23/11/2024
Por , , Jordão Machado Carlos Eduardo
Buenos Aires, Gorla, 2006, 241 páginas.
El nuevo libro de Miguel Vedda, acompañado de un estudio introductorio de Antonino Infranca, es sorprendente desde varias perspectivas. En primer lugar, por la erudición y por las valiosas informaciones -todas actuales-, que revelan al autor como a un germanista de primerísima línea. Pero ¿cómo es posible, en diez ensayos, articular un diálogo crítico que, partiendo de las reflexiones de Lukács, reúna autores tan dispares entre sí como Ernst Bloch, Walter Benjamin y Theodor Adorno? La estrategia de Vedda es, cuando menos, ingeniosa.
Si limitase sus reflexiones a la producción intelectual del "joven" Lukács, no sería difícil evidenciar la profunda influencia de sus conceptos y categorías en las obras de estos autores, incluso en la de Siegfried Kracauer y Herbert Marcuse, entre otros. No es este, entretanto, el camino elegido por el joven estudioso. Haciendo uso de una expresión de Bloch, podemos decir que Vedda construye un "parque nacional protegido" [Naturschutzpark] propio, con localización geográfico-temporal precisa: Weimar, en la época de Goethe.
La estrategia no podría ser mejor ni más inteligente. Hay cuatro ensayos sobre Goethe, extremadamente cuidados. Muestra la centralidad de la obra del autor de Fausto, no solo en relación con la trayectoria de Lukács -desde el libro sobre la historia del drama moderno (1907) hasta los últimos ensayos sobre el clasicismo alemán-, sino también con la de Bloch. Otra ventaja: está muy lejos de aquellos que oponen mecánicamente: o el joven Lukács, o el Lukács maduro. El filósofo húngaro es analizado con un pathos inusual, teniendo en vista la totalidad de su producción, y es analizado críticamente. Llama la atención correctamente sobre el esquematismo y sectarismo de ciertos escritos de ocasión compuestos por Lukács, sobre todo en los años treinta, y sobre de qué modo estas posiciones fueron instrumentalizadas críticamente (en el octavo ensayo del libro). Destaca debidamente la importancia de su lectura de los Manuscritos económico-filosóficos de Marx, y de qué modo ella fue decisiva para lo mejor de su producción intelectual del período: sus estudios sobre el joven Hegel y Goethe.
El ensayo sobre "La presencia de Goethe en la filosofía de Ernst Bloch" exige del lector una atención particular no solo para comprender lo que denomina "marxismo goetheano", en lugar de hegeliano, sino también un término fundamental de la teoría goetheana de la tragedia: el de lo demoníaco. Esta fuerza negativa -según las anotaciones de los cursos de Bloch en Leipzig- "es conocida como lo demoníaco, el espíritu que siempre niega, la contradicción en el sentido de antagonistas, que es igualmente uno de los nombres de la categoría mística ‘diablo’" (p. 227). Al final aproxima los análisis de Bloch al ensayo magistral de Lukács de 1940 sobre el Fausto. La misma cuestión aparece también en el ensayo "A propósito del ‘Proyecto Dostoievsky’"; como se sabe, Lukács pretendía escribir una extensa monografía sobre el escritor ruso, que contuviera también, además de un análisis formal de las novelas, un desdoblamiento de las categorías de su Teoría de la novela, una filosofía de la historia y una "ética metafísica" - luciferina. Su Lukács ocupa un lugar central en los ensayos, hay que destacar el extenso ensayo sobre la fundamentación ontológica de lo estético, el aludido ensayo sobre el "Proyecto Dostoievski", el papel de lo sublime en los primeros escritos de Lukács, la polémica entre el joven Lukács y el joven Bloch en torno al papel de lo trágico (el segundo siente más simpatía por lo cómico). En el ensayo sobre "La ‘fábrica de sueños’ y las imágenes desiderativas. Ernst Bloch y la estética del cine", Vedda arroja luz sobre la importancia de Siegfried Kracauer en la crítica cinematográfica de Bloch. Por cierto, sin igual es la tentativa de recuperar al autor austríaco de La necesidad del arte, Ernst Fischer, injustamente desaparecido en nuestra época empeñada, como la nuestra, en hacer desaparecer. Uno de los mejores discípulos de Lukács, que ha ejercido una acción importante con visas a deshacer, en Occidente, los malentendidos en relación con la obra del filósofo húngaro.
Haría solo una salvedad: en un punto no estoy enteramente de acuerdo con Vedda. Como dije al inicio, Vedda construyó su propia Weimar clásica y, por cierto, la experiencia de las vanguardias históricas está más allá de las fronteras de este parque nacional protegido; por lo demás, sería imposible aproximar estos autores si este fuera el foco de análisis. Al discutir el debate Lukács-Adorno sigue, entretanto, los pasos de Nicolas Tertulian, al ver en las antinomias políticas de este debate algo de "irreconciliable", y no antinomias históricas, de las cuales es preciso tomar la precisa distancia crítica, sobre todo en una época de "desvanecimiento de los afectos", de los remakes, del anunciado fin del sujeto y de la historia, y de la muerte del arte (Jameson). Pero este aspecto es asunto para otra discusión, y de modo alguno elimina los méritos y la cualidad crítica de los ensayos. Al contrario, el lector de lengua española para a tener el privilegio de poder potenciar su capacidad de juicio crítico con este libro de ensayos de Miguel Vedda.