24/11/2024
Por Rosenzvaig Eduardo , ,
Libertad y responsabilidad
Si la moral irrumpe como necesidad de concordar la conducta individual con los intereses de los demás, ¿qué pasa cuando tiro una cáscara de banana al suelo? ¿Qué pasa si mi acto no concuerda con los intereses de quienes se van a resbalar y matar de un golpe?
Las víctimas del golpe dicen: "Tenemos que hacer algo, la democracia no es libertad de tirar cáscaras al suelo. Elevemos una nota a quienes nos representan". Los políticos sistémicos de los últimos veinte años responden de dos maneras: a) dictando una ordenanza contra los arrojadores de cáscaras, ordenanza que infaltablemente no harán cumplir; b) diciendo: "Respetamos la democracia. El que quiere arrojar una cáscara es libre".
He aquí cómo un político del prototipo de desigualdad se erige en paradigma de la libertad. ¿Por qué lo hace, si sabe que viviríamos mejor respetando la ordenanza y consecuentemente la vida de los demás? Éste es su pensamiento: "Dejo hacer lo que quieran por abajo, para tener la legitimidad a hacer lo que quiera por arriba". En otras palabras, dejo tirar las cáscaras individuales por abajo, para robarme las bananas públicas por arriba. Creo una impunidad social miserable, a cuenta de conservar una fáustica impunidad personal. Si yo por abajo hago de la sustancia de los actos inmorales la sustancia de actos libres, los actores de la pequeña inmoralidad perderán la autoestima. No podrán luego impugnar mis grandes inmoralidades. Igualación de los unos y de los otros en la moral. Esta moral de iguales sirve como contrafuerte a la sociedad de los desiguales. El pobre tirando la cáscara, el otro quedándose con el bananal.
Sabemos que el hombre como personalidad es relativamente libre en sus actos. Dentro de límites elige fines y medios. En este libre albedrío se hace responsable por su elección y las consecuencias de su elección.
Lo que está sucediendo en el país modelo de la desigualdad mundial, es que el hombre común es llevado a actuar sin responsabilidad. Tira la cáscara y ya está. Vota y ya está. Antes necesitaba de una aprobación social para arrojar la cáscara, como no la tenía, se guardaba de hacerlo. Ahora tiene la indiferencia social frente al acto.
La indiferencia es el modo de ser del hombre de la posmodernidad colonial.
El libre albedrío del hombre aparece pues en la dependencia dialéctica de libertad/responsabilidad. Autolimitación en beneficio de lo colectivo y lo social.
Cortada la cinta del colonialismo tardío en los años ochenta argentinos, festejada en los noventa, la contradicción personalidad-sociedad adquirió un dramatismo bíblico. Es alienación moral. El mecanismo único de regulación moral se descompuso en dos hemisferios aislados, con pérdida de la capacidad de interactuar: las normas morales a un lado; la actitud práctica hacia los demás al otro.
La desintegración social constitutiva al prototipo, provocó la alienación moral. Un quiebre. Todos saben que lo que el político clásico dice no es lo que hará, pero eso no parece contrariar los votos que volverá a reunir. En este prototipo, la personalidad no logra satisfacer sus propios intereses sin infringir los de sus prójimos, y los de la sociedad en su conjunto. A raíz de ello, en las interrelaciones humanas reales sólo queda la hipocresía y la falsedad. En La sagrada familia y siguiendo a Fourier, Marx dijo sobre esta clase que "es la impotencia en acción", enfatizando: "tan pronto como se pone a combatir un vicio, fracasa".
El punto verdaderamente de cocina de la alienación moral en la Argentina son las leyes de Obediencia debida y Punto final, celebradas con el champagne del Indulto. Si los que cometieron en el país asesinatos contra la humanidad entera, siguen tratados como hombres de bien, televisados, libres, perfectamente pensionados, ¿entonces, por qué Menem no asaltará los bienes públicos hasta vaciarlos, como los bandidos en el Oeste asaltaban trenes en marcha? La personalidad posmoderna colonial satisface sus propios intereses sólo infringiendo los de la sociedad en su conjunto. De allí que, en el centro de las interrelaciones humanas, sólo queden hipocresía y falsedad. La política, en su más acabada síntesis sistémica actual, es la construcción de una mentira, que sin ser creída, es dramatizada como alegoría de la salvación individual. "Síganme que no los voy a defraudar", "Con la democracia se trabaja, se come y se educa", "Revolución productiva", "Trabajo para todos", "La fiesta de unos pocos llega a su fin". Piripipí.
Cuando yo les pregunté a mis alumnos si cometerían un gran crimen o uno pequeño, todos contestaron que uno grande. ¿Por qué? pregunté. Porque Menem voló Río Tercero y está libre, pero al robador de un kiosco lo cruzan a balazos. Sólo un alumno contestó que se inclinaba por el gran crimen no por esta razón, sino porque uno grande es increíble. Obediencia debida y Punto final son las leyes que confirmaron ante la sociedad esto, el genocidio no existió porque es increíble. Si esto es increíble, nadie creerá verdaderamente que los ricos podemos hacer diez millones de pobres nuevos en seis meses.
Diciembre en llamas y la moral
El hombre que tira la cáscara pensando "Ma’ sí, que se jodan los otros, bastante me jodieron", es el hombre impotente contra los de arriba a quienes eligió él mismo. Se desquita entonces contra sus pares que más de una vez lo ayudaron, y por ende el desquite se vuelve contra él.
De pronto, los poderes sistémicos son desbandados por el furor social, la acción de los que no se resignan, multitudes en las calles, las banderas, asambleas, propuestas para una vida con responsabilidad y libertad, de allí que los de arriba –aterrorizados– se ponen a combatir un vicio y fracasan, se ponen a combatir otro y fracasan. El juicio político a la corte suprema fue el combate a sus vicios terminado en acuerdo de viciosos. La investigación a los sobornos en el senado de la nación concluyó con los sobornos a los jueces. El robo y contrabando de armas menemista llevado a tribunales, desaparecía en el aire –como todo lo sólido– con la credibilidad en la justicia.
La masa de dinero flotante resultado de la privación con privatizaciones, sirvió –ante todo– para crear una moral. La cara de Menem y de sus enanos fue el modelaje iniciático de esa moral.
"Si quieren hacer mil paros háganlos, no me van a torcer el brazo". Conceder la "libertad" a los de abajo –incluso para no trabajar cobrando el sueldo– a cambio de ahogar la responsabilidad propia frente al deterioro de lo público. "Si ustedes viven tirando la cáscara al piso, no me pueden pedir a mí que tenga responsabilidad arriba". Cuanto más desintegrada la sociedad, mejor pueden integrarse los de arriba en una banda. De forma tal que los fines y medios para realizar la personalidad sistémica actual, tienen que ver con la extensión cuantitativa y cualitativa de pobres y excluidos. Más soy en tanto más pobres creo, porque en el medio otorgo planes Trabajar como si saliera la plata de mi bolsillo y, obviamente, a quien yo decido políticamente otorgar. Más tengo en tanto más despojo a quienes me votaron. En el parlamento creamos leyes contra ustedes, en la justicia fallamos contra ustedes, en cada viaje a Washington acordamos ministerialmente contra ustedes, y todo eso –en las elecciones– decimos que se tiene que acabar, que se acabará tanta injusticia, que de lo que se trata es de gobernar por ustedes. Todo como si lo hubieran hecho otros. La inmoralidad toca la esquizofrenia. Rodríguez Saa no tiene nada que ver con Menem.
Más allá del dominio de la propiedad privada, estos años fueron de privación de la propiedad pública. Se constituyó una propiedad de bandidaje, no de producción sino de asalto a los trenes. La versión última y alucinante fue el Corralito. Los bancos despojaron a sus clientes de los ahorros por ser pequeños y medianos ahorristas, o sea, por constituir una agresión al prototipo de desigualdad que no soporta que existan pequeños y medianos productores con ahorros. Había que estrangular a la vida que quedaba en estas capas medias, así como el mismo prototipo económico condujo antes a los jóvenes a los campos clandestinos de detención (CCD). El Corralito es la versión económica de la ESMA.
El precepto moral "no robarás", común a todas las sociedades desde la antigüedad, fue resignificado por los actuales directores: "Robarás lo público que es de nadie", "Robarás los ahorros de las clases que consideres del pasado", "Robarás la riqueza de un país con el código de barras de la deuda", "Robarás la dignidad nacional y la llamarás globalización", "Robarás la inteligencia hasta dejar un territorio en manos de una banda idiotizada por el robo", "Robarás el corazón de la solidaridad hasta hacer de él un 0600".
Diciembre en llamas y la furia de confrontaciones que continúan hasta hoy, intentan colocar a la moral como motor. El poder financiero no se cuestiona su propio carácter moral cuando deja en los últimos seis meses a diez millones sin nada. Asegura que no es una cuestión moral sino de realismo del capital. Los economistas –esa clase de torturadores globales– asienten con la cabeza, como si las cuestiones del bien y el mal fuesen ajenas al uso del capital. La empresa Bayer creó el gas Zyklotron B para las cámaras de gas en Auschwitz, lo que dejó enormes dividendos a la empresa y al circuito financiero. Punto. Al capital no le interesa la salud y vida del trabajador, a menos que la sociedad le obligue a tomarlas en consideración "A las quejas sobre el empobrecimiento físico y espiritual de la vida del obrero, sobre la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo [incluida hoy la exclusión], el capital responde: ¿por qué va a atormentarnos este tormento que es para nosotros fuente de placer (de ganancia)? Además, todo eso no depende, en general, de la buena o mala voluntad de cada capitalista" (C. Marx, El capital). Es que las leyes de la libre concurrencia nos imponen actuar así; son leyes exteriores a nosotros, inexorables, inmanentes. Dicho en lenguaje actual son leyes del libre mercado. Como si el mercado no estuviese creado por hombres, sino por seres intergalácticos. Si hay que aplastar a un país se lo aplasta, en nombre de la libertad del mercado; si hay que aplastar a millones, lo mismo. A menos que la sociedad diga no. El no comienza en el núcleo de la moral.
No obstante el poder financiero concede becas, viajes a universidades extranjeras, subsidios para la moralización especulativa y el estudio de la ética. Becas para una "ciencia" del bien y del mal destinada a estudiar algo que no sea posible de establecer como hecho. Que no entre en esto el sujeto que se roba las bananas, sino una entrega a las consideraciones abstractas de la banana, ni siquiera como objeto sensible, por supuesto, excluida la banana del sujeto. Un poder con apetitos insaciables subvenciona una ciencia abstinente, privada totalmente de apetitos, cuya virtud es la prescindencia y la enajenación. Una ética para el escepticismo social y el optimismo en la iniciativa de las corporaciones. Los pobres considerados inmorales por tirar las cáscaras a la vereda y con ello provocar inseguridad; la banda de los saqueadores de bananas, comulgando con misas a la moral de Macri: fíjense que siendo tan de la banda y tan rico en consecuencia quiere destinar parte de su tiempo a dirigir los destinos del país. ¡Qué noble!
Democracia y personalidad histórica
Democracia fue votar en el '83, pero ahora se trata de otra cosa, de vivir.
La democracia no es algo unívoco, es una categoría histórica, cambia su ser continuamente. Una libertad miserable a cambio de la no responsabilidad en grande, fue el contrato social del neoliberalismo.
La moral es un modo de superar no todas las contradicciones, pero sí las de la personalidad en torno a la sociedad. Cuando el hombre funciona como personalidad histórica y no como impotente histórico, precisa de la moral. Los que quieren transformar el mundo necesitan de la moral; a los que quieren saquearlo les basta con hacer de ella una metafísica.
Después del diciembre en llamas no sólo en el país sino también en la conciencia, la moral se está transformando en un campo gravitatorio para millones. Desde los piqueteros del Gran Buenos Aires –creando redes y mercados al margen de la política sistémica– hasta publicaciones donde pensamos para exigirnos motivaciones en el hacer. Deber, responsabilidad, dignidad, autoestima, etcétera.
Diciembre en llamas y las jornadas que siguieron, muestran que ha llegado el punto de hacer desde la práctica política más elemental todo diferente a la práctica de la banda. El acto moral es objetivo en el sentido de que se efectúa bajo la influencia de circunstancias objetivas, constituyendo una realidad objetiva para los demás hombres, aunque su esencia sea subjetiva.
Parece cada vez más claro que hay que hacer desde la política todo diferente a como lo hace la banda. Entrar en su juego –con las cartas que marcaron ellos previamente– es perder. Pensar otro paradigma político que, para el caso, también tendrá que ver con la identidad argentina. No se pueden copiar modelos porque el estado ideopsicológico de la sociedad –y en consecuencia moral– es distinto a otros países, pero también al interior de la Argentina. Tres millones de personas en las llamas de diciembre coincidieron en que democracia no es un presidente hasta el final de su mandato. El "Que se vayan todos" impugna que la democracia sea votar cada dos años. Empuja a la esfera de las calles el debate moral sobre los políticos.
Si la moral transmite también el carácter dialéctico de la realidad, de su desarrollo y cambios, entonces contiene dos principios contradictorios: anticipa a la realidad y se rezaga de ella al unísono. Diciembre en llamas, seguido del dolor popular por la muerte de dos piqueteros fusilados por la maldita policía duhaldiana, destacó a la moral como anticipadora de la realidad.
Dos cuestiones
Uno. A través de la moral la realidad se transfigura, es mejor comprendida, y hasta cierto punto adquiere belleza desde la paleta del ideal y del deber ser. Los dos jóvenes piqueteros tenían biografías comunes: no aceptaban la libertad ruin concedida por la banda, por ello no arrojaban las cáscaras al suelo. Ayudaban en lugares excluidos; tenían una meta, y toda meta parece poner en orden la vida, le confiere una particular armonía interior. Permite salir de la mediocridad. La moral comparte con el arte la idealización de la realidad. No resulta fortuito que uno de los dos chicos asesinados promoviera el arte en su villa.
La moral es una gran fábrica de ideales. El Che no hubiera podido proyectar una praxis tan juvenilmente universal sino a partir de esta fábrica de ideales.
Lo que queremos es dejar atrás el presente. Los guiñapos, los monstruos de la banda, publicitan dejar atrás el presente con un llamamiento hacia atrás, donde están ellos mismos en una época que invariablemente fue menos dura que la de hoy (sin decir ellos que desde allí prepararon la dureza de hoy). La moral tiene que dejar el presente atrás para acercar el mañana. Esto no lo puede hacer la ciencia, que requiere conocimiento y comprobaciones precisas. Moral y arte en cambio, son formas de captación práctica y espiritual del futuro; allí donde el objeto del conocimiento está fusionado con el sujeto, con la subjetividad.
Cuando aquel ministro de la banda dijo: "Con dos años que robemos menos sacamos al país adelante", proyectaba eufórico su moral al futuro, por considerarla la conducta históricamente óptima de la clase. Publicitaba el saqueo del tren, prometiendo que dejarían algo para que haya futuro. En vez de ir preso por las declaraciones, el prototipo mediático empresarial las convirtió en fiesta. En ningún país del mundo la banda publicitó la inmoralidad como creación experimental de una nueva clase. Con sus banqueros jueces legisladores policías y maestros fondomonetaristas. En ningún país fue tan lejos. Ni abrió con tanta transparencia el crimen amparado por las leyes.
Dos. En la moral la realidad se deontologiza. Aparece no sólo en forma de ser ya realizado, también en representaciones sobre el deber ser, lo que debe lograrse. "La voluntad trata de hacer ahora mismo el mundo tal como debe ser" (Hegel, Ciencia de la lógica). La voluntad es una palanca. Más concreto que el ideal, el deber ser es un eslabón entre realidad e ideal. El deber ser, realizado, se convierte en ser. Después de las llamas decembristas, el ser del país es otro, porque la sociedad parece decir: incluso una guerra civil es la forma de defender la democracia asaltada por bandidos.
El deber ser es exigencia de que la realidad se convierta en otra, ahora. "Que se vayan todos". No es el ideal referido al futuro o al pasado, tiene como objeto las condiciones actuales. Para salir de las reglas de juego impuestas por la banda, incluso cuando reformaron la Constitución para deconstituirnos, hay que empezar levantando las cáscaras del suelo. La negación dialéctica del ser en nombre del deber ser.
Las formas de alienación moral y retorcimiento de la autoestima que propone la banda financiera son unas pocas. La moral no como crítica de la realidad, sino como supuración de la realidad. ¿Moria con su reality? Hay que reírse a carcajadas de los pobres por la manera brutal con que exponen sus existencias morales brutalizadas: "Me acosté con el novio de mi hija porque ella se acostó con el novio de mi abuela". Mientras las intimidades de los ricos están expuestas por periodistas especializados, pagados por los reporteados, las intimidades de los pobres son expuestas por ellos mismos como un gag de feria. En uno sos lo que te miran. Porque la mirada es mercancía. Las modelos muestran culos pero salen en la revista Caras. En los otros te miran una sola vez televisiva en la vida: fuiste y perdiste. La cultura de la banda es también su moral: Susana y Jorge Asís.
Diciembre en llamas ha iniciado la indignación moral de las masas. Agitación moral en capas avanzadas de la sociedad. Y un síntoma difuso expresado en voluntad: sustituir, liquidar la realidad caducada. Porque la indignación moral precede siempre históricamente a los cambios sociales. No llevan necesariamente a ellos, pero la policía de la banda financiera asesinó a mil jóvenes desde 1983 para evitar cambios, y ahora los tira al Riachuelo o a cualquier estanque podrido. No pueden gobernar como antes desde que un juez falla como inconstitucional las leyes de impunidad, entonces ametrallan el domicilio de la Abuela de la Plaza de Mayo. Para volver a gobernar como antes, la banda precisa elecciones como las de antes, con resultados como los de antes y las caras de antes. Y sobre todo, con la moral de antes. Un tipo de elecciones que haga olvidar para siempre las jornadas de diciembre.
El deseo
La insatisfacción crítica con el mundo engendra el deseo. Deseo de cambiar el mundo. Neruda decía en el Canto General que el deseo abre la tierra como un arado y coloca una semilla. La banda convirtió durante estos años el deseo en consumo, y el consumo en libertad, y la libertad en mercado, y el mercado en exclusión. En el diciembre en llamas el deseo pasó del consumo a la producción de historia. Anhelo del sujeto por rehacerse y rehacer el mundo circundante. Y los jóvenes fueron el corazón de la revuelta.
Hegel escribía algo así como que el sentido más elevado de la palabra moral, es la actividad de aquellos hombres que extraen su vocación y meta de una fuente oculta. Del espíritu interior que aún se encuentra bajo la tierra y pugna hacia el mundo exterior, rompiendo el cascarón.
Ya no se escucha Cambalache de Discépolo con la fruición con que se oía en otra época. Antes reíamos, ahora da vergüenza. Insinuación de otra moral entre las ruinas de la moral dejada por la banda. La moral de la época inmediatamente pretérita da asco. En su momento, la proyección estética de Cambalache constituyó una crítica social; con el tiempo se ablandó, reconstituyéndose en una manera del ser argentino. Bueno, se llegó al final. Menem es Cambalache; De la Rúa la sombra del cambalache; Duhalde la sangre que dejaron el cuerpo y la sombra del cambalache. La autonomía relativa de la moral permitió que Cambalache fuera himno en vez de objeto de laceración como había nacido. Ni diciembre en llamas, ni las jornadas de los muertos piqueteros pudieron entonar en las calles Cambalache. Hay que destruir al Cambalache como himno, para que permanezca como documento vergonzoso, hiriente, tal como nació.
La moral tiene pues un carácter activo, creador. Se convierte en estímulo de actos reales y tareas inmediatas. Del deber de hacerlo al poder de hacerlo.
"Finalmente, llegó una época en que todo lo que la gente estaba acostumbrada a mirar como invendible pasó a ser objeto de cambio y comercio y se hizo enajenable. Es la época en que aun aquello que hasta entonces se transmitía, pero nunca se cambiaba; se regalaba, pero nunca se vendía; se conseguía, pero nunca se compraba: la virtud, el amor, las convicciones, el conocimiento, la conciencia, etcétera; en que todo, por último, se convirtió en objeto de comercio. Es la época de la corrupción general, de la venalidad universal..." (C. Marx, Miseria de la filosofía). En este tocar fondo, miles de personas buscan un lugar de voluntariado para hacer algo por los demás. Trabajar voluntariamente en un comedor infantil o barrer en un hospital son manifestaciones de una moral anticapitalista, social, socialista.
Después de que Judas vendió a Cristo a los enemigos, no pudo soportar la culpa y se suicidó colgándose de una soga. No sé por qué este episodio siempre fue ocultado o no puesto en el lugar de una reflexión. Tenía Judas todavía restos morales y la imagen de Cristo demasiado imponente como para no captar él los resultados de su infamia. La moral existía como un argumento de vida en la vida de los contemporáneos a Cristo. Lo notable de esta época de bandidos coloniales posmodernos es que ninguno siente el menor remordimiento. Son incapaces de suicidarse. Pero son capaces de suicidar a la sociedad entera. Ni siquiera criminales, han devenido monstruos.
La ruptura revolucionaria de la moral de la banda se inscribe en lo que podríamos llamar una ecomoral de la humanidad, es decir la certidumbre que habitamos una tierra única que no puede ser dirigida por trescientos cincuenta ricos en el mundo a los que el egoísmo de clase enloqueció. Es tan grande hoy el auge de la moral, que por ella sola se ausculta que el sistema de la desigualdad, tal y como está, es insufrible, debe ser negado, merece morir.
El corazón del hombre es un tejido de actitudes humanas hacia otras personas. Necesitamos de este tejido para otro paradigma político. Lo que vemos está en ruinas y no nos interesa llorar por estas ruinas.