23/04/2024

Notas sobre la emergencia de una Nueva Generación Intelectual en la Argentina

Por Pacheco Mariano , ,

A modo de introducción

Como en la historieta de Héctor Germán Oesterheld, El Eternauta, para quienes nos sentimos parte de la Nueva Izquierda Autónoma, las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre de 2001 funcionan como símbolo insoslayable de un héroe que es colectivo. Tanto las experiencias que surgieron entonces como las que se venían desarrollando y se fortalecieron con la rebelión dan cuenta de un proceso de insubordinación al modelo neoliberal y de revisión de las apuestas revolucionarias de transformación social. La revuelta permitió volver a entender la política en una clave creativa y no subordinada a los poderes hegemónicos. Puso en cuestión la lógica estatal, pero también las visiones vanguardistas, partidocéntricas e intelectualistas a las que tan apegadamente se encontraron siempre ligadas las experiencias de la izquierda tradicional.

En diciembre de 2001 se puso de manifiesto aquello que se venía amasando desde el subsuelo de la historia: que la política (de emancipación) necesita de los cuerpos en movimiento y de la emergencia de nuevas subjetividades. De allí, la importancia que tuvieron las puebladas que a partir de 1996 se dieron en el país (de Cutral Có en adelante)[1] y la emergencia del zapatismo en México en 1994, junto a las luchas antiglobalización que se produjeron en los países centrales.

Desde entonces, la recuperación de empresas; los piquetes que parieron a las organizaciones territoriales; las cacerolas que dieron emergencia a las asambleas barriales; las expresiones de un nuevo sindicalismo de base, democrático y participativo; la reconquista de algunos centros y federaciones universitarias; la explosión de los estudiantes secundarios; la resistencia contra el saqueo de los recursos naturales y la contaminación; los escraches de los Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS)[2] en continuidad con la pelea emprendida tiempo antes por las Madres y las Abuelas[3]; la cada vez más visible la lucha por la diversidad de géneros; la emergencia de colectivos culturales y comunicacionales que comenzaron a cuestionar el monopolio de la información y el autoencierro del arte. En fin, todas esas experiencias que en Argentina emergieron desde abajo y a la izquierda, junto con los importantes avances populares producidos en Venezuela y Bolivia, y han sido elementos fundamentales en la emergencia de una nueva manera de entender el mundo y de intervenir sobre él. Como parte de este proceso, entiendo, se ha ido gestando, también, una nueva generación de intelectuales de izquierda.

Partisanos (los intelectuales como activistas y trabajadores de la cultura)

Era muy joven y no sabía que el mundo académico era más peligroso que el de los espías.
En el mundo de los espías existen algunos agentes dobles;
en el académico, todos los agentes son dobles.
Pablo De Santis, La traducción

Nueva generación intelectual  

Las incitaciones y ensayos de Omar Acha (2008) abrieron un horizonte de debates al interior de un sector de la intelectualidad.[4] En paralelo, Maristella Svampa propició la figura del “intelectual anfibio”. Y una serie de intelectuales se nuclearon en torno a Carta Abierta (a los que no me referiré por razones de espacio).

Acha plantea en su libro algo que me parece central: no se puede continuar hablando del intelectual en términos clásicos. Quienes filman, diseñan escenarios, actúan, son tan intelectuales como quienes escriben o editan libros, así como quienes se dedican a las prácticas artísticas –músicos, malabaristas, murgueros–, periodísticas –del blog o del papel– o docentes. Teniendo como punto de partida el ánimo de ruptura del período de crisis del 2001-2002 (momento en el cual la “generación anterior” se mostró incompetente, conservadora), la nueva generación de intelectuales se encontraría aun en un momento de emergencia. Claro que para Acha el tema de los 70 es central[5], entre otras cosas porque como generación nos vemos marcados por una ausencia[6] con la cual poder polemizar. Pero eso no quita que asumamos que somos una generación de nuevo tipo: tal vez la primera que no piensa, siente y crea apelando a una filosofía de la historia progresiva, a ideas trascendentes y liderazgos carismáticos. ¿Qué nos une? La asunción grupal de una situación histórica; la vocación de hacer una obra colectiva, dice Acha, y aclara enseguida que no tiene que ser, necesariamente, unitaria, homogénea ni uniforme, sino que basta con que tenga una serie de temas comunes alrededor de los cuales articularse. En fin, una generación[7] que, a diferencia de la anterior, entusiasmada hoy en día con la narratividad kirchnerista[8], no pretenda “restaurar el mito de la Argentina normal”. Una generación que asuma el desafío de pensar, sentir, actuar por fuera de la lógica binaria hegemónica, esa que parece condenarnos a tener que optar siempre entre el obrerismo marxista o el caudillismo peronista. Una generación que, desde una perspectiva latinoamericana, contribuya a gestar un movimiento de revolución cultural.

Por su parte, Ariel Petruccelli destaca que lo que importa (lo que nos importa) es la definición política y no tanto sociológica del concepto. Es decir, cómo pensar a una nueva generación de intelectuales... de izquierda. Una intelectualidad que, a diferencia de la de épocas precedentes, no privilegie (no busque privilegiar tanto) las grandes figuras, sino más bien que se empeñe en gestar colectivos, grupos, asociaciones de trabajo intelectual, que se liguen –que se acoplen– a otras prácticas militantes. De allí, o por eso mismo, que la Nueva Generación de Intelectuales de Izquierda no pueda pensarse desligada de la emergencia de una Nueva Izquierda –según destaca Mazzeo: una “Nueva nueva izquierda”– parida al calor de la protesta social, de la acción directa y los procesos de autoorganización popular del período 2000-2003. Una nueva intelectualidad que reivindique una hermenéutica situada.

Partisanos

Incómodos en la academia –sitio por excelencia donde se promueve y cristaliza la relación saber/poder– no podemos sentirnos parte de lógicas que nos resultan casi por completo ajenas (habitar la academia tal como un obrero habita su fábrica y no su sindicato)[9]. Sin embargo, siguiendo los consejos de Sun Tzu, admitimos que los territorios en el interior del reino enemigo son estratégicos, mucho más que los cercanos a sus fronteras. De allí que no sea prudente descartar de antemano y por purismos conceptuales la intervención en la academia. Pero es una disputa al interior de un dispositivo que pretendemos cambiar de raíz, porque, a diferencia de lo que promueve la intelectualidad radical, la academia estandariza opiniones, moldea la producción, obliga a la especialización, busca adaptar todo a su lógica burocrática. Tanto los horizontes como los lenguajes de una y otra pertenecen a universos antagónicos. Ese antagonismo nos hace sentir un tanto ajenos al postulado de Svampa, para quien el intelectual (anfibio) es aquel capaz de “habitar y recorrer varios mundos, y desarrollar por ende, una mayor comprensión y reflexión sobre las diferentes realidades sociales y sobre sí mismo” (2008: 31). Sin desconocer –y en esto tiene razón–­ que se corre el riesgo de que el “investigador militante” se convierta en un activista tiempo completo, descuidando la práctica específica.

Para ir cerrando y tomando distancia del arte de la guerra oriental, podemos acercarnos a la idea de duelo. No ya un duelo de características tradicionales (individualizado y aristocrático), sino entre fuerzas sociales y políticas, pero que recupere el propósito manifiesto del duelo, según lo expresó un gran duelista literario: “que una de las dos partes–, al menos, resulte herida, cuando no muerta inmediatamente” (Conrad, 1977: 18-60).

Perversos y polimorfos

Avanzaron en la línea de la mecánica nacional
(copiar-adaptar-injertar-inventar)
Ricardo Piglia, Blanco nocturno

¿Cómo definir nuestra posición? Tal vez podamos apelar a algunos adjetivos para dar cuenta de lo que se está tratando de decir. Polifónicos, polifacéticos, policromos, polígrafos..., en fin: perversos y polimorfos. Hurgando en los significados de estas palabras se me vinieron a la cabeza algunos ejemplos para ilustrar estas ideas.

Polifonía (varias voces). El grupo musical Contraviento[10] ha creado, con el devenir de sus presentaciones, una canción de canciones, donde los instrumentos musicales se van entremezclando con las voces principales, las del coro y las del “público” (va entre comillas, porque es cierto que en determinados momentos, cuando los músicos se mezclan con su público, es difícil diferenciar quién es quien), y lo que surgió como un himno de lucha callejera aparece ahora como el fragmento de una canción más larga, donde se incluyen melodías que incitan a emociones encontradas.

Polifacético (varias fases). Desde hace varios años, para las jornadas de resistencia cultural que todos los 25 y 26 de junio se organizan en la estación ferroviaria antes llamada Avellaneda, hoy Estación Darío y Maxi, transformada en una Escultura Popular,[11] en esas actividades que se realizan en conmemoración y homenaje de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki,[12] se ha confeccionado una bandera de banderas. Cada organización, colectivo, movimiento (“piquetero”, pero también cultural, feminista, estudiantil, sindical...), ha puesto lo suyo: una bandera, o pedazo de bandera, con su color, su símbolo, su nombre. Así se ha gestado esa bandera gigante, sucia, desprolija, hecha de retazos, con la cual los integrantes de los distintos grupos se mezclan en la movilización.

Policromo (varios colores). No resulta un dato menor que los colores rojo y negro, celeste y blanco, violeta, azul-verde-amarillo-rojo-violeta-blanco-naranja, aparezcan mezclados en una misma columna movilizada. Es más, no es que confluyan distintos colores que identifican a distintas organizaciones en una única columna, sino que esos colores aparecen mezclados, muchas veces, en un mismo movimiento, y aun en una misma bandera. Tal vez esa mezcla sea un rasgo distintivo de la Nueva Izquierda (Autónoma) que se viene gestando.

Poligrafía (o escritura en diversas materias). ¿Qué tipo o género de escritura lleva en su nombre la identificación con lo provisorio, lo previo a un texto definitivo? ¡El ensayo! ¿El ensayo, un género? En caso de serlo: un género de batalla. Con su propio estatuto dentro del sistema literario. Los ensayistas como duelistas. O como partisanos. El ensayo como forma de escritura que posibilita ir y venir entre distintos “géneros” y diversas “disciplinas” (seguramente por eso es considerado muchas veces un “género menor”). Porque el ensayo es una práctica que se propone conjurar, cuando no enfrentar de manera directa, el “terrorismo académico”. Y su escritura, una práctica que se propone actualizar (mediante su lectura), los recorridos de lecturas que hemos emprendido en distintos momentos, urgidos por distintas preocupaciones, atravesados por distintos deseos y diferentes coyunturas. ¿Qué otra cosa es el ensayo sino una conversación entre lectores? Gestar nuevas conversaciones, con nuevos lectores es uno de los propósitos de la ensayística. Para decirlo con palabras de Malraux (mediadas por la lectura y la escritura de Grüner), el derrame sobre el mundo de las reflexiones que provocan las lecturas, no es otra cosa que el pasaje del tratado al ensayo, de la ciencia a la conversación. En ese sentido, la ensayística es un tipo de escritura mucho más afín a nuestros propósitos. Por su impureza, mezcla, dislocamiento; escritura apasionada, desestabilizadora, anticlasificatoria. Por todo esto es que hago (hacemos) esta reivindicación apologética del ensayo.

Perversión-polimórfica (diversas formas, distintas a la norma). Lo perverso polimorfo, en clave psicoanalítica, o freudeana, para ser más preciso, remite a lo atípico: lo otro de lo normal (Laplanche y Pontalis, 2001); es decir, remite a toda desviación respecto de la norma.[13] No está de más remarcar que aquí la lectura del psicoanálisis es políticocultural[14], y que si lo traemos a cuento se debe a que no se puede ignorar el peso que el psicoanálisis ha tenido (y aún tiene), a la hora de efectuar estos análisis. Podría decirse que estas conceptualizaciones psicoanalíticas nos vienen bien para (invertidas) pensar (des-moralizadas, como lo hizo el mismo Freud) las coordenadas políticoculturales que pongan en cuestión la normatividad social vigente.

Glosa (I)

Yo adoro sus contradicciones –“yo me traiciono a mi mismo”–.
Su rechazo del Nobel. Sus diferentes devenires que imposibilitan su
“captura”. Su definición. Sartre fue sólo Sartre.
Eduardo Pavlovsky, Resistir Cholo, cultura y política en el capitalismo

Perversa y polimorfa si las hay, la figura de Jean Paul Sartre no deja de interpelarnos. ¿Cómo no hacernos eco de frases como “nuestra intención es contribuir a que se produzcan ciertos cambios en la sociedad que nos rodea” o “nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo”? Y esta otra, canónica: “¿Cómo –dicen– es que eso de escribir compromete?” (Sartre, 1981). El compromiso del escritor, he aquí el inicio de un mal entendido, porque su teoría del compromiso, más allá de su posición personal durante los ‘60 y ’70,[15] poco y nada tiene que ver con lo que suele “divulgarse” bajo el mote de intelectual comprometido. En primer lugar, porque el compromiso es una posición existencial que excede la opción política. Se puede estar comprometido con la derecha, o más aún –nos dice Sastre–, la abstención de posición también es una elección. Veamos, además, que Sartre habla de “contribuir” y “colocarse al lado”. Nada que ver con esa figura vanguardista del intelectual comprometido como aquel que ejerce la dirección del proceso.

También, se le ha criticado a Sartre que esa figura del compromiso estaría sostenida sobre principios de una libertad incondicionada, eterna. Sin embargo, sus expresiones sobre este tema son contundentes en sentido contrario al que se le critica:

Totalmente condicionado por su clase, su salario, la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta en sus sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición y la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado su porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija resignado o revolucionario; y es de esta elección de lo que es responsable. (Sartre, 1981: 22)

En cuanto a escribir, Sartre (2000:159) nunca deja de sostener que es un oficio: “¿Qué es un escritor? Simple: un hombre entre los hombres”. Escribir, nos dice, es actuar. Y porque la palabra es acción, puede contribuir a producir ciertos cambios en la sociedad. La palabra puede ser un arma en el combate por la emancipación. Se podrá objetar que mientras unos actúan poniendo el pellejo, otros lo hacen desde su escritorio. Pero también en esto Sartre no vacila: “Llega el día en que la pluma se ve obligada a detenerse y es necesario entonces que el escritor tome las armas... La escritura lanza al escritor a la batalla”. La literatura, en sentido amplio, es como un llamamiento, se escribe para que otros lean. Por eso, porque no se escribe para esclavos, escribir es, también, cierta forma de querer la libertad, de luchar por ella. No es que haya que elegir entre un fin u otro. Los fines se inventan, Sartre (2000:251) insiste: “El hombre tiene que inventar cada día”. Una utopía, sí, puede ser: escribir para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo; utopía que no niega, sin embargo, los desafíos organizativos y políticos que presenta la guerra. De hecho, alguna vez supo señalar que la necesidad de formar cuadros para intervenir en funciones especializadas como la industria, el periodismo, etcétera, entraba en tensión con el principio de una comunidad que produce sus valores (Sartre, 1977). Tensiones que fueron incorporadas como parte constitutiva de sus intentos narrativos. Por ejemplo, con su propuesta de narrativa situada: que no ofreciera respuestas tranquilizadoras, sino que inquietara; que dejara dudas y esperas por todas partes, que obligara al lector a gestarse sus propias conjeturas (que fueran, a su vez, un punto de vista más entre las perspectivas de los personajes), en fin, obras que irritaran porque proponen tareas incumplidas, inconclusas, obligando al lector a asistir a “experiencias cuyo desenlace es incierto” (Sartre, 1979: 208).

Finalmente, Sartre nos interpela –también– porque no puede dejar de resonar en nuestras cabezas su otra célebre frase:

El marxismo, lejos de estar agotado, es aún muy joven, casi está en la infancia, apenas si ha llegado a desarrollarse. Sigue siendo, pues, la filosofía de nuestro tiempo; es insuperable porque aún no han sido superadas las circunstancias que lo engendraron. (Sartre, 1995: 34)

 Mucha agua ha pasado ya por debajo de los puentes y no me animaría a sostener, hoy, que definirse como marxista allane muchos caminos ni que facilite mucho las cosas. Sin embargo, sigue siendo (el marxismo) indispensable, si es que pretendemos continuar sosteniendo una perspectiva de clase, no dogmática, pero sí radical en cuanto a no desconocer la centralidad que el conflicto entre trabajo y capital tiene en nuestra sociedad. En este sentido, (¿heterodoxo?) podemos rescatar las palabras de nuestro compatriota Eduardo Grüner, quien hace algunos años planteó –en pleno avance de las ideas conservadoras en el mundo– que había que redefinir tanto la teoría como las prácticas que bregaban por la transformación; que ya no se trataba de el socialismo, de el Estado, de el proletariado, sino de una “puesta en cuestión” de esas identidades “monolíticas, tributarias de un pensamiento maniqueo y perezoso”, precisando de todos modos en que esta “puesta en cuestión” puede hacerse, aun, desde el interior de un pensamiento marxista que se encuentra (asimismo) en una permanente reconstrucción de su identidad. Porque esa es una de sus virtudes: ser, en el campo de las ciencias sociales, uno de los pocos pensamientos capaces de “ponerse en crisis desde su interior”, recogiendo y reprocesando otros (y valiosos) discursos “exteriores” (Grüner, 1996: 72). En fin, como señala el mismo autor en otro lado, el marxismo por sí sólo no basta para pensar la historia, y el mejor marxismo lo supo siempre: “El mejor marxismo –los mejores marxismos, puesto que hay tantos– nunca fueron solamente marxismos”.

Por todo esto, Sartre continúa siendo una figura clave para repensar las posibilidades de labor intelectual, de izquierda, que apuesten a revolucionar la sociedad. Una figura como la de él puede ser criticada, entre tantas otras cosas, por su exageración del rol individual, pero nunca por su actitud prolífica. Dan cuenta de esto los 10 tomos de Situaciones; sus 10 obras teatrales; sus 5 novelas; sus cuentos; sus guiones cinematográficos; su autobiografía; sus obras filosóficas; sus textos de crítica literaria o las notas y entrevistas sobre teatro, sumado a su activismo político y su permanente labor periodística, cuyo símbolo emblemático fue la revista mensual Les temps modernes. Esta labor prolífica y multi (o trans) disciplinaria se torna central a la hora de pensar las tareas para una Nueva Generación Intelectual.

Perspectiva afirmativa

Según Nietzsche lo trágico nunca ha sido comprendido: trágico=alegre.
Otro modo de plantear la gran ecuación: querer=crear.
No se ha comprendido que lo trágico era positividad pura
y múltiple, alegría dinámica
.
Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía 

Cuando Friedrich Nietzsche realiza la distinción tajante entre pensador obrero y pensador artista, hace un gran aporte a las formas de concebir la producción de sentido. Claro, para quienes hoy –desde abajo y a la izquierda– pretendemos aportar, contribuir a la gestación de expresiones de resistencia cultural (de disputa con el sentido hegemónico) nos puede resultar chocante esta terminología nietzscheana. Ahora, si consiguiéramos proceder de manera desprejuiciada y nos pusiéramos “a la escucha” de esos conceptos (es más, podríamos ir más lejos e invertir los nombres con los que Nietzsche designa cada uno de esos términos), conseguiríamos –quizás– apropiarnos activamente de algunos de sus planteos. Por ejemplo, cuando menciona la moral de esclavos, diferenciándola de la aristocrática, no necesariamente tenemos que pensarla en términos “sociológicos” (es más, sería contraproducente, porque vamos a terminar generando un proceso de identificación con paradigmas que nada tienen que ver con las perspectivas de emancipación). Tomás Abraham supo destacar que se puede ser amo-proletario y esclavo-burgués, porque la micropolítica de los cuerpos no depende de la clase social, sino del sitio pulsional del que deriva el deseo.

La especie aristocrática (nótese que no es una clase social, sino un tipo de personalidad) es la que se presenta a sí misma como creadora de valores. Su arte peculiar es el del reino de la invención (Nietzsche, 2007a: 224). Es el filósofo artista, precisamente, el que tiene como tarea crear valores, el que se sabe poseedor de fuerzas configuradoras. El pensador obrero, por el contrario, sólo reproduce lo que existe. Es como aquel profesor que da clases en la Universidad (pongamos por caso la de Buenos Aires, pero puede ser cualquier otra), y que durante años (también décadas) reitera siempre el mismo monólogo ante su auditorio de estudiantes. En fin, nuestro profesor (o profesora, porque la igualdad de género aquí viene bien al caso), el que repite hasta los mismos chistes, es sólo un ejemplo actual del pensador obrero.[16] Pero hay muchos más. Podría hacerse una colección de cuentos o relatos de índole kafkiana inspirados en historias de los y las investigadores de CONICET:[17] sus paseos por congresos, sus papers, sus mismos proyectos de investigación muchas veces. Como decía, basta detenerse a pensar un minuto o dos y saldrán varios ejemplos más.

La perspectiva afirmativa no es, de todos modos, la del optimista boludo, que dice a todo sí y que no sabe decir no (es el asno el que sólo sabe decir y hacer sí; que dice sí a todo a lo existe, como supo señalar Zaratustra). La creación no es la resultante entre las fuerzas activas y reactivas, sino las fuerzas mismas configuradas de determinada manera.

Palabras finales

Porque el ensayo es un género que lo permite, en estas líneas he tratado de abordar distintos enfoques, distintas perspectivas disciplinares y corrientes teóricas (una teoría es exactamente como una caja de herramientas, supo decirle Deleuze a Foucault). También han estado presentes experiencias del activismo político, porque estoy convencido de que ellas tienen mucho que aportar a la reflexión y la producción teórica. En este sentido, no está de más recordar las palabras que Foucault (1980) le dijera a Deleuze: “Hay un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida el discurso y el saber de las masas”. Si entendemos que la producción intelectual de izquierda no debe hacer seguidismo de las masas, pero tampoco caer en la ilusión vanguardista de pretender transmitir saberes ya preestablecidos y dirigir desde la posición del que ya se las sabe todas (porque tiene conciencia, porque conoce el funcionamiento que rige la lógica del capital, etc., etc.), entonces la tarea de esta Nueva Generación Intelectual que ha parido la resistencia a la ofensiva capitalista de las últimas décadas, tiene como objetivo central revisar las coordenadas estéticas, éticas y teórico-políticas que guiaron el accionar de las generaciones precedentes.

Tal vez, como bisagra entre nuestra generación y las anteriores se encuentren algunos de los planteos de Deleuze y Guattari. Por eso, quisiera hacer aquí un breve recorte de su vasta y prolífica obra. Apenas para recuperar algunas de sus preguntas que sospecho serán centrales para nosotros en los próximos años: ¿Es posible sustraer el pensamiento del modelo del Estado? ¿Existe algún medio para conjurar la formación de un aparato de Estado (o sus equivalentes en un grupo)? Las hipótesis que ensayan en uno de los tomos de Capitalismo y esquizofrenia (en la meseta titulada “Tratado de nomadología: La máquina de guerra”) me resultan sumamente provechosas. Veo allí una enorme potencia para un pensamiento revoltoso, insubordinado, subversivo.

Ellos advierten sobre las complicidades, las mutuas implicancias que se establecen entre la forma-Estado y el modelo hegemónico del pensamiento. Si para el pensamiento es interesante apoyarse en el Estado (porque logra así una gravedad que nunca tendría por sí sólo, transformándose en un centro gracias al cual todo, incluido el propio Estado, pareciera existir gracias a su eficacia y sanción), no menos interesante es para el Estado desplegarse en el pensamiento y recibir de él la sanción de forma única, universal: “En efecto, la forma-Estado gana algo esencial al desarrollarse así en el pensamiento: todo un consenso. Solo el pensamiento puede inventar la ficción de un estado universal de derecho”. El Estado proporciona así una forma de interioridad al pensamiento, pero este proporciona al Estado la forma universal. Curioso intercambio entre la razón y el Estado, dicen: “la razón realizada se confunde con el estado de derecho, al igual que el estado de hecho es el devenir de la razón” (Deleuze y Guattari, 2004: 380-381). Por eso van a rescatar a Nietzsche y sus aforismos, a diferencia de la máxima que, en la república de las letras, funciona como un acto orgánico de Estado. El aforismo, dicen, siempre espera su sentido de una nueva fuerza exterior, de una última fuerza que debe conquistarlo o someterlo, utilizarlo.

Inventar, entonces, he aquí el núcleo central del pensamiento. Ahora bien, el intelectual -tal como lo estamos entendiendo ahora desde la Nueva Izquierda Autónoma- no sería un especialista en conceptos, en todo caso, su rol filosófico (digamos) consistiría en crear conceptos. “Crear conceptos siempre nuevos” porque “los conceptos nuevos tienen que estar relacionados con problemas que sean los nuestros, con nuestra historia y, sobre todo, con nuestros devenires” (Deleuze y Guattari , 2009: 33). Es decir, una creación inmanente a las experiencias. Producidos, o co-producidos, junto a las luchas y los procesos de organización que como clase nos vamos dando. No refugiados en una cátedra, detrás de un escritorio, sino en la calle. Calles –como señaló alguna vez Cortázar– muchas veces llenas de barricadas y ásperas confrontaciones.

Por supuesto, se podrá criticar mucho todo lo expuesto en este trabajo. De todos modos, no importa o sí: ¡bienvenido sea! ¿O no es, acaso, parte de las tareas del propio ensayo gestar polémicas y debates? Porque más que atender a un propósito individual, tal como remarcó Susana Gómez, “el ensayista político pregunta sobre las preguntas que están en discusión sobre un tema particular” (Gómez, 2007: 19). Y las respuestas, o la elaboración misma de esas preguntas, conllevan siempre una posición, que entra en discusión con otra. Alguna vez ­–y lo menciono porque un poco en ese espíritu está escrito este ensayo– ante sus detractores, Freud (1984: 241) escribió: “¡Son muchas acusaciones de una vez! Pero estoy preparado para rebatirlas todas…”. Un poco en este espíritu, comentaba, estas líneas pretenden intervenir en los debates (en las preguntas inconclusas, las respuestas truncas) que nos atraviesan como generación. Porque de alguna manera necesitamos un poco más de irreverencia y audacia, si pretendemos hacer oír nuestra voz luego de los efectos del terror (¿o acaso no ha sido ese el signo de la época post dictatorial?). Irreverencia y audacia como la que se vio en las calles durante las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre de 2001. Así también en el espacio textual, comprendiendo la literatura como un cross a la mandíbula (Arlt, 1997: 386), poniéndonos los guantes para refutar los ideales, tal vez lleguemos a conquistar un pedazo de ese suelo anhelado. O tal vez, ¿por qué no?, ponernos los guantes para refutar a quienes se empecinaron y aún se empecinan en resguardarse tras un discurso progresista que se conforma con arreglar un poco lo existente, sin transformarlo de raíz. Decía, darle un cross a la mandíbula a quienes niegan que en nuestra época aún es posible tomar el cielo por asalto.

Bibliografía                   

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Grüner, Eduardo, Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones.Homo Sapiens Ediciones: Rosario, 1996.

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Svampa, Maristella, Cambio de época, movimientos sociales y poder político. Siglo XXI editores-CLACSO: Buenos Aires, 2008.

 


[1]. Puede consultarse Pacheco, Mariano, De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, Desde el subte-El colectivo: Buenos Aires, 2010.

[2]. Agrupación argentina creada en 1995 por hijos de desaparecidos, asesinados, presos políticos, exiliados y, además, por jóvenes que comparten sus reclamos, como la necesidad de luchar contra la impunidad y por la cárcel común, perpetua y efectiva para todos los genocidas, cómplices, instigadores y beneficiarios de la última dictadura militar (1976-1983) sufrida en el país.

[3]. Se refiere a la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y Abuelas de Plaza de Mayo. Actualmente, todas ellas son organismos no gubernamentales de derechos humanos, que tuvieron un origen común durante la última dictadura militar de la República Argentina (1976-1983). Tienen como objetivo recuperar con vida a los detenidos desaparecidos, establecer quiénes fueron los responsables de los crímenes de lesa humanidad y promover su enjuiciamiento. Al mismo tiempo, Abuelas de Plaza de Mayo trata de localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados-desaparecidos o nacidos en centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar. La mayoría de estos niños fueron apropiados y privados de su identidad por militares y/o familias allegadas y cómplices.

[4]. Ver El Nuevo Topo n° 6 (2009).

[5]. De ahí que ameriten un balance crítico, que permita “atravesar” los problemas allí planteados.

[6]. La de una generación diezmada por la dictadura y silenciada –como proyecto– por los “consensos democráticos”.

[7]. Acha remarca una y otra vez que no se trata de décadas de nacimiento sino de las maneras en que se encara la praxis cultural.

[8]. En referencia a los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011).

[9]. Claro está que la metáfora sólo es válida en caso de que no sea un organismo burocrático.

[10]. Puede consultarse sobre esta experiencia cultural: Pacheco, Mariano, “Breve reseña de Contraviento”, 2010. En: <http://suenacontraviento.blogspot.com>

[11]. Puede consultarse sobre la reapertura de la Estación: Pacheco, Mariano, “Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”, 2010. En: <http://www.profanaspalabras.blogspot.com >

[12] Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, luchadores sociales asesinados el 26 de junio de 2002 en las inmediaciones de la estación Avellaneda (Provincia de Buenos Aires, Argentina) por la policía. En el marco de una jornada de protesta social, el gobierno nacional ordenó la represión de la movilización; hecho que culminó con la persecución y el asesinato a sangre fría de los jóvenes luchadores.

[13] En otro ensayo, Nietzsche, Freud y Roberto Arlt. Notas y reflexiones encontradas (en prensa), desarrollo con mayor amplitud este tema. Quisiera destacar aquí que fue la discípula argentina de Laplanche quien ha destacado -en lecturas contemporáneas- que la perversión debía ser pensada ya en otra clave: como proceso de goce basado en la des-subjetivación del otro. Es decir, la perversión como un ejercicio sobre el cuerpo del otro, despojándolo en su capacidad de acción, no sólo sexual sino intersubjetiva. En sus propias palabras: “No se trata ya de la transgresión de la zona, ni del modo de ejercicio de la genitalidad, sino de la imposibilidad de articular, en la escena sexual, el encuentro con el otro humano”.

[14] Otra, muy otra, es la discusión “psíquica” en relación a las prácticas de la salud mental, según me dijeron mis amigos psicoanalistas rosarinos, Verónica y Esteban Fridman.

[15] La visita a la Cuba revolucionaria junto a Simone de Beauvoir; su prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon; su rol durante el mayo francés; su discurso a los obreros en la puerta de la fábrica Peugeot –subido a un barril–, por marcar sólo los hitos más conocidos.

[16] La docencia –¡y no sólo en las Universidades!, también en los colegios secundarios y aun en los primarios– puede ser (es) un oficio y una trinchera. Hay experiencias interesantes que se viene desarrollando desde espacios gremiales, pero también por fuera: desde la intervención en las aulas, hasta la elaboración y ejecución de proyectos de extensión, de publicaciones, pasando por grupos de estudio, de lectura y reflexión. También están las experiencias en el marco de los Bachilleratos Populares y el desarrollo de talleres de diverso tipo, con niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Por supuesto, no todo aquel o aquella que realiza este tipo de actividades es de por sí un intelectual. Hace falta una perspectiva determinada para que allí se produzca otra cosa que no sea la repetición automatizada de una tarea.

[17] El CONICET es el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en la Argentina.

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