22/12/2024
Por Revista Herramienta
Entrevista a Maria Orlanda Pinassi[1]
Comenzamos la entrevista recordando el texto suyo publicado en enero de 2018, que hablaba de la “crisis estructural de la política” en Brasil, todavía bajo la dirección de Temer, y en Argentina, ya en la segunda mitad del gobierno de Macri. Los motivos serían el reencuentro con sus condiciones coloniales dependientes reforzadas por la crisis, al lado de un vaciamiento casi irremediable de la política oficial ¿Qué comentarios tiene de este análisis a la luz del momento actual de los dos países?
Su planteamiento me da la oportunidad de hacer algunas aclaraciones teóricas. En el texto de 2018 que usted menciona[2], hago uso del concepto de crisis estructural de la política en base al análisis de Mészáros. Para él, ese concepto sólo tiene sentido si es comprendido en la relación indisoluble que establece con la propia crisis estructural del capital, fenómeno que contamina todo el metabolismo social del sistema a partir de los finales de 1960. Pero ¿qué significa esto exactamente? En primer lugar que esta crisis del capital no es paralizante. Muy por el contrario, se trata de un proceso desenfrenado de acumulación que se generaliza y avanza sobre cada poro de la sociedad. El capital actúa, como causa sui de modo autoritario, predatorio y totalmente descomprometido con las necesidades humanas (materializadas en valores de uso).
Para tanto, la política necesita liberarse de su propia historia pautada en pactos y derechos formales heredados de su periodo revolucionario. Pero eso no significa un vaciamiento de la política oficial como usted dice. La política se va a reconfigurar para asegurar la profundización de la desigualdad social.
De modo desigual y combinado, la política en crisis estructural pavimenta los caminos de la desfinancierización, de la internacionalización y la desregulación de la economía, del desempleo estructural y la precarización de la inmensa masa trabajadora. Además, es claro, de la apropiación irresponsable y degradante de los recursos naturales del planeta. El Estado le confiere legalidad a una irracional producción destructiva.
Podemos ir más a fondo todavía en este concepto acompañando los análisis de Florestan Fernandes sobre nuestra específica realidad histórica. En “Notas sobre el fascismo”, texto escrito en Toronto en el año 1971, él afirma que “las crisis políticas que afrontan los países latinoamericanos son [desde siempre] crisis estructurales”.[3]
Veo de manera complementaria los análisis de estos dos autores y ambos ayudan a pensar que la crisis estructural de la política latinoamericana, definida en sus raíces irremediablemente coloniales y dependientes, se encuentra con y potencializa la crisis estructural de la política del sistema.
Siempre es bueno recordar que el encuentro inicial de la crisis estructural en América Latina se dio por medio de las múltiples dictaduras de los años 1960, 70, 80. El control militarizado fue la forma de integrar esa parte del continente al imperialismo neoliberal. Desde entonces, los sucesivos gobiernos militares y civiles, más o menos democráticos, sin excepción, cumplen, cada uno a su modo, la función política de gerenciar esa integración subalternizada. E independientemente de la forma que asumieron durante estos ya largos años – si neoliberalismo de botas, ortodoxo, social y de botas nuevamente- todos dieron y continúan dando una contribución efectiva a la marcha de la contrarrevolución.
Pensando de esta forma es que comienzo aquel texto de enero de 2018 diciendo que “Sea mediante golpes, sea a través de las urnas, poco interesa que uno sea ilegítimo y el otro legítimo, lo importante es que Temer aquí, Macri allá, anclados en congresos inmorales y medios embusteros, conducen sus respectivos gobiernos conforme exige la música de la política de Estado.”
Muchas cosas sucedieron en este tiempo en Brasil y en la Argentina, el hecho es que mediante la institución parlamentaria, allá y acá, continuamos dando pasos largos rumbo al infierno. Sin embargo, Bolsonaro no es igual a Macri que ideológicamente se alinea mejor con Temer. Bolsonaro pertenece a otra cepa. Él es ciertamente el representante más grotesco de la extrema derecha que despunta en el mundo, pues él fue tallado para descalificar nuestra imagen política y reconducir el país a su lugar periférico, lugar de donde nunca salió verdaderamente.
Una nota más sobre esto, y que tal vez pueda constituir una diferencia entre los dos países fue el rechazo popular a Macri en las elecciones primarias, mientras que Brasil “enarboló” la peor de sus opciones en el pleito más dramático de su historia. Eso significa que bajo Bolsonaro Brasil vive su crisis estructural de la política en estado puro, una tragedia social, ambiental y humana sin precedentes. Si la situación argentina parece menos inquietante, la confianza excesiva en el proceso electoral puede llevar a la reedición de una farsa progresista y conducir al país a una realidad mucho menos favorable de lo que consiguió ser en la era Kirchner.
En el caso brasileño ¿cómo sintetiza los primeros meses del gobierno de Bolsonaro en su significado histórico?
Desde el primer momento, defiendo la idea de que Bolsonaro no es exactamente un accidente del camino, ni un retroceso histórico. Él es sí un tipo incómodo, desconcertante, para decir lo mínimo, más conveniente para el rebajamiento de Brasil en las jerarquías de una nueva división internacional del trabajo. Pasados nueve meses de intenso desmonte institucional –en los ámbitos laboral, jubilatorio, científico y educacional, de la salud, ambiental-, y de completo desdén hasta incluso por la ilusoria moralidad burguesa, el gobierno de Bolsonaro confirma su cruzada por la renovación ampliada de nuestra dependencia estructural esta vez de manera más indiscutible. Al ostentar con orgullo nuestra subalternidad frente al imperio yanqui, rompe con la cantinela del desarrollo y de la soberanía nacional, los sueños de los liberales de derecha y de izquierda. Sí, somos el patio trasero del piso de arriba. Así de simple. La miseria ideológica de este gobierno propenso a los desprecios, hace apología de la violencia, de la dictadura, de la violación de los derechos humanos, inviste de glamur a las figuras más crueles de la tortura en Brasil y hace la venia a la bandera norteamericana. Pero, si 2019 no es 1964, tampoco es su antítesis. Prefiero comprender este nuestro momento dramático como una síntesis sombría y más preparada de la fascistización tecnocrática que comenzó hace 50 años.
La parte más preocupante de todo esto es la impaciencia con que se materializa el proyecto Cómo arrasar un país en pocos meses, un proyecto plutocrático de nación ampliamente excluyente y escudada en la formulación de una sociabilidad rígidamente estratificada y relativamente simplificada. La reestructuración educativa con la Escuela sin Partido, o el Future-Se y la militarización de las escuelas públicas vislumbra la consolidación de este proyecto que expulsa a la clase media de la historia, irónicamente la clase de la cual se origina la burguesía. En el tope de la pirámide los ricos, obviamente, aquellos que tendrán acceso privilegiado al conocimiento; en la secuencia, sus guardianes reclutados en las camadas populares (¿recuerdan a Saló de Pasolini?) y estrenados según la conciencia y la disciplina de la orden militar; y, debajo de ellos, los millones de parias sin escuela, sin trabajo, sin techo, sin salud, sin derechos, consumidos tan solamente por sus necesidades biológicas, viviendo en las franjas de la sociedad reconfigurada para ser cruel, y sólo cruel.
¿Hasta qué punto los incendios del Amazonas dialogan con este contexto, a pesar de que se trate de un problema antiguo?
Desde la época de la colonia, el fuego viene siendo el mejor de los medios para erradicar selvas y poblaciones nativas abriendo espacios para pasturas y plantaciones. Con la Revolución Verde, el proyecto de modernización agrícola implantado en la dictadura, la desforestación sea con motosierra, sea con las corrientes y seguidas prácticas de los incendios, se torna más agresivo, sobre todo en las áreas de conflicto de tierra y fronteras agrícolas. En ningún momento, sin embargo, ellos alcanzaron la proporción de este mes de agosto en la secuencia del Día de Fuego (10/08). Según el registro del INPE (Instituto Nacional de Investigaciones Especiales), hubo un crecimiento del 82% entre 2018 y 2019 con 71.497 focos de incendio que castigaron principalmente a la Región Amazónica y el Cerrado. Pero no solamente, otras regiones también presentan un aumento de incendios en reservas ecológicas.[4]
Obviamente que esa demostración de omnipotencia obtusa del empresariado, representado por propietarios de tierra y de negocios relacionados al agro, hidroeléctricas, mineras, nacional e internacional, reverbera el gesto favorable de la presidencia que, por las manos del “ambientalista” Ricardo Salles, proveyó de una eficiente “flexibilización” de todos los mecanismos de protección ambiental y de las poblaciones tradicionales en el campo.
Después de mucha crítica interna y externa, el gobierno, a título de “combatir” esa práctica, bajó el Decreto N° 9.902, del 28 de agosto de 2019. En verdad, esa fue la justificación dada para incrementar la militarización del ya ostensible aparato de represión instalado en el sur sudeste del Pará desde las guerrillas de los años 60, 70 y 80. Pues el fuego continúa ardiendo en todo el país.
Todavía sobre los incendios ¿qué piensa del debate predominante? ¿Concuerda con el geógrafo Ariovaldo Umbelino, que afirmó que hasta el movimiento ambientalista, al dejar de lado la cuestión de la propiedad de la tierra, rebajó su crítica y consecuentemente su capacidad de interpelación? De todas formas ¿envuelve la cuestión ambiental una posible mecha para un nuevo ciclo político anticapitalista?
Concuerdo plenamente con el profesor Ariovaldo. Movimiento ambientalista que no cuestione la propiedad de la tierra, que no denuncie los usos espurios que se hace de ella y que no combate la relación social basada en la súper explotación del trabajo, termina, en no pocos casos, por forjar críticas románticas anti-humanistas, ora futuristas, ora nostálgicas. Estoy hablando de distopías cada vez más peligrosas que proliferan en todo el mundo.
Esto vale para el movimiento ambientalista y para todos los movimientos de mujeres, de negros, de LGBTQ que anclan sus críticas a la sociedad en principios identitarios pos-modernos que, conforme vimos en el pasado reciente, crean relaciones reificadas, individualizadas y extrañadas entre sí. Cualquier crítica emancipatoria al desarrollo controlado por el capital precisa, necesariamente, imbuirse en una perspectiva social revolucionaria, radical, no reivindicativa, propositiva, inclusiva en un sistema que hace mucho tiempo no se consigue reproducir sin dejar ruinas y más ruinas en su camino.
Otra propuesta de su artículo de 2018 tiene la siguiente frase: “las últimas masivas manifestaciones populares se dieron en 2015 con los estudiantes secundarios y más recientemente con las luchas de los indígenas en varias regiones del país. Las calles están siendo ocupadas por centrales sindicales y movimientos sociales más preocupados en transformarlas en palancas para fines electoraleros que en combatir las estocadas del actual Estado brasileño.” ¿No sería esa, incluso que con nuevas tonalidades, la característica de los actos de oposición registrados en 2019?
A lo largo de las últimas décadas el lulismo creó y recreó mecanismos de mediación con el capital de ruegos electoraleros. La aparición como liderazgo sindical negociador de los años 70, la institucionalización de las luchas en los años 80, la opción por la política parlamentaria de los años 90, la política conciliadora en el más alto cargo ejecutivo del país de los años 2000. Lo más reciente es el Lula Libre que moviliza a los compañeros de los movimientos sindicales, políticos y sociales, los mismos que convocan huelgas generales y manifestaciones de un día. Independiente de mi opinión acerca de la justeza de la liberación (lo que sería absolutamente coherente ya que la justicia al castigar el enriquecimiento personal de Lula se esquiva frente a los crímenes y criminales realmente relevantes y hediondos), pienso que frente a la gravedad de la situación social, política y económica del país, las tareas son mucho mayores y difíciles. Hace mucho tiempo que somos rehenes de lo “menos malo” y el riesgo que corremos si eso tuviera que suceder es caer en la ilusión, igual que en Argentina, de un progresismo dislocado en el tiempo. Esta vez mucho más aislado en el continente y en el mundo y con mucho menos margen para bancar políticas de alivio social.
Frente a la ola ultraconservadora a que asiste el mundo, con sus discursos pretendidamente anti-sistémicos y una actuación de vaciamiento del Estado ¿no estamos frente a un dilema extremadamente complejo para las izquierdas? ¿Cómo salir de esa encrucijada sin aparecer como defensora de un sistema que penaliza cada día más la vida de las masas populares y trabajadoras frente al capital internacional?
No veo protagonismo para las izquierdas, acostumbradas a los conflictos y tensiones del periodo anterior, en esta realidad descrita. Las institucionalizaciones de las luchas defensivas –en el sindicato y en el partido político parlamentario- tuteladas por el Estado de bien-estar-social acomodaron a las izquierdas en una zona de confort de donde rechazan salir, hacer auto-crítica, tener percepción realista de la propia historia, del propio tiempo. Las izquierdas se cobijaron a la sombra del Estado. No consiguen crear estrategias nuevas, ni percibir la riqueza de las luchas de aquellos que enfrentan al capital, que no reivindican, ni esperan más nada de ahí.
No obstante la profunda decadencia de la política, a lo que más asistimos entre las izquierdas es al apelo por la inmoral democracia liberal, representativa. O sea, la estructura del funcionamiento del sistema colapsó totalmente, pero el liberalismo continúa siendo la única salida para ellas. Sí, las izquierdas se ensimismaron en el interior de la crisis estructural de de la política.
Por eso mismo es que las fuerzas ultra-conservadoras asumen, a partir del color local y como política de Estado, un papel de vanguardia para las masas desprotegidas, desilusionadas y desesperadas de sus propios países.
Europa confirma el ascenso de la xenofobia ofensiva con Santiago Abascal (Vox, España), Mateo Salvini (Liga Norte, Italia), Victor Orbán (Fidesz, Hungría), Alexander Gauland y Alice Weidel (AfD, Alemania), Marine Le Pen (Agrupamiento Nacional, Francia) y Jussi Halla-aho (Partido de los Finlandeses, Finlandia). El resultado asqueroso del blindaje europeo a los refugiados de los horrores de sus países y su exterminio por ahogamiento en masa en el Mar Mediterráneo. En África del Sur, Zambia y Nigeria, principalmente, resurge un tipo peculiar de apartheid-o afrofobia- que instiga a la población trabajadora, pobre y negra de esos países contra los inmigrantes trabajadores, pobres y negros oriundos, principalmente de Zimbague, Lesoto y Mozambique.[5] En las Américas de Trump y Bolsonaro, recrudecen las medidas contra los refugiados, recibidos con los refinamientos de una maldad cada vez más explícita por gobernantes y por ciudadanos de bien.
Frente al actual estado de destrozo de la política del (des) orden burgués, reafirmo que la única salida para la barbarie es reinventar la política como lucha de clases, una lucha que debe recrearse bien lejos de la tutela del Estado, al margen de la institucionalidad, radicalmente crítica de la propiedad privada y de cualquier perspectiva desarrollista. Una lucha contra el orden y que apunte más allá del capital. Esto, no obstante, no podrá ser realizado por los que se quedan en el mismo lugar, mirando para su propio ombligo, impedidos de caminar hacia el frente por el peso del pasado que cargan en las espaldas.
María Orlanda Pinassi es Profesora de Sociología, FCL/UNESP. Integra el Consejo Asesor de la revista Herramienta.
Traducción del portugués: Raúl Perea
[1]Concedida a Gabriel Brito de Correo de la ciudadanía http://www.correiocidadania.com.br/34-artigos/manchete/13875-a-unica-saida-da-barbarie-e-reinventar-a-politica-como-luta-de-classes
[2] http://www.correiocidadania.com.br/politica/13044-brasil-argentina-e-a-crise-estrutural-da-politica
[3] Florestan Fernandes, “Notas sobre o fascismo” en Poder e contrapoder na América Latina. RJ, Zahar Editores, 1981. (p. 32)
[4] En las ciudades, los incendios han prestado buenos servicios a la especulación inmobiliaria. Véase por ejemplo, la cantidad de incendios criminales en favelas de la ciudad de San Pablo.
[5] Ver el esclarecedor artículo Racismo negro antinegro en África, publicado el 10/09/2019 por