21/11/2024
Por , , Santillán Gustavo
Hemos asistido últimamente a la producción de numerosos trabajos sobre los recientes desarrollos económicos de China, y sobre la inserción del país en la economía mundial. Muchos de estos trabajos constituyen exposiciones críticas y radicales de la Reforma Económica, que cuestionan tanto la naturaleza del proceso cuanto sus perspectivas futuras. La Reforma sería francamente reaccionaria, asentada cada vez más en la explotación intensiva del trabajo como forma de postergar las contradicciones estructurales de un sistema que hace pelear a los países del Asia Oriental por "una porción cada vez más pequeña del valor agregado."[1] Todo esto a su vez no responde más que a una dinámica dictada por la evolución del capitalismo a escala global, que gobierna la evolución de los procesos políticos y económicos al interior de China, en complicidad con una "pequeña élite" local beneficiaria de las migajas del proceso.
Creemos que estos análisis adolecen de errores básicos, que tienen que ver no sólo con las hipótesis observacionales del caso concreto en sí, sino con ciertas premisas teóricas más fundamentales que conducen a errores posteriores de evaluación.
Concretamente, estos fallos consisten en:
a) Una aceptación implícita acrítica de una errónea apreciación del proceso de "globalización" y de la inserción china en este proceso, extendiendo el concepto hasta la imprecisión y sobredimensionándolo como variable explicativa. Este error está presente no sólo en los trabajos aquí reseñados, sino en la mayor parte de los trabajos de carácter más general o conceptual.
b) En estrecha conexión con lo anterior, una subvaloración de la soberanía y autonomía del Estado - nación.
c) Una adhesión estrecha a programas de investigación de carácter general, simplificador y abstracto, que conducen a una subvaloración de los acontecimientos y trayectorias históricas de los fenómenos que se estudian.
El presente artículo intentará, por lo tanto, identificar en detalle los errores mencionados, ofrecer una aproximación alternativa sobre la base de una visión más matizada del proceso de globalización y de una revalorización de la autonomía política y la soberanía nacional, para evaluar a continuación el proceso chino de reformas y las recientes visiones producidas sobre el mismo a la luz de estas nuevas perspectivas, prestando atención al proceso histórico de constitución del Estado posrevolucionario (1949-).
I
La globalización y el orden mundial
Estos dos conceptos han ido de la mano en la literatura especializada desde comienzos de los ’90, ya que llevan implícita en su puesta en relación una visión compartida de la geografía mundial.
Cuando hace referencia al término "globalización," esta literatura hace alusión a una serie interrelacionada (e indiferenciada, en ocasiones) de aspectos que se entienden como "globales," o "globalizados:" procesos económicos, sociales, políticos y culturales. Ahora bien, parece haber, en primer lugar, una mayor precisión y consenso a la hora de establecer las coordenadas fundamentales de la globalización económica, y por otro lado una mayor ambigüedad y confusión teórica a la hora de trasladar estos procesos a los niveles de la sociedad, la cultura y la política. Lo cual es efectuado sin embargo de manera lineal en la mayoría de los trabajos de referencia, que por "globalización" parecen entender un fenómeno que se extiende en mayor o menor grado a todos estos niveles.
En términos económicos, la noción de globalización está haciendo referencia de manera sucinta a tres procesos que tienen su origen a comienzos de la década de 1970:
- El conjunto de innovaciones tecnológicas registradas desde entonces en el área de las comunicaciones, la informática y la robótica.
- En relación a estas transformaciones tecnológicas, la segmentación de los procesos productivos y la subsecuente deslocalización industrial.
- El incremento en el volumen y la velocidad del movimiento de los flujos financieros de capital y el predominio de la esfera financiera sobre la productiva, a partir de las transformaciones tecnológicas reseñadas y de la creciente liquidez producto de la crisis secular de 1968-1978 y de la modalidad de su resolución.[2]
Estos procesos, es indudable, han trastocado los tiempos y los espacios a escala mundial acortándolos sensiblemente, y han provocado notables impactos en la política, desafiando los límites nacionales, la cultura y las sociedades contemporáneas. Quienes han intentado la integración entre estas dimensiones de la globalización, sin embargo, han ido más allá: han supuesto una determinación directa de la economía sobre la política, la sociedad y la cultura, indicando a partir de la verificación de procesos económicos la emergencia de un nuevo orden mundial, una sociedad y una cultura globales. La política es así analizada en términos de erosión de la soberanía del Estado - nación, lo cual supondría a su vez una nueva soberanía y un nuevo orden global, con sus correspondientes instituciones supranacionales. [3]
Se permitirán dos ejemplos de referencia, aparentemente opuestos en el espectro ideológico. La obra de Manuel Castells, La era de la información, ha sistematizado a fines de los ’90 la noción de economía informacional, en la cual a partir de la imbricación entre economía y tecnología el capitalismo se relanza y estructura a escala global una sociedad en red, redefiniendo a la cultura hasta alterar inclusive las relaciones entre los sujetos, dondequiera se encuentren. Quienes no formen parte de este proceso, serán echados de menos en los "agujeros negros" que la sociedad global (lamentablemente) produce.[4]
Otro ensayo igualmente ambicioso es el posterior Imperio, de Michael Hardt y Toni Negri. Simplemente, sobre un libro tan polémico y discutido, sus palabras iniciales, que comparten la visión lineal de la globalización, el análisis de la política en términos de erosión de la soberanía del Estado - nación y su traslado a una nueva forma de soberanía:
El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas (…) hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando; en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo. (…) Los factores primarios de la producción y el intercambio - dinero, tecnología, gente y bienes - se mueven con creciente facilidad a través de los límites nacionales, por lo que el Estado - nación posee cada vez menos poder para regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los Estados - nación más poderosos ya no pueden ser considerados como autoridades supremas y soberanas. (…) Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos bajo una nueva lógica de mando. Esta forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.[5]
Es curioso que Hardt y Negri hayan sido criticados por malos marxistas (o no marxistas), al descuidar supuestamente el análisis del nivel de las relaciones de producción.[6] Lo que se advierte en cambio claramente en la cita expuesta es que la lógica de razonamiento de los autores extrapola procesos económicos a los restantes niveles de lo que se supone un nuevo orden global: lo verdaderamente indemostrable en la obra de Hardt y Negri es cómo cristalizan estos cambios en la estructura económica en una nueva forma de soberanía y una nueva estructura jurídico - político a escala global;[7] he aquí lo arbitrario de su construcción teórica, que conduce (y en esto sí coincidimos totalmente con Borón) a serios errores de apreciación.
No pretendemos atrasar (como Borón) los relojes de la teoría para volver a insistir sobre el Imperialismo en estas páginas,[8] ni redefinir la articulación del orden global o el carácter de la globalización, simplemente queremos señalar que el razonamiento de Hardt y Negri (y el de Castells) es vulgar pero por economicismo, y que esta vulgaridad es la que ha conformado un verdadero sentido común sobre la globalización. Hasta encontrar en artículos de aplicación, por ejemplo, que
Defino a la globalización como una serie compleja, independiente aunque relacionada de procesos de interconexión a escala global, integrados y acelerados, en todos los aspectos de las relaciones y transacciones humanas - económicas, sociales, culturales, ambientales, políticas, diplomáticas y de seguridad - tales que los hechos, decisiones y actividades desarrollados en una parte del mundo tienen consecuencias inmediatas para los individuos, grupos y estados en otras partes del mundo (…) es una revolución a escala mundial.[9]
Intentaremos mostrar a continuación que nociones y concepciones similares han sido adoptadas implícitamente en el debate sobre China
Mientras tanto, a falta de mayores precisiones sobre su extensión, utilizaremos el término globalización para referir una serie de procesos económicos concretos y verificables, sobre los que no negamos por otra parte eficacia causal. E intentaremos mostrar que, en el nivel de la política, la articulación con estos procesos económicos es más compleja que la expresada en los trabajos que acabamos de revisar; que la globalización avanza sobre líneas de fuerza constituidas por Estados - nación preexistentes y diferenciados en su estructura, su autonomía, su capacidad y su historia, siendo estos elementos de particular riqueza cuando vayamos a analizar el caso chino.
Autonomía política, soberanía del Estado - nación
Los desarrollos teóricos sobre la globalización se producen con posterioridad a desarrollos previos que, desde la teoría política y el estudio de las relaciones internacionales, habían insistido sobre la autonomía política y la soberanía del Estado. En la actualidad, hablar de la autonomía política es reivindicar el efectivo ejercicio de la soberanía estatal, dada la dudosa (pese a Hardt & Negri) coherencia de las instituciones supranacionales en tanto parte de un nuevo orden.[10]
La teoría política ha aportado numerosos elementos que nos permiten distinguir estructuralmente al Estado como un actor per se, no reductible a la determinación por el contexto societal interno o externo, y sí reconocible como una estructura actuante en ese contexto, y por ende al menos con algún grado de autonomía política.[11]
La cuestión se complejiza si consideramos al Estado - nación en interacción con el resto de los Estados nacionales (si hay un "sistema internacional" en la actualidad es, desde 1648, un sistema interestatal, nos señala el realismo político[12]) Un Estado puede por otra parte carecer o gozar de soberanía en distintos niveles y sentidos. Así, de acuerdo a Stephen Krasner, existen cuatro tipos distintos de soberanía: entendida como reconocimiento internacional, como no injerencia extranjera en los asuntos internos, como capacidad interna de control de los recursos de los que está dotado su territorio y, por último, el sentido "interdependiente" de la soberanía, que alude a la capacidad para regular el flujo de recursos a través de las fronteras de los Estados.[13] Este último es precisamente el sentido en que se ve afectada la soberanía (y por ende la autonomía política) del Estado en el proceso de globalización.
Como vemos, la relación entre política y economía en el contexto global es más compleja que la señalada por los teóricos reseñados y por el consenso de sentido común en torno a la globalización, máxime cuando por otro lado registramos también una variabilidad entre Estados a la hora de ejercer la soberanía en el contexto global, variabilidad no sólo de grado sino, como vimos, de naturaleza (un Estado puede gozar de algún o algunos tipos de soberanía y carecer de otros).
No nos interesa aquí discutir si el orden es interestatal "con hegemonía" (como en el realismo) o "global" (como en la visión que propone Imperio). Sólo daremos dos precisiones sobre ese orden, que vuelven a poner en cuestión a las construcciones dominantes sobre la globalización: en primer lugar, frente a las instituciones supranacionales que compondrían una coherencia sistémica (en la visión de Imperio, y de las cuales las más importantes son la Asamblea General de la ONU y la OTAN, para nuestros autores) lo que verificamos en el escenario internacional es en cambio un proceso de regionalización, y un juego complejo entre las regiones o áreas económicas, proceso que ha sido estudiado en cada caso concreto o conjunto de casos, pero sobre el que no existe una construcción teórica que detecte regularidad en la interacción entre los bloques. Se ha supuesto que la globalización en general favorece este proceso, que simplemente implicaría el traspaso de la soberanía desde los Estados - nación hacia unidades políticas funcionales al nuevo orden. La realidad es sin embargo de nuevo más compleja que estas simplificaciones, como podemos ver en los frecuentes clivajes entre bloques y Estados. En segundo término, no negamos la hegemonía de un Estado en el orden internacional, lo que intentamos poner de relieve (ya que estudiaremos a China) es la conflictividad, dados los límites estructurales y la posibilidad de contestación a esa hegemonía.
Nuestro análisis no estaría completo si no consideramos por otra parte las causas de los grados diferenciales de ejercicio de la soberanía y de la diferencial autonomía de la política en cada caso y en cada momento.[14] Estas causas nos remiten necesariamente a las características internas de los Estados que estudiamos, a su relación con las sociedades de las que forman parte y con su historia.[15]
II
El Estado chino (a pesar de todos los paralelos y líneas de continuidad que se pudieran trazar con el periodo republicano o aún imperial) es el Estado revolucionario consolidado en los cuatro años que median entre 1949 y 1953 y forjado desde la imperiosa redefinición estratégica que debió darse la élite política maoísta tras el aislamiento que sufriera respecto a las bases obreras con posterioridad al aplastamiento de la revolución de 1925-27. Esta élite tomó el poder en condiciones por otra parte inéditas de vacío político y social, tras casi cuarenta años de continuos conflictos sociales, políticos y militares coronados por la ocupación japonesa (1937-1945) y la agudización de la guerra civil (1945-1949) en el marco de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Todo lo cual le permitió la rápida destrucción del poder social de los terratenientes y la reestructuración radical de la sociedad, frente a la cual el Estado se situaba como creador, como verdadero demiurgo en un país a reconstruir.[16]
Esto implicó el funcionamiento de un Estado con amplio grado de autonomía relativa respecto a la sociedad a partir del periodo revolucionario, donde aquél fungió como agente de fijación política de las relaciones sociales. Por ejemplo, a través de la reorganización administrativa, de la fijación de la escala de salarios, o de la realización de campañas de reeducación o depuración política y/o ideológica. [17]
Este desarrollo histórico es necesario como encuadre antes de dar inicio al análisis del periodo reformista y de la inserción de China en la economía mundial ya que, como señalara Maurice Meisner,
las relaciones económicas de tipo capitalista, tal como existen en la China actual, son un fenómeno creado en gran medida por el Estado (...) el Estado comunista en la Era de Deng Xiaoping no es el amo de la sociedad en menor medida en que lo era durante la era de Mao Tsé - Tung.[18]
Más aún, a principios de los años ’80, "los cambios económicos son los productos de las decisiones tomadas por un pequeño grupo de líderes del Estado y del Partido en Beijing, aplicados a la consecución de la riqueza y el poder de la Nación como objetivos."[19]
Y esto es posible sobre la base de la autonomía relativa del Estado, tal como ha sido expuesta: así, "es a la luz de esta condición política esencial, caracterizada ante todo por la continua dominación del Estado sobre la sociedad, que debemos visualizar en última instancia a las reformas económicas de los años posteriores a Mao."[20]
Las consideraciones que dan inicio a la Reforma elaboradas al interior del liderazgo pueden inscribirse en los continuos debates (y ensayos) mantenidos desde 1953 tras el final del periodo de reconstrucción nacional, donde las estrategias para asegurar el crecimiento económico son continuamente cuestionadas, en sí y en su compatibilización con las consideraciones que se suponía correspondía atender en el marco de una sociedad que era oficialmente "socialista" (v.gr., asignación centralizada de los recursos, igualitarismo social), hasta que las contradicciones y cuellos de botella del modelo de planificación centralizada se tornaron insostenibles en el sector rural, presionando al desmantelamiento de las comunas y la mercantilización, no sin antes pasar por una fase de experimentación regional del nuevo modelo.[21]
Es esta trayectoria histórica la que converge a finales de los ’80 y comienzos de los ’90 con el proceso de globalización, dando inicio a partir de entonces a una dinámica en el cual política y economía se realimentan de manera inédita, donde el liderazgo político adopta decisiones de apertura que introducen reformas económicas que a su vez se van imponiendo de manera incremental (path - dependence) pero manteniendo el control del Partido y el Gobierno sobre los recursos sociales y políticos en el territorio.
Más aún, sobre la base de esta dinámica el Gobierno produce una detección, seguimiento y evaluación y consecuente elección de política y toma de decisiones frente al contexto económico global.[22] Desde los años ’80 existe en el liderazgo una preocupación por mantener el poder estatal y el ejercicio de la soberanía frente a los procesos de globalización, y una definición multidimensional de ese poder, de acuerdo a la cual las actividades económicas ("internas y externas"), de ciencia y tecnología, de desarrollo social y preservación de los recursos naturales se combinan en los documentos oficiales en un coeficiente mensurado, "coeficiente de poder nacional" (zhonge guoli) que orienta desde ese entonces las políticas a desarrollar.[23] El desarrollo de estas capacidades está orientado a la vez por la definición explícita del Gobierno de garantizar la preservación de la estabilidad y legitimidad interna, la promoción de un ambiente internacional estable y seguro, libre de amenazas a la integridad territorial y a la soberanía, y a la promoción de su status como gran potencia en el Asia Pacífico y su región.[24] Es por esto que se ha señalado que el liderazgo chino posee una visión "estadocéntrica" de la globalización.[25]
Tenemos que mencionar esto porque, atravesados por las nociones de sentido común de la globalización y mirando sólo la dinámica económica de los procesos globales de producción, el estado parece invisible a los análisis radicales del proceso de Reforma Económica. Esto queda claro en las tesis de Martin Hart - Landsberg y Paul Burkett, cuando señalan que
Los éxitos de países individuales (como el de China) no son visualizados en conexión orgánica a los fracasos de otros países (p. ej., a la Crisis Asiática de 1997-1998). Más que combinar estas experiencias nacionales en una visión del capitalismo como un inédito sistema de desarrollo orgánico, global, la aproximación de consenso tiende a conducir a un énfasis en políticas desafortunadas como la explicación de los fracasos individuales de los países.[26]
Todo lo cual los lleva, "desde una perspectiva marxista," a insistir en "las bases alienantes y clasistas del mercado y de las reformas conducidas por el mercado." Existiría un "consenso entre la izquierda y la derecha," que sostendría que "el desplazamiento del país en una dirección pro-mercado fue producto de la decisión del liderazgo del Partido Comunista," afirmación que constituiría una alabanza a la "inteligencia del liderazgo chino."[27]
Un análisis acertado no debería "alabar" a ningún liderazgo, ni por cierto evaluar en términos valorativos al proceso de Reformas; deberá no obstante marcar la existencia de la política y de la autonomía estatal, explicadas por el proceso de constitución histórica del Estado chino (que tampoco ve James Petras, para quien directamente es de dudosa validez la utilización de la palabra "China," dada la creciente operación de compañías multinacionales dentro del territorio nacional.[28]).
Las preguntas a responder serían desde esta perspectiva las siguientes: ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de una evaluación conciente (a cargo del liderazgo chino) de los procesos de globalización, de su inserción en ellos y de la definición de objetivos atinentes al pleno ejercicio de la soberanía nacional (entendida ésta en su acepción multidimensional, de reconocimiento internacional, no injerencia, control interno y control de los flujos de recursos)? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de la puesta en práctica de estas definiciones, de la autonomía estatal y del ejercicio de la soberanía?
Si se elige responder de manera lineal como lo hacen Petras y Burkett - Hart - Landsberg, se constatará que la economía se impone a la política, la globalización al Estado - nación:
Según aumenta la presencia de corporaciones multinacionales no chinas, así lo hace su nivel de influencia sobre los sectores de crecimiento dinámico de la economía; a la inversa, disminuye el nivel de influencia del estado chino en la economía.[29]
O se obtendrá una secuencia del proceso de reformas que poco tiene que ver con el desarrollo histórico real:
Primero, la creciente inclinación hacia el mercado y los incentivos bajo la forma del beneficio han implicado una creciente importancia de la cuenta de pérdidas y ganancias en la evaluación de la eficiencia empresarial. Dado que las empresas estaban cargadas con altas imposiciones fiscales, como así también con la responsabilidad de proveer empleo, inversión y beneficios sociales a sus empleados (retiro, alojamiento, cuidados sanitarios), aparecían como crecientemente ineficientes frente a las empresas privadas. Por la misma razón, estas últimas crecieron mucho más rápido que las estatales. En segundo lugar, la imposición de las políticas de "racionalización" del empleo en las empresas estatales (contratos de trabajo, por ejemplo) para promover una mayor eficiencia de mercado alentó los despidos de trabajadores y la importancia de la empresa privada para la creación de empleo. Tercero, la decreciente rentabilidad de las empresas estatales llevó a un creciente volumen de deudas empresariales impagables, que llevaron a la privatización de las empresas estatales como medio para que el gobierno se descargase de estas deudas e incremente sus ingresos. Cuarto, la privatización alentó a la creciente inclinación a los inversores extranjeros (..) Quinto, la creciente resistencia de los trabajadores y gerentes - y los comportamientos guiados por el beneficio - resultaron en un gran apoyo estatal a la organización extranjera de la producción (…) Sexto, la creciente (…) sobreproducción generada por la mercantilización implicó un nuevo énfasis en la exportación si se deseaba continuar con el crecimiento acelerado, y este nuevo énfasis implicó una aún más grande inclinación hacia las empresas extranjeras, en especial en el segmento de alta tecnología.[30]
No desconocemos el carácter incremental de la Reforma. Sin embargo, el encadenamiento de procesos realizado por los autores es meramente analítico, y no resiste la prueba del examen de los acontecimientos reales. Primero, porque el exceso de mano de obra y la "creciente importancia de la empresa privada en el empleo" se origina por la migración rural - urbana desde 1978, a partir de la descolectivización en el campo, la racionalización de las parcelas a cargo de los campesinos a partir del sistema de Responsabilidad Familiar y el incremento en la productividad agrícola, y no a partir de la reforma en la empresa estatal urbana, que comienza de manera bien gradual en 1986 (sin efectos reales sobre el mercado de trabajo), para profundizarse recién en 1993 y 1997. Esta diferencia no es inocua en cuanto a sus implicancias, ya que: a) en primer lugar, desconoce el rol del Gobierno en el lanzamiento de las reformas rurales, b) ignora el salto en la productividad agrícola que relanzó la economía urbana y las industrias rurales, permitiendo (justamente) la reabsorción de la mano de obra excedente y el reempleo de los migrantes, y c) olvida la diferencia estructural entre un trabajador migrante y un trabajador cesante de las empresas estatales. Uno de los problemas fundamentales del mercado de trabajo en China es su actual segmentación, entre un núcleo viejo de clase obrera con prerrogativas y derechos adquiridos (empleo vitalicio, los beneficios sociales a los que se refieren los autores), mejor educados y de un segmento etario más avanzado cuya cesantía es, en efecto, problemática, y una periferia o "nueva" clase obrera compuesta por jóvenes migrantes no calificados, cuya ocupación (y más aún, cuya experiencia vital) previa está determinada por el origen campesino, y por la precariedad a la que este sector se vio sometido bajo el maoísmo, a pesar de la retórica del periodo. Los procesos de reconversión de los empleados en las empresas estatales están, a causa de estas dificultades, avanzando de manera muy lenta desde comienzos de los ’90, cuestión que no se señala en la intervención de Burkett - Hart - Landsberg. Y precisamente, el volumen de deudas "impagables" de las empresas, su financiamiento a cargo de los bancos públicos, "que puede poner en riesgo la viabilidad entera del sistema financiero,"[31] se explica por la negativa del gobierno a desencadenar procesos masivos de reestructuración empresaria que pusieran en riesgo millones de puestos de trabajo, y por ende la estabilidad social del país.
En segundo término, es falso que la "creciente inclinación hacia las empresas extranjeras" haya venido determinada por los procesos de privatización desde la segunda mitad de la década del ’90: la primera Zona Económica Especial (ZEE) fue abierta en 1980, la política de apertura de ZEEs fue relanzada en 1984 (y de nuevo en 1992), y ya en ese entonces implicaba participación extranjera en joint - ventures, controlada a través de la participación activa de los cuadros del Partido en las transacciones, e incluyendo por lo general cláusulas de transferencia tecnológica.
Del mismo modo, Burkett y Hart - Landsberg insisten en la sobreproducción como falla estructural del proceso de integración global del Asia Oriental, y la ponen como raíz de la Crisis de 1997-1998.[32] Esto es cierto, pero se nos permitirá destacar además el componente especulativo de la misma (explícitamente rechazado por los autores) en la solución a la Crisis, ya que ha sido la inconvertibilidad del yuan en la cuenta de capitales lo que redujo el grado de vulnerabilidad de China (a diferencia de otras naciones asiáticas, más expuestas al flujo de capitales especulativos.[33]
Esta última omisión tiene que ver, por un lado, con la resistencia a identificar opciones de política económica que interactúen con los procesos económicos, pero también con la omisión de ciertos rasgos estructurales de China en tanto economía nacional: las dimensiones del país, la disponibilidad de sus recursos y el grado relativamente bajo de complejidad (en cuanto a producción de valor agregado) de la economía al inicio de la Reforma son rasgos que, al ser considerados de manera combinada, explican los índices de crecimiento económico extraordinarios del periodo posterior a 1978, el perfil a la vez exportador y receptor de inversión extranjera directa para la explotación del mercado interno que el país presenta, y de allí la posibilidad de sostener el superávit comercial y la amplia disponibilidad de reservas, lo cual explica a su vez la posibilidad de imponer controles a los flujos de capital. Todo esto podría matizar nuestras evaluaciones críticas al proceso de Reformas, y volver a poner de relieve los márgenes de autonomía estatal y ejercicio de la soberanía.
Líneas de intervención estatal
Mencionaremos finalmente algunos desarrollos recientes que nos pueden mostrar cómo está operando el Estado - nación y la política en la promoción de la Reforma y la apertura.
En primer lugar, en la búsqueda de recursos energéticos a cargo del gobierno, tanto a través de la suscripción de acuerdos bilaterales (lo que se ha dado en denominar una "agresiva diplomacia energética") en África (con el cuestionado régimen de Sudán), [34] Medio Oriente (acuerdo con Irán para la construcción de instalaciones gasíferas y oleoducto hacia el Mar Caspio) e inclusive en América Latina, donde las pautas del comercio bilateral reflejan el continuo envío de materias primas e insumos energéticos (cobre, estaño, soja, etc.), acompañado de una activa diplomacia china hacia la región.[35] Orientados a este objetivo están también los procesos de estructuración en conglomerados de ciertas empresas clave a proteger bajo la órbita estatal (la petrolera Sinopec, por ejemplo)[36] y la conclusión de la primera etapa de las obras en la presa de las Tres Gargantas.
En segundo lugar, hacia la propia región del Asia Oriental, China ha motorizado procesos de integración financiera que acompañen la actual integración productiva de la región. Se ha observado, tanto desde posturas neoliberales hasta posturas críticas,[37] que los procesos de integración productiva están estrechamente ligados a la actividad de las transnacionales en la región, a partir de la segmentación de los procesos productivos. Siendo esto cierto, los flujos de inversión resultantes de las operaciones de las corporaciones, combinados con el superávit comercial de la región frente al resto del mundo han generado una abundancia de liquidez y una disponibilidad de reservas que podrían ser capitalizadas en un proceso de convergencia hacia una moneda única, posibilidad que ha sido bien entendida por la dirigencia china tras la Crisis Asiática, que desde ese entonces apunta a fortalecer la posición de un bloque regional al tiempo que a incrementar su estabilidad, en prevención de futuras crisis.[38]
Finalmente, en 2002 el liderazgo elaboró un nuevo Plan Quinquenal en atención a las prioridades fijadas para la actual etapa de la Reforma Económica. En este nuevo Plan se encuentran ciertos puntos que vale la pena destacar: se advierte, ante los desequilibrios y disparidades regionales que produjo la Reforma en general y la política de las ZEEs en particular, la necesidad de "enfriar" la economía y promover el desarrollo de las regiones del interior y el occidente. Esto entronca con movimientos en la economía real y aprovecha de nuevo los flujos de la economía global, ya que se está registrando un diferencial importante de salarios y costos entre la costa y el interior, de tal magnitud que las compañías localizadas en las grandes ciudades y las ZEE están relocalizando los procesos productivos al interior de la propia China para aprovechar estas ventajas comparativas, dejando los centros de I+D en las ciudades costeras y trasladando las actividades de menor valor agregado al interior.[39] Así, China todavía puede seguir integrando regiones y áreas hasta el momento al margen del proceso de globalización sin interrumpir la recepción de flujos de IED, y sosteniendo el actual modelo de crecimiento en el corto y mediano plazo.
Conclusión
Concluiremos definiendo tres posiciones que, entendemos, son premisas de una correcta comprensión del rol de China en el actual contexto global y, más aún, de la verdadera fisonomía de este contexto.
En primer lugar, el reconocimiento la relativa autonomía del Estado respecto a la clase dominante y la existencia de las élites políticas en tanto actores identificables con posiciones, intereses, objetivos en común y formas propias de organización, en mayor medida inclusive respecto a otros actores sociales.[40] Hemos remontado la emergencia de estas élites para China al final de la SGM y en un contexto de desestructuración social, y debemos ver la Reforma a la luz de esta trayectoria, como un juego de redistribución del poder entre estas élites y, ciertamente, los nuevos actores emergentes en una sociedad más compleja, pero destacando siempre la centralidad de aquéllas, que han sabido concentrar inicialmente la suma del poder económico y político.
En segundo lugar, la unidad de análisis fundamental en el nivel de lo político parece seguir siendo el Estado nacional, a pesar de la presión de la movilidad del capital sobre las opciones de política económica de cada uno de los gobiernos. No ha cristalizado una estructuración político - jurídica alternativa para la regulación de estos flujos y (menos aún) para la gestión del capitalismo en tanto régimen global de producción. Se deberá seguir prestando atención por tanto a la variabilidad en la capacidad de los distintos estados nacionales, y a la conformación de bloques regionales como formas de resistencia ante la presión competitiva que introduce la creciente movilidad del capital.
Los amplios márgenes de la política y de las élites no se construyen sin embargo de ninguna manera en el vacío: tienen como correlato en el nivel de las relaciones de producción, en el caso chino, a una tardía inserción de la economía china en el capitalismo post - crisis de 1973, desde un nivel relativamente bajo de desarrollo de las fuerzas de producción, y de complejidad de la estructura económica. Esto ha sido señalado recientemente como respuesta a las tesis de Burkett - Hart - Landsberg, y ha sido desarrollado por especialistas tan radicales como Maurice Meisner; las conclusiones a extraer son, por un lado, que la contestación radical al proceso de reformas dependerá de la incorporación masiva de los trabajadores rurales (aún la mayoría de la población) a la economía urbana industrial y, por otro lado, que la decisión hacia el avance en la integración de China en las redes globales de producción está íntimamente ligada a las ventajas del desarrollo tardío.
En suma, hemos analizado un Estado y una élite política que desde el periodo revolucionario se constituyeron como autónomos respecto a su contexto societal, y una economía nacional que por sus dimensiones, su complejidad y el carácter tardío de su desarrollo capitalista, realimenta en ocasiones y sectores esa autonomía de la política en el proceso de apertura económica. Los procesos económicos son conducidos por el liderazgo en su secuencia, contando con capacidades de planificación y ejecución en política económica. Si bien el constreñimiento de la política por parte de la economía es real en otros sectores, hemos querido marcar el rol activo de la política que, sin estar indeterminada, se presenta (como señalaba acertadamente Poulantzas) como el "punto nodal" de concentración de las contradicciones de una sociedad.
[1]. En particular, el debate generado en Critical Asian Studies (v. 37, nº 3 y nº4, 2005) en torno a la publicación del libro de Martin Hart - Landsberg y Paul Burkett, China and Socialism, New York, Monthly Review, 2004; también la intervención posterior de James Petras, "Pasado, presente y futuro de China: ¿de semicolonia a potencia mundial?," 10/04/06, en La Haine.org.
[2]. Hablamos de "resolución" en términos meramente indicativos, no analizamos aquí las modalidades de la crisis ni los factores que generaron los procesos indicados. Para eso, ver por ejemplo Samir Amin, Giovanni Arrighi, André Gunder Frank e Immannuel Wallerstein, Dinámica de la crisis global, México, Siglo XXI, 1983; Giovanni Arrighi, El largo Siglo XX, Madrid, Akal, 1994, pp. 281-391; Robeert Wade, "Asfixiar al Sur," New Left Review, nº38, mayo/junio de 2006, pp. 101-113
[3]. Otra línea de investigación está conformada por las tesis del sistema - mundial, que diluyen los actuales procesos de globalización retrotrayéndolos a los periodos formativos del capitalismo, cinco siglos atrás. Lo cual quita vigor al análisis de las transformaciones verificadas en plazos más cortos. Ver el trabajo fundante de Immannuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, Madrid, Siglo XXI, 1993 (1979), 3 vols. También, del mismo autor, "Globalization or the Age of Transition": A Longterm View of the Trajectory of the World - System," Asian Perspective, v. 24, nº2, 2000, pp. 5-28: Literalmente, "Los procesos que usualmente entendemos cuando hablamos de globalización no son de hecho para nada nuevos. Existen de hecho desde hace 500 años." (p. 6. Aquí y en adelante la traducción es mía)
[4]. Manuel Castells, La era de la información, Madrid, Alianza, 2001, 3 vols. La obra de Castells, por su estructura y el ensayo de un trabajo comprensivo de largo aliento, tiende a matizarse en el tercer volumen, cuando su esquema "desciende" al análisis de las distintas configuraciones regionales y nacionales en la "era de la información."
[5]. Michel Hardt y Antonio Negri, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 4.
[6]. En Atilio Borón, Imperio & Imperialismo (una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri), Buenos Aires, CLACSO, 2002. Por ejemplo, p. 17 y ss.
[7]. En general, la teoría marxista no es ajena a esta debilidad: Joachim Hirsch, por ejemplo, señala en un artículo en colaboración que en el proceso de globalización "Los aparatos estatales se convierten en partes integrantes de un entramado transnacional de aparatos políticos, que funciona principalmente acorde a los intereses de las instituciones financieras y de capital globales." Joachim Hirsch y Eckart Dietrich, "¿Existe una política ‘nacional’ de izquierda?," en Jaime Silbert y Jorge Santarrosa, Nuevas perspectivas en la Península coreana tras la crisis asiática, Córdoba, Comunicarte, 2003, p.19. En un trabajo previo el mismo autor había señalado que la globalización otorgaba un "absoluto poder económico y político de la triada capitalista: EEUU, Europa y Japón," que "controla política y económicamente al mundo." Joachim Hirsch, Transnacionalización y renacionalización. Estado nacional, nacionalismo y conflicto de clases," Cuadernos del Sur, septiembre de 1998, p. 53. En suma, no queda en claro cuál es la articulación política señalada por el autor, ni cuál es la unidad de análisis operativa en el nivel de lo político.
[8]. Un ensayo teórico más audaz y más sutil, Fabio Nigra, "El ‘Absolutismo Capitalista’: Acerca de la posibilidad de encontrar una fase superior dentro del proceso de acumulación capitalista," ponencia, IX jornadas Interescuelas / Interdepartamentos de Historia, Córdoba, 24 al 26 de septiembre de 2003
[9]. Samuel Kim, "East Asia and Globalization," Asian Perspective, v. 23, nº4, 1999, pp. 17-18 (cursivas en el original).
[10]. La relación entre ambas nociones, en Simón González, Miguel Ángel, "Más allá de las mesas separadas: el desarrollo del concepto de Autonomía Política en las tradiciones Estructuralista y pluralista contemporánea," Tesis Doctoral, Facultad de Derecho y Ciencia Política, Universidad Complutense de Madrid, 2004, publicada en forma completa en www.ucm.es/BUCM/tesis/cps/ucm_t27704.pdf., pp. 46-47.: "bajo la tan actual rúbrica de la pérdida de la soberanía, generalmente se alude a la pérdida de la autonomía de la política, o a la sobredeterminación de la política por alguna otra instancia." y "muchas de las teorías defensoras de la globalización tienden a presentarla como un fenómeno natural ineludible que implica, también de un modo natural, que la política queda drásticamente eliminada del terreno de juego." (pp. 40-41).
[11]. El trabajo fundante y de suma utilidad en Ciencias Sociales sigue siendo Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado Capitalista, México, Siglo XXI, 1968, con visible influencia en una de las líneas más fructíferas en Teoría Política, desde Theda Skocpol (Los Estados y las Revoluciones Sociales, México, Siglo XXI, 1984) a Fred Block ("The Ruling Class Does Not Rule: Notes on the Marxist Theory of the State," Socialist Revolution, 33, mayo - junio de 1977, pp. 6-28), y Bob Jessop (un análisis de la obra de Jessop en Simón González, Miguel Ángel, cit., pp. 323-367; un trabajo reciente de revisión, Bob Jessop, "Bringing the State Back In (Yet Again): Reviews, Revisions, Rejections, and Redirections, International Review of Sociology, v. 11, No. 2, 2001, pp. 149-173)
[12]. Línea que, después de todo, al estudiar al sistema internacional como resultante (estamos simplificando, hay variaciones de enfoque) de un juego complejo entre distintas unidades de análisis, posee una sensibilidad y precisión empírica de la que carecen, como vimos, otras tradiciones. Su principal característica es no obstante también su principal fallo, al poner en ocasiones a la política como la única variable actuante en los fenómenos que estudia.
[13]. cit. en Miguel Ángel Simón González, cit., pp. 46-47
[14]. Theda Skocpol propuso, en la línea de razonamientos que hemos adoptado, la distinción entre Estados "fuertes" y "débiles."
[15]. No utilizamos el concepto de "historia" para realizar una "explicación por los orígenes" o la génesis de los fenómenos, explicación tan (justamente) descalificada por Poulantzas en su trabajo ya citado. Entendemos a la Historia como una síntesis de múltiples determinaciones concretas que no siempre podemos aislar con tanta eficacia como variables diferenciadas en la explicación que deseamos realizar, y que - a efectos de esta explicación - relatamos en términos más concretos o acontecimentales, no olvidando sin embargo que el acontecimiento se presenta siempre como esta síntesis compleja de elementos.
[16]. Ver al respecto Jaime Silbert y Jorge Santarrosa, "Estado, Poder Político y Transformaciones Sociales en el Noreste Asiático Posterior a la Segunda Guerra Mundial," Anuario de la Escuela de Historia, Universidad Nacional de Córdoba, v.1, n°1, 2001, pp.189-205
[17]. Richard Kraus, "El Estado chino y sus burócratas," en Victor Nee y David Mozingo, eds., Estado y sociedad en la China contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1989 (1983), pp. 235-266; Gordon White, "El Estado posterior a la Revolución," en Victor Nee y David Mozingo, op. cit., pp. 31-83
[18]. Maurice Meisner, Mao’s China and After. A History of the People’s Republic, New York, The Free Press, 1986, p. 482
[19]. Ibíd.
[20]. Ibíd.
[21]. Al respecto, el excelente trabajo de Carl Riskin, China’s Political Economy. The Quest for Development Since 1949, New York, Oxford University Press, 1987
[22]. Hemos señalado este proceso con anterioridad en Gustavo Santillán y Jaime Silbert, "Un aporte a la comprensión de la República Popular China hoy: economía, intervención estatal y consecuencias sociales," Herramienta, 29, junio de 2005, pp. 51-53. La precisión del término y las estrategias a adoptar, en Thomas Moore, "China and Globalization," Asian Perspective, v. 23, nº4, 1999, pp. 65-95
[23]. Samuel Kim, "China’s Path to Great Power Status in the Globalization Era," Asian Perspective, v. 27, nº1, 2003, pp. 41-42
[24]. Samuel Kim, "China’s Path to Great Power Status in the Globalization Era," cit., p. 51. El profesor Oviedo señala a la cuestión de la integridad territorial como una de las preocupaciones centrales del liderazgo a partir de las desintegración de la Unión Soviética, dado que aquí concluyó la oscilación de China entre las dos potencias hegemónicas característica de la política exterior durante buena parte del maoísmo, profundizándose en cambio el conflicto estructural con los Estados Unidos, y la competencia diplomática con Taiwán por el reconocimiento internacional. Eduardo Daniel Oviedo, China en expansión, Universidad Católica de Córdoba, 2005, pp. 33-38; en otro artículo de su autoría analiza el horizonte de posibilidad del ejercicio de hegemonía o influencia hacia América Latina. Eduardo Daniel Oviedo, "China en América Latina: ¿Influencia o hegemonía?," Diálogo Político, año XXIII, nº2, junio de 2006.
[25]. Samuel Kim, "China’s Path to Great Power Status in the Globalization Era," cit., p. 52 y ss.
[26]. Paul Burkett y Martin Hart - Landsberg, "Thinking About China. Capitalism, Socialism and Class Struggle," Critical Asian Studies, v. 37, nº3, 2005, pp. 434-436
[27]. Paul Burkett y Martin Hart - Landsberg, "Thinking About China," cit.
[28]. James Petras, cit., p. 2.
[29]. Ibíd.
[30]. Paul Burkett y Martin Hart - Landsberg, "Thinking About China," cit., pp. 436-437
[31].Victor Lippit, "The Political Economy of China’s Economic Reform. Observation on China and Socialism," Critical Asian Studies, p. 448.
[32]. Paul Burkett y Martin Hart - Landsberg, cit., "Thinking about China," cit., p. 439.
[33]. Este último punto les fue señalado a nuestros autores en Victor Lippit, cit., p. 451 y ss.
[34]. Lei Wu y Qinyu Shen, "Will China Go to War Over Oil?," Far Eastern Economic Review, abril de 2006, p. 38. Las iniciativas chinas en África incluyen giras diplomáticas, extensiones de préstamos y ayudas directas, propuestas de condonación de deudas, y proyectos de obra pública y de infraestructura en territorio africano. Cecilia Ján, "Histórica gira del premier de China por África para mejorar el comercio," Página/12, 4 de febrero de 2007
[35]. Eduardo Daniel Oviedo, "China en América Latina: ¿Influencia o Hegemonía?," cit.
[36]. Gustavo Santillán y Jaime Silbert, cit.
[37]. Ver los trabajos señalados de Burkett y Hart - Landsberg; también, por ejemplo, Francoise Lemoine y Deniz Unal - Kesenci, "China in the International Segmentation of Production Processes," CEPII Working Paper, nº2, 2002-02; Thomas Rumbaugh y Nicholas Blancher, "China: International Trade and WTO Access," IMF Working Paper, nº36/04, marzo de 2004
[38]. André Moreira Cunha y Julimar da Silva Bichara, "A Coréia do Sul e a Integração Monetária e Financeira no Pacífico Asiático: estratégias e lições para o Mercosul," ponencia, II Encuentro Latinoamericano de Estudios Coreanos, México D.F., 3 y 4 de octubre de 2005. Hemos retomado estos argumentos en Gustavo Santillán, "Procesos de integración en el Asia Oriental: redefiniendo los roles de China y Corea del Sur tras la incorporación China a la OMC," ponencia, II Congreso Nacional de Estudios Coreanos, 24 y 25 de agosto de 2006.
[39]. Sarah Chan y Qinyang Gu, "Investment in China Migrates Inland," Far Eastern Economic Review, mayo de 2006, pp. 52-55
[40]. Cf. Fred Block, "The Ruling Class Does not Rule," cit.