Aunque el final era esperado siempre quedaba una esperanza. Muchas voces pedían “que aguantara porque lo necesitamos”. No ocurrió y la tristeza embarga a millones frente a lo irreparable. Se ha ido un indispensable y ningún homenaje compensará la pérdida. Cada conmemoración elige un perfil: el líder, el comunicador, el tribuno, el volcán de energías, el osado. Pero algunos homenajes disuelven su revulsivo legado del socialismo y el ALBA.
Chávez cuestionó a viva voz al capitalismo y recuperó un proyecto de emancipación que parecía sepultado. Retomó conceptos censurados, recordó a los marxistas olvidados, denunció a la burguesía y declaró su admiración por Cuba. Transmitió ideas de igualdad social y democracia real que provocaron un terremoto en la conciencia de oprimidos. No defendió vagamente la dignidad y los derechos de los humildes. Convocó a imaginar una sociedad sin explotación, competencia, ni lucro.
Esta dimensión no sólo incomoda a los partidarios del “capitalismo serio”. También molesta a los sectarios, irritados con cualquier planteo desviado de su receta. Objetan la distancia entre el proyecto y su concreción, como si ellos hubieran probado alguna capacidad para acortar esa brecha. Chávez rescató al socialismo de los libros de historia, para situarlo nuevamente entre las posibilidades del futuro.
Volvió a demostrar que ese horizonte es compatible en América Latina con el patriotismo revolucionario. Repitió la trayectoria de los militares antiimperialistas que se radicalizaron convergiendo con las luchas sociales. Y logró una sintonía con su pueblo y un impacto continental, que nunca consiguieron Torrijos o Velazco Alvarado.
Con más cuidado hay que tomar las analogías con el peronismo. Es cierto que lideró la misma irrupción de mayorías silenciadas y la misma obtención de conquistas sociales. Pero Chávez seguía un camino de Cuba totalmente contrapuesto al orden conservador. Por eso nunca avaló la gestación aparatos tan regresivos como el justicialismo. En lugar de confrontar con la juventud movilizada propiciaba la Patria Socialista.
Chávez impulsó la integración regional, pero no idealizaba los negocios y las ganancias empresarias. Los aceptaba como un dato del escenario actual y los concebía como instrumentos de recuperación de soberanía. Su proyecto era el ALBA: la unidad por medio de la cooperación. Comenzó propiciando el intercambio de petróleo por educadores con Cuba y terminó auspiciando incontables campañas de solidaridad con los desamparados de Haití, los desposeídos de Centroamérica y los necesitados de Bolivia. Estas iniciativas fueron interpretadas como “maniobras de petro-diplomacia” por quiénes sólo conciben acciones guiadas por la codicia.
El ALBA ensaya otra construcción latinoamericana, con menos funcionarios y más movimientos sociales. Chávez lo concibió retomando la experiencia de Bolívar. Si la guerra de la Independencia se expandió liberando esclavos y eliminando servidumbres, la batalla actual contra el imperio exige mayor intervención de los sujetos populares. En la preparación de esa confrontación, no ahorró denuncias de la prepotencia estadounidense.
América Latina ha perdido la voz de radicalidad que sobresalía en todos los foros, para pavimentar una estrategia antiimperialista. Se ha creado un gran vacío regional que no tiene sustituto (por el momento). Cuando se discute si Cristina o Dilma cuentan con el carisma suficiente para reemplazarlo se olvida el contenido del liderazgo vacante. El comandante decía la cruda verdad porque no temía desafiar a los poderosos. Por eso se burlaba de los diplomáticos yanquis y de los reyezuelos europeos que intentaron acallarlo.
Chávez supo combinar consecuencia con inteligencia en la evaluación de las relaciones de fuerza. Esa capacidad fue muy visible en el último período, cuando delegó el gobierno, forjó un equipo, posicionó a Maduro y debilitó a Capriles. Así conjuró el vacío de poder que tanto añora la derecha. Pero aceleró su propio final, con las energías desplegadas en la campaña electoral.
El resultado de esos comicios ha sido indigerible para los custodios del orden republicano que digitan los poderosos. Cuestionan al terrible autoritario, que arrasó en 13 elecciones cristalinas y al espantoso censor, que siempre pudieron insultar desde los medios de comunicación. La sobriedad profesional en el manejo posterior de la enfermedad presidencial debería servir de modelo, a todos los negociantes del periodismo, que lucran con la tragedia de un paciente terminal.
La disputa entre profundizar o congelar el proceso venezolano se ha tornado más incierta. Hay una tensión cotidiana con los burócratas que utilizan el disfraz bolivariano para enriquecerse, recreando el rentismo exportador y el consumo improductivo. Bloquean la construcción de una economía industrial, eficiente y auto-abastecida en alimentos. Acumulan fortunas con la intermediación de las divisas del fondo petrolero, agigantan el déficit fiscal y preservan el ciclo de las devaluaciones.
Por su parte muchos de los opositores reconocen, ahora, el gran cambio perpetrado en la distribución de la renta petrolera. Aceptan que esos recursos fueron provechosamente canalizados hacia la alimentación, la educación, la salud y la vivienda popular. Nunca explican por qué razón, ningún presidente anterior concretó esa transformación.
Las conquistas logradas están a la vista y son muy significativas. Pero no alcanzan y podrían perderse si se pospone la radicalización del proceso económico. Ya no hay un conductor y llegó el momento para conformar direcciones más colectivas y electas por la base. Esta evolución es posible por el carácter inesperado de los procesos históricos. Nadie imaginaba, por ejemplo, hace diez años el giro que introduciría el movimiento bolivariano.
Chávez ingresa en la historia por la puerta grande para ocupar un lugar junto al Che. Guevara fue el símbolo de una revolución ascendente que despertó grandes expectativas en la expansión inmediata del socialismo. Chávez apareció en otro contexto. Expresó las rebeliones que conmovieron a Sudamérica al comienzo del siglo XXI y encarnó los triunfos contra el neoliberalismo. Dos figuras excepcionales para dos momentos de un mismo recorrido hacia la igualdad, la justicia y la emancipación.