El miedo de actuar y de cometer errores es hijo del egoísmo y del error absoluto de la pasividad
(Hegel).
Acompaño con entusiasmo el crecimiento de las manifestaciones convocadas por el Movimiento Pase Libre (MPL) en todo Brasil. Y, de hecho, es cada vez más difícil permanecer ajeno a los impactos causados por la multitud de jóvenes que, en las últimas semanas, toma las calles de las principales ciudades del país para exigir la gratuidad del transporte público urbano, que opera con tarifas de las más abusivas de América Latina
*.
Acompaño también los comentarios sobre los acontecimientos que se radicalizan entre la posición de los entusiasmados como yo y la posición de los apologetas que, ocupando la mayor parte de los medios nacionales, sale en la defensa airada del “orden democrático, conquistado a duras penas en el país”, y, contradictoriamente, de la seguridad pública con el fin de garantizarla. La novedad se debe al hecho de que el Movimiento, que tuvo origen en la clase media, en acciones juveniles y aisladas, posee aliento para ampliar sus horizontes ideológicos y sus estrategias de acción adquiriendo carácter masivo y popular. El motivo, en parte, remite a la legitimidad de la causa inmediata que defiende porque surge (y representa) la franja etaria más afectada por el desempleo y por el agotamiento del supuesto suceso neo-desarrollista, de la marcha inflacionaria y de la pesada crisis estructural que se anuncia en Brasil.
Le llegó el momento a Brasil de pagar tributo a ella. Por eso es que la lucha por el pase libre, así como las luchas por la tierra, por la vivienda, por el empleo, por derechos más elementales de clase, que, en tiempos más favorables, entrarían en el objetivo liberal de las conquistas democráticas, encuentran amplias dificultades para ser atendidas. En Brasil, país incorregiblemente conservador –como bien dice Florestan Ferndandes-, todo eso siempre fue muy relativo. Por aquí, las reivindicaciones más justas siempre adquirieron una connotación radical y hoy, con el agravante de la crisis, esa radicalidad se tiende a intensificar. De ahí la necesidad de acometer hacia una amplia ofensiva de luchas al revés de apaciguar los ánimos con pactos y frentes.
Frente a este cuadro, ni el PT ni el PSDB, partidos que, a pesar de sus orígenes distintos, están cada vez más emparentados en sus compromisos de clase, en sus estrategias económicas y en que sus arengas orientadas a la ampliación del perfeccionamiento de las políticas públicas, conseguirán contener sus efectos más graves. El remedio más eficaz para los males sociales viene siendo suministrado en dosis intrigantes de represión policial.
Las actuales manifestaciones en las calles no reproducen el legalismo político de los “cara pintadas”, orientado hacia la destitución de un gobernante corrupto; las manifestaciones del MPL son pacíficas sí, pero se colocan como punta de lanza para sensibilizar a amplios sectores de la población brasileña. Más allá de esto, extrapolan los límites del control institucional, país o Estado; independientemente del partido que lo ocupe, no podrá atender a su reivindicación, porque esto no se trata sólo “de voluntad política”, y sí de un total desinterés económico de la burguesía que controla el sector. Por eso necesitan ser reprimidas. Ejemplarmente.
La razón inicial de las revueltas contra las consecuencias específicas del neoliberalismo sea en Brasil, en Chile, Argentina, Turquía, Portugal, España, Grecia, agregadas la particularidades de Oriente Medio, funciona como elemento canalizador para las más amplias insatisfacciones populares con el sistema. Sólo en esta dimensión, las causas que defienden son difusas. Porque, en verdad, todas se originan del mismo problema: el agotamiento de las posibilidades civilizatorias del capital. Pero es preciso que comprendan eso, que establezcan esa relación. Y, si en Brasil, el proceso es crónico, en todo el planeta la “democracia neoliberal” es más abstracta que nunca, pues cualquier reivindicación popular tiene chances mínimas de ser atendida. El sistema cada vez más tendrá que mantener su orden por la fuerza y por la militarización.
Así como en varias otras partes del mundo, aquí también la juventud viene tomando la delantera de los enfrentamientos anti-sistémicos. Pero esa forma de organización, pautada por acciones consideradas espontáneas y voluntaristas, hiere los principios organizativos tradicionalmente concebidos. De hecho, la lucha por la liberación de la catraca puede no ser inmediatamente revolucionaria, ni surgir como causa central de clase. Pero, en el actual período histórico, las causas más inmediatas adquieren fuerza dado el descontento latente que comienza a explotar. Tales causas, por lo tanto, pueden y deben representarla en su actualidad compleja y adversa, expresando e impulsando, por vías alternativas, el sentido actual de la lucha de clases.
La lucha por la Tarifa Cero está en el mismo nivel de las luchas contra los crímenes sociales y ambientales de la Copa, del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), del agro y del hidro-negocio, de la minería, de la privatización silenciosa de la universidad pública, de la indigencia de la educación pública del país en todos los niveles, de los sucesivos golpes desatados contra los trabajadores –formales e informales- de todos los sectores productivos e improductivos del país. Para mantener viva su causa y su poder de movilización debe solidarizarse con la lucha de los huelguistas de Belo Monte, de la lucha casi siempre solitaria de los terenas, de los guaraní-kayowáas, de los quilombolas, de los sin-tierra y de los sin-techo, de los afectados por la empresa Vale, de la lucha contra el flagelo del tráfico humano, de la prostitución y del trabajo infantil, de toda y cualquier dimensión tangible por la desigualdad sustantiva y por la lógica destructiva de sobra reproducida por el mundo del capital.
Como fue señalado, hay potencial en estas manifestaciones que suceden en el Brasil actual desde que asuman claramente su papel político en el interior de la lucha de clases. La recusa de esto podrá imponerle el vaciamiento y costarle la libertad de contribuir con los caminos difíciles de la emancipación. Más allá de eso, pongo aquí el desafío y la imperiosa necesidad de los luchadores sociales del país de apoyar la praxis del MPL en las calles. De confirmar allí la pertinencia, las críticas y las necesidades sociales de sus propias causas. Es ahí que el frente amplio debe ser consolidado. Con la palabra de los más significativos movimientos organizados del país: Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST); Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST); Movimiento de los Afectados por Barragens (MAB); Movimiento de los Trabajadores Desempleado (MTD); sindicatos, centrales combativas y partidos políticos empeñados en la lucha por la transformación social radical.
Traducción del portugués: Raúl Perea
* El fenómeno no es exactamente nuevo. Se escuchó hablar de esas manifestaciones fomentadas por estudiantes secundarios y universitarios hace ya algunos años. “El MPL fue bautizado en el Plenario Nacional por el Pase Libre, en enero de 2005, en Porto Alegre. Pero antes de esto, hace seis años, ya existía la campaña por el Pase Libre en Florianópolis. Hechos históricos importantes en el origen y en la actuación del MPL son la Revuelta de Buzu (Salvador, 2003) y las Revueltas de la Catraca (Florianópolis, 2004 y 2005). En 2006 el MPL realizó su 3º Encuentro Nacional, con la participación de más de 10 ciudades brasileñas, en la Escuela Nacional Florestan Fernandes, del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra).” http://tarifazero.org/mpl/