Como en Cromagnon y en la estación de Once, las inundaciones del 2 de abril ponen en entredicho la noción de accidente o imponderable acción de la naturaleza. Si bien no es lo mismo una bengala, un freno defectuoso o un torrente de agua incontrolable, en todos los casos aparecen develados vicios estructurales de un sistema donde se asocian desidia, negligencia, corrupción, lucro empresarial, inoperancia, indiferencia, que, combinados, conforman la figura de crimen social, del cual el Estado y quienes gobiernan deberán responder.
A diferencia del incendio o la tragedia ferroviaria, donde el compromiso de lo humano es evidente, en la inundación la coartada es la inclemencia climática.
Siempre que llueve intensamente la ciudad se inunda; esta relación, basada en una lógica inductiva, atribuye al diluvio la causa del suceso. Pero si bien el origen es climático, el resultado no es atribuible a lo meteorológico. La degradación del sistema natural, escasez de espacios verdes y tierra absorbente, la edificación descontrolada, una red pluvial obsoleta, el insuficiente mantenimiento y limpieza, el aumento de los residuos y un método de recolección ineficaz, la falta de obras y la ausencia de un programa de información, acción y participación social, están entre las principales razones que explican las inundaciones urbanas y sus nefastas consecuencias.
La especificidad de estos eventos surge de una intensa artificialidad a las que son sometidas las condiciones hidrológicas del sistema. Una de las características principales de esta artificialidad es la impermeabilización de grandes porciones de la superficie. Este sellado actúa para reforzar el flujo, aumentando la cantidad de agua que fluye sobre la superficie, acelerando el proceso que deviene en torrentes desbocados.
La ciudad es una de las principales creaciones del hombre, sinónimo universal de civilización y, como tal, es un producto artificial, que mantiene un equilibrio inestable con el medio ambiente, equilibrio que se torna crítico cuando se alteran las variables que los relacionan. Existe un vínculo estrecho entre los acontecimientos y su impacto: mientras el primero se refiere básicamente a la dinámica de la naturaleza, el segundo se relaciona fuertemente con la organización social, en el sentido que afecta las formas de apropiación de la naturaleza.
La metrópolis capitalista, versión hipertrofiada de la ciudad moderna, con su crecimiento exponencial, está dejando una gigantesca huella en el medio natural. La Región Metropolitana de Buenos Aires, una de las mayores urbes del planeta y la tercera de América Latina, por tamaño y población, no es la excepción. Tiene todas las falencias estructurales que ponen sus redes de servicios, transporte, energía y desagües pluviales al borde del colapso.
La urbanización es un proceso social en aumento; si en el mundo el 50% de la población vive en ciudades, en la Argentina la cifra llega al 90%: los cambios operados por este proceso que desborda los límites tienen un carácter esencial para las condiciones del hábitat. Los accidentes y catástrofes recurrentes implican la necesaria reformulación interpretativa que se tiene sobre sus orígenes y los procesos que los generan. Son limitaciones estructurales las que provocan las disfunciones y expresan el resultado de las opciones adoptadas para los modelos de desarrollo socio-económicos en curso.
La ciudad es un palimpsesto donde se acumularon, en distintas capas superpuestas y entrelazadas, diferentes intervenciones que la han configurado como una trama socio-espacial que es necesario mirar en toda su complejidad. Conforma un conjunto, un todo, que no puede resolverse solo desde una particularidad o un acto puntual, tiene toda una sinergia de fenómenos entrelazados, lo cual no supone asumirla como un conflicto inescrutable sino que debe ser pensada en función de la cantidad de variables que la configuran.
El AMBA, la mancha humana
El área metropolitana de Buenos Aires ha ido creciendo sin planificación ni previsión alguna. Cuando Pedro Benoit diseño La Plata en 1880, la ciudad de las diagonales tenía 10.000 habitantes, la pensó como un espacio limitado: hoy tiene casi 800.000 incluyendo el gran La Plata. Como ocurre en la mayoría de las ciudades, la urbanización caótica se desparramó en una periferia que creció sin plan ni infraestructura. Uno de los barrios afectados por la inundación, Los Hornos, ocupa una depresión producto de la extracción de tierra para fabricar los ladrillos con los que se construyó la ciudad. La autopista La Plata-Buenos Aires se ha transformado en un endicado que entorpece el libre fluir de las aguas, por lo que cuencas como la del Arroyo Del Gato se desbordan recurrentemente. Proyectos cajoneados y obras demoradas alimentan la indignación ante la desolación y la trama burocrática.
En la CABA sus principales y más conflictivos cauces hídricos, los arroyos Vega y Medrano han sido entubados pensando en la valorización de los terrenos aledaños. Los cursos de agua que atraviesan la ciudad –que hasta no hace muchos años se encontraba surcada naturalmente por arroyos, cañadas y pequeñas lagunas– han sufrido un proceso, primero de rectificaciones y luego de entubamientos, sin evaluación alguna de su impacto futuro.
Existen otras experiencias que grafican respuestas y posibilidades diferentes. El río Mapocho cruza la ciudad de Santiago de Chile a cielo abierto, la Lagoa de Freitas, en Río de Janeiro, es un gigantesco reservorio que se regula con el mar a través del canal de Alah. Al igual que en Europa, en nuestro país ríos y arroyos cruzan y embellecen muchas ciudades y pueblos. Las ventajas son evidentes: fácil mantenimiento, mayor absorción, riqueza paisajística, oxigenación y recuperación de la flora y la fauna. Claro que el recurso por sí solo no funciona: el Riachuelo, la contracara, no es un ejemplo alentador.
El automóvil, un paradigma del progreso económico, tiene mucho que ver con esta historia. Estacionados a ambos lados de la acera impiden o dificultan las tareas de barrido, contribuyen decisivamente al calentamiento de la atmósfera, pera además ocupan más del 30% del suelo entre calles y cocheras, un tercio del espacio urbano está cubierto de pavimento impenetrable.
El retiro de adoquines, el reemplazo en plazas y parques de césped y pedregullo de ladrillo por solados impermeables, son algunos actos irresponsables que aumentan la denominada escorrentía, cuyo índice mide el agua que escurre y no es absorbida. En la CABA alcanza un valor del 90%, mientras que en el área rural solo llega al 5%.
Los proyectos inmobiliarios de gran escala son co-responsables del anegamiento. El DOT en Saavedra, administrado por IRSA, socio del gobierno en el Banco Hipotecario, afecta directamente al Barrio Mitre; Nordelta, la ciudad de los rubios, alteró el bañado de Rincón de Milberg. El Estado no solo no controla, sino que auspicia y favorece emprendimientos que tienden a agravar la situación.
La legislatura de la CABA aprobó en noviembre de 2012, con el acuerdo de los bloques PRO, FPV y aliados, cambios en los usos del suelo que permiten obras cuyas consecuencias sumarán más tensión a la red hídrica. En la zona sur, cuando se termine la central de transferencia de cargas, se le robará al Parque Roca 37,5 hectáreas de terreno absorbente, reemplazándolo por pavimento. Todas las villas de la zona, que están sobre cuencas inundables, se verán afectadas. No hay un estudio que prevea qué pasara sobre la Avenida Juan B. Justo, debajo de la cual corre el Maldonado y donde ya existen varias torres, cuando se concrete el proyecto Nuevo Palermo de más de 100.000 m2. La situación se repite en las playas de maniobras del tren en Liniers y en Caballito, que será privatizada para la construcción de un mega emprendimiento junto al shopping de IRSA. ¿Cuál será el impacto de las obras en la Ciudad Deportiva y la isla Demarchi? Millones de metros de hormigón saturarán el sustrato y modificarán el perfil costero de la ciudad. Aun no se ha presentado ningún trabajo que dé cuenta de la conmoción ambiental que producirán.
De victimas y victimarios
El discurso oficial lamentando las víctimas no se condice con los actos. No se puede aducir sorpresa: el 18 de diciembre pasado, una lluvia de 150 mm generó caos y pérdidas materiales afectando a varios barrios de la Capital, sin que haya habido respuesta alguna. Desde 1970 las tormentas intensas de más de 100 mm se multiplicaron por tres y las extremas de más de 150 mm crecieron cinco veces. Hace justo 10 años media ciudad de Santa Fe quedó sumergida por el desborde del Río Salado, murieron en el acto 23 personas y la cifra final superó las 100. Allí también, como en La Plata y Buenos Aires, existían informes técnicos que alertaban sobre los riesgos y fueron sistemáticamente ignorados. El panorama demuestra el mismo patrón de comportamiento político, aunque quienes gobiernen pertenezcan a partidos diferentes. Los presupuestos son siempre condicionados por las urgencias electorales. Los problemas no son técnicos, existen exhaustivos trabajos multidisciplinarios que diagnostican con acierto y proponen las posibles soluciones, pero el abandono de toda pretensión de planificación, reemplazada por una mirada cortoplacista, niega toda posibilidad de acciones continuadas. No prima el bien común, sino el interés de la corporación política que impone primacías asociada a las fuerzas hegemónicas del mercado.
El argumento de falta de recursos es, cuanto menos, falaz. Es claramente una cuestión de prioridades y decisiones políticas. Después de la catástrofe se han anunciado préstamos, exenciones impositivas y facilidades para las víctimas; es una respuesta positiva e imprescindible, y la cifra alcanzaría los 1.400 millones. La pregunta es obvia: ¿si hoy están disponibles, por qué no lo estuvieron antes del desastre? La diferencia entre el antes y el después es existencial: 52 personas o más en La Plata y 6 en Capital tal vez estarían vivas.
Hacen falta obras que renueven y amplíen una red obsoleta que está dimensionada para otro caudal de escurrimiento, la dinámica de los fluidos no es una ciencia oculta. Si en 10 años se construyeron 25 millones de metros cuadrados es imposible pensar que la misma cantidad y sección de las cañerías pueda evacuar una lluvia torrencial.
Hay que modificar los códigos de uso del suelo, con una clara zonificación de las áreas de riesgo, la definición de normas de construcción contra inundaciones, recuperar espacios verdes, ampliar la red de radares para un pronóstico meteorológico más certero. Es preciso descentralizar hacia una urbanización mejor distribuida, con escalas más humanas, que abarque todo el territorio nacional, es imperioso pensar la metrópoli a largo plazo, poner en entredicho el productivismo constructor-destructor, modificando los patrones culturales y sociales, para que respondan a un modelo civilizatorio radicalmente distinto.
Antes y después
El drama dio lugar a conmovedores ejemplos de solidaridad, anónimos los más genuinos, verdaderos actos de heroísmo colectivo. La ausencia o deficiente presencia del Estado es reemplazada por la práctica comunitaria. Este protagonismo es decisivo, pero no debe surgir solamente ante la emergencia y espontáneamente; la preparación, educación e información deben ser permanentes y formar parte de la prevención para atenuar el impacto y actuar eficazmente ante el desastre. El ejemplo de Cuba, que soporta varios huracanes al año sin víctimas, es aleccionador. En Japón y otros países, los ejercicios son regulares y obligatorios. ¿Qué hubiese pasado si la inundación hubiese llegado horas después, con los chicos en muchas de las escuelas que quedaron bajo las aguas? ¿Están preparadas para un plan de emergencia? Las autoridades y los equipos especiales, carecen de la formación y el equipamiento imprescindible, fallaron en temas de logística básica, en las primeras horas no llegaron en auxilio a los lugares más golpeados y concentraban la ayuda esperando que los inundados llegaran hasta allí. La falta de luz , agua potable y teléfono, confirma que las privatizadas no pueden o no quieren ofrecer un servicio de contingencia,que requiere inversones para un diagrama de emergencia.
Un tema que se reitera es la falta de acción comunicacional eficaz durante el desastre, que no se puede improvisar sino que debe ser ejercitada y probada previamente. Toda la información quedó en manos de los medios, que fragmentan, seccionan y crean una imagen del acontecimiento acorde a sus intereses con una alta cuota de errores, ignorancia y prácticas manipuladoras. Es imperioso trabajar para que los medios sean una parte esencial del operativo de comunicación capacitado para saber qué, cómo y cuándo informar para poner a salvo la vidas de los damnificados.
Junto a la ayuda material para recomponer los aspectos básicos de la vida, una cuestión no menor es atender el después, el sufrimiento deja enormes secuelas emocionales, muchos objetos que hacen a la identidad fueron perdidos y los hábitos cotidianos trastocados. Los afectados deben superar su condición de víctimas para sentirse parte de las soluciones, organizarse para impedir que vuelva a ocurrir. Enfrentar a aquellos que los culpan por vivir en zonas inundables, entender que la ayuda recibida no es caridad, es un derecho social, pues han sido castigados por la mala praxis de los que tiene el poder de evitarles este dolor. La organización sirve para evitar la impunidad de los responsables y tomar todas las medidas para que no vuelva a ocurrir. Vivir allí donde se perdió casi todo, donde se vio morir a un ser querido, a un vecino, es traumático. ¿Cómo dormir pensando que cada lluvia puede ser un nuevo naufragio? Su voz debe ser escuchada, ellos han aprendido a luchar para sobrevivir y deben ser parte activa de cualquier proyecto.
La era del calentamiento
Las inundaciones urbanas son un fenómeno mundial que afecta a todos los continentes, se repite y crece sin cesar al ritmo de la urbanización acelerada y descontrolada. En 1998, en Vargas, Venezuela, con decenas de miles de víctimas; en Kenia, en 2008, con un millón y medio de inundados; en Europa, en 2002, toda la cuenca del Elba y el Danubio fue desbordada. El huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005 fue devastador; las inundaciones en Veracruz y Tabasco en 2007, dejaron cientos de miles de evacuados en México, en Paquistán y la India en 2012 más de un millón de desplazados. En Brasil, donde las represas modifican la ecología de amplias regiones y el avance de la sojización y la ganadería barren bosques y selvas, las inundaciones se han vuelto casi permanentes; las más recientes, en el nordeste en Alagoas y Pernambuco, en Belo Horizonte Minas Gerais, Santa Catarina en el sur y las reiteradas en el estado de Río de Janeiro en Niteroi, Teresopolis y Petropolis. En esta última ciudad, Tom Jobin escribió una de sus más bellas canciones, Aguas de marzo. Hace dos años, las aguas de marzo transformadas en torrente arrasaron la que fuera su casa.
La apelación al cambio climático como responsable principal del aumento de las catástrofes naturales, inundaciones incluidas, se ha extendido. La idea de un futuro preñado de malos augurios, ante el cual somos impotentes, naturaliza el fenómeno, nos deja paralizados e inermes. La falacia es presentarlo como un ciclo propio de la vida del planeta: cual el reverso de la glaciación o la era del hielo, ahora nos toca la época del calentamiento, como si fuera parte del metabolismo evolutivo del planeta.. El cambio climático es una consecuencia del modo de reproducción del sistema capitalista, el resultado de un modelo económico social y cultural que depreda la naturaleza en aras de lograr la cuota de ganancia que garantice su supervivencia. Los estados centrales y las corporaciones, como fuerzas dominantes que los sustentan, han demostrado con el fracaso de las conferencias sobre medio ambiente, de Kiotto, Copenhague y más recientemente en Rio+20, su desprecio por la supervivencia de todos los seres vivos del planeta. No se puede esperar que las soluciones provengan de quienes son los principales causantes del crimen socio-ecológico. No son parte del problema, son el problema. Doscientos años de capitalismo nos han llevado a un desastre sin precedentes que amenaza la vida misma del planeta; a todos nos incumbe, vitalmente, cambiar el rumbo.
Silvio Schachter