24/11/2024
Por Udry Charles-André , ,
¿Cuándo comenzará la guerra bajo la batuta de los Estados Unidos? Los "observadores" han pasado de preguntar si habrá, a preguntar cuándo... Pero ¿es que la guerra ya no ha comenzado?
Sólo durante el mes de agosto de 2002 los cazabombarderos anglonorteamericanos realizaron diez incursiones sobre territorio iraquí para atacar "centros de comando". A la sombra de los debates públicos –mejor dicho, de la vasta campaña de información tendenciosa–, las fuerzas militares norteamericanas se despliegan en torno del territorio iraquí con un ritmo superior al que se registró durante la operación "Escudo del desierto" (entre el 8 de agosto 1990 y el 15 de enero de 1991), fase preparatoria de la ofensiva "Tormenta del desierto". Un diagrama de los acantonamientos de las tropas norteamericanas (de importancia desigual) en Oriente Medio, Asia Central y el Cuerno de África permite estimar la envergadura del dispositivo: Pakistán, Afganistán, Uzbekistán, Kirguistán, Kazajstán, Tayikistán, Georgia, Azerbaiyán, Turquía, Jordania, Egipto, Kuwait, Arabia Saudita, Qatar, Bahrein, Omán, Yemen, Eritrea y Kenya. A esto se agregan los buques de la flota norteamericana que se pasean por el golfo Pérsico, el mar de Omán, el mar Rojo, el Mediterráneo... Y en este dispositivo también se ubica en forma destacada Israel.
No es sorprendente entonces que los especialistas militares norteamericanos subrayen que la logística para sostener la guerra contra el Iraq es hoy cualitativamente superior a la que existía en 1990 (Los Angeles Times, 10/09/02).
El monopolio de la fuerza
Está por abrirse una tercera etapa de la guerra contra el Iraq. Después de la guerra contra el Afganistán es la confirmación de un nuevo despliegue del imperialismo norteamericano, tras la fase de transición desde finales de los ochenta hasta el 2001.
Las grandes líneas de esta política fueron esbozadas, ya a inicios de los noventa, por influyentes miembros del actual entorno de George W. Bush. Por ejemplo, el 8 de marzo de 1992 el New York Times (NYT) dejaba filtrar el contenido de un proyecto de guía para la planificación de la defensa en el período 1994-1999, escrito por encargo del Pentágono. Se trataba de definir la política militar y diplomática de los Estados Unidos para la posguerra fría (a partir de la implosión de la URSS). Sus autores eran Dick Cheney (el actual vicepresidente), Donald Rumsfeld (hoy secretario de Defensa) y Zalamy Khalilzad, que representa actualmente al consejo de seguridad nacional ante Karzai, en el Afganistán. Este documento sostiene que
[...] la misión de América consistía en asegurar que no pudiera emerger ninguna otra superpotencia en el resto del mundo. Los Estados Unidos podrían lograrlo convenciendo a los otros países industrializados avanzados de que los Estados Unidos defenderían sus legítimos intereses manteniendo un potencial militar adecuado. Los Estados Unidos deberían instaurar mecanismos para disuadir a los potenciales competidores a buscar o incluso tener pretensiones de desempeñar un papel regional o mundial más importante. El documento describía a Rusia y China como amenazas potenciales advirtiendo que Alemania, el Japón y otras potencias industriales podrían tener la tentación de rearmarse y adquirir armamentos nucleares si su seguridad fuese amenazada, y esto podría llevarlos a competir con los Estados Unidos. [1]
Esta orientación es notablemente coincidente con las recientes declaraciones de Condoleezza Rice (la cercana consejera de Bush en cuestiones de seguridad nacional), de Rumsfeld o de Cheney. El 20 de septiembre de 2002 el NYT informaba sobre un documento titulado "La estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos", en un artículo cuyo título era: "Bush expone la doctrina: anticiparse en golpear a los enemigos". Lo que podemos traducir como guerra preventiva.
El NYT hacía el siguiente comentario sobre este documento:
Evidencia un enfoque mucho más duro y agresivo de la seguridad nacional que el que fuera aplicado desde el período de Reagan. Incluye el rechazo de la mayoría de los tratados de no-proliferación [de armas nucleares] a favor de una estrategia de "contraproliferación" con relación a todo, desde el escudo antimisilístico hasta el desmantelamiento de las armas y sus componentes. Este documento indica que las estrategias de contención y de disuasión –pivotes de la política norteamericana desde los años 1940, están destinadas a ser liquidadas. En este mundo cambiante no hay posibilidad –afirma el documento–, de disuadir a los que "odian a los Estados Unidos y todo lo que este país defiende". En este momento, América está menos amenazada por estados conquistadores que por estados en quiebra [como el Iraq], lo que marca el fin de muchos elementos clave de las estrategias del período de la guerra fría.
Uno de los elementos más impactantes de este documento sobre la nueva estrategia es la insistencia en que
[...] el presidente no tiene la intención de permitir que ninguna potencia extranjera pretenda recuperar el retraso con respecto a la enorme ventaja lograda por los Estados Unidos que fue consolidada tras la caída de la Unión Soviética, hace un decenio. [...] Nuestras fuerzas serán tan sólidas –dice el documento de Bush– como para que logren disuadir a los potenciales adversarios del intento de proyectar la constitución de una fuerza militar que pueda sobrepasar, o incluso igualar, la potencia de los Estados Unidos.
Con una Rusia frenada por los problemas financieros, esta doctrina parece orientada hacia potencias como China, que aumenta sus fuerzas convencionales y militares (NYT, 20/09/02).
Todo concuerda: con las tesis desarrolladas en la Nuclear Posture Review de enero de 2002; con los discursos de Rumsfeld, y con el último reportaje concedido por Condoleezza Rice al Financial Times (23/09/02). Este diario inglés resumía su punto de vista:
En síntesis, la señorita Rice y el señor Bush creen que ellos podrán al mismo tiempo dominar a otros países y construir con ellos alianzas. Según dicen, la supremacía militar de los Estados Unidos deberá desalentar que otros países busquen por sí mismos aumentar sus fuerzas militares, y empujarlos a extender la colaboración en otros terrenos.
El mercado energético del siglo xxi
Hay que considerar la nueva guerra contra el Iraq a la luz de esta orientación general del imperialismo norteamericano. Los desequilibrios e inestabilidades políticas –a escala de un país o una región– que puede provocar la guerra están integrados en esa estrategia. Los mismos pueden abrir oportunidades para reconfigurar las relaciones de fuerza a favor de los Estados Unidos y/o de sus aliados privilegiados, para asegurarse tomar el control de algunos países ("cambiar el régimen") con nuevos recursos, para establecer nuevas alianzas y para debilitar las posiciones de sus competidores actuales o potenciales. Se trata de una característica manifestación imperialista para la redistribución de "zonas de influencia", de conquista y de pillaje. Todo esto se da en un contexto en el que el capital financiero ha impuesto sus reglas de "desregulación" y donde las "presiones" de los pueblos dominados de la "periferia", así como los de la clase obrera norteamericana, se han atenuado, en sincronía con la implosión de las sociedades colectivistas burocráticas.
En la actual conformación de la preeminencia de los Estados Unidos, la dimensión militar es crucial ya que enchaleca las contradicciones interimperialistas a favor de los Estados Unidos. Porque, hecho excepcional en la historia, este país es la primer potencia y el primer deudor del mundo. Los flujos financieros provenientes de Europa, del Japón y del resto del mundo financian los déficit norteamericanos. A esto responde el interés de controlar los demás flujos, entre otros los del petróleo como fuente energética que está en el centro de un corredor industrial decisivo que va desde la química a la electrónica, pasando por la automotriz.
Aquí, el Iraq ocupa el lugar de una "superpotencia" en quiebra. Si los Estados Unidos dependen de los flujos financieros canalizados hacia Wall Street, están también "encadenados" a las importaciones de petróleo para sus necesidades energéticas. El Informe nacional de política energética, de mayo de 2001 –conocido como Informe Cheney– establecía dos prioridades: aumentar y asegurar, a largo término, el acceso a los recursos petrolíferos de la región del golfo Pérsico, y diversificar el aprovisionamiento.
El Iraq dispone de las segundas reservas petrolíferas registradas en el mundo: 112.000 millones de barriles. Y hace más de dos decenios que las investigaciones geológicas han sido interrumpidas y solamente están en funcionamiento 24 de un total de 73 pozos. Diversas estimaciones llevan por tanto las reservas iraquíes a unos 250.000 millones de barriles (compárese con los 49.000 millones comprobados de Rusia). [2] Además, se trata de un petróleo de muy buena calidad, con costos de extracción muy bajos y fácil de transportar. Dicho de otra manera, el control de los recursos petrolíferos del Iraq permitirá tener una influencia determinante sobre los mercados energéticos del siglo xxi.
Este petróleo es, por lo tanto, el blanco de numerosas apetencias. Durante los debates en las Naciones Unidos sobre las "sanciones inteligentes" (smart sanctions) contra el Iraq, en junio de 2001, Francia propuso una resolución autorizando inversiones extranjeras en el sector petrolero, necesidad incrementada por la carencia de repuestos que hacía problemático el mantenimiento de la producción. Los Estados Unidos y Gran Bretaña bloquearon el proyecto. Pese a tales obstáculos, varias firmas petrolíferas establecieron contratos con el gobierno iraquí, adquiriendo derechos de prospección y extracción directas y sorteando así la política tradicional de la empresa estatal iraquí.
Pero todos estos planes corren el riesgo de desmoronarse porque los Estados Unidos están muy interesados en el "cambio de régimen" en el Iraq. Y los contratos de las compañías norteamericanas, europeas, rusas y chinas relacionadas con la explotación de algunos campos petrolíferos –que rondarían los 44.000 millones de barriles según la Agencia Internacional de Energía en su World Energy Outolook 2001, es decir, un total que equivale a las reservas sumadas de los Estados Unidos, el Canadá y Noruega– serían, en caso de un "cambio de régimen", declarados nulos e inválidos... Ahmed Chalabi, dirigente del Congreso Nacional Iraquí (un reagrupamiento opositor financiado por las firmas petroleras norteamericanas y apoyado por la administración Bush), hizo saber con amabilidad que ellos favorecerían el establecimiento de consorcios norteamericanos y que los contratos firmados por Saddam Houssein serían considerados inválidos... salvo que el nuevo gobierno los reconozca (Washington Post, 15/09/02). En cuanto a la prospección de vastas regiones, la compañía de Dick Cheney, Halliburton –con sus adquisiciones, Landmark Graphics y Numar Corporation, especializadas en la evaluación de reservas de petróleo y gas– estaría en la primera fila para evaluar las "existencias iraquíes" en el subsuelo. Es la dimensión de ayuda al desarrollo de la neo recolonización.
¡Alinearse!
James Woosley ilustra otros aspectos de la política de alianzas de los Estados Unidos para "eliminar las armas de destrucción masiva" y para "cambiar de régimen" en el Iraq. Este ex director de la CIA, declara sin rodeos que las negociaciones entre los miembros del consejo de seguridad de la ONU se efectúan sobre un fondo de fríos regateos: los alineados detrás de los Estados Unidos tendrán derecho al reparto de los despojos, mientras el resto deberá reflexionar sobre sus futuras alianzas... (El País, 16/09/02)
Además, el control del petróleo iraquí permitiría a los Estados Unidos no solamente disponer de "depósitos" como garantía de la regularidad del aprovisionamiento en caso de crisis con Arabia Saudita, sino también de un instrumento de presión sobre el precio del petróleo. Según el volumen extraído –aunque sólo sirva para pagar la guerra– la OPEP se debilitaría, y con ella la Venezuela de Chávez. En cuanto a Arabia Saudita, cuando el precio del petróleo perfore el piso de los 18 dólares por barril, su estabilidad financiera será sacudida. Los Estados Unidos dispondrían así de una palanca eficiente para acompañar otro tipo de cambio de régimen. De acuerdo a los precios del petróleo, las inversiones en Rusia pueden verse rápidamente desvalorizadas, pues los costos de extracción en Siberia son altos. Toda la economía rusa lo sufriría y esto Putin y sus acólitos de la Lukoil lo saben. Los Estados Unidos ya lograron abrir una brecha en el monopolio ruso del transporte de petróleo con el lanzamiento del oleoducto Bakú (Caspio) - Tbilisi (Georgia) - Ceyhan (Turquía). Los regaños de Schröder ante las iniciativas autoritarias de Bush se revelarán rápidamente como meramente electoralistas. Su visita a Blair el 24 de septiembre de 2002 marca la primera etapa de una realineación. La llamada de atención del ejecutivo del poderoso grupo Siemens, Heinrich von Pierre, será escuchada:
Las relaciones de Alemania con los Estados Unidos son particularmente importantes: el acuerdo sobre los valores políticos fundamentales y la orientación económica no deben ser considerados a la ligera […] Los recientes comentarios de Schröder sobre la política norteamericana hacia el Iraq estuvieron indiscutiblemente inspiradas por el calor de la campaña electoral. (Financial Times, 24/09/02)
La alineación tras la posición norteamericana será más rápida de lo que algunos piensan. Las tomas de posición de los imperialismos europeos no merecen la adulación de sectores de la izquierda.
Anexo
Bush y la industria bélica
Al menos treinta y dos importantes responsables de la administración Bush son ex miembros de consejos de administración, o consejeros, o bien accionistas importantes de sociedades proveedoras de armamento, y diecisiete de ellos (designados por el entorno presidencial) están relacionados con proveedores decisivos del sistema de defensa misilística: Lockheed Martin, Raytheon, Boeing y Northrop Grumman. (Washington Post, 18/08/02)
Esta situación hizo decir a W.H. Hartung, especialista en armamentismo: "La industria armamentista nuclear no tiene, en definitiva, necesidad de grupos de presión en la administración Bush: en gran medida ellos son la administración Bush" (The Nation, 13/06/02).
Tal constatación debe considerarse a la luz de la doctrina militar de la administración republicana sobre el armamento nuclear y su posible utilización. En marzo de 2002 fue expuesta en líneas generales por William Arkin, quien explicaba que, por un lado, esta política implicaba "planes integrados y sensiblemente amplificados para conducir guerras nucleares [y que] iba en el sentido opuesto a la doctrina […] que había relegado las armas nucleares a la categoría de armas de último recurso" (Los Angeles Times, 10/03/02).
Desde entonces, un gran numero de estudios y de artículos permiten identificar tres elementos que llevan a los editorialistas norteamericanos a subrayar que actualmente "las armas nucleares no son un elemento más del arsenal" (NYT, 10/03/02). En primer lugar, el Pentángono tiene la misión de preparar planes que implican el uso de armamento nuclear contra enemigos potenciales que dispongan o no de tales armas. En segundo lugar, el umbral que autorice el uso de armas nucleares debe ser rebajado: la supervivencia de los Estados Unidos ya no es el criterio. Las "represalias" contra la utilización de armas químicas o biológicas en cualquier lugar del mundo, un conflicto sobre el estatus de Taiwán o simplemente "situaciones militares inesperadas" justificarían el uso de armas nucleares. En tercer lugar, hay que desarrollar armas nucleares miniaturizadas para atacar bunkers resistentes a las llamadas armas convencionales.
Estos "civilizados" usos del armamento nuclear se inscriben en una nueva estrategia de despliegue de este tipo de armamento. La llamada "nueva tríada" incluye: a) un sistema de ataque (con armas nucleares y no nucleares); b) un sistema de defensa antimisilística (escudo), y c) una renovación de las infraestructuras con ese fin. Ante semejante evolución, surgen dos preguntas: ¿a qué empresas beneficiarán los nuevos pedidos de armamento? ¿Quiénes son los representantes del lobby militar que planifican compras y gastos gigantescos? En 21 meses, la administración Bush ha solicitado ya más de 150.000 millones de dólares de nuevos gastos en armamento, mientras que los gastos en seguridad interna se han duplicado: pasaron de 18 a 38.000 millones de dólares.
La pregunta ¿quiénes son los beneficiarios? tiene una respuesta relativamente sencilla. La concentración en la industria armamentística se produjo a un ritmo sostenido. Por lo tanto, los principales beneficiarios de las rentas presupuestarias son un número restringido de sociedades: Lockheed Martin (constructora del F-16, del F-22 Raptor, del AC-130 y del futuro Joint Strike Fighter/F-35), General Dynamics (tecnologías de guía para diversos tipos de armas), Boeing y su división McDonnell Douglas (transportadores y bombas "inteligentes", los Joint Direct Attack Munition), Taytheon (los mísiles Tomahawk, Tow, Maverick, Javelin y las bombas antibunker GBU-28...), Northrop Grumman (el bombardero B-2, el F-14, el Global Hawk, avión sin piloto...), TRW (Thompson-Ram-Wooldrige, especializada en los sistemas de comunicación), Bechtel (constructor de bases de todo tipo, tanto en Nevada como en Arabia Saudita o en Qatar).
A esto hay que añadir un gran número de laboratorios (Los Álamos, Livermore...) y de universidades. Así, se puede subvencionar, sin "distorsionar la libre competencia", sectores enteros de la industria americana, en detrimento de los competidores europeos. La supremacía tecnológica es un factor importante de la estrategia imperialista y el poderío militar permite imponer contratos de venta de sistemas de armamento americanos, desde Corea del Sur hasta Australia (véase "Gripes Over U.S. Gripo on Arms Trader", Far Eastern Economic Review, 26/09/02).
Las vedettes del lobby militar en la administración Bush rivalizan con las del sector petrolero. Dick Cheney, el vicepresidente, era miembro de la dirección de un organismo muy influyente en el sector del armamento, el Center for Security Policy. Su mujer, Lynne Cheney, formaba parte del consejo de administración de Lockheed Martin y recibía 120.000 dólares por cuatro reuniones anuales. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, ha estado asociado durante muchos años al Center for Security Police y era miembro de dos comisiones encargadas del estudio del escudo antimisiles y la militarización del espacio. Stephen Hadley, miembro actual del Consejo nacional de seguridad, trabajaba para la firma de abogados que representan a la Lockheed Martin. Peter Aldrige, subsecretario de Defensa, encargado de compras, viene de la McDonnel Douglas Electronics Systems (director general de 1988 a 1992), luego de la Aerospace Corporation, que está en la posición 33 entre los proveedores del Pentágono. Robert Joseph, asistente especial del presidente Bush, estaba ya presente en la administración de Bush padre y de Reagan y disponía de una gran influencia en la National Defense University que mantiene lazos estrechos con la industria del armamento. Paul Wolfowitz, subsecretario de Estado para Defensa, ha sido embajador americano en Indonesia de 1986 a 1989 (bajo la dictadura de Suharto), luego subsecretario de Defensa al lado de Dick Cheney con Bush padre. También ha sido consultor para Northrop Grumman. Stephen Cambone, uno de los hombres de Rumsfeld para traducir las opciones militares en asignaciones presupuestarias (es director de la oficina de programación), fue uno de los directores de investigación en la National Defense University. Richard Perl, presidente del Defense Policy Board, organismo de enlace entre la administración presidencial y el Pentágono, es conocido por ser ferviente partidario de la intervención militar en el Iraq. Sirvió a Reagan y sigue enseñando en el instituto de empresas americanas (American Enterprise Institute). Peter Teets, subsecretario responsable de la fuerza aérea, era presidente de Lockheed Martin de 1997 a 1999. Comenzó su carrera en Martin Marietta (firma de Denver que se fusionó con Lockheed en 1995). Gordon England, secretario de las fuerzas navales, fue vicepresidente de General Dynamics de 1997 a 2001.
* Artículo publicado en la revista suiza À l’encontre, nº 9, 2002. Traducción del francés de Aldo Andrés Romero revisada por Carlos Cuéllar.
** Economista y profesor universitario suizo, marxista revolucionario miembro de Attac. Dirige la editorial Editions Page deux y escribe regularmente en publicaciones de diversos países. Es colaborador de la revista Herramienta.
[1] Ver el estudio de Frances FitzGerrald "George Bush and the World", en The New York Review of Books, 26/09/02.
[2] Raad Alkadiri, "The Iraqi Klondike. Oil and Regional Trade", Midle East Report, 220, otoño de 2001.