[…] las percepciones humanas se agudizan extrañamente cuando… la multitud de repente se torna ella misma justiciera del caso.
Herman Melville, El estafador y sus disfraces
Una era de rebeliones a escala global
Junio de 2013 entrará en la historia de las rebeliones sociales en Brasil como fecha emblemática. Comenzó el 6 junio en San Pablo, con una marcha de aproximadamente 2.000 personas contra el aumento de tarifas en el transporte público. Los jóvenes del Movimiento Pase Libre (MPL) no podían imaginar que sacudirían al Brasil, con una explosión que sólo ha tenido antecedentes semejantes –al menos en su magnitud, aunque con formas bastante diferentes– en la Campaña por el impeachment (destitución) de Collor en 1992 y en la Campaña por elecciones directas en 1985, aún bajo la dictadura militar.
De entonces al momento actual, hubo manifestaciones los días 7, 11, 13 que alcanzaron un punto espectacular el 17 de junio, con más de 70.000 participantes en San Pablo y decenas de miles en Río de Janeiro, Porto Alegre, Belo Horizonte… En definitiva, prácticamente en todas las capitales del país, desde las grandes hasta las pequeñas ciudades, centrales y periféricas, en una explosión popular que sacudió los pilares del orden. El 20 junio, casi 400 ciudades, incluyendo 22 capitales, salieron en manifestaciones y marchas que agruparon a más de un millón de personas, según informes y cálculos de la prensa, como si fuera posible hacer un inventario preciso del verdadero océano popular presente en las manifestaciones. El país de la “cordialidad” mostraba, una vez más, que también sabe rebelarse. La explosión alcanzó prácticamente todos los rincones del país.
Comprender esta verdadera rebelión popular es imposible en este momento. Lo que aquí pretendemos, entonces, es tan sólo indicar algunos puntos de partida que pueden ayudar a entender los porqués de la explosión, recoger algo de su diseño empírico y, finalmente, tratar de presentar algunos de sus rasgos durante estos poco más de 20 días de levantamiento social que, por lo demás, vive mutaciones cotidianas. Hará falta más tiempo para un análisis más profundo. Pero no estamos en condiciones de hacerlo. Ya alguien dijo un día que es mejor vivir una experiencia que escribir sobre ella, en una cita enteramente libre que vale aquí como metáfora.
Tal vez sea posible sugerir que la explosión se debe a procesos internos, de superación de un largo período de letargo, articulados con procesos externos, caracterizados por una época de sublevaciones a escala global, que se ampliaron enormemente a partir de la crisis estructural de 2008. Estas manifestaciones, con todas sus particularidades y singularidades, tienen algo en común: las masas populares se apropian del espacio público, de las calles, de la plaza, ejercitando prácticas plebiscitarias, más horizontales, además de marcar su descontento en relación tanto a las formas de representación e institucionalidad que caracterizan a las “democracias” vigentes en los países capitalistas, como a las de clara fisonomía dictatorial según ocurre en varios países de Medio Oriente.
En los últimos años ingresamos en una nueva era de luchas sociales. Los ejemplos de Grecia, Italia, Francia, Inglaterra, España, Portugal, Estados Unidos, para limitarnos a algunos países occidentales del Norte, son significativos. Luchas que tienen un contenido por cierto heterogéneo, polisémico, pero que expresan también claras conexiones entre los temas del trabajo, de la precarización, del desempleo, haciendo aflorar las ricas transversalidades existentes entre clase, género, generación y etnias, temas centrales en estas luchas.
Si la crisis estructural del capital viene ampliando significativamente las diversas formas de precarización del trabajo e intensificando el desempleo, el escenario social rico y complejo que se descubre es el de la mundialización de las luchas sociales. Para no retroceder mucho en el tiempo, podemos recordar las explosiones ocurridas en Francia, a fines de 2005, con el enorme contingente de inmigrantes (trabajadores pobres, sans papiers) y la destrucción de miles de automóviles (símbolo de la sociedad del siglo XX) o incluso las manifestaciones, a comienzos de 2006, de estudiantes y trabajadores en lucha contra el Contrato de primer empleo.
Con el agravamiento de la crisis y el cambio de década, la temperatura social aumentó: en Grecia se produjeron varias manifestaciones repudiando las recetas del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional, favorables a las grandes corporaciones financieras. Y la polis moderna griega presenció una nueva rebelión del coro.
Después vinieron las revueltas en el mundo árabe: cansados del binomio dictadura y pauperismo, y Túnez inició la era de las rebeliones que se extiende hasta los días de hoy. Los vientos rápidamente soplaron hacia Egipto con manifestaciones plebiscitarias día y noche en la Plaza Tahir, conectadas por las redes sociales, que exigían dignidad, libertad, mejores condiciones de vida y, si al comienzo luchaba por el fin de la dictadura de Mubarak, actualmente, a fines de 2013, luchan por el fin del control militar en el país.
En Portugal, estas luchas pasaron a ser emblemática: en marzo de 2011 explotó el descontento de la “generación a la intemperie”. Miles de manifestantes, jóvenes e inmigrantes, precarizados y precarizadas, desempleados y desempleadas, expresaron vívida y cristalinamente su monumental descontento.
En el caso brasileño –recurriendo a una figura geométrica– es como si existieran muchas curvas multiformes que terminaron encontrando su punto de convergencia en junio de 2013.
El desmoronamiento del mito brasileño: el malestar dominante en Brasil
Exactamente cuando las clases dominantes querían celebrar con espectacularidad, como si fuera una fiesta “popular”, la realización de la Copa de las Confederaciones, profundamente imperial e imperialista, dirigida por la FIFA y por los grandes emprendimiento capitalista. El plan fracasó. Lo que parecía sólido se desvaneció en el aire. ¿Por qué?
Brasil estuvo al frente de las luchas políticas y sociales en la década de 1980, consiguiendo demorar la implantación del neoliberalismo, haciendo que la llamada “década perdida” –como normalmente designan a ese período los capitales– fuese, para los movimientos sociales y políticos populares, exactamente lo contrario. En aquella década floreció un fuerte sindicalismo de oposición, del que es ejemplo la creación de la CUT (Central Única de los Trabajadores) en 1983. Las huelgas recorrieron un rumbo opuesto a las tendencias regresivas que se desarrollaban en el mundo occidental y Brasil tuvo una de las más altas tasas de huelgas en Occidente. Nacieron innumerables movimientos sociales, como el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en 1984. Se amplió la oposición a la dictadura militar, se convocó una Asamblea Nacional Constituyente en 1986 y se vivió, 1989, un proceso electoral que dividió Brasil en dos proyectos distintos.
La década de 1990, en cambio, fue avasalladora: neoliberalismo, reestructuración productiva, financierización, desregulación, privatización y desforestación. Fue lo que denominamos la era de la desertificación neoliberal en Brasil.
Así, cuando se produjo la victoria política de 2002, con la elección de Lula, el escenario era profundamente distinto al de los años 1980. Como la historia está llena de sorpresas, marchas y contramarchas, la elección de 2002 terminó convirtiéndose en la victoria de la derrota.
Oscilando entre mucha continuidad con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y pocos cambios, ninguno sustancial, el primer mandato de Lula terminó de un modo desolador, lo que obligó a hacer cambios de ruta, siempre con mucha moderación y ninguna confrontación. Beca Familia y elevadísimas ganancias bancarias y financieras; aumento del salario mínimo en relación al de los gobiernos FHC, pero también enriquecimiento creciente de innumerables sectores de la gran burguesía; ninguna reforma agraria y fuertes incentivos al agronegocio que, durante los dos gobiernos de Lula, siempre fue favorecido.
Entre el primero mandato y el segundo de Lula, se fue gestando un modelo desarrollo apoyado, por un lado, en el aumento de los gastos sociales y, por otro, en la reproducción de la ortodoxia rentista representada por la independencia operativa del Banco Central, altas tasas de interés y fluctuación cambiaria. Además, con el fin de administrar las crecientes cargas impuestas por la deuda pública y apuntando a recuperar el apoyo que había perdido en importantes sectores de la clase trabajadora brasileña, el gobierno federal estimuló la formalización del mercado de trabajo. Este proceso hizo que los trabajadores ascendieran a un nivel superior de protección social. La aceleración del ritmo de crecimiento de la economía en la última década, en gran medida empujado por el alza en los precios de las commodities, coronó la combinación de aumento de los gastos sociales y ampliación de la cobertura de protección laboral.
Así, la hegemonía petista se consolidó mediante la combinación de dos formas de consentimiento popular: por un lado, las direcciones del petismo incorporaron, a través de miles de cargos de asesoramiento y de control sindical sobre los fondos de pensión, a muchos movimientos sociales y populares al gobierno, conduciendo a una verdadera “fusión” del movimiento sindical con el aparato de Estado; por otro, los sectores más empobrecidos y parte de los sectores más precarizados de la población trabajadora fueron “seducidos” por las políticas públicas del gobierno federal, especialmente por el programa Beca Familia, por el crédito directo y por los reales aumentos del salario mínimo.
Con esa política, Lula, nuestro “hombre duplicado”, renació de las cenizas en su segundo mandato. Terminó el gobierno en ascenso: al mismo tiempo que construyó a su sucesor, desorganizó a casi la totalidad del movimiento opositor. Era difícil oponerse al ex líder metalúrgico, cuya densidad fuera sólidamente construida entre los años 1970 y 1980.
Quien tenga memoria de su situación en 2005, atascado en elMensalão, y lo recuerde en el fin de su mandato, en 2010, sabrá que estaba frente a una variedad de político de los más calificados, capaces de hacer muchas metamorfosis para mantener su fuerza y respaldo. Si Dilma, su criatura política –una especie de gestora de hierro–, supo vencer las elecciones en 2010, ya sabíamos que algo mayor le faltaba: la densidad social que le sobraba a Lula.
Con paciencia, espíritu crítico y mucha persistencia, los movimientos populares habrían superar ese difícil ciclo. En definitiva, más allá de los avances en la formalización, la reactivación del mercado de trabajo y los reales progresos del salario mínimo, el actual modelo de desarrollo también se apoyó en el aumento del número de accidentes de trabajo, el aumento en el ritmo de rotación del trabajo, la elevación de las tasas de tercerización y flexibilización de la fuerza de trabajo, además de la decadencia en el mantenimiento del transporte público, de la salud y de la educación, que están al frente de las actuales manifestaciones.
Esa otra cara del actual modelo de desarrollo –que quedaba un poco al margen, pero real–, alimentó un estado más o menos permanente de insatisfacción entre los trabajadores, especialmente entre los sectores más jóvenes, no calificados, semi calificados y subremunerados. No debe olvidarse que en los últimos 10 años, el 94% de los empleos creados en el mercado formal de trabajo brasilero cobraban hasta 1,5 salarios mínimos (cuando el salario mínimo es, según la cotización de junio de 2003, de aproximadamente 320 dólares por mes).
Si consideramos que del total de esos empleos, poco más del 60% fue ocupado por jóvenes de entre 18 y 28 años de edad, podemos advertir que la inquietud social promovida por la percepción de los límites del actual modelo tendió a concentrarse entre los sectores constituidos por jóvenes trabajadores precarizados que reciben poco más que el 1,5 del salario mínimo. Y este contingente cumplió un papel clave en la detonación del levantamiento popular de junio de 2013 en Brasil.
Un primer perfil de la rebelión (o de las rebeliones)
Según la encuesta realizada por la consultora “Plus Marketing” en la marcha del día 20 junio de 2013, en la ciudad Río de Janeiro, la mayoría de los manifestantes está en el mercado de trabajo (70,4%), ganando hasta un salario mínimo, el 34,3%. Si sumamos éstos a los que ganan entre 2 y 3 salarios mínimos (30,3%), tenemos que más del 64% del total del millón de personas que salieron a las calles en Río de Janeiro son parte de ese proletariado precarizado cubano. Si, al comienzo, hubo un predominio de la juventud estudiantil, ésta se mezcló rápidamente con los asalariados medios urbanos y hace ya varios días alcanzó profundamente a la periferia, en un escenario de manifestaciones y reivindicaciones que tocan directamente a las clases populares.
No casualmente, los manifestantes y sus movimientos sociales, populares y estudiantiles percibieron que, más allá de crecimiento económico, del mito falaz de la “nueva clase media”, hay una realidad profundamente crítica en todas las esferas de la vida cotidiana de los asalariados. En la salud pública vilipendiada, en la enseñanza pública pauperizada, en la vida absurda de ciudades abarrotadas de automóviles por los incentivos antiecológicos del gobierno del PT. En la violencia que no cesa de crecer y en el transporte público relativamente más caro (y precario) del mundo.
No pocos analistas y políticos dijeron sorprenderse con el actual ciclo de movilización popular. Sin embargo, sólo los “desprevenidos” no habían percibido que una tempestad se aproximaba rápidamente a las grandes metrópolis. Bastaría recordar la onda de paros, huelgas y rebeliones obreras que se extendió en marzo de 2011 en la industria de la construcción civil, afectando algunas de las principales obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) del gobierno federal: 22.000 trabajadores parados en la hidroeléctrica de Jirau en Rondônia; 16 mil en la Hidroeléctrica de Santo Antonio; algunos miles en la Hidroeléctrica de São Domingo en Mato Grosso do Sul; 60.000 trabajadores huelguistas en diferentes frentes de trabajo en Bahía y Ceará; decenas de miles en el Complejo Petroquímico de Suape en Pernambuco, y la lista podría continuar... En suma, el Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (DIEESE) estimó en 170.000 la cantidad de trabajadores que, sólo en marzo de 2011, se cruzaron de brazos.
Sin mencionar otras importantes huelgas nacionales que se dieron en 2011, como la de los bancarios y los trabajadores de correo, por ejemplo, el impulso huelguistas se mantuvo activo en 2012. En Belo Monte, cerca de 7000 trabajadores distribuidos en todos los frentes de trabajo de la usina hidroeléctrica se cruzaron de brazos durante 12 días. En él complejo petroquímico que Río de Janeiro (COMPERJ), ubicado en Itaboraí (RJ), por lo menos 15.000 trabajadores entraron en huelga el día 9 abril, permaneciendo 31 días parados. Incluso al comienzo del año, se registraron 10 días de huelga en Jirau y en la plataforma de Petrobrás en São Roque do Paraguaçu (BA), además de los nuevos paros en Suape, huelgas en varias obras de los estadios para la Copa Mundial de Fútbol, etcétera.
En los reclamos obreros, encontramos invariablemente demandas de ajustes de salario, adicionales por peligrosidad, igual salario para las mismas funciones, derecho de regresar a las regiones de origen cada 90 días, terminar con los malos tratos, mejoras en la seguridad, la estructura sanitaria y la alimentación en los alojamientos... O sea, demandas que nos remiten al viejo régimen fabril despótico, revigorizado ahora por las tercerizaciones y por las subcontrataciones.
Según datos actualizados del Departamento Intersindical de Estadísticas y Estudios Socioeconómicos (DIEESE), el número de horas de paro en 2012 fue 75% superior al de 2011, alcanzando un pico histórico apenas inferior al de los años 1989 y 1990. La combinación de desaceleración del crecimiento económico con un mercado de trabajo aún recuperado puede ayudar a explicar ese importante fenómeno. Se estaba rompiendo, por lo tanto, el marco del letargo inaugurado en 2002, cuando Lula ganó las elecciones presidenciales.
Además de eso, los dos gobiernos de Lula da Silva no crearon nuevos derechos sociales. A pesar de la reciente equiparación de los derechos laborales de las empleadas domésticas, Dilma Rousseff siguió el mismo camino. Si bien los sucesivos gobiernos petistas aumentaron ampliamente los gastos sociales, no puede decirse lo mismo respecto de los gastos en salud y educación. Pese a que crecieron en términos absolutos debido al buen desempeño de la economía, estos gastos disminuyeron en términos relativos.
La cuestión de la efectivización y ampliación de los derechos sociales es clave para la comprensión de las bases sociales de la mayor revuelta popular en la historia brasileña. En definitiva, desde los años 1950, el proletariado precarizado se moviliza por la efectivización y por la ampliación de los derechos sociales.
La masa de trabajadores jóvenes y precarizados que ganó las calles el mes de junio sabe que para alcanzar sus objetivos no puede contar ni con él PSDB, ni con el PT. En definitiva, hace décadas que estos partidos son parte diferenciada de una misma lógica, que en cada elección negocia millones de reales de financiamientos por innumerables arreglos y acuerdos con grandes constructoras, empresas de ómnibus, etcétera.
Esto ayuda a comprender la formación de ese sentimiento anti partidario, alimentado por un sentimiento igualitarista resistente al desigual juego político parlamentario. Se trata de un sentimiento que merece ser elaborado, reflexionado y asimilado por las fuerzas colectivas (partidarios o no) que animaron las actuales protestas.
Pero el sentimiento popular expresa también –y decisivamente– un claro repudio a la Copa de las Confederaciones “blanqueada”, sin negros y pobres en los estadios; en el colosal abismo existente entre las representaciones políticas tradicionales y el clamor de las calles; en la brutalidad de la violencia de la Policía Militar de Alckmin (gobernador del PSDB en el estado de San Pablo), con el apoyo de Haddad (intendente del PT en la ciudad de San Pablo).
El campo de las batallas, sus reivindicaciones y modos de ser
A fin de entender la actual dinámica de las movilizaciones, es necesario, en primer lugar, ubicar el papel que la lucha por la reducción de las tarifas de ómnibus desempeñó en la actual coyuntura. En este aspecto, buena parte de los analistas políticos se mostró sorprendido por el fuerte apoyo popular recibido por el MPL en su lucha por derogar el aumento de R$ 0,20 en el precio del transporte urbano. Sin embargo, como fue quedando cada día más claro con el transcurso de las movilizaciones, nunca se trató exclusivamente del aumento de precios del pasaje de ómnibus y del metro. En realidad, estamos frente a la ruidosa transformación de una inquietud social latente y difusa en una abierta, a pesar de la todavía inorgánica insatisfacción social.
Quienes se dedican a analizar la dinámica histórica de las explosiones sociales en las periferias de las grandes metrópolis brasileñas conocen el potencial movilizador del transporte colectivo. En definitiva, si los reajustes del precio de los alimentos, de los alquileres y de los servicios, por ejemplo, se producen de manera fragmentada, diluyéndose o largo de los meses, en los reajustes del pasaje de ómnibus, debido al hecho de ser una tarifa regulada políticamente, se produce de una sola vez, alcanzando a la masa de trabajadores al mismo tiempo. Así, en junio de 2013, pudo observarse que, teniendo a la ciudad de San Pablo como epicentro político, la protesta contra los reajustes alcanzara una dimensión nacional.
El contexto inicial ya es bastante conocido: en enero de 2013, a pedido del gobierno Federal, la prefectura de San Pablo postergó el reajuste de tarifas del transporte colectivo, con la estrategia de que no impactara en la inflación. En mayo, incluso con la suspensión por el gobierno federal del cobro de dos impuestos que inciden en las tarifas del transporte urbano (ómnibus, tren y metro), la Prefectura Municipal y el Gobierno del Estado de San Pablo anunciaron el reajuste de R$ 3,00 a R$ 3,20. En respuesta al aumento anunciado, el día 6 junio de 2013, como ya lo había hecho tras reajustes anteriores, el MPL organizó un acto que reunió aproximadamente –según estimaciones de la Policía Militar–, 2000 personas en la Avenida Paulista.
Entre los días 7 y 13 de junio, el MPL organizó otras tres protestas, reuniendo a más de 15.000 manifestantes que marcharon en la Avenida Paulista, en la Marginal del río Pinheiros y por las calles del centro de la ciudad. La protesta del día 13 junio, sin embargo, representó el momento del viraje. Después de una intensa campaña mediática que pedía la represión a los “vándalos”, la PM del Estado de San Pablo decidió reprimir duramente a los militantes del MPL mediante la utilización de bombas de gas lacrimógeno, bombas de efecto moral y disparando tiros de balas de goma indiscriminadamente. Sin mencionar los innumerables presos y detenidos, durante la violenta represión de la PM incontables manifestantes quedaron heridos, entre ellos 22 periodistas que hacían la cobertura de la confrontación.
Después de este día, un fuerte sentimiento de indignación se apoderó de la ciudad de San Pablo y la manifestación convocada por el MPL para el lunes 17 junio 2013, reunió aproximadamente 100.000 personas en el Largo da Batata, en el oeste de la capital paulista, iniciando una marcha que ocupó la Avenida Brigadeiro Faria Lima, dirigiéndose como los cinco días anteriores, tanto hacia la Marginal del rio Pinheiros como hacia la Avenida Paulista. En esta ocasión, el movimiento de masas ya no podía ser reprimido por la PM y se cumplió la promesa hecha en el comienzo de las jornadas de junio: “Se a tarifa nao baixar, São Paulo vai parar” [Si la tarifa no baja, San Pablo va a hacer paro]
A lo largo de esos días, los sectores de la juventud paulistana, mayoritariamente constituida por trabajadores jóvenes e insertos en condiciones precarias de trabajo, además de subremunerados, manifestaron públicamente su descontento con los límites de un modelo de desarrollo que se apoyó en la expoliación del espacio urbano por medio de la connivencia entre empleadoras, constructoras, empresas de transporte y poder público. De hecho, el 17 de junio de 2003, los jóvenes expresaron su deseo de inventar otra metrópolis, un lugar generoso donde las diferencias pudieran ser acogidas, los servicios públicos funcionasen satisfactoriamente para las amplias mayorías y la ciudad no siguiera siendo propiedad de unos pocos privilegiados.
La imagen de 100.000 personas caminando entre los edificios vidriados de los bancos y de las corporaciones por la Faria Lima en dirección a la región de Berrini
1 tradujo ese deseo en un clima festivo, donde innumerables carteles fueron exhibidos de manera totalmente espontánea por una masa de jóvenes que cantaba todo el tiempo:
“Se o povo acordar, eles nao dormen!” [Si el pueblo despierta, ellos nos duermen]
“Nao adianta atirar, as ideias sao à prova de balas!” [No sirve disparar, las ideas son a prueba de balas]
“Nao é por centavos, é por direitos!” [No es por centavos, es por derechos]
“Poe a tarifa na conta da FIFA!” [Ponga la tarifa en la cuenta de la FIFA]
“Verás que um filho teu nao foge à luta!” [Verás que un hijo tuyo no rehúye la lucha]
“Se seu filho adoecer, leve-o ao estádio!” [Si su hijo se enferma, llévelo al estadio]
“Ô fardado, você também é explorado!” [Uniformado, también sos explotado]
“Oi FIFA, paga mina tarifa!” [Escucha, FIFA, paga mi tarifa]
Esta manifestación fue coronada por el éxito al día siguiente cuando más de 50.000 personas participaron en la manifestación en la Praça da Sé, en San Pablo, logrando que la Prefectura municipal y el Gobierno del Estado de San Pablo debieran suspender el reajuste de la tarifa el día 19 junio.
A partir de esta innegable victoria, el movimiento callejero se extendió por las principales ciudades del país, a tal punto que una encuesta nacional realizada por el Instituto CNT/Ibope, publicada el 21 junio, indica que el 75% de la población estaba apoyando las manifestaciones y que él 6% de los entrevistados (equivalente a 12 millones de personas) habían participado en alguna de las protestas. Además, la lista de reivindicaciones trascendió el tema del derecho al transporte colectivo de calidad, extendiéndose a demandas concernientes a otros servicios públicos, especialmente, la salud y la educación. Con la nacionalización del movimiento popular, la presidente Dilma Rousseff decidió pronunciarse a través de la cadena nacional y afirmó estar “atenta al clamor de las calles”. A continuación, se reunió con representantes del MPL, además de intendentes y gobernadores de estado, el 24 junio 2013, con el propósito de negociar un pacto nacional por la mejora de los servicios públicos.
Una pre conclusión: ¿Qué será, qué será…?
Hasta el momento en que finalizamos este texto, 3 de julio de 2013, las innumerables manifestaciones ocurridas en 388 ciudades y 22 capitales, nos permiten afirmar que el balance de las jornadas de junio es ampliamente positivo. Las diferentes esferas gubernamentales fueron “obligadas” a actuar, intentando “atender” ciertas demandas presentadas durante el actual ciclo de protestas y, de ese modo, tratar de pararlas. El gobierno federal anunció un plan que prevé invertir 51.000 millones de reales en proyectos de movilidad urbana y la contratación inmediata de 35.000 médicos para atender las periferias de las grandes ciudades y el interior del país. Además de eso, la Cámara de Diputados aprobó en la madrugada del 26 junio el antes controvertido proyecto de ley del Ejecutivo que destinaba 75% de los recursos de las regalías del petróleo a la educación pública, priorizando la educación básica, y 25% a la salud.
La presión popular en las manifestaciones es de tal intensidad y amplitud que terminaron generando las primeras victorias conquistadas por la movilización de las masas en las jornadas de junio. Además de los militantes del MPL, entre los manifestantes se encontraban innumerables agrupamientos de la oposición de izquierda al gobierno federal, especialmente, partidos políticos como el PSOL, el PSTU, el PCB, además de otros grupos partidarios menores y también militantes anarquistas. Si bien en varias marchas, especialmente las desarrolladas en Río de Janeiro y en San Pablo, el sentimiento contrario a los partidos políticos terminó transformándose en actitudes hostiles a esos agrupamientos (cuando incluso varios sectores de derecha engrosaron las marchas que fueron iniciadas por los movimiento populares, estudiantiles y de partidos de izquierda, explotando el sentimiento “apolítico” y utilizando la violencia contra los jóvenes militantes de izquierda), la situación actual comienza a apuntar en otra dirección, con los partidos de izquierda, críticos del gobierno, volviendo a actuar libremente en las manifestaciones y convocando a protestas con amplia participación popular. Lo que también llegó a la periferia, como hemos visto en innumerables manifestaciones.
Tuvimos de este modo, en cierto sentido, un movimiento en disputa: de un lado, amplios sectores del movimiento estudiantil, fuerte presencia de los movimientos sociales organizados, como el MPL, Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), movimiento de Periferia Activa, entre innumerables ejemplos, además de partidos y agrupamientos de izquierdas vinculados a los movimientos estudiantiles como PSOL, PSTU, PCB, anarquistas –con sus aproximaciones y también, diferencias– y, por el otro, varios pequeños agrupamientos de derecha, explícita y violentamente antipartidos y antiizquierdas, intentando “ganar” la conducción de los amplios sectores de masas que son la gran mayoría del movimiento, lo que confiere un contorno de disputa ideológica de una gran mayoría de jóvenes. Si inmediatamente después de la enorme represión de la PM en las majestuosas marchas en San Pablo, Río de Janeiro y tantas otras capitales y ciudades el 17 junio, núcleos de derecha trataron, con el masivo apoyo mediático, de influenciar la conducción del movimiento hacia banderas conservadoras y de derechas –como la reducción de todo el movimiento casi exclusivamente contra la corrupción, por la reducción de la edad (de 18 a 16 años para el castigo penal, etc.–, la (re)organización de las izquierdas y de los movimiento populares fue decisiva para el avance (y no retroceso) de las manifestaciones.
Durante la “Copa de las Confederaciones”, que entrará en la historia reciente del Brasil como la “Copa de las Rebeliones”, hubo manifestaciones y confrontaciones en todos los estadios en los que hubo partidos, todas con significativa presencia popular y terminando casi siempre en confrontaciones con la PM. Brasil ganó la Copa, pero la población no festejó en las calles, como siempre lo hizo anteriormente. Ella advirtió que la Copa fue impuesta por los intereses de las grandes empresas, bajo el mando de la FIFA y excluyendo al pueblo. Esa misma población que advirtió que los recursos que faltan para transporte, salud, educación, fueron drenados hacia los estadios y los beneficios de los grandes conglomerados que se benefician con la Copa. Bastaría decir que la estimación de costos para la Copa del Mundo de 2014, programada para ser realizada en Brasil, tiene ya un costo tres veces mayor al que tuvo en Sudáfrica y casi tres veces del que tuvo en Alemania y en Japón. Lo que da una idea del saqueo, percibido por la población trabajadora y por la juventud.
En realidad, lo que hoy vemos en las calles, es un movimiento amplio, masivo, polisémico y multiforme, bastante diferente de otros que ocurrieron en la historia reciente del país. El perfil del movimiento se ha transformado desde el inicio de las jornadas de junio, comenzaron con estudiantes y estudiantes/trabajadores que utilizan el transporte colectivo y que por medio del MPL hace años vienen organizando manifestaciones en distintas ciudades, como Florianópolis, Porto Alegre, Victoria, Salvador, además de jóvenes militantes vinculados a los partidos de izquierda, como el PSOL, PSTU, PCB, entre otros agrupamientos. Poco a poco se fueron ampliando y, después de la brutal represión policial a la marcha del día 13 de junio en la ciudad de San Pablo, las protestas ampliaron su radio, alcanzando las periferias, donde una masa plebeya de jóvenes inició un proceso de movilización que ya bloqueó varias autopistas en la ciudad de San Pablo.
Desde la periferia ella se extendió a prácticamente todos los rincones del país y actualmente, día 3 julio, se amplió hacia una huelga de camioneros que paraliza varias autopistas del país y anima –o advierte– sobre la eclosión de otras varias huelgas, como las del transporte público, médicos, indicando que las manifestaciones se amplían a otros sectores de la clase trabajadora, descontenta con los rumbos del país en estas dos últimas décadas.
Así, las manifestaciones arruinaron el mito de que el Brasil sería un país de clase media, en crecimiento y en camino a ser la quinta potencia industrial. Un país paradisíaco donde todo sale bien y donde el pueblo está satisfecho con sus gobernantes y con el actual modelo de desarrollo. El actual ciclo de movilizaciones populares demostró la existencia de una profunda inquietud con la reproducción del todo sistema político representativo nacional y, particularmente, con el sistema legislativo. ¿Por qué? Porque existe una enorme discordancia entre las expectativas populares y los procedimientos parlamentarios. Para dar sólo un ejemplo, en medio de las manifestaciones, la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados aprobó el proyecto grotescamente conocido como “cura gay”.
Esto ayuda a comprender por qué el actual ciclo de movilización popular tiene tanta acogida en la población. En todo caso, sean cuales fueren los desarrollos de estos movimientos, el país ya no volverá a ser el mismo. Esto es sólo el comienzo.