21/11/2024
Por Mazzeo Miguel
No la libertad como algo asociado al privilegio y viciada de raíz, sino la libertad en tanto que derecho prescripto que se extiende más allá de los estrechos límites de la esfera política, a la organización íntima de la sociedad misma”.
Karl Polanyi, La gran transformación.
Los libertarios son la furia desatada del interés privado y de los derechos de propiedad individualizados. Proclaman la hora del super capitalismo. Quieren liberar al proceso de acumulación de capital de toda instancia de regulación estatal, sacudirlo de cualquier modalidad ajena a la maximización del beneficio. Vinieron a proponer una idea de la libertad en su máximo grado de abstracción: la libertad rebosante de ideología capitalista, triturada por la alineación universal. De paso, arruinaron una de las palabras más bellas de la lengua castellana.
Vale recordar lo que Karl Marx decía de la libertad en el marco del sistema capitalista: “…no se trata, precisamente, más que del desarrollo libre sobre una base limitada, la base de la dominación por el capital. Por ende este tipo de libertad individual es a la vez la abolición más plena de toda libertad individual y el avasallamiento cabal de la individualidad bajo condiciones sociales que adoptan la forma de poderes objetivos, incluso de cosas poderosísimas; de cosas independientes de los mismos individuos que se relacionan entre sí…”.[1]
Claro está, las condiciones y poderes objetivos impuestos por el capital (el peor liberticida del que se tenga memoria, el más truculento de todos) no cuentan para los libertarios, por el contrario, para ellos el límite a la libertad individual está en todo aquello que no permite el despliegue ilimitado y desenfrenado de esas condiciones y esos poderes objetivos. Y es que, para los libertarios, el capital no es un poder separado de la comunidad (y vuelto contra ella).
Los libertarios quieren acabar con el principio de subsidiariedad, así lo exige otro principio que defienden a capa y espada: el del lucro indiscriminado. Ansían el poder sin responsabilidad. Abogan por la irresponsabilidad empresaria, social. Quieren una economía sin política. A diferencia de otros sectores de la derecha liberal (y del universo teórico neoclásico) no se escudan en la ética abstracta del capital: directamente se burlan de la ética. Consideran que el capitalismo funcionaría mucho mejor sin los “pesados lastres éticos”. Aunque no dejen de invocar viejas fórmulas como un mantra, están absolutamente convencidos de que el horizonte del “interés general” es una farsa a erradicar. En el fondo, ninguno de ellos cree que el interés individual pueda contribuir al bien común. Para ellos “lo común” es un espacio abierto a los procesos de apropiación privada, mercantilización y monetización. Para ellos no existen fines sociales y/o geopolíticos.
En ciertos sentidos, los libertarios son absolutamente transparentes. Son soldados de la desigualdad, la depredación, la impiedad. Repudian el asociativismo, la cooperación y la solidaridad (sobre todo la de los y las de abajo). Justifican abiertamente el dominio despótico del capital y el maltrato al trabajo y a la naturaleza, militan la mercantilización más grosera. Se oponen a los que consideran “sentimentalismos” y a las políticas públicas “caritativas”. Saben cabalgar todas las tendencias descolectivizantes. A través de ellos, la derecha comienza a abandonar las retóricas de la neutralidad y la no confrontación.
Los libertarios buscan exceder el horizonte del monetarismo neoliberal y de las políticas “del lado de la oferta”. Pretenden ir más lejos todavía.
El trasfondo de esta especie de porno-capitalismo, de esta convocatoria a una orgía burguesa, es un brutal autoritarismo (apenas disimulado) que puede llegar al punto de negar el derecho a la existencia de todo aquello que no cabe en sus patrones dogmáticos: una versión moderna y “mercantil” del fascismo, un fascismo de “amplio espectro” que, en la Argentina y en otros países, viene generando un campo de empatía que está más allá de los acuerdos entre los grupos más ideologizados. Ahora bien, desde sus emplazamientos ultra-reaccionarios, los libertarios operan en una fisura real de nuestra sociedad y rozan una verdad política. Maniobran sobre los núcleos de mal sentido del sentido común. La distopía que proponen no adolece de irrealidad, es decir, posee algún grado de concreción, habita muchas subjetividades, mora en diversos microcosmos oscuros de la sociedad.
La presencia actual de los libertarios, el eco que sus propuestas encuentran en una parte de la sociedad, pueden verse como un emergente de la crisis del sistema capitalista, pueden considerarse como una de las tantas manifestaciones de la crisis civilizatoria global, exacerbadas en tiempos de pandemia.
Los libertarios son una de las expresiones ideológicas del hipercapitalismo que más ha crecido en los últimos años. Pero este crecimiento guarda relación con las situaciones que la misma desregulación del capital ha generado en las últimas décadas: con todo lo que los pueblos retrocedieron en materia de bienes comunes, con el avance de los modelos extractivistas y las formas de acumulación por desposesión, con la consolidación de mecanismos verticales de gestión. Cabe señalar que estas situaciones no fueron revertidas sustancialmente por los “gobiernos progresistas”, más allá las innegables reparaciones que alentaron en diversos campos. Entonces, los libertarios no irrumpen precisamente en un contexto de fuertes regulaciones al capital, en el marco de una correlación de fuerzas favorables a la clase trabajadora. O sea, son la expresión de un poder que hace tiempo se ha desatado.
Asimismo, su crecimiento se puede vincular con el éxito del sistema en la “fabricación” de individuos estandarizados (“ultra-racionalizados”, formateados geo-culturalmente), pero también con el agotamiento de otras políticas (“de centro”, “reformistas”, “populistas”, “de izquierda”) que navegan en el marco del orden establecido y que resultan complementarias del mismo; políticas que en los términos de Félix Guattari,[2] no producen “territorialidades de reemplazo”, o que, en términos gramscianos, no se proponen construir subjetividades, sistemas y bloques contra-hegemónicos (o que no logran dar pasos firmes en pos de esa construcción).
De este modo, la presencia de los libertarios, no deja de ser, también, el signo de un enorme vacío político e ideológico y de un achicamiento (o un “adormecimiento”) de los espacios de retaguardia popular (materiales, sociales, culturales, simbólicos); un signo de la pobreza política (más que teórica) del “progresismo” y de la izquierda anticapitalista.
Porque los libertarios crecen a medida que aumenta la inviabilidad de todo “capitalismo social” y de toda política “humanizadora” de las relaciones sociales asimétricas, a medida que el desarrollo histórico achica el margen para el “capitalismo reformista”, a medida que las supuestos proyectos nacionales y populares se reducen cada vez más a la gestión del estado de cosas existente y se limitan a una “mediación” entre los poderosos y los perdedores: una mediación que reproduce esa relación, poniéndole, en el mejor de los casos, algún freno a la voracidad de los poderosos, pero conservando a los perdedores en esa condición.
Los libertarios crecen a medida que la izquierda anticapitalista (cultivando estilos apolíneos) gasta sus días en prácticas fragmentadas, testimoniales o conmemorativas, a medida que las dirigencias de las organizaciones populares y los movimientos sociales piensan burocráticamente en administrar la gobernabilidad más que en organizar el conflicto. ¿Qué pasará cuando entre en erupción la bronca acumulada?
Por obra y gracia de los libertarios, la derecha comienza ocupar el espacio de “lo diabólico”, de lo contestatario, de lo culturalmente subversivo, de lo que rompe con la moderación del discurso político promedio (ya sea en su formato neoliberal o neo-desarrollista). Además, los libertarios no invocan su idea individualista de la libertad como si se tratara de un proyecto a futuro, convocan a ejercerla aquí y ahora (o celebran ese tipo de ejercicios). Intentan traducir el egoísmo en política. Esta postura les permite desarrollar capacidades de agitación del malestar social.
Frente a inviabilidad de las alianzas neo-ricardianas entre capital industrial y sindicatos, frente la quimera del un “capitalismo con rostro humano”, los libertarios responden con la apología a la renta terrateniente, inmobiliaria, principalmente financiera. Actúan como la vanguardia ideológica de la nueva derecha.
Los libertarios quieren resolver la crisis sistémica profundizando cada una de sus causas estructurales, ya no administrándola o prorrogándola. Su estrategia se basa en el desarrollo de las anomalías del capital sin más dilaciones. Su propuesta, cruda, rabiosa, carece de artificios. A diferencia de los viejos liberales, no apelan a unos supuestos “valores espirituales”. Pregonan un capitalismo sin atenuantes.
Los libertarios son la expresión del capitalismo desenfrenado y dionisiaco, del “espíritu animal del empresario ansioso de beneficio”.[3] Son la ebriedad y el éxtasis de mercado. Son la irracionalidad más poderosa. Son la versión más exagerada de la tendencia “normal” de nuestras sociedades neoliberales, una tendencia orientada a reconocer a los valores de cambio como los únicos organizadores posibles de la producción de valores de uso. Una tendencia autodestructiva de la civilización del capital pero que nos arrastrará a todos y todas sino somos capaces de desarrollar un sistema alternativo.
Aunque los grupos y las figuras actuales del abanico libertario se desgasten y se extingan en poco tiempo (después de un fugaz momento de gloria), no conviene considerarlos una secta efímera; aunque parezcan estancados en el estereotipo o en la parodia, lo que en verdad importa es el sentido de la tendencia histórica, y el papel que juegan en esa tendencia: arietes del proyecto de una derecha cada vez más “republicana” y menos democrática o, directamente, antidemocrática; minoría activa en torno de la cual puede llegar a gestarse una “cultura militante” de la derecha en un sentido más amplio.
Todavía no han surgido las fuerzas políticas que, desde las posiciones del trabajo, desde los muchos y variados espacios comunales y resistentes, den cuenta de esa misma crisis sistémica y propongan vías para superarla, desde cristalizaciones desalienantes, desde cosmovisiones alternativas, con métodos radicales y con igual crudeza, a través de la eliminación definitiva de sus causas. Porque ese parece ser el gran dilema de nuestro tiempo: profundización o eliminación de las causas estructurales de la crisis sistémica.
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(Primera nota de la serie aquí)
Lanús Oeste, 1º de junio 2021.
[1] Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858, Tomo 2, México, 2002, p.169.
[2] Véase: Guattari, Félix, Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2018.
[3] Harvey, David, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Quito, Traficantes de Sueños, 2014, p. 39.