25/04/2024

La recesión mundial: el momento, las interpretaciones y lo que se juega en la crisis

El aceleramiento de la crisis mundial hace imposible correr tras la actualidad en un artículo de este tipo. Hay que seleccionar entonces algunas cuestiones y elijo las que tienen relación con preguntas y preocupaciones expresadas en reuniones y debates de los que participé y con algunas interpretaciones difundidas en publicaciones militantes.

 Al hecho mayor, que no debe perderse de vista en ningún momento, es que los asalariados y la juventud (en Francia, en Europa y el mundo) no enfrentan solamente una crisis económica mundial. El conjunto de los explotados y dominados, y todos aquellos para los cuales palabras como “humanidad” y “civilización” conservan algún sentido, enfrentan la conjunción de la crisis económica con el avance de la crisis climática y sus gravísimos efectos sociales en el mundo.
A lo que se suman los de la crisis alimentaria, en gran medida provocada directamente por las políticas comerciales implementadas desde hace 20 años. Se hace evidente la irracionalidad profunda del sistema: la que está contenida en la “producción para la producción”, es decir con el único fin de valorización del capital; la que resulta del hecho de que el valor es valor para el capital, valor de cambio cuyo fundamento es la explotación de los trabajadores y el agotamiento de los recursos naturales. En otro artículo[1] he tratado de explicar por qué esta conjunción no es algo puramente casual, y a él me remito sobre ese aspecto de la cuestión. Trataré ahora otros aspectos de la crisis. Y comenzaré por dos preguntas relacionadas entre sí[2]: “¿Acaso los gobiernos no disponen siempre de medios para bloquear la extensión de la crisis?” “¿Qué debe entenderse por crisis ‘sistémica’?”.
 
Contagio, “pérdida de control” y juego ciego de las leyes de la competencia
 
Comenzaré por responder a la primer pregunta, es la siguiente. La crisis, que comenzó en la esfera de la finanza, se transformó en crisis de sobre-producción. Es una crisis total y también “global”, mundial, que ha entrado en una fase en la que se desarrollará, en gran medida sino totalmente, de manera mecánica. Se han puesto en marcha fuertes interacciones entre procesos de propagación doméstica y de contagio internacional, cada uno de los cuales con su propio carácter acumulativo. El aceleramiento del movimiento de propagación y contagio internacional evidéntemente no fue previsto por los gobiernos y mucho menos con la intensidad que adquirió en noviembre. Se anunciaron planes de reactivación (los más importantes fueron el anunciado por China a mediados de noviembre y el que acaba de anticipar el equipo de Barack Obama), pero las medidas adoptadas reflejan distintas lecturas de la crisis, las sumas anunciadas son en general insuficientes y pasará tiempo hasta que estén realmente disponibles. No pesan mucho ante la magnitud de contradicciones postergadas y contenidas durante un tiempo excepcionalmente prolongado. Se puso a disposición de los bancos sumas muy elevadas que prolongarán la existencia del capital ficticio acumulado: incrementan su masa y hacen caer su peso y su gestión sobre instituciones estatales a las que semejante fardo planteará tarde o temprano grandes problemas. Y en lo que hace a planes de reactivación real, las sumas involucradas son relativamente muy pequeñas y las más elevadas tardarán mucho en influenciar la actividad económica cotidiana. El plan de inversiones para la modernización de las infraestructuras en los Estados Unidos de Obama no tendrá efectos plenos antes del 2.011. La decisión de los gobiernos de salvar subvencionando a tantas empresas con dirigentes incompetentes y generosamente remunerados terminará teniendo consecuencias políticas, en términos de toma de conciencia de hasta qué punto “el rey está desnudo”.
La afirmación de que más allá de un cierto umbral la crisis puede pasar a desarrollarse en gran medida sino totalmente de un modo mecánico puede sorprender. Las palabras “propagación” y “contagio” fueron olvidadas por la abrumadora mayoría de los economistas, acunados desde hace 40 años con dos ideas: la primera es que los mercados “se auto-regulan” y la segunda (alimentada por las burocracias de los ministerios de economía) es que tienen a su disposición políticas públicas de “conducción macroeconómica”. Quedan desorientados cuando las contradicciones inherentes a la acumulación de capital desembocan en situaciones de “pérdida de control”. Durante las crisis, los mecanismos ciegos de la competencia o concurrencia asumen la forma de conductas autodestructivas de los bancos y las restantes instituciones financieras frente a la insolvencia de sus deudores, así como también de las empresas ante la contracción de la producción, del empleo y del comercio internacional. Marx subrayaba que
mientras las cosas van bien, la concurrencia actúa, según hemos visto al estudiar la nivelación de la cuota general de ganancia, como una hermandad práctica de la clase capitalista, entre la que el botín común se distribuye colectivamente, en proporción a la cuantía de la parte aportada al negocio por cada cual. Pero cuando ya no se trata precisamente de reparto de las ganancias, sino de la pérdida, cada cual procura reducir en la medida de lo posible la parte alícuota que en ellas le corresponde, para hacer cargar con ellas a los demás. Las pérdidas son inevitables para la clase en su conjunto. Pero, ¿qué parte de ellas tiene que soportar cada capitalista? Esto lo decide la fuerza y la astucia; al llegar aquí, la concurrencia se convierte en una lucha entre hermanos enemigos.[3]
La Unión Europea ya se ha convertido en un campo en que ya es visible el desarrollo de este tipo de procesos, que van a desencadenarse en toda la economía mundial.
Hay propagación doméstica de crisis (en el interior de un país) cuando los efectos depresivos (de contracción o de caída) de una función económica repercuten sobre otra (por ejemplo, del consumo hacia la producción), de un sector económico hacia otro (de las finanzas hacia la producción manufacturera) o incluso de una rama industrial hacia otra (del automotriz hacia la siderurgia). La propagación internacional de la crisis de un país hacia otro (generalmente se utiliza el término sanitario contagio, por analogía con las pandemias) se produce vía los flujos financieros y la interdependencia de las Bolsas y con mayor fuerza aún por el canal de los flujos de mercancías. El contagio internacional es hoy más fuerte porque los sistemas financieros están interconectados estrechamente y las economías son muy interdependientes debido a la liberalización de los intercambios y de las inversiones extranjeras. Se habla de mecanismos acumulativos cuando los efectos de la propagación comienzan a retro-actuar, a actuar de rebote. Por ejemplo, la contracción del crédito a las empresas y a los hogares lleva a que las primeras reduzcan su producción y disminuyan la masa salarial (desocupación técnica, despidos) mientras que los segundos dejan de hacer compras que requieran crédito. Ambos efectos se acumulan y hacen bajar la demanda, tanto de los bienes intermedios que entran en la producción, como la de los bienes de consumo. Esto afecta muy rápidamente a las empresas, que reducen aún más su producción y presentan balances que confirman a los bancos en la posición de negarse a conceder crédito, negativa que conduce a la quiebra de empresas, con nueva caída de la masa salarial y consecuente contracción de la demanda, etcétera. Al mismo tiempo, hay propagación de todo esto de país a país, lo que refuerza las retro-acciones y aumenta el carácter acumulativo del conjunto de estos procesos.
 
Crisis capitalistas: razones y consecuencias de un olvido
 
Recién ahora las informaciones que se publican reconocen la propagación de la crisis y su aceleramiento a nivel mundial. Pero la comprensión sigue siendo muy limitada, especialmente en lo referido a su magnitud. Esto es hasta cierto punto inevitable, aunque sería bueno que entre los militantes semejante situación no dure demasiado. En otras épocas, cuando estudiábamos o se participaba en escuelas de formación militante, nos encontrabamos con las crisis de sobre-producción al menos en los libros.[4] La cuestión se consideraba incluso seriamente, sobre todo cuando se produjo la recesión norteamericana de 1956-57, tras el fin de la guerra de Corea y la disminución pasajera de los gastos militares estadounidenses. No sabíamos entonces que se había entrado en los años que después serían llamados los “ Treinta Gloriosos”... aunque la teorización llegó muy rápidamente. En Italia, en torno a un “neocapitalismo” que, según explicaban ideólogos del Partido Comunista y la CGIL (como Bruno Trentin), había superado en lo esencial el tipo de contradicciones cuya consecuencia eran las crisis. Y en Francia tuvimos la teoría del “capitalismo monopolista de Estado” según la cual el capital había encontrado mecanismos de desvalorización de capital en gran medida controlados. Comenzó un largo período durante el cual la teoría marxistas de las crisis sólo fue defendido por un grupo muy reducido de teóricos militantes, trotskistas como Ernest Mandel[5] o comunistas consejistas como Paul Mattick, autor de un profundo libro sobre la cuestión.[6] Cuando la recesión mundial de 1974-76 cerró el período de los “Treinta gloriosos”, hubo una momentánea renovación del interés por la teoría de las crisis entre marxistas[7] y “regulacionistas”.[8] También se abordaba la cuestión de las crisis en las escuelas de formación de las organizaciones trotskistas. Pero se trataba de un interés casi “académico”, por muchas razones entre las que se destacan dos: después de una fase transitoria, en los países capitalistas centrales progresivamente recomenzó la acumulación; y más importante aún, por el curso de la lucha de clases en los países del este (primero sobre todo en Polonia con las huelgas de Gdansk, el nacimiento de Solidaridad, el golpe de estado de Jaruzelsky y posteriormente la cuestión de la URSS): la inexistencia de la revolución política tras la caída del Muro y la restauración del capitalismo dominaron las preocupaciones y discusiones...
Demos un salto del tiempo, acercándonos a la actualidad. Durante los 15 últimos años, algunos hechos y sobre todo la interpretación que se les dio, contribuyeron mucho a la subestimación del proceso cuando se abrió la primer etapa de la fase financiera de la crisis (con la parálisis progresiva del crédito y la primeras quiebras bancarias). Durante los años anteriores a agosto del 2007, hubo una seguidilla de crisis: la crisis mexicana de 1994-95, la crisis asiática de 1997-98, la cuasi-quiebra del fondo especulativo Long Term Capital Management (LTCM) de Wall Street en 1998, el crack del Nasdaq en 2001-02. En cada caso, los gobiernos con la ayuda del FMI lograron controlar sus efectos, con dificultades por cierto crecientes, especialmente cuando Corea entró en crisis en 1992. Entonces, si una y otra vez pudieron relanzar “el crecimiento” (término bastardo que oculta el concepto de acumulación) ¿por qué no podrían hacerlo nuevamente ahora? El reflejo que llevaba a pensar de esta manera era muy fuerte y hasta hace muy poco los medios difundían casi exclusivamente informaciones y opiniones en ese sentido. Recién durante las últimas semanas, desde mediados de octubre 2008, esa especie de escepticismo que prevalecía en la mayoría de los militantes aún después de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre, comenzó a disiparse lentamente. Y esto se debió a la caída brutal en las Bolsas, que marcó una segunda etapa en la fase financiera de la crisis y, sobre todo, la primer ola de desocupación técnica y despidos.
 
El principal centro de propagación y contagio mundial son los Estados Unidos
 
Los conceptos de propagación y contagio permiten descifrar la catarata de informaciones (provenientes de todas las economías, desde las muy grandes como los Estados Unidos o China, hasta las muy pequeñas como Islandia, los países bálticos y balcánicos) y otorgarles un sentido. Después del 15 de septiembre de 2008, en los Estados Unidos se produjo una aceleración a gran escala de los mecanismos de propagación con sus interacciónes y retro-alimentaciones. No podía ser de otro modo. Desde hacia mucho tiempo en los Estados Unidos se venía recurriendo a la creación de capital ficticio bajo la forma de créditos a las empresas, créditos hipotecarios y créditos para el consumo (esto comenzó en 1991-1992, con un primer salto en 1998 y otro en 2001-02). La masiva creación de créditos permitió ampliar artificialmente el mercado interno y hasta 2008 también los mercados de títulos del que dependen las jubilaciones de los asalariados estadounidenses. Así se disimuló la existencia de una gran sobre-capacidad productiva industrial. Los capitales especulativos del conjunto del planeta afluyeron hacia Wall Street y, en segundo lugar, hacia la City de Londres. Fue también en Wall Street, junto con la City, donde se puso a punto la técnica “ milagrosa” de la titulización (securitization, en inglés, titrisation en francés).[9] Y finalmente fue también en los Estados Unidos donde la liberalización y la desreglamentación llegaron al mercado inmobiliario con más fuerza, dando a la burbuja inmobiliaria rasgos que no se encuentran con igual grado en ninguna otra parte del mundo.
La crisis financiera estalló públicamente recién en agosto, pero desde julio de 2007 todo el edificio había comenzado a hundirse, pedazo tras pedazo, con sucesivos episodios de crisis cada vez más espectaculares. El monto extraordinariamente elevado de acreencias insolventes “ocultas” contenidas en los “vehículos” de titulización asentados como activos de capital en bancos, sociedades aseguradoras y fondos de colocación paralizó el sistema de crédito interbancario y, a partir de allí, cada vez más a la totalidad del sistema crediticio. Los bancos centrales y los gobiernos diagnosticaron inicialmente un problema de liquidez. Inyectaron sumas masivas que no tuvieron ningún efecto. Los primeros casos de pre-quiebra por insolvencia fueron tratados como excepciones, pero no lo eran. Debieron volcar sumas cada vez mayores no ya al sistema de crédito en general, sino para el salvataje de bancos cada vez más grandes: Northern Rock en noviembre de 2007, y el primer gran banco de negocios (Bearn Stearns) en marzo del 2008. En los Estados Unidos, la condición no escrita era que esto ocurriese via la compra del banco quebrado, contribuyendo a aumentar la concentración: pero en septiembre nadie estaba dispuesto a comprar Lehman Brothers y entonces el 15 de septiembre el Tesoro estadounidense y la Fed decidieron dejarlo caer. Recién al día siguiente, con el anuncio de muy grandes dificultades por parte de la mayor aseguradora mundial AIG, comprendieron que esa negativa era resultado del deterioro generalizado de la solvencia de los bancos y las aseguradoras, a causa de las operaciones especulativas de riesgo subprime de sus filiales tipo Hedge Funds.[10]
Los 15 días que fueron desde la quiebra de Lehman Brothers hasta la aprobación por el Congreso, tras un primer rechazo, del plan de salvataje Paulson de 700.000 millones de dólares, marcaron un auténtico principio de pánico financiero, tanto en los Estados Unidos como en Europa y Asia, incluida China. Pero también hubo en ese momento otro gran factor de propagación de la crisis financiera: a la parálisis de los mecanismos de crédito y la situación de quiebra de los bancos se sumó a fines de septiembre la caída mundial del valor de las acciones. Esto venía ocurriendo lentamente desde comienzos de 2008, pero entre los meses de octubre a noviembre se asistió a una caída de valores que, anualizada, tiene la magnitud de un verdadero crack bursátil. Los efectos económicos y las consecuencias sociales de esto en un país donde predominan los sistemas de jubilación ligados al mercado financiero son muy importantes. Las segundas recién se sentirán con fuerza dentro de algunos meses, pero los primeros se sintieron de inmediato: baja del consumo que repercutió a su vez en la producción, sobre todo del sector automotriz. Paralelamente, las muy altas sumas otorgadas como crédito a los bancos no dieron resultado. Debieron agregar crédito sobre crédito a AIG, y resultó necesario auxiliar a otra estrella del sistema bancario norteamericano y mundial, el Citigroup. Es difícil subjetivamente medir la magnitud de la crisis bancaria. Recordar el monto astronómico de las sumas comprometidas puede ayudar. El New York Times lo hizo en un artículo[11] donde hablaba de la “plancha de imprimir billetes”: 8.000 mil millones de dólares. Son exactamente 7,8 trillones (para utilizar el término inglés) comprometidos solamente por los Estados Unidos. El gobierno y la Fed operan en principio como “aseguradora”. Salieron como garantes de préstamos y depósitos por un monto de 3.100 mil millones y desembolsaron 97 mil millones. Después está su compromiso como “inversor”, es decir aportando capital para evitar la quiebra. Aquí hay 3.000 mil millones comprometidos y 649 mil millones gastados. Finalmente, intervienen como “prestamista”, 1.700 mil millones comprometidos y 617 mil millones gastados.
En Francia, donde tenemos todavía los beneficios del sistema jubilación por reparto, maltrecho pero no destruido gracias a la acción de los asalariados[12], resulta difícil comprender lo que esto significa para aquellos cuyas jubilaciones dependen del mercado financiero. Pero no ocurre lo mismo en los Estados Unidos. Millones de norteamericanos comprendieron inmediatamente el empobrecimiento sufrido a causa de la caída de la Bolsa. Para una parte de ellos esto vino a sumarse a la expulsión de sus viviendas, y tuvo rápidamente efectos sobre sus compras, sacado a la luz la magnitud de la sobre-producción en la industria automotriz y precipitando su crisis. Hubo una fuerte caída de las ventas, la producción y el empleo, junto con el anuncio por Chrysler y General Motors de caídas en las ganancias y dificultades de tesorería que podrían llevarlos a la quiebra. La crisis financiera sigue haciendo su trabajo, pero ya comenzó la crisis de sobre-producción. Se está pues en una crisis análoga a la de 1929, aunque la cronología sea diferente. Se pasó de la parálisis del sistema crediticio a la insolvencia de los bancos, luego al crack bursátil (aunque la palabras se usó poco debido a que se dio a lo largo de algunos meses y semanas). Y desde octubre se está en la fase de caída del consumo y los intercambios comerciales, así como también  de despidos, despidos técnicos y cierre de fábricas. Y todo esto en el marco de procesos acumulativos y retroactivos cada vez más rápidos y poderosos. En la industria manufacturera, la crisis se extendió desde la industria automotriz hacia los sectores relacionados con ella. Pero también Dow Chemicals anunció 5.000 despidos. Desde que comenzó el aceleramiento de la propagación de la crisis financiera, se destruyeron cerca de 400.000 empleos en octubre y 530.000 en noviembre, la cifra más elevada desde 1974, el año de la recesión que puso fin al boom de los 60 y a la fábula del “neocapitalismo”.
 
Importancia del concepto de capital ficticio
 
La expresión “crisis sistémica” que se utiliza con frecuencia, es vaga y requiere precisiones. Indica dos procesos: la sobre-producción, consecuencia de la sobre-acumulación de capital como medios de producción y el comienzo de destrucción de capital ficticio a gran escala. Hay que empezar por esto, porque la noción de capital ficticio sigue siendo muy mal comprendida. La mayor parte de los economistas, incluso marxistas, la considera completamente “gaseosa” y opina que quienes la utilizan son gente bastante rara. Habitualmente se utiliza más la noción de crédito, y Michael Husson inventó el término “capitales libres”[13], pero no ha dicho por qué prefiere este término al de Marx, ni en qué consiste esta “libertad” particular en un mundo donde la liberalización y la desreglamentación del capital bajo todas sus formas son algo generalizado.
Le Monde el 26-27 octubre 2008 titulaba “25.000 mil millones de dólares se evaporaron”. Esta semana (6 diciembre 2008) The Economist muestra en su tapa a un hombre mirando un inmenso agujero negro, titula “¿Dónde desaparecieron sus ahorros?” y en su editorial principal escribe: “el valor de los mercados de acciones mundiales se redujo aproximadamente unos 30.000 mil millones de dólares en un año, o sea a la mitad” agregando “estas cifras eclipsan la pérdida en activos ligados a crédito sufridas desde el comienzo de la crisis”. Esos títulos cuyo “valor” se redujo a la mitad en un año no pueden ser incluidos en la noción de crédito. Son títulos que dan derecho a la pretención de compartir la plusvalía creada en las empresas percibiendo intereses y dividendos. Tras ser emitidos y colocados una primera vez en acciones de tal o cual grupo que cotiza en bolsa, estos títulos viven una especie de vida propia algo mágica en el curso de la cual su valor puede “aumentar”. Es lo que se llama capitalización bursátil, una expresión del fetichismo del dinero estudiado por Marx. Pero el mundo mágico puede convertirse en una pesadilla. Cuando los jubilados dependen de los dividendos de las acciones y sobre todo de la plusvalía de las transacciones bursátiles, una caída profunda de las cotizaciones anuncia una vejez con grandes carencias o miseria para millones de ex-asalariados.
A mi criterio, el término “financiarización” indica el proceso de descentralización y “acumulación” específico de ese tipo particular de capital que Marx llama “capital a interés” y analiza en el Libro III de El capital.[14] Tal proceso no debe ser confundido con la acumulación de capital constante y de capital variable propiamente dicha de la cual es simultáneamente dependiente y diferente. En ciertos momentos de la historia del capitalismo, hacia fines del siglo XIX en los Estados Unidos y en Gran Bretaña antes de 1929 y nuevamente a partir de la mitad de los años 1970, el proceso de centralización y “acumulación” específico de esta forma de capital adquirió una importancia muy grande. En tiempos de Marx los principales agentes eran los bancos. Después de los años 1970, pasaron a serlo también las sociedades aseguradoras y los fondos de pensión y de colocación financiera. Esta centralización y “acumulación” específica tiene diversas fuentes de alimentación, de las que mencionaremos sólo las más importantes. Están las ganancias no reinvertidas de las empresas (las obtenidas en el mercado interno de sus países de orígen, pero también las que resultan de la repatriación de dividendos y royalties luego de inversiones directas en el extranjero o IDE). Está el flujo de intereses provenientes de la deuda del Tercer mundo, a lo que se sumó el flujos de intereses sobre los préstamos bancarios internacionales a los países en vías de industrialización rápida del sudeste de Asia. Están luego las sumas acumuladas por individuos o familias muy ricas, colocadas en los mercados. En algunos casos, sumas que resultan de inversiones exitosas y especulaciones con buen resultado. Otras veces, son sumas percibidas por la renta del suelo o del subsuelo y fuentes de energía. Finalmente, están las sumas centralizadas en el seno del sistema financiero en los fondos de pensión y los fondos de colocación financiera (los OPCVM, llamados Mutual Funds en los Estados Unidos) que se convirtieron en la columna vertebral de la acumulación financiera a partir de 1980-84. Durante los años 1990 se impuso a los asalariados norteamericanos un cambio en el sistema de jubilaciones,[15] reemplazando al sistema con “prestaciones definidas” por el de “cotizaciones definidas”, y los fondos relacionado con este sistema son los que sufrieron los mayores “daños colaterales” de la crisis en curso.
Volviendo ahora a precisar mis desacuerdos con Michel Husson, diré que de todas las fuentes que acabo de mencionar, Husson sólamente señala a las ganancias no reinvertidas de las empresas y la única alusión que hace al ahorro salarial es su utilización según las modalidades francesas de la última década como substituto de los salarios. Sin embargo, no se puede comprender la aceleración de la crisis mundial en cuyo centro están los Estados Unidos, sin reconocer la gran importancia de esta fuente de “financiarización” con todas sus consecuencias.
A partir del peldaño de capital a interés, se puede y se debe luego introducir y desarrollar la noción de capital ficticio, que tiene tres dimensiones: a) Las operaciones de préstamo a las empresas o inversiones de capital, capital a interés con emisión de títulos, de obligaciones y acciones, activos que son “la sombra” de un capital ya instalado o utilizado.[16]; b) La segunda dimensión del carácter ficticio es que, a pesar de que se trata en el mejor de los casos de reminiscencias de inversiones ya hechas, a los ojos de sus poseedores los títulos aparecen como “su capital”, que debe rendir, generar una renta grande o pequeña, asegurar una pensión; mientras las empresas devengan intereses y pagan dividendos, mal o bien la ficción funciona; c) La tercer dimensión es más falsa y dramática aún, por cuanto los títulos, que son considerados por sus poseedores como capital, parecen tener el atributo de incrementar su valor en razón de transacciones específicas operadas en la Bolsa: el aumento del valor de las acciones crea la ilusión de que el mecanismo de los mercados financieros es generador de valor. Esta ilusión, que adquiere la fuerza de creencia en tanto las cotizaciones mantengan la tendencia alcista durante un período prolongado, es destruida en el momento en que se produce el crack. La noción de capital ficticio debe ser extendida al crédito, como lo hice en el artículo publicado hace un año y al que me remito.[17]
 
La renta financiera depende de la producción de valor y plusvalor
 
No existe el “milagro de multiplicación de los padres”. Como escribe Michel Husson (siempre en el mismo artículo) “los títulos financieros” son “el derecho a un valor sobre la plusvalía producida”. El pago de intereses y dividendos debe estar ligado a flujos efectivos de sustancia económica real, de valor y de producto excedente hacia los mercados financieros. Pero de hecho estos flujos han sido cada vez más insuficientes en relación con la masa de los títulos en circulación.
La acumulación de capital a interés y, tras ella, de capital ficticio, después de reiniciarse atravesó grosso modo por cuatro grandes fases parcialmente superpuestas, cada una de las cuales estuvo marcada por un tipo de colocaciones predominante (sin que, por supuesto, las otras formas estuvieran ausentes). La primera (1975-1982) fue dominada por los préstamos a los gobiernos del entonces llamado Tercer mundo. La explosión de los déficits presupuestarios y de la deuda de los países industrializados con Estados Unidos a la cabeza marcó la segunda, que puede fecharse en 1980 con la titulización de la deuda pública, su vertiginoso crecimiento con altas tasas de interés y la masiva transferencia a través de mecanismos fiscales. Luego vino luego una tercer fase, que comenzó aproximadamente 1994, en la cual la fuerte baja de las tasas de interés de los títulos de la deuda pública lleva a un cambio en la composición de las carteras de fondos y bancos. Las acciones adquieren un lugar muy importante y el flujo mas importante para los gestores financieros es el de los dividendos. En este momento se establecen “normas” para mantener satisfechos a los accionistas, especialmente un “retorno sobre la inversión” (ROE o return on investement) de 14-15 %. Como rápidamente las empresas fueron incapaces de rendir ganancias de semejante magnitud, a pesar del fuerte aumento de la explotación e incluso de la deslocalización de fábricas hacia países con bajos salarios, hacia 1998 lo gestores acordaron incluir en el ROE no solo los dividendos percibidos, sino también las plusvalías bursátiles y una estimación del “valor” de las acciones, es decir de las cotizaciones. Es cuando se impusieron progresivamente las “ganancias ficticias” resultantes de operaciones especulativas en procura de plusvalías bursátiles, lo que tiene relación directa con los problemas sociales y económicos muy graves provocados por el rebote sobre los jubilados de la caída de las cotizaciones después de octubre. La noción de “ganancias ficticias” fue planteada por Reynaldo Carcanholo, Paulo Nakatani y Mauricio Sabadini, un grupo de economistas brasileños de la Universidad Federal de Espíritu Santo que se cuentan entre las escasas personas que trabajan con la noción de capital ficticio.[18] Su trabajo es estimulante, aunque discrepo con una de sus tesis, la de que las “ganancias ficticias” habrían sido un “nuevo factor poderoso que vino a contrarrestar la baja tendencial de la tasa de ganancia”[19]. Considero que eso sólo pueden hacerlo factores que afecten la tasa de explotación o el precio de los elementos constitutivos del capital constante. Repito que no existe el “milagro de la multiplicación de los panes”. Las “ganancias ficticias” aparecen cuando el capital a interés casi desaparece tras el capital ficticio, como ocurrió durante la cuarta fase de la que surgió directamente la crisis financiera. Podría hacérsela remontar hasta los días posteriores a la crisis asiática, o sea hacia 1998, pero fue sobre todo en el 2001-2002 con las políticas adoptadas por la Fed (el banco central de los Estados Unidos) después del crack del Nasdaq cuando comenzó la fase marcada por el desarrollo muy rápido y fuerte del crédito al consumo y sobre todo del crédito hipotecario, con un doble objetivo. En primer lugar aumentar artificialmente el poder de compra y la demanda mediante el endeudamiento de los hogares. Y además, darle a los intereses por préstamos a los hogares un lugar más importante aún en el mecanismo de valorización del capital especulativo, a pesar de saberse que esta forma de valorización tenía una base frágil porque se asentaba en un flujo de intereses vulnerable, muy sensible incluso a pequeños cambios coyunturales. Pues la creencia compartida por todos los actores de la finanza era que había para esto un refugio infalible, la “titulización” encargada de reducír los riesgos repartiéndolos entre muchisimos fondos mediante su difusión a través de las redes nacidas de la mundialización financiera.
 
¿Sobre-producción de mercancías y sobre-acumulación de capital, o sub-consumo?
 
Pasemos ahora a la segunda dimensión “sistémica” de la crisis. Estamos ante una crisis de sobre- producción, consecuencia de la sobre-la acumulación de capital como medios de producción. En el lenguaje económico convencional se habla de capacidades de producción excedentes nacidas de inversiones excesivas o mal concebidas (en el caso de la industria automotriz hay una conjunción de ambas que será posiblemente fatal para algunos grupos). Con el avance de la crisis, se multiplican los informes de acumulación de stocks de mercancías sin vender, algunas de las cuales son, como los vehículos, mercancías caras. Hay que buscarles salida y sobre todo reducir fuertemente la producción. Hay demasiadas mercancías en relación a la demanda, pero también hay demasiadas fábricas y lugares de producción. Hay que hacer a un lado parte de los medios de producción y empujar al desempleo a los asalariados (obreros, empleados, cuadros). La crisis muestra que se instalaron capacidades de producción demasiado altas, que hubo sobre-acumulación de capital como medios de producción en relación a las posibilidades de absorción de mercancías por el mercado. La actual crisis de sobre-producción derivada de la sobre-acumulación de capital se produce después de una fase muy larga (más de 50 años) de acumulación casi ininterrumpida, la más larga en la historia del capitalismo. Y se suman dos rasgos que seguramente van a pesar en la duración y la intensidad de la crisis. El primero, es la acentuación de “la anarquía de la concurrencia” debido a la liberalización y la mundialización. El otro, es la muy fuerte tendencia hacia el mercado exterior, hacia el mercado mundial. Esto en el caso de China asumió el rasgo específico de una extensión de las relaciones de producción entre capital y trabajo en el sentido fuerte del término: relaciones para la creación de valor y plusvalor en la industria manufacturera. China no solamente es un mercado, es “the factory of the world” (la fábrica del mundo), una de las bases de producción manufacturera más importantes del mundo, sino la principal. Una base productiva que exige por lo tanto una esfera de realización, es decir un mercado, de dimensión correspondiente al monto de las mercancías producidas. El incremento de la capacidad productiva se debió a la llegada de inversiones extranjeras muy importantes. Y fue acentuado por mecanismos político-económicos específicos de China que alientan la sobre-acumulación. La sobre-acumulación de medios de producción ya no es como en 1974-76 un mal que afecte sobre todo a los Estados Unidos y al Reino Unido. Estamos ante un fenómeno efectivamente mundial.
Ya desde el siglo XIX las crisis de sobre-producción fueron presentadas como crisis de sub-consumo, causadas por la insuficiencia de los salarios pagados y del poder de compra de los trabajadores. El mismo Marx se confrontó con esa interpretación. La insuficiencia de los salarios pagados y del poder de compra de los trabajadores no es circunstancial, es una de las manifestaciones del antagonismo del capital con respecto al trabajo[20] consustancial al capitalismo. Surge de la forma de apropiación del “producto excedente” que es propia del capitalismo. Cada tipo de sociedad existente ha tenido un modo característico de extracción del producto excedente. En el capitalismo, se hace mediante la compra de la fuerza de trabajo de los obreros para su utilización más “productiva”, según modos de organización y utilizando medios de trabajo que maximizan la “productividad trabajo”. El capitalismo tiene necesidad de asalariados, no puede funcionar sin ellos. Tiene necesidad de su fuerza de trabajo, puesto que del valor de uso de esta fuerza de trabajo es de donde nace el producto excedente que está en la base de la ganancia. Evidentemente, los salarios percibidos los hacen también consumidores y sus compras permiten que muchas empresas vendan las mercancías producidas y cierren el ciclo de la valorización de capital de cada una de ellas. Pero el reflejo de cada empresa, impuesto por la búsqueda de ganancia y la competencia de los rivales, es ver en sus asalariados únicamente un costo que es preciso reducir, aunque al hacerlo ayude a “serruchar la rama” sobre la cual se asientan colectivamente las empresas. Estra contradicción, alojada en el corazón de la relación entre capital y el trabajo tiene, de manera objetiva y permanente, el carácter de antagonismo consustancial al capitalismo, un antagonismo irreductible. Y el antagonismo irreductible de las relaciones de producción capitalistas, en las que la dimensión de las relaciones de distribución no puede ser separada de la compra y la explotación de la fuerza de trabajo, fue multiplicado en sus efectos por la feroz puesta en competencia de los trabajadores de país a país y de continente a continente, acompañando la liberalización y la mundialización del capital.
Lamentablemente estas cuestiones no ocupan el lugar que merecen en el debate “francés”. La interpretación de la crisis que prevalece en la izquierda sostiene que la misma se debe a un encadenamiento de procesos económicos cuyo fundamento sería la reducción de la parte de los salarios “en la distribución del valor agregado” o la captura casi total de los aumentos de productividad por las ganancias en perjuicio de los salarios, lo que debió ser compensado mediante un fortísimo desarrollo del crédito, cuya expansión fue multiplicada por la titulización. Esto ha sido expuesto sobre todo por Jacques Sapir. [21] Y no pocos militantes, haciendo una lectura apresurada de los textos de Michel Husson, creyeron encontrar en ellos una interpretación análoga. Interpretación que puede tener implicaciones en el tipo de “salida de la crisis” que suelen ser formuladas, sobre todo del lado del Partido Comunista de Francia. Es preciso prestar atención a esto, porque si se considera que se trata ante todo de una crisis de su consumo, causada por la insuficiencia de los salarios pagados y por la debilidad del poder de compra de los trabajadores, la respuesta pasaría por lograr una distribución del resultado de la producción y de la venta de las mercancías más favorable a los trabajadores, una mejor distribución del valor agregado y de los incrementos de la productividad. Tendríamos así uno de los componentes esenciales de una respuesta “keynesiana” a la crisis. El combate por el mantenimiento del poder de compra es un componente obligatorio de cualquier plan de defensa de los asalariados, pero no representa una respuesta duradera a los problemas que la relación de dominación capitalista actualmente les plantea a ellos y a sus hijos. Además, tampoco llegaría a representar una respuesta “ keynesiana” si no se da otro importante paso más. En Europa hubo destrucción (y en los mismos EE.UU. un gran debilitamiento) de los fundamentos económico-políticos nacionales sobre los cuales fueron construidas en otro momento las políticas llamadas “keynesianas”. La liberalización y la mundialización del capital hacen que aquellas medidas resulten en gran medida inoperantes a nivel de cada país por separado. Para aplicarlas sería necesario cuestionar la liberalización de los intercambios. En el caso de los países europeos, incluída Alemania, la aplicación de políticas antisísmicas “keynesianas”, que impliquen grandes inversiones públicas que tendrían fuertes efectos inductivos sobre el empleo y los salarios y por lo tanto sobre la demanda de los bienes de consumo, solamente sería posible a escala de un grupo de países, los miembros iniciales del Mercado Común, y exigiría la reconstrucción de barreras aduaneras frente al resto del mundo. Solamente los economistas políticos pertenecientes al muy reducido grupo de los “soberanistas europeos” federalistas defienden semejantes soluciones.[22] Pero soberanismo y federalismo no hacen buena pareja, de modo que sus apoyos políticos son casi nulos.
 
¿Un “exceso de plusvalía”?
 
La explicación de la crisis que atribuye un rol central a la contracción de la parte de los salarios “en la distribución del valor agregado”, alcanzó a otras sensibilidades en la extrema izquierda. En un artículo publicado en A contre courant de noviembre 2008, Alain Bihr señala lo que llama una de las “contradicciones estructurales (es decir permanentes e insuperables) con las cuales choca la reproducción del capital”, vale decir “la que nace de la fundamental ambivalencia del salario desde el punto de vista del capital”. Hé aquí expresado de modo enfático todo lo que acabamos de afirmar. Por ello, no podemos dejar de sorprendernos al ver que inmediatamente después se cae, bajo el subtítulo “y un exceso de plusvalía!” (el signo de admiración es de Bihr) en una adhesión a la tesis del subconsumo. Se lee que la adopción de políticas neoliberales, su decidida implementación y su metódico mantenimiento desde hace cerca de 30 años habrían por lo tanto producido este primer efecto de crear las condiciones de una crisis de sobr-eproducción comprimiendo demasiado los salarios: en suma, una crisis de sobre-producción por sub-consumo relativo de los asalariados[23] (acá las negritas me corresponden, F.Ch.)
Bihr sostiene luego que las políticas neoliberales han “producido simultáneamente un segundo efecto complementario del precedente: el incremento de la plusvalía, absoluta (en términos de masa de plusvalía) así como relativa (en términos de tasa de plusvalía)”. Más exactamente, un incremento de la plusvalía de tal magnitud que la misma “excede las posibilidades de acumulación”. Esto supone una gran modificación en la compresión del capitalismo heredada de Marx. Uno de los hilos conductores centrales del análisis presentado en los Grundrisses de 1857-58 y en El Capital es el de un sistema en el cual el capital, lanzado a un movimiento de valorización sin fin, choca con una insuficiencia crónica de plusvalía, cuya raíz está en las mismas relaciones de producción capitalista. La tendencia recurrente a la caída de la tasa de ganancia es una de sus manifestaciones. El artículo de Bihr propone una completa inversión: en lugar de un sistema sediento de plusvalía, habría un exceso de esta, y en tal cantidad que el sistema ya no sabría qué hacer con ella. Se debería tomar como punto analítico de referencia no ya la penuria de plusvalía, sino su exceso. Para justificar semejante inversión, hacen falta un material empírico importante y un marco analítico muy fuerte, y es improbable que ellos existan. De hecho, Bihr simplemente remite sus lectores a Michel Husson[24] y al “hecho singular” que habría establecido:
la tasa de acumulación ha pasado a ser inferior a la tasa de ganancia. En suma, las ganancias exceden lo que las empresas necesitan para financiar sus inversiones: más exactamente, los que ellas pueden invertir dadas las condiciones creadas en la producción por la insuficiencia de salida debido a la contracción de la parte de los salarios en “el valor agregado.”
Sigamos entonces examinando los argumentos de M. Husson. Ya expliqué antes que reducir “la creación permanente de capitales libres […] al crecimiento tendencial de ganancia no acumulada” implica ignorar la fuerte acumulación de capital a interés y de manera derivada de capital ficticio, cuando la crisis está por el contrario revelando toda su importancia. Husson dice también que ese crecimiento de capitales libres resulta “de un doble movimiento: por una parte, el retroceso generalizado de los salarios y, por otra parte, del estancamiento -sino retroceso- de la tasa de acumulación a pesar del restablecimiento de la tasa de ganancia”. En cuanto al primer punto mi acuerdo es completo: el retroceso generalizado de los salarios es un hecho central. Concierne a todas las economías, y no sólo a las que figuran en los gráficos de Husson. Pero en lo referente al segundo, veo dos problemas. Por un lado, creo que un sistema en el que la tasa de acumulación se estanca o retrocede es un sistema que rápidamente se enfrentará (de hecho, lo está permanentemente) con una penuria de plusvalía. El hecho de que los capitalistas lo vean bajo la forma del achicamiento del mercado y las dificultades de realización de la plusvalía traduce su ceguera frente a las contradicciones del sistema.[25] El otro problema está en la evidencia de la que Husson infiere el estancamiento o el retroceso de la tasa acumulación. Pocos anticapitalistas prestaron atención al hecho de que eso se refiere únicamente a los Estados Unidos, Japón y Europa. Pero en los dos primeros casos muy rápidamente y en algunos grupos industriales europeos poco después, la sed de plusvalía operó como acicate para masivas inversiones directas realizadas en China y Brasil (el acceso a la India siguió siendo difícil). Las ganancias fueron reinvertidas, no en los países de origen pero sí sino en otros lugares del capitalismo mundializado. Por eso Bihr se equivoca cuando dice que el obstáculo proveniente de la insuficiencia de ventas debido a la contracción de la parte de los salarios en “el valor agregado”, pudo sin embargo ser parcialmente superado mediante la apertura simultánea de nuevos mercados en los Estados semi periféricos llamados “emergentes”: México, Brasil, China, India, los estados petrolíferos del Golfo.
Como ya señalé, lo que se abrieron no fueron solamente mercados sino, en los casos más importantes, fuentes directas de plusvalía.
El libro de Michel Husson, Un pur capitalisme,[26] y sus artículos representan un aporte importante, pero fueron poco discutidos. Los gráficos que publicó tuvieron un impacto muy fuerte y parecería que suministraron, a lectores apresurados, las explicaciones que buscaban. Mis observaciones buscan abrir el debate.
Volvamos por un instante a ciertas informaciones últimas. Puede parecer contradictorio con lo que sostuve al empezar el artículo, pero lo hago para subrayar qué hemos entrado en una fase absolutamente nueva, para todo el mundo: para el capitalismo y los gobiernos por un lado, para los asalariados, la juventud, los explotados y los dominados por el otro.
 
Recesión en la economía mundial
 
La propagación mundial adquirió una velocidad que descoloca a los economistas, como lo reconocieron a un periodista del New York Times los del Banco Mundial. Acaban de publicar sus previsiones para 2009, pero saben que sólo son válidas en el momento mismo en que las hacen... Así y todo, son extremadamente graves: crecimiento mundial de 0,9%, cuando era de 2,5% todavía en el 2007 y de 4% en 2006; disminución de 2,1% al menos en el comercio mundial (un retroceso más importante que el de 1975). Según estos economistas “lo más inquietante es que ya no hay un motor de reactivación evidente”[27]. Decenas de millones de asalariados serán lanzados al desempleo y centenares de millones de personas consideradas “pobres” verán que su pobreza se acentúa.
En Europa, los principales transmisores directos de la crisis fueron inicialmente los países que más recurrieron al endeudamiento y tuvieron las burbujas inmobiliarias más importantes, pero los efectos de rebote sobre Alemania y Japón fueron muy rápidos. En un artículo de tono burlón, The Economist explica que la tasa de ahorro elevada y el bajo nivel de endeudamiento de los particulares no impidieron que ambos países sufrieran los efectos de la crisis muy rápidamente[28]. Uno y otro son muy dependientes de las exportaciones y de la caída de la producción en los Estados Unidos, pero también en China. La crisis de superproducción se desarrolla de un modo realmente mundial. Los sectores más uniformemente afectados son los inmuebles comerciales y la industria automotriz, en los que la caída de las ventas y la reducción de producción ya no afecta solamente a los países del G 7, sino también a China.[29] Al cierre de este artículo, la agencia Reuters anuncia que China, contra todas las expectativas, ha visto caer sus exportaciones e importaciones en noviembre, según cifras publicadas el miércoles por la Administración de Aduanas, lo que traduciría la rapidez con que se frena la actividad de la cuarta economía mundial. Las exportaciones han caído en un 2,2% a ritmo anualizado, lo que constituye su retroceso más significativo desde abril de 1999. Los economistas esperaban por el contrario una alza promedio del 15% en las exportaciones. Las importaciones acusaron una caída del 17,9%. Es la mayor baja registrada desde que existen estadísticas mensuales, en 1993. Los economistas habían estimado un alza de 12 % en las importaciones. Del lado de las importaciones, el hundimiento de las cotizaciones petrolíferas y de los precios de otras materias primas redujo la factura de China, pero los economistas subrayan que el retroceso refleja también un sensible debilitamiento de la demanda interna.[30]    
 
¿Por donde buscar la solución?
 
El impase del sistema capitalista es tal que, sin intervención de los trabajadores, la crisis será muy larga. Leyendo los periódicos que presentan el “pensamiento del capital”, se comprende rápidamente que a nivel económico se resume en tratar de defender no sólo sus fundamentos, sino en preservar incluso la forma y modo de funcionamiento que llevaron a la crisis. ¡Hace falta que “China resista”! (expresión militar escuchada en un programa de Radio Francia), ¡Hace falta que China amplíe su mercado interno! (para reducir la parte de realización de la plusvalía nacida de la explotación de los trabajadores chinos que se intenta cerrar por medio de las exportaciones provenientes de esa gran base manufacturera). Pero en otras partes actuan de un modo tal que busca salvar los mecanismos crediticios y permitir restablecer lo más rapidamente que sea posible que el endeudamiento de los particulares, hipotecario y de consumo de los llamados bienes “durables”. El rol del aumento de la deuda pública es facilitar eso. La lista de medidas enumeradas en el comunicado del G 20 del 15 de noviembre se orienta a asegurar el status quo. Rápidamente se comprenderá, y no sólo en Francia, que “el rey está desnudo”.
Eentre los asalariados indudablemente todavía predomina la estupefacción. Pero en sus filas y sobre todo en la juventud cada vez son más los que comienzan a sentir que se vive una “crisis sistémica”, en el sentido de crisis que expresa los rasgos burdos y destructores del capital, lo que Marx llama sus “límites históricos”. La toma de conciencia de la gravedad de los problemas ecológicos no puede menos que reforzar este sentimiento. ¿Cómo será necesario responder? Actuando de tal modo que, inspirándose en Marx, los medios de producción pasen a ser “medios para dar forma al proceso de la vida en beneficio de la sociedad de productores”. Esto supone un cambio en la propiedad de los medios de producción, y sobre todo algo mucho más importante: que los asalariados pasen a ser de manera organizada y consciente, “productores asociados”. Lo son ya en razón de la división del trabajo entre las industrias y en el seno mismo de cada lugar de producción, pero no lo son para sí mismos, lo son para el capital, que continuamente adopta decisiones que los afectan (por ejemplo, despidiéndolos). Pasando a ser “productores asociados” en el pleno sentido del término, los trabajadores, sugiere Marx, podrían establecer “racionalmente y controlar sus intercambios materiales con la naturaleza”; podrían organizar la economía y toda la vida social “en las condiciones más dignas y más conformes con la naturaleza humana”.
No hay otra salida para esta crisis (que a pesar de estar sólo en sus comienzos rápidamente se acelera) que el control sobre los medios que sirven para producir las riquezas, es decir, sobre las decisiones referidas a qué debe ser producido, para quién y cómo. En relación con este objetivo será necesario formular reivindicaciones y formas de organización y dirección capaces de abrir la vía hacia una salida social positiva, que tiendan “un puente” hacia el socialismo (para utilizar una terminología trotskista). Formas de organización y de acción que no pueden ser más que las de auto-organización. Si bien se mira la historia, sólo en aquellos momentos en que la clase obrera estuvo en condiciones de comenzar por sí misma a poner en marcha sus reivindicaciones éstas tuvieron un comienzo de realización. Las “conquistas sociales” nacieron durante esos cortos episodios: 1936, 1944-1945, 1968. Los partidos obreros (Partido Socialista, Partido Comunista) contribuyeron suministrando un marco militante a decenas de miles de trabajadores, pero en cada ocasión sus direcciones rápidamente los convirtieron en obstáculos al movimiento. Hoy es imposible esperar nada de semejantes partidos. Solamente los asalariados y los jóvenes, franceses e inmigrantes por sí mismos podrán formular reivindicaciones que se orienten hacia una salida revolucionaria de la crisis y organizarse para tratar de aplicarlas. Los militantes organizados pueden ayudar, especialmente los que se agrupen en el Nuevo Partido Anticapitalista, pero nadie pondrá en marcha un verdadero programa de urgencia en lugar de los trabajadores y los jóvenes. La primera tarea es por lo tanto ayudarlos a organizarse por sí mismos, en todos los terrenos posibles.
 

El presente artículo fué públicado en Carré rouge 39 (diciembre 2008-febrero 2009) y traducido del francés por Aldo Casas.
 
[1] “Les origines communes de la crise économique et de la crise écologique”, en Carré rouge nº 39, diciembre 2008. Versión en castellano disponible en Capitalismo en trance, el foro de elaboración y discusión sobre la crisis abierto en www.herramienta.com.ar
[2] Son interrogantes escuchados por el autor no sólo en reuniones del colectivo de Carré rouge, sino también en diversas instancias del Nuevo Partido Anticapitalista, recientemente conformado en Francia.
[3] Carlos Marx, El Capital, Volumen III, Capítulo XV, México, FCE, 1973, pag. 251.
[4] Véase por ejemplo Gottfried von Harbeler, Prospérité et dépression, Société des Nations, Ginebra, 1937.
[5] Ernesto Mandel, Traité d’économie marxiste, Julliard, París, 1962.
[6] Paul Mattick, Crises et théories des crises, Éditions Champ Libre, 1976.
[7] Ver Ernest Mandel, La crise 1974-1982, les faits, leur interprétation marxiste, Collection Champs, Flammarion, Paris, 1982.
[8] Ver Robert Boyer, La théorie de la régulation: un analyse critique, Ëditions La Découverte, París, 1987.
[9] Traté de explicar en los términos más simples esto de la titulización en el artículo “El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera”, Herramienta 37, marzo 2008. Se trata de una técnica financiera que consiste en reagrupar y fraccionar las deudas bajo la forma de obligaciones para venderlas en el mercado financiero mundializado. Así nacieron los llamados "sintéticos" o "vehículos", los Collaterized Debt Obligations o CDO, los Credit Default Swaps o CDS, así como los Residential Mortgage Backed Securities o RBMS, es decir los tútulos adosados a créditos inmobiliarios, llamados créditos hipotecarios.
[10] Sobre todo esto, así como sobre la titulización y el desarrollo de la crisis financiera hasta septiembre, puede verse Frederick Lordon, Jusqu’a quand? Pour en finir avec les crises financières, Editions Raison d’agir, París, 2008.
[11] “The Fed and the Treasury signaled that they would print as much money as needed to revive the banking system”, NYT, 26 noviembre 2008.
[12] Incluso con aquellas largas huelgas que no llegaron a triunfar, como las de 2003.
[13] Ver Michel Husson, “Le capitalisme toxique”, en Imprecor, septiembre-octubre, 2008, pag. 22.
[14] Para una explicación más extensa, remito a mi capítulo "La préeminence de la finance au sein du ‘capital en général’, le capital fictif et le mouvement contemporain de mondialisation du capital”, en el libro colectivo Séminaire d’Études Marxistes, La finance capitaliste, París, PUF, 2006.
[15] Ver Catherine Sauviat “Les fonds de pensions et les fonds mutuels: acteurs majeurs de la finance mondialisée et du nouveau pouvoir actionnarial”, en François Chesnais (coordinador) La finance mondialisée, racines politiques et sociales, configuration, conséquences, Éditions La Découverte, París, 2004.
[16] La naturaleza de las acciones, dice Marx, es la de “duplicados de capital real, pedazos de papel, como si un certificado de carga pudiese tener un valor paralelo al de la carga, y al mismo tiempo que ella”. En El Capital, Libro III, ver los capítulos XXIX (“Las partes integrantes del capital bancario”) y XXX (“Capital-dinero y Capital-efectivo”).
[17] “El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera”, Herramienta 37, marzo 2008.
[18] Pueden verse artículos suyos en el sitio de Herramienta: http://www.herramienta.com.ar
[19] Reynaldo Carcanholo y Paulo Nakatani “Capitalismo especulativo y alternativas para Amética Latina”, Herramienta nº 35 junio 2007.
[20] Mejor dicho, antagonismo del capital con respecto a los “proletarios”, a todas aquellas y aquellos que deben vender su fuerza de trabajo.
[21] Jacques Sapir, “Le monde qui vient”, puede consultarse en http://www.france.attac.org/
[22] Es la posición defendida por Jean-Luc Gréau. La trahison des économistes, París, Gallimard, 2008, capítulo VI.
[23] El título del artículo es "Le triomphe catastrophique du néolibéralisme” y puede ser consultado en el sitio de La Brèche www.alencontre.org , así como en www.herramienta.com.ar
[24] Bhir remite al artículo “Le taux d’accumulation ne suit plus le taux de profit”, 25 septiembre 2008, en http://hussonet.free.fr/  
[25] Una presentación muy clara de tales contradicciones y ceguera puede encontrarse en Louis Gill, Fondements et limites du capitalisme, Montreal-Quebec, Boréal, 1996, págs. 574 y siguientes.
[26] Lausana, Éditions Page deux, 2008.
[27] “Dire Forecast for Global Economy and Trade”, New York Times, 10 diciembre 2008. La fuente de los datos es el Informe del Banco Mundial para 2009, ver en http://web.worldbanck.org/
[28] “The teetotalers’ hangover”, The Economist, 6 diciembre 2008.
[29] Ver un detallado artículo sobre las superproducción automotriz en China: “Increasingly, China’s Auto Industry Seeks a Bailout”, The New Yor Times, 19 noviembre 2008.
[30] Le Monde (edición web), 10 diciembre 2008.

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