Las prácticas autónomas colectivas, de larga y rica historia en la región latinoamericana, han cobrado nueva vida de la mano de los movimientos rurales y urbanos. Invocando variados significados, la autonomía describe diversos procesos de auto-determinación, auto-organización y/o autogobierno, independientemente de las instituciones, el estado y/o el mercado. En sus versiones más radicalizadas, las prácticas autónomas son presentadas como generadoras de relaciones sociales alternativas a las capitalistas.
Una motivación central para esta reemergencia de la autonomía como utopía movilizadora del siglo
XXI, para muchos movimientos sociales, ha sido el rechazo al imaginario social neoliberal del fin de los sueños sociales y a su enamoramiento con el reino tecnocrático de lo posible. Las prácticas autónomas se enfrentan a la imposición de la disutopía neoliberal e impugnan la incapacidad de “concebir nada fuera del capitalismo global como la solución para todo, incluidos los problemas que este genera”.[2] La representación más acabada de esta incapacidad es la tesis del fin de la historia de Fukuyama (1992), quien sugirió en aquel momento que “no podemos pintarnos un mundo que sea esencialmente diferente del presente, y al mismo tiempo mejor”.[3]
Abundan casos de elaboración de alternativas que han trascendido la mediocridad de esta idea de “realidad” desprovista de nuevos horizontes, y muestran que la autonomía es posible, como catalizadora de radicalidades nuevas y/o renovadas contra la realidad de la globalización neoliberal. Sin embargo, es verdad también que procesos de este tipo han sido recuperados por el estado, haciendo de la autonomía un imposible. Me refiero a los intentos sistemáticos de los programas de desarrollo comunitario, subsidiados por el Banco Mundial, por integrar la autonomía a la política oficial a través del apoyo financiero y técnico a proyectos comunitarios que –dicen–fomentan la participación y el empoderamiento. Se argumenta que este intento de recuperación por parte del estado y los organismos de desarrollo internacional han disciplinado y limitado la radicalidad inmanente al reclamo por la autonomía.
Existe un dilema: la autonomía es celebrada como instrumento de rebelión y cambio social o, desmerecida, como instrumento de integración, por parte del estado y los organismos internacionales de desarrollo, para continuar con la reducción del papel del estado, disciplinar la resistencia y enmarcar las nuevas políticas sociales en términos neoliberales.
Un dilema, que en griego (δί-λημμα) significa proposición doble, es un problema que ofrece dos soluciones de las cuales ninguna es prácticamente aceptable. Se trata de una situación donde sólo dos alternativas son consideradas, cuando, en realidad, existirían otras opciones. Para salir de dicho dilema es importante sumergirnos en la complejidad de la autonomía. Las prácticas colectivas autónomas facilitan la crítica y la invención; además, contribuyen a desestabilizar el status quo, generan prácticas e identidades rebeldes, contribuyen al ejercicio de la democracia directa, al autogobierno y la autogestión. Pero sería naíf ignorar que dichos procesos de crítica y reinvención se desarrollan en contextos específicos y, por ende, son mediados por ellos. En este sentido, los autónomos son espacios críticos que en su interior soportan una tensión fundamental. Como expresáramos en otro trabajo, dicha tensión
“no puede ser permanentemente resuelta, sino que debe manejarse: la tensión entre la rebelión (resistencia y acción para cambiar el mundo) y la institucionalización (la incorporación de ideologías y proyectos en programas y legislación estatal que incluyen la autonomía como parte de la política y discursos oficiales)”.
[4]
II
Tomemos como ejemplo el proceso de tomas y recuperación de fábricas en Argentina, que tuvo lugar desde la segunda mitad del decenio de los ´90 del siglo pasado, hasta el presente. A través de la lucha radical que implica la toma, los trabajadores cuestionaron su “destino”, es decir, los límites de lo posible, y abrieron las puertas para discutir práctica y simbólicamente el significado de nuevas posibilidades. Esta reinvención los llevó a cambiar la forma de organización del trabajo (desplazando a la dirigencia empresarial, democratizaron la dinámica de producción y administración) y a generar transformaciones institucionales (reconocimiento de las fábricas como “bienes públicos”, nueva legislación que permitió la expropiación de la fábrica a sus dueños en favor de los trabajadores).
Por ejemplo, el Programa de Trabajo Autogestionado (PTA), lanzado por el Ministerio de Trabajo en 2004 bajo el gobierno de Néstor Kirchner, brindó apoyo técnico y financiero a las fábricas recuperadas, desatando así un proceso de “institucionalización”, aunque conflictivo, de las tomas. Este intento por recuperar e integrar la autonomía por parte del estado vía política pública normalizó, e hizo habituales, acciones colectivas que en otro momento hubieran sido consideradas radicales. Aunque todas las formas de organización eran aceptadas, la mayoría de las fábricas suscriptas al PTA formaron cooperativas de trabajo. Esta forma legal es alentada por una nueva legislación (Art. Nº 190, Ley de Concursos y Quiebras Nº 24522), la cual permite que los jueces aprueben la continuidad de la producción de bienes y servicios de las empresas en cuestión por parte de los trabajadores, hasta que se declare la quiebra legal, bajo la condición de que los trabajadores presenten un proyecto planificado como cooperativa de trabajadores.[5] En tanto a la recuperación de la autonomía por el “mercado”, las fábricas recuperadas atraviesan diversas dificultades para reinsertarse en el mercado capitalista y mantener altos niveles de competitividad, entre ellas, la de retomar y reorganizar la producción con una administración horizontal y democrática,
[6] capaz de crear nuevas ligazones entre trabajo, justicia y democracia.
Pero la integración de un acto tal de rebeldía, como la toma y recuperación de fábricas, en el estado y la lógica del poder, será siempre incompleta y conflictiva, así, como es inmensurable la cadena de cambios desatados a partir de dichas tomas, particularmente las relacionadas a la identidad y al imaginario social del poder del trabajo. Esta tensión irresoluble, entre rebelión e integración, hace de la autonomía lo que en otro trabajo denominamos una
aspiración (im)posible: dentro de la imposibilidad de la autonomía, existe la posibilidad de que las prácticas autónomas desafíen la misma hegemonía a la que pertenecen.
[7] (Im)posible significa que si bien la autonomía no puede ser completamente realizada, ya que el estado y el capital buscarán continuamente recuperarla, difícilmente sea totalmente asimilada a las instituciones existentes. Por ello, en un mundo donde la hegemonía es incompleta (Laclau and Mouffe, 1985),
[8] la autonomía forja resistencia y cambio radical. En otras palabras, “la autonomía es un sitio de lucha. Está atrapada en la dinámica contradictoria de ambos, la demanda radical y la recuperación. Es este antagonismo […] lo que hace a la autonomía un proyecto […] políticamente prometedor”.
[9]
III
Que la autonomía sea una aspiración (im)posible, significa que es capaz de desenvolver en su seno lo que Bloch denomina la función utópica de la esperanza. La función utópica
“es la única función trascendente que ha quedado y la única que merece quedar: una función trascendente sin trascendencia. Su asidero y correlato es el proceso que aún no ha dado a luz su contenido más inmanente, pero que se halla siempre en curso. Un proceso que […] se encuentra él mismo en la esperanza y en el presentimiento objetivo de lo ‘todavía-no-ha-llegado-a-ser’”.
[10]
Primero, entonces, el impulso utópico, que subyace en este caso a “las tomas”, no puede objetarse, ya que este impulso constituye, en un mundo inacabado con un futuro incierto, un rasgo primordial e ineludible de la realidad material y, por ende, de la humanidad:
[11]
“mientras la realidad no sea algo totalmente predeterminado, mientras que posea posibilidades inconclusas en nuevos gérmenes y nuevos espacios de configuración, mientras tanto, será imposible formular una objeción absoluta contra la utopía desde el punto de vista de la mera realidad fáctica”.
[12]
En otras palabras, para Bloch, la realidad
“no está completa sin posibilidad real […] la utopía concreta se encuentra en el horizonte de toda realidad; la posibilidad real rodea, hasta lo último. Las tendencias-latencias abiertas dialécticas. Estas últimas penetran archirrealísticamente el movimiento inconcluso de la inconclusa materia: y el movimiento es, según la profunda frase de Aristóteles, ‘entelequia inacabada’”.
[13]
Segundo, la distinción que realiza Bloch entre “objetivamente posible” y “realmente posible” es fundamental para comprender el significado de la praxis autónoma como agente del proceso de emancipación.
“Objetivamente posible es todo aquello cuyo acontecer es científicamente esperable o, al menos, no puede excluirse basándose en un mero conocimiento parcial de sus condiciones dadas. Realmente posible, en cambio, es todo aquello cuyas condiciones no están todavía todas reunidas en la esfera del objeto mismo: bien sea que tienen todavía que madurar, bien sea, sobre todo, que surjan nuevas condiciones, aunque en mediación con las existentes, con la entrada de un nuevo algo real […] partiendo de aquí puede decirse: lo realmente posible de una novedad en mediación creciente, es decir, en mediación dialéctico materialista, da a la fantasía utópica su segundo, su correlato concreto”.
[14]
Como fantasía determinada, y no fantasmagórica, la autonomía es
realmente posible. Recupera la realidad como contenedora de posibilidades todavía no existentes y constituye espacios desde donde poder “soñar despiertas” y organizar, cuando no realizar, la esperanza. La esperanza es lo “todavía-no-ha-llegado-a-ser” que habita en la realidad y ha devenido en una categoría adecuada y abierta, capaz de enmarcar la crítica e interrogar la práctica de la resistencia en el siglo
XXI. El principio esperanza, olvidado por los científicos sociales, ha sido recuperado por los movimientos sociales autónomos como u
na “nueva filosofía para el cambio”.[15] Este principio compartido (el principio esperanza) nos permite denominar a estos movimientos “movimientos esperanza”,
más allá de sus diferencias significativas.[16]
Podemos congregarnos en estos nuevos “espacios de configuración”, como los autónomos, donde la función utópica de la esperanza brota de la tensión dada entre resistencia e integración, para ejercitarnos en “mirar al sesgo”,
[17] y aventurarnos más allá de lo objetivamente posible hacia lo realmente posible. Junto a los “movimientos esperanza” no es difícil.
“Se trata de aprender la esperanza. Su labor no cesa, está enamorada del triunfo, no del fracaso. La esperanza, situada sobre el miedo, no es pasiva como este ni, menos aún, está encerrada en un anonadamiento. El afecto de la esperanza sale de sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, nunca puede ser bastante de lo que les da intención hacia el interior y de lo que puede aliarse con aquellos hacia el exterior. El trabajo de esta emoción exige a los hombres que se entreguen activamente al proceso del devenir al que ellos mismos pertenecen…”.
[18]
Bibliografía
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Zournazi, M., Hope: new philosophies for change. Annadale, NSW, Pluto Press Australia, 2002.
Este trabajo es producto de dos investigaciones subvencionadas por el Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales (ESRC) del Reino Unido (RES-155-25-0007). La autora agradece al mencionado Consejo por su apoyo. Asimismo, agradece a los participantes de varias presentaciones y seminarios sobre autonomía, movimientos sociales y esperanza en América Latina, realizados durante los últimos tres años, por sus comentarios y sugerencias. Las ideas aquí volcadas forman parte del libro Social Movements and Collective Autonomy in Latin America. The art of organising hope (Palgrave MacMillan), de próxima aparición en 2011.
[1]. Ernst Bloch,
El Principio Esperanza.Madrid: Editorial Trotta, 2004, Tomo I, pág. 238.
[2]. V. Fournier, “Utopianism and the cultivation of possibilities: grassroots movements of hope”. En Parker, M. (comp.),
Utopia and Organization. Oxford-Malden: Blackwell, 2002, pág. 189.
[3]. Cita de Fukuyama extraída de V. Fournier,
Op.cit., pág. 189.
[4]. S. Böhm, A. C. Dinerstein and A. Spicer, “The (Im)possibilities of Autonomy. Social Movements in and beyond the state, capital and development”. En:
Social Movement Studies 1, N° 9 (2010), págs. 17-32.
[5]. A. C. Dinerstein, “‘Workers’ Factory Takeovers and New State Programmes: Towards the ‘Institutionalisation’ of Non-Governmental Public Action in Argentina”. En:
Policy and Politics 35, N° 3 (2007), págs. 527-548.
[6]. M. Atzeni y P. Ghigliani, “Labour process and decision-making in factories under workers self-management: Empirical evidence from Argentina”. En:
Work, Employment & Society 21, N° 4 (2007), pág. 653.
[7]. S. Böhm, A. C. Dinerstein and A. Spicer,
Op.cit.
[8]. E. Laclau y C. Mouffe,
Hegemony & Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics. London: Verso, 1985.
[9]. S. Böhm, A. C. Dinerstein and A. Spicer,
Op.cit., pág. 28. (Trad. de la autora)
[10]. Ernst Bloch,
Op.cit., Tomo I, pág. 183.
[11]. R. Levitas,
The concept of utopia. Hempstead: Syracuse University Press, 1990.
[12]. Ernst Bloch,
Op. cit.,Tomo I, pág. 238.
[13].
Ibid., Tomo I, pág. 268. (El énfasis en la cita es del propio Bloch)
[14].
Ibid., Tomo I, pág. 238.
[15]. Zournazi, M.,
Hope: new philosophies for change. Annadale, NSW, Pluto Press Australia, 2002.
[16]. Deneulin S. y Dinerstein A. C., “‘Hope movements’ and the movement of hope: An analysis of new social movements in the pursuit of human development”. Ponencia para el Congreso:
Human Development and Capability Association (HDCA), The University of Jordan – Amman, 21 al 23 de septiembre de 2010.
[17]. Žižek, S.,
Mirando al sesgo. Una Introducción a Jacques Lacan a través de la cultura popular. Buenos Aires: Paidos, 2000.
[18]. Ernst Bloch,
Op. cit.,Tomo I, pág. 26.