24/04/2024

La revolución sandinista: notas sobre un acontecimiento.

Por Revista Herramienta

“El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de

lo que realmente se es realmente, es decir, un "conócete a ti mismo"

como producto del proceso histórico desarrollado hasta ahora

 y que ha dejado en ti mismo una infinidad de huellas recibidas

sin beneficio de inventario. Hay que comenzar por hacer ese inventario.”

Antonio Gramsci

 

El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional ingresaba a Managua, derrocando a la dinastía Somoza. En pleno julio había llegado la primavera, con su renacer de flores y frutos al continente.

En medio de la Dictadura militar Argentina, esa sería la revolución que acogió a quienes habían sido derrotados aquí y en América Latina y sembró esperanza en una nueva generación, mi generación. Para no pocos esa sería nuestra revolución, como había sido la cubana para la generación del Cordobazo. Y en aquellos años creíamos en el mismo destino ascendente.

La revolución la ubicamos como parte del largo proceso de luchas por la liberación nacional y social tanto en el continente africano o en Asia sintetizados en el triunfo del ejército vietnamita sobre EEUU, como en Europa, tanto Portugal y su revolución de los claveles o como Grecia desembarazándose de otra dictadura. Se estaba abriendo una nueva etapa que iría derrotando al fascismo en el cono sur para retomar lo irrefrenable: la revolución.

No fue así. Al contrario. Y sin embargo, algo aún late porque eso que no fue, pudo ser, tal vez es necesario que sea.

Introducción.

La revolución sandinista reabrió en las izquierdas el debate inaugurado con la revolución cubana respecto a fuerzas motrices, etapas y vías.

Ahora era desde Nicaragua que se ponía en duda la fórmula de la clase obrera como la portadora de la revolución, y hasta la alianza obrero – campesina así formulada. Esa visión encerraba una idea sustancialista y hasta teleológica de la clase obrera. Las conformaciones latinoamericanas eran más complejas: no aceptaban el manual.

También  el Sindicato como lugar de unidad de la clase para sus luchas inicialmente  económico – corporativas será puesto a prueba en la dinámica de la lucha.  Lo mismo el concepto del partido como vanguardia de la revolución: las vanguardias autoproclamada por ser portadoras de las ideologías marxistas leninistas solo pudieron saludar- y casi al final - a la propia revolución.

En el lenguaje sandinista el sujeto sería el pueblo pero para diferenciarse del lugar asignado por las tradiciones populistas de “masa de maniobra”, intentarían darle un sentido diferente, de portador de consensos activos y protagónicos sintetizado en el concepto de “poder popular”.

Tampoco se preocuparon en autodefinirse ideológicamente como marxistas leninistas, sino que lo hicieron como sandinistas, desplegando su proyecto político, ideológica y cultural de manera ambigua a partir de consignas simples que permitieran la masificación.

A su vez, el sandinismo puso en debate el lugar de la burguesía “nacional” como fuerza motriz de la revolución y por lo tanto el etapismo. Pero – paradójicamente – el sandinismo nunca incluyó como parte del pueblo a los ricos, a los burgueses. Sí observó con detenimiento y se dio una política hacia esas “crisis internas en los de arriba”.

E incluso en ningún momento existió superposición semántica entre gobierno, derrocar a la dictadura y el poder real sintetizado en el aparato burocrático militar a destruir. 

Para su acumulación el sandinismo acrecentaría el lugar de la solidaridad y correlación de fuerzas en el terreno internacional. Se darían una política hacia afuera para incidir en el adentro pero sin ligarse al campo socialista con hegemonía soviética, sino a las fuerzas democrático burguesas y progresistas de Europa Occidental, América Latina y sí a la Cuba socialista.  

En un punto Nicaragua era diferente a casi todo lo que decía el manual de las revoluciones … Nicaragua fue un laboratorio para las izquierdas, en especial en sus componentes generacionales más jóvenes.

Primero señalaremos algunos indicadores de la relación de Nicaragua con Estados Unidos, la formación económico social nicaragüense y sus actores sociales para abordar el proceso revolucionario nicaragüense hasta la toma del poder en 1979.

Luego nos detendremos ya a modo de conclusión en una pequeña sistematización de las diferentes etapas de la conformación del FSLN como vanguardia y finalmente realizaremos algunas reflexiones políticas en torno a ese proceso.  

El Imperialismo y Nicaragua como parte de “su área chica”.

Imposible pensar a Nicaragua por fuera de su relación con el imperialismo norteamericano, más sometida por cuestiones geopolíticas que puramente económicas dado que  Nicaragua era una posibilidad alternativa a Panamá de conexión comercial entre el Atlántico y el Pacífico.

Ya el presidente liberal José Santos Zelaya (1893 – 1909) que había aceptado inversiones estadounidenses se opuso a cederle a los Estados Unidos tierras para la construcción de un canal interoceánico con el que controlasen todo el comercio entre el Atlántico y el Pacífico. Eso implicó la intervención directa de marines norteamericanos y el derrocamiento del Presidente. Los nuevos gobiernos fueron una alianza entre el Partido Conservador y los Estados Unidos, y proyectaron el carácter semicolonial de Nicaragua: contrajeron créditos con empresas norteamericanas cuyas garantías fueron el control de la aduana, muelles, puertos, el Banco Nacional y el ferrocarril. Firmaron el Pacto Chamorro-Bryan, por medio del  cual le concedió a los Estados Unidos derechos perpetuos para la construcción de ese canal interoceánico y le arrendaron por 99 años el Golfo de Fonseca y la Isla del Maíz. La comercialización del café pasó a la Compañía Mercantil de Ultramar, norteamericana.

Sin embargo la disputa entre el sector cafetalero del partido Liberal  y ganadero del Conservador se mantuvo, llegando incluso a una guerra civil en la cual EEUU apoyó al sector conservador para finalmente lograr pactar con el partido Liberal que encabezaba Moncada. Fue el “Pacto de Espino Negro”, firmado  el 4 de mayo de 1927. Allí se le otorgó la presidencia a Moncada que a cambio aceptó desmovilizar y desarmar al ejército, confirmar el tratado Chamorro-Bryan y permitir la permanencia de los Marines hasta la organización de la Guardia Nacional.

El único de los generales del Ejército Liberal que se opuso fue Augusto César Sandino (1895-1934).  La resistencia con su “ejército loco” entre 1927 y 1933 fue mítica. Su asesinato a manos de Somoza encumbró a lo que sería la “dinastía de los Somoza”, que permanecerían en el poder, apoyado por el imperialismo yankee hasta la revolución de 1979.  

Sin embargo conviene destacar que Nicaragua siempre fue centralmente para Norteamérica una base militar. Por eso ellos formaron a  los “perros” de la  Guardia Nacional de Somoza, y fue desde allí que EEUU invadió a Guatemala para derrocar el gobierno de Arbenz, o para lanzarse  a Cuba, lo que le infringirá la derrota en  Bahía de los Cochinos.

La formación económico - social

Nicaragua tuvo su inserción internacional como país capitalista dependiente, como productor de materias primas para la exportación. Su desarrollo reconoce dos etapas: el ciclo del café hasta 1940, y luego,  a partir de 1950, el del algodón, que sí pudo conjugarse mejor con la ganadería.  

El mundo rural

Desde los años 50 - como dijimos -  la principal producción comenzó a ser el algodón. La particularidad del mismo es que se produce en economías más desarrolladas y no solo en el Tercer Mundo. Esa situación implicó en primer lugar la modernización de producción para dotarla de eficiencia, en segundo lugar se desplegaron otros eslabones de la cadena como el aceite, agroquímicos, textiles. En tercer lugar se aceleró la expropiación campesina en las mejores tierras, sobre todo en la zona de León y Chigandega;  y por último  – y esto es una clave –la necesidad de maquinarias, fertilizantes, equipos significó el involucramiento del capital comercial y financiero en su proceso. Y será desde ese lugar de financista la forma en que intervinoy extrajo la plusvalía la Gran Burguesía nacional y extranjera.

Por otra parte se seguirían produciendo los bienes de consumo básicos como el maíz y frijol pero con mecanismos atrasados y tendiendo al estancamiento.

El régimen de propiedad de la tierra dominante eran los latifundios organizados en fincas multifamiliares y las fincas multifamiliares medianas y pequeñas que ocupaban importantes extensiones. Eran campesinos – finqueros que producían para satisfacer necesidades básicas y reinvertían en su propiedad; era un sector siempre necesitado del  crédito que controlaba la gran burguesía. 

Luego se sumaba un subproletariado de campesinos pobres, minifundistas que ni siquiera podía vivir de sus pequeñas fincas, recurrían a su propia proletarización estacional en las cosechas y convivía con el proletariado rural propiamente dicho. Ambos con mínimas condiciones de subsistencia.

Ahora bien, el desarrollo capitalista dependiente que producía para exportación se basó en el endeudamiento externo y se asentó centralmente en la sobreexplotación de las condiciones laborales: hacinamiento, pagas bajísimas, trabajo de mujeres y niñes… digamos en condiciones muchas veces semiserviles.

La localización geográfica era clara: las mayorías más pauperizada se ubicaron en la costa del pacífico y en el interior los sectores campesinos medios y ricos.

El mundo urbano

La Industrialización por Sustitución de Importaciones que se produjo fue escasa y deficitaria en Nicaragua. Siempre fue más lo que requería esa industria de maquinarias e insumos que lo que aportaba. Hasta su capacidad para generar empleo era baja. Los talleres en general oscilaban entre los 12 a 26 obreros.

El otro trabajador de la ciudad lo hacía en el sector terciario, o era cuentapropista, o vivía de changas… En rigor fue el sector de servicio el que absorbió parte de los expulsados del campo: en 1975 el 70% de la PEA realizaba trabajos no productivos y su nivel salarial era casi tan bajo como el del medio rural. 

Es decir que era un proletariado – si no limitamos el concepto a venta de fuerza de trabajo a cambio de salario - muy extendido pero poco concentrado e intermitente en sus labores. Tal vez su único punto de encuentro era las barriadas o “territorios”.

Y existía mucho trabajo temporario por el que se trasladaban del campo a la ciudad: pasaban de la cosecha de algodón en la finca al sector de servicios, o  de la agricultura para el mercado interno a la construcción.

Si hubiese que unificarlos en un concepto sería el de clases subalternas: “pluralidad, disgregación carácter episódico de su actuar, débil tendencia a la unificación “a nivel provisional”.[2]

Los partidos

Las clases dominantes tuvieron su representación formal en los dos partidos tradicionales: el Liberal ligado a los cafetaleros  y el Conservador relacionado con los ganaderos aunque ambas organizaciones concluyeron por unificarse en el llamado “Pacto de los Generales” que firmaron Somoza García y Emiliano Chamorro en 1950. En el mismo, el segundo se subordinó al primero a cambio de algunos cargos y negocios quedando conformada así una coalición liberal conservadora, cuyo vector para el contacto ideológico con los “simples” era la Iglesia Católica. El régimen tendió a realizar elecciones periódicas aunque fraudulentas porque consideraba que eso los exorcizaba de cualquier crítica en el parlamento norteamericano.

Los sectores obreros encontraron una mínima representación el Partido Socialista Nicaragüense (PC) que se fundó en el año 1944, en pleno auge del browerismo que postulaba la unidad entre el imperialismo norteamericano yel socialismo por su común lucha contra el fascismo. Así fue que el PSN apoyó a Somoza, quien les otorgó la legalización por un breve tiempo aunque apenas comenzó la Guerra fría y la ofensiva norteamericana con la Doctrina Truman, sufrió una represión permanente. 

En definitiva el PSN fue víctima como muchos PC latinoamericanos de priorizar las contradicciones externas (unidad contra el nazifascismo) por encima de las contradicciones internas (en este caso lucha contra el aparato estatal del somocismo). El alejamiento de las masas fue inevitable. El  mérito que quedaría en su haber fue la difusión de algunos textos marxistas y que en sus filas iniciaron su formación dirigentes como Tomás Borge (1930 – 2012)  y Carlos Fonseca (1936 – 8/11/1976). A este último incluso el PSN envió como delegado al festival Mundial de las Juventudes Democráticas en Moscú en el año 1957. 

Las representaciones en el seno de la sociedad civil eran escasas, prácticamente sin tradición organizativa entre los trabajadores urbanos ni rurales. Existía sí una Central obrera con dirigentes reformistas pero honestos con bajo nivel de inserción y siempre reprimida: la CGT- I, conducida por cuadros del PSN. La otra instancia era el Centro de Trabajadores, cuya dirección estaba relacionada con los demócratas cristianos, yen 1967 se fundó – ligada a una escisión del PSN, maoísta - la Confederación Nacional de campesinos y obreros agrícolas. Finalmente estaba la Central directamente pro patronal, que respondía al somocismo: la CGT. Pero en rigor todas con muy baja representatividad y, por su propio peso con poca capacidad de incidencia en el proceso político ni tampoco en el económico.

El analfabetismo trepaba al 50% de la población y hasta las estructuraciones familiares eran totalmente disfuncionales y desestructuradas: la cabeza de familia en general era la mujer y la mayoría de hijes será sin padre reconocido. Esa situación particular explicará en parte el altísimo protagonismo en las diferentes organizaciones que tuvieron las mujeres en el proceso revolucionario nicaragüense. Y la existencia además de varias comandantes.

El movimiento estudiantil, que numéricamente era minoritario (15 de cada 100 estudiantes finalizaban la escuela secundaria) contaba, sin embargo, con una cierta estructuración organizativa contestataria ya que por la propia extracción de clase de los estudiantes, la propia Guardia Nacional veía un poco limitados sus movimientos represivos.

En la Iglesia católica – sobre todo después del Congreso de Medellín en 1967 – comenzó un proceso de diferenciación tanto del somocismo como de la propia cúpula eclesiástica. Surgieron entonces un ala reformista moderada pero antisomocista y otra ya más radicalizada, ligada en un sentido a la Teología de la liberación, o a las lecturas del evangelio de Solentiname, organizadas por Ernesto Cardenal. Este último sector sería un aporte que enriquecerá el acervo moral e ideológico de la experiencia sandinista.

Finalmente, la otra tradición organizativa que las masas reconocían como posibilidad eran las propias guerrillas, presentes hasta en la historia oral del propio pueblo.

Clases y estado

De esta descripción se puede observar que las clases subalternas estaban de una u otra manera sometidas a la dinámica del capital y unificadas por las condiciones de trabajo inhóspitas y míseras. Por otra parte el capital productivo estaba subordinado a la propia articulación esencial del Estado con el imperialismo a partir del control de las finanzas. Por lo que esa será la característica de la clase dominante nicaragüense: no era tanto por ser la dueña de los medios de producción sino de los medios financieros y de comercialización, destacándose así aún más su carácter parasitario.

De alguna forma el Estado somocista articulaba a esas clases dominantes no solo desde el punto de vista represivo, su faceta más conocida. También desde la década del cincuenta había impulsado obras públicas (construcción de carreteras, energía, irrigación, etc.) junto a la prohibición de sindicatos y a la coacción directa de les trabajadores para garantizar el régimen de acumulación.

Era- como dice Vilas – el estado de la familia Somoza, pero fue también, a su manera, el estado del Capital.   

Parafraseando a Gramsci se podría decir que la sociedad civil era gelatinosa y el estado lo era todo.

El proceso revolucionario.

El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) nació en 1961 siendo, como tantas guerrillas, hija dilecta de la revolución cubana. El éxito de esta última había llevado a muchos revolucionarios a intentar “ser calco” más que creación heroica. Sin embargo, en Nicaragua la tradición armada venía de lejos: ya en 1956 el poeta Rigoberto López había ajusticiado a Anastasio Somoza inmolando su propia vida. A Anastasio le sucedió en la presidencia su hijo, Luis. No iba a ser ese el camino para terminar con la Dictadura. En 1958 Ramón Raudales, combatiente en el Ejército de Sandino pretendió organizar una guerrilla rural. Lo acompañaron Tomás Borge y Carlos Fonseca pero fueron rápidamente derrotados y desbaratados por la Guardia Nacional, creada y formada en Estados Unidos.

Una de las particularidades del FSLN fue que, a diferencia de otros países, la guerrilla estaba anclada en su propia tradición nacional. Un tema central en la formación de los sandinistas fue estudiar la historia nacional, las luchas desplegadas desde la colonia hasta finalmente penetrar en la legendaria historia de Sandino para reconocer en su Historia la identidad revolucionaria.

Augusto César Sandino había enfrentado a los yanquis y a la burguesía con las armas en la mano y había sido asesinado por Somoza: era un legado, era un proyecto, era un mito. Sin embargo esa mirada nacional no los cegó y estudiaron otras experiencias revolucionarias como la rusa, china, vietnamita para aprender y escoger su propia vía a la revolución. Pero lo hicieron desde su identidad: elles eran “los hijos de Sandino”.

Sandino, el “General de los hombres libres”, ofrecía tres planteos que serían fundamentales para el ideario sandinista: Sandino no era marxista pero tuvo una mirada de clase en la que caracterizó a la burguesía como una aliada de EEUU y por lo tanto no la consideraba parte en la lucha por la liberación nacional. Por eso en su proclama hablaba de la doble explotación a manos del “el yankee y de las burguesías nativas”. Afirmaba además que “solo los obreros y campesinos irán hasta el fin, solo la fuerza organizada logrará el triunfo” concluyendo que las elecciones no eran el camino para conquistar la soberanía popular, ella – decía – “no se discute, sino que se defiende con las armas en las manos”.

En Sandino, el FSLN encuentra un hilo conductor pero también una identidad política y moral, porque plantea que las fuerzas motrices de la liberación son los trabajadores de la ciudad y el campo y tiene un discurso antiburgués, de nacionalismo revolucionario, antimperialista. También expresa una moral, una dignidad y un camino: el pueblo en armas.

El 22 de julio de 1961 Tomás Borge y Carlos Fonseca junto a la vieja guardia de Sandino, Ramón Raudales y Santos López entre otros fundaron el FSLN, y tuvieron su bautismo de fuego en el Rio Bocay y Coco en 1963.

El accionar inicial del FSLN fue la conformación de un “foco” guerrillero que denunció a la “farsa electoral”. El año 1967 marcaría un cambio: para las elecciones volvió a presentarse, encabezados por Agüero, el Partido Conservador para disputarle la presidencia. Hubo movilizaciones de apoyo que fueron reprimidas. El candidato amenazado terminó refugiado en la embajada norteamericana y “Tachito” Somoza fue designado como presidente hasta 1972.

Ese mismo año, se produjo un enfrentamiento en Pancasán. En un combate de guerrilla desigual murieron dos dirigentes fundadores del Frente, Rigoberto Cruz y Silvio Mayorga producto de haber apresurado una acción contra la Guardia Nacional somocista. El balance de esa derrota - afirmará luego Tomás Borge – sería el fin del foquismo y una refundación estratégica: se propondrían combinar las acciones guerrilleras e insurreccionales con la construcción de una política de masas “clásica”.

Esta decisión incluye como problema teórico de la revolución la elaboración del Programa que se les presentaría a las masas. Para Carlos Fonseca el tema central de la propaganda sandinista a remarcar en esa etapa sería que “la reivindicación socialista y la emancipación nacional se conjugan en la revolución sandinista”. Ese hilo conductor sandinista – socialista era con el que se debía formar a los cuadros y era un discurso radical que enfatizaba lo que serían los dos primeros puntos del programa: combate popular de la guerrilla y poder popular. En ese momento de instalación de la propia fuerza, el Frente salió a disputar cualquier reformismo. Esto le permitió penetrar en el movimiento estudiantil a través del Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER) que termina ganando la propia Federación Universitaria y sobre todo pasando a ser una verdadera “cantera” de cuadros que irán engrosando la guerrilla.

Esa primera etapa se destacó entonces por un fortalecimiento de la identidad estratégica sandinista – socialista y por la denuncia del enriquecimiento de la familia Somoza junto a la burguesía amiga aliados del “Yankee”, a sus “perros” de la Guardia nacional y a sus farsas electorales. Participar de ese “circo electoral” intoxica, desacredita: es parte de su lucha contra cualquier tendencia reformista. Paralelamente en sus acciones el FSLN mostraba que no estaba “contaminado” por el régimen y era portador de una moral, de una mística y decidido a confrontar contra el somocismo y sus aliados sin ambigüedad, sin tacticismo. Identidad, moral, denuncia y confrontación contra el régimen.

Un hecho “natural” que muestra la podredumbre

En el año 1972 se produjo un terremoto que devastó a Managua y, paradójicamente dio inicio a una nueva etapa en la acumulación del “clan Somoza”.

Históricamente el proceso de acumulación económico durante la dinastía Somoza tuvo tres momentos: el primero a partir del “Pacto de los Generales” que unificó al sector cafetalero con el ganadero; el segundo con el ciclo del algodón en que los Somoza consolidaron su estructura de poder político y el tercero iniciado con el terremoto que se denominó “de la reconstrucción”. En este último lo que eran indicios de “amiguismo en los negocios” se transformó en topadora. Únicamente  harían negocios las fracciones de la burguesía “amiga”, creando incluso su propio Banco de Centroamérica y dando un salto en su acumulación a partir del manejo del aparato del estado, la utilización de los préstamos internacionales, las pocas obras de construcción y el sector “terciario”: contrabando, drogas, prostitución, etc. Todos esos negociados eran exclusivos del clan, lo que llevó a que una fracción de la burguesía comenzara a hablar de “competencia desleal” o directamente del “grupo de los dados cargados”. Así mostraba su disconformidad por “quedar afuera” del reparto: el bloque de poder comenzó así a resquebrajarse pese a que el ciclo económico seguía en alza. Al mismo tiempo la bonanza económica tornaba cada vez más visible la injusticia que expresaban el tránsito de los lujosos autos importados junto a la vida en las casas míseras de las poblaciones de las ciudades.

El terremoto de 1972 abrió entonces más que una crisis económica, una crisis orgánica del régimen.

Desde el diario La Prensa, su dueño y director Pedro Joaquín Chamorro azuzaría al régimen. Era un empresario poderoso con muy buenas relaciones con EEUU y miembro de una familia con tradición política dentro del país. Él, expresando los intereses de la fracción de la burguesía desplazada y visualizando esa crisis política impulsaría la creación de una alternativa política al somocismo: el 15 de diciembre de 1974 fundó la UDEL (Unión Democrática de Liberación), compuesta por el Partido Social Cristiano, el Liberal Independiente y la Acción conservadora Nacional, en la cual también participaba el PSN (PC) pese a la clara hegemonía burguesa. Adhirieron además las nimias Central de Trabajadores Nicaragüense y la Confederación General del Trabajo Independiente (CGT –I), más como sellos de sus respectivos partidos que por representación de los obreros.

La respuesta del FSLN a una búsqueda de alternativa burguesa sería inmediata: el 27 de diciembre de 1974 el Frente realizó una audaz operación tomando la casa de José María Castillo, en donde estaban de fiesta parlamentarios norteamericanos, junto a conspicuos miembros de la burguesía y el somocismo. La operación fue un éxito: canjearon la liberación de presos políticos sandinistas – entre ellos Daniel Ortega - , y recibieron dinero y garantías para irse en avión del país. El hecho fue saludado por las masas. El Frente mostraba que no solo estaba dispuesto a confrontar con el régimen, sino que podía infringirle derrotas políticas y hasta humillarlo.

En ese nuevo contexto, en noviembre de 1975el FSLN ya era una referencia política clara, sus acciones armadas eran conocidas hasta en el exterior y lentamente comenzó a constituirse como una alternativa al somocismo. Simultáneamente el bloque de poder estaba agrietado, había crisis “por arriba”. En esas nuevas condiciones Fonseca impulsaría un cambio táctico en la propaganda para pasar de la incorporación molecular de miembros a interpelar directamente al proletariado urbano y rural, al pobrerío; no bastaba ya el estudiantado radicalizado. Era necesario articular un nuevo discurso y acción que posibilitara esa mediación entre el Frente y las masas.

Era un giro y sería enfático: “Declamar en nombre del socialismo y el título de las más conocidas frases revolucionarias, no garantiza la profundidad de las transformaciones que nos proponemos. En una palabra: la fraseología revolucionaria no garantiza la profundidad del cambio, y más bien al contrario, puede dificultarlo”. Propone “un lenguaje para dirigirnos a la militancia de vanguardia, y otro para dirigirnos a las amplias masas populares” (…) [es necesario] “medir los prejuicios reaccionarios que el enemigo está en condiciones de inculcar al pueblo”. Pero ratifica “debemos perfeccionar un estilo propio para agudizar, de acuerdo a las condiciones concretas del país, la lucha de los explotados contra los explotadores, de los obreros contra la burguesía…” para concluir en la necesidad de buscar en la tradición nacional referentes, frases que remitan a “expresiones patrióticas y contra la explotación y difundir con amplitud tales citas”.[3]

En un punto se proponía sumar a la identidad, denuncia y confrontación, la mediación que permitiría interpelar a las masas para constituirse en una alternativa real.

En tanto, las acciones de la guerrilla seguían su curso: eso no estaba en debate, era lo imprescindible. A fines del año 1976, se produjo en Zinica un enfrentamiento con la Guardia en el que el Frente sufriría un gran golpe, la pérdida de quien era un insustituible: muere en combate Carlos Fonseca Amador. Con su muerte el FSLN sufrió una división. Las causas pueden resumirse en cuatro aspectos: primero, que era una organización político militar, cuya construcción entre la guerrilla y la clandestinidad había debilitado cualquier musculatura de debate democrático en el interior; segundo, la propia tendencia al verticalismo que en una organización “tabicada” es hasta inevitable; tercero, que por número y tareas funcionaba de manera federativa, y finalmente que sumaba un rápido crecimiento de milicianos jóvenes, audaces pero aún en formación. A partir de allí se conformaron tres tendencias pero que se reconocían y actuaban bajo la misma identidad: El FSLN. Una, la “proletaria” concentraría su trabajo en la organización de masas; otra, conformada por los llamados “terceristas”, insurreccionalistas permanentes, que fortalecerían cierto trabajo agitativo y de acción directa en las barriadas populares; por último la Guerra Popular y Prolongada (GPP) que se afianzaría en la organización de fuerzas móviles en las montañas.

Interesa destacar que tanto los “proletarios” como los “terceristas” tenderían a organizar a los trabajadores en las barriadas porque consideraban que por un lado los sindicatos estaban preñados de reformismo y por el otro, que la represión existente hacía que quienes querían luchar lo hiciesen desde sus lugares de vivienda y no de trabajo.

Ese mismo año 1976, producto de la crisis del Watergate ganó las elecciones en EEUU un demócrata particular, Jimmy Carter, menos decidido a acompañar sin observaciones a “su hijo de puta” (Roosvelt dixit).

El nuevo cuadro de situación para el somocismo era el siguiente: primero, una mayor presión estadounidense producto del ascenso de Carter y de un nuevo crédito; segundo, la existencia de una fracción de la propia burguesía nativa que también contaba con el apoyo de EEUU y estaba distanciada del gobierno y tercero, el debilitamiento del FSLN por su división. Así en 1977 Somoza consideró posible realizar una modesta apertura política: levantó el estado de sitio y la censura a la prensa.

Frente a esa decisión que se proponía una salida a la crisis dentro del orden, los “terceristas” lanzaron en el mes de octubre acciones de propaganda armada en Masaya y Rivas que sorprendió a la dictadura: la guerrilla había llegado a las ciudades y comenzaba a integrarse a la lucha el sector urbano.

En esa iniciativa se observó un método que sería característico de la estrategia sandinista: actuar rápido y audazmente ante cualquier intento de crear condiciones de posibilidad para que la salida de Somoza sea hegemonizado por alguna fracción de la burguesía.

Paralelamente en ese mismo octubre – y en aparente contradicción– los “terceristas” impulsaron la creación de los 12, un grupo integrado por intelectuales progresistas, liberal –democráticos y eclesiásticos unificados en el antisomocismo, dentro de los cuales se destacaba el escritor sandinista Sergio Ramírez. Los “Doce” realizaron un llamado a la “solución nacional” incluyendo a los sandinistas que tuvo una fuerte repercusión internacional. Sin embargo se vieron obligados a abandonar Nicaragua pero se transformaron en la cancillería ad hoc del Frente, e impulsaron un amplio movimiento de solidaridad, y encontraron apoyo moral y material para la causa.

Un aparte merece la nueva situación internacional: en EEUU la orientación de Carter era pro salida burguesa pero no necesariamente prosomocista y en Europa occidental la Internacional Socialista condenaba públicamente el accionar intervencionista de EEUU y apoyaba a las organizaciones que denunciaban la política represiva del somocismo y la violación de los DDHH en América Latina en general. Coincidía esa diferencia con la disputa entre EEUU y Europa occidental sobre la estrategia para salir de la crisis abierta en 1973/74. La socialdemocracia adquirió volumen con figuras como François Miterrand, Felipe González u Olof Palme, este último muy cercano a los “Nica”.

Ante este reagrupamiento de fuerzas Somoza mandó a sus esbirros a asesinar a Pedro Joaquín Chamorro en enero de 1978 porque era el articulador del frente opositor. Fue una evaluación que mostraba los límites políticos e ideológicos del somocismo para resolver la nueva situación. La burguesía que había sido, pero ya no era, parte del clan Somoza respondió con un lockout patronal, al que se le sumaron las organizaciones obreras declarándosela Huelga General en todo el país. El FSLN se sumó porque quería ser parte de toda reivindicación antisomocista. Las masas ganaron las calles y enfrentaron a la Guardia Nacional en León, Managua, Matagalpa, Estelí, Chinandega y Masaya. La burguesía no somocista se atemorizó, comenzó a retroceder mientras el Frente pasó a la ofensiva y lanzó una nueva toma de las ciudades de Granada y Rivas el 2 de febrero. Es claro que en las barriadas de apoco las masas se sintieron animadas y comenzaron a actuar por iniciativa propia. El somocismo, arrinconado convocó y realizó elecciones municipales pero la abstención superó el 80%.EEUU decidió dar un paso más en su política y se reunió con los sectores privados y acordó que la UDEL levantara la huelga que se les estaba yendo de cauce.

El FSLN debía evaluar y tomar decisiones finas, porque ese minuto histórico podía ser determinantes La salida táctica la darían los pueblos indígenas de Monimbó, un barrio de Masaya, el 20 de febrero: se produjo allí un levantamiento espontáneo de las masas que ocupaban la ciudad. Allí aparecieron- en vastas proporciones - las primeras armas de fabricación casera como las granadas de mano incendiarias y rompedoras, lanzaminas y hasta se ensayaron medios tácticos de combate contra la Guardia Nacional: emboscadas, ataques relámpagos a patrullas etc. Al propio FSLN que pensaba que no estaban maduras las condiciones para un enfrentamiento de esa magnitud, sorprendió la acción. Pero lanzadas las masas, el FSLN decidió ponerse a la cabeza de lo que era una derrota segura. Y esa era una posición de principios: no abandonar a las masas, escucharlas y acelerar procesos de aprendizajes de la vanguardia y de las masas. Simultáneamente esa situación era un indicador claro de que en el seno de la sociedad civil se estaba produciendo un acelerado proceso de recomposición política, cultural e ideológica: la organización de masas se extendió y se conformaron las Brigadas Populares, los Comités de Acción Popular y las Milicias Populares Sandinistas.

En ese incendio en ciernes el apoyo internacional a Somoza comenzó a decaer. Por ejemplo Venezuela, cuyo gobierno expresaba a las alas internacionales de la socialdemocracia y el socialcristianismo, pidió a la OEA que investigara la violación a los DDHH en Nicaragua.

El sandinismo manejaba la tesis del acrecentamiento del “factor externo de la revolución” a tal punto de denominarlo “cuarto contingente”. Eso había implicado destinar cuadros al trabajo de cancillería y – agudizada la crisis política interna - estaba cosechando sus frutos. Pero, no eran solo propios revolucionarios quienes actuaban en esos espacios buscando una salida. Y en política no hay “desinteresados”. Hay intereses y también ideología.

La burguesía antisomocista buscaba reordenarse para afrontar el nuevo momento y creó en julio de 1978 el Frente Amplio de Oposición (FAO). El “tercerismo” orientó al Grupo de los 12, liderado por Sergio Ramírez, a que se integrara para ocupar el espacio dentro de la alternativa “democrático burguesa” y con su presencia forzarlo a ser “consecuentemente democrático” incorporando al FSLN. De alguna manera poner ese tema en agenda obligando a una deliberación interna delicada debilitaba a la alternativa pergeñada de “somocismo sin Somoza” que impulsaba un sector hegemónico en el FAO. La “línea” del FSLN era no dejar ningún espacio, tratando de incidir en cualquier lugar donde existía política.

Simultáneamente el FSLN fue penetrando y desplegando sus cuadros en el seno de esa sociedad civil que iba madurando en organización, conciencia, autonomía e impulsó una nueva instancia organizativa propia: en junio de 1978 nació el Movimiento Pueblo Unido (MPU) como frente de masas. Y allí se integraron los nuevos y viejos sindicatos, instancias organizativas de las mujeres, los estudiantes secundarios, universitarios, las barriadas e incluso a él se incorporaron las tres tendencias del FSLN.

El MPU hizo público ahora sí el Programa mínimo: expropiación de todos los bienes y propiedades de la familia Somoza; nacionalización y expropiación de los recursos naturales; nacionalización de la Banca, transportes marítimos, aéreos y terrestres; reforma agraria en interés de los campesinos desposeídos en base cooperativa y empresas estatales; campaña para erradicar el analfabetismo; medicina con carácter social, entre otros puntos.[4] El obispo de Managua apostó a una alternativa “moderada” pidiendo que se vaya Somoza y propuso que asuma un gobierno de transición. El FAO apoyó esa propuesta y estableció contactos con la embajada estadounidense, buscando maniobrar para avanzar en ese “somocismo sin Somoza”, marginando al FSLN.

Ante esta ofensiva burguesa, el FSLN salió a obturar esa salida. El 22 de agosto de 1978 el FSLN realizó una acción extraordinaria e impensable: tomó el Palacio Nacional (Congreso) de Managua. Con ella logró canjear la libertad de 80 prisioneros – entre ellos Tomás Borge -junto a 5 millones de dólares. El pueblo festejó la acción. El FSLN volvía a demostrar que era el único que lograba infringirles derrotas humillantes al somocismo hasta en “sus palacios”.  

El MPU se radicalizó e impulsó una Huelga General a la que se terminó sumando el FAO: el 27 de agosto la Huelga General en todo el país fue un éxito. En Matagalpa la Huelga tomó forma insurreccional y los levantamientos se extendieron. Fue la denominada gran insurrección de septiembre: se tomaron las ciudades de Managua, Masaya, Granada, Estelí, León, Chinandega y Matagalpa. Somoza envió la aviación, bombardeó, concentró tropas y los centros alzados fueron uno a uno cayendo en sangrientos combates. La última ciudad fue la “siempre heroica Estelí” que sostuvo la toma 17 días. En esa verdadera sublevación la correlación de combatientes sandinistas y milicia popular era de 1 a 100, e incluso a 200. En ese ciclo se perfeccionó la experiencia de Monimbó y nacieron nuevas instancias de auto organización de masas, las que serían determinantes en la revolución: los Comité de Defensa Civil (CDC). Fueron ellos los encargados de la defensa de la barriada, del pertrechamiento de los combatientes, de las comunicaciones internas, de la distribución de armas, de la expropiación de almacenes de víveres, de materiales para la construcción de las barricadas, de la creación de hospitales y clínicas ilegales, de la recolección de medicamentos, de los enlaces y apoyos a los destacamentos sandinistas, de hacer inteligencia sobre la guardia y sus secuaces. Es decir, de toda la logística concerniente a preparar el enfrentamiento. También controlaron las empresas estratégicas, las centrales de energía y de medios de comunicación. Es decir, se estaba construyendo verdaderas instancias de poder popular.

Esa acumulación organizativa era un aspecto valioso pero lo que definió el curso de la revolución fue el balance de la derrota de septiembre. Esa insurrección había fracasado. La sublevación había sido impulsada por los “terceristas” y se habían sumado luego los “proletarios” y la “GPP”: esa descoordinación había dificultado las acciones. A su vez el plan de ataques a la Guardia fue orientado a sus cuarteles, lo que concluyó por beneficiarlos, dado que el somocismo poseía mayor poder de fuego. Una lección de estrategia militar y otra política mucho más significativa: la unidad de los revolucionarios era una necesidad para el triunfo de las masas.  

Con la victoria frente a la insurrección Somoza lanzó por un lado una ofensiva represiva contra todo lo que oliera a sandinismo y por el otro rápidamente abrió negociaciones con la FAO y el gobierno norteamericano. “Los 12”, esa cuña sandinista en el FAO, se retiraron y denunciaron la maniobra. También se retiró el PSN que se incorporó al MPU en noviembre – diciembre de ese mismo año.

Las masas perseguidas, derrotadas tuvieron un balance del fracaso insurreccional que sorprendió al propio FSLN: escaparon de los “perros” somocistas hacia la clandestinidad y la montaña que les ofrecía el Frente, transformándolo en la referencia y defensa “natural” de esas masas con conciencia insurrecta.

En 10 de enero de 1979 por el aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro se realizaron movilizaciones a las que Somoza respondió con represión y, a su vez, las masas también respondieron. El MPU contestó ese mismo 22 de enero con una nueva marcha patriótica contra la represión. En febrero, recogiendo las escisiones de la FAO, el MPU creó una nueva instancia de Unidad antisomocista pero ya hegemonizada por el FSLN. El 1 de febrero de 1979 se creó el Frente Patriótico Nacional que presentó un nuevo programa a las masas: Soberanía Nacional marcado por el derecho a la autodeterminación y rechazando todo tipo de intervención extranjera; democracia efectiva y para ello derrocamiento de la dictadura somocista y erradicación de todo lo que significara “somocismo sin Somoza”; disolución del Congreso y formación de una Asamblea democrática; abolición de todas las instituciones represivas; confiscación de los bienes de familia Somoza; reforma agraria integral; poner en manos del estado la explotación y dominio de recursos naturales: minas, bosques, pesca, energéticos; promulgación de un nuevo Código de Trabajo; impulso del desarrollo nacional en forma planificada y coordinada, supeditando los interés particulares a los intereses generales de la nación; reforma del sistema fiscal; reforma educativa, etc. Era un programa reformista, que aglutinaba a la oposición al somocismo. La principal concesión programática era que no figuraba la estatización de la Banca. Para el FSLN el garante estratégico de la continuidad del proceso revolucionario era el Ejército popular sandinista, el “pueblo en armas” y el programa se desplegaría de acuerdo al grado de radicalidad que permitiese el poder popular construido.[5] En marzo se reunificaron las tres tendencias del FSLN estructurando un comando conjunto, al tiempo que lanzaron una proclama y organizativamente se dieron una tarea central: desplegar la experiencia autoorganizativa de los CDC – de ello dependía la victoria -, para crear las condiciones necesarias que permitieran garantizar la autodefensa de la población durante una guerra que se acercaba a sus momentos definitivos. Esas instancias eran de masas y de las masas, pero ya dirigidas por unidades selectas de combate que pertenecían a los cuadros más formados para esa tarea que, lógicamente, pertenecían a la vanguardia que proclamaron las masas: el FSLN (el “efeeseeleene”). 

En el año 1979 la crisis política había profundizado la crisis económica: el FMI intentó un último auxilio desesperado otorgándole un nuevo préstamo de 65 millones de dólares a Somoza. Pero México rompió relaciones diplomáticas y el5 de mayo el Pacto Andino también denunció a Somoza.

El FSLN estaba preparado junto a los CDC: había equipos de milicianos en cada manzana, se extendieron los hospitales, se prepararon las trincheras y barricadas en un tiempo acelerado, vertiginoso. Se respiraba optimismo pero la fuerza debía prepararse para una lucha larga. Y el 29 de Mayo el FSLN lanzó la ofensiva final, el 4 de junio por primera vez fue el propio FSLN por Radio Sandino quien convocó a la Huelga General que se sabía insurreccional. El 5 estuvo paralizado el 99% de Managua y el 80% de todo el país. La Guardia Nacional lanzó bombas desde helicóptero y aviones a la población. Las barricadas se extendieron.El10 comenzó la rebelión espontánea en las diferentes poblaciones.

El 18 de junio se formó el Gobierno de Reconstrucción Nacional conformado por Daniel Ortega (FSLN), Sergio Ramírez (Los 12), Moisés Hassan (MPU), Violeta Chamorro y Alfonso Robledo por los partidos de la burguesía.

Los movimientos del imperialismo ya eran desesperados: 130 parlamentarios estadounidense exigieron a Carter sostener a Somoza, Brzezinsky actuó en ese sentido … Cyrus Vance en la OEA pidió enviar Fuerzas de Paz…

Mientras, recrudecía la guerra en Managua y se esperaba la confluencia con la columna del Frente Sur, pero esta no llegaba. La capacidad militar de la Guardia Nacional en la capital era aún alta. El 27 de junio el FSLN tomó una decisión audaz: ordenó un repliegue táctico hacia Masaya: 6000 hombres, mujeres, niñes y ancianes dirigidas por el FSLN caminaron durante 12 horas sin que la Guardia se diera por enterada. El Somocismo no entendió, lo tomó como una victoria y exigió ampliar la Junta de Reconstrucción Nacional, integrando a sectores de la Guardia Nacional. Pero el repliegue era de acumulación. Ahora el FSLN se disponía a avanzar con todas las columnas del Frente Sur sin haber perdido más combatientes en Managua: la moral de combate se fortalecía.

Simultáneamente el FSLN ya controlaba León, Masaya, Matagalpa, y 20 poblados pequeños. El 16 de Julio se liberó también Estelí. El 17 Anastasio Somoza Debayle se escapó y dejó a Francisco Urcuyo, sucesor “parlamentario” para que concluyera su mandato. El 19 de julio de 1979 las milicias de los “hijos de Sandino” ingresaban victoriosos a Managua. Se destruyó el aparato burocrático militar del somocismo, aunque había burgueses aún en su gobierno. Se aniquiló la administración estatal, los poderes judiciales y legislativos, se disolvió la Guardia Nacional junto a los otros aparatos represivos. Fue abolida la constitución de Somoza y sus bienes y de los somocistas fueron expropiados. A no dudarlo: en ese momento el pueblo nica hizo una heroica revolución, venció. Del reino de la necesidad al de la libertad. Empezaba otra etapa de un camino, que era sí una nueva montaña, “mucho más que una inmensa estepa verde”.

El solo relato produce escalofríos en aquellos para les cuales esa fue nuestra revolución. El destino de esa revolución es sabido: en 1990 devolverían el poder a la burguesía por elecciones “limpias” y habría “piñata” entre los otroras comandantes sandinistas. Escribirlo, produce dolor.  

Sin embargo, no todo lo que no fue debió ser de esa manera ni el fracaso obtura recuperar caminos que siguen siendo hasta necesarios. En ese sentido, me interesa ahora sucintamente repensar algunos legados políticos de esa, la revolución de una generación también fallida.

Apuntes para una primera conclusión

Aquí abordaremos solo dos puntos de manera diferenciada pero unidos conceptualmente: el primero tratará de sistematizar los diferentes momentos del FSLN para construir su hegemonía en la lucha antidictatorial, en la segunda parte abordaremos ya algunas reflexiones políticas que abonó dicho proceso. 

I

La acumulación de fuerza se dio en la coyuntura y en el proceso de lucha real, concreta. El FSLN reconoció momentos en la construcción de su hegemonía: 

Primero existió una convicción que no es solo verbal en el FSLN: en una sociedad civil tan “gelatinosa” en donde el estado lo es todo, para decirlo con jerga gramsciana, el proceso lógico sería de “guerra de maniobras”. Sin embargo el balance de otros procesos revolucionarios parece que los llevó a articularlos con una “guerra de posición” y buscar la mayor recomposición posible del entretejido social y cultural en una cultura desgarrada.

Eso explica que la hegemonía buscada por el Frente intentó por un lado evitar el “consenso pasivo” a su política y obturar una salida transformista, de “revolución pasiva”. Para eso aspiró a consensos activos de las masas para que se integren no solo a una lucha económica, política y moral sino a otra “visión del mundo” a largo plazo. El Frente buscó construir una mística o religión popular que proviniese del fondo de la Historia– la de Sandino, y ahora de los Sandinistas -que vinculara a dirigentes y dirigidos en una visión revolucionaria del mundo, en una búsqueda del poder, de un nuevo poder.  

Pero esa construcción del Frente como vanguardia reconoció diferentes momentos. Primero, su autoridad derivó de acciones que mostraban tenacidad, abnegación, sacrificio. En esa primera etapa para poder contar con cuadros dispuestos a tamaño sacrificio, el perfil político ideológico de identidad sandinista – socialista fue nodal: de la convicción debía salir la acción para no mutar en aventurerismo. Programáticamente ante las masas denunciaron al régimen como corrupto,  putrefacto y represivo. Ellos expresaron en su moral otro destino, otra sociedad. Agudizaron las denuncias contra la farsa electoral pero aún más: nada con la burguesía y el imperialismo, que – repetían a Sandino –“son los explotadores”.   

En 1969, superada la etapa foquista, el FSLN presentó su Programa Histórico, dio continuidad a las acciones militares y realizó la acción de propaganda armada más audaz: la toma de la casa de José María Castillo. 

En 1975, en el marco de un mayor reconocimiento público, estructuró una propaganda de carácter amplio, propia de la agitación con consignas pero que sedimentó principios simples y profundos, casi repitiendo frases del propio Sandino. Era parte de un lento proceso de alfabetización política con una identidad revolucionaria nacional- popular y antimperialista.

En 1977 sumaron a la ofensiva político -militar, una mayor plasticidad discursiva para ensamblar con las masas y una superior flexibilidad en la política de alianzas: la creación del Grupo de los 12 que expresaría fuerzas antisomocistas progresistas y ya no solo revolucionarias.

Frente a cada intento de canalización electoral de Somoza, denunciaron al tirano y a la farsa. De la misma manera, frente a cada búsqueda de alguna fracción desplazada para hegemonizar la salida de Somoza, la obturaron, atacaron y mostraron otra alternativa: eso fue la toma del Palacio Nacional.

Las acciones y tomas de ciudades fortalecieron y enseñaron a las masas. El Frente aprendió. No era una guerrilla en la montaña. Era una guerrilla que interactuaba también en las poblaciones, en las ciudades.  Ya estaba presente un concepto: la guerrilla no se apoya en las masas sino que las masas deben estar apoyadas por la guerrilla.

La insurrección indígena de los indios de Monimbó, profundizó esa convicción. Era el pueblo quien tomaba la iniciativa, el FSLN había agitado, pero no organizado. Igual se puso a disposición de las masas insurrectas. Actuaron, murieron. El Frente estaba construyendo no solo hegemonía política sino moral.    

En septiembre de 1978 nuevamente las masas se adelantaron al Frente. La crisis se agudizó en el plano económico, pero sobre todo en el plano político del somocismo. El Frente fue el punto de referencia moral y hasta político. Era ejemplo pero aún no decidía. Las masas actuaban y el Frente apoyaba. Humberto Ortega afirma que la única certeza en ese momento de las conducciones sandinistas era: “Hay que ponerse al frente de ese movimiento para no dejar que la represión lo agote, porque si la represión lo agota, por mucha columna guerrillera que tengamos no triunfaremos a corto plazo.”El FSLN intensificó acciones con el objetivo de mantener en movimiento a las masas, que estuvieran activas, aunque eso tuviera un costo militar para el propio Frente.[6]

Incluso el Frente no frenó el espíritu de venganza de las masas. No lo alentó pero no lo juzgó: todos tienen muertos y asesinados por los “perros”.

Las masas estaban sublevadas, la crisis política del régimen era evidente, la burguesía estaba resquebrajada: la situación revolucionaria ya era crisis revolucionaria: “Los de arriba no pueden, los de abajo no quieren”, la participación de las masas se acrecentaba de manera geométrica, el tiempo dejaba de andar en carreta y avanzaba a velocidad de avión. Las diferentes tendencias del FSLN entendieron la esencia del fenómeno y acordaron que la mayor garantía del triunfo era la unidad de los revolucionarios: se unificaron, establecieron el comando unificado para la ofensiva final. La carta estaba echada: “patria libre o morir” ya no era la consigna de los oficiales y milicianos del FSLN. Era de las masas.  

La insurrección fue claramente sopesada, desde Radio Sandino se aceleraron y coordinaron los pasos para concluir en un Movimiento que unificara simultáneamente la sublevación de masas a nivel nacional, la ofensiva de las fuerzas militares del frente y la Huelga General de masas.

La dirección intelectual y moral se llamó Frente Sandinista de Liberación Nacional.

II

Algunas reflexiones políticas en torno a aquel proceso histórico

A la agenda que había dejado en debate la revolución cubana sobre fuerzas motrices, etapas y vías, la nicaragüense incorporaba y precisaba otros aspectos, incluso en el terreno conceptual.

El primer punto es que – como en Cuba – la hegemonía política sobre el sujeto revolucionario el FSLN no la logra a partir de su inserción en la clase obrera sino a partir de un sujeto no localizable solamente en una fábrica o taller. Eran los proletarios reales de ese capitalismo dependiente conformados por la heterogénea pobreza “nica”: trabajadores estacionales del campo y la ciudad, changueros, cuentapropistas, mujeres cabeza de familia, jóvenes, desocupades. Ese era el pueblo y ellos lo interpelaron como tal. Era un recorte – sociológicamente hablando – más amplio que el de clase y más restringido que el de ciudadanos. El pueblo eran les pobres, les explotades, claramente diferenciado de los otros, los ricos, los explotadores. En ese sujeto no había lugar para la burguesía.      

En esa definición y búsqueda, el sandinismo – también como en sucedió en Cuba – cuestionaba a una teoría dogmática que veía a la clase obrera como sustancia, poseedora por definición de una función “histórica” preasignada. En definitiva era tan abstracto hablar de clase obrera en esos términos como de lucha sin clases sociales reales. Es decir, el FSLN entiende que la hegemonía no la ejerce “per se” la clase obrera, ni la “alianza obrero campesina” sino un sujeto pueblo que los incluye pero con una dinámica no predeterminada. 

Parte de esa misma lectura trajo otra consecuencia de intervención política: la tradicional estrategia de unificar a la clase a través del sindicato y el partido quedaba obsoleta, carecía de potencialidad y se destinaron los principales esfuerzos organizativos a las barriadas populares, articuladas con la poca militancia revolucionaria que había en el territorio en donde se van creando instancias de auto- organización, casi de preservación frente al aparato represivo.

Esa sociedad civil gelatinosa, casi carente de instituciones “vulgarmente denominadas privadas” se configuró en el proceso hacia la toma del poder, el entretejido social se recompuso e “institucionalizó” en las acciones directas. Aquel proceso descrito  por Thompson y sintetizado como que “la clase va siendo.”

La ideología marxista tuvo un primer momento clave en la formación identitaria de los cuadros del Frente pero en su expansión como fuerza buscarían una mediación simple que permitiera configurar un programa vinculado a la democracia, la soberanía nacional, antimperialismo y contra la explotación. Es decir que la construcción de la voluntad nacional popular, la asentaron en el legado sandinista del cual se desprende la revolución. Estructuraron una “visión del mundo”, identificada con valores morales de lucha, compromiso como continuidad de sus héroes y mártires. La construcción de una “mística revolucionaria” extendida como “religión popular” fue el hilo conductor.

Y en la construcción político - ideológica, el sentido de pertenencia era al Frente, al sandinismo, y no a la clase. El discurso público fue más de agitación que de propaganda, plagado de consignas genéricas, ambiguas y fue la dinámica de la propia lucha de clases que al intensificarse y profundizarse agudizó las contradicciones. 

Siempre, sin embargo, se preservó la autonomía de la organización del FSLN  respecto de los otros, de la burguesía y nunca la flexibilización táctica dejó si quiera entreverla posibilidad de deponer “transitoriamente” las armas y las acciones.

Eso fue así aunque el proyecto socialista no fuese enunciado como prioritario durante el proceso revolucionario, ni inmediatamente después.   

La revolución, pese a contener en su gobierno a fracciones de la burguesía – cuestión que la diferenció de la cubana – tuvo una hegemonía sandinista y efectivamente no reformó, sino que destruyó a todo el andamiaje del aparato burocrático - militar del somocismo que sintetizaba al régimen de acumulación de la burguesía “realmente existente”. Y es más: avanzó y consolidó las instancias organizativas de ese sujeto pueblo y sobre todo, el nuevo Gobierno de coalición reconoció a un nuevo ejército en manos exclusivas del FSLN.

A su vez, en su proceso de construcción de poder popular efectivo fue configurando un escenario antagónico entre pueblo por un lado y la diada burguesía – imperialismo por el otro. Su aspiración en los cuadros estratégicos era – como en Cuba – “que el socialismo fuese la mediación necesaria para alcanzar la independencia, la libertad, la democracia, la justicia social.”[7]

Corolario

El debate sobre la alianza de clases con la burguesía nacional como portador del límite de la radicalidad de la revolución por ser etapista y pluralista fue importante. 

Considero que en rigor la “alianza de clases” en ese momento del sandinismo no fue tanto con esa fracción de la burguesía nativa como con la burguesía expresada como proyecto político por la Internacional Socialista y la Internacional Socialcristiana. El FSLN llamó incluso a la “solidaridad internacional” como el “cuarto contingente” de la revolución. 

En 1980 asumió Reagan la presidencia de EEUU y comenzó a avanzar decididamente para destruir a la revolución. La “contra” fue organizada en Honduras y pertrechada económica y militarmente por EEUU. Más del 50% del exiguo presupuesto nicaragüense fue asignado a la guerra. Los “nica” no tuvieron ni un minuto de paz para retribuir desde el nuevo gobierno el esfuerzo realizado y poder estructurar al nuevo estado. La orientación fue tratar de rodear y proteger a la revolución con aquellos apoyos internacionales progresistas, democráticos. Pero - insistimos – no eran desinteresados. Y fueron claves en el desencadenamiento.

La concesión ideológica que significó, luego de tomado el poder, no explicitar el camino que debía ir de lo popular democrático a lo democrático socialista, produjo una mutación que subrepticiamente transformó el mito de la revolución social en el de la soberanía nacional y la democracia pluralista.

La defensa abigarrada de la ideología “sandinista – nacional” sin integrarla, como sí lo había hecho Fonseca en los inicios, en “sandinista- socialista” transformó aquel giro táctico en viraje estratégico debilitando la musculatura de los nuevos cuadros que iban siendo incorporados al nuevo aparato del estado y al proyecto de la revolución, en medio de una guerra. 

La revolución “nica” se hizo con casi un 50% de la población analfabeta. Y la campaña de  alfabetización tuvo como palabra generadora “Sandino es revolución”. Era también una búsqueda de formación que indicaba las tensiones no resueltas a “izquierda” y “derecha”.  

Nuestra revolución, el canto del cisne.

A la revolución sandinista la creímos hija del ciclo abierto con los procesos de liberación de Angola, Mozambique, y otros países de África luego de la gran epopeya vietnamita. En Europa se habían producido también las derrotas del fascismo en Grecia y Portugal… Y ese ciclo de luchas llegaba – en medio del fascismo en el cono sur – a nuestro continente, incluso acompañada por el giro progresivo de la Internacional Socialista dada su posición pro DDHH y antidictatorial.

A su vez, estábamos en presencia de la expansión del movimiento guerrillero en América Central, apuntalado por la decisión política del Partido Comunista salvadoreño de integrarse a la lucha armada, la creación del Ejército Guatemalteco de los Pobres, o incluso más al sur, la resolución del Partido Comunista de Chile de ir conformando el FPMR (Frente Patriótico Manuel Rodríguez) con sus oficiales formados en Cuba y fogueados en la revolución sandinista. Todo parecía indicar una oleada revolucionaria en ascenso.

Pero en rigor su desenvolvimiento real iba a estar marcado por el ascenso de Reagan en Estados Unidos, por la reestructuración capitalista mundial bajo patrones políticos ideológicos que denunciaban al propio estado benefactor. Y en Europa esa misma política la llevaban a cabo los otrora progresistas Miterrand o Felipe González. Finalmente, la crisis del régimen en la URSS y el ascenso de Gorbachov debilitó la colaboración internacional soviética que también afectaba a Cuba.

La Revolución sandinista se inició en el marco de una correlación de fuerzas internacional favorables, que rápidamente se extendió al cono sur con la retirada de las Dictaduras, pero casi inmediatamente el movimiento estructural del capitalismo comenzó a moverse en un sentido contrario, contrarrevolucionario. La URSS comenzó a mostrar la evidencia de una crisis e incluso, una decisión de acompañar menos esas experiencias latinoamericanas.

Aquellas concesiones político ideológicas desarrolladas en el apartado anterior necesariamente invitaron a desplegar una defensa nacional muy recostada en tendencias demoliberales y socialdemócratas que en la nueva coyuntura internacional en su mayoría se trasformaron de progresistas en abanderados de la ofensiva del capital contra el trabajo. Peor su pasado los hizo en muchos casos interlocutores “válidos” para el camino que debía recorrer esa, revolución en el “Tercer Mundo”.

No parece absurdo pensar que en el medio de un indudable cierre de etapa - en1989 cayó el muro de Berlin, y en la URSS en 1991 la clase obrera e intelectuales “discepoleanamente“ se retiraron sin luchar”-, el sandinismo perdía sus elecciones y entregaba no el gobierno, sino el poder, y para echar sal sobre la herida incerrable, con “piñata” incluida.  

Palabras finales

Julio Cortázar escribió en aquello años de revolución un libro con un título que expresaba una “estructura de sentimiento”: Nicaragua, tan violentamente dulce. Hoy, haber encarado este trabajo me produjo una profunda melancolía “de aquel tiempo y esa generación”. Pero en el sentido que lo dijo Enzo Traverso: “Melancolía no significa el abandono de la idea de socialismo o de la esperanza de un futuro mejor; significa repensar el socialismo en un tiempo que la memoria está perdida, oculta y olvidad y necesita ser redimida. Esa melancolía no implica lamentar una utopía perdida, sino mas bien repensar una proyecto revolucionario en una era no revolucionaria”.

                                                                                                                        Boedo, 21 de julio 2020

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[1] Mg en Historia. Profesor en la ESCC Pellegrini - UBA

[2] Massimo Modonesi: Subalternidad, antagonismo, autonomía. Buenos Aires, CLACSO Prometeo, 2010.

[3] Carlos Fonseca: Síntesis de algunos problemas actuales, nov. de 1975.

[4] Programa del Movimiento Pueblo Unido http://www.cedema.org/ver.php?id=5765

[5] Programa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de Nicaragua en http://revistas.bancomext.gob.mx/rce/magazines/434/8/RCE8.pdf

[6] Humberto Ortega: 50 años de lucha sandinista. Nicaragua, colección las segovias, s/f de edición. Escrito en abril de 1978.

[7] Pablo Gonzalez Casanovas: La hegemonía del pueblo y la lucha centroamericana. Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1986.

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