21/11/2024
Por Menéndez Luis , López Néstor A. H. ,
Pasados varios meses de la rebelión masiva en la Argentina de finales del 2001 que dio por tierra con dos gobiernos nacionales, y luego de un relativo regreso a la "normalidad institucional" tras las elecciones presidenciales de abril de este año, no son pocas las voces que se preguntan qué ha sido del grito ¡Que se vayan todos! que resonaba en aquellos días fuertemente a lo largo y a lo ancho de todo el país.
Para algunos analistas el "encauzamiento institucional" y el retrotraerse de las expresiones populares, como las asambleas barriales, las manifestaciones ante la banca, o la ausencia de cacerolazos en las calles estarían expresando que este grito no era más que una consigna rabiosa, pero desesperada e impotente, incapaz por sí misma de dar una respuesta positiva a lo que cuestionaba.
En este artículo se intenta comprender el ¡Que se vayan todos! desde su emergencia como resistencia insumisa frente a la barbarie que propone el sistema del capital que abre caminos alternativos a las tradicionales formas de lucha y que, a partir de la negación de lo que aparece como naturalizado institucionalmente, genera un espacio a una dimensión utópica, a la vez que plantea un reto en el plano de la teoría revolucionaria.
¿Consigna, eslogan, lema? En la Argentina, el ¡Que se vayan todos! irrumpe como grito mancomunado en diciembre de 2001. Desde su emergencia colectiva, estas cuatro palabras denotan un desafío. No sólo cuestionan a las instituciones tradicionales y las formas de representación y dominación en la sociedad sino que, además, manifiestan una masiva capacidad de resistencia ante el poder del sistema del capital.
Este canto irreverente no forma parte de una propuesta programática ni opera a partir de ella. Por el contrario, el ¡Que se vayan todos! expresa la insumisión espontánea de múltiples y heterogéneos sectores de la sociedad argentina.
Tradicionalmente, la utilización de consignas por parte de las organizaciones sindicales y políticas se refiere a la agitación de ideas de demandas. Éstas buscan organizar la acción de las protestas y, al mismo tiempo, enmarcarlas dentro de un esquema de significación programática. Así fue definido, por ejemplo, hace poco más de una centuria por Lenin en el Qué hacer. Para éste, el contenido capital de las actividades de la organización (en su caso el partido político revolucionario) consiste en una labor de agitación política unificada que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las grandes masas. De este modo, ¡Paz, pan y tierra! o ¡Todo el poder a los soviets! (o, más cercano a nuestras reivindicaciones, ¡No al pago de la deuda externa!) son consignas que aspiran a expresar demandas de los sectores subalternos y dominados. Fácilmente comprensibles, ayudan a la identificación colectiva y presentan una propuesta posible y aceptable.
Sin embargo, el ¡Que se vayan todos! no surge del diseño de alguna táctica sindical o política contestataria. A diferencia de la literalidad expresada en la formulación de las consignas meramente demandantes, su potencia está en la interrogación que deja abierta. Su fuerza se encuentra en lo que sugiere sin precisar, en el espacio de incertidumbre que genera en tanto aspiración que niega sin llegar a formular un reemplazo explícito a lo existente cuestionado. Como en los sueños freudianos, no es el contenido que se manifiesta el que le otorga su potencial sino aquello que esta latente, lo oculto, lo no dicho.
Insumisión rebelde
Sin pretender agotar las significaciones de esta manifestación de rebeldía, en la constelación de dimensiones que surgen a partir del ¡Que se vayan todos! es posible encontrar la concurrencia de varias líneas convergentes.
Su expresión en las calles exige la salida del gobierno de quienes son considerados responsables de la crisis social y económica, de los que son vistos como corruptos, de los que son vinculados a la represión estatal. También se constituye en el punto de reunión de una gran cantidad de demandas populares, desde la apertura del "corralito" financiero al reclamo de alimentos o planes de subsidio al desempleo, por nombrar sólo unas pocas.
A poco de su emergencia, este grito será inmediatamente apropiado por parte de todos los sectores sociales en lucha. El ¡Que se vayan todos! fue coreado tanto por los sectores medios que se reúnen frente los bancos que secuestraron sus ahorros, como por los piquetes de trabajadores desocupados que cortan durante horas los puentes de acceso a la ciudad de Buenos Aires.
Durante los dos primeros meses de 2002, casi mil quinientas marchas de protesta se realizan hacia las plazas abiertas que rodean los edificios de la presidencial Casa Rosada y el Congreso Nacional. El grito es enarbolado también frente a la Suprema Corte de Justicia durante semanas, exigiendo la renuncia de los jueces, completando así el cuestionamiento a los tres poderes de la institución gubernamental argentina.
Por otra parte, para cualquier representante o funcionario de gobierno el simple hecho de caminar por las calles o cenar en un restaurante puede convertirse en un trago amargo si es descubierto por la bronca de la insumisión: rápidamente se improvisa un escrache1 que lo envuelve en insultos, forcejeos, quizá alguna trompada. Es el desquite colectivo frente a la impunidad.
Instituir destituyendo
Otro aspecto de este grito insumiso se manifiesta en la apertura de espacios de reunión colectiva por fuera de las organizaciones de representación habituales. El ¡Que se vayan todos! se erige en la bandera de encuentro de las asambleas vecinales que surgen en gran cantidad de barrios de Buenos Aires y otras ciudades. El ¡Que se vayan todos! instituye destituyendo: a partir del rechazo a la representación tradicional da un espacio a nuevas prácticas de asociación colectiva y un imaginario mancomunado en la sociedad. Genera así interrelaciones personales donde prima la improvisación, la esperanza, el contacto cara a cara, la sonrisa, el hacer comunitario.
En este camino, el ¡Que se vayan todos! recupera el énfasis de las ideas libertarias acerca de la correlación entre medios y fines, el imaginario antijerárquico y el rechazo al dominio de un ser humano por otro ser humano. Ideas que implican el desarrollo de la imaginación creativa como actos de resistencia y la desconfianza hacia los roles jugados por el partido de vanguardia o el Estado en los procesos del cambio social.
Frente a los intentos de homogeneización fragmentaria que llevan adelante tanto las instituciones de dominación como las agrupaciones sindicales o políticas contestatarias, el ¡Que se vayan todos! es una puerta a la diversidad. Su entonación es un descubrir y un autodescubrise en los pequeños espacios de la vida cotidiana. Se percibe al otro y se lo valora, se lo respeta y se lo quiere: comienza así el retroceso del aislamiento egocéntrico tan propiciado por los voceros del sistema del capital. Se recomponen, de este modo, lazos de solidaridad brutalmente cortados por la acción combinada de la represión y la ideología del capital: ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola! muestra no sólo la confluencia de sectores sociales diferentes para la pelea,2 sino también la emergencia de un sentido comunitario en la sociedad, un esbozo de camino alternativo al trazado por la jerarquía, la dominación y el control.
En tanto no es una formulación precisa ni se constituye en una identidad cerrada, el ¡Que se vayan todos! adquiere una dimensión crítica, desafiando la irracionalidad de la razón instrumental de la sociedad existente. Pone en cuestión las falsas verdades idolatradas del sistema del capital. Conceptos como gobernabilidad, democracia representativa o leyes del mercado económico, son redescubiertos en su exterioridad humana, en su ajenidad a la práctica vivencial de las personas. Por eso, en este grito destituyente no hay respuesta a las interrogaciones retóricas que los portavoces del sistema del capital formulan acerca de los tipos de políticas, gobiernos o instituciones que propone. La pregunta más asidua que plantean los defensores del statu quo es: y si todos se van... ¿qué viene después?, manifestando a continuación su pánico ante lo que para ellos presupone desolación, anarquía o incertidumbre. Preguntas que expresan un temeroso rechazo al cambio, a la creatividad mancomunada, y una extorsión que presupone que hay que elegir siempre entre lo que ya está dado de antemano por parte de quienes detentan el poder.
Más que entregar respuestas, la insumisión rebelde se plantea cuestionamientos, al mismo tiempo que va realizando sus prácticas alternativas.3 Lo que estas prácticas tienen en común es la búsqueda y la revalorización de la dignidad humana, a través de llevar adelante experiencias autónomas frente al poder constituido. Estas experiencias van generando porosidades en la estructura de dominación del sistema del capital.4 En ellas, la lógica del capital es subvertida por las tomas de espacios sociales por parte de los colectivos humanos.
Estas prácticas están delimitadas tanto territorial como temporalmente. Esta doble delimitación es una característica que adquiere la resistencia al desbocado mundo del capital. El espacio en que se desarrollan es un campo delineado; sea la fábrica recuperada, el vecindario de las asambleas populares o el barrio de concentración de los movimientos de trabajadores desocupados. El lugar de la organización es la microsociedad, el territorio, y expresa no sólo una delimitación espacial, sino también la apropiación del control de ésta, en espacios que el capital ha abandonado o donde es enfrentado. Esta delimitación no debe ser contemplada como mera fragmentación o como un aislamiento, por cuanto se generan a la vez diversos canales de articulación entre los diferentes movimientos y procesos.
El otro aspecto, la temporalidad, refiere al carácter muchas veces no permanente de estas construcciones y al intento constante de parte del sistema del capital de suturar estas fisuras, bien cooptándolas o integrándolas, o bien con el recurso de la represión. Más que la búsqueda de cierta institucionalización, gran parte de estas tomas de espacios por parte de los sectores populares se configura con fuertes destellos y con opacidades, con flujos y reflujos en el desarrollo de la lucha frente al sistema del capital.
En estas fisuras, que construyen una sociabilidad distinta a la propuesta por el capital, el mercado y sus fantasmagóricas leyes no tienen lugar, la representación jerárquica deja el sitio a la horizontalidad contraponente. Y a nadie le preocupa la gobernabilidad, pero sí, en cambio -y mucho-, el abrazo fraternal del otro.
Posibilidad de lo imposible
Pero, además, la riqueza -y la fortaleza- del ¡Que se vayan todos! está dada en el hecho de que resume en sí no sólo la explosión rebelde que derrocó a dos gobiernos nacionales, sino que plantea la posibilidad de lo imposible. La comprensión de esta aparente paradoja requiere expandir el abanico interpretativo y trascender su mera literalidad. Permite vislumbrar la potencia de un devenir abierto. Despliega así un camino a una dimensión utópica, por cuanto la negación y el rechazo de lo que se presenta naturalizado como inmutablemente dado se convierte en una esperanza, en el sueño anticipatorio de un lugar mejor para la vida humana.
Ante la racionalidad instrumental de las consignas que expresan meras ideas de demandas, el ¡Que se vayan todos! opone una racionalidad de imaginación y fantasía. Su imposibilidad es la posibilidad de todo. Si todos se van (¡y no queda ni uno solo!), entonces "todo es posible"5. Incluso hacer caer gobiernos, cambiar la sociedad, incluso la felicidad, la ruptura con el miedo, con la explotación, con la injusticia. Todo es posible, hasta enfrentar a la policía en las calles de Buenos Aires, prescindiendo de las tradicionales formas de organización políticas o sindicales.
El ¡Que se vayan todos! es la idea-sueño que brota de un soñar despiertos. Frente al ajuste de los sueños, de las inquietudes, a la tiranía de "lo posible"6, expresa el deseo imperativo de una vida mejor, y construye una imagen anticipadora de lo que aún no ha devenido. En ese lugar de encuentro que desarrolla se prefiguran sistemas sociales alternativos. El ¡Que se vayan todos! mantiene viva y latente la tensión entre lo que se aspira y lo que es real. En ese sentido adquiere una dimensión utópica por cuanto proyecta la subjetividad más allá de los límites que le impone el sistema del capital.
Esta utopía no es abstracta. Muy por el contrario, es sumamente concreta. Es una utopía en estrecho contacto con la vida. El ¡Que se vayan todos! es una idea-sueño que conoce el horror del sistema del capital, sus miserias, su falsedad, y lo niega. Es la idea-sueño que niega lo no verdadero del "todos", incluyendo en este "todos" no sólo a los políticos, sino también a los patrones, a la policía, la mentira, la iniquidad. A "todo" el sistema del capital.
Dimensión utópica concreta, por cuanto parte de los paisajes desolados en que el sistema del capital convierte al mundo y se construye en una búsqueda incesante entre la realidad objetiva y los pespuntes de su superación.
El ¡Que se vayan todos! constituye también un desafío para los esquemas de análisis y comprensión en el conocimiento social y en la subjetividad política tradicionales. En tanto presenta un amplio espectro de dimensiones complejas -poco encasillables en el análisis categorial clásico-, este desafío corroe las habituales explicaciones de la rebeldía social, y hace más imperioso el "pensar peligrosamente" del que hablara Adorno7.
Este pensar requiere que cuestionamiento, rechazo y aspiración no sean vistos separadamente. La crítica es negación (de lo dado) y a la vez es anticipación (de lo que aún no es dado) y constituye una oposición al determinismo económico y a la visión mecanicista y positivista de los procesos sociales. La utopía no puede ser percibida sólo a partir de términos socioeconómicos.
El movimiento crítico entre negación y anticipación no ha de detenerse: la utopía no es un lugar donde se encuentra la felicidad y al que algún día llegaremos si damos los pasos correctos. No es el anhelado sofá de una posada donde alguna vez la humanidad pueda sentarse a descansar.
Es, por el contrario, un reto a abandonar la seguridad de la lógica formal y adentrarse en la "lógica del desmoronamiento", de la desconfianza en la identidad.8 Una incitación a resistirse a repetir en el conocimiento las estructuras de dominación y mistificación que genera en la sociedad el reinado del sistema del capital. Es un conocimiento "que quiere el contenido, quiere la utopía, por eso parece abstracto en medio de lo existente"9. Es un conocimiento que requiere del arte, de la fantasía, de la imaginación para la informulable pregunta por la realización utópica.
Negación utópica
El abanico de posibilidades que despliega el grito insumiso ¡Que se vayan todos! no está dado por la identificación en un programa, en una organización o en las meras reivindicaciones sociales que contiene. Su vigorosidad es la de una potencia negativa que enfrenta a lo existente y que se abre a lo que aún no ha devenido, lo no hecho, lo que todavía no es. Aquello que "es indefinido, eso que no podemos ser o que no puede existir, o realizarse o hacerse, que no puede desarrollarse, que no puede explicarse sino sentirse, que no puede recuperarse sino reinventarse"10.
El ¡Que se vayan todos! es un grito que tiene los labios puestos junto al ¡Ya basta! zapatista, la insumisión chiapaneca que irrumpió el primer día de enero de 1994. Cómo éste, es un sueño anticipatorio que se anuncia como rechazo, dignidad y tanteo, emergencia de lo que no ha sido todavía. Como éste, es una puerta improvisada a la esperanza. "Lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo, lo demás lo hemos ido improvisando", dicen los zapatistas. El ¡Que se vayan todos! es parte implicada en esa improvisación por cambiar el mundo sin encadenarse a las formas institucionales del sistema del capital.
Y, además, acompaña a las múltiples manifestaciones que lo rechazan. Los cientos de miles de ¡No! que enfrentan las vergüenzas a que el capital pretende someter a los seres humanos con sus bombas expansivas, su homogeneidad, sus mentiras tentadoras.
Desde la insumisión espontánea, la protesta autónoma y la utopía rebelde, el ¡Que se vayan todos! pone en cuestión el concebir la política considerada como arte de lo posible. Supera los estrechos y delimitados contornos de una consigna instrumental. Como la vida, de la que es carne íntima, desborda las formas que pretenden contenerla. Su avasallante fuerza radica en su obcecada negación, en su esperanzado requerimiento de lo imposible.
1. Los "escraches", constituyen una forma específica de lucha iniciada por los hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar argentina. Bajo la idea de que "si no hay justicia, hay escrache", los integrantes de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS) realizan actos sorpresivos frente a los domicilios particulares de los represores que la justicia argentina ha dejado en libertad, poniendo en evidencia y rechazando esa impunidad. El escrache es también un desborde de las formas tradicionales de la política, y así se manifiesta cuando trasciende hacia el conjunto de quienes han cumplido o cumplen funciones gubernamentales y es llevado a cabo en forma espontánea y autoconvocada por personas que no responden a ninguna organización social o política.
2. En más de una oportunidad, los trabajadores desocupados han sido recibidos por los asambleístas al paso de sus marchas de protesta. También juntos han realizado manifestaciones contra la represión o en defensa de las fábricas recuperadas. En muchas asambleas barriales se habla de cómo levantar industrias que el capital abandonó o sobre la nacionalización de bienes. Se discute y se trabaja autónomamente en áreas como la salud y la educación. Se han realizado también múltiples actos culturales o encuentros artísticos en los que confluyen, colaboran y participan comunitariamente unos y otros, rompiendo los eslabones de la rutina. (Ver, por ejemplo, la entrevista a la Asamblea Popular del barrio de Liniers en revista Herramienta, número 19, otoño de 2002.)
3. En el sentido del "preguntando caminamos", del zapatismo chiapaneco, donde la cuestión no es cómo dar una respuesta sino cómo desarrollar la pregunta, teniendo en cuenta que constantemente surgen de las luchas nuevas formas de entender esa pregunta.
4. Lo que John Holloway ha llamado "fisuras": aquellos espacios de interrelación social autónoma donde la gente dice "aquí no manda el capital y vamos a hacer las cosas de otra forma". Lo que significa también pensar la revolución social "en términos de cómo reconocer a los sujetos alternativos, cómo impedir la integración al capitalismo, cómo reconocer las expresiones del rechazo". (Ver J. Holloway, "Conversación en Solano con el MTD Aníbal Verón", inédito. Cfr. también: J. Holloway, "La imprenta del infierno", en www. herramienta.com.ar.)
5. "Todo es posible" fue una de las frases más coreadas por miles de jóvenes en la rebelión del Mayo francés de 1968.
6. Aquello que Pierre Bourdieu (Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990) ha denominado "proceso de desinvención", que implica admitir sin cuestionamiento las condiciones sociales objetivas, con lo que los seres humanos se "contentan con lo que tienen, aunque esforzándose en engañarse ellos mismos sobre lo que son y lo que tienen, con la complicidad colectiva, para fabricar su propio duelo, de todos los posibles acompañantes, abandonados poco a poco en el camino, y de todas las esperanzas reconocidas como irrealizables a fuerza de haber permanecido irrealizables".
7. Con "pensar peligrosamente", Adorno quiere decir "espolear el pensamiento, no retroceder por nada ante la experiencia de la cosa, no dejarse atar por ningún consenso de lo previamente pensado". (Cfr.: S. Buck-Morss, Origen de la dialéctica negativa, Siglo XXI Editores, México, 1981).
8. En uno de sus últimos trabajos, sostiene Adorno que "la dialéctica como procedimiento significa pensar en contradicciones a causa de la contradicción experimentada en la cosa y en contra de ella. Siendo contradicción en la realidad, es también contradicción a la realidad. Su movimiento no tiende a la identidad en la diferencia de cada objeto con su concepto, más bien desconfía de lo idéntico. Su lógica es la del desmoronamiento: la figura armada y objetualizada de los conceptos que el sujeto cognoscente tiene inmediatamente ante sí." T.W. Adorno, Dialéctica Negativa, Taurus, Madrid, 1986, (subrayado nuestro).
9. Ibíd.
10. A. Dinerstein, "¡Que se vayan todos! Crisis, insurrección y la reinvención de lo político en Argentina", en revista Bajo el volcán, número 5 (Puebla, México), segundo semestre de 2002. La autora denomina a este aún-no-devenido "lo irrealizado, lo que no somos, un poder negativo, de crítica y rechazo a lo existente".