22/12/2024
Por Del Roio Marcos , ,
El inicio del nuevo milenio marca una nueva fase en el empeño de construcción e implantación del Imperio Universal de Occidente. El espectacular ataque, cargado de simbolismo, perpetrado contra instalaciones del Estado morteamericano y del capital financiero otorgó el motivo para que el Imperio desencadenase una ofensiva en diversos frentes, buscando ampliar el control militar sobre todo el planeta, dentro del cual el Afganistán y el Asia Central son apenas lo más evidente. La llamada "guerra contra el terrorismo", enmascara los fundamentos contradictorios de nuestro tiempo, y que sustentan el dominio del Imperio.
Desde fines de la década del `70 del siglo XX asistimos a una ofensiva del capital en crisis contra el mundo del trabajo, así como un esfuerzo de instauración de un Imperio Universal, nucleado alrededor del poder de la oligarquía financiera transnacional y de sus instituciones (Banco Mundial, FMI, OMC), mediado por el poder político de algunos Estados articulados en el Grupo de los 7, y por el poder bélico de la OTAN. El objetivo es la mundialización del capital y su consolidación como único sujeto político libre. La principal ideología que ofrece guarida a este intento es la del "globalismo neoliberal", que ve en la globalización un proceso irrevocable de apertura de mercados, de flexibilización de la protección al trabajo y de privatización de la esfera pública.
Acopladas y desdobladas de esa ideología se encuentran las diversas concepciones de "posmodernismo", que se oponen a cualquier intento de lectura orgánica del proceso histórico y del capital como contradicción social. Apelando al nihilismo epistemológico y enfatizando las identidades culturales autosuficientes, relativizan de tal modo el momento histórico que se torna imposible cualquier atisbo de proyecto social fuera del orden del Imperio. La ideología del "fin de la historia", rescatada y empobrecida en los años 90, hoy da lugar a un presunto "choque de civilizaciones", más adecuado para un momento de ofensiva militar y que da pábulo a dislates diplomáticos, como la desempolvada idea de la "cruzada".
Vivimos en la época de culminación de la lucha por la construcción del Imperio del Mundo. Este proyecto histórico surgió en el siglo XI, procurando una estabilidad necesaria para el orden social del feudalismo de Occidente, por iniciativa de la Iglesia de Roma, presentándose como el núcleo del poder y amparada por la nobleza, que urgida por el interés de expandir su dominio, ya no sobre sus siervos, sino sobre la naturaleza y sobre territorios ocupados por otros pueblos y culturas, obtiene de la ideología de la "cruzada" su marca más saliente.
Esta trayectoria ganó en complejidad y dimensión a partir de la autonomización de la acumulación del capital mercantil y de la formación de los Estados territoriales, a partir de los antiguos reinos feudales. El surgimiento de las Iglesias Reformadas y la reorganización de la Iglesia de Roma, después de una larga crisis, ayudaron a que persistiera el cristianismo como ideología imperial, que justificaba la conquista de territorios y de personas por la "guerra justa", así como la persecución de las mujeres.
Lentamente el liberalismo fue ocupando lugar como ideología imperial, pero manteniendo al cristianismo como forma de preservación de la pasividad de los trabajadores pobres y de las mujeres en el interior de Occidente. Las revoluciones burguesas y la formación de Estados nacionales-liberales, dieron lugar a un largo período de disputa entre los principales Estados nacionales por el papel hegemónico dentro del contexto imperial de Occidente. Alternaban la competencia en el mercado con conflictos armados, siempre en busca de una "paz perpetua", imposible bajo la lógica del capital.
Desde el siglo XI hasta el XVII, Occidente observó al islamismo, primero a los califatos y después al imperio turco otomano, como una amenaza que frenaba su propia voluntad de dominio, más peligrosa en la medida que impugnaba la lógica de acumulación del capital. De los argumentos teológicos se pasó a los argumentos racionales, "científicos", para justificar la conquista y la sumisión de otros pueblos, particularmente los de Oriente.
Las revoluciones burguesas y el liberalismo favorecieron la emancipación política en el interior de Occidente, coincidente con la propia demanda de la lógica del capital. La contradicción inherente a la apropiación privada de la riqueza socialmente producida generó a la clase obrera y al socialismo como el ser potencialmente antagónico al orden social y político del Imperio, pero articulado en una red de Estados nacionales. Pero, en el pasaje del Siglo XIX al Siglo XX, una parte del movimiento obrero había sido ya incorporada a los Estados imperialistas, por medio de la adquisición del estatuto de ciudadanía y de ventajas relativas dentro del orden, inclusive con la expansión imperialista sobre pueblos no occidentales.
El estallido de la guerra civil en el interior de Occidente envolvió a toda la red de Estados imperialistas en una acérrima disputa por la conducción del Imperio de Occidente, teniendo en cuenta la declinación relativa de Inglaterra y Francia. Con instrumentos económicos y militares, políticos y diplomáticos este conflicto se prolongó hasta 1945, Cuando los Estados Unidos consolidaron su rol de fuerza hegemónica.
El costo de esta violenta contienda interimperialista fue alto, pues posibilitó la ruptura revolucionaria de la red imperial multipolar a partir de Rusia, que aunque aislada y sin conseguir difundir la transición socialista para el núcleo de Occidente, sirvió de apoyo para los movimientos de emancipación nacional y social que proliferaron por toda la periferia del Imperio y dio respaldo para el avance del movimiento operario en el seno de Occidente, aunque guiado por una perspectiva reformista. Pero, tampoco hubo de conseguir llevar adelante la transición socialista (por motivos extremadamente complejos, cuya discusión no puede ser tratada aquí) dentro de su propio dominio, cristalizándose como una forma de socialismo de Estado. La URSS difundió su forma social y política, a finales de "la guerra de los 30 años del Siglo XX", funcionando como tabique o paragolpes de las luchas de emancipación de los pueblos del Oriente y de Africa.
Esta situación de relativo equilibrio estratégico, garantizado por el poder de las armas nucleares, perduró hasta finales de los años 70, cuando la fase expansiva de acumulación de capital, basada en el patrón fordista, entró en crisis, y cuando la cristalización del poder burocrático pseudosocialista entró en declive al no poder conciliar la defensa de sus intereses particulares con la expansión económica, que se estancaba más y más, principalmente por la incapacidad para incorporar más productividad en el trabajo.
Así que habiendo padecido las derrotas de Viet Nam, de Irán y de Nicaragua, y viendo el avance del movimiento obrero y popular en algunos países de la Europa occidental, como así también, la emergencia de nuevos polos de avance capitalista (como el Brasil o la India) quedó clara la necesidad de reorganizar el poder imperial, con el fin de abrir caminos para la ofensiva del capital en la producción, por medio de una revolución tecnológica y gerencial, que apuntase a la superación del fordismo y que garantizase la unipolarización. El ataque contra el movimiento obrero, durante los años 80, implicó la quita de derechos y el debilitamiento profundo de las instituciones sociopolíticas del movimiento obrero, tales como los sindicatos y los partidos de masas.
Al mismo tiempo se ocasionaba un desequilibrio estratégico con la inversión masiva, por parte de los Estados Unidos, en nuevas armas de largo alcance y en un proyecto de defensa espacial. Este movimiento aceleró la caída de la ya derrocada economía de la URSS ; pero también acentuó la dependencia militar de Europa hacia la fuerza militar americana. Después del fiasco de la intervención en el Irán, los Estados Unidos se limitaron a unas pocas acciones en la periferia imperial, aunque siempre conservó el acerbo carácter de terror estatal, aplicado en nombre de la "democracia" y de los "derechos humanos" . Las invasiones a Granada y el Panamá, el bombardeo a Libia, el intento de ocupación de Somalia, fueron realizadas siempre utilizando fuerzas especiales de evidente orientación terrorista. Pero, por lo general, la presión económica y diplomática se mostró suficiente para asegurar los intereses imperiales, que jugaban su carta más alta en la corrosión del desvalido Imperio socialista oriental, conducido por la URSS (o por Rusia, más específicamente).
Comenzando por la presión a Polonia, el eslabón más débil del imperio soviético, utilizando la resistencia de los trabajadores y la institución de la Iglesia Católica, el ataque económico (la aceleración de la militarización de Europa), e ideológico (en defensa de los "derechos humanos") del gran capital imperialista fructificó al final de la década de los 80, llevando al colapso a toda la red de Estados que comprendían a la URSS y su arco de alianzas. La imposibilidad de resistir el ataque del capital con la recuperación de la democracia socialista, después de décadas de sumisión de la clase obrera a la burocracia socialista, y la capitulación ideológica que implicaba el intento de modelar un capitalismo de Estado, por parte de Gorbatchev, hizo que gran parte de la camada dirigente se convirtiese en burguesía privada, de clara estirpe criminosa, que se asoció al gran capital transnacional para colonizar un inmerso mercado, ahora abierto a la rapiña. La catástrofe social se hizo, entonces, presente, agravando en sobremanera la situación de penuria que se anunciaba en los años finales del régimen socialista.
La desintegración del Imperio socialista oriental hizo aparecer al milenario proyecto de un Imperio universal de Occidente como en la proximidad de su realización total. De un lado, la mundialización del capital continuó avanzando, siempre con un número menor de empresas mayores. La financiarización del capital y revolución técnico-científica también avanzaban. También la colonización de los mercados periféricos, a través de las privatizaciones de las empresas públicas. La explotación social del trabajo aumentó brutalmente, con la abolición progresiva de los derechos sociales.
Por otro parte, la relación entre las regiones, que compusieron la tríada de los años 80, se modificó. El Japón enfrenta una decadencia relativa, que afecta también a los llamados "tigres asiáticos". Europa procuró acelerar su proceso de integración creando una moneda única y fortaleciendo las instituciones supranacionales, buscando todavía expandirse hacia el Este. La resistencia de Francia a la hegemonía alemana y la ambigüedad de la Gran Bretaña, dificultan ese proceso. Pero el signo de los `90 fue el fortalecimiento de los Estados Unidos, no sólo por su crecimiento económico, en gran medida sustentado por la sustracción de riqueza de vastas zonas del globo, sino también por su virtual monopolio de la fuerza militar.
Este monopolio del uso y de la delegación de la violencia legítima, reivindicado por los Estados Unidos, fue puesto en práctica de manera metódica en la secuencia de la desintegración de la URSS, observando el control de las fuentes de recursos naturales y de las vías de circulación de las mercancías para Europa. Así, aprovechando un movimiento intempestivo del Iraq, que ocupó Kuwait, junto con el cual formaban una provincia del imperio turco, los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN desencadenaron un ataque en gran escala, que terminó con el establecimiento de bases militares en el Golfo Pérsico, y en zonas limítrofes del Iraq, país que continúa siendo homeopáticamente bombardeado. Así, la alianza anglo-america-israelí puede mantener el control militar sobre el petróleo de la región.
Más compleja fue la acción destinada a la destrucción y ocupación de Yugoslavia. En este caso, Alemania y los Estados Unidos actuaron juntos, con objetivos coincidentes. En tanto que, Eslovenia y Croacia fueron atraídos para la esfera económica del marco alemán, incluso con alguna facilidad, Bosnia se volvió un laboratorio de experimentación de las nuevas armas y campo de entrenamiento de los bombarderos de la OTAN. La imposición de una alianza musulmano-croata, aisló a los serbios y anuló la posibilidad de una alianza musulmana más amplia, que incluyese a Albania. La manipulación de un grupo armado llamado UCK, seriamente relacionado con el tráfico de drogas del Asia Central hacia Europa, creó motivos para la ocupación de Albania y la ofensiva militar contra lo que quedaba de Yugoslavia, redundando en la ocupación de Kosovo, la deposición del gobierno yugoslavo, que resistió al poder imperial y la interferencia en Macedonia. De esta manera, los recursos naturales de Ucrania quedaban bajo la vigilancia estrecha , como así también, la propia Europa, enfrentada a una crisis social y económica de proporciones, ve su soberanía y sus decisiones limitadas.
En el momento en que la crisis del capital abarca la casamata aparentemente inexpugnable de los Estados Unidos, cuando la resistencia al imperio se manifiesta con alguna fuerza, aunque en dimensiones y formas diversas, sectores de la oligarquía transnacional perciben la necesidad fortalecer las amarras del Imperio. La imposición de medidas a instancias del capital financiero, cumple funciones análogas que las de la fuerza armada. La devastación social de la Argentina, buscando imponerle el ALCA, en detrimento del Mercosur, es apenas un ejemplo. Pero el enfrentamiento a la resistencia por medio de la represión, se articula con una posible recuperación de la acumulación por la inversión en la industria bélica.
El armamento de Taiwan como provocación a China; la provocación a los palestinos (que desencadenó la actual intifada); el plan Colombia (que procura la ocupación de un punto estratégico de control de paso entre dos océanos, la entrada en la Amazonia brasileña y en los Andes, con la creación de instalaciones militares en Maranhâo, en Ecuador y Tierra del Fuego); la represión contra el movimiento "antiglobal" en Génova, deben ser vistos como un conjunto, como piezas de ese proyecto de consolidación imperial. Este proyecto tiene como objetivo la unipolarización del mundo y el fin de cualquier resistencia a la acción del capital, para que la desterritorialización del Estado americano y de sus fuerzas armadas aparezcan como una necesidad indispensable, surgida de la propia mundialización capitalista.
Dentro de este contexto el ataque perpetrado contra el Pentágono y contra el WTC, en los Estados Unidos, y que fueron una declaración de guerra por parte de un enemigo desterritorializado y sin identificación, sirvió perfectamente para acelerar este proyecto. El aparente contraataque, en verdad, era una acción puesta en marcha anteriormente. La necesidad de ocupar el Afganistán y el Asia Central tiene como objetivo ampliar el arco de protección de las cuencas petrolíferas y de gas natural, como también cercar a China. Al mismo tiempo, los Estados Unidos profundizan sus posibilidades en su plan de impedir una acción autónoma de la Europa unificada.
El hecho de que exista una milenaria tradición de desconfianza y repulsa en relación a los pueblos que profesan el islamismo, clave principal de la creación de la identidad de Occidente, facilita la acción agresiva del Imperio, pero dificulta la construcción de alianzas con las corruptas clases dirigentes de los países de la región. Si la decadencia del imperio turco posibilitó el avance colonialista de Occidente sobre todo el Oriente islámico, profundizando su regresión económica y cultural, la creación del Estado de Israel, como puesto de avanzada del neocolonialismo, agravó las dificultades que el mundo islámico tuvo, en general, para construir Estados nacionales en los cuales se impusiera una cultura laica y tolerante.
La impotencia para vencer el atraso y las dificultades para incorporar la ciencia y la técnica, preservó la existencia de clases dirigentes francamente reaccionarias. Esta situación creó las condiciones para que la resistencia de las masas a la miseria y a la humillación se volviese hacia formas "fundamentalistas" e "integristas" del islamismo, que de esta manera, aparecía como el camino de retorno a una época de oro, liquidada por la opresión del Imperio de Occidente. La debilidad militar y la desesperación estimularon la única forma de lucha que les pareció posible: el sacrificio y el terror.
Los efectos colaterales de la agresión imperialista son los esperados. La retracción del comercio mundial, una caída vertiginosa del turismo internacional, un control indirecto sobre el lavado de dinero y de los "paraísos fiscales", un dislocación de las rutas del tráfico de drogas, asumido por la Alianza del Norte. Lo más significativo, no obstante, es la creciente limitación de los derechos civiles y democráticos en las zonas en las cuales las libertades políticas parecían consolidadas y la probable desestabilización de algunos regímenes políticos próximos a los intereses imperiales, ante todo del Paquistán, y posiblemente Arabia Saudita. Cualquiera sea el resultado de la agresión al Afganistán, una guerra de guerrillas encontrará condiciones apropiadas para desarrollarse, así como la tendencia a crecer de la resistencia palestina. Son ilusorias los intentos de una salida negociada, en la cual el pueblo palestino permanezca sometido a los dictámenes del estado sionista.
Los fundamentos del Imperio están dados por la acumulación de capital, pero aún en su etapa de mundialización, no puede prescindir de la mediación del Estado, ni tampoco puede generar un Estado o gobierno mundial, por la contradicción intrínseca que lo lleva a la centralización creciente y a incorporar productividad en detrimento del trabajo vivo, gestando una masa siempre mayor de proletarios. De esto se concluye, la necesidad que tiene el capital de hacer uso de algunos Estados en la defensa de sus intereses generales, entre los cuales se destacan los Estados Unidos.
Pero el predominio de la industria bélica no dejará de enfrentar resistencias. También Europa tenderá sopesar su subsunsión a los Estados Unidos. China, aunque integrada al circuito mundial del capital, preserva su soberanía y actúa para debilitar el poder imperial global. La reciente aproximación entre los Estados Unidos, Rusia, la India y China en nombre del combate contra el terrorismo, es muy frágil y sigue cálculos políticos muy distintos y momentáneos. En realidad, el terror es uno de los más crueles subproductos del colonialismo, que sólo podrá ser extirpado en el proceso de lucha antiimperialista, ya que para el Imperio esa es una batalla imposible de ser ganada, porque el veneno está inoculado en sus propias venas.
Sin embargo, tiene cada vez más importancia, aún más que las contradicciones en el seno del poder imperial, incluyendo a sus degeneraciones, la resistencia de los pueblos y de una nueva clase obrera internacional, que viene forjándose en antiguas y modernas formas de luchas contra el capital. Una clase obrera que tendrá que convivir con la diversidad humana de la cual es una de sus más ricas expresiones. No existe hoy espacio para una clase obrera "blanca", euro-occidental, que se asocie al gran capital para la explotación del mundo.
El proletariado que se forja como clase en oposición al Imperio, deberá ser un encuentro de pueblos y de experiencias, para articular más fácilmente las formas de luchas locales y cotidianas con las internacionalistas, sin dejar de lado la necesaria mediación del poder estatal para la deconstrucción del Imperio. En el momento en que alcanza su apogeo, el antiguo proyecto de "imperium mundi" asiste a la emergencia, lenta pero inexorable, de su antípoda fatal: el proletariado mundial, que se encuentra tanto en las periferias como en las proximidades del poder imperial.
Pero, claro está, es una lucha ardua que exige un entendimiento teórico nuevo y que supere los vicios y clausuras del comunismo del siglo XX, posibilitando la expresión organizada de un nuevo sujeto político, cuyo fundamento no puede ser otro que el trabajo. Hoy, la lucha inmediata debe repetir la antigua y actual consigna: por la paz, contra la guerra imperialista, por la democracia socialista.