fue el trabajo, dado que éste había conquistado un conjunto de derechos en el ámbito del Estado socialdemócrata. Puede decirse que el régimen de acumulación fordista posibilitó la superación de las barreras para la acumulación sustentable de capital, basadas por un lado en la resistencia de los trabajadores a los intentos de aumentar la productividad y por otro lado en las desproporciones entre producción y consumo. Estas barreras fueron superadas mediante la institución de una negociación colectiva que involucraba capital y trabajo, garantizada por el Estado keynesiano, Estado intervencionista o Estado de bienestar social.
En el ámbito del régimen fordista de acumulación, el Estado intervencionista o socialdemócrata trató de promover y asegurar simultáneamente la adecuación de los trabajadores al proceso de intensificación del trabajo y el crecimiento del mercado de consumo, con la intermediación de una política macroeconómica y corporativa que regulaba producción, demanda y distribución. La era fordista (o taylorista-fordista) alcanzó su mayor desarrollo en la década de 1950. En ese periodo, ya se había superado la fase de reconstrucción de la capacidad productiva de posguerra y se consolidaba el patrón de producción y consumo basado en las ventajas de las economías de escala y en la utilización de una fuerza de trabajo altamente especializada. En la segunda mitad de la década de 1960, la estabilidad y hegemonía del régimen taylorista-fordista comenzaron a ser cuestionados, hasta llegar a la crisis de los años 1970.
Con el agotamiento de ese patrón de acumulación fordista, el capital retomó el proceso de internacionalización, iniciando un movimiento de globalización y trasnacionalización, tanto a nivel o mercados como a nivel de la producción. La reestructuración productiva del capital conlleva también un nuevo marco político institucional, de base liberal, el neoliberalismo, inaugurado en 1979 con el gobierno conservador de Tatcher en Gran Bretaña. Las empresas aprovechan cada vez más el nuevo marco neoliberal para reorganizar las modalidades de su internacionalización, para modificar su relación con la clase trabajadora vía intensificación de los procesos de flexibilización y prácticas de mercerización y subcontratación, de trabajo temporario y de trabajo en grupos. Para Harvey “el neoliberalismo legitima prácticas draconianas destinadas a restaurar y consolidar el poder de clase capitalista” (pág. 16). Así, el proceso de reestructuración productiva de las empresas no es más que la reestructuración del capital en la búsqueda de asegurar su expansión y acumulación, inaugurando la nueva fase de acumulación del capital a la que denominó Acumulación Flexible.
Harvey comienza por la discusión de la crisis económica de 2008 para demostrar que esta, tal como las anteriores, es intrínseca e inherente al modo de producción capitalista. “Las crisis financieras sirven para racionalizar las irracionalidades del capitalismo” (pág. 18). Hace luego un análisis de las crisis en el curso de la evolución del capitalismo intentando -exitosamente- explicar el proceso mediante el cual el capital, a través de ellas, realimenta, siempre con nuevos arreglos temporales y espaciales, su expansión y acumulación. Destaca que la tasa mínima de crecimiento aceptable para una economía capitalista saludable (es decir, con ganancia para los capitalistas) según los analistas económicos es de 3% anual. Ocurre que mantener tales tasas resulta cada vez más difícil, lo que ha llevado a las crisis en función del ascenso del capital financiero ficticio. El autor afirma que en los Estados Unidos en 2009 estaban paralizados un tercio de los equipos de capital en tanto el 7% de la fuerza de trabajo estaba desempleada o parada (pág. 185).
La tesis central del autor es que el capitalismo constituye un modo de producción apuntado a la acumulación y la ganancia, necesita una continua expansión e innovación. “El capital no es una cosa, sino un proceso en que el dinero es perpetuamente enviado en busca de más dinero” (pág. 41). Afirma que el capitalismo es un sistema inherentemente contradictorio que evoluciona de manera aparentemente incontrolable, porque los principios en que se basa dicha evolución son aparentemente oscuros. Para comprender el enigma del capital, por lo tanto, resulta fundamental comprender la dinámica evolutiva de la acumulación capitalista especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se produce la Primer Revolución Industrial y pasa a predominar el capital industrial o productivo.
Harvey retoma en este libro los presupuestos de la teoría de Marx, según la cual a partir de las relaciones sociales en el acto de producción se forman todas las subsiguientes relaciones estructurales de los hombres en sociedad las que, a su vez, condicionarán también las relaciones materiales de producción. Son las relaciones sociales de producción las que determinan, por consiguiente, la división social del trabajo. Siendo así, dadas ciertas relaciones sociales de producción y consecuente división social del trabajo, los hombres determinan la forma de producción y distribución de los productos, dividiéndose en clases sociales históricamente antagónicas.
La estructura social en clases presupone intereses divergentes y conflictivos en la medida que los sujetos necesitan satisfacer sus necesidades naturales mediante la explotación del trabajo ajeno o del propio por otro. El antagonismo de clases adviene de la básica necesidad humana de producir y reproducir sus condiciones materiales de existencia bajo determinadas condiciones sociales. La separación entre clases antagónicamente interdependientes se basa en la propiedad o no de los medios de producción, que a su vez se basa en la explotación del trabajo. Partiendo de esas consideraciones, Harvey realiza un profundo diagnóstico de cómo se mueve el capital en busca de ganancia en diversas esferas de actividad relacionadas entre sí. Estas esferas de actividad son: 1) tecnologías y formas de organización; 2) relaciones sociales; 3) acuerdos institucionales y administrativo; 4) procesos de producción y de trabajo; 5) relaciones con la naturaleza; 6) reproducción de la vida cotidiana y de la especie y 7) concepciones mentales del mundo. Destaca que, al mismo tiempo que están interrelacionadas, cada esfera de actividad posee una lógica propia, evolucionando y transformándose en una totalidad “socio ecológica” compleja y dialéctica. El hecho de que en el proceso evolutivo humano las esferas estén interrelacionadas, pero poseyendo cada una de ellas una lógica propia, produce tensiones y contradicciones en el capitalismo. “Es lo que lleva, en determinado tiempo y lugar, a que una esfera se superponga a otra, asumiendo el papel de vanguardia” (pág. 108)
Para demostrar la interrelación entre esferas, el autor afirma que si bien la tecnología y formas organizativas son cruciales, hay situaciones en que la escasez de oferta de trabajo o de materia prima lleva a la búsqueda de nuevas tecnologías y formas organizativas. Harvey critica duramente las concepciones teóricas que insisten en explicaciones monocausales, en desmedro del análisis de la tensión dialéctica en el modo de producción capitalista. En ese sentido, para el autor, las ideas de que las nuevas tecnologías son la respuesta a los problemas del mundo no son más que fetiches.
En un lenguaje didáctico y accesible, Harvey analiza el flujo del capital, destacando sus elementos determinantes: orientación a la acumulación, en base a la explotación del trabajo humano y el dinamismo tecnológico. Es un modo de producción social destructivo y la necesidad política de nuestro tiempo es encontrar alternativas al mismo, que están históricamente asociados a los comunistas y socialistas. Para el autor los comunistas, tal como dijeron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, en su acepción original no pertenecen a ningún partido. “Son quienes entienden las limitaciones, las deficiencias y los efectos destructivos del orden capitalista, así como sus máscaras ideológicas [...]. Son aquellos que trabajan para producir un futuro diferente del que anuncia el capitalismo” (pág. 209). Afirma también que, aún si el comunismo institucionalizado está muerto y enterrado, de acuerdo a esa definición hay millones de personas comunistas, dispuestos a practicar creativamente imperativas anticapitalistas organizadas en lo que llama “Partido de la Indignación” en oposición al “Partido de Wall Street”. Harvey agrega que es fundamental la presencia de estudiantes en ese movimiento de transformación de la realidad: constituyen la generación que más ha sido afectada por la crisis y la falta de perspectivas en la actual coyuntura, y tienen una destacada presencia las ocupaciones y manifestaciones anticapitalistas.
Así, tratando un tema relevante de manera incitante, Harvey se dirige a todos los que desean reflexionar y construir una alternativa a anticapitalista, lo que hace imprescindible la lectura de su obra.
Fabiane Santana Previtali.
Universidad de Uberlandia – INCIS/UFU