28/03/2024

La larga crisis brasileña: un debate - 1° Parte

Por Revista Herramienta

Introducción

Brasil ha vuelto a los titulares mundiales. Esta vez porque Jair Bolsonaro, un político grotesco y hasta ahora marginal, de extrema derecha, obtuvo el 55,7 por ciento de los votos en la segunda vuelta de las elecciones generales en octubre de 2018. Quizás lo más sorprendente de este último triunfo reaccionario es que tuvo lugar en el quinto país más grande del mundo por área y población, y en la sexta economía más grande. Es más, el ascenso de Bolsonaro viene después de 14 años de gobierno del Partido de los Trabajadores (Partido dos Trabalhadores, PT), uno de los partidos socialdemócratas más maduros e institucionalizados del siglo XXI. Con este simposio, la revista Historical Materialism sitúa histórica y teóricamente la coyuntura actual brasileña y contribuye al debate de la izquierda sobre el impacto internacional de estos acontecimientos, invitando a una mayor reflexión sobre el momento de peligro que se abre ante nosotros.

La victoria de Bolsonaro pone fin a una serie de maniobras y manipulaciones políticas de la derecha y el centro brasileño, diseñadas para revertir el legado modestamente reformista del gobierno del PT, y en particular de los dos gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva, o Lula (2003-2010). El golpe parlamentario de 2016, que derrocó a la sucesora presidencial de Lula, Dilma Rousseff (también del PT), fue el acto inaugural de este drama regresivo, permitiendo que Michel Temer, vicepresidente de Dilma convertido en su enemigo, pasara a ser presidente hasta las últimas elecciones.

Durante la campaña de 2018, Lula volvió a asumir el liderazgo del PT y encabezaba las encuestas por un margen significativo cuando fue arrestado y encarcelado bajo dudosos cargos de corrupción. Lula había perdido el apoyo de la clase dominante brasileña desde el levantamiento popular de junio de 2013, catalizado inicialmente por los movimientos sociales de izquierda que luchaban contra el aumento de las tarifas de transporte y el desvío de los ingresos públicos hacia la Copa del Mundo y lejos de los servicios sociales, pero que finalmente fue tomado por las fuerzas políticas conservadoras y sus aliados en los principales medios de comunicación. Las fuerzas políticas fragmentarias de derecha y centro lograron cohesionarse detrás de una bandera compartida de anticorrupción, una vieja carta de la élite tradicional brasileña, que se usó repetidamente a lo largo de finales del siglo XX; la destitución militar de João Goulart en 1964, respaldada por Estados Unidos, fue, por ejemplo, un ensayo general en este sentido para el juicio político de Dilma y el encarcelamiento de Lula. El carácter abiertamente político de la audaz acción del poder judicial contra Lula no fue más que la última y más lúcida demostración de la extraordinaria -aunque temporal- unidad lograda por la clase dominante brasileña en su oposición colectiva a cualquier renovación del PT de Lula.

Mientras que el propio Lula siguió siendo popular incluso después de su encarcelamiento, el apoyo al PT había estado en declive durante años. Al mismo tiempo, el partido no pudo y no quiso movilizar fuerzas extraparlamentarias para contrarrestar las tácticas extraconstitucionales de una derecha brasileña revitalizada. El partido gobernante entre 2002 y 2015, el PT, se había alejado hace tiempo de sus orígenes sindicalistas y de movimiento social. De hecho, su década y media en el gobierno fue testigo del debilitamiento de la lucha de clases independiente desde abajo, incluyendo incluso la desmovilización de movimientos sociales estrechamente aliados con el PT, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (Movimiento dos Trabalhadores Sem Terra, MST) y la Central Única de los Trabajadores (Central Única dos Trabalhadores, CUT).

De hecho, el colapso aparentemente precipitado de la imagen de la viabilidad socialdemócrata del siglo XXI había estado desarrollándose por un tiempo. Su desentrañamiento comenzó en algún momento entre 2012 y 2013. La primera grieta fue económica, ya que el entorno internacional se deterioró a raíz de la lenta estela de la crisis mundial de 2008, que llegó a las costas brasileñas en 2012 a través del colapso de los precios internacionales de las commodities. En medio de estas condiciones de deterioro, Dilma marcó el comienzo de su segundo mandato con el nombramiento de un banquero neoliberal, Joaquim Levy, para el ministerio de finanzas. La apuesta del partido de que podría sobrevivir a la aplicación de medidas de austeridad estaba mal concebida, induciendo la doble alienación de su antigua base social entre las clases populares -que fueron testigos de la recuperación de los medios de subsistencia de la última década- y del capital extranjero y nacional -que había aprendido a convivir con el PT mientras era rentable hacerlo-, pero que veía que el giro monetarista de Dilma abarcaba demasiado poco, demasiado tarde. La segunda fisura era política. Aquí, las rebeliones de 2013, antes mencionadas, abrieron una nueva brecha entre el PT y las fuerzas populares de clase que estaban detrás de la expresión relativamente espontánea de un descontento creciente, al mismo tiempo que proporcionaban una oportunidad para la rearticulación de la derecha.

Es poco probable que las luchas sociales que han envuelto la vida política brasileña en los últimos años retrocedan bajo el mandato de Bolsonaro. La espiral de crisis de legitimidad que socavó el gobierno del PT permaneció visible, e incluso se intensificó, durante el interregno conservador y efímero de Temer. En un momento dado, el índice de popularidad de Temer cayó al dos por ciento. Es poco probable que Bolsonaro pueda resolver los determinantes socioeconómicos y políticos subyacentes de la desilusión popular generalizada con los políticos del país y las instituciones establecidas. Su asociación histérica del PT con el “comunismo” ha demostrado ser temporalmente efectiva, pero no tiene una estrategia política para gobernar, ni un medio para revivir la economía brasileña en medio de un estancamiento cada vez mayor a nivel mundial.

Este debate reúne a destacados intelectuales, que representan una variedad de tradiciones de izquierda, con perspectivas únicas sobre las principales fuerzas sociales detrás de la crisis brasileña y sus tensiones y sinergias clave. Nuestra conversación se centra en las contradicciones y complejidades de la era del PT, el impacto de la crisis de 2008 y el final del ciclo del boom de las commodities en 2012, en cómo interpretar la dinámica política de las protestas de junio de 2013, en la debilidad de los movimientos a la izquierda del PT, en cómo entender y abordar la corrupción desde la izquierda, y en cómo explicar y caracterizar el régimen de Bolsonaro. Aunque es imposible presentar todo el espectro del debate marxista sobre estas cuestiones, las contribuciones incluidas aquí ponen de manifiesto algunas de las ideas y controversias cruciales que son relevantes no sólo para Brasil, o incluso para América Latina, sino también para la política de izquierdas en todo el mundo.

Breve cronología

· 2003-2011: Los dos mandatos de Lula.

· 2010: Dilma Rousseff es elegida presidenta, confirmando el éxito del PT con un tercer mandato bajo una nueva líder.

· 2012: Para la mayoría de los países de América Latina, incluido Brasil, los términos de intercambio excepcionales que comenzaron en 2002-2003 comienzan a declinar o a volver a los niveles anteriores al auge.

· 2013: En junio, una protesta contra el aumento de los precios del transporte en San Pablo dio lugar a manifestaciones masivas coordinadas en las principales ciudades de Brasil con una agenda más amplia.

· 2014: Dilma fue reelegida con una plataforma contra el neoliberalismo, ganando una reñida contienda contra Aécio Neves del PSDB. En su asunción, Dilma nombró a Joaquim Levy, un economista neoliberal, como Ministro de Finanzas en lo que se percibió como una traición a su campaña electoral.

· 2015: La Operación Lava Jato, una investigación judicial sobre un mega plan de corrupción que involucraba a Petrobras, la compañía petrolera estatal, se convirtió en importante en la política brasileña.

· 2015: Los movimientos contra Dilma y el PT acusándolos de corruptos tomaron impulso.

· 2016: Dilma Rousseff fue acusada de desacato a la Ley de Responsabilidad Fiscal. El Vicepresidente de la coalición, Michel Temer (del PMDB) asumió el cargo.

· 2017: Varios casos de corrupción contra el propio Temer y sus ministros se hicieron públicos.

· 2018: Marielle Franco, concejala feminista del PSOL, fue asesinada en marzo.

· 2018: A Lula, arrestado y encarcelado, no se le permitió postularse como candidato presidencial del PT debido a dudosas acusaciones de corrupción.

· 2018: Jair Bolsonaro derrotó al candidato del PT (Fernando Haddad) en la segunda vuelta de las elecciones generales con el 55 por ciento de los votos.

Debate

1. Antes de comenzar la discusión sustantiva sobre Brasil, ¿podría cada uno de ustedes describir brevemente su formación política e intelectual?

 

Ludmila Abilio (LA): Soy socióloga y doctora en Ciencias Sociales (2011) por la UNICAMP, la Universidad Estatal de Campinas. Obtuve mi licenciatura y maestría en la Universidad de San Pablo. Fue entonces cuando me involucré en el activismo estudiantil y en la economía solidaria, en los programas sociales de la ciudad. Mi proyecto de investigación de maestría se centró en esos programas. Mi objetivo de investigación era examinar las últimas estrategias de gestión de la pobreza y sus efectos en las vidas de los beneficiarios. Esa investigación me llevó luego a mi trabajo de doctorado, que se centró en el sector informal. Estudié a vendedoras a domicilio de cosméticos trabajando para una empresa brasileña, Natura (que actualmente cuenta con más de 1,5 millones de empleados). A través de una discusión en profundidad sobre los debates acerca de la pérdida de la centralidad del trabajo para la acumulación de capital, me ocupé de la centralidad de un trabajo típico de las mujeres, a menudo ni siquiera reconocido como trabajo. Mi investigación me reveló el papel del crowdsourcing, un término que ni siquiera había sido acuñado todavía, en la actividad de esa multitud de mujeres que trabajan para una sola empresa. En 2012, obtuve un postdoctorado en Economía por la Universidad de San Pablo después de realizar un proyecto de investigación sobre mensajeros en motocicleta en la ciudad de San Pablo. Mi objetivo era explorar las condiciones de trabajo de trabajadores icónicos de la "nueva clase media" y los cambios en sus vidas para reflexionar sobre las contradicciones de las administraciones del PT. Fui testigo de los cambios en la organización del trabajo provocados por la introducción de las aplicaciones de entrega. Ambos proyectos me llevaron a mi investigación actual sobre la uberización del trabajo, el foco de mi segundo proyecto de investigación postdoctoral, en Economía, ahora en el Instituto de Economía de la UNICAMP.

Toda esta descripción fue diseñada para mostrar que mi formación académica estaba completamente estructurada alrededor de mis estudios de investigación sobre el papel fundamental de los trabajadores y trabajadoras socialmente invisibles en el desarrollo del sistema capitalista en los países periféricos. Actualmente soy investigadora en el Centro de Estudos Sindicais e Economia do Trabalho (Centro de Estudios Sindicales y Económicos del Trabajo) de la UNICAMP, cuya conexión con movimientos sociales, sindicatos y organizaciones me ha llevado a comprometerme con mucha fuerza en el debate sobre la uberización del trabajo y la reforma laboral con grupos y organizaciones activistas. Como representante de CESIT, también soy miembro de la comisión del Senado brasileño responsable de redactar una contrapropuesta a la reforma laboral.

Ricardo Antunes (RA): Soy profesor de sociología en el Instituto de Filosofia e Ciências Humanas (Instituto de Filosofía y Humanidades, IFCH) en la UNICAMP. También he sido investigador invitado en la Universidad de Sussex (Inglaterra) y profesor visitante en la Universidad Ca'Foscari (Venecia, Italia). Participé como  conferencista en diferentes universidades de Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia, y recibí la Cátedra Florestan Fernandes en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLASCO) en 2002.

Comencé mi formación intelectual y política en los años 70. Participé en movimientos de oposición sindical y en sindicatos de profesores. Colaboré con la CUT (1983-2003) y, más recientemente, con la Coordenação Nacional de Lutas (Coordinación Nacional de Luchas, CONLUTAS) y el Instrumento de Luta e Organização da Classe Trabalhadora (Instrumento de Lucha y Organización de la Clase Trabajadora, INTERSINDICAL). Políticamente, fui miembro fundador del Partido Socialismo y Libertad (Partido Socialismo e Liberdade, PSOL) en 2004, y sigo siendo miembro. Anteriormente, fui militante del Partido Comunista Brasileño (PCB) (1978-80) y militante del PT (1983-2003). Actualmente colaboro con el MST, y he sido profesor en su Escuela Florestan Fernandes desde 1996.

Entre otros libros, he publicado Los sentidos del trabajo, ¿Adiós al trabajo? y O privilégio da servidão (El privilegio de la servidumbre). Además, escribo regularmente artículos para revistas académicas de diferentes países, y soy editor colaboradora de Latin American Perspectives (Estados Unidos), Margem Esquerda (Brasil) y editor colaborador de Herramienta (Argentina), entre otros.

Mis temas de investigación incluyen sociología del trabajo, teoría social, ontología de los seres sociales, nueva morfología del trabajo, clase obrera, acción y conciencia colectiva, movimientos sindicales y movimientos obreros.

Marcelo Badaró Mattos (MB): Soy profesor de Historia en la Universidade Federal Fluminense, ubicada en Niterói (estado de Río de Janeiro), Brasil. Terminé mi doctorado en Historia en la misma institución en 1996, y mis investigaciones y publicaciones se centran principalmente en la historia laboral. Políticamente, he sido activista y parte de la junta directiva de nuestra unión nacional (ANDES-SN) y su sección en mi universidad, desde la década de 1990. También participé en la fundación del PSOL, y fui miembro de la primera junta ejecutiva nacional (2004-05). Actualmente soy miembro de Resistencia, un grupo político del PSOL.

Sabrina Fernandes (SF): Tengo un doctorado en sociología con mención en economía política de la Universidad de Carleton, en Canadá, y actualmente enseño en el Departamento de Sociología de la Universidad de Brasilia. Me identifico como activista de la izquierda radical en Brasil, trabajando principalmente con demandas relacionadas con el medio ambiente, el feminismo de clase, derechos sobre la ciudad y la política de unidad de izquierda. Esto significa que a menudo he criticado a la izquierda moderada, encarnada por el Partido de los Trabajadores, por sus concesiones en torno a la conciliación de clases en Brasil y la forma en que el PT estaba dispuesto a sacrificar los derechos sociales y ambientales durante todo su gobierno. Dicho esto, me abstengo de los enfoques ultraizquierdistas en Brasil que tienden a culpar de todo al PT, dejando sin examinar los propios defectos de la izquierda radical.

Rodrigo Nunes (RN): Yo era el miembro más joven del centro de estudiantes de mi escuela en 1992, y fue en ese puesto que participé en las protestas que llevaron al juicio político de Fernando Collor. Me volví a involucrar en la política estudiantil en la universidad, mientras estudiaba derecho y filosofía. Aunque he votado por el PT y he trabajado estrechamente con miembros del partido en varias ocasiones, siempre he preferido mantener una distancia crítica. No había muchos autonomistas en ese entonces, así que la gente lo pasaba mal para situarnos a mis camaradas y a mí. También hicimos organización comunitaria y ayudamos  a crear cooperativas populares, así que creamos una ONG para hacer ese tipo de trabajo "oficialmente".

Desde el 2001 hasta el 2005 estuve muy involucrado en el proceso del Foro Social Mundial y en la organización de los eventos de Porto Alegre. Esa fue mi iniciación en el movimiento altermundialista, y cuando me mudé al Reino Unido para hacer mi doctorado, esa fue la política en la que encajé. Sin embargo, ese ciclo ya había comenzado a reducirse, y con algunos amigos empecé Turbulence, un diario cuyo propósito era pensar en esa transición y buscar posibles puntos de recomposición política. Estuvimos del 2007 al 2010, así que lo dejamos justo antes de que comenzara un nuevo ciclo; el tiempo quizás no era nuestro fuerte. También fui organizador sindical en la campaña Justice for Cleaners (Justicia para los Limpiadores) de Unite durante un año, trabajando con la mano de obra de limpieza totalmente inmigrante en el metro de Londres y en los edificios de la ciudad. El trabajo incluía cosas como la organización de protestas y la celebración de reuniones en los depósitos del metro en el medio de la noche, lo que fue genial. Aunque la campaña terminó decepcionantemente, desencadenó varias iniciativas autónomas muy similares e identificó a un grupo de líderes excelentes que crearon el grupo independiente de Cleaners for Justice (Limpiadores por la Justicia).

Paralelamente, trabajé en una tesis sobre el concepto de inmanencia que era bastante abstracta, aunque a menudo encuentro que el trabajo conceptual "puro" ayuda a aclarar cuestiones políticas; mi trabajo académico tiende a tener lugar en este movimiento bidireccional entre ontología y política. Regresé a Porto Alegre en 2010 para un post-doctorado, y participé de forma algo periférica en las luchas contra la presa de Belo Monte y con las comunidades locales afectadas por la próxima Copa Mundial. Esas dos cosas hicieron que el lado oscuro del desarrollismo del PT fuera muy claro para mí y las protestas de 2013 menos sorprendentes. Las personas con mi tipo de formación política estaban en mejores condiciones para dar sentido a la situación de junio de 2013, no sólo porque habíamos estado prestando atención al ciclo mundial iniciado en 2011, sino porque muchas de sus cuestiones y prácticas ya nos eran familiares. Mientras que la mayoría escuchaba hablar por primera vez del Movimento Passe Livre (Movimiento Pase Libre, MPL), algunos de nosotros habíamos estado presentes en su primer plenario nacional en 2005.

Inmediatamente después de las protestas regresé a mi ciudad natal de Río de Janeiro para incorporarme al departamento de filosofía de la Pontificia Universidad Católica (PUC-Rio). El 2013 me convenció de que debía abandonar las cuestiones ontológicas más enrarecidas en las que estaba trabajando y centrarme en mi proyecto actual, que es un intento de repensar a fondo la cuestión de la organización política. Parte de la motivación para ello fue la esperanza de que al menos fuera posible evitar que la nueva generación de activistas cometiera los mismos errores que mi generación. Esta investigación ha dado como resultado un libro corto (Organisation of the Organisationless, 2014), y un segundo libro que está a punto de publicarse con Verso.

Leda Paulani (LP): Soy economista. Estudié economía en la Universidad de San Pablo (USP), donde obtuve mi doctorado. En la misma universidad, también estudié comunicación, con especialización en periodismo. Actualmente soy profesora en el Departamento de Economía de la Facultad de Economía, Administración de Empresas y Contabilidad de la Universidad de San Pablo (FEA-USP) e investigadora/profesora visitante de la Universidad Federal de ABC (UFABC). Mis principales áreas de investigación son el marxismo, el capitalismo contemporáneo, la economía brasileña y la metodología económica. Aunque mi formación es casi exclusivamente en el área de economía, siempre trabajo de forma interdisciplinaria y crítica. Fui presidente de la Sociedad Brasileña de Economía Política entre 2004 y 2008. Fui miembro del PT desde su fundación a principios de los ochenta, pero me fui en 2004. Cuando Fernando Haddad era alcalde de la ciudad de São Paulo, trabajé con él, actuando como su Secretario de Planificación, Presupuesto y Gestión.

Sean Purdy (SP): Soy un historiador social canadiense que enseña y escribe sobre la historia de los movimientos obreros y sociales en América, particularmente en Estados Unidos y Brasil. Desde 2006 soy profesor de Historia de América en la Universidad de San Pablo. He sido activista en movimientos sindicales y sociales en Canadá y Brasil durante treinta años y actualmente soy militante independiente en el PSOL de Brasil. He escrito extensamente sobre los Días de Junio de 2013 en Brasil y la actual crisis política en publicaciones académicas y políticas tanto en inglés como en portugués.

2. Para entender la coyuntura brasileña actual, es claramente necesario, en primer lugar, entender las contradicciones y complejidades del período de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). A grandes rasgos, ¿cómo caracterizarían a los mandatos del PT de 2003 a 2016?

LA: Hace cinco años hubiera sido más fácil ver y señalar las contradicciones y complejidades de las administraciones del PT. En ese momento, la crítica podía estar claramente guiada por las expectativas sobre un partido que se suponía que debía desempeñar su papel histórico de representar realmente los intereses y las necesidades de los trabajadores. Esto habría significado situar el conflicto entre el capital y el trabajo en el centro de la política. Pero el PT nunca se ha centrado realmente en este proyecto, y debemos admitir que esto se hizo evidente incluso antes de que fuera elegido. Si miramos las consignas oficiales de las administraciones del PT, veremos que Brasil se estaba convirtiendo en "un buen país para todos", que "un país rico es uno sin pobreza". Por lo tanto, podemos ver un claro cambio del conflicto al compromiso. En la práctica, sabemos lo que eso significa: la pobreza puede reducirse, pero no la desigualdad social; el gobierno promoverá el aumento de los ingresos, pero de ninguna manera afectará los beneficios financieras (de hecho, esos beneficios establecerán los límites para la distribución del ingreso). Esta fue la principal complejidad y contradicción de las administraciones del PT. El capital y el trabajo se unieron en el mismo bando en la lucha contra la pobreza.

Esto condujo a una reducción sin precedentes de la pobreza, mientras que inexplicablemente mantuvimos una de las tasas de interés más altas del mundo. Al tener que trabajar bajo el paraguas del compromiso, los movimientos sociales se enfrentaron a un gran desafío para definir sus propias demandas y prácticas. En pocas palabras, podríamos decir que el significado de la ciudadanía fue distorsionado: estaba mucho más orientado a las técnicas sociales de gestión de la pobreza que al conflicto social y a la lucha por el reconocimiento. Por supuesto, debemos recordar que hay diferentes esferas de gobierno, es decir, el gobierno federal no gobierna el país sin gobiernos municipales y estatales. Sin embargo, esos elementos federales proporcionan una visión general de la principal contradicción: esos años estuvieron guiados por la "inclusión social", que está lejos de abordar los temas de la desigualdad social y las estructuras históricas de poder y explotación en Brasil. Sin embargo, esto no significa que el PT no haya promovido una mejora muy significativa de las condiciones de vida, especialmente en las regiones más pobres del país. De hecho, esto se reflejó claramente en los resultados de unas elecciones extremadamente polarizadas: la mayoría de los nororientales votaron por el PT, mientras que la mayoría de los sureños y sudorientales votaron por Bolsonaro.

Es fácil ver que el conflicto entre el capital y el trabajo simplemente se borra cuando se considera cómo las administraciones del PT definieron oficialmente a los millones de brasileños que se movieron por encima de la línea de pobreza como "la nueva clase media". Pasé algunos años explorando el trabajo de los mensajeros en motocicleta en Sao Paulo, que podrían ser considerados representantes icónicos de la llamada "nueva clase media". Se beneficiaron de un aumento de los ingresos, de un acceso más fácil al crédito y a los empleos en el sector formal, y de un menor desempleo, pero sus condiciones de trabajo siguieron deteriorándose, con una jornada normal de trabajo de más de 14 horas en condiciones muy riesgosas. No se trata de un ejemplo aislado: el aumento de las horas de trabajo, la intensificación del trabajo, las altas tasas de rotación, la transferencia de riesgos y costes a los trabajadores, todo ello ha ido acompañando el crecimiento de los beneficios. Cabe señalar que los ingresos han aumentado, pero la estructura extremadamente desigual del mercado laboral ha permanecido básicamente inalterada. Los negros -especialmente las mujeres negras- permanecen en el fondo, y gran parte de la población todavía tiene empleos no especializados y bajos ingresos.

 

Obviamente, debemos examinar esas contradicciones desde una perspectiva más amplia, teniendo en cuenta los desafíos que plantean los horizontes aplanados del anticapitalismo y la reciente y catastrófica victoria de un régimen dirigido por las finanzas.

Sin embargo, después de 2014, se nos ha recordado brutalmente que la izquierda no puede gobernar como tal. La importante regresión social y el cambio en la dirección de la política también nos han llevado a reevaluar hasta cierto punto nuestras propias críticas al PT, lo que también significa reducir el alcance de la crítica en sí misma y construirla sobre la base de la gobernabilidad. Dos años después del juicio político, un cambio profundo ha alterado la naturaleza misma del derecho laboral, claramente en contra de los intereses de los trabajadores, y ha habido un fuerte aumento en el número de militantes del MST asesinados, entre muchos otros eventos que claramente traen de vuelta a Brasil a un proyecto colonial contemporáneo. No cabe duda de que la naturaleza del proyecto de gobierno para el país ha experimentado un profundo cambio desde 2016. Por lo tanto, las referencias para la crítica se han visto sacudidas por el maremoto que se dirige hacia nosotros desde 2016, y esas aguas parecen mucho más navegables en retrospectiva.

RA: Durante los años 90, Brasil experimentó un período de "desertificación neoliberal". Cuando Lula ganó las elecciones en el 2002, el PT ya había sufrido una profunda transformación. Brasil se había estado transformando durante las administraciones neoliberales de Collor y Fernando Henrique Cardoso (FHC), y el PT ya no era un partido de los trabajadores, el mismo partido que había defendido originalmente la independencia política y la autonomía de la clase obrera.

A lo largo de los años noventa, el PT moderó sus políticas y prácticas y se centró más en "mejorar" el orden capitalista que en "transformarlo". Como resultado de estas metamorfosis, sus gobiernos fueron más una extensión que una ruptura del neoliberalismo, aunque se centraron más en cuestiones sociales. Por esa razón, las políticas económicas del PT preservaron (y aumentaron) los intereses de los segmentos de clase dominante (financiero, industrial, comercial y agroindustrial)

Su principal programa social, la Bolsa-Família, que forma parte de un programa de bienestar más amplio, buscaba minimizar los niveles de pobreza, especialmente en las regiones menos desarrolladas de Brasil. También hubo un aumento relativo de los salarios durante los gobiernos del PT y se crearon más de 20 millones de puestos de trabajo. Pero es importante señalar que los pilares estructurales de la pobreza brasileña no fueron tratados adecuadamente y se mantuvieron los rasgos del capitalismo dependiente y subordinado.

Hay muchos ejemplos emblemáticos de ello: la propiedad de la tierra siguió estando muy concentrada y la agroindustria creció fuertemente. Las ganancias de los bancos eran altas, y Lula dijo repetidamente (con la satisfacción típica de un gobierno benefactor) que su administración había generado "altas ganancias para los banqueros". Amplió el alcance del capital internacional e incentivó la transnacionalización de sectores importantes de la clase dominante brasileña, como la ingeniería civil. Por cierto, este fenómeno fue vital para entender la crisis política que golpeó a la administración del PT durante el escándalo de corrupción Mensalão en 2005 y, más tarde, el juicio político de Dilma Rousseff en 2016. Todo esto provocó la crisis. El golpe, llevado a cabo por el estafador Michel Temer, ilustró claramente la superficialidad de los cambios promulgados por la administración del PT.

En sus políticas económicas más generales, Dilma mantuvo las mismas que Lula: crecimiento económico con énfasis en la expansión del mercado interno; incentivo a la producción de commodities para la exportación; reducción de impuestos para las grandes empresas (producción automotriz, electrodomésticos e ingeniería civil); y mantenimiento de políticas financieras favorables a los capitales de inversión. Sólo durante el breve período en que las repercusiones de la crisis internacional comenzaron a amplificarse en Brasil, el gobierno de Dilma practicó políticas de reducción de las tasas de interés. Pero el grave descontento que surgió del mundo financiero hizo que el gobierno de Dilma volviera rápidamente a promulgar políticas de alto interés. Sin el “genio político de apaciguamiento” de Lula y el intento políticamente desprevenido de Dilma de reorganizar los poderes del poder, el declive del PT era inevitable. Durante este tiempo, la relación entre Lula y Dilma alcanzó su punto de inflexión más difícil. El trabajo de la administración y la apariencia de cambio comenzaron a desmoronarse, y lo que de hecho había protegido los principales intereses de la clase dominante se convirtió en lo que distanció al partido de sus principios operativos, sindicales y sociales fundadores. Tales políticas de apaciguamiento causaron la implosión del gobierno del PT.

MB: Los gobiernos del PT podrían ser caracterizados generalmente desde la implementación de un programa reformista débil con el objetivo de transformar la forma de dominación de clase en Brasil en un modelo de conciliación de clases, después de una década de gobiernos neoliberales duros en la década de 1990. La balanza comercial era muy favorable y el comercio internacional de commodities estaba aumentando en ese momento, especialmente debido al creciente papel de China como principal socio comercial del Brasil. Por lo tanto, fue posible mantener una combinación de políticas sociales focalizadas (como el programa Bolsa-Família, programas de vivienda, un aumento real del salario mínimo y del crédito para los trabajadores de bajos salarios y pensionistas) junto con un aumento de las ganancias, especialmente para los bancos, la agroindustria y las industrias mineras y petroleras. A estas líneas generales hay que añadir la capacidad de los gobiernos del PT para controlar los movimientos sociales. Durante sus administraciones, el PT trabajó arduamente para socavar los poderes de lucha de los sindicatos y de los movimientos sociales en general, tratando de utilizarlos como meras correas de transmisión para su gobierno. Incluso llegaron al punto de utilizar los sindicatos y movimientos sociales como barreras para contener a las movilizaciones de sectores de la clase obrera que se oponían a ciertas políticas gubernamentales. De esa manera, desarmaron a los únicos que podrían haber resistido los avances reaccionarios de los últimos años.

Sin embargo, controlar los movimientos sociales y construir el consentimiento desde esta plataforma de reformismo débil no es suficiente para explicar la forma en que gobernó el PT. El estado brasileño siempre había representado una forma profundamente autocrática de dominación y los gobiernos del PT no impugnaron esta forma; por el contrario, fueron instrumentales en su mejoramiento. En nombre de la preservación de la ley y el orden, especialmente durante los llamados mega-eventos (pero no sólo entonces), las fuerzas armadas han sido llamadas a llevar a cabo intervenciones en el campo de la seguridad pública. Esto ocurrió especialmente en barrios periféricos y bajos, los lugares de residencia del sector más empobrecido de la clase obrera en condiciones de vida precarias. Este tipo de intervención militar recurrente contribuyó a reforzar la idea de que las fuerzas armadas son una reserva técnica y moral para resolver el problema social de la violencia.

Así, la coerción y el consenso adquirieron una forma particular (pero no exactamente nueva) de combinación en la forma en que se administraba el estado durante los gobiernos del PT.

SF: A pesar de estar arraigados en la política radical, incluso en la política socialista, como partido, los gobiernos del PT eran gobiernos de centro-izquierda enfocados en la ilusión de una conciliación de clases efectiva. Esto significa que Lula y sus aliados creían que era posible reconciliar el enfoque de búsqueda de ganancias de las élites brasileñas con las ganancias sociales largamente esperadas para la clase obrera. Si bien los gobiernos mejoraron la vida de millones de brasileños en términos de seguridad alimentaria y acceso a la universidad y a los bienes de consumo, así como a través de la creación de empleo en sectores estratégicos, tales ganancias fueron limitadas desde el principio. Los gobiernos del PT no tenían intención de promover ni siquiera la política reformista, lo que se ejemplifica en la falta de reforma agraria y en la forma en que la educación y la salud se abordaron desde una perspectiva de mercado en lugar de promover un estado de bienestar en Brasil. Mientras tanto, los bancos, los agronegocios y otras corporaciones se hicieron más grandes y vieron cómo sus ganancias se disparaban. La desigualdad disminuyó, pero no tanto como podría haberlo hecho y no de manera sostenible: las transferencias de ingresos tuvieron lugar en la base de la pirámide, mientras que la parte superior era cada vez más rica.

Al observar el enfoque de Lula y Dilma sobre la educación, por ejemplo, se pueden ver los vínculos explícitos entre la inversión social y las ganancias del mercado que comunican la constante ambigüedad de los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Se amplió el acceso a la universidad tanto a través de enfoques públicos como privados. Por un lado, el aumento de la inversión pública y la creación de nuevas universidades públicas que, junto con la legislación de acción positiva, garantizan un aumento general de la matrícula y una mayor presencia de estudiantes negros, indígenas y de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, Lula fortaleció el FIES, un programa federal de préstamos estudiantiles, para facilitar el acceso a las universidades privadas. Este fue un elemento importante para asegurar la educación de aproximadamente una cuarta parte de todos los estudiantes matriculados en universidades privadas, pero también significó la normalización del acceso mediante la financiación que, en última instancia, beneficia a los conglomerados universitarios privados, que cobran tasas de matrícula muy elevadas, mientras que la universidad pública sigue siendo gratuita. El mismo enfoque ambiguo que aumenta el acceso público, mientras que las empresas privadas crecen y obtienen beneficios, puede verse también en otros programas, como el programa de vivienda Minha Casa Minha Vida (Mi Casa Mi Vida).

También debo señalar que durante los gobiernos de Lula y el inicio del primer mandato de Dilma, Brasil experimentó un crecimiento económico que hizo que estos enfoques de conciliación de clases parecieran exitosos: la burguesía se estaba beneficiando al mismo tiempo que el empleo era estable y la clase trabajadora podía beneficiarse de programas sociales particulares. Sin embargo, se trataba de un falso equilibrio, que se pondría de manifiesto con la crisis económica. La forma en que el PT respondió a la crisis muestra que no sólo su gobierno se había acostumbrado a la posición de centro-izquierda, sino que el propio partido estaba dispuesto a ceder aún más a las demandas del mercado, por lo que siguió invirtiendo en las tácticas de despolitización y desmovilización que se emplearon desde la "Carta al pueblo brasileño" de Lula en las elecciones de 2002. Este transformismo del partido, por decirlo en términos gramscianos, era importante para asegurar el consentimiento de la base izquierdista al enfoque centrista del gobierno.

RN: Rosa Luxemburg tiene una gran línea acerca de que la revolución es como una locomotora que sube cuesta arriba: si no se mantiene en movimiento, se desliza hacia atrás y la reacción gana. Lo mismo puede decirse de la reforma. Los dos mandatos de Lula podrían haber sido un buen primer acto en una transición hacia otra cosa; pero no había un plan para un segundo acto, lo que significaba que algunos de los cambios positivos producidos por el PT comenzaron a deshacerse ya bajo Dilma. Con el auge de los productos básicos, Lula se encontró con una fórmula para introducir medidas progresistas sin mucho empuje. Era un acuerdo perfecto en el que todos salían ganando: los ricos se volvían más ricos, los pobres, menos pobres, y como lo que se estaba distribuyendo eran esencialmente nuevos ingresos, y había muchos, era posible aliviar la pobreza y mejorar las oportunidades sin necesidad de reformas estructurales. El gobierno de Lula perfeccionó el arte de manejar la tensión entre las demandas históricas de su base y el status quo. Con la mano izquierda hizo demarcación de tierras indígenas, reforma agraria, agricultura familiar; con la derecha, agroindustria y minería. Software libre, cultura abierta y una expansión radical de la educación superior con la izquierda; todas las concesiones posibles a los medios corporativos con la derecha. Obviamente, la mano derecha siempre tenía el presupuesto más grande.

Ahora bien, la transición se trata esencialmente de manejar las tensiones; pero si en realidad se quiere ir a alguna parte, con el tiempo hay que cambiar el equilibrio de estas tensiones y empezar a meterse en cuestiones estructurales. Para ello, será necesario debilitar los intereses en contra de esas transformaciones y construir una base social empoderada que los apoye activamente. Parece claro que el PT nunca tuvo la intención de hacer ninguna de las dos cosas; de hecho, constantemente frenaban su base social organizada. A pesar de que el programa del partido hablaba de Bolsa-Família como un primer paso hacia un ingreso básico universal, por ejemplo, no estaban realmente en transición hacia nada más. Realmente es como si hubiesen creído que ese acuerdo podía durar indefinidamente. Por eso he descrito su Realpolitik como profundamente ingenua: trataban la “realidad” como una cantidad fija e invariable.

Sin ese sentido de dirección e impulso, eventualmente se producirán dos efectos que asegurarán que la situación no pueda durar para siempre. Por un lado, se fortalecen las fuerzas que pueden perder a causa de un cambio más profundo, y sectores que crecieron constantemente bajo el PT, como la minería y la agroindustria, apoyaron el juicio político y ahora están detrás de Bolsonaro. Por otro lado, no se logra politizar el cambio y a los que se benefician de él. Las etnografías de los votantes pobres de Bolsonaro (como las de Rosana Pinheiro-Machado, Lucia Scalco y Esther Solano) indican que este fue exactamente el caso: muchas personas que ascendieron socialmente con el PT rechazaron las políticas de las que se habían beneficiado.

Hubo avances innegables en el PT, especialmente en la reducción de la desigualdad y el aumento del acceso a la educación superior. Sin embargo, lo que es revelador es, primero, cuán frágiles eran y cuán fácilmente se están deshaciendo; y, segundo, cuán poco dispuesta estaba la clase dominante brasileña a tolerar incluso ese pequeño cambio. Sacrificarían la estabilidad institucional del país antes que dejar que el PT siga produciendo reformas. Al final, la clase dominante espera un grado de privilegio que es simplemente incompatible con una democracia adecuada. Al mismo tiempo, existe una tendencia global: el creciente divorcio entre el capitalismo y la democracia liberal.

LP: A mediados de la década de 1990, después de dos décadas sufriendo los males de la alta inflación, agravada por la crisis de la deuda externa de los años 80, Brasil pudo estabilizar su economía. Sin embargo, junto con la estabilización monetaria vino un amplio programa de liberalización, especialmente desde el punto de vista financiero. Los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (FHC) de 1995 a 2002, además de implementar un fuerte programa de privatizaciones, trataron de preparar al país para convertirse en una "potencia financiera emergente" y así remediar, con operaciones de capital, los problemas crónicos de la cuenta corriente de la balanza de pagos del país. Además, otorgaron beneficios sustanciales a la riqueza financiera, elevaron las garantías de los acreedores estatales (mediante la promulgación de la Ley de Responsabilidad Fiscal) y, con la adopción de algunos cambios en el sistema general de pensiones obligatorias, que afecta a los trabajadores del sector privado y está organizado por el régimen de PAYGO, comenzaron a abrir los mercados de pensiones al sector financiero privado, organizado por el régimen de los fondos de pensiones.

Anteriormente, el país ya había internacionalizado su mercado de bonos para atender los reclamos de las negociaciones de deuda externa, que pasaron a resolver la moratoria de 1987. Además, estos gobiernos adoptaron una política monetaria rígida, con los tipos de interés reales más altos del mundo, y mantuvieron la apreciación constante de la moneda nacional. Este marco financiero, que luego comenzó a controlar el proceso de acumulación, se completó a principios de 1999 cuando, tras la crisis del tipo de cambio, se adoptó el régimen de tipo de cambio flexible y el trípode macroeconómico (superávit fiscal primario, régimen de metas de inflación y tipo de cambio flexible).

Cuando Lula asumió el cargo, a principios de 2003, nada de esto cambió. El marco y la dirección de la política económica siguieron siendo los mismos. Con los gobiernos del FHC, Brasil se había convertido en una plataforma internacional para la valorización financiera y seguía siéndolo (las mayores ganancias en dólares del mundo se podían obtener en el país). Los mismos parámetros siguieron presidiendo la acumulación capitalista, e incluso se profundizaron: los cambios en la política monetaria redujeron abruptamente los medios de pago; se adoptó un objetivo de superávit fiscal primario aún más ambicioso que el impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI); y las tasas de interés, que ya eran extremadamente altas (22% al año), fueron aún más altas, alcanzando el 26,5%. Además, se han dado nuevos pasos para aumentar la apertura financiera de la economía, para aumentar las garantías de los acreedores -esta vez del sector privado (a través de la reforma de la ley de quiebras)- y para continuar la apertura de los mercados de pensiones al sector financiero privado, ahora con reformas que han sido aprobadas para los sistemas de pensiones de los funcionarios públicos.

Dos elementos, sin embargo, surgen para diferenciar al gobierno del PT de sus predecesores: se detuvieron las privatizaciones y se adoptaron programas sociales de amplio alcance y alto impacto (Bolsa-Família es el más conocido de ellos). Paralelamente, también hubo una fuerte voluntad de aumentar sustancialmente el valor real del salario mínimo, que, a través de las prestaciones de la seguridad social, llega a unos 20 millones de familias de bajos ingresos en el país. El hecho de que nuestra moneda estuviera extremadamente depreciada cuando Lula asumió el poder en 2003 (precisamente por el terrorismo electoral producido por los medios de comunicación el año anterior debido a la esperada victoria del PT en las elecciones presidenciales) facilitó esta tarea. Permitió que el presidente aumentara el salario real a medida que se reducía el exceso de la tasa de cambio. Al final de su primer mandato, en 2006, siguiendo una inspiración desarrollista, el gobierno de Lula lanzó un ambicioso programa de inversiones públicas llamado Programa de Aceleración del Crecimiento, un paquete sustancial de inversiones, alrededor del 13 por ciento del PBI, que se implementaría en un plazo de 4 años, en infraestructura (transporte, energía, agua y saneamiento). A lo largo de este período, el ritmo rápido de la economía mundial y el enorme aumento de los precios de las commodities exportadas por el país contribuyeron a la relativa tranquilidad de las cuentas externas, incluida la posibilidad de acumular una cantidad significativa de divisas. En el segundo mandato de Lula, el lanzamiento del programa Mi Casa Mi Vida, un enorme y ambicioso programa para construir viviendas populares altamente subsidiadas, completó esta faceta no liberal de los gobiernos de Lula. El estallido de la crisis internacional a finales de 2008 detuvo este proceso, ya que, gracias a un mero efecto de demostración, el mercado de crédito interno se congeló. La situación se superó pronto con el uso de bancos públicos para reanudar el flujo de préstamos. Además, las medidas para subsidiar el consumo de sectores con un alto efecto multiplicador, como la industria automotriz y de electrodomésticos, y una expansión sustancial del crédito a los estratos de menores ingresos, proporcionaron una recuperación impresionante, haciendo que el PIB creciera 7.5 por ciento en 2010. Cuando Dilma asumió el cargo en 2011, las consecuencias de la crisis comenzaron a llegar de manera más incisiva. El modelo conciliador, que hasta entonces había funcionado, combinando la mejora de las condiciones de vida de las clases bajas (que también implicaba mayores posibilidades de ascenso social a través de cambios en la educación superior promovidos por el entonces Ministro de Educación Fernando Haddad), sin perturbar los intereses de los anteriores y sin alterar decisivamente el marco financieramente estructurado del proceso de acumulación, comenzó a desmoronarse.

SP: El gobierno del PT de 2003 a 2016 se caracterizó por un pragmático reformismo socialdemócrata, sostenido por la posición altamente favorable de Brasil en los mercados mundiales de exportación hasta 2012 y una amplia alianza política en el Congreso con partidos centristas e incluso conservadores. Hubo una política deliberada de conciliar los intereses de los diversos sectores del capital y sus representantes políticos con las aspiraciones de la base del PT en la clase obrera y los movimientos sociales.

Entre 2003 y 2012 se crearon más de 2 millones de puestos de trabajo al año. El gasto federal en programas sociales aumentó moderadamente, el salario mínimo mejoró significativamente, el crédito al consumo se amplió y un número significativo de los brasileños más pobres salió de la pobreza extrema. También se adoptaron medidas progresistas, como una ley que otorga plenos derechos laborales a los trabajadores domésticos y programas para aumentar la diversidad, como cupos para los negros, los pueblos indígenas y los pobres en la enseñanza superior y la administración pública.

Sin embargo, estos avances tuvieron un costo muy alto: como sostiene el historiador del PT, Lincoln Secco, el partido cedió hegemonía a los "ideólogos de los mercados financieros". Se reforzó la política financiera neoliberal: objetivos de inflación y autonomía del banco central, libre circulación de capitales y tipos de cambio flexibles, y políticas fiscales estrictas. Las tasas de interés están entre las más altas del mundo y más del 40% de los ingresos del gobierno se utilizan para pagar la deuda nacional. El capital financiero se benefició desproporcionadamente más de los gobiernos del PT que cualquier otro grupo: en 2013, los cuatro bancos más grandes de Brasil obtuvieron más ganancias que el PBI de 83 países.

El aparente éxito económico de los gobiernos del PT (frecuentemente exagerado por los partidarios del gobierno) también encubrió importantes fallas estructurales. La base de la industria ligera y pesada creció de manera muy moderada, mientras que los gobiernos del PT promovieron agresivamente los agronegocios y el sector minero, dejando al país sujeto a las fluctuaciones de los mercados internacionales. Como han demostrado Ruy Braga y otros investigadores, casi todos los 2 millones de empleos creados al año estaban mal pagados y eran precarios en sectores como el telemarketing y el trabajo doméstico. En 2016, el 44% de la población económicamente activa seguía siendo informal, es decir, sin derechos y prestaciones laborales formales. El énfasis en la agroindustria y la minería, la creación de empleos precarios de bajos salarios y la dependencia de políticas financieras ortodoxas harían que Brasil fuera particularmente vulnerable a la recesión de la economía mundial que llegó a Brasil en 2012.

En el ámbito político, los gobiernos del PT lograron forjar alianzas con partidos centristas y conservadores no sólo para garantizar su viabilidad electoral a nivel ejecutivo, sino también para obtener el apoyo mayoritario en el Congreso. Los cargos ministeriales y burocráticos clave fueron ocupados por militantes del PT, muchos de ellos ex líderes sindicales, o miembros de partidos políticos aliados, creando una verdadera máquina burocrática vinculada orgánicamente al partido que no era inmune a las prácticas generalizadas existentes de diversas formas de corrupción. Los antiguos enemigos políticos –políticos estrechamente asociados a la brutal dictadura militar (1964-1985) como Delphim Netto, Jader Barbalho, Fernando Collor y José Sarney– fueron cortejados por el gobierno como aliados políticos, agentes de poder y consultores. A la vez que garantizaban la viabilidad electoral, tales alianzas alienaron a las bases del PT, esposaron al gobierno para que avanzara en su programa general y terminaron fomentando el poder de los políticos conservadores que más tarde traicionarían al PT.

Al mismo tiempo, la CUT, aliada del PT, y movimientos sociales como el MST fueron domados y en muchos casos sus dirigentes fueron introducidos en la maquinaria estatal. Hubo un bajo nivel de huelgas y protestas a lo largo de la década del 2000 debido a la precariedad de las relaciones laborales en el contexto de las relaciones productivas neoliberales y a lo que Marcelo Badaró Mattos llama la “pacificación progresiva” de muchas de las direcciones sindicales militantes en el país y su incorporación al gobierno del PT. Como resultado, las luchas sociales de masas estuvieron en gran medida ausentes hasta que la crisis económica llegó con toda su fuerza a Brasil en 2012.

No hubo retos sustanciales a la dominación ideológica del neoliberalismo y las estructuras económicas tradicionales, ni intentos de reformar el distorsionado sistema político que permitía un poder desproporcionado para corromper a los políticos clientelistas. La incorporación de políticos conservadores en alianzas políticas también obstaculizó severamente el apoyo declarado del PT a los avances en derechos sociales. Los partidos aliados incluyeron un número significativo de cristianos evangélicos y ex policías que efectivamente vetaron muchas iniciativas respecto a la comunidad LGBT, a los negros y a los derechos de los niños.

La política de seguridad pública del PT y su apoyo efectivo a una falsa “guerra contra las drogas” fue testigo del aumento de la población carcelaria de Brasil a la tercera más alta del mundo y de un número récord de homicidios y crímenes violentos, muchos de ellos cometidos por las fuerzas de seguridad brasileñas que regularmente matan impunemente a los pobres y negros. Una ley “antiterrorista” fue impulsada por Rousseff en 2014 y la brutalidad policial contra los movimientos sociales fue, en los mejores de los casos, deliberadamente ignorada por los gobiernos del PT a nivel federal, municipal y estatal.

 

------------------------------Continúa en Parte 2----------------------------------------------------

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