23/11/2024
El texto que a continuación reproducimos es un adelanto del libro (en preparación) El País de los Sóviets (1917-1924), volumen 2 de Actualidad de la Revolución y Socialismo (el volumen 1 fue Rusia 1917- Vertientes y Afluentes. Buenos Aires: Herramienta, 2021).
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El primer decreto del poder soviético, en octubre de 1917, tendía a poner fin a la Guerra imperialista que desangraba a los pueblos de Europa desde 1914. Lograrlo no fue sencillo, como bien ilustra el texto que a continuación publicamos.
Los gobiernos de los Estados Aliados (fundamentalmente Francia e Inglaterra) no aceptaron siquiera sentarse a discutir el asunto. Las Potencias Centrales (fundamentalmente Alemania y Austria) aceptaron concertar un armisticio con Rusia e iniciar negociaciones en la ocupada ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk, pero en un segundo momento reanudaron la guerra lanzando una arrolladora ofensiva para imponer leoninas condiciones que Rusia en primera instancia rechazó pero casi inmediatamente se vio obligada a aceptar, quedando consignadas en el denominado Tratado de Brest-Litovsk.
La aceptación de las condiciones del Tratado fue decidida por el Consejo de Comisarios del Pueblo el 3 de marzo de 1918, ratificada después de una dura discusión por el Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia el 8, por el Comité Ejecutivo Central de los Sóviets el 18 y finalmente por el IV Congreso de los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos de Toda Rusia el 15 de abril.
El costo inmediato de esta derrota parcial fue brutal en términos económico-sociales. Sus consecuencias políticas fueron contradictorias: se rompió el gobierno de coalición Bolchevique-PSR de Izquierda y el mismo PC estuvo al borde de la división, pero permitió la subsistencia de poder soviético y ganar un tiempo precioso para la organización del Ejército Rojo hasta que la modificación de la relación de fuerzas en noviembre de ese mismo año permitió declarar nulo el Tratado. Hubo también consecuencias imprevistas que sólo con el paso del tiempo se harían evidentes.
En la Historia de la Revolución Rusa se describe -utilizando citas del respectivo decreto- lo resuelto por el II Congreso de los Sóviets de Obreros y Soldados de Toda Rusia para encarar la lucha “para una paz justa y democrática”:
El gobierno obrero y campesino, creado por la revolución del 24 y 25 de octubre y apoyado en los Sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos, propone a todos los pueblos beligerantes y a sus gobiernos el inicio inmediato de las negociaciones para una paz justa y democrática”. Hay unas cláusulas que rechazan toda anexión o contribución. […] Lenin argumenta resueltamente y hasta con vehemencia contra la propuesta de presentar las cláusulas de paz como ultimátum […] no decimos que únicamente el día del levantamiento de los obreros europeos podrá fijar la fecha de la firma del tratado de paz. También es posible que la burguesía, asustada ante la insurrección inminente de los oprimidos, se apresure a concluir la paz. No se pueden determinar las distintas posibilidades. Y tampoco prever las formas concretas bajo las cuales se pueden presentar. Es importante e indispensable fijar el método de lucha, idéntico en principio tanto en la política exterior como en la política interior. La unión de los oprimidos en todas partes y lugares, ése es nuestro camino (Trotsky, 2016: 1031, 1044).
Sin perder tiempo, el 7 de noviembre (20 en el calendario occidental), el gobierno soviético dirigió por radio a todos los gobiernos y pueblos de los países involucrados un formal y público llamando a poner fin a la guerra. Y se ordenó al Estado Mayor del ejército “la iniciación inmediata de negociaciones de tregua con todos los países beligerantes y nosotros” (dos días después fue destituido el Comandante en Jefe del Ejército por incumplir la orden: ¡el general Dujonin fue reemplazado por el alférez Krilenko!).
El llamado obtuvo un inmenso apoyo entre los trabajadores y soldados de las naciones beligerantes. Pero los gobiernos de Francia e Inglaterra respondieron que no tenían la menor intención de poner fin a la guerra y, por el contrario, exigían que Rusia mantuviera sus anteriores compromisos militares. En cuanto a las Potencias Centrales, estaban interesadas en apaciguar el frente oriental… para intensificar la guerra en el otro flanco. Esto planteaba interrogantes para los que no había respuestas certeras: ¿Podía terminarse con la guerra imperialista sin el concurso de nuevas revoluciones triunfantes? ¿Qué hacer estas si estas se demoraban? ¿Se podía o debía comenzar a discutir la cuestión de la paz con uno de los bandos, cuando el otro se negaba de plano? ¿Cómo negociar con Alemania y Austria sin dejar de impulsar la revolución obrera en dichos países? ¿Cómo desmontar la maniobra de Alemania, que pretendía apartar a Rusia de la contienda manteniendo control sobre los territorios ocupados y el Golfo de Finlandia? Sin olvidar que el imperialismo alemán, mientras conversaba con los soviéticos, no renunciaba a liquidarlos. El “negociador” general Hoffman escribió en una carta personal:
No hay otro camino, pues de otra forma, estas bestias aniquilarán a los ucranianos, los fineses y los baltos, luego reclutarán a la callada un nuevo ejército revolucionario y convertirán al resto de Europa en una pocilga [...] toda Rusia no es más que un montón de gusanos, una miserable masa pululante (Carta de Hoffman, cit. en Fizpatrick, 2015: 96).
En un lapso de tiempo relativamente corto (tres meses) las tratativas atravesaron momentos muy diversos. El 13 de noviembre se acordó la tregua, el 20 se reunieron las partes en la ocupada localidad Bielorrusa de Brest-Litovsk,[1] dos días después se firmó el armisticio y el 9 de diciembre comienzan formalmente las negociaciones.
Rusia planteó condiciones[2] para el desarrollo de las negociaciones que, sorprendentemente, Alemania dijo aceptar. Aunque algunos (pocos) cuadros del partido rechazaban cualquier “tratativa con el imperialismo”, el auspicioso comienzo fue festejado en Petrogrado con una manifestación de masas contra la guerra y un desfile de 60.000 soldados y Guardias Rojos armados. El 14 de diciembre Alemania mostró su juego, reclamando la firma de un tratado de paz por separado con cláusulas anexionistas. La delegación soviética (encabezada por Yoffe) rechaza semejante planteo y se produce la primera suspensión de las conversaciones. Cabe destacar que la primera reacción de todos los dirigentes bolcheviques fue de absoluto rechazo a las pretensiones de Alemania.[3] Lenin consignó su opinión en un breve memorándum escrito el 18 de diciembre de 1917:
1. Propaganda redoblada contra el anexionismo de los alemanes. 2. Asignación de fondos adicionales para esta campaña. 3. Traslado de las negociaciones de paz a Estocolmo. 4. Proseguir las negociaciones de paz y contrarrestar su apresuramiento por los alemanes. 5. Intensificar las medidas de reorganización del ejército con reducción de sus efectivos y reforzamiento de su capacidad defensiva. 6. Medidas urgentes para la defensa frente a una ruptura hacia Petrogrado. 7. Propaganda y agitación por la necesidad de una guerra revolucionaria” (Lenin, 1985: T. 35: 191).
El 27 de diciembre / 9 de enero de 1918 se reanudan las conversaciones. La delegación soviética, encabezada ahora personalmente por Trotsky, tiene el mandato de alargar las conversaciones tanto como fuera posible y convertirlas en una formidable tribuna de propaganda y agitación en contra de la guerra y los imperialismos. Ante el estancamiento de las negociaciones y la creciente irritación del Estado Mayor Alemán, el 5 de enero, Trotsky es convocado por Lenin para rediscutir la táctica. (Ver anexo “El viraje de Lenin”)
Cuando se reanuda la negociación, el 18 de enero, Trotsky va con breves y ambiguas instrucciones: no invocar la guerra revolucionaria, aplazar por todos los medios la firma de cualquier tratado y aplicar en última instancia la controvertida fórmula que en términos telegráficos dice: “hacemos cesar la guerra sin concertar la paz y desmovilizamos el ejército […] 9 votos a favor, 7 votos en contra” (cf. Actas, 1972: 191). A favor de táctica tan arriesgada estaban las diferencias intestinas en las Potencias Centrales[4] y, sobre todo, el estallido de protestas populares en Europa. Como el mismo Lenin lo reconoció, introduciendo una enmienda en su anterior postura: “el comienzo de conflictos armados y callejeros en Berlín los días 18 y 20 de enero, obligó a reconocer como un hecho que la revolución en Alemania ha comenzado” y es posible entonces “demorar y prolongar las negociaciones de paz por un cierto tiempo” (Lenin, 1960 T. 26: 430-431).
Pero las protestas fueron sofocadas, en Alemania se impuso el “ala dura”, la Rada Ucraniana acordó con ellos y, por orden directa de Guillermo II, Kühlman presentó un ultimátum al que Trotsky respondió el 28 de enero (10 de febrero en el calendario occidental) declarando: “Rusia, al mismo tiempo que se niega a firmar una paz con anexiones, declara el fin de la guerra”. Horas después, repuesto de la sorpresa, el general Hoffman anunció que en una semana reanudarían las hostilidades.
La delegación soviética llegó a Petrogrado el 31 de enero. Dio un extenso informe a las fracciones de bolcheviques y socialistas revolucionarios de izquierda en el CEC y, al día siguiente (que, con el cambio de calendario, pasó a ser 14 de febrero) al pleno del CEC. La ofensiva alemana se lanzó el 17 y, como previera Lenin, avanzó sin encontrar resistencia. En la noche del 18/19 Lenin y Trotsky envían un telegrama anunciando que Rusia estaba dispuesta a aceptar las condiciones que fijara Alemania. Simultáneamente, ante la extrema gravedad de la situación, el Sovnarkom designó un Comité Ejecutivo Provisional integrado por Lenin, Trotsky, Stalin y los eseristas de izquierda Karelin y Proshian. En la noche del 21/22 el plenario del CEC convocó a respaldar los esfuerzos de paz del gobierno y a movilizarse “en defensa de la revolución y la Patria socialista”.
Sin detener la ofensiva, Alemania comunicó el 23 de febrero sus nuevas exigencias, mucho más duras.[5] Dado que una vez más, la mayoría se resistía a aceptarlas, Lenin amenazó con renunciar al Comité Central y retirarse del gobierno, en una reunión dramática que las Actas registraron telegráficamente: “[Lenin advirtió que] ya no había tiempo para ‘la política de las bellas frases revolucionarias’ [...]. Para la guerra revolucionaria necesitamos un ejército, y ese ejército no existe. Esto quiere decir que debemos aceptar las condiciones” (Actas, 1972: 231). Trotsky dijo que no estaba convencido por los argumentos de Lenin, pero que sin él sería imposible implementar otra política, por lo que se abstuvo y posibilitó que la posición de Lenin fuera aprobada con 6 votos a favor, 3 votos en contra y 3 abstenciones. “Sobre la necesidad de firmar la paz” Lenin escribe:
[…] en este momento no podemos combatir, puesto que el ejército está contra la guerra, puesto que el ejército no puede combatir. […] No hay que entregarse al verbalismo sobre la insurrección armada contra los alemanes ahora mismo, sino a un trabajo sistemático, serio, a un trabajo sin pausa para preparar la guerra revolucionaria, para forjar la disciplina, el ejército, para instaurar la normalidad en los ferrocarriles y en el abastecimiento. Tal es el punto de vista de la mayoría del CEC, incluidos Lenin (y la mayoría del CC bolchevique) y Spiridonova y Malkin (la minoría del CC eserista de izquierda) (Lenin, 1985 T. 35: 399).
La decisión aparejó la renuncia de varios miembros del CC y del Sovnarkom (Bujarin entre ellos). También Trotsky dejó el Comisariado de Relaciones Exteriores, pero aceptó a pedido de Lenin que su dimisión se mantuviera en reserva.[6] Para evitar una escisión se remitió la decisión final al congreso del partido, reconociendo a los opositores plena libertad de crítica y agitación en contra de la ratificación del tratado. En el CEC la resolución de firmar la paz fue aprobada por 116 votos, contra 85 y 11 abstenciones (la mayor parte de la fracción “Comunistas de Izquierda” no participó en la votación) (ver Actas, 1972: 295).
El Tratado se firmó el 3 de marzo en Brest-Litovsk. La delegación soviética, encabezada ahora por Chicherin, se limitó a firmar el texto del Tratado impuesto por Alemania, negándose a discutir sus términos. No era un acuerdo, sino el reconocimiento de una momentánea derrota. Para el poder soviético significó perder el 44 % de la población, la cuarta parte del antiguo territorio, un tercio de las cosechas, el 80 % de las fábricas de azúcar, el 73 % de la producción de acero y de carbón…
El VII Congreso Extraordinario del partido se reunió el 6 y 7 de marzo y fue ciertamente “extraordinario”: la mitad del partido no envió representantes y sólo medio centenar de delegados tuvo derecho de voto. Pero nadie cuestionó su legitimidad y decisiones. Lenin logró que se ratificara la firma del Tratado: 30 votos a favor, 12 en contra y 4 abstenciones,[7] sin tratar de disimular la gravedad del golpe recibido, como bien ilustra la resolución adoptada:
El Congreso considera necesario ratificar el durísimo y humillantísimo tratado de paz firmado por el Poder soviético con Alemania en vista de que no tenemos ejército, en vista de que las unidades del frente, desmoralizadas, se hallan en un estado enfermizo extremo, en vista de que es necesario aprovechar cualquier posibilidad de tregua, por pequeña que sea, antes de la ofensiva del imperialismo contra la República Socialista Soviética. En el período actual de la incipiente era de la revolución socialista son históricamente inevitables las reiteradas ofensivas militares .de los Estados imperialistas (tanto desde el Oeste como desde el Este) contra la Rusia Soviética. La ineluctabilidad histórica de esas ofensivas, dada la actual exacerbación extrema de todas las relaciones internas del Estado, entre las clases y en la palestra internacional, puede conducir en cualquier momento; incluso en el más inmediato, en el curso de unos días, a nuevas guerras ofensivas imperialistas contra el movimiento socialista en general y contra la República Socialista Soviética de Rusia en particular. […] El Congreso considera que la garantía más firme del afianzamiento de la revolución socialista victoriosa en Rusia consiste únicamente en su transformación en revolución obrera internacional. El Congreso está seguro de que, desde el punto de vista de los intereses de la revolución mundial, el paso dado por el Poder soviético era inevitable y necesario teniendo en cuenta la actual correlación de fuerzas en la palestra mundial (Lenin, 1985 T 36: 39-40).
Otra decisión trascendente del Congreso fue la modificación del nombre y programa del partido:
El Congreso acuerda denominar en lo sucesivo a nuestro Partido (el Partido Obrero Socialdemócrata (bolchevique) de Rusia) Partido Comunista de Rusia, agregando entre paréntesis “bolchevique”. El Congreso acuerda modificar el programa de nuestro Partido, reelaborando su parte teórica o completándola con una definición del imperialismo y de la era, ya iniciada, de la revolución socialista internacional. Además, la modificación de la parte política de nuestro programa ha de consistir en una definición lo más exacta y circunstanciada posible del nuevo tipo de Estado, de la República de los Sóviets, como una forma de la dictadura del proletariado y como continuación de las conquistas de la revolución obrera internacional que inició la Comuna de París. El programa debe indicar que nuestro Partido no renunciará tampoco al aprovechamiento del parlamentarismo burgués si el curso de la lucha nos hace retroceder durante cierto tiempo a esta etapa histórica, rebasada ahora por nuestra revolución. Pero, en todo caso y cualesquiera que sean las circunstancias, el Partido luchará por la República Soviética como tipo superior del Estado, por su carácter democrático, y como forma de la dictadura del proletariado, del derrocamiento del yugo de los explotadores y del aplastamiento de su resistencia. En el mismo espíritu y en el mismo sentido deben ser reelaboradas la parte económica del programa, comprendida la agraria, así como la parte pedagógica y todas las demás (Lenin, 1985 T 36: 62)
Tanto o más importante que lo votado, fue el inusitado fortalecimiento del liderazgo de Lenin:
Muchos bolcheviques le reconocieron a Lenin el mérito de la visión profética que había demostrado al aceptar un tratado humillante con el que ganaría el tiempo que necesitaba y que después caería por su propio peso. Cuando los bolcheviques renunciaron al Tratado de Brest el 13 de noviembre de 1918, tras la capitulación de Alemania ante los Aliados occidentales, su prestigio dentro del movimiento bolchevique ascendió a cotas inauditas. Nunca antes había hecho nada que contribuyese tanto a su fama de infalibilidad; en adelante no necesitó volver a amenazar con su dimisión para que las cosas se hiciesen a su manera (Pipes, 2018: 1019).
Haciendo uso de su reforzada autoridad, combinó dureza y flexibilidad. Criticó con violencia la plataforma de la fracción “Comunistas de Izquierda” y se despachó contra Bujarin y Trotsky en términos insultantes, pero alejó el peligro de una división garantizando a los agraviados el derecho a defender sus opiniones en la prensa y participación en los organismos dirigentes del partido. Pero la situación seguía siendo extremadamente delicada:
El partido bolchevique sale de esos dos meses de debates tempestuosos abatido y medio roto. Hay militantes que lo abandonan de puntillas; Trotsky recuerda: “la primavera de 1918 fue muy penosa. En algunos momentos creíamos sentir que todo se escapaba, resbalaba, se deshacía; no sabíamos a qué agarrarnos, en qué apoyarnos”. Bujarin, Píatákov, Búbnov -que Lenin había cooptado al Comité Central en 1912-, Safarov -que había regresado con él desde Suiza-, constituyen un buró público de fracción, paralelo al Comité Central, cuya autoridad deja de reconocer el Comité Regional de Moscú. El Comité de Moscú anuncia “la próxima escisión del partido” y declara que el poder soviético ha pasado a ser “puramente formal”, en el momento en que el ejército alemán invade Ucrania. El impulso de octubre parece roto. “De repente, se había hecho un vacío en torno a Ilich”, escribe Krúpskaia. Aunque Lenin no tiene nada de sentimental, la presencia de Inessa Armand en las filas de los comunistas de izquierda no puede sino agudizar este sentimiento de aislamiento (Marie, 2008: 208).
Una de las consecuencias más serias de la crisis, en ese momento completamente subestimada por los comunistas (y después por la mayor parte de los historiadores) fue la ruptura de la coalición de gobierno. Esto ocurrió una vez que la mayoría del CEC se pronunció a favor de aceptar los términos del tratado: el 18 de marzo los dirigentes del PSR de Izquierda anunciaron que se retiraban del Sovnarkom:
Ante la situación creada por la ratificación del tratado, el Partido se ve forzado a retirar todos sus representantes del Consejo de Comisarios del Pueblo. Sin embargo, el Partido considera su deber asegurar al Consejo de Comisarios del Pueblo todo su apoyo y su cooperación mientras dicho Sóviet mantenga el programa de la Revolución de Octubre” (Steimberg, 2012: 40).
Hasta entonces la mayoría del PSR de Izquierda había luchado en contra del Tratado confiando en que con el respaldo de la fracción Comunistas de Izquierda y ellos mismos esa posición podría prevalecer en el gobierno. Pero sufrieron una seguidilla de derrotas: en el Sovnarkom, en el Comité Ejecutivo Central y en el IV Congreso Panruso de los Sóviets. El Congreso de los Sóviets, que comenzó el 15 de abril, había sido precedido por una amplia consulta que mostraba una virtual paridad de posiciones: 262 Sóviets locales se pronunciaron a favor de ratificar la firma del Tratado y 233 a favor de la guerra revolucionaria; entre los 26 Sóviets de provincia, 6 se pronunciaron a favor de la paz y 20 a favor la guerra; los 173 Sóviets de capitales de distrito se dividieron casi por la mitad: 88 a favor de la paz, 85 a favor de la guerra. La paridad había generado muchas expectativas. Cuando la comisión de poderes informó que, sobre un total de 1.232 delegados, 795 (64%) eran bolcheviques y solo unos 300 (25%) eseristas de izquierda hubo protestas y denuncias de fraude, que no alteraron el desenlace: los 115 delegados Comunistas de Izquierda se abstuvieron y el Congreso ratificó por amplia mayoría la firma del Tratado (Marie, 2008: 215).
Aún así, y tal como lo habían manifestado en la cuidadosa carta que dirigieran al Sovnarkom cuando se retiraron del mismo, los eseristas de izquierda mantuvieron una activa participación en el CEC, en la comisión que elaboraba el proyecto de Constitución, en el organismo supervisor de los “comités sobre la tierra”, en la dirección de la Cheká e incluso en el Ejecutivo de Petrogrado, recién denominada “Comuna de Petrogrado”. Y en Ucrania, donde eran muy fuertes, los socialistas revolucionarios de izquierda colaboraron activamente en la organización de la resistencia a las fuerzas de ocupación alemana. Aparentemente, algunos de los principales dirigentes del partido (Proshian, Spiridonova, Natanson) aspiraban a recomponer la coalición, pero esto resultó imposible. La actitud de los bolcheviques pasó a ser de creciente hostilidad hacia ellos en paralelo al violento endurecimiento de la política gubernamental hacia el campesinado. Así se generaron las condiciones para la verdadera e irreversible ruptura casi tres meses después.
Tras recabar detallados informes sobre la situación de las tropas en el frente y de un breve descanso (entre el 24 y el 27 de diciembre), Lenin cambió completa y bruscamente de posición, pasando a sostener que, dado que la revolución en Alemania podía demorarse “semanas o meses” y que Rusia ya no tenía Ejército, el poder soviético debía firmar sin demora la “paz desgraciada” que imponía Alemania. La cuestión fue abordada en el plenario con cuadros del partido que se hizo apenas disuelta la Constituyente, el 8 de Enero. Lenin quedó en absoluta minoría. Lo mismo ocurrió en el Comité Central el 11 y 21 de enero. Y en una reunión conjunta de los Comités Centrales de ambos partidos de gobierno realizada el 13 de enero, según la prensa: “parte de los presentes propusieron la consigna: ‘No hacer la guerra, no firmar la paz’. Los defensores de esta posición partieron de la constatación de que es imposible continuar la guerra, dada la completa destrucción del frente; por la misma razón, los alemanes no pueden lanzar ofensiva contra nuestro frente. Si, contrariamente a lo que se espera, los alemanes comenzaren a avanzar, ello provocaría un arranque de patriotismo, no sólo entre los obreros y soldados rusos, sino también entre las clases obreras de Europa Occidental. Según la opinión de la gran mayoría de los presentes Rusia no puede actualmente llevar a cabo guerra alguna, ni siquiera una guerra revolucionaria.
Algunos miembros del Comité Ejecutivo Central, social revolucionarios de izquierda y bolcheviques, han sostenido la posición opuesta y, reconociendo que las condiciones de paz alemana eran inaceptables, insistieron en que se declarase una guerra santa revolucionaria. Las tesis de éste grupo fueron defendidas por Mstislavski. Se decidió por mayoría de votos someter al Congreso de los Sóviets la fórmula: “Ni hacer la guerra, ni firmar la Paz” (ver Actas, 1972: 291).
Bibliografía
Actas (1972): Los Bolcheviques y la Revolución de Octubre. POSDR(b), Actas del Comité Central del POSDR (bolchevique). Córdoba: Pasado y Presente.
Fitzpatrick, S. (2015): La Revolución Rusa. México: Siglo XXI.
Lenin, V. I (1960): Obras Completas. Buenos Aires: Cartago.
Lenin, V. I (1971): Contra la Burocracia / Diario de las secretarias de Lenin. Córdoba: Pasado y Presente.
Lenin, V. I (1985): Obras Completas, 55 tomos. Moscú: Progreso.
Marie, J.-J. (2008): Lenin (1870-1924). Madrid: POSI.
Pipes, R. (2018): La Revolución Rusa. Titivillus Edición Digital.
Trotsky, L. (2016): Los primeros 5 años de la Internacional Comunista. Buenos Aires: Ediciones IPS.
Aldo Casas: Córdoba, 1944. Integra el Consejo de Redacción de Herramienta y contribuye a los portales ContrahegemoníaWeb y Darío Vive. Es Antropólogo; colaboró en el Seminario "Poder, política y procesos de resistencia: problemas y enfoques en Antropología Social" (FFyL-UBA) y participó de diversas cátedras libres en Facultades de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Mar del Plata. Miembro del Consejo Asesor Académico de la Escuela de formación política José Carlos Mariátegui (2012). Es autor de Los desafíos de la transición. Socialismo desde abajo y poder popular (2011), Marx, nuestro compañero (2017) y Rusia 1917. Vertientes y afluentes (2020). Ha hecho colaboraciones en libros como Socialismo desde abajo (2013), Cuadernos de Estudio Nuestroamericano (2013), La otra campaña. El país que queremos, el país que soñamos (2011), Poder popular y nación (2011), Pensamiento crítico, organización y cambio social (2010), Primer Foro Nacional de Educación para el Cambio Social (2010), Reflexiones sobre poder popular (2007). Es autor también de Drogadicción, salud y política (2002) y, anteriormente, Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y la revolución socialista (1995). Fue compilador de Escritos sobre revolución política, de Nahuel Moreno (1990), de Un siglo de luchas. Historia del movimiento obrero argentino (1988) y redactor del Programa del MAS (1985). Activista estudiantil, social y político desde comienzos de la década 1960, ingresó en 1965 al Partido Revolucionario de los Trabajadores y militó sucesivamente en el PRT-La Verdad, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el Movimiento Al Socialismo (MAS). Como periodista e internacionalista, residió en Venezuela, Portugal, España, Francia y Polonia. En diversos períodos participó en el Comité Ejecutivo de la IV Internacional (SU), en el Secretariado de la Cuarta Internacional (C.I.) y en los organismos de conducción de la Liga Internacional de los Trabajadores (Cuarta Internacional). Durante más de tres décadas escribió regularmente en diversas publicaciones del movimiento trotskista. En 2002 confluyó junto a compañeros de diversas tradiciones políticas en el colectivo Cimientos y luego, como parte del mismo, ingresó al Frente Popular Darío Santillán en 2007. Mantuvo relaciones de colaboración con el FPDS-Corriente Nacional.
[1] Como era de esperar, los gobiernos y medios de comunicación de Europa Occidental intensificaron la antigua campaña de que Lenin y los bolcheviques eran o actuaban como cómplices de las Potencias Centrales contra las “naciones democráticas”. Incluso Rosa Luxemburgo y los revolucionarios alemanes recibieron las negociaciones con desconfianza, temiendo que las mismas pudieran ser utilizadas por el Káiser para fortalecer su régimen y alejar la amenaza de la revolución.
[2] Rusia propuso que las negociaciones debían ser públicas, sobre la base del rechazo a las anexiones, devolución de autonomía a los territorios ocupados, rechazo de “reparaciones” y no traslado de tropas el frente del este al flanco occidental.
[3] El planteo de Alemania avanzaba su propia interpretación del derecho y ejercicio de la autodeterminación nacional y reclamaba la pronta firma de un tratado de paz por separado con cláusulas que incluían la exigencia de total separación entre Polonia y Rusia y la anexión por Alemania de Lituania y gran parte de Letonia.
[4] Otro conocido historiador coincide: “Alemania y Austria [...] tenían un problema con la moral de los ciudadanos, dado que los llamamientos a la paz de los bolcheviques suscitaron un fuerte resurgimiento de la esperanza en el pueblo. El canciller alemán avisó al káiser de que si las conversaciones con los rusos se interrumpían, cabía la posibilidad de que el Imperio austrohúngaro abandonase la guerra y de que Alemania sufriera un estallido de malestar social” (Pipes, 2018: 966).
[5] “conforme a las nuevas condiciones, la Rusia soviética perdía todo el territorio de las repúblicas bálticas, y debía ceder a Turquía las ciudades de Kars, Batún y Ardagan [...] desmovilizar su ejército, retirar sus tropas de Finlandia y Ucrania” (Actas, 1972: 295)
[6] Casi de inmediato Trotsky fue designado al frente del Comisariado de asuntos militares con el encargo de organizar el Ejército Rojo.
[7] El texto de la “Resolución sobre la Guerra y la Paz” se mantuvo en secreto hasta 1919, a causa de las referencias a la preparación militar de Rusia y su apoyo “al movimiento revolucionario del proletariado de todos los países”.