19/04/2024

Notas (incompletas) para una discusión con Dussel y sus contradictores

Antes de ceder la palabra Dussel, quiero también hacer algunas breves consideraciones sobre parte de los temas en discusión. En su respuesta al trabajo de Ariel Petrucelli, Enrique Dussel decía que el mismo “permite comenzar un debate que espero tenga consecuencias”.[1]

Este encuentro demuestra que tiene consecuencias, y las tiene no sólo en el sentido de la continuidad de la discusión. Porque otra consecuencia del debate es poner de manifiesto que entre quienes producimos Herramienta existen diferencias y divergencias que merecen ser clarificadas y desarrolladas. Concretamente, yo discrepo por completo con Zoilo Achával (y con los compañeros que compartirían su posición) cuando descalifica las ideas de Dussel incluyéndolas en una supuesta “corriente de pensamiento posmoderno, irracional, que utiliza su lenguaje marxista contra los objetivos de Marx, empezando por el intento de desvirtuar la independencia y seriedad de la Ciencia, pero que prosigue hasta en los detalles”[2]. No se trata sólo de una discrepancia con la utilización de adjetivos posiblemente superfluos y un tono innecesariamente “beligerante”, sino de diferencias de contenido. Digo más: la discrepancia con Achával que quiero dejar sentada no se refiere a la valoración de tal o cual artículo de Dussel, o de las “Ideas de Dussel” en general, sino a la idea de Ciencia que inspira al crítico de Dussel.

Así, por ejemplo, Zoilo Achával escribe, como si se tratara de hechos incontrovertidos e incontrovertibles, que “la objetividad es el requisito primero de la ciencia”, que “la actividad del científico en su laboratorio no se mezcla con su vida privada y sus otras actividades”, se exalta “su curso creciente en tres milenios o más” y este panegírico culmina dos afirmaciones realmente fuertes: “La ciencia es el único instrumento de conocimiento objetivo y verdadero”, y más aún: “No vemos, ni conocemos a nadie más que vea el menor conflicto entre ciencia y crítica. De hecho, es la Ciencia la que provee el material para criticar”.

Bueno, para decirlo rápido y directamente, soy uno de esos que Zoilo afirma no ver ni conocer. Por supuesto, entiendo que se trata de una exageración estilística y que no se pretende acá eliminar una discrepancia ignorándola. En cualquier caso, lo que me parece importante es que Achával tiene y transmite una idea o una visión de la ciencia harto vista y conocida. Más precisamente, repite la versión hegemónica sobre lo que son la ciencia y la racionalidad científica, y considero que se trata de una versión ideológica -en el peor sentido de la palabra-. Versión que merece ser radicalmente cuestionada, porque enaltece acríticamente los exitos de la ciencia, al mismo tiempo que barre sistemáticamente “abajo de la alfombra” todas las consecuencias negativas y los verdaderos peligros que nos plantea la actividad y producción científica. Y esto es particularmente importante, porque oculta que también la ciencia tiene responsabilidades en la dinámica perversa que conduce a nuestras sociedades a una dominación destructiva de la naturaleza y a una dominación no menos destructiva sobre los hombres.

La aceptación a pie juntillas de la versión hegemónica sobre la Ciencia estándar -para decirlo como Dussel-, lleva por añadidura a una notable recaída en las ilusiones decimonónicas respecto al par Ciencia-Progreso, desconociendo su lado negativo en el preciso momento histórico en el que más conscientes debemos ser de que semejante ilusión nos desarma ante graves y concretos problemas que ponen en riesgo la supervivencia misma de la humanidad (riesgo ecológico, ingeniería genética, conversión de fuerzas productivas en fuerzas destructivas, etc.).[3] Ante esto, el texto de Achával transmite una engañosa  tranquilidad diciendo que en definitiva la Ciencia “como sistema, incluye necesariamente un proceso de autode-puración que puede ser lento, pero inexorable”.

Estamos ante una práctica y una representación social que, partiendo del postulado de que la actividad científica es neutral, lleva a descartar de hecho la necesidad y posibilidad de cualquier tipo de control social y ético sobre la ciencia de tipo estándar, sobre la ciencia que se hace realmente en la abrumadora mayoría de los Departamentos e Instituciones científicas de todo el mundo, estatales o privadas. Es la difundida idea, sostenida entre otros por Klimovsky, de “la ciencia-martillo”: cuando se maneja un martillo -y lo mismo sería válido para la Ciencia- lo que cabría cuestionar es quien y cómo lo utiliza... Este modelo fue criticado hace ya años por Enrique Marí porque, contra lo que cree y escribe Achával, impide la crítica de la ciencia [4]. En el mismo sentido, Mario Heler ha señalado con razón que no se trata de ignorar los triunfos de la ciencia moderna, desconocer el valor que tuvo en su momento haber desafiado las pretensiones totalitarias del poder teológico, ni mucho menos ocultar los aspectos que le permitieron erigirse como un cuerpo de verdades más o menos sis-tematizadas aunque siempre provi-sorias, sostenidas en una elaboración teórica, concebida específicamente para la solución de problemas prácticos [5]. Sin embargo, contra las pretensiones hegemónicas del cienti-ficismo y las estratagemas argumen-tativas ad hoc popperianas, debemos insistir en relacionar la historia interna de la ciencia, con la historia externa de la ciencia y con la historia tout court, rechazando el espejismo de una práctica descontextua-lizada. Se trata, en suma, de reconocer su carácter de práctica social, su carácter concreto, que la vincula indisolublemente con el desarrollo del capitalismo y el desarrollo del Estado moderno, justamente por su capacidad de obtener conocimientos instrumentalizables para manipular los fenómenos. El saber, y en particular el saber científico, es también poder manipulador y manipulable.

Es verdad que, para el éxito en la actividad científica, se imponen -a través de disputas, distorsiones y momentos de crisis- rigurosas reglas de “control de calidad”, por decirlo así, pero estas virtuosas exigencias internas de la actividad científica no justifican cerrar los ojos ante las finalidades y las prácticas sociales de la ciencia tomada en su conjunto. Por esto, rechazamos la falsa idea de la neutralidad ética de la ciencia y podemos reclamar responsabilidad intelectual y moral al científico en cuanto científico. Y podemos aspirar a ir más allá, desarrollando, como dice Dussel -correctamente,  a mi juicio- ciencias críticas de la totalidad constituida por el sistema y su tecnociencia.

Yo puedo comprender que algunos se alarmen porque estamos ante un filósofo muy poco convencional, que arrancando desde la Filosofía de la Liberación, invierte años en estudiar, interpretar y presentar a un Marx desconocido, y viene ahora a hablarnos de ciencia crítica. Pero esto nunca puede justificar darle la espalda a verdaderos problemas. Por lo demás, parece que estos críticos de Dussel ignoran también las advertencias de otras voces. Por ejemplo, es un científico el que ha dicho:

Una de las dificultades de la lucha política de hoy estriba en que los dominantes, tecnócratas o epistemócratas de derecha o de izquierda, se han confabulado con la razón y lo universal (...) Debido a lo cual los progresos de la razón irán sin duda parejos con el desarrollo de formas altamente racionalizadas de dominación (...) y la sociología (...) tendrá que escoger más que nunca entre poner sus instrumentos racionales de conocimiento al servicio de una dominación cada vez más racional o analizar racionalmente la dominación, y muy especialmente la contribución que el conocimiento racional puede aportar a la dominación [6] .

Es pertinente destacar la inconsistencia y peligrosidad que resulta de identificar la Ciencia con la racionalidad, cuando se trataría en el mejor de los casos de una racionalidad lógica e instrumental, una racionalidad cerrada y autosuficiente de la comunidad científica, como señala entre otros muchos el físico y epistemólogo Ricardo J. Gomez [7]. Mientras más estrepitosamente se proclama el dominio de la racionalidad científica, se debe replicar que en realidad ese concepto de racionalidad está en crisis: y no sólo porque la afirmación de la Razón como rasgo único o supremo del hombre es una limitación y distorsión de la riqueza y potencialidades ontológicas del hombre como ser social, sino también porque la reducción de la racionalidad humana a la racionalidad científico-tecnológica implica una crisis en cuanto significa aceptar la tesis trágica de que sobre los valores, normas y objetivos de las acciones humanas -que la ciencia estándar y Zoilo Achával explícitamente dejan de lado- sólo sería posible adoptar o aceptar decisiones que escaparían a la racionalidad. Crisis de la racionalidad, al mismo tiempo, porque se impide la complemen-tariedad de la racionalidad acotada que es la ciencia, con la racionalidad práctica en cuanto capacidad insustituible para proveer criterios y para la selección de objetivos. Crísis, sobre todo, porque vivimos en un momento histórico en el que en nombre de la racionalidad se nos empuja hacia “una espantosa miseria que aniquila a buena parte de la humanidad a fines del siglo XX, junto a la incontenible y destructiva contaminación ecológica del planeta Tierra”.[8]

Por todo esto creo que la articulación entre ética y ciencia en el programa de investigación de Marx, según la hipótesis de Dussel, es convincente o como mínimo muy estimulante, y mucho más racional, a mi juicio, que las máximas -repetidas sin ningún recaudo por Ariel Petrucelli y por Zoilo Achával- con las que Bunge aparece erigiéndose arbitrariamente en pontífice no sólo de lo que deberíamos considerar científico, sino también de los valores y límites de la teoría crítica y el marxismo.


[1]

Me refiero a “¿Ciencias Sociales Críticas? Notas en torno a un artículo de Dussel”, de Ariel Germán Petrucelli y a “Sobre el concepto de ‘ética’ y de ciencia ‘crítica’ ”, de Enrique Dussel, publicados ambos en

 Herramienta

nº 12, otoño de 2000.

[2] Zoilo Achával, “Ciencia y Racionalidad”. Tanto ésta como las futuras referencias a este trabajo pertenecen a la versión mimeografiada del texto que fuera distribuida pocos días antes del debate con Dussel.

[3] Sobre estas cuestiones, la tan denostada “Escuela de Frankfurt” ha escrito muchas cosas que bien vendría repasar a los críticos de Dussel. Los interesado encontrarán una sintética y elocuente presentación del tema en “Elementos para una crítica marxista del progreso”, de Renan Vega Cantor, en El Caos Planetario, Ed. Antídoto, Colección Herramienta, 1998.

[4] Enrique Marí, Elementos de epistemología comparada. Puntosur, 1990 y “Ciencia y ética. El modelo de la ciencia-martillo”, en Doxa 10, 1991.

[5] Mario Heler, Etica y ciencia: la responsabilidad del martillo, Ed. Biblos, 1998.

[6] Conferencia del año 1988 de Pierre Bourdieu, incluída en Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, 1999.

[7] Vale la pena remitir a las consideraciones sobre la racionalidad científica de Ricardo J. Gomez: “Khun y la racionalidad científica. ¿Hacia un kantianismo post-darwiniano?” en La racionalidad en debate, O. Nudler y G. Klimovsky (compiladores), CEAL, 1993 y más extensamente en su libro de crítica a Popper, Neoliberalismo y Seudo-ciencia, Lugar Editorial, 1995.

[8] Enrique Dussel, Ética de la Liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, Trotta, 1998.

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