Ciertamente, la labor profesional de Luis Vitale (1927-2010) se definió por su actividad como investigador, escritor y docente. A este historiador argentino- chileno cabe presentarlo, si bien su producción ensayística como su compromiso militante e intelectual con el trotskismo y el feminismo dan créditos de su frondosa trayectoria. Como era su costumbre participó con intensidad en diversos frentes obreros de la región sur. Además, fue autor de innumerables investigaciones en torno a los movimientos obreros, campesinos, estudiantiles, de las mujeres, al marxismo crítico en América Latina y el Caribe. También, se dedicó a la docencia universitaria en Chile, Venezuela, Alemania y Argentina. Tras la horrenda dictadura militar de Augusto Pinochet, en 1973, fue detenido y torturado en campos de concentración. Un año más tarde, se asiló en Hamburgo y tiempo después en Caracas.
Hacia 1986 se instaló, de manera provisoria, en la ciudad de Buenos Aires. Durante los febriles ochentas, Vitale se abocó de lleno a investigar y a escribir sobre el feminismo pero también a activar junto con figuras del movimiento: Mirta Henault, Isabel Larguía y Dora Coledesky. Los primeros grupos y espacios feministas se estaban multiplicando en esas avenidas porteñasque se abrían con la transición democrática y con el clima de las urgencias para reencauzar las instituciones y, a la vez, las demandas de un nuevo compromiso social. Aún, a las feministas les resultaba extraño el interés por parte de un varón a la causa. El expreso deseo de este historiador de abogar por las reivindicaciones de las mujeres estuvo motivado por la estrecha afinidad que mantuvo con las chilenas, argentinas, uruguayas y brasileñas en su prolongado y forzado exilio. Este fue un destino compartido por toda una generación del continente comprometida con los procesos revolucionarios del cono sur. Por cierto, su condición de refugiado provocó fisuras importantes en su concepción del mundo y de la política, como a tantísimos militantes de diferentes estirpes. De esta manera, se familiarizó con las lecturas feministas en países del Norte donde los movimientos disponían de una reputación ascendente. Además esas experiencias lo habilitaron para reflexionar y evaluar sobre sus prácticas políticas anteriores como para dialogar con agrupaciones afines y con otros movimientos.
Pese a ello, Vitale fue un visionario: a partir de 1959 comenzó a registrar un caudal de luchas de mujeres en el continente. Las razones que lo encaminaron a franquear esas puertas se desconocen. Hacia 1981, con una mirada no sexista de la historiografía, redactó un primer borrador. Luego de discutirlo con feministas europeas y latinoamericanas en Barcelona, lanzó su primer ensayo Historia y sociología de la mujer latinoamericana, publicado por la editorial Fontamara. Seguidamente, nuevos estudios llevados a cabo en Cuba, República Dominicana, Venezuela, Colombia, México lo motivaron a editar, en Buenos Aires, La mitad invisible de la Historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana (Vitale, 1987). En palabras de Dora Barrancos: “En esos años vieron la luz aportes de un mayor aliento historiográfico. El primero de ellos no estaba sólo referido a las mujeres en la Argentina sino en América Latina y se debió a Luis Vitale” (Barrancos, 2006).
En simultáneo, colaboró en distintos medios gráficos que surgían en esa etapa entusiasta por alcanzar lo posible y más también. Así, intervino con numerosos artículos en el Suplemento “La Mujer”, bajo la dirección de la editora y escritora María Moreno, del diario Tiempo Argentino. También en la revista Todo es Historia. A la vez, entre 1984 a 1986, participó en los debates de la revista Praxis, co-dirigida por el historiador-archivista Horacio Tarcus.
Una vez más, el pensamiento clasificador de Vitale procedió a su incesante trabajo de ordenación. Sus textos entrarían en la categoría ensayos políticos historiográficos con un intento por recuperar la memoria de un pasado feminista cuyas disputas al régimen ayudarían, por cierto, a rescatar lo recorrido.
Con la retirada de la dictadura militar después de la derrota de la guerra de las Malvinas, en Buenos Aires, surgió un periodismo ensayístico y de investigación de reveladora importancia para las décadas posteriores. Tal fue el caso de la revista Todo es Historia con su emblemático N° 183, agosto de 1982, dedicado por entero a la mujer en la vida argentina. También los trabajos de María del Carmen Feijoó (Las feministas, 1982); de Leonor Calvera ( El género mujer, 1982); de Mirta Henault (Alicia Moreau de Justo,1983); de Estela Dos Santos (Las mujeres peronistas, 1983);de RicardoRodríguez Molas (Divorcio y familia tradicional, 1984);de Lily Soza de Newton (Diccionario biográfico de mujeres argentinas, 1986); de Ezequiel AnderEgg (La mujer irrumpe en la Historia, 1987), deNéstor Tomás Auza (Periodismo y feminismo en la Argentina. 1830-1930, 1988) entre otros tantos (Barrancos, 2006).
Interpelar a dos puntas
Sin equívoco alguno, los ensayos de Luis Vitale reclamaban por un lado, a las corrientes marxistas y, por el otro, al feminismo hegemónico. A los camaradas de izquierdas les advertía la ausencia de un enfoque antipatriarcal a la hora de impugnar el orden capitalista. Por esta razón, recalcaba la indiferencia y desconocimiento de la subordinación de las mujeres que, de acuerdo a su visión, estaban al mismo nivel que con la clase trabajadora. En efecto, desde años anteriores, este historiador comprendía que ellas no eran consideradas parte de la historia y esa concepción androcéntrica dejaba fuera a la mitad de la población. Así, en un documento “Concepción de Partido” editado por la revista Transformaciones, de 1987, apuntaba en esa dirección:
“Un partido antiimperialista, anticapitalista debe expresar los intereses específicos de la mitad de la población oprimida, es decir, la mujer. La opresión que sufre este sector no sólo es el resultado de la dominación de clase sino también de la existencia del patriarcado, adoptando nuevas formas bajo el sistema capitalista, y supervive en el llamado socialismo real. Por consiguiente, no basta con liquidar el régimen burgués de dominación de clase sino que también es necesario terminar con el patriarcado para alcanzar una sociedad donde todos los seres humanos sean iguales, sin discriminación de sexo”.
Mientras su ojo atento hurgaba en la vida interior de esas estructuras para denunciar que
“en las células o núcleos se reproduce la misma forma de dominación machista, autoritaria y represiva, que en la sociedad global: los hombres dirigen y teorizan, las mujeres hacen de secretarias, servidoras de café y organizadoras de fiestas para recolectar fondos destinados a la agrupación. Los dirigentes de los comités centrales, temerosos de perder votos, no quieren que se les mencione la posibilidad de hacer una campaña por el derecho al aborto, a pesar de estar informados que encada uno de nuestros países entre medio y un millón de mujeres practican anualmente el aborto ilegal, con todos sus riesgos fatales”.
La activista feminista Paula Lo Cane1 se pregunta si las inquietudes de Vitale tuvieron recepción por fuera del feminismo. Es decir, si sus planteos a la izquierda ortodoxa fueron leídos hacia adentro (siempre una ocurrencia aparecía silenciada por la cantilena de “las prioridades”) y también si provocó altercados tormentosos. Cabría pensar que su condición masculina favoreció la escucha de otros compañeros. Aunque, un sinnúmero de interrogantesalientan a suponer que su legitimidad como varón con discurso feminista tambaleó frente a sus pares. Quizás, sería una voz solitaria que de tanto en tanto emergía como un soplo de aire fresco. Al menos en Argentina, Vitale no tuvo incidencia sobre el militantismo de izquierdas para reflexionar provocadoramente en ese cruce entre trama política y cuerpos que se dejaba interrogar por el feminismo naciente. Hasta el momento nadie escribió párrafo alguno.2 Al respecto, él decía:
“Manuel Agustín Aguirre, el que suscribe y otros, hemos intentado hacer algunas contribuciones sobre el tema, tratando de señalar la especificidad de las luchas de la mujer latinoamericana: su etnia indígena y negra, su condición de clase, su sobrecarga de trabajo hogareño y el especial machismo que soportan, sin demasiados resultados” (Vitale, 1983).
En palabras de Omar Acha:
“Vitale asumió, por un lado, conceptos muy tradicionales de la historiografía marxista, como el proyecto de una historia ‘universal’, el tema de los ‘modos de producción’, el dependentismo, y por otro lado algunos muy novedosos, e incluso anticipatorios, entre los que se observan la dimensión étnica, la vida cotidiana y la historia de las mujeres. Se reprocha, no sin razón, que la historiografía de izquierdas fue muchas veces unilateral en sus preocupaciones. Entonces emerge la peculiaridad de Vitale: una propuesta historiográfica que a primera vista es un tanto ‘clásica’ en la línea de la “historia contributiva’ (visibilizar el lugar de las mujeres en la historia, ‘completar’ lo que hasta entonces había sido parcial) que, aunque es por supuesto una tarea importante, usualmente suele tener una eficacia muy limitada en la manera de hacer historia, es complejizada por las cuestiones introducidas y por sus advertencias contra los diversos ‘centrismos’patriarcales, andros, euros, lo que de conjunto involucra una lucidez de crítica epistemológica más sofisticada”.3
En cuanto al feminismo blanco, universitario, de sectores medios y urbanos lo instaba a identificarse con las especificidades de nuestro continente indo-afro-latino. Vitale, en la publicación citada manifestaba lo siguiente:
“Etnia-clase-sexo-colonialismo constituyen en América Latina partes interrelacionadas de una totalidad dependiente que no puede escindirse, a riesgo de parcelar el conocimiento de la realidad y la praxis social, como si por ejemplo las luchas de la mujer por su emancipación estuvieran desligadas del movimiento ecologista, indígena, clasista y antimperialista”(Vitale, 1987).
De acuerdo a su mirada, los aportes novedosos que se estaban presentando en el interior de las huestes feministas habían sido realizados por las propias latinoamericanas, lo cual constituía una clara renovación de dicho pensamiento. Y para que no quedasen dudas, lanzaba un listado de activistas regionales de notable prestigio: Giovanna Machado en Venezuela, Mirta Henault, Elena Gil e Isabel Larguía en Argentina, Lourdes Arispe en México, Margaret Randall, Viezzer Domitila en Bolivia, la revista Famde Ecuador. Todas ellas representaban muestras elocuentes de una teoría que se estaba desplegando con sus propias fuerzas. De alguna manera, se abría una hendija para examinar cómo diferentes categorías -raza, etnicidad, género, religión, nacionalidad, orientación sexual, edad, clase, discapacidad-, construidas social y culturalmente, interactúan en múltiples y, con frecuencia, simultáneos niveles, contribuyendo con ello a consolidar un régimen desigual y opresivo. Luego, estas distinciones no actúan de modo independiente unas de las otras; por el contrario, se interrelacionan en formas de discriminación múltiples.
En la visión de Vitale primaba la noción “mujer” como un sujeto universal y transhistórico, propio del modelo blanco y heterosexual que se había inscripto como una matriz en las corrientes feministas de ese entonces. Por ejemplo, en 1984, se crearon los primeros Seminarios de Posgrado en Estudios de la Mujer en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Esta iniciativa fue llevada a cabo por integrantes del Centro de Estudios de la Mujer (CEM), que más tarde abrió la Carrera Interdisciplinaria en Estudios de la Mujer en dicha facultad. Tres años después,se organizó la Subsecretaría Nacional de la Mujer. Por lo tanto,el clima culturalde los años ochentaprescindía de todo tipo de pluralidadesen el vocabulario político. Pese a ello, la cuestión diversa de nuestro continente se había presentado en los debates políticos a partir del I Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en Bogotá, en 1982.
Se podría decir, sin duda alguna, que este historiador anticipó la teoría de la interseccionalidad o discriminación interseccional4 en el Río de la Plata. Tal corriente se encontraba en pleno florecimiento en el Norte como parte de la crítica del feminismo radical al feminismo blanco y heterosexual inscripto en las coordenadas culturales de Occidente. En efecto, desde discursos coloniales este último asumía la representación del movimiento como un todo sin reconocer la diversidad dentro de la diversidad. En esa misma línea, la investigadora dominicanaRosa Curiel Pichardo polemiza acerca del sujeto homogéneo del feminismo:
“Desde un cuestionamiento a la categoría «mujeres» por su pretensión universal las afrodescendientes o mujeres negras han hecho aportes significativos relacionando categorías como la ‘raza’ al sexo/género demostrando cómo el patriarcado tiene efectos diferentes en las mujeres cuando estas categorías les atraviesan” (Curiel Pichardo, 2009).
Hasta entonces el feminismo heterosexual e institucionalizado centraba su interés exclusivamente en torno a las desigualdades entre varones y mujeres. Ahora bien, al desconocer las diferencias entre las propias mujeres, se silenció otras relacionadas a la raza, clase, orientación sexual y etnia. De esta manera, sus estudios y postulados no eran aplicables a todas las demás.
A partir de los años 80 se empezó a gestar lo que hoy se conoce como “feminismo periférico” o “feminismo de frontera”.Como expresión del pensamiento crítico latinoamericano, este feminismo contrahegemónico y de resistencia contra las prácticas de opresión, incorporó nuevas realidades de mujeres afroamericanas, afrolatinas, caribeñas, indígenas, campesinas, lesbianas y del “tercer mundo” para pensar y actuar feminismos situados en el capitalismo globalizado. Además, las condiciones materiales y simbólicas en que se presentaba el racismo, el heterosexismo y la pobreza. Frente al etnocentrismo del feminismo occidental dominante, las voces y las experiencias de mujeres excluidas empujaron desde varios frentes para que el proyecto intelectual y político del feminismo se descolonialice, se democratice. Había un objetivo de crear las alianzas necesarias que apoyen procesos transformadores para las mujeres y hombres de las comunidades empobrecidas y minusvaloradas (Cejas, 2011).
En esos momentos, todavía la elaboración teórica de nuestro presente se encontraba en un punto de partida, por lo tanto, los trabajos de Vitale adquieren una trascendencia y un arrojo elocuente. Por esta razón, las categorías sexo-clase- etnia- colonialismo- constituyeron esferas claves de su producción abierta y en permanente enriquecimiento. Por ejemplo, el propio autor en el prólogo de su libro La mitad invisible de la Historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana, en1987, cuestionaba duramente la visión etnocentrista en cuanto a la historiografía feminista latinoamericana.
Cabalgando entre la redistribución material e injusticia que hacen de las diferencias desigualdades –cuestiones que no son instancias independientes del proceso de marginación y subalternidad– Vitale intentó, por un lado, diseñar iniciativas superadoras del pensamiento y prácticas clásicas de las izquierdas partidarias. Por el otro, mostró la historia relegada de una parte del feminismo de nuestro continente. En palabras de Ochy Curiel “se cuenta una otra historia que ha sido invisibilizada, a través de los tiempos, invisibilización que ha estado ligada a procesos de colonización y colonialidad histórica, que ha traspasado tanto las teorías como las prácticas políticas” (Curiel Pichardo, 2009; ver también Expósito Molina, 2012). Justamente, Vitale pujó por abrirse a nuevas cuestiones vinculadas a sectores y a colectivos omitidos y silenciados en la agenda de las “que tienen derecho a tener derechos” en el feminismo de ese presente en América Latina y el Caribe.
Bibliografía
Crenshaw, Kimberle,“Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color”. En: Crenshaw, K. / Cotanda, N. / Peller, C. / Thomas K. (eds.). Critical Race Theory.The Key Writings that Formed the Movement. Nueva York: The New Press, 1995 [publicado previamente en Stanford Law Review 43/6 (1991)].
Expósito Molina, Carmen, “¿Qué es eso de la interseccionalidad? Aproximación al tratamiento de la diversidad desde la perspectiva de género en España”. En: Investigaciones Feministas 3 (2012).
Curiel Pichardo / Ynés, Rosa (Ochy),“Descolonizando el Feminismo: Una perspectiva desde América Latina y el Caribe”. En: Primer Coloquio Latinoamericano sobre Praxis y Pensamiento Feminista. Buenos Aires, junio de 2009.
Vitale, Luis,“El marxismo latinoamericano ante dos desafíos: feminismo y crisis ecológica”. En: Nueva Sociedad 66 (mayo-junio de 1983).
–, La mitad invisible de la Historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana. Buenos Aires: Sudamericana/Planeta, 1987.
4 El concepto de interseccionalidad es acuñado por KimberleCrenshaw(1995). Luego, lo introduce en 2001, en la Conferencia Mundial contra el Racismo en Sudáfrica. Crenshaw consideró que había categorías como la raza y el género que interseccionaban e influían en la vida de las personas. Para ella el racismo no tenía los mismos efectos sobre los hombres que sobre las mujeres negras y tampoco éstas no vivían las consecuencias del sexismo de igual forma que las mujeres blancas. Partía de una estructura primaria donde interseccionaban a parte de la raza y el género la clase social, a la que se añadían otras desigualdades como la condición de mujeres inmigrantes. Para Crenshaw no se trataba de una suma de desigualdades, sino que cada una de éstas interseccionaban de forma diferente en cada situación personal y grupo social mostrando estructuras de poder existentes en el seno de la sociedad.Ver Molina (2012: 210).