21/11/2024
Por Said Edward , ,
Invierno de 2002
A pesar de los esfuerzos de Israel para restringir la cobertura mediática de su invasión a las ciudades y campos de refugiados de Cisjordania, las informaciones y las imágenes se han filtrado, de todas maneras, poco a poco.
Internet ha provisto centenares de relatos de testigos, así como las fotos que lograron algunos de ellos. Las televisoras árabes y europeas han hecho lo mismo, pero en las cadenas televisivas de los Estados Unidos o no está disponible o es bloqueada, e incluso hábilmente negada.
Esta documentación ofrece la prueba impresionante de lo que ha sido verdaderamente la campaña de Israel, de lo que en realidad siempre fue: la conquista irreversible de la tierra y de la sociedad palestina.
Una propaganda que se desgasta
La posición oficial de Israel (apoyada en lo fundamental por Washington, así como por casi todos los comentaristas de los medios de los Estados Unidos) pretende que Israel ha emprendido represalias para defenderse contra los atentados suicidas que minaban su seguridad e incluso amenazaban su existencia. Esta posición oficial ha adquirido el estatuto de verdad absoluta, a la que nada ha relativizado: ni lo que Israel ha hecho realmente ni lo que Israel ha sufrido realmente.
Consignas como «extirpar la red terrorista», «desmantelar la infraestructura del terrorismo» y «atacar los nidos de terroristas» (nótese la deshumanización total, a través de las palabras) son repetidas con tanta frecuencia, sin mayor reflexión, que dan a Israel el derecho de destruir la vida civil palestina en un nivel impresioante de devastación, de matanzas, de humillación y de vandalismo gratuitos.
Sin embargo, hay indicios que parecen indicar que la sorprendente, por no decir grotesca, proclamación del Estado israelí, según la cual está luchando por su existencia, está desgastándose lentamente por las destrucciones causadas por el Estado sionista y su homicida primer ministro Ariel Sharon.
Considérese, por ejemplo, este artículo de Serge Schmemann (que no es un propagandista palestino), aparecido el 11 de abril en la primera plana del New York Times: « Los ataques redujeron los proyectos palestinos a pilas de escombros y de metal retorcido»: « No es posible evaluar todo el alcance de los daños causados a las ciudades de Ramallá, Belén, Tulkarem, Kalkilya, Naplusa y Jenin, mientras sigan sitiadas con patrullas y con francotiradores de elite que disparan en las calles. Pero se puede asegurar que es que lo que ha sido devastado es la infraestructura de la vida misma y de todo futuro Estado palestino: rutas, escuelas, postes de electricidad, cañerías de agua, líneas telefónicas.»
Una constatación y una pregunta
¿Qué cálculo inhumano ha conducido al ejército de Israel a utilizar docenas de tanques y de transportes de tropas blindados, apoyados por miles de misiles disparados por los helicópteros de asalto Apache, provistos por los Estados Unidos, para sitiar durante más de una semana el campo de refugiados de Jenin, una parcela de un kilómetro cuadrado de construcciones precarias que contenía a 15.000 refugiados y algunas decenas de hombres armados con fusiles automáticos, sin misiles ni vehículos blindados; y llamar a esto una respuesta a la violencia terrorista y a una amenaza para la supervivencia de Israel?
Los informes hablan de cientos de personas enterradas bajo los escombros que las topadoras israelíes han comenzado a alisar sobre las ruinas del campo, después de terminados los combates.
¿Los civiles palestinos, hombres, mujeres y niños, no son entonces más que ratas o cucarachas, a quienes se puede atacar y matar por millares, sin siquiera una palabra de compasión o una expresión en su favor?
¿Y qué decir de la captura de miles de hobres palestinos arrestados por los soldados israelíes, de la miseria de tantos ciudadanos comunes que se encuentran a la intemperie y que tratan de sobrevivir en las ruinas acumuladas por la topadoras israelíes por toda Cisjordania, del asedio que se extiende por meses y meses, de los cortes de electricidad y de agua en las ciudades palestinas, de los largos días de toque de queda total, de la falta de alimentos y medicinas, de los heridos desangrados hasta morir, de los ataques sistemáticos contra las ambulancias y los socorristas, que el propio Kofi Annan, un hombre de modales tan dulces, ha denunciado como hechos ultrajantes?
Estos actos no podrán ser tan fácilmente enterrados en el olvido. Los amigos del Estado israelí deben plantearse una pregunta: ¿cómo puede su política suicida permitirle obtener la paz, el reconocimiento y la seguridad?
Un objetivo: quebrar a los palestinos
Una maquinaria de propaganda formidable y temible a logrado transformar monstruosamente a todo un pueblo en apenas un grupo de militantes y terroristas. Esto ha permitido, no sólo a los militares de Israel, sino a todos sus batallones de escritores y defensores borrar una terrible historia de injusticia, de sufrimientos y de opresión, con el objetivo de destruir impunemente la existencia civil del pueblo palestino.
Se ha borrado de la memoria del público: la destrucción de la sociedad palestina en 1948 y la creación de un pueblo desposeído; la conquista en 1967 de Cisjordania y Gaza y su ocupación militar desde entonces; la invasión del Líbano en 1982, con 17.500 libaneses y palestinos muertos y las masacres de Sabra u Shatila; los ataques continuos contra las escuelas, los campos de refugiados, los hospitales palestinos y las instalaciones civiles de todo tipo.
¿Qué función antiterrorista puede tener la destrucción del edificio y el robo de los archivos del Ministerio de Educación, de la Municipalidad de Ramallah, de la Oficina Central de Estadísicas, de diversas instituciones especializadas en la defensa de los derechos civiles, la salud, la cultura y el desarrollo económico, de los hospitales y de las estaciones de radio y televisión?
¿No está claro que Sharon está decidido, no sólo a quebrar a los palestinos, sino a tratar de eliminarlos como un pueblo dotado de instituciones nacionales?
Atentados suicidas y evaluación racista
En el contexto de semejante desigualdad y asimetría de poder, es realmente loco exigir constantemente a los palestinos, que no tienen ejército ni aviación ni tanques, y ni siquiera una dirección política que funcione, que renuncien a la violencia sin exigir a Israel una limitación similar de sus acciones. Esto lleva a silenciar la práctica sistemática por parte de Israel del asesinato de civiles desarmados, como lo informan todas las principales organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Siempre me he opuesto a los atentados suicidas, pero no es posible juzgarlos desde un punto de vista que implique un patrón de medida tácitamente racista, que atribuye más valor a las vidas israelíes que a las vidas palestinas perdidas, mutiladas y destrozadas en cantidades mucho mayores por la prolongada ocupación militar y por la barbarie sistemática utilizada abiertamente por Sharon contra los palestinos desde el comienzo de su carrera.
¿Quién aceptó la partición?
No es imaginable una paz que no aborde la verdadera cuestión: el absoluto rechazo de Israel a aceptar la existencia soberana de un pueblo palestino dotado de derechos sobre esta tierra que Sharon y la mayoría de sus partidarios consideran como el Gran Israel, es decir Cisjordania y Gaza. El Financial Times del 5 de abril dedicó una semablanza a Sharon y citaba pasajes de su autobiografía indicando: «manifestó su orgullo por la convicción de sus padres de que judíos y árabes podían convivir como ciudadanos». A continuación, la cita de su autobiografía: «Pero estaban absolutamente convencidos de ser los únicos con derechos sobre esta tierra. Nadie podría expulsarlos de ella, ni por el terror ni por otro medio. Cuando la tierra te pertenece físicamente… es decir, cuando uno tiene el poder, no sólo el poder físico sino el poder espiritual
En 1988, la OLP hizo la concesión de aceptar la partición de Palestina en dos estados. Esto fue reafirmado en muchas oportunidades, y sobre todo a partir de los acuerdos de Oslo. Pero sólo los palestinos reconocieron explícitamente el concepto de partición. Israel nunca no hizo. Es por eso que hoy hay más de 170 colonias en el territorio de Cisjordania y Gaza. Es por eso que existe una red de 450 km de rutas que las vinculan unas con otras y que bloquean por completo los movimientos de los palestinos (según Jeff Halper, del Comité Israelí contra al demolición de viviendas, estas rutas han costado tres mil millones de dólares y fueron financiadas por los Estados Unidos). Es por eso que nunca ningún primer ministro israelí ha concedido alguna soberanía real a los palestinos. Es por eso que las colonias han aumentado cada año. Una simple mirada al mapa muestra lo que Israel ha hecho a todo lo largo del proceso de paz y qué discontinuidades geográficas y que restricciones se derivan de ello para la vida de los palestinos. De hecho, Israel se considera, con el pueblo judío, como el propietario de toda Palestina. En Israel propiamente dicho, hay leyes sobre la propiedad inmueble para garantizarlo. Pero en Cisjordania y Gaza, las colonias, las rutas y la negativa a reconocer a los palestinos derechos soberanos sobre la tierra cumplen la misma función.
Silencio sobre la tierra y la propiedad
Lo que provoca estupefacción es que jamás algún responsable norteamericano o palestino o árabe o de las Naciones Unidas o europeo o cualquier otro haya planteado esta cuestión, que subyace a los acuerdos de Oslo.
Es por eso que, después de diez años de negociaciones de paz, Israel sigue controlando Cisjordania y Gaza. Hoy, estos territorios están aún más directamente controlados por más de mil tanques israelíes y miles de soldades. Pero el principio básico sigue siendo el mismo.
Ningún líder israelí (y por cierto, ni Sharon ni los partidarios del Gran Israel que forman la mayoría de su gobierno) ha reconocido oficialmente a los territorios ocupados como ocupados, ni reconocido que los palestinos podrían tener teóridamente derechos soberanos, es decir, sin que Israel controle sus fronteras, sus aguas, el aire y la seguridad, en el lugar que la mayoría de la gente en todo el mundo considera como la tierra palestina.
Se ha puesto de moda hablar de la perspectiva de un Estado palestino, pero esto sigue siendo un espejismo mientras las cuestiones de la propiedad de la tierra y de la soberanía no sean reconocidas abierta y oficialmente por el gobierno israelí.
Ninguno lo ha hecho y, si no me equivoco, ninguno lo hará en el futuro. Hay que recordar que Israel es hoy en el mundo el único que nunca ha tenido fronteras internacionales declaradas; el único Estado que no es el Estado de sus ciudadanos sino el Estado de la totalidad del pueblo judío; el único Estado en el que más del 90% de la tierra está confiada al Estado en fideicomiso, para beneficio exclusivo del conjunto del pueblo judío.
El hecho de que Israel ha violado sistemáticamente la ley internacional (ver el artículo de Richard Falk en The Nation del 20 de abril de 2002) indica la profundidad y la complicación estructural del rechazo absoluto que los palestinos han debido enfrentar.
Es por eso que soy escéptico acerca de las discusiones y reuniones para hablar de la paz, que es una bella palabra, que que en el contexto actual significa únicamente ordenar a los palestinos que detengan la resistencia al control israelí sobre su tierra. Esta es una de las muchas deficiencias de la lamentable dirección de Arafat (para no hablar de los dirigentes árabes en general, todavía más lamentables): nunca, durante los diez años del llamado proceso de Oslo ha centrado las negociaciones sobre la propiedad de la tierra, lo que habría obligado a Israel a la obligación de declarar su disposición a ceder los derechos sobre la tierra palestina. Arafat nunca ha reclamado que que se exija a Israel que asuma sus responsabilidades por los sufrimientos del pueblo palestino.
Temo que ahora Arafat se limite una vez más a tratar de salvarse a sí mismo, cuando lo que realmente necesitamos son observadores internacionales que nos protejan y nuevas elecciones para dar un futuro político real al pueblo palestino.
Israel: un Estado por encima de los otros
La cuestión de fondo que Israel y su pueblo deben enfrentar es la siguiente: ¿están dispuestos a asumir los derechos y obligaciones de un país como cualquier otro, renunciando a esa suerte de afirmación colonial imposible por la que Sharon y sus soldados han combatido desde el primer día?
En 1948, los palestinos perdieron el 78% de Palestina. En 1967, perdieron el 22% restante. Hoy, la comunidad internacional debe poner a Israel frente a la obligación de aceptar el principio de una partición real y no ficticia, y aceptar el principio de limitar sus pretensiones extraterritoriales de Israel, esas absurdas pretensiones y leyes basadas en la Biblia, que les han permitido hasta el presente tener precedencia sobre otro pueblo.
¿Por qué se tolera este tipo de fundamentalismo? Hasta ahora, todo lo que oímos es que los palestinos deben renunciar a la violencia y condenar el terrorismo. ¿Nunca se le exige nada sustancial a Israel y ese Estado puede continuar haciendo lo que hace sin tener que preocuparse por las consecuencias?
Esta es la verdadera cuestión de su existencia: ¿Israel puede existir como un Estado igual a los otros o debe estar siempre por encima de las limitaciones y obligaciones de los otros estados? El pasado no alienta a sentirse seguro.
Traducción de la versión en francés, publicada por à l’encontre, por Andrés Méndez. Subtítulos añadidos por la redacción de à l’encontre.