23/12/2024
Por Logiudice Edgardo , ,
Milan, 2006. Edizioni Punto Rosso, 168 páginas
El valor de los opuestos
Palabras como dialéctica, o como comunismo, parecen producir más escozor que otras como marxismo, o socialismo.
Memoria y futuro parecen ser opuestos: en realidad lógicamente lo son. Conforme a una lógica.
Capitalismo y comunismo, también.
Como se ve, el título del trabajo que nos ocupa es una dupla de opuestos. De acuerdo a una lógica.
Motivos, no razones, hay de sobra para que esa picazón llegue a producir incluso hasta otra presunta oposición entre "dialéctica-comunismo" y "marxismo-socialismo". Si bien es cierto que este último par ha perdido también bastante encanto, no ha alcanzado el grado de desprecio intelectual de que es acreedor el primero.
El primer par desaparece de la historia, se pretende que no tenga lugar en la memoria. El segundo toma su lugar como lo viejo, por lo cual pierde todo rumbo de futuro. Ninguno de los dos tiene lugar en el presente. Un presente en que no hay memoria ni futuro. Se pierde así, nada menos que un siglo, por corto que haya sido, de historia. Para algunos, nuestra historia. Junto con la historia se pierde la mínima perspectiva de un futuro que no sea, paradójicamente, una avidez de innovación que, insaciable, se devora a sí misma. La innovación, por efímera, deja de ser novedad. Se hace aburrida, sin más sentido que el de ser consumida aun antes de florar. El tiempo se consuma y se consume, en el presente. La historia se convierte, otra vez, en un cuento, o peor aun (porque el cuento es una creación literaria) en un rosario de anécdotas para ser consumido en el verano. Eso sí, en grandes tirajes. La "alta" cultura ya no regala nada: vende; y compra sólo el que puede comprar. El laboratorio de re-elaboración que era la cultura "popular", despojado de la memoria merced a una sistemática intoxicación masmediática, debe conformarse con los desechos de la gran comilona consumista. Así su pasado se empobrece y lo que queda no alcanza para programar lo por venir. Su veta creadora se ve constreñida a reciclar lo que queda. A veces parece ser cierto aquéllo que dice Capella: "Si los [marginados] de nuestro tiempo - hambrientos subsaharianos, emigrantes, niños explotados…- no llegan a rebelarse es porque necesitan toda su energía para sobrevivir."
Lo viejo y lo nuevo se distinguen tan poco que es difícil entrever una resolución. Si la tesis y la antítesis no se distinguen, mal se puede avisorar la síntesis, ni revolucionaria ni conservadora. Tal parece que, si no hay proceso (histórico) no puede haber programa (futuro). Así existe un cierto estado de vida que comprende un tal pensamiento, para una buena parte de los mortales. No es extraño, entonces, que algunos de ellos vuelvan a los dioses, que al menos son inmortales. No se trata de justificar el terror, sino al contrario, pero es más o menos comprensible que alguien que no puede esperar nada en la tierra (ni siquiera el futuro en su descendencia) lo busque en un supuesto más allá. Así lo entiende nuestro autor. Es que el pasado no desaparece. Lo viejo no desaparece nunca del todo, pero sólo lo nuevo lo puede trans-formar, sin dejarlo en el limbo (que este Papa ha derogado) aburrido, fácilmente presa de la barbarie. Como lo es, también el limbo del consumismo. Las pasteras que degradan el ambiente inducen a severas protestas por sus resultados (a ello aluden ideológicamente con razón) pero no conducen a la necesaria limitación del consumo indiscriminado de papel para la publicidad consumista (ello se elude ideológicamente, sin razón): el "mercado" exige que los paquetes sean más importantes que los contenidos; que, además; las publicaciones llenen sus páginas de publicidad; que toneladas de volantes ensucien la ciudad. El "derrame" de este modelo consiste en el reciclado que comienza todos los días, al caer la tarde, con la nueva tracción a sangre (humana) de los "cartoneros". El resultado de la razón simple del cálculo del beneficio impone la irracionalidad de un consumo estéril, cuya desaparición en lo inmediato sólo generaría más desocupación, ya que el cartonero no lo es del todo. La consigna podría ser: "consumamos papel para mantener las estadísticas del INDEC".
No poder distinguir lo distinto, obnubila al punto de no discernir lo opuesto: todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro, que un gran profesor… La dialéctica es la lógica de los opuestos, que comprende los distintos que también se oponen. La dialéctica es la lógica del cambio, de la transformación, de cómo lo viejo es materia de lo nuevo y de cómo lo nuevo no es sino un resultado de lo proyectado, programado, imaginado.
La paradójica indistinción del presente asfixia los intentos de programas políticos. No ya de las largas y tediosas "sábanas" con casuísticas enumeraciones de "por" y "contra", sino de mínimos deseos compartidos. No hay programas políticos, ni de derecha ni de izquierda. El mentado "centro" no es otra cosa que ese limbo aburrido que, en la práctica es lo viejo ni siquiera maquillado sino sucio, desteñido. Lo viejo, al menos, conserva el encanto de su momento e esplendor, como cierta arquitectura aristocrática.
Memoria y programa
Estás desorientado y no sabés que trole hay que tomar….
El capitalismo mismo, existe distinto, tanto como el comunismo, malgrado la palabra (que, en todo caso, no tiene mayor importancia). El asunto es que él también exista, distinto. El capitalismo ha existido tanto en el comunismo que este último no fue más que capitalismo de estado. En la oposición (antagónica) siguió primando (dominando) lo viejo, pero no gratis. El proyecto comunista dejó su impronta en las trans-formaciones del capitalismo. Lo nuevo imaginado cambió las formas de lo viejo.
Nuestro problema es que lo nuevo imaginado no ha tomado aun otra forma. Tampoco hay certeza de que la tome, pero vale la pena agotar el intento, cuando de no ser así el destino podría ser ya no la barbarie, sino la extinción violenta de la especie humana.
Vale la pena, entonces, hacer memoria, del viejo capitalismo y del viejo comunismo, para redefinirlos y repensarlos, en su unidad de opuestos, antagónicos; vale la pena hacer memoria del futuro, con la herramienta teórica de la dialéctica, como lo hace Giuseppe Prestipino.
Memoria de: los nudos irresueltos de la teoría y de las barbaridades cometidas.
Historia de: todas las transformaciones.
Hipótesis de: otra historia futura.
Voluntad de: acción transitiva.
De este modo, pensar los peligros más graves sería hoy una revolución permanente, porque la violencia general es permanente. La violencia contra la naturaleza y contra el hombre que es parte de ella. Una no-violencia, no gandhiana sino activa, permanente, sería el punto más vasto de acción colectiva pero no por ello abstracto, porque la violencia a la que se opondría es bien concreta. El violento agotamiento extremo de la naturaleza, en cuya oposición no nos transformaríamos en verdes rosaditos ni en conservadores, sino en los comunistas de los bienes comunes: el agua, la tierra, el aire, el saber, la vida. La violencia de la guerra que conforma el nuevo imperialismo tecnócrata-militar. La violencia de la apropiación verdaderamente piratesca del saber, de la ciencia, acorazada tras las "licencias farmacéuticas" y los "científicos-empresarios". La violencia de la pobreza, que comprende aun el papel central del productor, ahora expropiado también de su inteligencia. La violencia del no-derecho, de la no-normatividad, la no-política, la no-ética.
El autor no lo dice, lo digo yo, la violencia de la no-filosofía, de la irreflexión o la reflexión baladí, sin historia. La violencia de los intelectuales "de dentro de Palacio", en la metáfora de Pasolini. De aquéllos que, dice Juan Ramón Capella, pueden "vivir ‘en Palacio’ porque es posible vivir muy bien sin ideales".
El comunismo al que nos invita a re-pensar Prestipino es el de los bienes comunes, cuyo futuro opera hoy, no en un mañana prometido, como ideal presente con otros nombres, en la reivindicación de lo público no necesariamente estatal. Lo público-estatal del Estado-nación va siendo lo viejo, como lo va siendo el individuo burgués propietario privado. Ni el aire ni el agua pueden ser privados, como tampoco pueden ser hoy estatales, no tienen fronteras. Hay bienes que no pueden ser ya sino comunes.
Después de todo parece que no se puede vivir tan bien sin ideales.
Abril 2007.