21/11/2024
Por Infranca Antonino , ,
Traducción y notas de Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda. Bs. As., Colihue, 2003, 272 pp.
Esta recopilación presenta al lector los textos de Marx y Engels más específicamente dedicados a los problemas estéticos y literarios. El editor, Miguel Vedda, indica cuáles son los criterios de acuerdo con los cuales ha sido realizada la selección:
En su Arte poética, el poeta latino Horacio recomendaba a los escritores que, al contar sus historias, no se remontaran ab ovo, es decir: a los orígenes más remotos de lo que se disponían a narrar. No comprendieron la utilidad de este precepto los editores que decidieron comenzar sus antologías de los escritos estéticos de Marx y Engels desplegando una gran cantidad de textos orientados a exponer, de modo presuntamente didáctico, los principios fundamentales del materialismo dialéctico. Apartándonos de tal metodología, preferimos integrar textos que abordan problemas estéticos o literarios, lo cual no significa (y más aun tratándose de autores como Marx y Engels) que se trate de formulaciones desprovistas de relación con los más amplios y variados aspectos del materialismo histórico (p. 5).
En consecuencia, Vedda ha querido conceder a la recopilación un carácter más orgánico y menos disperso que el que se había concedido anteriormente a otras antologías de este género. Por otro lado, en apéndice son presentados algunos textos de Bernstein, Mehring y Lukács que tienden a reforzar este carácter de organicidad. Completa la edición un índice de nombres, instrumento no siempre presente en las ediciones en castellano de cualquier autor. Si se suma a esto la presencia de un buen aparato de notas a pie de página, esta edición puede ser considerada como una auténtica edición crítica.
Luego de esas observaciones inherentes a la edición en sentido estricto, algunas rápidas observaciones sobre el contenido. Según se ha señalado ya ampliamente, Marx y Engels se dedicaron exclusivamente a la literatura; sus observaciones estéticas no se refieren a las artes figurativas y plásticas o a la música. Pero tampoco intentaron expresar en obras sistemáticas sus concepciones estéticas; se encontraban demasiado enfrascados en la crítica del capitalismo, en el análisis de la sociedad burguesa, para poder dedicarse a la definición de una estética proletaria o comunista. Marx y Engels -pero sobre todo Marx- se rehusaron siempre a dar indicaciones precisas sobre lo que es preciso hacer, o sobre el modo de actuar a fin de alcanzar dos fines fundamentales: la destrucción de la sociedad burguesa y la edificación de la sociedad socialista. Eventualmente indicaban la conveniencia de algunas acciones o de algunas interpretaciones. Naturalmente que en este trabajo de análisis y crítica no podían dejar de referirse al arte, ya que este -tal como recuerda Vedda en su introducción (p. 32), citando al viejo Lukács de la Estética- es memoria de la humandad: "los momentos en los cuales se hace inmediatamente evidente que el hombre no solo reconoce en este contexto su mundo propio, el coproducido por él, esto es, por la humanidad de la que es parte, sino que lo vive además como tal mundo propio, el arte los fija para toda la hominización del hombre" (La peculiaridad de lo estético, v. 2, p. 197). Pero si el arte es consciencia de la humnidad, es asimismo, por consiguiente, expresión de la humanidad. Todo lo artístico es humano, aunque no siempre sea cierto lo contrario.
La lectura de estos escritos puede ayudar a poner de relieve uno de los problemas centrales de la interpretación del pensamiento de Marx y Engels, la relación entre estructura y superestructura. En su introducción, Vedda recuerda (p. 30) que el propio Engels admitió su responsabilidad por la confusión que, en el origen de la larga historia de interpretaciones de su pensamiento y del de Marx, se produjo entre la base y la superestructura. Tan intenso era el compromiso con el análisis y la crítica de la sociedad burguesa y del modo de producción capitalista, que los dos fundadores del marxismo no tuvieron el tiempo de esclarecer su pensamiento acerca de esta relación. Se gestaron, pues, debates y polémicas -todas ellas fecundas-, hasta el momento en que el stalinismo decidió indicar manu militari cuál debía ser la verdad. Con ello, se traicionó el espíritu del pensamiento marxiano, según el cual el arte posee sus propios fines, y no es ante todo un medio de propaganda. Lukács recordaba que los escritores favoritos de Marx -Goethe, Shakespeare, Scott, Balzac- poseían convicciones políticas no revolucionarias, no eran radicales y solo en parte podían ser considerados progresistas. En suma, expresaban una estética de izquierda y una epistemología de derecha, para decirlo con rudeza.
Marx no reconocía, sin embargo, una autonomía plena del arte respecto de la estructura económica: las formas artísticas dependen del desarrollo de las fuerzas productivas; en todo caso, son libres ls formas expresivas artísticas que dependen de la libre voluntad del gusto del artista, y de la aceptación que ellas encuentran de acuerdo con el gusto del receptor de la obra de arte. Se trata, pues, de una autonomía formal y no de contenido. Marx rotundamente se pregunta si es compatible Aquiles con la pólvora y el plomo (p. 188). La respuesta es ciertamente negativa; con todo, el arte griego, expresión de una sociedad muy alejada de nuestras formas sociales actuales, sigue sorprendiendo por la capacidad para expresar belleza, armonía, serenidad; en una palabra, los caracteres positivos de la humanidad. Marx encuentra una solución para esta aparente incompatibilidad histórica:
Hay niños mal educados y niños que actúan como adultos. Muchos de los pueblos antiguos entran dentro de esta categoría. Los griegos fueron niños normales. El encanto que su arte ejerce sobre nosotros no está en contradicción con el estadio social poco desarrollado en que se gestó. Es, más aun, su resultado, y se relaciona, antes bien, de modo indisoluble con el hecho de que las condiciones sociales inmaduras en las que surgió, y que eran las únicas en las que podía surgir, no pueden volver (Ibíd.).
En esta formulación de Marx se halla también contenida su concepción de la dialéctica, es decir, su método de pensamiento, que se encuentra expresada mejor en la relación entre estructura y superestructura, o entre esencia y fenómeno. Esta dialéctica no es una relación mecánica y rígida entre estructura y superestructura, pero aquí existe siempre un notable espacio de autonomía formal entre la estructura económica y la superestructura ideológica, o mejor aun: entre el contenido representado en una obra de arte y la forma artística que este contenido manifiesta. Por lo tanto, un rígido dogmatismo, como el que revela el stalinismo, no se corresponde con la letra ni con el espíritu de lo que Marx y Engels pensaban sobre el arte.
Otro comentario puede hacerse acerca de la oportunidad de ciertas formas artísticas. En esta recopilación se incluye una serie de cartas que intercambiaron Marx, Engels y Lassalle a propósito de un drama del propio Lassalle, el Franz von Sickingen. Marx y Engels cuestionaron a Lassalle el hecho de haber construido los personajes de su obra según un estilo que recuerda el de Schiller, en tanto -escribe Marx a Lassalle- "hubieses tenido, pues, que shakespearizar más, mientras que imputo como principal falta el hecho de schillerizar, es decir, de transformar a los individuos en meros portavoces del espíritu de la época" (pp. 200-201). Una crítica similar dirigirá Engels a Lassalle, sin que Marx y Engels se hayan consultado previamente sobre el punto -al menos, epistolarmente-, lo cual confirma el carácter fuertemente simbiótico de su pensamiento común. "Shakespearizar" significa restituir a los personajes su autonomía formal con respecto al papel histórico que han tenido efectivamente en su vida (Sickingen fue uno de los líderes de la rebelión de los caballeros alemanes en la época de la Reforma protestante). Los personajes, en cuanto individuos históricos, han estado en condiciones de asumir liberalmente las propias posiciones respecto de las condiciones sociales precedentes, y de las circunstancias históricas en las que habían operado. Estas condiciones sociales eran precisamente condiciones, es decir, podían determinar, pero no en forma mecánica y rígida, las acciones políticas de los individuos históricos. No podríamos explicar de otro modo el surgimiento de la gran personalidad en la historia. En este punto, entre la historia y la literatura -o, en términos más generales, el arte- ¿no debería existir una diferencia mayor? Exactalmente lo contrario, si se tiene en cuenta lo ya dicho en cuanto a la relación entre estructura y superestructura. Si los individuos que efectivamente han existido tienen autonomía formal -pero nunca independencia de contenido- respecto de la estructura, los personajes artísticos o literarios pueden tener autonomía formal respecto de la propia estructura social. Por otra parte, los propios artistas gozan de autonomía electiva con respecto a sus condiciones sociales, como se ha dicho ya a propósito de la estética de izquierda y de la epistemología de derecha en algunos grandes escritores realistas.
En una letra a Minna Kaustky -mujer del líder socialista alemán-, Engels aclara, por su parte, la función político-social de la novela de tendencia socialista:
la novela de tendencia socialista realiza completamente su vocación si, a través de una descripción fiel de las circunstancias reales, rompe las ilusiones convencionales dominantes acerca de ellas, sacude el optimismo del mundo burgués, vuelve inevitable la duda sobre la validez eterna de lo existente, aun sin ofrecer ella misma una solución en forma directa, e incluso en algunos casos sin tomar partido ostensiblemente" (p. 232).
Confirma esto mismo en una carta a Margareth Harkness: "Realismo significa, en mi opinión, la reproducción fiel de caracteres típicos bajo circunstancias típicas además de la fidelidad al detalle" (p. 233). Nos enfrentamos una vez más con la autonomía de la obra de arte, que debe estar en condiciones de hacer que emerja lo típico de los personajes y de las circunstancias. Pero los personajes típicos no son expresiones del espíritu de la época, ya que, de lo contrario, perderían por completo su autonomía formal y su tipicidad, en vista de que esta emerge adecuadamente en su unicidad o -mejor aun- en su individualidad; es decir, en la indisociable relación entre la singularidad y la universalidad del carácter. En un personaje artístico, el espectador debe reconocerse y -al mismo tiempo- debe conocer los rasgos en que el personaje se diferencia de él mismo, rasgos que se hallan, sin embargo, presentes en el ánimo humano. Disfrutar de una obra de arte es, para los fundadores del marxismo, una operación de análisis y, al mismo tiempo, de crítica, que puede convertirse en autoanálisis y autocrítica.
Por estos motivos que acabamos de esbozar, los escritos de Marx y Engels revelan -tal como recuerda Lukács en el ensayo "Marx y la literatura", presente aquí por primera vez en traducción al castellano- un carácter revolucionario y progresista que hereda de las formas literarias burguesas, a su vez ejemplo de arte revolucionario y progresista (cfr. p. 259). Precisamente a raíz de este doble carácter, intrínsecamente, innovador, los escritos de Marx y Engels mantienen intacta aun hoy su capacidad para proveer instrumentos críticos y analíticos para la interpretación estética.