23/12/2024
Por Holloway John , ,
(Respuesta a Aldo Romero)
Le agradezco mucho a Aldo Romero sus comentarios sobre mi libro Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, que fueran publicados en Herramienta número 21, y también su nota La renovada actualidad de la revolución", que apareciera en la revista Nuevo Rumbo, número 3. El libro fue concebido como invitación a la discusión y cualquier respuesta honesta a esta invitación es más que bienvenida. También le agradezco haber enfocado atención en la pregunta central del libro, es decir: ¿cómo podemos pensar en la revolución hoy?
En esta respuesta breve a las críticas que me hace Aldo no se trata de defender mi posición sino de ver cómo podemos avanzar a una discusión fructífera del tema.
Aldo, en común con otros autores, critica "el deficiente encuadramiento histórico-social" del argumento. Simpatizo con la crítica, pero hay un problema. La tradición del debate marxista está dominada por la discusión histórica: cada autor tiene su interpretación de la revolución rusa, de Kronstadt, de la Nueva Política Económica (NEP), de la revolución cubana, del asesinato de Trotsky, etcétera.
Todo eso es muy importante, pero lo que pasa en muchos casos es que las diferencias teórico-políticas con respecto al presente, en lugar de discutirse como tales, se transforman en discusiones sobre el detalle de lo que pasó en 1921 (digamos), y nunca salen de ahí. El resultado es que las discusiones revolucionarias se enfocan en el pasado y no enfrentan la responsabilidad que tenemos nosotros (los que todavía estamos vivos) de resolver el problema de la revolución hoy. Si yo hubiera enfocado el argumento en el detalle de la experiencia revolucionaria del siglo XX, posiblemente habría sido más científico, pero la reacción se habría estancado en cuestiones de interpretación de los eventos de hace 80 años. Lo que quería provocar era una reflexión sobre el significado de revolución hoy.
Aldo argumenta que la ventaja de una perspectiva histórica "es que, a diferencia del enfoque de Holloway, permite reconocer en el movimiento real y en sus confrontaciones político-ideológicas "las dos almas del socialismo" de las que nos hablara Hal Draper: porque si es verdad que existe y existió un "socialismo desde arriba", existió y existe también un "socialismo desde abajo". Aquí no hay diferencias. No tengo problemas en reconocer "las dos almas del socialismo". Como no tengo problemas en reconocer que en este momento hay muchísima gente luchando por una sociedad socialista o comunista que entienden esta lucha en términos de la conquista del poder estatal, sea por la vía parlamentaria, sea por la vía armada. Reconozco estas "dos almas", reconozco la sinceridad de las luchas. Pero ahí no está el problema.
El problema es este: todos (todos los lectores de esta nota, por lo menos) empezamos con el repudio al capitalismo. Todos rechazamos al capitalismo como sistema inhumano y destructivo. Todos queremos luchar por otro tipo de sociedad, es decir por la revolución. También, todos estamos muy conscientes de que es muy fácil (a pesar de nuestras intenciones) que nuestras luchas terminen en derrota o absorbidas dentro de la reproducción del capital.
Entonces la pregunta es: ¿cómo podemos organizarnos para evitar esta derrota o esta absorción? No tengo una respuesta. Creo que no hay una respuesta, que sólo podemos ir desarrollando la pregunta. Pero sí hay respuestas negativas, en el sentido de que podemos decir que hay ciertas formas de organización que no conducen en la dirección deseada, que debilitan las luchas en contra del capitalismo.
En términos generales, yo diría que las formas de organización que encajan con las estructuras capitalistas, o que reproducen las estructuras capitalistas, debilitan las luchas en contra del capitalismo, simplemente porque estas estructuras son específicamente capitalistas, son estructuras desarrolladas históricamente para asegurar la reproducción de la dominación capitalista.
En términos más específicos, el Estado es una forma de organización propiamente capitalista. Es una forma de organización que se desarrolló para asegurar la reproducción de la dominación capitalista. Por su inserción en el conjunto de formas capitalistas, el Estado siempre intenta reconciliar las luchas sociales con la reproducción del capital. Lo puede hacer de diferentes maneras: a través de la supresión violenta o, en ciertas circunstancias, a través de una respuesta más conciliadora a las demandas de la gente en lucha.
Se puede argumentar, entonces, que en ciertos momentos es importante tratar de influenciar la forma de esta reconciliación. No deja de ser el caso que el Estado es siempre un movimiento de reconciliar la lucha con la reproducción de la dominación, siempre un movimiento de subordinar a los insubordinados. Este movimiento de reconciliación o de subordinación no es simplemente resultado de políticas específicas sino de la forma de organización que la existencia del Estado implica. Es decir que el Estado es un proceso de separación: nos separa de nuestra autodeterminación, de nuestro hacer social; separa el hacer material (asignado a la "economía") del hacer deliberativo; separa a las personas de un área del mundo de las personas de otras áreas, nos divide en ciudadanos y no ciudadanos.
Estos procesos de separación no son procesos abstractos: inciden en cada aspecto de la organización estatal, en cada momento del contacto que tenemos (inevitablemente) con el Estado. Por eso, organizarnos en términos de una orientación hacia el Estado, debilita la lucha contra el capitalismo. Por eso tambien, el partido (y entiendo por partido una forma de organización que se orienta hacia el Estado, sea por ganar el control del mismo, sea por ganar influencia dentro del Estado) no es una forma adecuada para una lucha que quiere destruir el capital.
Se puede argumentar que hay que hacer una distinción entre el partido reformista -que acepta el marco del Estado capitalista-, y el partido revolucionario que quiere remplazar el Estado capitalista por un Estado proletario. Pero, aún si dejamos por un lado que un partido con una perspectiva real de hacer eso no existe, el objetivo mismo ya implica ciertas formas de organización jerárquica, burocrática y nacionalista que debilitan las luchas. Luchar por la conquista del poder en Argentina (o México o Irlanda) implica ya aceptar el marco de una división que la dominación nos impone, cuando no hay ninguna razón de pensar en la lucha anticapitalista en términos nacionales. Tomar el Estado como punto de referencia es ya aceptar las formas de organización del capital, formas desarrolladas para dominarnos. Si queremos mantener la fuerza de nuestras luchas, tenemos que tener confianza en nuestras propias formas de organización, nuestras propias categorías.
No quiero decir que hay que evitar todo contacto con el Estado. Esto sería muy difícil, como también sería muy difícil vivir sin ningún contacto con el dinero. Pero en este contacto hay que entender que el Estado, igual que el dinero, es una forma de dominación, una forma capitalista. Estamos en contra de las formas capitalistas pero vivimos dentro de ellas. Luchar entonces es siempre luchar contra-y-dentro (y más allá). Manejar el contacto con el Estado sin aceptar el debilitamiento (jerarquización, burocratización, nacionalización, formalización) de la lucha que las formas estatales imponen es siempre una cuestión práctica, siempre una lucha para imponer nuestras propias formas sociales. Lo que sí está claro es que no podemos concebir la lucha contra el capital como una lucha que corre por formas capitalistas.
Se trata de desarrollar nuestras propias formas de organización y nuestras propias categorías de pensar. La lucha contra el capital no se puede concebir en términos de la lucha de un ejército contra otro, porque un ejército reproduce las estructuras del otro (las metáforas militares que tanto se usan en los debates revolucionarios no son adecuadas). Es por eso que prefiero hablar de anti-poder y no de contra-poder. Si nos quedamos en la misma dimensión temporal/espacial/conceptual/afectiva que el capital, ya estamos perdidos. Repudiamos las formas sociales del capital, la lógica del capital, entonces nuestra lucha desarrolla otras formas sociales, otra lógica, un tiempo-espacio donde el capital no nos derrota ni nos absorbe porque no nos encuentra, porque no percibe este tiempo-espacio. Esto suena muy abstracto pero no hace más que reflejar la práctica cotidiana de muchísimas luchas, en Argentina y en otros lugares.
Y se relaciona con la cuestión de la identidad, base de otra objeción que formula Aldo Romero, que ha escrito: "la justa crítica de las ‘políticas identitarias’ conduce a un callejón sin salida cuando no se reconoce que la conformación de sujetos colectivos implica también construcción de identidades con capacidad reflexiva, de reelaboración y construcción de identidades y comunidades de conciencia transformadora, revolucionaria".
Mi argumento es que la dimensión en la cual el capital existe es una dimensión identitaria, una dimensión basada en la subordinación del hacer al ser. Nuestra lucha entonces es una lucha anti-identitaria, una lucha para emancipar el hacer del ser. En la lucha, se va construyendo un Nosotros activo, un Nosotros-Hacedores (o un Nosotros-Hacemos), una comunidad de acción. En esto estoy de acuerdo con Aldo, sólo que me parece que tenemos que buscar una forma de conceptualizar este Nosotros-Hacemos sin caer en la categoría de identidad, con todo el estancamiento, la congelación que implica.
Un vicio de la tradición del movimiento obrero ha sido esta congelación o fetichización de conceptos y formas organizativas. Una forma de enfrentar este proceso de fetichización es luchando para evitar la lógica identitaria que es un elemento central de la reproducción del capital. Esto implica desarrollar conceptos y lenguaje basados en el hacer. La lucha, tal vez, de verbos contra substantivos. Implica ir creando todo el tiempo esta otra dimensión que va más allá del capital.
Está claro que en esta discusión va a haber desacuerdos. Lo importante es que estemos de acuerdo en que la revolución es algo que toca a nosotros, no a los muertos, ni a los que aún no han nacido.