Las caras de la crisis son efectivamente muchas. Podemos hablar de crisis financiera, de crisis de sobreproducción y sobre acumulación mundial, de crisis alimentaria, crisis energética, crisis geopolítica-militar, crisis tecnológica, crisis del sistema mundial de Estados, crisis ambiental y urbana, crisis civilizatoria...
Por razones de tiempo y mayor claridad, me inclinaré en este caso por agrupar esta multiplicidad de rostros en tres: la crisis económica sistémica, la crisis ecológico-ambiental y la crisis civilizatoria. Más que tres caras de una sola cosa, conviene pensar en tres procesos de crisis que convergen y se entrelazan: cada una tiene características y ritmos propios, pero al mismo tiempo se potencian y modifican mutuamente. Por eso mismo, también nuestras respuestas deben tratar de enfrentar a cada una de ellas, sin perder de vista que es preciso encontrar una salida verdaderamente efectiva y revolucionaria para el conjunto de la crisis: un cambio social radical, un cambio político, económico y civilizatorio que termine con el capitalismo antes de que el capitalismo termine con la humanidad y con la vida misma. Lo que muchos llamamos “el socialismo del siglo XXI”.
Examinemos en primer lugar la crisis económica. No estamos ahora frente a otra de aquellas crisis cíclicas con que el capitalismo buscaba cada tanto enfrentar sus contradicciones. No para resolverlas, porque no podría hacerlo, sino pateándolas para adelante y desplazándola al extender la explotación a nuevas regiones de la tierra o nuevas áreas de la actividad social. Aunque preparando así nuevas y mas severas sacudidas que, inexorablemente, implicaban mayores sufrimientos y explotación para los de abajo.
La diferencia con anteriores crisis, es que estamos ahora ante una crisis sistémica, que afecta al mismo tiempo todos los niveles del orden del capital, y por primera vez a una escala efectivamente mundial. Algunos estudiosos sostienen que se trata de la tercer gran crisis sistémica en la historia del capitalismo mundial. Lo cierto, en todo caso, es que estamos frente una crisis de larga duración y en pleno desarrollo, como lo evidencia el brutal agravamiento de la crisis y la política de ajuste social que se están intentando aplicar en Grecia, España, Rumania, Portugal, Islandia... en definitiva, en casi toda la Unión Europea. Pero es importante no perder de vista que se trata de una crisis mundial con un substrato común, que es una sobre acumulación de capacidades de producción. Aunque se presente bajo la forma de crisis localizadas en sectores y países determinado, el marco es siempre la economía mundializada. La sobre acumulación de capacidades de producción está acompañada por una inmensa acumulación de capital ficticio, con el cual una capa muy minoritaria pero muy poderosa del gran capital quiere hacer valer su derecho a succionar parte significativa del valor y plus valor generados en el mundo. La crisis comenzó en la esfera financiera y en este sentido podemos decir que es la crisis del régimen de acumulación de preeminencia financiera o financiarizado montado desde fines de la década del 80. Marca también el fin de la hegemonía mundial no compartida de Norteamérica, que se afirmó con fuerza desde los años 90. Y más que eso: pone en evidencia las falencias y el fracaso de los sistemas estatales de control y regulación que operaron con relativa eficacia durante el siglo XX.
No podemos ni queremos oficiar de adivinos diciendo cómo y cuándo terminará esta crisis: lo que sí podemos asegurar es que toda las medidas que se han venido adoptando representan acciones de salvataje para los mismos sectores del gran capital que cargan con la principal responsabilidad de la crisis, incrementando así cada vez más el poder de los mismos. Los discursos oficiales insisten en que gracias a la reuniones y las medidas del G7 o del G20 las cosas se irán enderezando, algo así como aquel famoso “estamos mal, pero vamos bien” de Menem: en realidad estamos muy mal, pero estaremos mucho peor. Y esto vale también para nuestro país, donde el gobierno mantiene un discurso esquizofrénico donde por un lado multiplica las críticas al neoliberalismo y al FMI, y al mismo tiempo no sólo sigue pagando una deuda externa completamente ilegítima sino que lo hace con toda la intención de seguirse endeudando, y de seguir manteniendo un proyecto de país cada vez más dependiente del mercado mundial y sus fluctuaciones incontrolables.
Más que una crisis económica entonces, lo que estamos viendo es el desarrollo del potencial autodestructivo del capitalismo mismo, en una fase caracterizada cada vez más por la producción destructiva, la superfluidad, el desperdicio, la corrosión del trabajo con el desempleo estructural y la precarización masiva y creciente y por último, pero no en importancia la destrucción de la naturaleza y los equilibrios ecológicos.
Y aquí pasamos a referirnos al otro rostro de la crisis o la otra crisis que se desarrolla con su propia temporalidades y en algunos aspectos de un modo aún más imprevisible que la crisis económica: la crisis ecológica y ambiental que ya mismo constituye una amenaza para las condiciones que posibilitan la reproducción social de algunos de los pueblos y naciones más vulnerables de la tierra, pero en realidad constituye una amenaza presente y urgente para la supervivencia de la humanidad, frente a lo cual las clases dominantes y las grandes potencias responden con políticas que nos conducen a un tiempo de catástrofes y barbarie. Más que a evitar los desastres socio-ambientales, se preparan para aprovechar cada catástrofe para incrementar su capacidad de explotación, de desposesión y rapiña, y en definitiva de represión. Por eso, frente al terremoto y los mas de 200.000 muertos de Haití, respondieron desembarcando 15.000 marines, con los que vergonzosamente colaboran los militares brasileños y argentinos allí destacados: es un campo de entrenamiento para la contención y manejo de masas empobrecidas hasta lo inimaginable. Se entrenan en Haití, pero se preparan para manejarnos con estos métodos en toda América Latina, en todo el mundo. Por eso reactivaron los gringos una flota para controlar el Atlántico Sur, por eso instalaron siete bases militares en Colombia, por eso debemos decir que es una vergüenza que nuestros gobiernos pretendan celebrar el Bicentenario admitiendo y ocultando que está en marcha un proyecto de recolonización de Nuestra América.
Este entrelazamiento de crisis económica y de crisis ecológico-ambiental revela el rostro más general de la crisis en curso: estamos frente a una verdadera crisis civilizatoria. Es una crisis del sistema mundial de Estados conformado a lo largo del siglo XX. Es una crisis de los modelos de urbanización que amontonan en condiciones cada vez más insoportables a millones de hambrientos en megalópolis hostiles a la sociabilidad. La catástrofe simbólica y de valores, la pandemia de padecimientos mentales, la ruptura de los lazos sociales. Todo ello evidencia el carácter sustancialmente depredador y destructivo de un metabolismo social- económico modelado en función del capital, caracterizado por la búsqueda ilimitada de crecimiento y la valorización del valor, a costa como antes vimos de los trabajadores y de la naturaleza.
Por todo lo dicho, es imperioso contribuir a que el pueblo trabajador enfrente este colosal desafío desarrollando perspectivas y prácticas de lucha y organización social, efectivamente revolucionarias, no economicistas ni corporativistas, ni estrechamente sectoriales. Debemos reconocer la importancia del antagonismo social que genera el capital y el imperialismo tal y como son hoy, un antagonismo que se proyecta mucho más allá de la fábrica y la relación capital trabajo asalariado. El desafío es contribuir organizar a las mayorías precarizadas, a los pobres incluidos en la explotación como masas sobrantes, sin olvidar que existe también el trabajo formal y que es imprescindible organizarlo en la lucha para disputar sectores claves de la economía y la vida social. Creo también que frente al tipo de desafíos que se nos ha venido encima, las luchas no pueden ser solamente defensivas. Deben avanzar con propuestas y prácticas que enfrenten el carácter destructivo, expoliador e insustentable del capitalismo y sus recetas contra la crisis, apuntando hacia una economía sustancialmente distinta, viable, orientada a la satisfacción de reales necesidades humanas y no a la maximización de la ganancia.
Esto implica una perspectiva o idea de la revolución concebida no tanto como un progreso un paso adelante en el camino que preparó el desarrollo del capitalismo durante el transcurso de los 200 años que tenemos a nuestras espaldas, sino como ruptura o una interrupción de esa carrera que amenaza con precipitar la humanidad a un precipicio. Pensar la revolución como radical discontinuidad, en ruptura con la narrativa del crecimiento económico, el progreso ininterrumpido, la modernidad occidental y la colonialidad del poder y del saber.
Lo que lo no significa nihilismo ni hacer tabla rasa del pasado. Por el contrario, se trata de recoger y potenciar todas nuestras tradiciones de lucha, incluso y diría sobre todo las que un marxismo a veces un tanto euro céntrico ignoró o menosprecio, para poner un sello emancipatorio en este nuevo momento constitutivo latinoamericano, que determinará una determinada forma de ser del continente para los próximos 200 años.
Entre las convulsiones y desafíos que nos muestran los diversos rostros de la crisis, en Nuestra América está surgiendo un sujeto revolucionario plural y al mismo tiempo anclado en el antagonismo que representa el capital, avanzando en la conformación de un bloque social y político, una construcción política y organizativa que reconociendo las diversidad e incluso las diferencias, busca unirlas en la lucha y en la construcción de una voluntad colectiva, a través de la cual nuestros pueblos podrían llegar a ser, efectivamente, los sepultureros del capital. Esto requiere una sistemática batalla político cultural contra-hegemónica. Esperamos que nuestra conmemoración del Otro Bicentenario sea un modesto aporte en este sentido.
Presentación realizada el 25 de mayo de 2010 en el panel que, con el mismo nombre, se conformara en el marco de las actividades del “Otro Bicentenario”, en la gran carpa instalada en Buenos Aires, frente al Congreso Nacional, durante los días 24 y 25 de mayo. Lo sintético de la exposición guarda relación con el tiempo asignado a los panelistas, que fue de 10 minutos. Enviado por el autor para “En foco”